AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cartas al fuego
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Cartas al fuego
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Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: Cartas al fuego
Fausto
de Irene
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3 de julio de 1786
Al maestro no solicitado:
¡Cuántas son las enseñanzas que tu lengua (y ahora tu pluma) se empeña en deslizar a través de la saliva y cuántas son las palabras que se lleva el viento! Y más en un clima monzónico como en el que te encuentras. Mejor, pues, muy señor mío, dejarlo todo por escrito, aunque mis ojos, garzos como los tuyos, por el momento, corran el riesgo de deslizarse descuidadamente a través de la impecable grafía que tan bien proyectas sobre el papel. A las efes nunca les he visto un rabo tan adornado y las eses me susurran las directrices que tan poco te molestas en ocultar. Y es que, querido Fausto, esta duquesa ya ha recibido demasiadas lecciones en la vida, que no suficientes (¿cuándo sobra el saber?), pero la experiencia dota a una de conocimiento. Y eso, amigo mío, mejor que tú nadie va a saberlo.
Nunca he estado en las Indias. Si hay algo que envidio de ti, es que puedes estar siempre donde te plazca. La libertad de no haberse desposado con un sueño. Pero huelo el aroma de las calles de Goa y de su comida en un pergamino que en mis manos no envejece; veo a través de tus letras la lluvia y el fango y los colores de tus iris mezclados con la muerte. No la saborees demasiado, que nunca sabes si va a ser tentadora o si va a desquiciarte por completo. No le entregues tus secretos, no te acerques demasiado a sus labios. Se dice que es peor que el canto de las sirenas. Que es mejor hacerse el muerto para que no te huela.
Huye, huye y mata cuanto puedas, pero sobre todo huye porque deseo que vuelvas. Sano y salvo. Eso es todo. Sin arañazos en las pupilas ni en el pecho. Sin los ropajes rasgados. Pero sé que desearle suerte al lacayo de la muerte es lanzar las palabras al viento que yo misma te he dicho que es mejor que dejes por escrito.
Por otra parte, te agradezco enormemente la entrega de estas dagas. Prometo guardarlas a buen recaudo, mas lo suficientemente cerca como para poder echar mano de ellas si tengo que defender mi orgullo. Deduzco que al menos una de ellas, la del mango azul, procede de la parte turca del imperio otomano. La otra se me asemeja más a la tierra de la tinta que narra el contenido de tu misiva. Quizá yerre.
Aquí no hay lluvias monzónicas ni un respiro en el calor, abrasador, del imperio. Este año no hemos ido a París, como la mayoría de veranos. No sé si estás al tanto de las últimas noticias en la tierra de mi infancia, pero Francia se halla prácticamente en bancarrota. Estoy desolada por la pobreza de las gentes. La hambruna y las enfermedades navegan por las calles tratando de escalar los muros como si de hiedras se tratase. Hemos preferido, por tanto, no poner en riesgo ni nuestra salud ni la de nuestros hijos.
Estos días he leído mucho (¿cuándo no lo he hecho?) y rebuscando en la biblioteca me he topado con un libro que inmediatamente me recordó a ti. Me vas a perdonar la obviedad del asunto. Me vas a perdonar incluso que sea de poesía y me vas a perdonar que me acuerde de que estaba en la pila de volúmenes que osaste golpear con aquel bastón que trajiste en nuestro primer encuentro. Porque hablar de recuerdos implica hablar de sentimientos y eso te hace arrugar la nariz. Pero yo no te creo.
Permíteme, pues, que yo te envíe también un regalo. No es una ofrenda de paz porque contigo no necesito esas cosas. Se trata de «Diván de Oriente y Occidente», de Goethe. Cuídalo bien. Fue un obsequio de mi padre.
Simplemente,
Nunca he estado en las Indias. Si hay algo que envidio de ti, es que puedes estar siempre donde te plazca. La libertad de no haberse desposado con un sueño. Pero huelo el aroma de las calles de Goa y de su comida en un pergamino que en mis manos no envejece; veo a través de tus letras la lluvia y el fango y los colores de tus iris mezclados con la muerte. No la saborees demasiado, que nunca sabes si va a ser tentadora o si va a desquiciarte por completo. No le entregues tus secretos, no te acerques demasiado a sus labios. Se dice que es peor que el canto de las sirenas. Que es mejor hacerse el muerto para que no te huela.
Huye, huye y mata cuanto puedas, pero sobre todo huye porque deseo que vuelvas. Sano y salvo. Eso es todo. Sin arañazos en las pupilas ni en el pecho. Sin los ropajes rasgados. Pero sé que desearle suerte al lacayo de la muerte es lanzar las palabras al viento que yo misma te he dicho que es mejor que dejes por escrito.
