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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Carolina Van de Valley Mar Mar 06, 2012 5:35 am

Si el destino hubiese sido bienaventurado, aquella noche habría gozado de la plácida compañía de mí misma y un piano. Pero como la ventura bien poco presume de benévola, quiso que me topase de bruces con una cara pasada, una que hacía tanto casi tanto daño como si del recuerdo vívido del que perdí se tratara. Y no iba yo poco desencaminada cuando pensé que tenía que ser una ilusión, pues del vigoroso Marek Bártok sólo pude adivinar la sombra. Pero no quiero adelantar acontecimientos, así que, empezaré por relatar desde el principio.


Podría haber sido en cualquier otro lugar, o, directamente, pudiera no haber sido. Pero el hecho es que el encuentro se produjo en el Hotel des Arenes. Llegué allí a las 8 en punto, hora conveniente en la que el astro dorado ya se hubo puesto. Monsieur Blanchette, que siempre había presumido de ser una persona puntual y precisa para lo que a negocios y monedas se refería, me retuvo allí más de treinta minutos. Pero tampoco me incomodó sobremanera, después de todo, tenía todo el tiempo del mundo. Agoté mi tiempo en la cafetería del hotel, sin si quiera probar gota de la bebida de color sugerente, hasta que Blanchette hizo su aparición. Después de disculparse por su inoportuna tardanza. Hablamos largo y tendido acerca del negocio que teníamos entre manos. Si todo salía como ambos deseábamos, mi pequeña sinfonía sería interpretada en el decimosexto cumpleaños de su primogénito. Y es que, a eso mismo me dedicaba; fabricaba composiciones para las fiestas de burgueses acaudalados mientras dedicaba el poco tiempo que me sobraba a completar mi ballet.

Una vez nos hubimos despedido, sin más problemas, dilaciones o retrasos, cada uno marchó a continuar con sus asuntos, aunque poco se iba a imaginar el francés remilgado que mis tareas poco tenían que ver con las de una señorita de mi posición, que, a pesar de no estar en demasiada estima, sí que gozaba de una cierta consideración que prefería mantener.

No obstante, lo que no podía yo cavilar era que la fortuna tenía otros planes para aquella noche del mes de enero. Que si por mí hubiese sido, me hubiera marchado de aquel hotel cuanto antes para seguir con mis dudosas cuestiones (que, en realidad, no eran tan dudosas, sólo requerían entrega), pero la figura conocida de un antiguo amigo; poeta, a veces fanfarrón, a veces taciturno, me detuvo en ese instante. Que parece ser que la tardanza de monsieur Blanchette iba a conllevar algo bueno, después de todo.
-O mis ojos me engañan, y rara vez lo hacen, o el que tengo frente a mí es el mismísimo Marek Bártok-repuse con una sonrisa, un gesto que no era normal en mí mas en reencuentros como aquéllos bien merecían un detalle. "O la sombra de lo que fue" Y es que, el poeta no era de los que renunciaban al lujo y las fiestas así como así, y verlo con aquellas vestiduras sólo me pudo indicar una cosa; que no pasaba por su mejor racha.

Le tomé todas las confianzas del mundo, no en vano, Friedrich y él habían sido compañeros de fullerías y, por la parte que a mí respectaba, ambos habíamos gozado de largas y tendidas charlas acerca de arte, música y literatura. De hecho, Marek Bártok podía presumir de ser uno de los pocos mortales a los que Friedrich había guardado un gran aprecio y por el cual había hecho afirmaciones tales como "por ellos, quizá, merezca algo la pena la raza humana". Que yo, en realidad, sabía los planes de mi maestro para con el poeta polaco, pero nunca se llevaron a cabo.
-Cuán ocurrente es el destino, ¿qué haces en París?-pregunté, empleando el francés, un idioma que ambos conocíamos y que, de hecho, fue el que habíamos utilizado para dirigirnos en otros tiempos.
El hecho de que yo no era muy dada a la conversación, Marek lo sabía de sobra, pero volver a ver al polaco, después de tanto tiempo, me dio el impulso necesario para saber cómo le había ido tras todos estos años.
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Mensaje por Invitado Mar Mar 06, 2012 4:46 pm

Le gustara o no, aquella era su nueva vida, atendiendo los lujos a los que ahora él no podía acceder, era extraño que aún se tratara de un nombre reconocido, sí, era el mejor poeta polaco de su generación, como más de uno le había dicho, limpiando los pisos del ostentoso Hotel Des Arenes. Qué se le iba a hacer, ese licor no se paga solo era su mantra para mantenerse cuerdo ante los trabajos serviles que ahora hacía. Su esplendo se había ido, su esplendo monetario al menos, ese cerebro liado y genial seguía en el mismo exacto sitio y el alcohol en lugar de hacer algún tipo de mella, parecía estimularlo.

Era un mozo cualquiera, bueno, tal vez no tan cualquiera, sus compañeros de trabajo eran jóvenes que se abrían paso, él más bien se sentía en su decadencia, aunque no era precisamente anciano.

-¡Bartók! –gritó uno de sus superiores porque tal parecía que no podían hablar de otro modo, mucho menos si se dirigían a sus subordinados, mucho menos si se dirigían a él en específico, quien siempre se las apañaba para dormirse en el armario de las escobas-, ¡alguien derramó algo en la entrada! –eso era todo lo que siempre recibía, un incidente y una localización, nunca una orden clara, porque como lacayo que era, debía entender para qué le eran proporcionados aquellos datos, ese era su papel ahora, y siempre, la verdad es que sólo tuvo una buena vida en Cracovia, donde se codeó con otros artistas y la gente bonita de alta sociedad. Muchos aún lo recordaban, muchos aún estaban atentos a ver qué publicaba, pocos sabían su paradero real. Y a nadie le importaba.

Sin mucha opción y con pereza atroz tomó el trapeador y el cubo con agua para ir a limpiar el desastre, es decir, el lujoso Hotel Des Arenes no podía recibir a sus pomposos clientes con una mancha de quién sabe qué cosa en la entrada. Su vida a partir de su primer divorcio no había sido fácil, así que a la fuerza aprendió a hacer todos los quehaceres, esto era sólo aplicar esos conocimientos y recibir un pago mísero por esa labor.

