AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Pierde la Inocencia (priv. Alessia)
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Pierde la Inocencia (priv. Alessia)
El muchacho tendría unos quince años aproximadamente, ya mostraba el tipo de hombre que sería cuando alcanzara completamente su espledorosa madurez pero en aquel momento, levemente despatarrado en el asiento trasero del carruaje, con el rostro ladea hacia la derecha para observar como pasaba las oscuras calles de Paris, se veía esbelto, muy apuesto y con el rostro que todavía estaba entre la adolescencia y los ragos de un adulto. No iba vestido de forma llamativa, solo unos calzones ajustados a sus largas y torneadas piernas, una camisa de seda blanca, desgarrada en la parte superior donde faltaban dos botones de nácar que debieron perderse bajo alguno de los sillones tapizados de terciopelo turquesa del salón de la mansión Bergerac. Sobre la clavícula, al inicio del lampiño y terso pecho, unos arañazos profundos, enrojecidos en los bordes, regalo del hombre que estaba sentando frente a Cyrano y que lo observaba con ojos feroces, con rabia mal contenida, Olaf nunca supo controlar sus violentas respuestas ni siquiera con sus hijos.
Cyrano no lo miraba, se limitaba a ignorar su existencia a pesar que hacia una escasa media hora tuvieran una pelea donde llegaron a las manos, era algo que sucedía cada vez más a menudo, a medida que ganaba en edad, más oposición mostraba al dominio de su padre. Lo odiaba pero su odio estaba perfectamente enfocado, no pensaba en liquidarlo de forma inmendiata, aun debía aprender mucho de él y ser cabeza del clan Bergerac requería conocimientos, Cyrano era paciente, sabía que cada día que pasaba, él ganaba en fuerza y Olaf era más débil, una noche reclamaría el puesto de macho alfa.
El carruaje se detuvo, Cyrano entonces salió de sus pensamientos cuando los rudos dedos de su padre agarraron su muñeca derecha,halando de él para que salieran del carruaje, Cyrano lo siguió y se encontró delante de la fachada del burdel, una fachada poco discreta, lujosamente vulgar y escuchó la música que provenía del interior, tanto masculinas como femeninas que le parecieron grotescas. Su padre había decidido que era el momento que compartiera el lecho con una mujer, que perdiera su virginidad y sería esta noche, con o sin el consentimiento de Cyrano.
Olaf empujó la puerta y sonó una campanilla dorada que estaba justo encima de la misma, el interior era caluroso, ruidoso, la planta inferior estaba dividida en diferentes salones y las mujeres de todo tipo se desplazaban entre ellos vestidas con corsés y medias, algunas solo con faldas y mostrando sus altivos pechos agresivamente.
-Espera aquí, hablaré con la madam para elegir el tipo de furcia adecuada para ti.
Cyrano solo lo miró con sus negros ojos, ah...sí, no podía ser cualquier puta la que yaciera con el futuro heredero, sus labios esbozaron una sonrisa irónica y ácida, a Olaf le tembló los dedos y se contuvo para no cruzarle el rostro orgulloso de un bofetón. Su padre se perdió entre la marea de cuerpos blancos y curvas empolvadas, se apartó, moviéndose hacia donde sonaba el piano, oliendo el aire, demasiado perfume, demasiado sudor aunque había otro aroma apenas imperceptible que lo atraía.
Cyrano no lo miraba, se limitaba a ignorar su existencia a pesar que hacia una escasa media hora tuvieran una pelea donde llegaron a las manos, era algo que sucedía cada vez más a menudo, a medida que ganaba en edad, más oposición mostraba al dominio de su padre. Lo odiaba pero su odio estaba perfectamente enfocado, no pensaba en liquidarlo de forma inmendiata, aun debía aprender mucho de él y ser cabeza del clan Bergerac requería conocimientos, Cyrano era paciente, sabía que cada día que pasaba, él ganaba en fuerza y Olaf era más débil, una noche reclamaría el puesto de macho alfa.
El carruaje se detuvo, Cyrano entonces salió de sus pensamientos cuando los rudos dedos de su padre agarraron su muñeca derecha,halando de él para que salieran del carruaje, Cyrano lo siguió y se encontró delante de la fachada del burdel, una fachada poco discreta, lujosamente vulgar y escuchó la música que provenía del interior, tanto masculinas como femeninas que le parecieron grotescas. Su padre había decidido que era el momento que compartiera el lecho con una mujer, que perdiera su virginidad y sería esta noche, con o sin el consentimiento de Cyrano.