Por otra parte, te agradezco enormemente la entrega de estas dagas. Prometo guardarlas a buen recaudo, mas lo suficientemente cerca como para poder echar mano de ellas si tengo que defender mi orgullo. Deduzco que al menos una de ellas, la del mango azul, procede de la parte turca del imperio otomano. La otra se me asemeja más a la tierra de la tinta que narra el contenido de tu misiva. Quizá yerre.
Aquí no hay lluvias monzónicas ni un respiro en el calor, abrasador, del imperio. Este año no hemos ido a París, como la mayoría de veranos. No sé si estás al tanto de las últimas noticias en la tierra de mi infancia, pero Francia se halla prácticamente en bancarrota. Estoy desolada por la pobreza de las gentes. La hambruna y las enfermedades navegan por las calles tratando de escalar los muros como si de hiedras se tratase. Hemos preferido, por tanto, no poner en riesgo ni nuestra salud ni la de nuestros hijos.
Estos días he leído mucho (¿cuándo no lo he hecho?) y rebuscando en la biblioteca me he topado con un libro que inmediatamente me recordó a ti. Me vas a perdonar la obviedad del asunto. Me vas a perdonar incluso que sea de poesía y me vas a perdonar que me acuerde de que estaba en la pila de volúmenes que osaste golpear con aquel bastón que trajiste en nuestro primer encuentro. Porque hablar de recuerdos implica hablar de sentimientos y eso te hace arrugar la nariz. Pero yo no te creo.
Permíteme, pues, que yo te envíe también un regalo. No es una ofrenda de paz porque contigo no necesito esas cosas. Se trata de «Diván de Oriente y Occidente», de Goethe. Cuídalo bien. Fue un obsequio de mi padre.
Simplemente,
Irene
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Irene de Wittelsbach- Realeza Germánica
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Re: Cartas al fuego
Fausto
de Irene
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16 de diciembre de 1786
Al eterno errante sin hogar:
Las heladas de este invierno, terriblemente frío incluso para ser germano, se cobran la poca calidez que tus palabras pudieran destilar. Y es que solo llegan a mí retazos de ventisca llenos de copos de nieve que lo opacan todo con un blanco resplandeciente. Los lagos están congelados y me nace la necesidad de saltar sobre ellos hasta oírlos crujir. Como regalo adelantado de Navidad he recibido unos patines con cuchillas en las suelas y me he pasado las últimas semanas tratando de mantener el equilibrio sobre ellos. La próxima vez que nos veamos, si sigue siendo invierno y todavía no se ha deshecho el hielo, espero poder permanecer erguida el tiempo suficiente como para que pienses que tengo algún tipo de habilidad en esto. Ambos fingiremos que nunca he escrito estas palabras. Soy buena en muchas cosas, pero los dos coincidiremos en que la práctica hace al maestro, aunque este nunca se autodefina como tal. Jamás te vas a llamar así a ti mismo por mucho que te guste darme lecciones.
Una vez más, yerras en tus suposiciones y al mismo tiempo no te falta verdad en ellas. «Condena» no es el término adecuado en este caso y nunca lo ha sido. Soy feliz estando así. He viajado a sitios, por supuesto. He visto muchos más países y ciudades que varios de mis congéneres, mas no tantos como tú. Quizá deberían trazarte los mapas a ti y no al revés. Tus dedos son capaces de delinear continentes que todavía no se han inventado, donde habitan los monstruos que han conocido tus espadas y tus espaldas. Tus ojos han creado caminos nuevos entre las montañas y tu boca conoce el agua de ríos que yo solo puedo imaginar pisar. Y aun así, a veces prefiero quedarme en la tierra que conozco, en mi no tan humilde morada… En mi hogar. ¿A qué le llamarías tú por ese nombre?
Recientemente he visitado a mis padres en Lorena y he tomado ejemplo de tus palabras acerca de las cosechas. Tan inteligente no seré si no concibo tales ideas y de nada vale lamentarse si no se hace algo para cambiar la situación. Por desgracia, no tenemos grandes cultivos más allá de una viña, unos cuantos olivos y, por supuesto, naranjos, pero intentaremos aportar nuestro granito de arena. Para que no te olvides del olor de Nymphenburg, he impregnado el papel con aromas cítricos y te incluyo unas cuantas hojas de naranjo en el sobre. Puedes tirarlas cuando las recibas o si lo prefieres, hacerte una infusión con ellas. Lo dejo en tus manos, como muchas otras cosas.
