AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Carmen María Salazar.
2 participantes
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Carmen María Salazar.
Nombre del Personaje: Carmen María Salazar.
Edad: Diecisiete años.
Especie: Gitana.
Tipo, Clase Social o Cargo: Clase baja.
Orientación Sexual: Bisexual.
Lugar de Origen: Corona de Castilla, España.
Habilidad/Poder: Percepción de poder.
Descripción Física:
Carmen es como el corazón de un vendaval: candente, arrojada y tempestuosa. Eso toma forma en su forma de observar todo lo que la rodea: desafiante, sin miedo y curiosa de lo que pueda encontrar. Su aspecto, pese a sus esfuerzos por ocultarlo durante sus exploraciones ocasionales, es el de cualquier otro gitano: a menudo utiliza pañuelos y cuentas con que adornar su pelo largo y ondulado, de un moreno oscuro que tan solo por unos tonos rebasan el de su propia piel.
Acostumbrada a una vida nómada, sus manos y pies son fuertes y curtidos, habiendo abandonado hace mucho la suavidad que correspondería a una mujer joven como ella. Sin embargo mantiene la silueta de una adolescente, y en sus ojos sigue viva la llama de la juventud.
De piel oscura, por ese mismo motivo sus cicatrices plateadas y rosadas por el paso del tiempo se ven mucho más. Las más graves las mantiene ocultas a la vista, como por ejemplo la de su pecho o uno de sus antebrazos—el derecho—donde siempre lleva atado un pañuelo para que parezca un mero accesorio y no una forma de esconder su propia debilidad.
Es de complexión delgada y de metro sesenta y pico. A ella le hubiese gustado ser más alta para imponerse más sobre los demás, pero no elije lo que Dios le ha dado. Lo respeta y se guarda sus ilusiones de niña para ella misma.
Siempre viste con faldas anchas y camisolas arremangadas. Sandalias y otros zapatos cómodos para andar. Y accesorios, muchos accesorios. Tiene unos pantalones y unas botas para usar en sus escapadas nocturnas, que mantiene escondidos con más celo que su propio rosario, siempre colgado de su cuello.
Descripción Psicológica:
Edad: Diecisiete años.
Especie: Gitana.
Tipo, Clase Social o Cargo: Clase baja.
Orientación Sexual: Bisexual.
Lugar de Origen: Corona de Castilla, España.
Habilidad/Poder: Percepción de poder.
Descripción Física:
Carmen es como el corazón de un vendaval: candente, arrojada y tempestuosa. Eso toma forma en su forma de observar todo lo que la rodea: desafiante, sin miedo y curiosa de lo que pueda encontrar. Su aspecto, pese a sus esfuerzos por ocultarlo durante sus exploraciones ocasionales, es el de cualquier otro gitano: a menudo utiliza pañuelos y cuentas con que adornar su pelo largo y ondulado, de un moreno oscuro que tan solo por unos tonos rebasan el de su propia piel.
Acostumbrada a una vida nómada, sus manos y pies son fuertes y curtidos, habiendo abandonado hace mucho la suavidad que correspondería a una mujer joven como ella. Sin embargo mantiene la silueta de una adolescente, y en sus ojos sigue viva la llama de la juventud.
De piel oscura, por ese mismo motivo sus cicatrices plateadas y rosadas por el paso del tiempo se ven mucho más. Las más graves las mantiene ocultas a la vista, como por ejemplo la de su pecho o uno de sus antebrazos—el derecho—donde siempre lleva atado un pañuelo para que parezca un mero accesorio y no una forma de esconder su propia debilidad.
Es de complexión delgada y de metro sesenta y pico. A ella le hubiese gustado ser más alta para imponerse más sobre los demás, pero no elije lo que Dios le ha dado. Lo respeta y se guarda sus ilusiones de niña para ella misma.
Siempre viste con faldas anchas y camisolas arremangadas. Sandalias y otros zapatos cómodos para andar. Y accesorios, muchos accesorios. Tiene unos pantalones y unas botas para usar en sus escapadas nocturnas, que mantiene escondidos con más celo que su propio rosario, siempre colgado de su cuello.
- Spoiler:
Descripción Psicológica:
{ El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero,
porque nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño.
porque nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño.
Los potros salvajes me gustan. Son indómitos, salvajes y pasionales, pues se mueven por puro instinto y no cesan en su empeño de disfrutar al cien por cien lo que la vida y Dios les ha regalado. Sí, los potros salvajes me gustan. Quizá porque nos asemejamos no solo en eso, sino en la forma de encarar los problemas que tenemos.
