[ Merecida Despedida]

En el corazón del bosque, los árboles se alzaban a ciegas entre una niebla cómplice, acompañados de un inhóspito silencio. La brisa era fría y parecía traer consigo murmullos de ultratumba. Los senderos, antes claramente delimitados, eran ahora difusos e inciertos, y parecían guíar a los caminantes hacia peligros antiguos, o eso se rumoreaba. Pietro, caminante silencioso de pasos ligeros, encontró en aquello un olor especial. Un olor agridulce, doloroso, un olor extrafísico que guíaba sus pasos hacia un lago cercano. Por último y en definitiva, un olor a despedida.

En su camino, se entretuvo intentando precisar en su memoria las personas de las que se había despedido alguna vez, pero pronto desistió en su tarea, sabiéndola imposible. Siendo testigo imperecedero de la decadencia del mundo, pensaba, y de la propia en conjunto, los rostros que antes podía dibujar en su mente con inadvertida exactitud comenzaban a desvanecerse. Con aquello rondándole la cabeza, sonreía con ligera amargura, y pensaba en el destino impuesto como una agonía infinita, la de él y la del mundo, que perduraría hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, no se sentía desdichado. En cambio, se creía capaz y sentía entusiasta sobre la posibilidad de rellenar los pequeños vacíos con nuevos rostros, nuevas pieles, con nuevos encuentros de placer. Sus ojos pardos dieron finalmente con la forma irregular del lago, y sus pasos se detuvieron, permitiendo apreciar aquel cuadro.

El agua, brillante como plata bajo la luz de la luna, permanecía tentadoramente imperturbable, y contra toda su extensión una figura delgada se recortaba, distinguiéndose ante la mirada curiosa del vampiro como una llamativa mujer. La agudización de sus sentidos le permitió detallarla, aún a aquella distancia y de la posición en la que se mantenía, y encontró entonces una mujer entrada en edad, y reconociéndolo sonrió, sabiéndose por mucho mayor, que parecía ejercer un curioso control sobre todo cuanto sucedía en los alrededores. Advirtió sus cabellos rubios, su piel pálida y, por sobretodo, una frialdad que nacía desde su interior.

Impulsado por su curiosidad, se acercó un par de pasos más, y para entonces se encontraba decidido a descubrir aquella mujer. Por alguna razón, la urgencia de alcanzarla, encararla y mirar allí, dentro de aquellos ojos escondidos, logró inquietar al italiano, y aquello pronunció su sonrisa.

Al final, había logrado reducir la distancia que los separaba a poco más que un par de metros, y gracias a sus habilidades su posición no fue delatada, manteniéndose mortíferamente silencioso. Pero, llegado el momento, se adelantó un paso más, un palso en falso e intencional que hizo crujir un montículo de hojas secas en el suelo.

Habiendo captado su atención, se permitió inhalar profundamente, cerrando sus ojos a la par, como captando un aroma sutil en la brisa trémula. Y luego, después de breves instantes, habló con voz grave, aunque susurrante.

- Hacía mucho que no sentía este olor - reconoció, y sus ojos volvieron a abrirse y fijarse sobre los verdes atónitos - Este olor a... - se perdió momentáneamente en su memoria, relacionando el estímulo actual con alguno del pasado - ...despedida - y sus labios se sellaron manteniendo la curva torcida que dibujaba su sonrisa.

Sus pies fueron ágiles. Antes de poder advertirlo, ya se encontraba frente a la mujer, encarándola de forma invasiva. Su sonrisa habitual, torcida, describía placer y dominio de depredador.

Disfrutaba el juego quizás perverso de las reacciones humanas. Le fascinaba la forma natural en la que cada individuo respondía distinto a sus estímulos. Aquella individualidad intrínseca y al mismo tiempo insignificante de cada ser humano constituía uno de sus mayores placeres. Y él, naturalmente, perseguía sus mayores placeres.

Tan cercano como estaba, tenía el privilegio de hurgar en la mirada de la dama impasible. Se asomó inmóvil en el par de ventanas que, frías, conducían a un mundo misterioso, tempestuoso, y con un algo nostálgico. Una nostalgia inconfundible que estaba íntimamente relacionada con el paso del tiempo, con la experiencia dolorosa de saberse testigo de un mundo que se dirigía hacia su propia perdición.

El triste e inevitable camino de la decadencia.

- Más de las que me gustaría - afirmó. No encontró razones para mentir. Aquella verdad, en todo caso, no le suponía una realidad aplastante, dolorosa, sino más bien una prolongación de la esencia agridulce que encontraba en su propia existencia -. ¿Qué hay de usted? - su voz viajaba entre murmullos de una intimidad que Pietro ejercía a voluntad.

Acompañando a sus últimas palabras, alzó uno de sus brazos y con sus dedos alcanzó el rostro de la mujer. Tomó su mentón, obligándole a levantar la mirada con suavidad. Después acarició las pequeñas arrugas que nacían en sus párpados. Veía, a través de ellas, lo único seguro a través del tiempo: la experiencia. Su experiencia.

- ¿Cuántas despedidas recuerda? - el hechizo se armaba en su voz, semejante a hilos que tejían una invitación inmediatamente peligrosa, aunque no por ello desagradable.

No se proponía, sin embargo, lastimarla. El juego que proponía no guardaba relación directa con la muerte. No, ¡por Caín! Que él no era de esos. En cambio, tanteaba puntos estratégicos, buscando reacciones genuinas de la dama. Tenía la intención de distinguir zonas rígidas, en aras de deducir la ubicación de las blandas.

Y allí, en algún punto de aquellas zonas blandas, vendría la puñalada.

O quizás la cura de la herida.