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Soy una oruga, pero me volveré mariposa [Victoria Cromwell y Marianne De Castilla] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Marianne Cromwell Jue Mayo 10, 2012 3:26 pm

Cuando conocemos a una persona,
desconocemos en quién se convertirá.

El día apenas empezaba y Marianne ya tenía dolor de cabeza, se apretaba ahora mismo una tela con hielos sobre la nuca y aspiraba una y otra vez mientras que veía a las mujeres ir y venir. Estaban todas agotadas y es que desde las 5 de la mañana que habían empezado no tuvieron un solo descanso hasta ahora, pero ya todo estaba listo para la llegada de la Reina de Escocia, las telas elegidas de la mejor calidad y de diferentes texturas conforme todos y cada uno de los diseños que a la española enloquecieron desde que supiera que la Soberana venía. Las clases de protocolo fueron exhaustivas e intensas, no sólo para Marianne que ya se sabía todo al dedillo, si no para cada una de las mujeres que trabajaban para la joven. Es que no podían faltar a la etiqueta, por Dios que no. Un solo enojo no significaba sólo perder a la clienta, si no echarse encima a la misma corte escocesa y eso sí que Marianne no lo permitiría.

Se echó a descansar en un futó muy acogedor y las demás la imitaron a una orden de ella. Descansar, eso necesitaban antes de que la Reina hiciera su aparición y para eso faltaba nada más y nada menos que media hora. Cerró los ojos con los hielos aún sobre la nuca y aspiró de nuevo lento, comprobando en su mente. Bocadillos, sí. Vino, reserva Lombardi, sí. Telas, completas. Diseños, sí. Hilos, agujas, prendedores, alfileres, sí. Cinta métrica, sí. El Club reluciente, sí. Sus ayudantes presentables... abrió un ojito y las miró... sí. Su vestido sin manchas... abrió ambos ojos, se puso de pie ante el espejo y dio una vuelta... sí. Peinado, sí. Maquillaje, sí. Joyas... las malditas alhajas... y dio la orden revoloteando de nuevo al gallinero, un mensajero corrió a donde la joyería para traer los cofrecitos que iban a juego con los vestidos y ya nadie descansó. Comieron frugalmente una fruta, se ocuparon de que su aliento fuera inmejorable, su presentación y que el lugar estuviera impecable por enésima vez.

Fue casi un alivio escuchar que llegaba el carruaje real, casi porque los correteos ahora empezaron con mayor fuerza. Marianne se tranquilizó y lamió los labios, ella podía atender a la Reina, claro que sí. No había nada que evitara ésto. No, por supuesto que no. Con su mejor sonrisa y un vestido burdeos con aplicaciones en negro, se acercó e hizo una graciosa y perfecta reverencia a la dama, sin mirarla a los ojos como el protocolo dictaba, sonrió maravillándose por la obra de vestido que traía la mujer puesto. Alivio sintió porque sus creaciones no eran tan exageradas entonces.

-Su Real Majestad, me honra con su visita, bienvenida a Club Louvier, por favor, pase por aquí - la condujo hasta una de las habitaciones más hermosas de todo el inmueble, decorada al estilo rococó y lista con las telas y los diseños que se prepararan - por favor, tome asiento, dígame ¿Le puedo ofrecer una copa de vino o prefiere algo diferente? - ojalá y tuviera lo que a Su Majestad le apeteciera...

Rogaba porque sí.


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Mensaje por Victoria Cromwell Lun Mayo 14, 2012 12:12 am

No hay cosas sin interés,
tan sólo personas incapaces de interesarse.


Las visitas a París siempre traían algo nuevo para que Victoria descubriera. Era como si con cada arribo, una sorpresa en la ciudad se revelara haciendo inevitable el deseo de la escocesa por vislumbrar con sus propios ojos aquello que por personas conocedoras en sus peculiares gustos le recomendaban.