Nadie puede domar a un potro salvaje si no es a base de violencia y represión. Y ni así habría de llamarlo una victoria sobre el animal, porque muy en el fondo él sigue pensando que es libre y que dicha libertad jamás se le podrá arrebatar con unos arreos baratos y un jinete sobre su grupa que no sepa ni espolearlo bien.
Sí, tanto los potros salvajes como yo adoramos correr. Adoramos el viento frío azotarnos el rostro y el cabello en forma de cortantes ráfagas que cuanta más velocidad adquieren más mortíferas se vuelven. Y yo, observando los páramos de Castilla donde me crié, no puedo evitar pensar que mi espíritu aún sigue vagando por él, escapando del mundo en el que le ha tocado vivir y en el que, no obstante de lo mencionado, aún sigue encontrando belleza.
Unos dicen que soy demasiado soñadora. Risueña, si se prefiere. Impulsiva. Otros que soy inmadura, que aún no soy consciente de los verdaderos peligros que encierra el mundo. Otros mantienen el consenso recíproco de darme en llamar estúpida, sin más, pero yo sé que hay algo bueno en este mundo y que Dios vela por nosotros cuando las adversidades amenazan con superar nuestra ilusión como meros hombres. Porque eso es lo que somos. Yo lo sé, soy consciente de ello. Lo he visto con mis propios ojos, y cuando un escalofrío me recorre la espina dorsal y me avisa de que el peligro se acerca no me quedo a encararlo. No, no soy una necia que cree ser más fuerte de lo que realmente es.
No, la vida y la miseria me han enseñado que más vale huir y vivir sana y salva antes que morir como una heroína, o si acaso un proceso de ello. Por eso he corrido tantas veces como un perro con el rabo entre las piernas. Por eso mis pies están desgastados de haber recorrido calles mohosas y recubiertas de porquería solo con tal de conservar la cabeza sobre los hombros.
Sí, soy una niña sin experiencia en la vida que no sabe lo que encarna el verdadero sufrimiento. Por eso elevo plegarias a Dios para agradecerle cada día que me haya dotado con un don que me permite sortear esas adversidades de la única manera que domino: la huída.
Nadie puede domar a un potro salvaje si no es a base de violencia y represión. Y ni así habría de llamarlo una victoria sobre el animal, porque muy en el fondo él sigue pensando que es libre y que dicha libertad jamás se le podrá arrebatar con unos arreos baratos y un jinete sobre su grupa que no sepa ni espolearlo bien.
Sí, tanto los potros salvajes como yo adoramos correr. Adoramos el viento frío azotarnos el rostro y el cabello en forma de cortantes ráfagas que cuanta más velocidad adquieren más mortíferas se vuelven. Y yo, observando los páramos de Castilla donde me crié, no puedo evitar pensar que mi espíritu aún sigue vagando por él, escapando del mundo en el que le ha tocado vivir y en el que, no obstante de lo mencionado, aún sigue encontrando belleza.
Unos dicen que soy demasiado soñadora. Risueña, si se prefiere. Impulsiva. Otros que soy inmadura, que aún no soy consciente de los verdaderos peligros que encierra el mundo. Otros mantienen el consenso recíproco de darme en llamar estúpida, sin más, pero yo sé que hay algo bueno en este mundo y que Dios vela por nosotros cuando las adversidades amenazan con superar nuestra ilusión como meros hombres. Porque eso es lo que somos. Yo lo sé, soy consciente de ello. Lo he visto con mis propios ojos, y cuando un escalofrío me recorre la espina dorsal y me avisa de que el peligro se acerca no me quedo a encararlo. No, no soy una necia que cree ser más fuerte de lo que realmente es.
No, la vida y la miseria me han enseñado que más vale huir y vivir sana y salva antes que morir como una heroína, o si acaso un proceso de ello. Por eso he corrido tantas veces como un perro con el rabo entre las piernas. Por eso mis pies están desgastados de haber recorrido calles mohosas y recubiertas de porquería solo con tal de conservar la cabeza sobre los hombros.
Sí, soy una niña sin experiencia en la vida que no sabe lo que encarna el verdadero sufrimiento. Por eso elevo plegarias a Dios para agradecerle cada día que me haya dotado con un don que me permite sortear esas adversidades de la única manera que domino: la huída.