Ahora estamos ultimando los preparativos para un banquete que vamos a dar por Navidad. Todo está lleno de telas, flores y gentes que vociferan por los pasillos del castillo mientras corretean de un lado a otro como graciosos avestruces. Heinrich ha invitado a su hermano, un eclesiástico demasiado serio, al menos en apariencia, y si lo vieras, estoy segura de que le lanzarías algún comentario digno de ser penado con varios padrenuestros. Yo voy a rezar unos cuantos solo por decirte esto.
Te deseo unas felices fiestas allá donde las pases y que la dicha te acompañe del mismo modo que lo hace conmigo.
Simplemente,
Una vez más, yerras en tus suposiciones y al mismo tiempo no te falta verdad en ellas. «Condena» no es el término adecuado en este caso y nunca lo ha sido. Soy feliz estando así. He viajado a sitios, por supuesto. He visto muchos más países y ciudades que varios de mis congéneres, mas no tantos como tú. Quizá deberían trazarte los mapas a ti y no al revés. Tus dedos son capaces de delinear continentes que todavía no se han inventado, donde habitan los monstruos que han conocido tus espadas y tus espaldas. Tus ojos han creado caminos nuevos entre las montañas y tu boca conoce el agua de ríos que yo solo puedo imaginar pisar. Y aun así, a veces prefiero quedarme en la tierra que conozco, en mi no tan humilde morada… En mi hogar. ¿A qué le llamarías tú por ese nombre?
Recientemente he visitado a mis padres en Lorena y he tomado ejemplo de tus palabras acerca de las cosechas. Tan inteligente no seré si no concibo tales ideas y de nada vale lamentarse si no se hace algo para cambiar la situación. Por desgracia, no tenemos grandes cultivos más allá de una viña, unos cuantos olivos y, por supuesto, naranjos, pero intentaremos aportar nuestro granito de arena. Para que no te olvides del olor de Nymphenburg, he impregnado el papel con aromas cítricos y te incluyo unas cuantas hojas de naranjo en el sobre. Puedes tirarlas cuando las recibas o si lo prefieres, hacerte una infusión con ellas. Lo dejo en tus manos, como muchas otras cosas.
Ahora estamos ultimando los preparativos para un banquete que vamos a dar por Navidad. Todo está lleno de telas, flores y gentes que vociferan por los pasillos del castillo mientras corretean de un lado a otro como graciosos avestruces. Heinrich ha invitado a su hermano, un eclesiástico demasiado serio, al menos en apariencia, y si lo vieras, estoy segura de que le lanzarías algún comentario digno de ser penado con varios padrenuestros. Yo voy a rezar unos cuantos solo por decirte esto.
Te deseo unas felices fiestas allá donde las pases y que la dicha te acompañe del mismo modo que lo hace conmigo.
Simplemente,
Irene
P. D.: Precisaremos tus servicios más pronto que tarde. Te pagaré al llegar. No admito quejas y, como ves, tampoco «sufro inútilmente»; soy yo quien te arroja a los abismos.
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Irene de Wittelsbach- Realeza Germánica
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Re: Cartas al fuego
Fausto
de Irene
de Irene
5 de abril de 1789
Al insolente resabido:
¡Dichosos los ojos que leen este «apalabrado veneno»! No te daba por muerto, pero es agradable confirmar que no lo estás, a menos que alguien haya osado robarte la labia y firmar en tu nombre un escrito que grita que eres tú en cada esquina del papel que ahora mismo sostengo.
Porque nadie puede ser tan extremadamente descarado, y menos conmigo.
Resulta reconfortante, también, saber que continúas logrando tus objetivos, en esa interminable batalla que tú mismo has decidido empezar, aunque hacer que recaiga en ti el peso del origen de algo que realmente no has solicitado no sea justo en este caso.
¿Qué es justo, de todos modos? ¿Se puede hablar de justicia cuando una niña de tan solo cinco años está al borde de la muerte casi desde el día en el que nació? Por supuesto, hablo de mi hermana pequeña, Nicole. Cada día que pasa la noto más enferma y es por eso que he decidido hacerme con varios estudios de diversos médicos para intentar informarme un poco más al respecto. Uno de ellos pertenece al doctor Novák, casualmente habitante del paradero en el que esta vez tus pies han ido a pisar. Mi madre deja la decisión en Dios pese a que también se molesta en dar con un buen galeno que la cure, o al menos eso tengo entendido. Me gustaría pedirte, pues, si no es molestia y realmente sigues por allí cuando recibas esta carta, que contactes con él y le enseñes los informes médicos que te adjunto con la misma. Ya la han visto unos cuantos profesionales, pero parece que el único diagnóstico es la muerte. Por favor, no te pido que me mientan, pero procura que Nóvak le halle una cura. Considero que su trabajo tiene mucho que ver con esto. Puede que no sea así, pero la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?
Quizá junto con los medicamentos puedas traerme esa yegua de la que hablas.