Tenía presente que una de sus habituales acompañantes había concretado una cita para hoy en lo que prometía ser una de las mejores casas de diseño de moda de Francia. Ciertamente no dudaba de eso, pues era consciente que la mayoría de sus caprichosos atuendos provenían generalmente de París, ciudad que se caracterizaba por mantener un apego especial con el mundo de las telas y la alta costura.
Dos horas antes de partir hacia el “Club Louvier” fue recordada de dicha visita, por lo que tomó un fresco baño de agua templada y pétalos de jazmín, aquellos que depositaban en su cuidada piel su exquisita y envolvente aroma.
Fue peinada y maquillada como de costumbre por sus fieles sirvientas, que no dejaban pasar detalle alguno en sus labores por el simple temor a recibir una reprimenda de su soberana, una dama sumamente estricta y meticulosa con todo lo que le competía, sobre todo a nivel de su persona.
Ladina como la que más, el atuendo ha escoger para la visita sería el que llevaría todas y cada una de las excentricidades con las que la escocesa solía maravillar a los ojos ajenos que contemplaban sus elegantes y onerosas vestimentas, digna de una Reina como ella, que abrazaba a la moda de forma tan singular.

Un sedoso vestido color champagne, adornado con exquisitos encajes del mismo tono se veían acompañados esplendorosamente por una serie de perlas habilidosamente cosidas que, situadas en puntos específicos del vestido, conformaban pequeños arreglos en forma de delicadas flores.
Su lacia y oscura cabellera minuciosamente recogida resaltaba los tonos fríos de aquella codiciable vestimenta que con suma paciencia, las doncellas en torno a Su Majestad colaboraban a vestir.
No había dudas de que la piel de Victoria lucía mucho más radiante de lo habitual en aquel diseño traído desde Roma hasta Escocia exclusivamente. No existían dos iguales y jamás sucedería. Lo que era de ella, solamente podía ser de ella y nadie más.

Sonrió falsa ante el espejo, volteo su cuerpo y por encima de su hombro observó sus espaldas. Todo estaba perfecto, como a ella le gustaba. Sin más preámbulos fue escoltada hasta uno de los carruajes reales partiendo hacia aquella nueva sorpresa que París le tenía pronta.

El viaje tardó lo suficiente como para no sentirse agobiada por el trayecto pero si deseosa de arribar de una vez a su destino. Y así lo hizo.
Con ayuda de los choferes y escoltas del carruaje, descendió del mismo y se detuvo por unos instantes a unos pasos del pórtico principal de la casa de modas, vislumbrando fugazmente la fachada de aquella edificación a donde se adentraría.

Apenas sus taconados zapatos pisaron la alfombra del establecimiento, fue simpática y protocolarmente recibida por una damisela de rubios cabellos, los que apenas los ojos de la Reina llegaron a visualizar antes de que la misma la condujese por un estrecho y sobrio pasillo que desbocaba en una acogedora habitación exquisitamente decorada.
Notó ya la presencia de numerosas telas, extendidas sobre una mesa para relucir más sus variados brillos y texturas.
Victoria tomó asiento en una cómoda silla de madera labrada y tapizada en terciopelo rojizo.
- Gustaría un té, a temperatura ambiente y en lo posible, servido en una copa por favor - solicitó reflejando así una más de sus tantas manías, aceptando cordialmente el ofrecimiento de la rubia, a quien finalmente posó mirada. Se sorprendió al notar la belleza de ésta, algo que hasta ese momento no se imaginaba. Generalmente las modistas y costureras a las que ponía ojo solían ser damas adentradas en años, dedicadas a la confección de moda para otros por no contar con el porte necesario para lucir sus creaciones en carne propia. Pero no, aquella joven no era como las otras. Aquella damisela era tan hermosa como Victoria se sentía.

- ¿Cómo te llamas? - consultó desviando su mirada a un florero presente a no mucha distancia de ella. Sabía que una de sus doncellas le había mencionado el nombre de la dueña del comercio, pero no lo recordaba. Ni tenía porque.
Como Reina, le era claro que debía dosificar con cuenta gotas su atención para con el resto, de lo contrario aquellos que se veían honrados por el interés real comenzaban a tomar confianza en terrenos donde la misma no existía. La escocesa no gustaba de la idea y menos con una desconocida que como tarea solo tenía el ofrecer algo novedoso y distintivo a alguien superior.