Dejó el balde de agua en el suelo y se dispuso a comenzar cuando una voz lo llamó por su nombre completo, era raro que alguien lo hiciera, en París sus superiores le decían “Bártok” y para la gente en las tabernas era simplemente “el polaco”, giró el rostro en busca de aquella persona que se interesaba en él.

Cuando finalmente la localizó tuvo que tomarse un segundo o dos para caer en cuenta quién era, Carolina, siempre con Friedrich, estiró el cuello en busca del segundo pero parecía que ella iba sola y aunque lo encontraba en una penosa situación, le sonrió con descaro, aunque atrás había quedado el joven poeta que departía en tertulia junto a nobles y aristócratas, estaba lejos de avergonzarse de su actual paradero.

-Carolina –dijo con esa voz varonil y suave que lo caracterizaba, estaba de más hacer un comentario sobre su apariencia idéntica a como la recordaba, siempre supo quién era Friedrich y quién era ella, o mejor dicho, qué eran ambos. Dejó de lado su tarea y se acercó a ella con semblante desenfadado-, como verás, no me encuentras en mi mejor momento –habló con cinismo –pero me las arreglo, de ti no me sorprende verte aquí, siempre viajando, la única pregunta que tengo es, ¿dónde está tu inseparable compañero? –sabía que la respuesta tal vez no fuese agradable, pero lo suyo no era darle vueltas a las cosas.
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Mensaje por Carolina Van de Valley Dom Mar 11, 2012 2:51 pm

Que el poeta no atravesaba su mejor momento era evidente. De cambiar la copa por la fregona sólo podía acentuar una ausencia de caudales que, por otro parte, no me sorprendía del todo aunque sí me apenaba. Marek Bártok siempre había sido un ser cambiante e impredecible, como todos los artistas de su campo. Vividor y caravela, yendo de fiesta en fiesta. Su relación con el alcohol no había pasado desapercibida para mi maestro, pero para él, si el talento del polaco permanecía indemne, bien valía dejarlo estar. Conquistador nato también parecía el tal Bártok, porque a Friedrich lo dejó envelesado, raro en él que no trataba a los mortales más que como carroña. Presumo que le divertía la actitud del joven poeta y que lo creía, hasta cierto punto, osado y audaz. Tal y como él decía "Vive la vida como si nunca se le fuera a agotar". La ironía parecía resultarle graciosa.
Hubo momentos, incluso, en los que temí su abandono y que se marchase con el poeta. "¿Celos, querida? Los celos no son nada elegantes" Pero tórnase distintas las cosas y, sin saber aún por qué, ninguna de mis sospechas se cumplieron. Que de haber sido Marek compañero nuestro de andanzas sangrientas las cosas le hubieran salido distinto, eso seguro.

-Ya se te ve que la fregona no te sienta nada bien. ¿Cómo es posible que un artista de tu talle haya acabado así?-cierto tono de reproche me salió. Decepcionada y apesumbrada también estaba. Que un poeta con tanto talento como Marek estuviese de encargado del mocho en un hotel perdido de París era algo que no me gustaba admitir. Y era porque Marek significaba para mí lo que también hubo sido para Friedrich. Que si mi maestro lo hubiese encontrado en tal estado, no hubiera dudado en prestarle su ayuda y, tanto por decencia como en nombre de nuestra antigua amistad y de todo lo que habíamos pasado juntos, yo también me vi en la obligación moral de mostrarle mi apoyo.

De esperarme era que Marek preguntase por él, mi maestro. Una sombra endureció mi rostro al pensar en el momento de compartir memorias terribles. El recuerdo, no sólo de su pérdida si no también de aquella noche, era tan nítido como el poeta que tenía frente a mí.
-Ya sabes cómo era.-repuse, bajando un tanto la mirada.-Que de tanto decirlo, inmortal se creía. Pero se olvidó de que nada es eterno, ni si quiera nosotros.-emití un suspiro. Él sabía a lo que me refería.

Ganas de venganza nunca me dieron. Mas bien una pena inmensa. Para mí, Friedrich había sido profesor, hermano, abuelo, padre, guía y amante. Rememorar los últimos instantes me era casi imposible, pero reconocía que le debía una explicación más detallada a Marek, aunque sólo fuera en nombre de nuestra antigua amistad.

De pronto, nuestra charla se vio interrumpida por los gritos del que supuse era el superior de mi amigo polaco. Emitía estufidos que, incluso en la melodiosa lengua francesa, sonaban como estruendos. El hombre zarandeaba la escoba sin apartar la vista del pobre polaco.
-Será mejor que nos vayamos a un sitio más tranquilo para hablar, ¿no te parece? Tengo cosas que contarte y, desde luego, también me gustaría escuchar tu historia.

Marchamos hacia la cafetería del hotel, donde los berridos del tercer hombre se hacían cada vez más lejanos. Por supuesto que a estas horas, el lugar estaba en su plena esfervescencia, pues los parisinos gozaban de ser una gente más noctámbula que sus vecinos, los ingleses, aún a pesar de los peligros que suponía la noche de París. No sólo ocupaban las mesas los inquilinos y turistas del hotel, también algunos parisinos preferían el cómodo y bien acondicionado café Des Arenes. Los intelectuales y filósofos abundaban por doquier. De seguro que a Marek le traía algún que otro recuerdo. Tomamos mesa.
-Bueno, adelante, soy toda oídos. Me debes una explicación, Marek Bártok.-comencé, medio en borma medio en serio mientras me quitaba mis guantes de seda largos y los apartaba de la mesa.-¿cómo has permitido esta situación? ¿En qué cabeza...? ¿Cómo es posible...? ¡Eres Marek Bártok!-exclamé, como si eso lo explicara todo. Que el cabreo tampoco iba demasiado en serio, pero como amante del arte que era, en todas sus formas y esferas, y aunque sólo la música fuese mi especialidad y de literatura me describiera como una aficionada, cierta alma de mecenas tenía yo en mí que hacía que se me hirviera la sangre de pensar en un talento como el del polaco echado a perder.-Tus libros deberían ocupar los escaparates del Grand Splendid.-cuando imaginé que mis palabras ya habían mostrado claramente mi indignación de amiga preocupada, mi tono se suavizó.-¿Qué te pasó?
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Mensaje por Invitado Mar Mar 27, 2012 4:16 am