Olaf empujó la puerta y sonó una campanilla dorada que estaba justo encima de la misma, el interior era caluroso, ruidoso, la planta inferior estaba dividida en diferentes salones y las mujeres de todo tipo se desplazaban entre ellos vestidas con corsés y medias, algunas solo con faldas y mostrando sus altivos pechos agresivamente.
-Espera aquí, hablaré con la madam para elegir el tipo de furcia adecuada para ti.
Cyrano solo lo miró con sus negros ojos, ah...sí, no podía ser cualquier puta la que yaciera con el futuro heredero, sus labios esbozaron una sonrisa irónica y ácida, a Olaf le tembló los dedos y se contuvo para no cruzarle el rostro orgulloso de un bofetón. Su padre se perdió entre la marea de cuerpos blancos y curvas empolvadas, se apartó, moviéndose hacia donde sonaba el piano, oliendo el aire, demasiado perfume, demasiado sudor aunque había otro aroma apenas imperceptible que lo atraía.
Cyrano de Bergerac- Licántropo Clase Alta
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Re: Pierde la Inocencia (priv. Alessia)
Hacía ya una semana que había huído de la casa de mi marido, y el dolor se había apoderado de una parte de mi corazón que no lograba comprender y que, por lo tanto, no sentía. Tenía muy claro que este falso sentimiento de bienestar se iría pronto, que no tardaría en explotar y hacer aflorar todo aquella rabia, aquel odio y resentimiento que, más tarde, acabaría pudriendo mi alma. ¿Por el momento? Estaba bien, aún no me lo creía, y por tanto, no me hacía sufrir.
Me movía por puro instinto, era increíble, una muchacha refinada, culta, con mente matemática y modales envidiables -Aunque aquellas aptitudes habían sido obtenida en los últimos tres años- de repente, vista de patitas en la calle, sin más pertenencias que una maleta llena de vestidos de lujo y un violín que, a pesar de ser relativamente nuevo, estaba lleno de arañazos y golpes, a causa de que solía caérseme cada vez que, mientras lo afinaba o lo tocaba, se acercaba John, con su mirada llena de odio, para cargar sus desgracias conmigo.
Aquella mañana había salido temprano, con mi maleta y mi violín a cuestas, preguntando de puerta en puerta si alguien podría darle un trabajo digno de una dama, en realidad me conformaba con un simple empleo en una casa adinerada, enseñando matemáticas, música o literatura a algún niño o niña, sin embargo, la gente solía desconfiar de una profesora de sólo 18 años.
Finalmente encontré el burdel. Siempre creí que la palabra "Burdel" venía de "burdo", pero aquel lugar era tan exquisito y elegante, y tenían un piano Staircase tan nuevo y perfecto -A diferencia del mío, que John usaba para poner el alcohol encima- y, ¿Qué decir? me enamoré perdidamente de él, del trabajo, de la dueña del lugar, y de las cortesanas -Muchas de las cuales ya conocía con anterioridad, pues por mi casa solían pasar a menudo- Así que allí estaba, segundo día de trabajo, tres copas de vino encima, y una canción animada entre mis delicados dedos de pianista.
La campanilla de la entrada del local sonó, y un elegante hombre, aunque de rostro fiero, acompañado de un joven serio, delgado e indudablemente apuesto. Aparentaba aproximadamente, dos o tres años menos que yo. Me sorprendió, pues, que estuviese en un lugar así, pero, fuese como fuese, no pude evitar sonreir, con gesto burlón, al verlo aproximarse al piano, con la cabeza alta, como olfateando el aire. Cambié el tempo de la melodía a propósito, tocando ligeramente más despacio. El corsé que llevaba y mi pelo suelto -A diferencia de muchas cortesanas, que llevaban el pelo recogido- puede que llamasen algo la atención, pero aún así, no separé la mirada del muchacho.
-Tranquilo, querido, no van a salpicarte. -Meneé la cabeza, burlona e indudablemente humana, hermosa e indudablemente delicada, demasiado mujer para mi edad. Con cuidado, oculté los moratones de mi muñeca con un gesto casi imperceptible.