{ El tiempo va sobre el sueño, hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen oscuras flores de duelo. }
Ayer y mañana comen oscuras flores de duelo. }
Historia:
Si por mí fuera, jamás habría abandonado Castilla. La vida allí no era tan mala como cabía imaginarse, más aún cuando continuamente nos llegaban rumores y habladurías acerca de los duros tormentos que otros paisanos como nosotros tenían que aguantar.
Mi familia mantenía en secreto su origen gitano. Eran una troupe que viajaba en grupo bajo la tapadera de dominar las artes de la medicina, la historia o la alquimia. Tres cuartos de ello mentira, pero creíble, lo que nos proporcionaba el sustento necesario para subsistir en un país donde los de nuestra calaña no se merecían más que el desprecio de aquellas pálidas y rechonchas figuras que se burlaban de ellos montados en sus carruajes.
Cuán envidiosa he podido llegar a sentirme con respecto a esas damiselas perfectas y recatadas cuando veía mi reflejo en el agua y solo veía una chica mohosa, maloliente y sin ningún tipo de belleza. Mis labios eran demasiado grandes para mi gusto, mi figura, demasiado plana. Mi pelo demasiado enmarañado y sin forma alguna. Incluso odiaba el color de mi piel: oscuro, moreno como el chocolate y el caramelo.
Cientos de días andando bajo el Lorenzo candente daban sus frutos, me imagino, porque en donde en su día hubo un bebé de piel rosada e inmaculada ahora solo quedaba el despojo de ese bonito recuerdo: una niña destrozada por sufrir demasiadas adversidades en tan poco lapso de tiempo. Un cuerpo recubierto de heridas y cicatrices, unas más pequeñas o más visibles que otras, pero imborrables. Un recordatorio constante de lo que yo era.
No, cualquiera que nos veía, a los míos y a mí, esbozaba una mueca de desagrado. Y yo lo entendía. Si pudiese haber elegido, yo también habría sido una adolescente gorda y rubia que se ríe de los que son inferiores a ella. Porque en nuestra sociedad clasista no había igualdad, ni mucho menos libertad. Aquellas dos se compraban, y no a un bajo precio.
Por eso, cuando una banda de forajidos mató y masacró mi troupe y mi familia, mi vida se vino abajo y yo cambié por completo. Si antes había mantenido viva esa llama infantil que los niños tienden a llamar esperanza aquello ya no estaba. Era el resquicio de mi existencia anterior, cercenada por litros y litros de sangre derramada. Ahora, si cierro los ojos, sigo siendo capaz de ver la mueca retorcida de mis padres con los ojos abiertos de par en par y totalmente aterrorizados mirándome, como si estuvieran pidiéndome auxilio. Sí, por eso no soy capaz de dormir.
Los únicos sueños que tengo—o pesadillas, más bien—están relacionados con aquel siniestro. Mi cuerpo ha aprendido a aguantar hasta que no puedo más, y entonces me sumerjo en un estado de duermevela intermitente hasta que consigo recuperar parte de mis fuerzas. Pero, oh, si soy capaz de algo más que de tejer joyas con cuentas y venderlas en la plaza yo nunca podré saberlo, porque he aprendido a aceptar mi austero modo de vida como un sacrificio para honrar la memoria de mis padres.
He llegado a esta nueva familia gracias a mi acogida en una nueva troupe. Tuve suerte, soy la primera que es consciente de ello, pero no por eso dejo de bajar la guardia. Llevo poco tiempo con ellos, y todos somos iguales… Al menos en ciertos aspectos. Pocos son los que saben de mi habilidad paranormal y no tengo intención de cambiar ese hecho. Bastante difícil es disimular los escalofríos que siento cuando una criatura se acerca, ni que decir tiene las mentiras que he podido llegar a inventar para desviar el rumbo de las carretas o abandonar un sitio por temor a que otra catástrofe como la que azotó a mi troupe originaria nos sacuda.
No, no confío en ellos plenamente, pero tampoco soy una necia. Sé que no habría sobrevivido sin ellos, y por eso les debo lealtad. Nada salvo ellos podría despertar en mí el deseo de venganza que mantengo latente en algún sitio de mi joven corazón. No tengo más de diecisiete años, pero mis ojos han visto más sangre que muchos ricachones con más de dos décadas sobre sus espaldas.
Cuando ingresé a la troupe que iba camino de París, dos de sus bailarinas intentaron enseñarme a bailar. Y digo intentaron, porque si en un principio di muestras de poder seguir sus pasos acelerados y musicales cuando las fuerzas me abandonaban y yo cedía ante las pesadillas que me atormentaban más que hierros candentes sobre mi piel yo ya no podía concentrarme en aprender a ser útil.