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Mensaje por Marianne Cromwell Sáb Mayo 26, 2012 2:54 am

Mírame...
Siempre he estado aquí...

Té... temperatura ambiente... copa... fue rápidamente digerido por Marianne quien con una mirada ordenó a una de las damas quien hizo una reverencia, para ser muy discreta y preguntar a una de las damas de compañía el tipo de té que la reina prefería, la medida exacta del azúcar, la cantidad y la copa predilecta. La española asintió complacida por su empleada y dedicó entonces la atención a la reina quien parecía hasta el momento a gusto ante su presencia. No dudó en hacer una exquisita inclinación ante ella, antes de que su voz dulce como su propia alma y esos ojos azules llenos de brillo que reflejaba una personalidad reluciente y tocada por el propio sol, fueran el preámbulo de lo que sería una reunión que quedaría en la mente de cada una durante mucho tiempo y que significaría el parteaguas de su relación.

- Mi nombre, Su Alteza, es Marianne y me gustaría empezar a mostrarle algunos diseños inspirados en vuestra personalidad, algunos son ideados para utilizarse en galas o fiestas, reuniones de alta costura y donde sea usted el centro de atención. Otros, para que pueda lucirlos en momentos más íntimos o bien, con mucha menos gente, pero que se denote la fuerza de su presencia, pero que no sea considerada una amenaza si no todo lo contrario. Me explico mejor, todo está creado en la ideología de que usted tiene tres lugares en específico donde debe lucir soberbia: reuniones masivas, las protocolares con altos mandos o bien políticos y aquéllas donde a pesar de que haya pocas personas, como por ejemplo alguna reunión entre amigas, entre las damas de la alta sociedad, quede claro quién es la gobernante y quiénes las que tienen que quedar a su sombra - alcanzó los bocetos, tres por cada una de las facetas que había nombrado. Desde vestidos elaborados con los más insignificantes detalles amplificados como encajes y aplicaciones de piedras preciosas formando figuras en las mangas, amplias faldas, escotes cuidando de cada detalle para afinar la de por sí perfecta silueta de Su Majestad; pasando por un incremento en los delicados conjuntos tanto en las aplicaciones como en los detalles. Fruncidos, abombadas mangas, guantes que brillen a la luz de las velas, bajos que parezcan que la reina camine entre olas de mar, todo plasmado de una forma que pareciera imposible que se pudiera llevar a la realidad, que se viera igual.

Sin embargo, Marianne conocía a la perfección cada uno de sus bocetos, tenía ideas perfectas y tajantes de cómo llevarlos a cabo. Era diligente, era competente y su labor estribaba en que la reina diera su visto bueno para que ella misma le mostrara la forma en que se harían cada uno de los diseños. Que los viera en ejemplos y que se le tomaran las medidas para que la diseñadora trabajara en ello para que cuando saliera de ahí, la reina estuviera completamente convencida de que utilizar un Louvier sería la mejor decisión. Que los luciera y Marianne tuviera la promoción necesaria para que su pequeña casa de modas creciera. Aunque para estas fechas, tras vestir a personajes de París como de lugares aledaños, ya "diminuto" no era una descripción adecuada de su Club. Mientras la monarca tomaba los diseños y la joven le aseguraba que serían exclusivos de la escocesa, sonrió internamente. Ésto le ayudaría mucho a crecer, con todo lo que implicaba. ¿Qué era entonces complacer los caprichos de una mujer que no sabía lo que era tener hambre o necesitar con urgencia dinero para el galeno porque su niño estaba enfermo como era la realidad de las damas con las que Marianne trabajaba día a día?