Me movía por puro instinto, era increíble, una muchacha refinada, culta, con mente matemática y modales envidiables -Aunque aquellas aptitudes habían sido obtenida en los últimos tres años- de repente, vista de patitas en la calle, sin más pertenencias que una maleta llena de vestidos de lujo y un violín que, a pesar de ser relativamente nuevo, estaba lleno de arañazos y golpes, a causa de que solía caérseme cada vez que, mientras lo afinaba o lo tocaba, se acercaba John, con su mirada llena de odio, para cargar sus desgracias conmigo.
Aquella mañana había salido temprano, con mi maleta y mi violín a cuestas, preguntando de puerta en puerta si alguien podría darle un trabajo digno de una dama, en realidad me conformaba con un simple empleo en una casa adinerada, enseñando matemáticas, música o literatura a algún niño o niña, sin embargo, la gente solía desconfiar de una profesora de sólo 18 años.
Finalmente encontré el burdel. Siempre creí que la palabra "Burdel" venía de "burdo", pero aquel lugar era tan exquisito y elegante, y tenían un piano Staircase tan nuevo y perfecto -A diferencia del mío, que John usaba para poner el alcohol encima- y, ¿Qué decir? me enamoré perdidamente de él, del trabajo, de la dueña del lugar, y de las cortesanas -Muchas de las cuales ya conocía con anterioridad, pues por mi casa solían pasar a menudo- Así que allí estaba, segundo día de trabajo, tres copas de vino encima, y una canción animada entre mis delicados dedos de pianista.
La campanilla de la entrada del local sonó, y un elegante hombre, aunque de rostro fiero, acompañado de un joven serio, delgado e indudablemente apuesto. Aparentaba aproximadamente, dos o tres años menos que yo. Me sorprendió, pues, que estuviese en un lugar así, pero, fuese como fuese, no pude evitar sonreir, con gesto burlón, al verlo aproximarse al piano, con la cabeza alta, como olfateando el aire. Cambié el tempo de la melodía a propósito, tocando ligeramente más despacio. El corsé que llevaba y mi pelo suelto -A diferencia de muchas cortesanas, que llevaban el pelo recogido- puede que llamasen algo la atención, pero aún así, no separé la mirada del muchacho.
-Tranquilo, querido, no van a salpicarte. -Meneé la cabeza, burlona e indudablemente humana, hermosa e indudablemente delicada, demasiado mujer para mi edad. Con cuidado, oculté los moratones de mi muñeca con un gesto casi imperceptible.
Alessia H. Jane- Vampiro Clase Media
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Re: Pierde la Inocencia (priv. Alessia)
¿Había ambicionado o imaginado Cyrano otro tipo de encuentro para su primera vez? probablemente, su madre siempre fue una romántica a pesar de que perdió su virginidad en su primera noche de matrimonio y a pesar de todo se deleitaba leyendo aquellos libros donde las princesas eran cortejadas y seducidas, Cyrano suponía que ella misma se veía siendo apabullada con regalos y atenciones de su amado, pero Olaf nunca fue ni un alma generosa y ni tampoco un amante o esposo atento, Cyrano pudo comprender que ella se refugiara en sus mundos imaginarios donde era más feliz. Le contagió algo a Cyrano, era más que evidente, puesto que el niño pasaba largas horas a su lado, escuchando como leía en voz alta y metía los finos dedos entre los oscuros cabellos de Cyrano, acariciando su cabeza.
Y ahora se encontraba en aquel lugar, donde se vendía la carne, la compañía por unas horas, de nuevo su padre imponía su voluntad, con su madre fue en la noche de bodas y con él, llevándolo allí para que perdiera la virginidad como todo hombre debía de hacer para poder llamarse tal. Sus pasos todavía lo llevaban hacia el piano cuando una mano de uñas rojas acarició su cuello, ladeó el rostro y una vaharada de perfume azotó su sensible olfato, produciéndole naúseas, arrugó levemente su nariz y las manos de ella le parecieron frías sobre su caliente piel, Cyrano siempre tenía el cuerpo por encima de unos grados de lo que era normal en un humano.
