Se abre el telón (Libre)

por **Claude Lessex** Jue Jul 01, 2010 11:24 am

Era temprano por la mañana. Como cada día, me desperté en mi lecho dispuesto a seguir mi rutina: desayuno ligero, vestirme... y pasar una aburrida mañana en casa, escribiendo o dibujando. Llevaba unos cuantos meses sin recibir ningún empleo en alguna obra, y lo cierto era que ya estaba empezando a preocuparme. Ya le debía al casero tres alquileres, y no podía seguir aumentando mi deuda o me echaría del piso... lo cual me obligaría a escoger entre dos crueles alternativas: o vivir en la calle o regresar a casa de mis padres y pedir piedad... Y debía reconocer que entre ambas opciones, prefería la primera a la segunda.
Bajé a recoger mi correo del buzón, esperándome lo mismo de cada día: facturas, publicidad del estado... pero había un nuevo tipo de sobre entre los habituales. Uno de color amarillento, grueso y bastante más grande que los otros. Mis ojos se iluminaron al ver que el remitente era el mismísimo Teatro de París. Ansioso leí la carta que venía dentro, junto con un grueso guión. Me invitaban a participar en una obra novedosa, que combinaba interpretación con algo de baile y máscaras.
No tenía ni que pensarlo. Me cambié y en un santiamén estaba en el mencionado edificio, mirando a mi alrededor buscando a alguien que pudiese guiarme.

por Invitado Vie Jul 02, 2010 7:07 am

Cuando estás condenado a la eternidad, el tiempo pasa a ser algo muy relativo.

Caminaba por las calles parisinas sin rumbo, con mi cigarrillo a medio fumar entre los labios y con el encendedor de plata en una mano, cuyo chasquido acompañaba a mis pensamientos en su constante devenir por la cuenta de mis días, una mala costumbre que cada vez me asaltaba con más frecuencia.

A pesar de que la noche acababa de comenzar, la ciudad no mostraba el aspecto vacío que a mí me agradaba; en su lugar, gran cantidad de personas, tanto a pie como en carruajes, iba y venía de un lado a otro.

Suspirando, escupí mi consumido cigarrillo y detuve mis pasos para aplastar la colilla con la brillante punta de uno de mis zapatos de factura italiana. Con una sonrisa ladeada en mi rostro, vi cómo las mujeres que pasaban a mi lado, ya fueran tímidas y virginales jovencitas o viudas de fingido luto, se me quedaban mirando con descaro incontrolado. Casi no pude evitar bufar: aquello no me desagradaba, pero los humanos eran tan simples de leer... Sobre todo ese enjambre de perritas babeantes que se repetía en cada ciudad que visitaba. Los humanos, siempre iguales. Qué criaturas tan poco fascinantes...

Finalmente, ladeé mi cabeza para observar una multitud congregada a los pies de la escalinata del teatro. Me fui acercando sin especial interés. Tampoco es que tuviera otra cosa que hacer. Manteniendo mi neutra expresión, me abrí paso entre la gente y entré en el recinto, sin preocuparme siquiera de mirar el cartel anunciador de la función. ¡Diablos! La obra me importaba bien poco. Sólo sería un par de horas desperdiciadas en una eternidad de inmensidad oceánica. Justo cuando observaba la escalinata iluminada del vestíbulo, sentí que alguien se chocaba contra mi espalda, empujado por aquél maremágnum. Girándome con gran rapidez, me encontré con un muchacho joven, de hermoso rostro, esculpido como el de un ángel, que parecía buscar algo.

-¿Algún problema, a parte de esa ceguera que te lleva a tropezar con espaldas ajenas? -Pregunté en tono monocorde.

por **Claude Lessex** Vie Jul 02, 2010 11:25 am

Ya empezaba a marearme al ver el vaivén de toda esa gente, que se chocaban unos con otros para pasar. Había tenido la esperanza de que al menos explicando la importancia que tenía para mí encontrar al director o, en su defecto, algún trabajador del lugar, se compadeciesen de mí y dejasen de intentar ahogarme entre sus ropas y cuerpos vestidos de etiqueta. Pero por más que intentaba hablar, gritar para hacerles saber mi cometido allí, no lo conseguía.
Finalmente cuando parecía que por fin había conseguido librarme de esa multitud que me ahogaba, me choqué con alguien de espaldas. No sería la primera vez que me pasaba, mi torpeza ya me había jugado muchas malas pasadas, pero cuando me giré... algo en el hombre que me miraba hizo que me estremeciese, una sensación oscura y misteriosa que no lograba comprender. Escuché sus palabras... y lo cierto fue que me ofendieron un poco. ¿Es que las personas no tenían derecho a chocarse?

-Bueno, a lo mejor es usted el que está ciego, caballero, ya que nos hemos chocado ambos y no sólo yo. O quizás lo haya hecho adrede porque le gusta pegarse a todo jovencito que se encuentra por la calle-le dije a modo de seguirle la broma pesada. No iba a consentir que nadie me hablase en ese tono, y mucho menos un completo desconocido con evidentes aires de superioridad.

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