AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mirka Hroššová
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Mirka Hroššová
De cuerpo delgado debido al no exceso de comida que adquiere. Más bien bajita, de una estatura de alrededor de 1,65 m. Al principio sus pechos eran más bien pequeños, pero después de dar a luz crecieron un tanto. De pies pequeños y finos. Tiene un cuerpo bonito, de curvas no muy exageradas pero notables.
Su pelo es rubio, largo hasta casi la cintura y ondulado. Sus ojos son de un azul intenso, grandes y almendrados, rodeados de pestañas largas. Los labios rosáceos , ni muy finos ni muy gruesos, carnosos. La nariz es fina y no muy grande.
Su vestuario no es muy amplio. Posee tres o cuatro vestidos, quizá cinco que va alternando a lo largo de los días. Elige los más elegantes para el trabajo en el Club Louvier. Siempre lleva puesta su capa de piel de oso cuando sale a la calle. No se la presta a nadie. Los zapatos, los más baratos que pudo encontrar. Nada del otro mundo.
“Corazón de piedra. Alma de hielo”
No tiene pudor alguno, no tiene vergüenza de nada. Pasar por manos de tantos hombres la ha hecho insensible a los desnudos. No se escandaliza cuando un hombre se desnuda ante ella, tanto en la intimidad como a la vista de la gente. Le gusta disfrutar cada momento, hacer lo que quiere, cuando quiere y con quien quiere. Le gusta la diversión, aunque no muchas veces la experimenta. Tampoco siente remordimientos cuando roba. No le gusta enzarzarse en peleas, las evita siempre que puede e intenta huir siempre.
Abandonar a Mia en la iglesia hizo que sus sentimientos se helaran por completo. No siente cariño por nada más que por sigo misma, y tampoco es que se aprecie demasiado. Nunca se perdonó abandonar a su hija, aunque lo hiciera hacía años. No muestra empatía, no llora por nadie. Es desconfiada, pero eso no impide que se vaya a la cama con los hombres que acaba de conocer. Para eso no tiene reparos. Es cariñosa en la cama, pero una vez terminado el momento de placer es fría como el hielo. Le gusta coquetear con los hombres atractivos.
En ocasiones es desagradable cuando se la trata. Contesta de malas maneras cuando está irritada. No le importa no guardar las formas delante de la gente de clase alta. La educación que le impartió su padre reposa junto a sus sentimientos, escondidos en algún rincón oculto. Aunque al menos esta la saca a pasear de vez en cuando, sobre todo la lectura. La escritura no tanto.
Nunca ha amado a nadie exceptuando a Mia. Nadie sabe como es la Mirka enamorada. Ni siquiera ella lo sabe. Le da miedo compartir su vida con alguien, preocuparse por esa persona y temer por que algo malo le pase. Tiene miedo a enamorarse y que el corazón le estalle en mil pedazos de nuevo.
‘La puta errante’. Así me llaman. ¿Cómo me gane el título? Una buena pregunta.
Mi nombre es Mirka. Vivía en una bonita casa, una casa enorme. Un palacio. El recibidor tenía al menos el tamaño de una casa pequeña. Mi habitación era tan grande que podía tener mi propia casa completa dentro. Los terrenos abarcaban cientos de hectáreas, llenas de árboles perfectamente alineados y unos cuantos pavos reales que hacían del Palacio Hroššová.
Praga no quedaba muy lejos a caballo desde nuestra casa, escasos diez minutos al paso. Veinte si viajábamos en coche. La princesa praguense me llamaban. Mi padre, Janik Hroššová, era un gran señor muy respetado. Para mí era un héroe. Había conseguido todo aquello con sus propias manos, y nos lo había dado todo a mis hermanos y a mí. Yo era la pequeña de 9 hermanos y hermanas. Todos ellos vivían con sus esposos y esposas fuera de Praga, algunos en pueblos vecinos, otros, generalmente mis hermanas, vivían con sus señores en países vecinos. Yo era su niña, la única que permanecía a su lado. Mi madre murió cuando me dio a luz, por lo que nunca la llegué a conocer.