Verla ahí le caía como una fuerte pedrada entre ceja y ceja, una pedrada de realidad, como si hubiese estado aletargado por mucho tiempo, creyendo que en cualquier momento despertaría y caminaría entre las calles, diría su nombre, «Marek Bártok» y las puertas se abrirían. Pero no, esa era su realidad, y aunque se daba cuenta que era tan real como que Carolina ahora se plantada frente a él, algo dentro se removió, algo le habló en un lenguaje que sólo él entendía, ese mismo algo que lo obligaba a escribir versos como si fuese esencial para vivir como respirar aire, y le dijo, en aquel código personal, único y efímero, que desde siempre supo que así, fregando la entrada de un lujoso hotel, terminaría. Sonrió de lado ante su cínico cavilar.

-Cosas de la vida, mujeres que pagan mal –dijo con desfachatada indiferencia en un tono parecido a la broma, ese no era el lugar para contarle en serio su triste historia, con la alta sociedad de parís entrando y saliendo del hotel, mirándolo por sobre sus pomposos hombros charlando con una mujer que evidentemente era de un estrato social diferente al suyo. No era que diera importancia a eso, sólo sabía que hablarle de cómo la gloria decidió abandonarlo no era un asunto que debía tratar mientras tenía aún el trapeador en la mano.

-Oh –dijo asintiendo cuando supo del paradero del eterno compañero de Carolina, o más bien, cuando ella le dijo aquella respuesta vaga, no se necesitaba ser un genio para hacer las conjeturas necesarias y dar con la respuesta-, lo siento –dijo con sinceridad, intentó decir algo más pero su jefe desde la lejanía los interrumpía, cerró los ojos y rio sin poderse controlar, aunque era su jefe y se las arreglaba para parecer “leal” a éste, lo que verdaderamente provocaba en él era tomarlo como un mal chiste. Todo, cómo le gritaba y le daba órdenes, como siendo el mejor poeta polaco de su generación recibía mandatos de la índole de limpiar pisos y cómo el destino se encargaba de jugarle bromas, o a veces, ponía a gente de su pasado que de hecho sí le daba gusto ver, como el vampiro que tenía de frente.

-Espera –atinó a decir cuando ella propuso irse a otro sitio, corrió con el balde de agua y el trapeador hasta el armario donde eran guardados, los dejó ahí, el cubo lleno de agua sucia y el trapeador húmedo, recibiría un regaño por ello, pero ya sería al siguiente día. Solía no prestar atención a su jefe cuando éste vociferaba respecto a su ineptitud. «Soy poeta, no mozo, no debería estar aquí, agradece que alguien que será recordado en años venideros está bajo tu mando» pensaba, nunca lo decía, sólo guardaba silencio y asentía de vez en cuando para demostrar que ponía atención aunque la verdad no lo hacía.

Estuvo a su lado nuevamente y ambos ingresaron a la cafetería del hotel, donde veía a los meseros como amigos y no como esos que iban a serles serviles esa noche, eran compañeros de juerga, para Marek eso eran. Tomaron asiento, cerró las manos sobre la mesa y sintió la maltratada piel quejarse, estaba reseca pues el jabón y el agua sucia no eran un tratamiento embellecedor precisamente. Rio al escuchar todas las preguntas de su vieja amiga y asintió.

-Sí, lo sé, lo sé, y quizá mis libros estén ahí –los pocos que tenía publicados, aunque todos habían sido traducidos a varios idiomas –y la gente que los lee no sabe que su autor está limpiando pisos en un hotel en París –bromeó y luego negó con la cabeza, se puso más serio-, me divorcié… dos veces, perdí el apoyo de mi mecenas que resultaba ser mi suegro... ex suegro -aclaró -viajé… mucho, el alcohol no es buen consejero, ni legal ni administrativo y… bueno, heme aquí –estiró los brazos hacía ambos lados, era una versión resumida de todas las desavenencias que había padecido desde que vio a Carolina y Friedrich por última vez-, sigo escribiendo –apuntó luego –volveré a subir, volveré a estar en la cima–dijo con una convicción pasmosa-, tal vez no en vida –tuvo que aceptar y rio con amargura.

-Pero dime… -cambió de tema-, sé que viajas, si yo tuviera, literalmente, todo el tiempo del mundo, también lo haría, ¿pero qué te trae a París?, ¿sigues escribiendo música?... me da gusto encontrar un rostro conocido –terminó diciendo francamente. De todas las personas que alguna vez vieron sus momentos de gloria, ella era a la que menos se esperaba ver, pero quizá, la que más gusto le daba rencontrar en la eterna ciudad luz.
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Mensaje por Carolina Van de Valley Sáb Abr 07, 2012 4:24 pm

Los ojos curiosos de las gentes más acaudaladas y de bien que estaban aquella noche frecuentando el café Des Arenes no llegarían a comprender cómo es que la bien parecida mademoiselle Van de Valley estaba entablando conversación con un miembro del servicio del hotel. Y no es que yo tuviese un nombre en París ni quisiese mantenerlo. Pero la muchedumbre habla y cuchichea por el simple gusto de darse algo de qué hablar. Por supuesto que a mí no me importaba la pregunta que se hacían en sus insulsas cabezas, y si algo tenía que reprocharme el superior de Marek, que viniese y lo hiciese, porque habían sido muchos años sin disfrutar de la compañía del poeta, aquélla que tan bien le había acaecido a mi maestro, y no pensaba, ni por un instante, dejar pasar la oportunidad de reencontrarme con las venturas y desventuras de mi amigo el poeta.