- Es sólo una idea de cómo podríamos abordar la colección exclusiva para Su Alteza, mas sin embargo entiendo que no tengo la visión global que Usted posee, por lo que le pido de la manera más atenta me indique si está usted de acuerdo con lo que le expuse. Éstos son los diseños preliminares y se pueden ajustar en cuanto usted lo determine - esperó paciente a que ella revisara diseño a diseño. Los nueve en total, pero ni siquiera le había mostrado las joyas, ni la ropa interior que haría juego con los vestidos. No era tonta, todo lo contrario. Darle todo sería una insensatez porque podría ir a con otro modista. Ya alguna vez Marianne pasó por eso y aprendió a fuerza de coraje y bendecir a la advenediza. No es que la reina de Escocia fuera así, pero ella no la conocía...

Y más valía prevenir que lamentar..


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Mensaje por Victoria Cromwell Dom Jul 15, 2012 9:03 pm

Es mejor esperar lo peor y llevarse una sorpresa,
que esperar lo mejor y llevarse una desilusión.

Con el pasar e los años y sobre todo tras su asunción al cargo más alto de la nación escocesa, Victoria se había acostumbrado a que sus oídos fuesen constantemente acompañados por verborreas inacabables, por lo que soberana tendía a no prestar mucho interés en todo aquello impartido a través de las palabras, no, ella prefería que su sentido de la vista la guiase, después de todo bien los dichos proferían “a veces vale más una imagen que cien palabras” y era algo totalmente factico que aquello que no se puede sostener frente a los ojos, jamás podrá mantenerse firme nuevamente, ni siquiera a través de los vocablos más recurrentes.

Tomó los bocetos ofrecidos por la hermosa damisela, Victoria aún seguía apresada visualmente en la exquisita belleza que ésta poseía, como si en cierta forma a la monarca le fuese dificultoso el asociar a una joven así en la labor de modista ¿Acaso ningún caballero se habría atrevido a pedir aquella delicada y pequeña mano de porcelana en matrimonio? No creía que esa fuera la excusa que aclaraba el asunto, claro que no. La Reina bien sabía que en algunas situaciones la belleza externa de las mujeres ocultaba aspectos de los que pocos hombres eran capaces de afrontar. Sonrió levemente al verse encapsulada en esa clasificación femenina que se presentaba en su mente.

Una sonrisa amable como en pocas veces se veía plasmada en el severo rostro de Victoria fue dedicada hacia la joven costurera antes de que los analíticos orbes de la monarca fuesen direccionados hasta aquellas ilustraciones entregadas. Los ópalos de Victoria se movían de un lado a otro sobre las hojas de fino papel, observando detalles, pequeñas minuciosidades que aunque para muchos fuesen imperceptibles para ciertas personas –las mujeres sobre todo- eran puntualizaciones que hacían –en este caso- de un atuendo algo totalmente diferente e innovador.
La Reina alzó una ceja en reflejo del estupor generado ante la refinada creatividad de la jovencita, un diamante en bruto sin ninguna duda y era por ello que Victoria pensaba que debía hacerse con alguno de sus diseños antes de que la misma fuese más conocida en el terreno de la moda europea. Nuevamente la Reina escocesa sería vanguardista entre las mujeres de la realeza y todo sería gracias a aquella admirable mente frente a su persona.
- ¿Las incrustaciones de estas piedras en el cuello de este vestido serán posibles? Veo a la tela como muy delicada para soportar el peso de los brillantes - consultó a la par que con su dedo índice marcaba el detalle presente en la ilustración. Pese a no tener noción absoluta sobre costura y confección de prendas, Victoria tenia un inmenso conocimiento en cuando a moda, desde pequeña su padre la había mal enseñado con todos los vestidos y atuendos que alguien podría imaginarse por lo que la soberana tenia muy presente aquellos detalles que si bien podían presentarse mediante bosquejos, a la hora de ser llevados a la realidad no lucían tan majestuosos. Ella no era una clienta fácil en absoluto y no tenia reparo alguno en hacérselo saber a quien satisficiera sus solicitudes en aquella ocasión.