Te mando más dinero del que pudieras necesitar, mas no es preciso que me devuelvas nada.
Simplemente,
Porque nadie puede ser tan extremadamente descarado, y menos conmigo.
Resulta reconfortante, también, saber que continúas logrando tus objetivos, en esa interminable batalla que tú mismo has decidido empezar, aunque hacer que recaiga en ti el peso del origen de algo que realmente no has solicitado no sea justo en este caso.
¿Qué es justo, de todos modos? ¿Se puede hablar de justicia cuando una niña de tan solo cinco años está al borde de la muerte casi desde el día en el que nació? Por supuesto, hablo de mi hermana pequeña, Nicole. Cada día que pasa la noto más enferma y es por eso que he decidido hacerme con varios estudios de diversos médicos para intentar informarme un poco más al respecto. Uno de ellos pertenece al doctor Novák, casualmente habitante del paradero en el que esta vez tus pies han ido a pisar. Mi madre deja la decisión en Dios pese a que también se molesta en dar con un buen galeno que la cure, o al menos eso tengo entendido. Me gustaría pedirte, pues, si no es molestia y realmente sigues por allí cuando recibas esta carta, que contactes con él y le enseñes los informes médicos que te adjunto con la misma. Ya la han visto unos cuantos profesionales, pero parece que el único diagnóstico es la muerte. Por favor, no te pido que me mientan, pero procura que Nóvak le halle una cura. Considero que su trabajo tiene mucho que ver con esto. Puede que no sea así, pero la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?
Quizá junto con los medicamentos puedas traerme esa yegua de la que hablas.
Te mando más dinero del que pudieras necesitar, mas no es preciso que me devuelvas nada.
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Irene
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Irene de Wittelsbach- Realeza Germánica
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Re: Cartas al fuego
Fausto
de Irene
de Irene
27 de septiembre de 1790
Al único perro que ladra y que muerde:
Me disculparía una y mil veces por la tardanza en responderte de no ser porque eres precisamente tú el destinatario. Por eso y porque no he de explicarte lo ajetreada que puede ser la vida de alguien de mi categoría. No quiero aburrirte con detalles, quizá hasta te has enterado por la prensa, pero recientemente me han nombrado baronesa de Baviera. Su Majestad Cesárea ha tenido a bien otorgarme tal título por el buen servicio que hemos realizado Heinrich y yo en estos años para con él y la corona. El renombre de la Casa de Wittelsbach no hace más que aumentar y eso me pone dichosa.
Pronto se celebrará una ceremonia en la que se me dará el título junto a otros nobles que han recibido otros reconocimientos y propiedades. Estoy convencida de que es uno de esos eventos que no querrías observar ni desde la lejanía, pero yo siempre los veo como una oportunidad para muchas cosas. Nunca sabes a quién pueden presentarte o qué información vas a escuchar que te pueda servir en el futuro.
¡Pero basta de hablar de mí! ¿Qué tal las cosas por York? Habría avisado a mi prima de que ibas a Inglaterra si me hubiera enterado a tiempo. Aunque tampoco sé si se habría detenido en hacerte mucho caso, si de algo estoy segura, es de que sabe cuidar de mis amigos. Sí, esa palabra que no dirías ni en sueños y que te repetiré hasta que se te salgan los ojos de las cuencas o el té por la nariz.
Te diría que tengas cuidado con las lluvias, pero eres un camaleón del tiempo atmosférico. Aquí los árboles ya empiezan a mutar de color y a desnudarse, como si en la exhibición de su caduca existencia se pudiera hallar el sentido de la vida. Solo son las estaciones pasando. Estaban ansiosos por el fin del verano y ahora corren con todas sus fuerzas hacia el invierno como si fuera la meta final de sus vidas. ¿Cuál es la tuya, Fausto? ¿Qué es lo que deseas alcanzar? Yo, tantas cosas y a la vez ninguna…
Entre ellas, un nuevo hijo. Me he quedado encinta de nuevo y parece que esta vez está saliendo todo adelante. Rezaré a Dios por el futuro del niño. No sé si podría soportar más disgustos en ese sentido.
Creo que ahora, que me ha dado por reflotar penurias, ya va siendo el momento de que ponga fin a esta carta.
No te quedes con la melancolía en los párpados ni te pierdas en las nubes de allí.
Simplemente,
Pronto se celebrará una ceremonia en la que se me dará el título junto a otros nobles que han recibido otros reconocimientos y propiedades. Estoy convencida de que es uno de esos eventos que no querrías observar ni desde la lejanía, pero yo siempre los veo como una oportunidad para muchas cosas. Nunca sabes a quién pueden presentarte o qué información vas a escuchar que te pueda servir en el futuro.