Ni palabras me salían para el polaco, que ya sabía cuál era su proceder de mucho tiempo ha, y las costumbres de uno no se pueden cambiar, ¡que me lo digan a mí! Y no me sorprendió en absoluto su mala pata para los amores. ¡Ay, los artistas! que a veces me quejaba por querer la gente echarnos todos al mismo saco, pero al cavilar mejor me daba cuenta que de experiencias y amoríos desdichados salían las mejores obras. Para bien o para mal, estábamos destinados a los malos parajes.

Me alegré al escucharlo tan positivo. Marek siempre había gozado de una viveza de espíritu envidiables, y aún con su cinismo habitual, supe que se estaba tomando a bien su situación, que no muchos hubieran podido decir lo mismo. Y por supuesto que allí estaba yo para prestarle mi ayuda. Que mis contactos con el mundo editorial eran más bien pobres, yo lo sabía, pero algo podría hacerse, que al fin y al cabo, todos salían del mismo lugar y todos nos contentábamos con poder llamarmos artistas. De seguro que algún conocido mío tendría contactos con los literatos más acaudalados de la región.

Quizá era tan sólo el hecho de tener delante mío a tan estimado amigo, de una forma tan casual e imprevista, que tampoco sabía yo muy bien cómo actuar en tales situaciones. Yo, que tan bien tenía todo medido y que me creía un témpano de hielo en cuanto a relaciones se trataba, que siempre mantenía la compostura aunque con mi propia hermana estuviese charlando, tan modosita como era siempre...algún complejo de madre se me había pegado, no sé de quién ni de dónde, que no me pude contener ante las palabras que me salieron.

-Bueno, de matrimonio errado, valor cultivado, como se suele decir en Austria. Aplícatelo por dos y algo en claro sacarás para no fallar la próxima vez.-concluí con mi retahíla de reproches. Si me permitía actuar de aquella manera era por la libertad que sentía para con Marek, y que, ¡qué malo era conocerse!, sabía yo que no sería la primera ni la última mujer en la vida de mi flamante amigo, que bien parecido eran sus rasgos polacos y poco tardaría en caer en las redes de otra muchachita, y lo único que quería yo era guardarle de un final como los anteriores.

-Pero bueno, me alegra verte tan positivo, y por descontado puedes contar conmigo para lo que sea que necesites, siempre es bueno tener una cara amiga en un lugar que a penas conoces. Yo tengo algunos contactos, no muchos es cierto, pero podrían echarte una mano. Ya sabes cómo es París, ¡cuna de las artes por excelencia! Aquí todos los bohemios se conocen entre todos. Algún músico habrá con cuñado o primo editor que quiera echar una mano.

Al punto, apareció el camarero, impecablemente vestido con el uniforme de satén del Des Arenes, a tomarnos notas con una flagrante estilográfica, de esas que no todos en París podían permitirse. Con el cabello engominado y la nariz ganchuda, echó una mirada extraña a mi acompañante antes de preguntarnos qué deseábamos. Yo pedí un té, de ésos importados de la India, que llegaban a Europa a través de los británicos, aunque más lo hice por apariencia que porque mi garganta estuviera realmente seca. Cuando el garçon desapareció, me apresuré a continuar con la plática.

-Llevo en París casi dos años. Después...después de lo de Friedrich-comenté, frunciendo un poco el ceño-me instalé en Nuremberg, pero los pueblerinos comenzaron a advertir mi presencia y tuve que salir de allí. Así es como llegué a Francia, aquí hay tantos como yo que sería imposible que dieran conmigo.-traté el tema de la manera más abstracta, no sólo para no llamar la atención del resto de comensales, si no también porque existía en mí un cierto pudor extraño al hablar de mi condición vampírica con alguien que no lo era.-Y bueno, al poco tiempo de estar aquí encontré un trabajo modesto como compositora privada para las fiestas de burgueses y altos mandatarios de la región. Con eso me gano algunos dineros, y así también puedo invertir en mi nuevo proyecto de la ópera.

Pensé en hablarle también de Gregori, pero aquélla era una situación la mar de complicada, ni si quiera yo sabía qué pensar acerca de ello. Era cierto que existía cierta atracción entre nosotros, pero era todo tan destructivo y tan deplorable a nuestro alrededor que no sabía en qué acabaría todo.
-También conocí a un director de orquesta con el que tenía pensando un ambicioso proyecto.-recordé la noche en la que conocí a monsieur Lumière en la noche de la reapertura de su teatro. Había cierta maldad en él, como ya había visto en otros de mis congéneres, pero también pude atisbar un amor impecable y puro hacia la música y toda su esencia. Lamentablemente, ya de él sólo quedaban las ruinas de un teatro y promesas vacías. ¿Cómo era que todos acababan por marcharse? Al menos, me quedaba la satisfacción de haberme reencontrado con un viejo conocido.

-Pero en fín, todo quedó en agua de borrajas al final.-suspiré.-¿Y tú desde hace cuánto que estás en París? ¿Qué tal el trayecto? ¿Estás ya instalado?
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Mensaje por Invitado Miér Abr 25, 2012 5:07 am

Carolina le pareció tan hermosa como la primera vez que se habían visto. Se miró sin querer las manos, maltratadas por los trabajos, ya fuese ese de mozo o en la oficina postal de Wrocław o de cargador en el puerto o de mensajero en Baviera o lo que fuera, pero más allá de los callos, que no eran ya sólo de pluma fuente en las puntas de los dedos pulgar e índice, sino que invadían toda la palma, podía ver las líneas de la edad surcando el dorso, como si los años le hubiesen llegado de golpe pero, ¿no se entendía? ¿Dos matrimonios fallidos más su extraña relación con Ina no eran suficientes? Un trabajo penoso y más denigrante que el anterior. Luego alzó la vista de nuevo hacia Carolina y su rostro impecable, idéntico, y pensó en su propia mortalidad, no como destino fatal, sino como destino inevitable y que, totalmente, le parecía que llevando la vida que llevaba, podía acusársele de haber tardado en llegar ya.

