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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Deimos Van Brewster Miér Feb 29, 2012 12:11 am

El barco atracó en el puerto a media tarde, después de una travesía de varias semanas desde la India. Repleto de mercancía y alimentos que en aquella época, eran extremadamente codiciados por la guerra. Media Europa se encontraba entre disputas, las cosas escaseaban o eran monopolizadas por unos con pocos con dinero. El resto, moría en el hambre y la miseria, esperando por milagros celestiales para sobrevivir. Era por eso que el negocio del comercio daba tanto dinero aunque las travesías no eran seguras, entre los piratas y las tormentas, muchos perdían la carga en altamar y quedaban en la ruina. Pero The Queen, propiedad de un inglés loco, tenía como tripulación hombres de mar, marineros curtidos, corsarios y ladrones, el tipo de hombre que luchaba a brazo partido por su dinero. Además, Walker, el Capitán, les pagaba lo suficiente para que quisieran conservar el barco con sus vidas.

Deimos voceó un par de órdenes a los hombres, que aseguraron el navío al muelle. Había que descargar la mercancía a los diferentes compradores a tiempo, incluyendo una suya que le reportaría buen dinero. Con el tiempo y ocho años de experiencia, se convirtió en la mano derecha de Walker, que no solo lo dejaba a cargo de las ventas, sino que también le permitía invertir y ganar un poco de capital. Gracias a eso, Deimos tenía un buen dinero ahorrado, por si algún día decidía dejar sus aventuras de mar, aunque no tenía intenciones de hacerlo en ningún futuro próximo. Planeaba trabajar unos años más, hasta que pudiese tener su propio barco y negocio de comerciante. Mientras, aprendía el manejo de las mercancías y adquiría experiencia para dirigir a su propia tripulación.

Unas horas mas tarde, toda la mercancía estaba fuera de las bodegas y lista para entregar. El trabajo pesado había terminado y era tiempo para algo de distracción. Deimos se unió a los jóvenes que reían y bromeaban sobre la noche que les esperaba por delante, vino, aguardiente y mujeres, así derrochaban la abundante paga que Walker les daba cada mes, pero para eso eran marineros. No tenían otra vida o aspiraciones, nada de visión para imaginar un futuro mejor que ese. Así eran felices y por esa noche, él se uniría a esa felicidad colectiva, que se extendió toda la noche por cada bar y burdel de la ciudad.

Al amanecer y con un par de tragos de más, caminaban por las calles con las botellas en la mano y cantando canciones de mar a toda voz. Más de uno recibió una piedra o una jarra de agua, que no detuvieron el concierto, ni las risas. Estaban demasiado felices para dejar que nadie se los estropease y demasiado bromistas también.

-Miren eso.- llamó uno de los muchachos, señalando el Palacio frente a ellos –Dicen que la Reina es una mujer hermosa y muy amargada también.- se escuchó una carcajada general.

-Eso porque no ha pasado una noche conmigo.- comentó otro de los jóvenes marineros con arrogancia y todos se burlaron otra vez.

-Tengo una idea,- lo interrumpió un tercero –Entramos y quien salga con el objeto más valioso, paga la última ronda.

La propuesta fue acogida con entusiasmo y risas debido a la borrachera. Ninguno reparó en el peligro verdadero de entrar a un lugar repleto de soldados, donde si los atrapaban robando, la pena sería la muerte. Se dispersaron buscando diferentes puntos de entrada, acordando reunirse en el barco antes de zarpar. Deimos encontró un lugar por los jardines y después de escalar un árbol, cayó directamente dentro de ellos. Eran enormes y podía perderse, pero la luz del Palacio lo guió entre la oscuridad y llegó fácil. Aquello era una locura, la parte semilúcida de su consciencia de lo gritaba, pero el alcohol y la emoción ganaban la batalla a la cordura. Tomaría lo primero que encontrase, no necesitaba ganar, solo llegar con algo en las manos para evitar las burlas y mantener la cabeza sobre su cuello.