Me replegué a la retaguardia y allí, en la sombra de una de las carretas, aprendí a tejer. Aprendí a alejar de mí sueños y anhelos durante lo que me parecieron los dos años más largos de mi vida.
Cuando yo ya cumplía quince, hubo una fiesta. Después de un año recorriendo terrenos europeos mis ojos habían visto más mundo del que alguna vez pude imaginar, y ya sabía defenderme con tantas lenguas como sitios había visitado. Y algo más. Descubrieron en mí una hermosa capacidad para el canto, pese a que cuando supe que ellos me habían escuchado no volví a atreverme a cantar hasta pasados meses.
No por desconfianza, sino vergüenza. Sin embargo, tengo mucho que agradecerles. Ellos me devolvieron, poco a poco, la ilusión de un corazón joven roto durante mucho tiempo. Tal y como dicen: el tiempo lo cura todo. Y cuánta verdad encerrada en ello.
Así, ahora cumplo diecisiete y compagino mi labor de trabajo con cuentas y lanas en mi troupe de gitanos con actuaciones ocasionales en las que doy rienda suelta a mi imaginación desbordada y canto, canto y canto hasta que mi garganta ya no puede más. Eso nos da muchos beneficios de los espectadores que nos observan en la plaza, y pese a que yo no me tengo en tanta estima como ellos parecen tenerme a mí, se lo agradezco tanto que más de una vez me he retirado a mi carreta a llorar en silencio y a rezarle a Dios por darme una oportunidad para sentirme algo más que una huérfana raquítica e idiota.
Si por mí fuera, jamás habría abandonado Castilla. La vida allí no era tan mala como cabía imaginarse, más aún cuando continuamente nos llegaban rumores y habladurías acerca de los duros tormentos que otros paisanos como nosotros tenían que aguantar.
Mi familia mantenía en secreto su origen gitano. Eran una troupe que viajaba en grupo bajo la tapadera de dominar las artes de la medicina, la historia o la alquimia. Tres cuartos de ello mentira, pero creíble, lo que nos proporcionaba el sustento necesario para subsistir en un país donde los de nuestra calaña no se merecían más que el desprecio de aquellas pálidas y rechonchas figuras que se burlaban de ellos montados en sus carruajes.
Cuán envidiosa he podido llegar a sentirme con respecto a esas damiselas perfectas y recatadas cuando veía mi reflejo en el agua y solo veía una chica mohosa, maloliente y sin ningún tipo de belleza. Mis labios eran demasiado grandes para mi gusto, mi figura, demasiado plana. Mi pelo demasiado enmarañado y sin forma alguna. Incluso odiaba el color de mi piel: oscuro, moreno como el chocolate y el caramelo.
Cientos de días andando bajo el Lorenzo candente daban sus frutos, me imagino, porque en donde en su día hubo un bebé de piel rosada e inmaculada ahora solo quedaba el despojo de ese bonito recuerdo: una niña destrozada por sufrir demasiadas adversidades en tan poco lapso de tiempo. Un cuerpo recubierto de heridas y cicatrices, unas más pequeñas o más visibles que otras, pero imborrables. Un recordatorio constante de lo que yo era.
No, cualquiera que nos veía, a los míos y a mí, esbozaba una mueca de desagrado. Y yo lo entendía. Si pudiese haber elegido, yo también habría sido una adolescente gorda y rubia que se ríe de los que son inferiores a ella. Porque en nuestra sociedad clasista no había igualdad, ni mucho menos libertad. Aquellas dos se compraban, y no a un bajo precio.
Por eso, cuando una banda de forajidos mató y masacró mi troupe y mi familia, mi vida se vino abajo y yo cambié por completo. Si antes había mantenido viva esa llama infantil que los niños tienden a llamar esperanza aquello ya no estaba. Era el resquicio de mi existencia anterior, cercenada por litros y litros de sangre derramada. Ahora, si cierro los ojos, sigo siendo capaz de ver la mueca retorcida de mis padres con los ojos abiertos de par en par y totalmente aterrorizados mirándome, como si estuvieran pidiéndome auxilio. Sí, por eso no soy capaz de dormir.
Los únicos sueños que tengo—o pesadillas, más bien—están relacionados con aquel siniestro. Mi cuerpo ha aprendido a aguantar hasta que no puedo más, y entonces me sumerjo en un estado de duermevela intermitente hasta que consigo recuperar parte de mis fuerzas. Pero, oh, si soy capaz de algo más que de tejer joyas con cuentas y venderlas en la plaza yo nunca podré saberlo, porque he aprendido a aceptar mi austero modo de vida como un sacrificio para honrar la memoria de mis padres.