¡Pero basta de hablar de mí! ¿Qué tal las cosas por York? Habría avisado a mi prima de que ibas a Inglaterra si me hubiera enterado a tiempo. Aunque tampoco sé si se habría detenido en hacerte mucho caso, si de algo estoy segura, es de que sabe cuidar de mis amigos. Sí, esa palabra que no dirías ni en sueños y que te repetiré hasta que se te salgan los ojos de las cuencas o el té por la nariz.
Te diría que tengas cuidado con las lluvias, pero eres un camaleón del tiempo atmosférico. Aquí los árboles ya empiezan a mutar de color y a desnudarse, como si en la exhibición de su caduca existencia se pudiera hallar el sentido de la vida. Solo son las estaciones pasando. Estaban ansiosos por el fin del verano y ahora corren con todas sus fuerzas hacia el invierno como si fuera la meta final de sus vidas. ¿Cuál es la tuya, Fausto? ¿Qué es lo que deseas alcanzar? Yo, tantas cosas y a la vez ninguna…
Entre ellas, un nuevo hijo. Me he quedado encinta de nuevo y parece que esta vez está saliendo todo adelante. Rezaré a Dios por el futuro del niño. No sé si podría soportar más disgustos en ese sentido.
Creo que ahora, que me ha dado por reflotar penurias, ya va siendo el momento de que ponga fin a esta carta.
No te quedes con la melancolía en los párpados ni te pierdas en las nubes de allí.
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Irene
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Irene de Wittelsbach- Realeza Germánica
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Re: Cartas al fuego
Fausto
de Irene
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25 de noviembre de 1790
Al mayor acreedor de estas líneas:
Te escribo desde Italia. Hemos venido a visitar a unos familiares que tenemos aquí aprovechando que debíamos debatir sobre unas cuantas cuestiones diplomáticas dada la situación política actual en toda Europa. Si gustas, ya conversaremos en persona largo y tendido sobre lo acontecido aquí. No obstante, lo que sí puedo afirmar mediante estas letras es que Roma está preciosa en noviembre, pero no tiene el encanto de mis jardines repletos de naranjas en estas fechas. He dejado atrás, al menos durante unas semanas, mis pesares junto a los frutos casi azafranados, y ahora, permíteme hacer uso de tal honestidad, temo el reencuentro con ellos.
No he podido sentarme hasta ahora a escribir, ni siquiera tenía pensado hacerlo, mas me gustaría emplear esta carta no solo para relatarte mis aburridas travesías por el mundo y las soporíferas tareas que realizo en mi día a día (no todas, por supuesto), sino también para invitarte al baile de Navidad que celebraremos en Schwetzingen. Espero que la misiva llegue a tiempo a tus manos, aunque te doy la opción de fingir, en cualquier caso, que no la has recibido. Ya descubrirán mis ojos por qué alternativa te has decantado llegado el momento. Si la respuesta es positiva, has de saber que la recepción es a las seis de la tarde el mismo día veinticinco. La etiqueta de estos actos la conoces de sobra, pero por si acaso, me gustaría recalcar la importancia de una vestimenta acorde a la ocasión y la necesidad de traer al menos un obsequio para los anfitriones.
He de interrumpir la misiva aquí, pues partiremos mañana al alba y hay muchas cosas que preparar aún. A pesar de que no he podido encontrarme más a gusto y mejor atendida en el hogar de nuestros parientes, estoy deseando llegar a nuestra casa. Es un camino largo y frío el que nos espera hasta alcanzar la meta. Dios nos guarde y nos cuide para que sea así.
Simplemente,
No he podido sentarme hasta ahora a escribir, ni siquiera tenía pensado hacerlo, mas me gustaría emplear esta carta no solo para relatarte mis aburridas travesías por el mundo y las soporíferas tareas que realizo en mi día a día (no todas, por supuesto), sino también para invitarte al baile de Navidad que celebraremos en Schwetzingen. Espero que la misiva llegue a tiempo a tus manos, aunque te doy la opción de fingir, en cualquier caso, que no la has recibido. Ya descubrirán mis ojos por qué alternativa te has decantado llegado el momento. Si la respuesta es positiva, has de saber que la recepción es a las seis de la tarde el mismo día veinticinco. La etiqueta de estos actos la conoces de sobra, pero por si acaso, me gustaría recalcar la importancia de una vestimenta acorde a la ocasión y la necesidad de traer al menos un obsequio para los anfitriones.
He de interrumpir la misiva aquí, pues partiremos mañana al alba y hay muchas cosas que preparar aún. A pesar de que no he podido encontrarme más a gusto y mejor atendida en el hogar de nuestros parientes, estoy deseando llegar a nuestra casa. Es un camino largo y frío el que nos espera hasta alcanzar la meta. Dios nos guarde y nos cuide para que sea así.