-¿Por qué no te vienes conmigo, pequeño? lo pasaremos bien..-ella acercó su rostro pintado al suyo y Cyrano se apartó con una mueca, apretando los labios, alzó los oscuros dedos y se desembarazón de su presa. Ella se rió escandalosamente mientras Cyrano se sonrojaba y daba unos pasos atrás sin mirar bien por donde iba hasta que sus muslos chocaron contra la banqueta de la pianista, torpemente, se giró en un intento de recuperar el equilibrio cuando casi caía y se abrazó a ella como si estuviera borracho, una mano rozó el seno que estaba bajo el corsé y Cyrano sintió que todo su rostro se encendía, apresuradamente intento quitar la mano de alli y la colocó sobre las teclas del piano que interrumpieron su melodía estruendosamente.
-Pe...-no sabía ni que decir porque todo el saloncito se llenó con el sonido de las burlonas risotadas de los clientes y las risitas de algunas de las chicas.
Y ahora se encontraba en aquel lugar, donde se vendía la carne, la compañía por unas horas, de nuevo su padre imponía su voluntad, con su madre fue en la noche de bodas y con él, llevándolo allí para que perdiera la virginidad como todo hombre debía de hacer para poder llamarse tal. Sus pasos todavía lo llevaban hacia el piano cuando una mano de uñas rojas acarició su cuello, ladeó el rostro y una vaharada de perfume azotó su sensible olfato, produciéndole naúseas, arrugó levemente su nariz y las manos de ella le parecieron frías sobre su caliente piel, Cyrano siempre tenía el cuerpo por encima de unos grados de lo que era normal en un humano.
-¿Por qué no te vienes conmigo, pequeño? lo pasaremos bien..-ella acercó su rostro pintado al suyo y Cyrano se apartó con una mueca, apretando los labios, alzó los oscuros dedos y se desembarazón de su presa. Ella se rió escandalosamente mientras Cyrano se sonrojaba y daba unos pasos atrás sin mirar bien por donde iba hasta que sus muslos chocaron contra la banqueta de la pianista, torpemente, se giró en un intento de recuperar el equilibrio cuando casi caía y se abrazó a ella como si estuviera borracho, una mano rozó el seno que estaba bajo el corsé y Cyrano sintió que todo su rostro se encendía, apresuradamente intento quitar la mano de alli y la colocó sobre las teclas del piano que interrumpieron su melodía estruendosamente.
-Pe...-no sabía ni que decir porque todo el saloncito se llenó con el sonido de las burlonas risotadas de los clientes y las risitas de algunas de las chicas.
Cyrano de Bergerac- Licántropo Clase Alta
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Re: Pierde la Inocencia (priv. Alessia)
Justo cuando había apartado la vista del muchacho. Justo cuando me disponía a interpretar la parte más difícil de la melodía. Lo noté.
Al principio mi reacción fue ponerme tensa y preparar un bofetón considerado hacia el poseedor de la mano que notaba sobre mi corsé. Sin embargo, al ver que no era otro que el muchacho, y que además, estaba más colorado que un tomate ebrio, no pude hacer otra cosa que reir de buena gana, hasta que el estruendo del pianoforte hizo retumbar de mala manera mi delicado oído. Tenía la boca abierta, congelada en una sonrisa que no se decidía en ensancharse, y el pie levantado, que había apartado rápidamente del pedal para que el sonido no se propagase por todo el burdel. Después vinieron las risas. Y claro, las risas contagian.
Casi sentí pena por el chico. Me recordó a mi primera semana en la mansión de John. Ahí estaba yo, pequeña, indefensa, y recién salida de un avispero. ¿Cómo iban a tratarme, si no? ¿Si sólo era una simple transacción, una simple firma en un papel?. Recordé casi con angustia lo que extrañé a mi hermana, y lo que dolían las burlas de los amigos de John, que no dudaban en despojarme de mis ropas y examinar mis pechos con aire burlesco y desairado. Después apareció Nate y...
Uno de los hombres del Burdel colocó una mano sobre mi hombro y derramó parte de su cerveza de mala calidad en el chal que tenía puesto. No paraba de reir, con su boca desdentada, mirando al muchacho. Con delicadeza, me quité el chal, dejando mis brazos desnudos, y llamé la atención tocando tres acordes con la mano derecha. Algunos hombres callaron.
