Estoy solo, respondió el eco [Anaïss M. Garnier]

Y como cada tarde cuando el sol huía de la luna, Daniil despertó del sueño que lo mantenía cuerdo ante un mundo enloquecido. Leslie, su mucama, le llevó el periódico que había salido esa mañana y una taza de café, cosa que bebía por pura costumbre, ya que le sabía a nada. Bajó a su consultorio y ahí empezó a leer las notas del día, antes de que pudiera darle el primer sorbo tocaron a su puerta, era Leslie, tenía pacientes esperando por él, los hizo pasar.

Un joven que parecía de cuna humilde llevaba una terrible herida, su aroma le pareció conocido, y sus ropas desgastadas completaron el cuadro. Era como la señorita D’Luca, pero sobre todo como László y como Badou y Atriella, podía transformarse en cánidos, estuvo seguro; «sé lo que eres, no te preocupes» le dijo para tranquilizarlo, y no ahondó en cómo demonios se había hecho aquel corte. Limpió para que no se infectara y puso un vendaje, el joven se metió la mano al pantalón para pagar y Daniil se negó, sin embargo, le dijo que regresara para darle seguimiento, que después ya verían cómo le pagaba. Le pondría un trabajo sencillo, o algo así para saldar la cuenta, no le gustaba regalar nada, la gente, por más sencilla que fuese, tenía orgullo, y no le gustaba ofender ese amor propio, lo admiraba en cambio.

Cuando se dio cuenta, su café estaba frío, tomó la taza y el pequeño plato que hacía juego junto a su periódico y fue a la cocina a dejar los trastes para luego anunciar que saldría. Leslie nunca le preguntaba nada, por eso la mantenía a su lado, era una mujer discreta y sagaz, aunque nunca se lo había dicho con palabras, estaba seguro que sabía de su estatus como vampiro.

Se había alimentado un día antes, eso de mantener vivas a sus víctimas cada día le salía mejor y le alegraba, ahora sólo pesaba sobre su consciencia el trauma que seguramente dejaba en ellos. Pero ya muchas cosas hundían su consciencia hasta el centro de la tierra, así que una más realmente no marcaba una gran diferencia.

Caminó por las calles del centro, agradecía que su nueva residencia estuviese ahí, y se preguntó cómo se verían esas mismas calles bañadas por el sol. Preguntas, miles de preguntas que destruían de a poco su lucidez, apresuró el paso hasta que encontró un sitio en apariencia tranquilo, un café con aire íntimo, ideal para apartarse de sus preocupaciones como médico y como Barón. Ingresó y tomó una mesa cerca de la ventana; casi no salía de su encierro, pero cuando lo hacía, casi cualquier sitio le producía claustrofobia, así que procuraba siempre tener el exterior cerca.

Ahí se sentó a leer el diario, era extraño, pues a esa hora ya a nadie le interesaban las noticias del día anterior, casi todo mundo ya las había leído y los periódicos como el sostenía adornaban las calles ya, y servían de cobija para los vagabundos. Bajó el objeto de su lectura y miró a su alrededor, todo mundo charlaba, departía, parejas jóvenes se cortejaban, dejó el montón de hojas de papel sobre la mesa y se miró las manos. Solo, estaba solo como había estado por todo ese tiempo desde que había dejado a Raina, la mujer que le dio la inmortalidad.

Volvió a alzar la mirada, y se percató de algo que antes no había visto, frente a él, en otra mesa, estaba una joven rubia, también sola y sonrió con aire triste, entendía el porqué de su soledad, era un viejo vampiro aburrido, se preguntaba el motivo de la de ella. Se quedó demasiado tiempo fijo en aquella hermosa mujer hasta que sus miradas se cruzaron y él trató de disimular su embarazo por ser descubierto mirándola. Pero no tuvo éxito en tratar de ocultar lo que estaba haciendo, era un niño descubierto en medio de su travesura.