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Irene
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Irene de Wittelsbach- Realeza Germánica
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Re: Cartas al fuego
Fausto
de Irene
de Irene
25 de diciembre de 1790
Al hijo predilecto de la soberbia:
No he podido irme a dormir sin antes responder a tu maquiavélica misiva. Tu osadía me aleja del sueño. ¿No es ridículo en mi posición preocuparme por estas menudencias? En parte no me sorprende que hayas obrado así, pues ya son siete los años que hace que nos conocemos, pero por otro lado, no termino de acostumbrarme. Me siento desnuda y expuesta ante el hecho de que hayas estado aquí, en mi rincón más personal, aunque tildar de eso a este dormitorio, en mi caso, no sea del todo verdadero, pues lo que hay aquí no me representa más de lo que podría representar a otra persona que no fuera yo. Seguro que te has dado cuenta y que estamos de acuerdo, a pesar de que hayas sabido dónde dejar tu escrito para que yo lo encuentre. En cualquier caso, has cruzado líneas que a nadie más dejaría cruzar y sin embargo, contigo es inútil recurrir al castigo. Siempre encuentras el modo de escabullirte. Eres como una salamanquesa en las noches de verano: escurridizo y difícil de cazar. Y jamás escucharías la reprimenda de una bien nacida. Nunca te ha gustado dejarte doblegar y te jactas de que tienes todas las lecciones aprendidas.
Además, ¿cómo puedo enfadarme contigo si ahora el busto de Nefertiti mora entre las paredes de este castillo? Sabes cómo jugar con ventaja, querido profesor, para meterte a los alumnos en el bolsillo. En efecto, tú no me has proporcionado más información al respecto, así que entiendo que lo más prudente es no saber, y sabes que yo siempre he sido gran amiga de la prudencia.
En relación a otros asuntos que comentas, la hermana de mi marido quizá no ha elegido tan bien al suyo, pero a veces se valoran otros atributos igual de respetables que la capacidad de no aburrir hasta a las piedras. De todas formas, si sabes cómo tratar a este tipo de personas, siempre puedes beneficiarte de ello. Nadie mejor que tú debería saberlo, y es que no eres el único que se ha marchado con asuntos más o menos cerrados de este encuentro.
Espero que la próxima vez que nos veamos nuestra despedida no sea tan abrupta o, al menos, que sea una despedida como tal. Que Dios te ampare en Creta y que no te pierdas para siempre en su laberinto.
Simplemente,
Además, ¿cómo puedo enfadarme contigo si ahora el busto de Nefertiti mora entre las paredes de este castillo? Sabes cómo jugar con ventaja, querido profesor, para meterte a los alumnos en el bolsillo. En efecto, tú no me has proporcionado más información al respecto, así que entiendo que lo más prudente es no saber, y sabes que yo siempre he sido gran amiga de la prudencia.
En relación a otros asuntos que comentas, la hermana de mi marido quizá no ha elegido tan bien al suyo, pero a veces se valoran otros atributos igual de respetables que la capacidad de no aburrir hasta a las piedras. De todas formas, si sabes cómo tratar a este tipo de personas, siempre puedes beneficiarte de ello. Nadie mejor que tú debería saberlo, y es que no eres el único que se ha marchado con asuntos más o menos cerrados de este encuentro.
Espero que la próxima vez que nos veamos nuestra despedida no sea tan abrupta o, al menos, que sea una despedida como tal. Que Dios te ampare en Creta y que no te pierdas para siempre en su laberinto.
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Irene
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Re: Cartas al fuego
Fausto
de Irene
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16 de noviembre de 1791
Al que se fue con la bruma en un momento de nostalgia y melancolía:
Lamento que te hayas visto envuelto en la celebración del funeral de mi hermana, pero agradezco que hayas estado a mi lado en estos momentos tan duros, aunque hayas tenido que partir casi de inmediato. Gracias, también, por haber hecho todo lo posible en este tiempo para lograr su recuperación. Lamentablemente, no ha sido suficiente, pues Dios estaba empeñado en tenerla a su lado y así ha acabado siendo. No tiene bastante con todos los hijos que me ha arrebatado que ahora tiene que reclamar también a Nicole. Me queda el consuelo de saber que velará por todos nosotros desde los cielos. La buscaré cada noche al abrir la ventana antes de irme a dormir y rezaré por ella cada día al despertarme. No podré, nunca más, ver a Anneliese sin acordarme de su presencia. Hoy me han arrebatado el mundo, Fausto.