- Los bosquejos son llamativos, interesantes y es por ello que me gustaría verlos confeccionados tal y como me los ha presentado Lady Marianne. Eso sí, odio las telas blancas, no deseo ver nada en ese tono para mi - confirió mientras re ojeaba una vez más los diseños, pasando de una hoja a la otra velozmente haciendo resonar el papel con los dibujos. Fugazmente había liberado su primer cuota de respeto hacia la muchacha, esperando esta sea lo bastante perspicaz como para notarlo. Victoria era muy medida en esto de darle entrada a los desconocidos y ni hablar de reflejarles respeto o admiración. Pero aquella joven mujer se lo había ganado, su creatividad, dedicación y atención la hacían merecedora de tal gesto.

Una de las servidoras del negocio llegó sosteniendo una bandeja de plata con ambas manos, donde yacía la copa de té para la Reina, quien tomó la misma delicadamente notando al tacto del cristal como la bebida se encontraba a la temperatura deseada. Hizo un gesto con la copa hacia la rubia y remojo sus labios en la dulce infusión para luego volver el envase a la bandeja que aún sostenía la empleada del negocio.

- Me quedaré con estos cuatro y le solicitaré la confección de un atuendo primaveral, para un día de caza que se aproxima y en el que gustaría de acompañar a mi esposo - era ciertamente llamativo que una dama acompañase a los hombres en aquel entretenimiento puramente masculino, pero Victoria gustaba de estar al tanto de cada movimiento de su consorte, sobre todo después de denotar ciertas desapariciones momentáneas del mismo en el castillo de Edimburgo. La soberana estaba empecinada en hacerle sentir al Rey la respiración cálida de ésta sobre su nuca en cada paso, en cada movimiento. Vincent nada podría hacer que ella no se enterara tarde o temprano.

- Espero cuente con los tiempos necesarios para tales confecciones. Solicité la remuneración que desee, la tendrá sin problema alguno ¡Ah! Deseo que los atuendos que poseen pedrería tengan los brillantes de mayor calidad… No tolero las imitaciones - añadió con su dejo caprichoso mientras entregaba a la hermosa joven los cuatro bosquejos seleccionados para llevar adelante en su armado. Sus ojos se hicieron nuevamente con aquellos azulados ajenos como esperando, como exigiendo algo más para ser sorprendida. Y por favor, Victoria esperaba que no fuesen más palabrerías.
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Mensaje por Marianne Cromwell Jue Jul 26, 2012 11:46 pm

Soy capaz de eso...
y más...

Desafío, de eso se había tratado todo desde que supiera que la reina de Escocia vendría a su Club. De ver si podía lograr que una mujer tan veleidosa en cuanto a su apariencia, atuendos y joyería se quedara contenta, no, contenta no, ése era un término muy banal a comparación de lo que deseaba lograr en su mente, quería que estuviera impresionada con los diseños que le preparó para lucir mucho mejor que con cualquier otro competidor, porque a finales de cuentas a eso se remitía todo: era una lucha para ver quién lograba que la reina luciera sus esbozos para que, aunque hiciera bocetos exclusivos, su nombre estuviera en boca de todos a los lugares que la Soberana eligiera para mostrarse ante los demás. Así pues, Marianne tuvo la titánica labor de revisar y analizar cada uno de los trajes que la reina había lucido en cada reunión importante y las que no, para ello tuvo que mandar a algunas personas a vigilarla, a preguntar, a espiar inclusive para tener toda la información.

Así pues, se encerró durante días en su estudio para analizarlos y diseccionarlos con el fin de tomar los puntos que se parecían o repetían porque de seguro eran sus signos distintivos. Su marca o firma. Luego de ello, como reto personal, resaltó todo lo que en otros vestidos había quedado en segundo plano, pero si estaban ahí era porque ella lo deseaba. Cada parte de éstos fue una inspiración para otros diseños, algunos no estaban entre los que la reina tenía, como por ejemplo esa obra maestra que aún resguardaba tras un velo negro. Les dio pues, otras perspectivas y nuevas tendencias para que muchas mujeres que vieran a la reina intentaran emularla, pero con los toques precisos para que en Victoria se vieran soberbios y en las demás sólo una total y vana imitación sin mayor trascendencia cayendo incluso en el ridículo para la alegría y quizá, complacencia de la Soberana.