El balcón de mármol blanco a un costado del jardín, le pareció una buena oportunidad para acceder al interior. Una columna cubierta de enredaderas le serviría para escalar y como marinero experto, en unos minutos ya subía y saltaba dentro del.

-Aquí debe haber algo valioso y alguien olvidó cerrar la ventana, !qué emoción!- comentó para si mismo con una risita irónica –Con suerte encontraré una sirvienta amable o quizás, a su Majestad para quitarle la amargura.

El ruido de unos pasos abajo hizo que se callara, estaba hablando demasiado alto y estupidecez, tenía terminar la maldita apuesta y salir de allí antes de que lo colgaran. Se coló por la ventana con cautela y se percató de que estaba en una habitación y no un salón como había pensando. El lugar era muy elegante, a pesar de que estaba sumido en una oscuridad total y el perfume de una mujer flotaba en el aire. No del tipo de gusto que una sirvienta podía darse, ¿dónde estaba? Inmediatamente reparó en la enorme cama de dosel y quedó hipnotizado. La mujer dormía profundamente, relajada y sumamente hermosa. Una criatura perfecta, de cabellos castaños, piel de mármol, ¿cómo serían sus ojos? De pronto sintió unos deseos irresistibles de mirarlos y se acercó, presa de una curiosidad y atracción fueran de lo común a la que sin embargo, no podía ni quería resistirse. ¿O era lo ebrio que estaba? Se inclinó hasta que su rostro estuvo a centímetros del femenino, su respiración le golpeaba la mejilla y el aroma que invadía la habitación, le llegó mucho más fuerte. Solo había una manera de ver sus ojos y esa era despertándola, lo cual era una verdadera locura. Lo apresarían al momento, pero eso no le importaba, todo lo que quería él, era saber el color de sus ojos.

Extendió una mano para acariciar los cabellos esparcidos sobre la almohada, suaves como la seda y entonces ella se movió. Imperceptible en el inicio, sus labios se entreabrieron para murmurar algo que a Deimos le pareció incomprensible. Estaba despertando y él no podía moverse, ni dejar de mirarla. Seguramente gritaría y él todavía no iba a moverse de allí hasta que no viese sus ojos, que un segundo después, se abrieron y lo observaron con una mezcla de asombro, enojo y desconcierto. Lo próximo sería el grito, lo veía venir y lo detuvo de la única manera que se le ocurrió, sosteniendo sus manos a cada lado y plantando un beso en sus labios, suave, dulce y tierno pero exigente, una combinación de todo lo que su imagen le provocaba, bajo el hechizo en el que lo había sumido. Se ocuparía de los gritos y las bofetadas después.


Última edición por Deimos Van Brewster el Sáb Mar 17, 2012 11:04 pm, editado 1 vez


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La cima de un beso, en un brinco suicida. Empty Re: La cima de un beso, en un brinco suicida.

Mensaje por Shanon Owen Jue Mar 08, 2012 5:20 pm

Ya entrada la madrugada el resplandor de la luna brillaba contra las marmóreas baldosas del balcón. La fría brisa invernal provocaba el baile de las cortinas de seda que adornaban su ventana contra las hojas de la misma una y otra vez. El liviano y corto camisón de la mujer rozaba y se enredaba entre sus piernas sin descanso, acompañado de la fina capa que la cubría. De fondo podía escuchar con total claridad los festejos que se estaban celebrando en el corazón de la ciudad. Al parecer había recién llegados ya que de otro modo no se explicaba tal tumulto y griterío. Esa era una buena razón para ordenar a sus guardias que estuvieran bien atentos a las entradas de Palacio, no le apetecía tener indeseados de visita turística.

