Tú no me conoces, pero yo a ti sí [Aemon]

¡Qué bien sentaba el trabajo!
Sentirse útil y ayudar a la gente, sin recibir nada a cambio. No lo necesitaba, por suerte para mi, así que prefería dejarles el dinero al hospital que lo necesitaría más. No todos los trabajadores provenían de una buena familia, de echo, todavía no había conocido a nadie en mi misma situación... O eso creía, después de todo, me mantenía en un anonimato que otros mismos también podrían llevar. Tenía que ser muy cuidadosa. Afrodita era mi nombre para todos ellos, el apodo con el que me había 'echo' hacia ya bastante tiempo. Después de leer a la diosa en uno de mis libros; había quedado prendada de ella. Ingenua de mí pensé que cogiendo su nombre también me otorgaría algunas de sus bellas cualidades; sin embargo todo eso no era más que una ilusión de la que había despertado años atrás. Al final, me lo había quedado únicamente porque me gustaba. Y para ir de manera clandestina me venía de maravilla. Por aquellas zonas, a penas te pedían unos pocos de tus datos personales y teniendo en cuenta que yo ayudaba voluntariamente no necesitaron saber más que el nombre que les día. Nunca olvidaré la cara de alegría de una de las enfermeras más antiguas cuando llegué ¡Estaba tan contenta por recibir ayuda involuntaria! "¿De dónde has salido? Muchachas como tú no existen" Me había dicho como una broma, entre risas. Y, desde entonces, ya habían pasado los meses y meses que habían llenado el pequeño vacío de mi vida. París había sido una cura tan grande como la que podría yo otorgar a los enfermos de aquel centro.

Suspiré, plena pero cansada por el duro día de trabajo. Me gustaba, sí, pero no podía negar que tratar con según que pacientes resultaba agotador. Normal, teniendo en cuenta que aquel hospital no era uno 'normal' y corriente. En el psiquiátrico, ingresaban personas con problemas mucho más serios que una simple herida superficial; las suyas estaban demasiado dentro como para poder curarlas. Eso, en parte, me entristecía.
Decidida a no pensar más en ello, ordené el pequeño despacho que -Tras mucho esfuerzo.- me había ganado -Y que tanta ilusión me hacía tener.- y salí decidida a dar un par de vueltas por la ciudad antes de volver al modesto piso que mi madre había alquilado. En una de las mejores zonas del país, claro, pero aún así no era como la mansión de Londres. Que, por cierto, odiaba. Y, por eso mismo, amaba todo de París. Todo ¡Absolutamente todo! Contenta como unas pascuas y todavía por los alrededores del hospital, me puse a pensar en lo que quedaba de día. ¿Qué podría hacer para cenar? Otra de las cosas que había aprendido allí era a ser auto suficiente, aunque mi madre creía que tenía una de mis doncellas las veinticuatro horas en casa. Pero Antiette, una muchacha de dieciocho años, había encontrado allí otro trabajo en el que tenía unas mejores condiciones que a mi lado. Y al final habíamos llegado al acuerdo de que la dejaba marchar con la condición de que no le dijera nada a mis padres, además de que viniera a ayudarme en caso de que recibiera la visita de alguno de ellos. Ella se había mostrado completamente de acuerdo y yo, por mi parte, recibía su sueldo cada mes como el mío propio. Un dinero que no tenía que justificar ante ellos...
Reí ¡Las cosas no podrían irme mejor!