Yo tenía 18 años cuando mi padre celebró aquel fantástico baile. Llegaron grandes señores de muchos sitios. Pero sólo tenía ojos para una persona. El marqués Filipe D’Montblanc. Le había visto alguna vez en reuniones anteriores, pero era demasiado pequeña. Simplemente era un compañero de juegos. Aquella noche no dejé de mirarle, y cuando él me devolvía la mirada sonreía. Jugaba con los mechones de pelo que caían sobre mis hombros retorciendo los rizos, e incluso llegué a morderme el labio un par de veces cuando las miradas entre nosotros se mantenían más de un par de segundos.
La noche transcurrió así hasta la hora del baile. Me invitó a bailar, y yo completamente cegada por sus ojos castaños dije que sí. Una mano se posó en mi espalda suavemente, mientras con la otra me cogía la mano y la alzaba hasta la altura del hombro. Bailamos en círculos, haciendo que mi vestido se moviera al mismo ritmo que nuestros pies. Olía a flores, y sus ropas eran de seda y terciopelo, extremadamente suaves. Mientras mi mano derecha se mantenía sobre su hombro, noté como la que él tenía en mi espalda iba bajando poco a poco. Al principio me ruboricé y la devolví a su posición original con la mano, sin brusquedad. Pero él no desistió. Su mano bajó más abajo aun y me atrajo hacia él. Mi corazón latía más rápido que nunca. Noté un bulto en su entrepierna, y él supo que yo lo noté. Sin haberme dado cuenta, me llevó hasta una esquina del salón, cerca de una de las puertas que daba a las habitaciones. Las palabras que me susurró a continuación no las he olvidado nunca. ‘Acompáñame’ me dijo, y cogiéndome de la mano, me guió por mi propia casa hasta una de las habitaciones de invitados.
No había visto nunca esa habitación, pero tampoco era de extrañar. Había tantas y tantas repartidas en tantos pasillos que era imposible acordarse de todas. Una vez estuvimos dentro cerró la puerta y la atrancó desde dentro. Me hice la tonta, pero sabía sus intenciones. Se acercó suavemente hacia mí y comenzó a desabrocharme el cordón del corsé del vestido. Tiró de uno de los extremos y note como la presión que ejercía sobre el pecho se disipaba. No hice nada por impedirlo, tampoco quería realmente. El corsé se calló al suelo, y me quede con el torso desnudo. Después, todo fue demasiado deprisa.
Me tiró sobre la cama y el fue detrás. Me quitó lo que me faltaba de ropa, que no era mucha, y me encontré desnuda debajo de él. Abrió un poco su pantalón y casi sin darme tiempo a darme cuenta de lo que pasaba comenzó a embestirme. Dolía, dolía mucho. Por suerte todo termino deprisa. Unas cuantas lágrimas habían corrido por las comisuras exteriores de mis ojos hasta las sábanas, llenas de sangre ahí donde nuestros cuerpos se habían unido. Me dio un suave beso en los labios, casi superficial, se levantó, se limpió el miembro y se vistió. Yo me quedé allí, miré como salía. Me vestí muy despacio, aun tenía la entrepierna dolorida. Una vez estuve lista salí, dejando la mancha de sangre donde estaba.
Intenté olvidar aquel encuentro, definitivamente no fue lo que yo esperaba. Pero no fue tan fácil como había pensado. Tres meses más tarde mi vientre comenzó a tener una pequeña curva que no pronosticaba nada bueno. Llegó un momento que no podía ponerme el corsé, me apretaba tanto que me mareaba. Dejé de llamar a las sirvientas para que me vistieran, pero no podría aguantar mucho más. Me puse un vestido flojo de color granate y bajé al comedor decidida a contarle el secreto a mi padre. El encuentro con el marqués francés fue el peor error de mi vida. Una hora después de que mi padre supiera que esperaba un hijo estaba andando hacia ninguna parte, ya lejos de mi casa. Anduve durante días siguiendo el camino que unía los pueblos. No tenía dinero, la ropa era la misma que elegí el día que mi padre me echo, ese vestido granate lleno de barro.