Rio ante sus palabras y asintió, realmente no añoraba a ninguna de sus ex mujeres, ni a las que una vez un trozo de papel, unas arras y unas argollas de oro las unieron a él, ni a las que estuvieron a su lado aun sabiéndolo un perdedor. Supuso que todo pasaba por algo, y dentro, muy dentro, sabía que no había amado, no completamente al menos, y eso, por un lado, jugaba a su favor, eso no lo hacía extrañar y deprimirse y aferrarse a relaciones que parecieron caer en picada desde el primer día. Miró a Carolina con una sonrisa casi inocente, gesto extraño en el rostro del poeta que casi siempre parecía maquinando planes decadentes; agradecía las palabras, no ahondó en el tema porque quizá empezaría a ponerse sentimental y a él no le gustaba parecer un niñito llorón.

-Gracias –fue sincero en su agradecimiento, porque sabía que las palabras de su amiga venían con la misma intención-, ya lo creo, París me pareció un monstruo de metal y ladrillo tan sólo puse un pie aquí, nada comparado con la tranquilidad de Cracovia, me sentí perdido –confesó con franqueza, de nada le valía tratar de engañarla o engañarse –pero ya lo has dicho, este es el lugar en el que debo estar si mi intención es continuar escribiendo –y esa era, de hecho, su intención, la de seguir escribiendo, no lo estaba diciendo por decir algo.

Cuando ella pidió té, Marek pidió vino –no siempre podía tomar vino, así que aprovecharía- el mesero que los atendía se llamaba Charles, y ya lo había sacado más de una vez de alguna taberna cargando ante la imposibilidad de caminar, pero no había problema, Marek ya le había cobrado el favor haciendo lo mismo un par de veces. Compañeros de juerga, eso eran para Marek los meseros y los pinches en la cocina.

Alzó ambas cejas cuando ella confesó llevar dos años en París, eso era mucho tiempo, mucho tiempo para alguien como él que se aburría rápido y que un día podía ponerse de pie y mandar todo por la borda decidiendo que necesitaba nuevos aires y largarse a quién sabe dónde, quizá para alguien como Carolina, dos años apenas eran un suspiro, un guiño de ojos, un momento. No sabía, pero caía en cuenta que el tiempo era relativo para cada persona y el ejemplo más claro eran ellos dos, un mortal que parece niño pequeño con la necesidad de estar haciendo algo para no aburrirse y una inmortal. Asintió ante sus palabras pero guardó silencio, nunca supo si era correcto o no preguntarle demasiado a un vampiro sobre su condición; era pendenciero, pero no idiota como para buscarse problemas con alguien que claramente podía matarlo con una facilidad apabullante.

-¿Ópera? –preguntó entonces, conocía a Carolina y siempre había sido una apasionada de la música, pero aquel nuevo interés por la ópera era más reciente, debía serlo pues él no lo recordaba. Sin embargo, le parecía un paso lógico para alguien que amaba tanto en arte de las notas-. Suena a que tienes todo un plan –dijo y la dejó seguir hablando. La curiosidad pudo más y se atrevió a preguntar; era un ser curioso, sólo con los inmortales se contenía so pena de acabar muerto y desangrado -¿y qué pasó con él y con el proyecto?

Fue a responder algo, pero entonces Charles, el camarero, regresó con el té y la copa de vino, por un momento su atención se distrajo en ese acto; se sintió raro a decir verdad, pues era su colega y algo en el hecho de que le estuviera sirviendo le disgusto. Tomó la copa y decidió no dar mayor importancia eso. Un sorbo y luego otro, había olvidado el sabor de aquel destilado de uvas, ahora acostumbrado a absenta y cerveza y ron cuando bien le iba. Cerró los ojos sonriendo y dejó la copa frente a él y sobre la mesa.

-Ya –finalmente respondió –rento un cuartucho feo no muy lejos de aquí –se encogió de hombros –es pequeño y me atraso con la renta cada vez con más frecuencia, pero es ideal –se encogió de hombros, aquel ambiente tan deprimente le ayudaba a escribir, esa era la verdad-. En realidad llevo poco tiempo en París, un par de semanas, el trayecto fue largo, considerando la falta de recursos, pero me sirvió para conocer algunas ciudades –no en calidad de turista, pero bien o mal las había conocido –ahora creo que me quedaré aquí por un tiempo, a ver qué pasa… -dejó aquello inconcluso, aunque resumía bien su actitud ante el mundo en la actualidad, sólo esperando a que algo pasara.

-La verdad no pensé en buscarte antes, no tenía idea de que estuvieras aquí, de todos modos no quiero causar molestias –lo decía en serio, a nadie, pero sobre todo a ella –entiendo por qué no he escuchado de ti si dices que sólo escribes para fiestas privadas, deberías hacerlo públicamente, muchos de los más respetados compositores hoy en día son lamentables, les doblas en talento –aquello era una especie de consejo. Marek era de la idea de hacer lo que uno hacía mejor, no importando adversidades. Un pensamiento algo optimista viniendo de él, pero era sólo un escalón más en su escalera de descaro; todos podrían decirte que no eras capaz de hacer algo, y el polaco creía que, mejor aún que abofetear con guante blanco, era escupirles en la cara demostrando que sí se podía.
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Mensaje por Carolina Van de Valley Sáb Jun 09, 2012 2:22 pm

Hacía años (¡Siglos tal vez!) que no veía la luz del Sol, pero estar en aquellos momentos junto con Marek Bártok se asemejaba muchísimo a sentir unos cuantos rayos de luz en tantos ratos de penumbras, al menos, así se me antojaba. Que nada da mayor felicidad que toparse con un rostro tiempo ha conocido en medio de una marejada de caras cenicientas y obsoletas. No me había puesto a calcular hasta ahora el tiempo que había pasado desde la última vez que el polaco y yo nos hubimos encontrado. ¿Cinco? ¿Diez? ¿Once años? Mucho tiempo para la mente humana, sólo un instante para nosotros. Y aún así, aún así... A mí también se me figuraba lejano el tiempo de las fiestas en casa de Bártok. Pero ya bastaba de pensamientos grises y de llorar el pasado, que pena sentía por mi maestro, claro que sí, más que nada en el mundo, pero la vida corre, y ahora me quedaba la música al menos. La música, y mi recién encontrado amigo, claro.