- Así será, Su Majestad - tras escuchar todas y cada una de sus palabras, cada implicación, cada tono de advertencia velada que no cayó en saco roto, reto, uno tras otro, asi fue que hizo una reverencia perfecta en la que su propio vestido parecía tener vida, donde la tela se movía a donde la joven lo deseaba y no como otros, que era cuestión inclusive de su propia tirantez demostrándole también con hechos de lo que era capaz a diferencia de otros que la habían engalonado alguna vez. Así que tenía dudas de cómo se verían en la realidad, era algo que Marianne había esperado de ella, muchos diseñadores le tenían pavor e intentaron contagiarle esa sensación a la española que sólo lo tomó como un reto más. Algo que podía superar y que al final, le daría un buen sabor de boca como ahora mismo el simple hecho de tener un té a la preferencia de una soberana que era experta en moda, que no se tocaba el corazón para no recomendar a un costurero, que era capaz de criticar tan duramente a alguien que antes alabara, que muchos tenían pesadillas al respecto, pero no Marianne.

No, ella se empeñaría y haría lo que ningún otro: sorprender in extremis a la reina. Quizá algunos detalles que la Soberana impusiera serían una semilla que germinaría en la mente de la joven y que haría lucir mucho más el resto de su colección de ropa porque esa costumbre tenía: aprendía de los demás y ejecutaba de formas increíbles sus ideas plasmándolas con muchas diferencias de a cómo originalmente se concibieron. Dos pedidos anotados por una de sus ayudantes, aunque la Duquesa tenía una espinita clavada. Dos nada más y cuatro bosquejos que eran ofrecidos desdeñando otros que a la propia española habían encantado al momento de su elaboración. Tenía que hacer algo para que la mujer los viera desde otra perspectiva, quizá una fusión funcionaría, pero para eso trabajaría más adelante. Por el momento, se había ganado el respeto de la dama, eso podía notarlo sobre todo por las palabras vertidas y la sorpresa que había causado en sus acompañantes, pero aún podía hacer que se fuera con la idea de que no había mejor modista que ella.

Tomó los cuatro bosquejos sin hacerla esperar nada mientras ladeaba la cabeza en silencio, arqueó una ceja y observó a la reina para luego sonreír con dulzura y hacer una reverencia propia de la dama. Aún así miró de reojo a Lorette quien de inmediato, tras una genuflexión fue a la pared de enfrente haciéndoles notar que detrás de ésta había un cuarto cuando abrió la puerta al tiempo que Marianne invitaba con una mano a la reina a pasar. Le demostraría quién era realmente y por qué empezaba a causar furor en París. Dentro, a pesar de las pocas velas perfectamente colocadas, había demasiada luz, pero la suficiente para que las costureras trabajaran y al mismo tiempo, la reina no pudiera ver bajo el antifaz que la joven estaba pensando en colocarle. Al frente, un enorme espejo, a la derecha, estaba un maniquí cubierto de pies a cabeza, una salita de tres piezas cubierta con tela de grabados de tulipanes.

- Por favor, Su Alteza, ¿Querría permitirnos tomarle sus medidas? Le sugiero se relaje y nos permita hacer, sus damas estarán presentes para ser testigos de que todo se hace de buena fe y jamás con dolo o intenciones non gratas. Le sugiero que por favor, se coloque este antifaz para que me permita demostrarle algo que espero, le agrade - su voz era dulce y melodiosa, sus ojos la observaban con una tranquilidad propia de los justos y los que jamás dicen mentiras, pero ocultan algo... la idea era sencilla, pasar la cinta métrica para anotar los datos y luego de ello, colocarle justo el vestido de pedrería. A ver qué le parecía. Ojalá que lograr salir avante.

Si no, quemaría más que un pedido, estaba en juego su reputación.


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Mensaje por Victoria Cromwell Vie Ago 17, 2012 8:42 pm

"La única diferencia entre un capricho y una pasión eterna
es que el capricho dura algo más."