Has tenido que marcharte tan pronto que ni siquiera hemos podido hablar de esto en persona. Tengo el alma hecha polvo, como si estuviera compuesta de pastas dulces que se tornan amargas en cuestión de segundos. Arrancarme el corazón del pecho dolería menos y aun así, si me preguntaran ahora mismo, podría jurar que ya lo han hecho.
Siempre te pido que dentro de tus enseñanzas guardes un hueco para la lección en la que me instruyes en el arte de no sentir. ¿Cómo se hace? ¿Cómo se consigue tal ausencia de emociones? ¿Cómo se olvida lo que no se puede dejar de recordar porque ya forma parte de tu alma? ¿He de sacarme el corazón y entregártelo en una bandeja de plata? Puñales no me faltan para realizar tal acción. Dime cuál he de usar y sangraré de inmediato.
¡Cómo si no llevara tiempo haciéndolo!
No puedo dejar de pensar en cosas que no debería. No me atrevo ni a ponerlas por escrito, y eso que te confieso algunas que no soy capaz ni de decir en voz alta muchas veces. Solo tú, dentro de tu insistencia en la falta del sentir, haces que pueda contarte lo que siento. Pero esto no. Esto es demasiado…
Quizá lo deje para la próxima vez que nos veamos… si Dios quiere.
Simplemente,
Has tenido que marcharte tan pronto que ni siquiera hemos podido hablar de esto en persona. Tengo el alma hecha polvo, como si estuviera compuesta de pastas dulces que se tornan amargas en cuestión de segundos. Arrancarme el corazón del pecho dolería menos y aun así, si me preguntaran ahora mismo, podría jurar que ya lo han hecho.
Siempre te pido que dentro de tus enseñanzas guardes un hueco para la lección en la que me instruyes en el arte de no sentir. ¿Cómo se hace? ¿Cómo se consigue tal ausencia de emociones? ¿Cómo se olvida lo que no se puede dejar de recordar porque ya forma parte de tu alma? ¿He de sacarme el corazón y entregártelo en una bandeja de plata? Puñales no me faltan para realizar tal acción. Dime cuál he de usar y sangraré de inmediato.
¡Cómo si no llevara tiempo haciéndolo!
No puedo dejar de pensar en cosas que no debería. No me atrevo ni a ponerlas por escrito, y eso que te confieso algunas que no soy capaz ni de decir en voz alta muchas veces. Solo tú, dentro de tu insistencia en la falta del sentir, haces que pueda contarte lo que siento. Pero esto no. Esto es demasiado…
Quizá lo deje para la próxima vez que nos veamos… si Dios quiere.
Simplemente,
Irene
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Irene de Wittelsbach- Realeza Germánica
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Re: Cartas al fuego
Fausto
de Irene
de Irene
7 de julio de 1792
Al que le concedí el, a veces, indeseado regalo del silencio:
Quizá te hayas preguntado durante este tiempo por mi paradero o quizá no te extrañe en absoluto la ausencia de mis letras en tus manos. Nunca podré estar segura de si realmente lees toda esta palabrería por pura cortesía o si, por el contrario, hay un interés real por saber de mí. En cualquier caso, prefiero seguir sin saberlo. Sospecho que cualquier respuesta me resultaría insuficiente.
He decidido ser yo quien rompa el hielo que se ha adherido a mis dedos desde la última vez que se movieron para sostener la pluma porque fui yo, y únicamente yo, quien dejó de hacerlo tras recibir tu última misiva.
La explicación es sencilla y al mismo tiempo, innecesaria. No he tenido fuerzas ni para hablar con nadie ni para ver a nadie. Apenas he pisado mundo más allá de mi alcoba. En estos meses me he volcado en la pintura y he cabalgado con Praga demasiadas horas como para caber en este papel el relato de todas ellas. Pese a que Anneliese todavía no tiene edad para montarla, cuida de ella con mucho cariño. Agradezco que hayas hecho posible la existencia de este vínculo tan enternecedor. Sí, siempre he sabido que fuiste tú. No hacen falta las palabras entre nosotros para entendernos.
Y por eso sé que tú, más que nadie, comprendes este silencio.
Que no has querido que tu habitual mordacidad viaje leguas hasta encontrarse conmigo cuando menos podía responderla. Que no te has atrevido a poner un pie cerca de mí porque eso implicaría estar, más que nunca, cerca de la muerte.
No puedo decir que esté recuperada. El luto parece haberse hecho un hueco entre mis costillas para siempre y ahora he de vivir con ello. «¿No lo hacías antes?», dirás. Sí, por supuesto que lo hacía, mas no del mismo modo. Mi cuerpo se ha agotado. Ya no le cabe más pena. Ni siquiera palabras de consuelo. No es lo que busco en tu respuesta, si es que busco una. No tengo ningún propósito al revelarte todo esto más allá de gritarle al viento y decirte, amigo mío, que echo tus sermones de menos.
