Fermer La Porte à tout Jamais

Esa noche todo cambio, todo fue diferente. El joven muchacho comprendió que no debía seguir sufriendo penas ajenas porque por cada una de ellas un pedazo de su alma se desprendía con la fuerza más brutal jamás ocasionada y se llenaba de odios hacia quienes no lo merecían.

Aquella mañana a muy tempranas horas había marchado de su casa, mientras sus dos hermanos mayores aun se encontraban ayudando a su madre en algunos asuntos, como era común en la Familia Beausoleil, cada jueves enviaban a Léa al mercado junto con la señora Morgan, una mujer de Norte América que había terminado viviendo bajo el lecho de aquella familia como Ama de Llaves, aunque sus servicios fueran mucho más amplios de lo que parecía. La mujer era de una estatura media, de cabellos ya grisáceos por la edad y una vista increíble, porque podía ver y notar casi cualquier cosa a largos kilómetros. El señorito le mirada de reojo con las manos aún introducidas en su chaleco sin mostrar expresión alguna, mientras la mujer parecía sonreírle todo el tiempo.

La caminata durante todo el camino se torno tranquila.

Los dos hablaban por cortados minutos y tomaban pausas cuando así lo decidían, Léa contaba sus agrios chistes Burgueses, tomando como icono principal a los reyes de Francia, a quienes parecía no ver con buenos ojos a pesar de que su padre siempre le llamara la atención por esto, pues ya en ocasiones había dejado a la familia real como unos ladrones “Con Dudoso Encanto” y no era para menos pues era consciente de las injusticias que soportaba el pueblo Francés.

Después de treinta minutos de espacioso camino llegaron a la plaza. La gente siempre que Veía al chico le saludaba con cierta impresión por lo que no era muy normal ver chicas con aires masculinos, más eso no parecía importarle, ya no, ya había dejado de sufrir por aquellos que parecían lastimarle con o sin intensión alguna.

Observo a la señora Delacroix marcharse hacia uno de los puestos con la canasta del mercado por lo que el se acercó hacia una joven mujer, observando como era maltratada por su esposo cosa que le lleno de ira, así que se alejó del lugar, más la discusión era lo bastante bulliciosa para ser audible ante todo aquel que estuviese 5 metros cerca de la pareja.

-¡Puta! ¿No tenéis descaro alguno!- Grito exaltado aquel hombre de clase media, piel blanca y cabello negro, mientras sostenía a la joven mujer de los hombros, abalanzándola con rudeza, para después cachetearla como un vil villano.

-No por favor, ya te he dicho que no tengo más hombres que a ti, ¡Por favor! – Se soltó la mujer para arrodillarse al hombre casi besando sus zapatos empantanados- No me dejes, ¡que dirán, Y los niños, no me los quites! ¡Te lo suplico!

-Callad Puta Degenerada… Debí escuchar a mi padre cuando digo que no saliera con mujeres como tú.- Dijo levantando la pierna el hombre, para que la mujer callera de espaldas súbitamente.

Léa escucho absolutamente todo, llenándose de ira hacia aquel que maltrataba a la mujer y no podía comprender como había hombres o no más bien seres tan repugnantes sobre las calles de Paris y como estos mismos se tropezaban día a día con ella por los andenes, por lo que una ves vio que él se marchaba tiro contra su cuerpo unas enormes cajas de ladrillo que se desplomaron sobre este, dejándolo tal ves inconsciente o para suerte del chico muerto. La gente corrió hacia el lugar cuál abejas enardecidas, por lo que salió corriendo hacia los callejones, sin dar vuelta atrás.

-Atrapad al que hizo esto- Gritaron exaltados los hombres.

El escucho a lo lejos y solo corrió durante minutos, llevándose a su paso todo lo que se atravesara, al llegar al fin a un lugar mucho más seguro, cayo desplomado sobre el duro cemento, con la mirada perdida, pero con una extraña sensación de convicción ante sus actos, más su expresión era fruncida, tenaz y ¿algo extasiada quizás?, como si el miedo de ser descubierto le empezara a desganar.

“Mi alma se siente más libre, más liviana como si el hecho de ser un protestante me hiciera sentir con sentido casi jovial” – Dijo vagamente entre murmurios.

Luego observo el cielo oscuro donde el sol había dado pazo al eminente Dios del Rayo para que hiciese de las suyas sobre tierra parisina, los estruendos eran fuertes, tal cuál opera Vikinga como si los dioses descargaran todo su ira, uno tras otro caía un rayo, más estaban aún lejos del joven que se refugia debajo del techado de puertas grandes. Más la espera no era su mayor Virtud por lo que emprendió camino hacia un lugar del cuál había escuchado hablar, más solo parecían fantásticos comentarios, pero jamás era lo suficientemente tarde para averiguar.

Camino de un extremo de la ciudad hacia otro extremo un poco más “ajeno” a él y allí encontró que todos los comentarios eran ciertos, pues no tuvo que preguntar mucho para que varias personas rozaran sutilmente el tema, con susurros, como si de un secreto a muerte de tratase. Él se abrazó fuertemente a su cuerpo por el frio y la humedad vividos momentos antes, más nunca dejaba ver que esto le afectaba ni siquiera un poco.

-La Casa de la Noche… - Sus ojos brillaron con una especial luz, mientras su corazón latía con una fuerza sobre humana, casi pudiendo sentir cada vena, cada cabello y cada milímetro de su cuerpo, tal vez y muy probablemente producto de la excitación que aquel descubrimiento producía en el joven de ojos verdes.
Toco dos veces, esperando por quien pudiese abrir la puerta que pareciese nunca se hubiese abierto, con los puños tan apretados que si de ser muy afiladas sus uñas, hubiesen podido atravesar heroicamente la piel.