Victoria, una mujer excepcional al punto de envolver en su particular encanto ni más ni menos que al mismo Rey de Escocia. Una dama de características únicas sin dudas, tanto para bien como para mal. Todo dependía del ojo que se atreviese a verle, porque después de todo, pocos eran capaces de soportar la mirada férrea de la pelirroja, quien entre sus peculiaridades llevaba consigo la fama de permitir a sus servidores armar castillos de aire entorno a su persona hasta el momento en que ella encontrase la falla, la minuciosidad mas imperceptible para derribar cualquier arquitectura con un sencillo soplido impartidos por sus delicados labios. Si había algo que a Victoria no le convenciese o le generase desconfianza, no dudaría un instante en hacerlo saber no importando a quien sea dirigido su mensaje de molestia. Quien iba a servirle debía jugar con sus reglas, sino mejor rendirse antes de comenzar la partida.

Dio un leve suspiro, como si levantarse de su asiento ya fuese un hastío del que no quería ser participe. Volteo lentamente, tomando la falda de su vestido con ambas manos y clavó su mirada en aquella nueva habitación que se presentaba ante ella. Misma decoración, pero diferente función. Una sala de medidas, sección fundamental en una casa de modas, obviamente. Con la barbilla alzada la Reina se dirigió al lugar tras la silente invitación de la joven rubia. Las doncellas de la escocesa no tardaron siquiera un segundo en adentrarse a la sala tras su monarca y fijar ojo en cada detalle allí yaciente. Las muchachas tenían muy en claro lo volátil que podía llegar a tornarse el carácter de su soberana si su vista se hacia con algo fuera de su gusto. Y en aquellas instancias lo que menos querían las joviales damiselas era pasar un momento incomodo, después de todo se encontraban de paseo en el centro parisino, ni más ni menos que en una de las casas de modas más destacadas de la capital. Debían disfrutar el momento, aunque todo se centrase en aquella mujer a la que servían fiel y lealmente por su bien y el de sus familias.

Si alguien le hubiese preguntado a Victoria antes de ese preciso instante en el que las palabras de la joven Marianne llegaron a sus oídos como iba todo, ésta seguramente hubiese sido sincera, reflejando cierta amenidad con el transcurso de la sesión. Lamentablemente, los cimientos del castillo velozmente generado por la española serían brusca e inesperadamente soplados por ese tornado detallista que era Victoria.

- ¿Es esto una broma de mal gusto? - cuestionó seriamente la monarca tras una inesperada risa de su persona, misma que fue difuminada automáticamente por aquel nuevo semblante, rígido, de ceja alzada y expectante de respuesta inmediata. Una de sus doncellas no tardó en acercarse a la señorita Marianne y sin mirarla a los ojos pronunció algo avergonzada - La Reina Victoria no permite que nadie, salvo sus propias servidoras toquen su cuerpo, ni siquiera para tomarle sus medidas – aquella regla caprichosa era muy cierta, así también como que la Reina había encargado que tal aviso no fuese pasado por alto por quienes le atendieran en la casa de moda ¿Cómo había sido olvidada tan particular remarcación? Victoria libero un suspiro profundo y precisamente éste no reflejaba contento alguno - Y déjeme recomendarle que el asunto del antifaz no será bien visto por la Reina, ella odia las sorpresas - aquel comentario de buena fe fue expresado en voz baja, casi como un dato amigable a tener en cuenta y salvarle el pellejo a la señorita rubia, que tan simpática y dulce parecía.
- ¿Y bien, hay algún problema con mis exigencias? – los vocablos de la escocesa se tornaron cortantes como la tijera más filosa que podría haber en esa casa de modas. Todas y cada una de las jóvenes servidoras de la Reina bajaron la mirada, algunas hasta cerraron los ojos, suplicándole a Dios que amansara la tormenta antes que se anunciase aún más su llegada. Aquellas situaciones solían ser atestiguadas por las presentes damiselas seguidamente; cuando toda parecía marchar por carriles amenos, Victoria generaba un movimiento tan brusco e inesperado que no existía quien soportase tal acción sin reflejar sorpresa y hasta desentendimiento, gestos que alimentaban automáticamente el malestar de la pelirroja ¿Sería la joven rubia la excepción a aquella regla?
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Victoria Cromwell
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