-¿Que qué ocurrió? Él era un cretino y se marchó sin si quiera avisar. Dejó su teatro y me dejó a mí con la miel en los labios de una promesa de triunfo en los escenarios. -arrugué la frente, todavía furiosa por lo que entendía como traición al más puro estilo de los bandoleros españoles. No le echaba en cara el haberse ido de la ciudad, a fin de cuentas, nosotros, los inmortales, éramos así. Nunca nos quedábamos demasiado tiempo en una ciudad, y procurábamos no hacer demasiados lazos ni con ella ni con sus gentes, salvo con honrosas excepciones (como mi compañero aquí delante), porque ello sólo suponía ponernos en peligro.
No, no le reprochaba el haberse marchado, le reprochaba el haberme dejado. Al final, todo se va. Una vez entendido éso se llega a la madurez de un artista.

-Pero ni un pensamiento más voy a malgastar en él, que ya sufrí lo suficiente. Ahora sólo quiero centrarme en mi obra. -ladeé una sonrisa de satisfacción. En verdad que hasta a mí misma me sorprendieron mis palabras. ¿Yo, Carolina Van de Valley, mirando hacia el frente y no hacia atrás? ¡Quién me hubiera visto! A decir verdad que los dos años en París me habían cambiado en cierta forma. Y quizá...quizá ya iba siendo hora de dar segundas oportunidades (y yo sabía a qué me refería)

Era de suponer que Marek Bártok había acudido a París sin un plan preciso. "A ver qué pasa...", había dicho. Conocía ese sentimiento, la excitación, podría decirse, de lanzarse a un país desconocido a la aventura, esperando buenas nuevas. Yo había hecho lo mismo al llegar aquí, pero las visicitudes de la vida nos habían puesto a Marek y a mí en situaciones diferentes. Con unos cuantos ahorros que había ganado en Nuremberg puse rumbo a la capital francesa. No me costó demasiado despegar, encontré un apartamento medio decente cerca del centro, y al poco tiempo trabé amistad con el director del conservatorio de París, que me conseguía algunos clientes. Sí, había tenido suerte.

-Sí, bueno. La verdad es que escribo para fiestas privadas y bajo un pseudónimo por cuestión de intimidad. A decir verdad...tengo miedo de que alguien pueda darme caza -bajé la vista e hice una pausa-. París no es sólo la capital de los artistas, también es peligrosa. Y hay que andarse con cuidado. No sólo nosotros -no quise decir nada más. De seguro que Marek entendería a lo que me refería, porque él conocía mi secreto, y sabía de qué éramos capaces de hacer los de mi clase. Mi sueño de utopía quedaba lejos hoy en día, sólo me quedaba ser discreta y escapar si la situación se ponía difícil-. Pero bueno, todo requiere un pequeño sacrificio. Yo sólo quiero hacer música. -me encogí de hombros, como si eso lo explicase todo.

Casi me entraron ganas de matarlo al escucharlo hablar así.

-¿Pero qué molestia ni qué ocho cuartos? No seas bobo, Marek Bártok. No eres ninguna molestia. Deseo ayudarte, por nuestra amistad. Y ya sabes que no creo demasiado en las mamarrachadas del Destino, pero, si nos hemos encontrado precisamente ahora después de tanto tiempo, es por algo. -ladeé una sonrisa-. Escúchame, dentro de unas semanas estrenan un obra de teatro aquí en París, de un autor inglés -me acerqué un poco más sobre la mesa-. El director del conservatorio de París, con el que mantengo amistad, me ha invitado. Creo que sería una ocasión perfecta para tí, para que se den cuenta de que Marek Bártok aún sigue vivito y coleando. Acudirán personas importantes: actores, editores, escritores, patrocinadores... Deberías ir, podría hablar con el director y seguro que no me negará otra entrada. -concluí. Había aceptado la invitación por no ser grosera con el director, pero supe desde el primer instante que no iba a ir. No era demasiado fanática de los bodorrios parisinos. Pero ahora que me había encontrado con Marek, la situación cambiaba, y podía ser una oportunidad para mejorar poco a poco su precaria situación actual.


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Mensaje por Invitado Sáb Ago 18, 2012 2:53 am

Marek tuvo una especie de regresión en el tiempo, de esas a las que muy pocos mortales tienen el privilegio de experimentar. De pronto estuvo en Cracovia y le presentaban a Carolina junto a su Sire, mejor dicho, fue Friederich quien se la presentaba, y el polaco, airoso de pacotilla como era, de inmediato fijó sus atenciones en la dama aunque sabía de sus posibilidades nulas, en primera porque aún estaba casado con Agnieszka y en segunda porque, al igual que el hombre que la acompañaba, Carolina era inmortal y siempre sintió todo lo sobrenatural más allá de su entendimiento y por ende, imposible de amar de forma física y sólo posible de forma platónica. Lógica de poeta, lógica que resultaba sin sentido para otros, pero que funcionaba de motor para una mente como la de él, que en su genialidad caótica, evidentemente trabajaba de maneras distintas y bajo sus propias reglas.