La Reina se hallaba apoyada sobre sus codos en la barandilla de piedra, recargando así su peso para perder su mirada en las inmediaciones de los jardines. Todo el Palacio, menos el turno de guardia correspondiente y algún que otro sirviente, se encontraba durmiendo. Todos menos ella, que aún seguía despierta cual ave nocturna sin poder dejar de pensar en los últimos sucesos que le habían acontecido. Meses atrás había tenido la oportunidad de reencontrarse con su creador. Si bien eso había resultado para ella un revuelto de emociones, definitivamente había decidido lo correcto al alejarse de él.

El reloj de pared dio las 3. Ya era suficiente por hoy, cansada o no necesitaba irse a dormir. En pocas horas más amanecería y era recomendable que descansara para el día siguiente, todavía tenía demasiados asuntos por atender. Desde su re ascenso al trono las reuniones con aristócratas, cortes y demás gente no dejaban de sucederse. Empezaba a estar agotada de todo eso, pero por desgracia era lo único que lograba tenerla lo suficientemente ocupada como para no pensar en otros asuntos.

Entró de nuevo en la habitación, depositando la capa en la silla de su tocador, decidiendo que dejaría la ventana de la terraza abierta con las persianas corridas. Esa brisa lograba relajarla y no quería cortar su acceso. De todos modos sus damas siempre entraban a asegurarse de que la luz del amanecer no penetrara en su habitación así que ya se encargarían ellas de cerrarla.

Contra todo pronóstico logró quedarse dormida al momento cayendo en un profundo sueño. Uno demasiado turbulento. Las imágenes se sucedían en su mente con demasiada fuerza y rapidez. Momentos pasados, felices al lado de un hombre que si bien había logrado robarle el corazón también se lo había roto con la misma facilidad… Esa felicidad se vio desplazada instantáneamente por imágenes de peleas, luchas, insultos e incluso guerras… Una huída, un periodo duro de reflexión en el que decidió que nunca más le sucedería aquello. Ya estaba bien de ser engañada y manipulada como una vil marioneta.

Shanon se removía en la cama presa de las pesadillas sin percatarse de nada de lo que sucedía a su alrededor. Normalmente se inmutaría hasta de un alfiler que cayera al suelo pero aquella noche… Nada. Ni siquiera notó la presencia de alguien, un humano, entrando como un ladrón en sus aposentos. En medio de aquella locura y su desesperación por salir de aquel sueño lo único que sintió de repente fue una extraña calidez recorriendo su mejilla, unos leves tirones producidos por unos ágiles dedos que peinaban su pelo con suavidad. Una agitada respiración sobre su rostro y por último el fuerte aroma a sangre demasiado cerca de sus labios, un aroma tan potente que le demandó ser atendido en ese mismo instante…

Sobresaltada por la fuerte sensación de sed que quemaba su garganta inexplicablemente, abrió los ojos con rapidez, sintiéndose gravemente confundida e iracunda cuando descubrió al intruso peligrosamente cerca de ella. ¿Quién era él? ¿Un vulgar ladrón o un asesino? Antes de que pudiera reaccionar para apartarlo de ella la sorprendió aún más con un acto que sin duda le saldría caro, pero que para bien o para mal la dejó unos minutos fuera de combate.

Aquel hombre hizo lo último que la vampira se esperaba. La besó. La besó de un modo que hacía demasiado no experimentaba. Era un beso exento de furia, de demanda, de deseo descontrolado. Era un beso más bien dulce, suave… ¿cariñoso? Eso no podía saberlo, no había sido nunca muy partidaria de ese último sentimiento. Aunque también exigente y ardiente. La mezcla perfecta que hizo que la mujer dejara de batirse por liberar sus manos un momento para dejarse perder en ese beso, recorrer esos carnosos labios hasta profundizarlo a su placer.