Háblame de Dios o de lo que quieras, pero háblame. Rompamos este silencio que ninguno de los dos ha sabido guardar nunca para el otro porque, como ya he dicho, no hacen falta las palabras entre nosotros para entendernos.
Cuéntame qué has hecho en estos meses, dónde te han llevado, esta vez, tus aventuras. Yo he estado, mayormente, en Lorena con mi familia y pronto marcharemos a París, a nuestra residencia de verano, a respirar un aire aparentemente más bohemio y distendido, a pesar del bullicio que rodea la ciudad, e igualmente caluroso.
Tengo ganas de escuchar el ajetreo de los coches y las gentes. De pasear por la Plaza de Tertre, donde vive el actual alcalde y donde pronto abrirán un restaurante cuya carta no me importaría degustar. Hablando de nuevas aperturas, estoy deseando visitar el museo que van a inaugurar dentro de poco en el Palacio del Louvre. Quizá done parte de mi colección privada de pintura para que se exhiba en sus paredes. No hablo de mis cuadros, por supuesto. ¡Esos no son dignos ni de que los admiren mis perros! Aunque a mí me relaje hacer subir y bajar los pinceles sobre el lienzo o darle el toque final al cielo de un paisaje dotándole de matices que, quizá, solo yo veo.
Ya no te entretengo más, querido cazador. Solamente te deseo la bondad del universo y que siempre, siempre, el Altísimo te proteja.
Simplemente,
He decidido ser yo quien rompa el hielo que se ha adherido a mis dedos desde la última vez que se movieron para sostener la pluma porque fui yo, y únicamente yo, quien dejó de hacerlo tras recibir tu última misiva.
La explicación es sencilla y al mismo tiempo, innecesaria. No he tenido fuerzas ni para hablar con nadie ni para ver a nadie. Apenas he pisado mundo más allá de mi alcoba. En estos meses me he volcado en la pintura y he cabalgado con Praga demasiadas horas como para caber en este papel el relato de todas ellas. Pese a que Anneliese todavía no tiene edad para montarla, cuida de ella con mucho cariño. Agradezco que hayas hecho posible la existencia de este vínculo tan enternecedor. Sí, siempre he sabido que fuiste tú. No hacen falta las palabras entre nosotros para entendernos.
Y por eso sé que tú, más que nadie, comprendes este silencio.
Que no has querido que tu habitual mordacidad viaje leguas hasta encontrarse conmigo cuando menos podía responderla. Que no te has atrevido a poner un pie cerca de mí porque eso implicaría estar, más que nunca, cerca de la muerte.
No puedo decir que esté recuperada. El luto parece haberse hecho un hueco entre mis costillas para siempre y ahora he de vivir con ello. «¿No lo hacías antes?», dirás. Sí, por supuesto que lo hacía, mas no del mismo modo. Mi cuerpo se ha agotado. Ya no le cabe más pena. Ni siquiera palabras de consuelo. No es lo que busco en tu respuesta, si es que busco una. No tengo ningún propósito al revelarte todo esto más allá de gritarle al viento y decirte, amigo mío, que echo tus sermones de menos.
Háblame de Dios o de lo que quieras, pero háblame. Rompamos este silencio que ninguno de los dos ha sabido guardar nunca para el otro porque, como ya he dicho, no hacen falta las palabras entre nosotros para entendernos.
Cuéntame qué has hecho en estos meses, dónde te han llevado, esta vez, tus aventuras. Yo he estado, mayormente, en Lorena con mi familia y pronto marcharemos a París, a nuestra residencia de verano, a respirar un aire aparentemente más bohemio y distendido, a pesar del bullicio que rodea la ciudad, e igualmente caluroso.
Tengo ganas de escuchar el ajetreo de los coches y las gentes. De pasear por la Plaza de Tertre, donde vive el actual alcalde y donde pronto abrirán un restaurante cuya carta no me importaría degustar. Hablando de nuevas aperturas, estoy deseando visitar el museo que van a inaugurar dentro de poco en el Palacio del Louvre. Quizá done parte de mi colección privada de pintura para que se exhiba en sus paredes. No hablo de mis cuadros, por supuesto. ¡Esos no son dignos ni de que los admiren mis perros! Aunque a mí me relaje hacer subir y bajar los pinceles sobre el lienzo o darle el toque final al cielo de un paisaje dotándole de matices que, quizá, solo yo veo.
Ya no te entretengo más, querido cazador. Solamente te deseo la bondad del universo y que siempre, siempre, el Altísimo te proteja.
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Irene
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