La conversación que estaba teniendo esa noche –a penas después del crepúsculo- con esa misma mujer, que no había cambiado un ápice vapuleándolo con el golpe de su propia mortandad, le recordó la primera vez que cruzaron palabras, aquella vez en la ciudad polaca en la que intercambiaron ideas sobre el arte, un concepto subjetivo pero siempre interesante desde los miles de enfoques que se le podían dar. Y hablaron de poesía y de música, desde luego, después de arte en general, después del futuro, y fue hasta ese día que Marek comprendió que aquello había sido discutido desde púlpitos muy diferentes, que para Carolina algo de esa índole carecía de los matices que él le atribuía y viceversa, se daba cuenta entonces (se autonombró tonto en ese instante) que la volvía a tener de frente con los años pesando sobre él y ligeros sobre ella, y que le hablaba de sus vesanias como él lo hacía también. Distinto, simplemente el tiempo y todo lo que lo contextualizara o tuviera que ver con ese tópico, era distinto entre ambos. Miró el fondo de la copa de vino que antes bebió y que había vaciado en un solo trago, sonrió porque siempre lo hacía cuando esas epifanías insignificantes e intrascendentes cruzaban por su mente. Remansos de silencio en el ruido constante contenido dentro de su cráneo. También rio cuando ella contó con aquel tono cándido lo que había pasado, pensando que todo artista era un forastero que tiene que permanecer nómada en aras de la salud de su arte. Quizá ciertas cosas no eran privativas de razas o clases, eran simplemente comportamientos que se repartían por oficios, como el oficio del arte.

Alzó el rostro y ambas cejas al escuchar la preocupación ajena, parpadeó y cayó en cuenta que así como había vampiros dedicados al exterminio humano (había escuchado leyendas), también existían humanos empeñados en erradicar la amenaza de los chupa sangre. La cosa era estar en guerra, sin entender que la paz era más sencilla y sobre todo, menos costosa. Pero eso qué demonios le importaba a Marek, un guerrillero de su propia existencia y un hombre empeñado en crear conflicto, en su nombre llevaba su cruz, Marek del dios romano Marte, el de la guerra.

-Entiendo –se limitó a decir, asintiendo y alzando la copa para cambiar de tema. Charles, su compañero de juerga aunque por esa noche extraña, su mesero, atendió al llamado y sin mediar palabras se llevó la copa para traer otra llena de regreso, el poeta convertido en mozo dio un sorbo breve, tímido, poco usual en él –el sacrificio vale la pena –había afirmado, pero en realidad la sentencia salió equívoca, quería hacerla en forma de pregunta. Aunque aficionado –amante, cuidador, fiel protector, pero también herrero y artesano- del lenguaje como era, prefirió que hubiese sido de aquel otro modo, sonaba menos espeluznante.

Rio después, con esa risa desparpajada y franca, esa risa contagiosa aunque algo en ella dice que se está burlando de ti, sin saber que se burla de todos, incluido el propio Marek. Se sintió halagado ante las palabras de Carolina y por un momento, después de su risa, no supo qué decir. Sopesó las palabras que acababa de escuchar, solía ser impulsivo y terco y atrabancado y necio, pero por una vez se detuvo a medir los alcances de una decisión.

-Suena… -dudó –suena bien –dijo entonces imaginándose los rostros de la alta sociedad parisina al verlo entrando al lado de Carolina, y no porque de su brazo fuese prendada una de las mujeres más hermosas que conocía, y que seguramente muchos conocían, ese era un regalo a parte, sino porque sería como si un muerto reapareciera, se levantara de su tumba –de ese museo de muertos que uno lee en los libros, porque todo nombre impreso en las pastas de un tomo, es automáticamente un muerto- y viniera a azorar a la buena y tranquila París. Sí, lo haría, vaya que lo haría-. Me encanta la idea –su voz cambió de cariz, esta vez era Marek en total uso de sus facultades, ni duda, ni timidez, ni mengua, sólo seguridad, sorna y una diversión que luce insana pero a la que quieres pertenecer-. Tendrás que hablar con mis patrones –advirtió –para que me den ese día libre, seguro a ti no te dicen que no, pero si voy yo se limitarán a darme una patada en el trasero sin tener la decencia de contestar mi petición –sonaba a broma, no lo era.
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Mensaje por Carolina Van de Valley Vie Ago 31, 2012 12:32 pm

Por un momento me llené de temores vanos, y aventuré que tal vez Marek no aceptase mi oferta, pues, el Diablo sabe bien cómo destruir la buena suerte de los miserables, y algo en mi fuero interno se atemorizaba a pensar en una negativa del poeta, y que por ende nuestros caminos estaban pues destinados a separarse de nuevo a penas se volvían a juntar, tal y como ocurrió con Gregori. Claro que el caso del alemán había sido distinto; aceptar mis sentimientos por él me había resultado difícil, y no porque él no se dejase, si no porque hace tiempo que a mí me costaba abrir mi corazón (no sólo desde la muerte de Friedrich, tal vez ya desde lo de Clotilde). Y total, ¿para qué? Pues de nuevo estaba sola y Gregori... Bueno, si se fue para no herirme no le puedo reprochar nada, estaba desbocado a un final. Y no podía evitar pensar que tal vez Marek desaparecería de igual forma. ¿Podría soportarlo?

Pero entonces me llegó su voz firme, alegre, dicharachera y despreocupada. La voz de aquel a quién parecía no importarle nada porque el mundo le pertenecía, o eso creía. ¡Mi necio poeta! (y digo “necio” de la manera más cariñosa posible). ¡Cuán tonta era yo! Todos esos miedos estúpidos los achaqué a mi eterno pesimismo, pues al caso supe reconocer en esa sonrisa picaresca del polaco que por nada del mundo Marek Bártok iba a perderse tan digna ocasión.

-Éste es el Marek que conozco. Ya temía yo que ibas a decir que no, pero Marek Bártok nunca puede perderse una fiesta -le sonreí con complicidad. Parecía mentira. Uno tiende a pensar que con el tiempo, las amistades, como el amor y todo en esta vida, se marchitan, se congelan como en ese palacio de la historia de un danés loco. Y al poco, si da la casualidad de que se vuelven a encontrar pasados cinco, diez o treinta años, se tratan de extraños, con una frialdad y rigidez en los músculos que parecía que todo salía casi automático, y que nada de simpatía quedaba ya. Y supongo que es algo normal. Pero el tiempo era relativo, para nosotros, sí, los monstruos, los sin alma, los pálidos. Y tal vez fuera por ese motivo y no por otro por el que me sentía absolutamente cómoda en presencia de Marek, y por el que mis gestos eran totalmente naturales, desenfadados. ¡Yo, que era la tibiez en persona! (tal vez por mis orígenes norteños, pues ¿no suelen tacharnos de distantes y fríos?) Pero, ah, allí no había espacios para los fingimientos de la sociedad hipócrita. Allí éramos Marek y yo; dos amigos que acababan de reencontrarse.