De un rápido movimiento dobló una de sus piernas haciendo palanca para colocarse encima de él. Le dedicó una media sonrisa al ver su cara estupefacta por verse así de forma tan rápida mirándole fijamente a los ojos. Una vez debajo del cuerpo de la mujer se las ingenió para ser ahora ella quien tomaba las muñecas del varón y con ello las riendas de la situación. Se apartó solo unos segundos para disfrutar del aroma de su sangre directamente de su cuello, demasiado cerca de la vena que latía ahora con demasiada rapidez casi rozándola con sus colmillos. Por suerte para él notó como trataba de liberarse de ella, un vano intento puesto que un humano poco podía hacer frente a la fuerza de un ser inmortal y menos cuando este desea su sangre con un fervor casi incontrolable. Ante tal insistencia comenzó a ejercer presión con sus muslos para retenerle logrando así ser capaz de reaccionar correctamente ante la situación. Shanon parpadeó un par de veces como si volviera de una ensoñación antes de poder volver a la realidad.

- ¡¿Quién demonios eres tú y qué estás haciendo?! – Gritó abofeteando al hombre - De aquí no te mueves ya así que ni lo intentes, no eres quién para mi… - Su mirada se tornó ahora severa y fría, sus ojos color miel ahora tornados de un color carmín por la sed que seguía acuciándole. - ¿Quién te crees que eres entrando en mi cuarto? Vas a pagar muy caro tus actos y mucho más tu último atrevimiento. - Un plebeyo se había colado en el cuarto de la Reina y eso no podía ser perdonado.

- ¡Guardias! – La llamada fue lo suficientemente alta y clara para que, dos segundos más tarde, tres guardias se presentaran ante su puerta. Los tres hombres entraron con gran estrépito en el cuarto, prendiendo las luces.

- ¡¿Se puede saber cómo ha logrado entrar este hombre en mis aposentos?! – Exigió saber enojada. – Llévenselo ahora mismo a la sala del trono, será ajusticiado inmediatamente. ¡Deprisa!

De forma servicial los tres guardias apresaron al hombre que se encontraba aún atrapado bajo el cuerpo de la Reina con una extraña expresión que ella creyó reconocer como de diversión y conocimiento de que había cometido un grave error. Y lo mejor era que no tenía la menor idea de lo que se le avecinaba. Una vez sola de nuevo en su cuarto se cubrió por encima con su capa sin abrochar y bajo de inmediato al salón, haciéndose paso entre otros tantos guardias y sirvientes que habían bajado alertados por los gritos ocupando su lugar en el trono. Momento en el que por primera vez, creyó ver empalidecer al vulgar asaltante.


La ambición seduce, el poder corrompe.
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Mensaje por Deimos Van Brewster Sáb Mar 17, 2012 11:03 pm

Lo sabía, muy en lo profundo todos sus instintos se lo gritaban, que aquello era una locura, que entrar allí sería un suicidio, que lo iban a colgar como a un vulgar ladrón, pero ni todo eso, hizo que se detuviera cuando sus labios tocaron los de la mujer. Fríos y a la vez tan cálidos, dulces, suaves, como la miel, como el néctar de la eternidad en la que quería quedarse besándolos. Su cuerpo respondió al instante, traicionándolo completamente, sucumbiendo a los deseos de abrazar el cuerpo femenino y deslizar sus manos por el hasta descubrir cada rincón de su piel. Sin quererlo descuidó la presión de las manos sobre las muñecas de la fémina, absorto en la danza de sus labios, a la que ella se unió sorpresivamente y sin reparos, disfrutando del contacto tanto como él o más incluso.

Sin embargo, fue una fracción de segundos en la que Deimos perdió la noción de lo que ocurría y la recuperó, cuando la mujer se volteó con fuerza, superior a la suya, y lo apresó con sus piernas bajo su cuerpo. ¿Era de las que tomaba iniciativa? Bien por él, entonces había entrado a la habitación correcta del Palacio, esa noche se llevaría el premio mayor, ¿o no? Un beso en el cuello, o eso le pareció, hasta que sintió el leve rasguño de los incisivos de una...vampiresa sobre su piel, entonces cayó en la cuenta. No estaba ante una mujer normal, la fuerza, la frialdad de su cuerpo, el magnetismo absurdo que lo atraía incluso en ese momento, en que no podía despegar los ojos de ella, era su presa y se había metido en su habitación solo para terminar como su cena.