-Caballeros, caballeros, ¿Qué modales son estos? ¡Que alguien le invite a una copa al muchacho, por Dios! ¿Acaso no se la merece, cuando ha tocado a una bella dama sin pagar ni medio franco?
Dirigí la mirada alrededor del burdel, mientras mis palabras se iban ahogando entre la multitud que reía y, al mismo tiempo, recordaba que tenía a unas damas preciosas delante que merecían más su atención que un muchacho virgen. Intenté divisar, pues, al hombre que había acompañado al chico hasta el local, pero un cortesano, cuyo nombre no recordaba, se acercó con dos copas de vino, señalando vagamente a un grupo de personas de una esquina, y me distrajo.
Le tendí distraídamente una de las copas al chico, al tiempo que me giraba para verle mejor. Era indudablemente apuesto, y no tan joven como había supuesto, ya que no nos llevaríamos más de dos años. Quizás, acostumbrada a tratar siempre con hombres mayores, los de mi edad ya me parecían todos jovenzuelos.
-No muerden, querido. A no ser, claro, que les pagues para que lo hagan.
Alcé una ceja y reí de buena gana. Ya apenas nadie nos miraba, y uno de los visitantes del burdel acababa de invitar a todos a una ronda, y por lo tanto, la atención de todos se centró en el tabernero y en la camarera semidesnuda que servía las bebidas.
Al principio mi reacción fue ponerme tensa y preparar un bofetón considerado hacia el poseedor de la mano que notaba sobre mi corsé. Sin embargo, al ver que no era otro que el muchacho, y que además, estaba más colorado que un tomate ebrio, no pude hacer otra cosa que reir de buena gana, hasta que el estruendo del pianoforte hizo retumbar de mala manera mi delicado oído. Tenía la boca abierta, congelada en una sonrisa que no se decidía en ensancharse, y el pie levantado, que había apartado rápidamente del pedal para que el sonido no se propagase por todo el burdel. Después vinieron las risas. Y claro, las risas contagian.
Casi sentí pena por el chico. Me recordó a mi primera semana en la mansión de John. Ahí estaba yo, pequeña, indefensa, y recién salida de un avispero. ¿Cómo iban a tratarme, si no? ¿Si sólo era una simple transacción, una simple firma en un papel?. Recordé casi con angustia lo que extrañé a mi hermana, y lo que dolían las burlas de los amigos de John, que no dudaban en despojarme de mis ropas y examinar mis pechos con aire burlesco y desairado. Después apareció Nate y...
Uno de los hombres del Burdel colocó una mano sobre mi hombro y derramó parte de su cerveza de mala calidad en el chal que tenía puesto. No paraba de reir, con su boca desdentada, mirando al muchacho. Con delicadeza, me quité el chal, dejando mis brazos desnudos, y llamé la atención tocando tres acordes con la mano derecha. Algunos hombres callaron.
-Caballeros, caballeros, ¿Qué modales son estos? ¡Que alguien le invite a una copa al muchacho, por Dios! ¿Acaso no se la merece, cuando ha tocado a una bella dama sin pagar ni medio franco?
Dirigí la mirada alrededor del burdel, mientras mis palabras se iban ahogando entre la multitud que reía y, al mismo tiempo, recordaba que tenía a unas damas preciosas delante que merecían más su atención que un muchacho virgen. Intenté divisar, pues, al hombre que había acompañado al chico hasta el local, pero un cortesano, cuyo nombre no recordaba, se acercó con dos copas de vino, señalando vagamente a un grupo de personas de una esquina, y me distrajo.
Le tendí distraídamente una de las copas al chico, al tiempo que me giraba para verle mejor. Era indudablemente apuesto, y no tan joven como había supuesto, ya que no nos llevaríamos más de dos años. Quizás, acostumbrada a tratar siempre con hombres mayores, los de mi edad ya me parecían todos jovenzuelos.
-No muerden, querido. A no ser, claro, que les pagues para que lo hagan.
Alcé una ceja y reí de buena gana. Ya apenas nadie nos miraba, y uno de los visitantes del burdel acababa de invitar a todos a una ronda, y por lo tanto, la atención de todos se centró en el tabernero y en la camarera semidesnuda que servía las bebidas.
Alessia H. Jane- Vampiro Clase Media
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