Uno de los días me alcanzó un hombre que llevaba un carro. Le paré y le supliqué que me llevara detrás, junto a los sacos y la fruta. Llovía a cántaros. Al principio dudó, pero finalmente pude subir. Me llevó un largo trecho y cuando llegamos a la siguiente bifurcación paró el carro. Quería cobrar, pero yo no tenía nada. Se lo hice saber, pero no se conformó. Me agarró del brazo y me lanzó al suelo con fuerza. Yo abracé la barriga, cada vez más grande, mientras aquel hombre me tumbaba boca abajo. Noté como me penetraba mientras la criatura se aplastaba contra el suelo. Entendí que esa era su forma de cobrar mi viaje. Una vez terminó me dejó tirada encima del barro, dolorida y humillada. Llegué como pude a los bordes del camino donde empezaba el bosque y me acurruqué debajo de un árbol. Lloré hasta que me quedé dormida.
Pasaron los días, y hubo muchos caballeros que como aquel primero saldaron mis deudas con mi cuerpo. Al principio me intentaba resistir, pero el bebé era cada vez mayor y tenía menos fuerzas. Además, ya me iba acostumbrando. Llegué a ofrecerme antes que ellos decidieran, sobre todo si me resultaban atractivos. Uno incluso me regaló una capa de piel de oso. Qué amable.
Di a luz en un callejón de un pueblo del cual no recuerdo el nombre, quizá nunca lo llegué a saber. Era una niña preciosa, pequeña, pero bellísima. La abracé contra mi pecho y la di de mamar allí mismo. A pesar del viaje y mis amantes pasajeros, había nacido bien. Yo acababa de cumplir 19 años. Pasé parte de la noche observándola, maravillada, enamorada. Aquella criatura tan frágil era mía, mi hija. Mia, así la iba a llamar. Tenerla entre mis brazos me había producido tanta felicidad que hasta pasadas unas horas no me di cuenta de que no podía seguir viajando con ella. No podía cuidarla, no tenía nada. Una capa de piel de oso que un hombre me regaló. Me di cuenta de que esa sería la última vez que la vería, que la cogería en brazos. Lloré. La abracé contra mi pecho y lloré toda la noche. Ya de madrugada me acerqué a la pequeña iglesia de aquel pueblo y la dejé en la puerta envuelta en una de las capas de mi falda. Esperaba que alguien la acogiera y la cuidara por mí. Le di un último beso y me alejé. Aguarde en las sombras hasta que el sacerdote la recogió y la puso a salvo dentro de la iglesia. Ese fue sin duda la decisión más dura que tuve que tomar en mi vida. No había un dolor que pudiera igualar al que sentí en el momento de dejarla en la puerta. Me marché de allí para no volver. Cada paso que daba notaba como una coraza de piedra cubría mi corazón, y los sentimientos se helaron y se ocultaron en algún recóndito rincón.
Seguí caminando por los caminos más anchos que encontraba a mi paso. Seguía viajando en carros a cambio de favores. Ya no me costaba pagar con mi cuerpo, la experiencia y mi falta de sentimientos eran suficientes para permitirme algo más que viajes ‘gratuitos’. Conseguí comida y cama en algunas ocasiones. Realmente, era lo único que podía ofrecer.
Vagué durante días, meses. Años. Cuando llegué a París, todavía sin saber muy bien como, rondaba los 23, casi los 24. Vagué por sus calles, cobijándome en callejones y casas abandonadas de los barrios bajos. Unos meses después y sin saber muy bien cómo, conseguí un trabajo en la recepción del Club Louvier. Eso me abrió una puerta importante, pude conseguir una casa y comida, algo que no había tenido hasta ese momento...
~ Su única posesión es la capa de piel de oso ~
~ Mientras vivió en su casa aprendió a leer y escribir, pero ahora no le sirve de mucho ~
~ No vive de su cuerpo, ya no le hace falta en realidad. Sólo lo usa para su disfrute ~
~ No le ha contado a nadie su historia y la forma en la que se buscó la vida para llegar a Paris ~
Última edición por Mirka Hroššová el Mar Mar 13, 2012 3:21 pm, editado 1 vez
Mirka Hroššová- Humano Clase Baja
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Re: Mirka Hroššová
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Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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