De pronto, la mujer lo miró como su hubiese regresado los pensamientos de otro lugar. A punto estuvo de reír por la situación, muy divertida excepto por el hecho de que lo abofeteó con fuerza y se puso a gritar como loca, taladrando la cabeza con un dolor insoportable, producto del efecto de una noche de fiesta interminable...o no tan interminable, estaban a punto de cortar su cabeza. Minutos después varios guardias irrumpieron en la habitación, sacándolo a rastras de la cama, dentro de todo, apenas logró captar varias palabras: plebeyo, trono, ajusticiado.

Ah sí, ya estaba más que jodido, lo llevarían a la presencia de los mismísimos reyes.

Deimos trató de pensar en alguna justificación para cuando estuviese en su presencia, pero de su agotado cerebro solo surgieron pensamientos encaminados a una cama, preferiblemente en compañía de la mujer que acaba de besar. No podía decir eso, siempre quedaba espacio para la verdad, los amigos, la ebriedad, la apuesta, juego estúpido de muchachos jóvenes, pero cayó en la cuenta que develar esa información podía meter en problemas al resto de sus compañeros. Entonces no sería solo él a quien apresaran, sino a media tripulación de irresponsables.

Todavía se planteaba las posibles respuestas, cuando finalmente llegaron a la sala del trono, bastante concurrida a pesar de las altas horas de la noche. No era para menos, con los gritos que ella había dado, que todavía resonaban en su cabeza, todo el Palacio estaba ya en pie. Cerró los ojos y suspiró, si eran sus últimos momentos, entonces se los tomaría con humor, a fin de cuentas, no ganaba nada con suplicar y tampoco lo haría, era demasiado orgulloso para eso...quizás disculparse, pero suplicar, nunca. Alzó la mirada cuando los guardias lo plantaron frente al trono y...!oh, sorpresa!

Esta vez no pudo reprimir la sonrisa.

Era ella quien estaba sentada en el trono, aún con la bata de dormir, casi transparente que poco dejaba a la imaginación, si no fuese por la capa real que cubría el cuerpo de la mujer. La conclusión era más que evidente, se había colado a la habitación de la propia Reina y si no fuera suficiente, la había besado. Lo peor, es que en ese momento, no se arrepentía de ninguna de las dos cosas. La sonrisa se amplió ligeramente en sus labios y la recorrió de pies a cabeza con descaro, ya que, igual lo echaría a los perros, al menos iba a deleitarse ahora que finalmente su rostro estaba iluminado. Para Deimos, era la criatura más hermosa que hubiese visto en mucho tiempo y la más deliciosa también. Impulsado por la locura, o quien sabe si por el extraño efecto que tenía sobre él, avanzó unos pasos hacia ella, lo suficiente para que lograse escucharlo. Un golpe lo obligó a poner rodilla en tierra, esbozando una mueca de dolor, pero que no aplacó sus deseos.

-Me declaro culpable Majestad,- comenzó, ¿qué demonios hacía?, “se supone que tienes que decir lo contrario hombre”, le repetía la molesta vocecita de autoconservación a la cual ignoró – Si va a condenarme, pido un último deseo...- una sonrisa maliciosa se instaló en su rostro – Que me bese una vez más, como lo hizo hace unos minutos en su habitación. Y no soy menos culpable en ese deseo que usted.

El idiota había firmado su sentencia de muerte, como Reina y como vampiresa, podía aplastarlo con un solo dedo. Al menos se daba el gusto de desafiarla públicamente.

-No es justo que me utilice así, yo le dí lo que me pidió Alteza, ahora es su turno.- agregó con una seriedad fingida, la burla bailaba en el brillo travieso de sus ojos.


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