AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Remembres d'un passat pas tan alunhat
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Remembres d'un passat pas tan alunhat
Era una fría mañana de febrero. El sol había salido, pero en ningún momento había dejado notar su ambarina presencia, oculto tras un denso tapiz de nubes plomizas. Aunque en el interior de la residencia hiciera una temperatura soportable, el exterior aún se veía sumido en el frío nocturno que la pasada velada los había dejado y había pocas perspectivas de que eso fuera a cambiar en algún momento. Pese a todo, la calma reinaba; calma y apacibilidad.
En ese ambiente, el joven de cabello oscuro y ojos azulados perdía su mirada en el horizonte, así como el vaho que surgía de sus entreabiertos labios surcaba el aire hasta deshacerse y desaparecer. No había nada que buscase en aquel contexto, nada más que disfrutar inocentemente de todo lo que pudiera otorgarle, buscando del suave placer que la contemplación de la quietud pudiera ofrecer. El chico se encogió de hombros, intentando guardar el calor, para acabar juntando fuertemente ambos extremos de su casaca, al ver lo ineficaz de su acción. Pronto, aquello no le serviría, pues sus brazos se verían ocupados en algo que consideraba y sentía más importante.
Los pasos no tardaron en llegar a sus oídos. El muchacho conocía bien ese andar lento, sin prisas, pero carente de la seguridad de una fuerte pisada. Sonrió y aguardó a que su propietario le encontrara allí, reclinado sobre la balaustrada de piedra que le permitía contemplar un extenso valle, blanco por las pasadas nevadas que se acumulaban sobre la tierra a sus pies.
- Jehan – el susurro cruzó el aire hasta llegar a él. No se inmutó, tan sólo conservó su postura, de espaldas a la puerta entreabierta cuyos goznes rechinaron al girar. Sin embargo, su rostro sí vivió una manifiesta transformación, pues las comisuras de sus labios se extendieron sosegadamente hacia los laterales, no lo suficiente para quedar forzadas, pero menos aún tan poco como para sólo marcar una sonrisa esbozada.
Una mano se posó sobre su hombro, precediendo el movimiento que llevara a colocar al de mechones claros junto a él. Entonces, aunque de su boca no surgiese palabra alguna, fue cuando el aquitano giró la cabeza hacia su izquierda para lidiar con los ojos ajenos que, sin embargo, eran tan parejos a los suyos, como si ambos estuviesen creados del mismo y único material; tanto podría ser así que la comprensión de ellos se destilaba era innegable. Suspiró; suspiró y se irguió, sólo para llevar su extremidad superior a rodear el cuerpo ajeno, posibilitando que su semblante se enfrentase al lateral del otro. Jehan Desmarais humedeció sus labios antes de dejar que, de entre estos, surgiese una única palabra que se perdería en el vacío de una oreja ajena que desapareció en la gradual oscuridad que invadió sus sentidos. Étienne.
- Étienne… – de pronto el muchacho pudo diferenciar claramente esta última vez que repitió el nombre. Era más fuerte, más vivaz; en definitiva, más real. Los párpados de Aurélien Fournier se abrieron de par en par para encontrarse con el lujoso dosel que cubría el lecho que ahora acostumbraba a regentar. Su respiración era parsimoniosa y acompasada, pero sólo porque él luchaba consigo mismo para que así resultase. Fue en vano. Sus facciones se contrajeron, empequeñeciendo su mirar, ese mismo que comenzó a empañarse aún y en contra de su voluntad. Su mandíbula se tensó fuertemente hasta que, definitivamente, no pudo soportarlo más y dejó que el grito surgiera desgarrando su garganta.
Él habría jurado que lo que acababa de soñar era cierto y, en realidad, no era más que un fiel recuerdo de un momento pasado acaecido demasiado tiempo atrás. Pasado, pero aún presente en su memoria.
*Aclaración: Jehan Desmarais es el verdadero nombre de Aurélien
Fournier, el cual se cambió tras asesinar a Étienne en 1793.
En ese ambiente, el joven de cabello oscuro y ojos azulados perdía su mirada en el horizonte, así como el vaho que surgía de sus entreabiertos labios surcaba el aire hasta deshacerse y desaparecer. No había nada que buscase en aquel contexto, nada más que disfrutar inocentemente de todo lo que pudiera otorgarle, buscando del suave placer que la contemplación de la quietud pudiera ofrecer. El chico se encogió de hombros, intentando guardar el calor, para acabar juntando fuertemente ambos extremos de su casaca, al ver lo ineficaz de su acción. Pronto, aquello no le serviría, pues sus brazos se verían ocupados en algo que consideraba y sentía más importante.
Los pasos no tardaron en llegar a sus oídos. El muchacho conocía bien ese andar lento, sin prisas, pero carente de la seguridad de una fuerte pisada. Sonrió y aguardó a que su propietario le encontrara allí, reclinado sobre la balaustrada de piedra que le permitía contemplar un extenso valle, blanco por las pasadas nevadas que se acumulaban sobre la tierra a sus pies.
- Jehan – el susurro cruzó el aire hasta llegar a él. No se inmutó, tan sólo conservó su postura, de espaldas a la puerta entreabierta cuyos goznes rechinaron al girar. Sin embargo, su rostro sí vivió una manifiesta transformación, pues las comisuras de sus labios se extendieron sosegadamente hacia los laterales, no lo suficiente para quedar forzadas, pero menos aún tan poco como para sólo marcar una sonrisa esbozada.
Una mano se posó sobre su hombro, precediendo el movimiento que llevara a colocar al de mechones claros junto a él. Entonces, aunque de su boca no surgiese palabra alguna, fue cuando el aquitano giró la cabeza hacia su izquierda para lidiar con los ojos ajenos que, sin embargo, eran tan parejos a los suyos, como si ambos estuviesen creados del mismo y único material; tanto podría ser así que la comprensión de ellos se destilaba era innegable. Suspiró; suspiró y se irguió, sólo para llevar su extremidad superior a rodear el cuerpo ajeno, posibilitando que su semblante se enfrentase al lateral del otro. Jehan Desmarais humedeció sus labios antes de dejar que, de entre estos, surgiese una única palabra que se perdería en el vacío de una oreja ajena que desapareció en la gradual oscuridad que invadió sus sentidos. Étienne.
- Étienne… – de pronto el muchacho pudo diferenciar claramente esta última vez que repitió el nombre. Era más fuerte, más vivaz; en definitiva, más real. Los párpados de Aurélien Fournier se abrieron de par en par para encontrarse con el lujoso dosel que cubría el lecho que ahora acostumbraba a regentar. Su respiración era parsimoniosa y acompasada, pero sólo porque él luchaba consigo mismo para que así resultase. Fue en vano. Sus facciones se contrajeron, empequeñeciendo su mirar, ese mismo que comenzó a empañarse aún y en contra de su voluntad. Su mandíbula se tensó fuertemente hasta que, definitivamente, no pudo soportarlo más y dejó que el grito surgiera desgarrando su garganta.
Él habría jurado que lo que acababa de soñar era cierto y, en realidad, no era más que un fiel recuerdo de un momento pasado acaecido demasiado tiempo atrás. Pasado, pero aún presente en su memoria.
Recuerdo de febrero de 1792.
*Aclaración: Jehan Desmarais es el verdadero nombre de Aurélien
Fournier, el cual se cambió tras asesinar a Étienne en 1793.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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