He llegado a esta nueva familia gracias a mi acogida en una nueva troupe. Tuve suerte, soy la primera que es consciente de ello, pero no por eso dejo de bajar la guardia. Llevo poco tiempo con ellos, y todos somos iguales… Al menos en ciertos aspectos. Pocos son los que saben de mi habilidad paranormal y no tengo intención de cambiar ese hecho. Bastante difícil es disimular los escalofríos que siento cuando una criatura se acerca, ni que decir tiene las mentiras que he podido llegar a inventar para desviar el rumbo de las carretas o abandonar un sitio por temor a que otra catástrofe como la que azotó a mi troupe originaria nos sacuda.
No, no confío en ellos plenamente, pero tampoco soy una necia. Sé que no habría sobrevivido sin ellos, y por eso les debo lealtad. Nada salvo ellos podría despertar en mí el deseo de venganza que mantengo latente en algún sitio de mi joven corazón. No tengo más de diecisiete años, pero mis ojos han visto más sangre que muchos ricachones con más de dos décadas sobre sus espaldas.
Cuando ingresé a la troupe que iba camino de París, dos de sus bailarinas intentaron enseñarme a bailar. Y digo intentaron, porque si en un principio di muestras de poder seguir sus pasos acelerados y musicales cuando las fuerzas me abandonaban y yo cedía ante las pesadillas que me atormentaban más que hierros candentes sobre mi piel yo ya no podía concentrarme en aprender a ser útil.
Me replegué a la retaguardia y allí, en la sombra de una de las carretas, aprendí a tejer. Aprendí a alejar de mí sueños y anhelos durante lo que me parecieron los dos años más largos de mi vida.
Cuando yo ya cumplía quince, hubo una fiesta. Después de un año recorriendo terrenos europeos mis ojos habían visto más mundo del que alguna vez pude imaginar, y ya sabía defenderme con tantas lenguas como sitios había visitado. Y algo más. Descubrieron en mí una hermosa capacidad para el canto, pese a que cuando supe que ellos me habían escuchado no volví a atreverme a cantar hasta pasados meses.
No por desconfianza, sino vergüenza. Sin embargo, tengo mucho que agradecerles. Ellos me devolvieron, poco a poco, la ilusión de un corazón joven roto durante mucho tiempo. Tal y como dicen: el tiempo lo cura todo. Y cuánta verdad encerrada en ello.
Así, ahora cumplo diecisiete y compagino mi labor de trabajo con cuentas y lanas en mi troupe de gitanos con actuaciones ocasionales en las que doy rienda suelta a mi imaginación desbordada y canto, canto y canto hasta que mi garganta ya no puede más. Eso nos da muchos beneficios de los espectadores que nos observan en la plaza, y pese a que yo no me tengo en tanta estima como ellos parecen tenerme a mí, se lo agradezco tanto que más de una vez me he retirado a mi carreta a llorar en silencio y a rezarle a Dios por darme una oportunidad para sentirme algo más que una huérfana raquítica e idiota.
Datos Extras:
— Como ya habéis podido comprobar, su mejor dote es el canto. Con voz de soprano, ninguna canción se le resiste.
— Tiene un rosario de madera que perteneció a su madre, y que siempre lleva con ella.
— Ha dado indicios de tener ritmo y capacidad para bailar, pero se niega en rotundo.
— Le encantan los animales.
— Tiene varias cicatrices a lo largo del cuerpo. La que más sobresale es una que le cruza el pecho. Es su recordatorio constante de lo que ocurrió con su familia y lo que la insta a huír en cuanto se siente en peligro.
— Por consiguiente siempre la tapa para no dar muestras de debilidad. Por eso, es prácticamente imposible verla con escote. Solo en los que Carmen confía se han ganado ese mérito, lo que incluso en su troupe es un suceso plenamente extraordinario.
— Le encanta escuchar los pianos. Cada vez que puede se queda fuera de los locales donde escucha las leves notas inundar el ambiente, y su corazón se acelera inevitablemente.
— Es una pícara en potencia. No respeta las reglas y nunca lo hará.
Carmen M. Salazar- Gitano
- Mensajes : 11
Fecha de inscripción : 26/02/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Carmen María Salazar.
FICHA ACEPTADA
Bienvenida a Victorian Vampires
Bienvenida a Victorian Vampires
Un personaje interesante, sin lugar a dudas.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 7350
Fecha de inscripción : 19/06/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
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