-No te preocupes, no tendré ningún problema en hablar con tus jefes. Y ya de paso podría ponerles en tabla, por ser tan descuidados con sus empleados -comenté, más en serio que en broma. No iba a creerme a estas alturas que yo, Carolina Van de Valley, era la defensora de las causas nobles y justas. No era una guerrillera que se armase con rifle y coulotte para tomar la Bastilla, como hace a penas un año hicieron los compadres franceses. No me gustaba tomar parte en política: anarquistas, socialistas, reyes absolutos... ”¡Bah! Higos de la misma higuera”, solía decir Friedrich. Y no es que yo no compartiera o no sus pensamientos, pero nunca había sentido el ardor de luchar por una causa que no fuera la música y el arte. Si bien es cierto, y a pesar de lo que acabo de afirmar, el hecho de contemplar a un buen amigo mío en esa situación nefasta, y aunque por fuera siempre me mostraba igual de blanca, me hervía la sangre.

-Entonces, te tomo la palabra. Hablaré con mi buen amigo Armand Moncharmind, aunque estoy segura de que le encantará que traiga a un acompañante -ya me imaginaba la cara de mi buen amigo el director del Conservatorio. Desde que acudí a París, él se convirtió en un gran apoyo, tanto, que hasta terminé revelándole mi verdadera identidad. Quizá hubiera salido corriendo, quizá habría sido una locura, pero no. Después de aquéllo, se podría decir que incluso me tenía más respeto. Armand era un hombre un tanto curioso y excéntrico en sus asuntos. Un auténtico músico chiflado, dirían algunos. Pero yo lo creía un genio. Tendría unos setenta años, pero jamás había perdido esa vitalidad que lo caracteriza y que lo convertían en un anciano adorable, apuesto seguro en sus años mozos, y con un gusto exquisito a la hora de vestir levitas que yo no hubiera creído posible en un hombre, y se había convertido en algo así como mi protector, y, a muestras de mi natural soledad, siempre andaba empeñado en emparejarme con todo ser viviente. (¡Ja! Irónico, ¿no? Un humano haciendo de niñera de un inmortal. Si Friedrich aún estuviese vivo se le saldrían las lágrimas de la risa)

Eché un vistazo al reloj plateado de bolsillo. Se iba haciendo tarde y por nada del mundo quería entretener a Marek más de lo debido. ¡Pero el tiempo se había hecho tan corto! La maldición del vampyr.
-Será mejor que vaya pidiendo la cuenta -alcé mi mano enguantada y al poco acudió el garçon de cara rancia-. Ha sido un placer y toda una sorpresa volver a verte. Parece que los Hados no son tan mal intencionados como parecen.


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Mensaje por Invitado Jue Sep 27, 2012 1:25 am

En ese instante mismo Marek sintió una especie de angustia pasajera que se transformó en euforia rápidamente. Aun tenía sus dudas al respecto, desde que había dejado Cracovia, casi exiliado con toda la deshonra que eso conllevaba, no había asistido a alguna reunión de lo que podía ser considerado, “la gente honorable” de la sociedad cualquier cosa que eso significara. Cuando emprendió su largo y accidentado viaje, después de su segundo matrimonio fallido, se había limitado a lo que estaba a su alcance, a lo que podía manejar su nula capacidad de comportarse en sociedad: juergas en tabernas con un montón de desconocidos igual o más miserables que él, y ahí no había reglas de etiqueta, ahí se bebía hasta perder la consciencia mientras algún músico callejero les servía de papel tapiz cantando sus desdichas, genéricas e intercambiables, desamores, falta de dinero, falta de ganas. Pero aquello fue insignificante, Carolina por si sola, con esa belleza irrefutable y ese ánimo con el que lo había invitado modificó el sentimiento y el poeta comenzó a sentir un interés real y sincero.

-No, no, con el permiso bastará –rio ante las intenciones de su amiga –no quiero que te metas en problemas por mí, yo soy el empleado y ellos los patrones, así funcionan las cosas –se encogió de hombros y sonó resignado. Su actitud ante la vida desde su caída en picada era sencilla, si se puede solucionar ¿para qué preocuparse? Y si no ¿para qué preocuparse? Sencillo pero contundente, y le servía para mantenerse cuerdo ante las evidentes carencias que ahora tenía que padecer. Asintió ante todo lo que Carolina dijo respecto a arreglar su invitación a aquella reunión y al ver la inminencia del hecho sintió un entusiasmo que hace mucho no sentía, y se sintió bien, le sonrió pero no dijo nada, no tenía demasiado que agregar al respecto.

Ella entonces precipitó las cosas y cuando dijo que tenía que irse, Marek se sintió verdaderamente y profundamente triste, cayó en cuenta de lo bien que le había sentado ese encuentro, de lo mucho que le ayudaría a sobrellevar los días la idea de saberla en la misma ciudad y la ansiedad que le provocaría saber que aquella fiesta se acercaba, una ansiedad sana, eso era cierto. La miró con ambas cejas levantadas y se puso de pie, tomó su mano entre ambas manos suyas y la cubrieron al completo.

-Fue… -buscó palabras adecuadas –realmente grato verte de nuevo y estaré esperando para poder ir a esa fiesta, saber que estás aquí, en París es una idea que me mantendrá a flote –la soltó.

Después de que ella hubo pagado y marchado, se quedó un rato ahí en el restaurante del hotel, ya no había mucha gente, bebió una copa más de vino, cortesía de Charles, luego se puso de pie, se aseguró de no olvidar nada y se marchó caminando a casa, con las manos en los bolsillos y mirando el cielo estrellado, Carolina tenía razón, si se había encontrado ahí, tan lejos de Polonia, tan lejos de cualquier posibilidad, es porque la vida no era tan mala después de todo. Tarareó una vieja canción del voivodato que lo vio nacer.

TEMA FINALIZADO.
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