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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Danna Dianceht Vie Nov 29, 2013 3:33 am


Se repartió mi alma para formar tu alma, y fueron nueve lunas y toda una angustia de días sin reposo y noches desveladas.
Concha Méndez

La desolación era completa. Ya hacía dos semanas que en el castillo de Dianceht el ambiente que los rodeaba antes caracterizados desde hacía muchos años por la grácil sonrisa y dulces risas de la duquesa que allí habitaba, se había enmudecido. El silencio se había adueñado de todo y la tristeza de todos los corazones, empezando con el de Danna y terminando hasta el más frio de sus devotos y amados sirvientes.

La partida de Adrik, tras que terminara cediendo ante la tentación, bebiendo de su delicado cuello, terminando por dejarla inconsciente y débil, la abandonó. En su inconsciencia apenas fue consciente de algo, aparte de unos labios que la besaron a lo que ella respondió susurrando su nombre.  Adrik, Adrik quédate a mi lado… rogó aquella noche en su mente, hasta que cayó profundamente dormida, en lo que él se alejó de Escocia, del castillo y de ella. A su despertar corrió desesperada a los bosques, llamándolo. Hasta tres noches se pasó a las afueras del castillo buscándole, rogando para que volviera y dejara de torturarla con su ausencia, pero tras que no apareciera finalmente tuvo que resignarse a su partida y desaparición. El cruel destino había colocado en su camino el asesino de todos sus antepasados, para que terminara otorgándole su corazón y este se lo desechara sumiéndola en la oscuridad del desamor.

Quizás si sea una buena opción huir de estas cuatro paredes unas horas, ir a las fiestas del pueblo más cercano. Quién sabe si allí podría contagiarme de la alegría de los demás, pensó recostada en la barandilla de uno de los balcones de su castillo, con la mirada perdida en el firmamento. Todo me recuerda tanto a él… pensó en un triste suspiro. La tarde era más bien oscura. Las nubes habían encapotado el cielo desde la temprana mañana, sin dejar que el sol diera presencia en esos mágicos parajes. El tiempo y todo estar así, no había impedido que las gentes de Escocia celebraran el día en que rememoraban su libertad y aquellas fiestas serian la agenda para la duquesa, la que tras decidirse optó por bajar y despedirse de su servicio más leal, anunciando su retiro a su recamara. Víctor, su mano derecha y como un padre para ella, asintió no demasiado confiado, pero al ver la triste y perdida mirada de ella, asintió asegurando ocuparse de que todo quedara correctamente cerrado y que nadie perturbaria su sueño.

Muchas gracias Víctor. —Musitó con una ligera sonrisa despidiéndose y encaminándose de nuevo hacia su habitación, donde se cambió de vestido y escaqueándose por la ventana, como de pequeña muchas veces había hecho, se alejó de su hogar, al que tanto ahora le recordaba a él y a su familia perdida. Al fin y al cabo, definitivamente ya lo había perdido todo, nada le quedaba que lamentar a parte de sí misma.

Nada tardó en vestirse con un vestido con el que poder pasar desapercibida. Su último deseo era ser reconocida. En los pueblos se corría la voz del galán joven que había acompañado la duquesa en una de sus propias fiestas y del cual tras esa noche ya no se sabía nada, dejando a la mente  demasiadas teorías. Teorías que todo y que sin fundamento se volvían cotilleos del día a día. Y sinceramente no quería que la hostigaran a absurdas preguntas, que solo harían que recordarle aún más a él.

El verde vestido, color igual que el de sus brillantes ojos, no resultaba ser demasiado vistoso y ceñido a la cintura, y de largo hacia sus pies, al andar dejaba ver su delicada figura, resaltándola. Dio una vuelta sobre sí misma y sonrió. Aquel vestido nunca antes lo había estrenado y seria en estas fiestas donde lo haría. Tras acicalarse, terminando por dejar las hebras de su cabello sueltas a su espalda, se tapó con una de sus capas oscuras, con la que se protegería del frio y de que la gente la reconociera y como había predicho saltó por la ventana, adentrándose al bosque a pie. Era una licántropa. No tardaría mucho en llegar de aquella forma.
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Mensaje por Ian Lancaster Vie Nov 29, 2013 5:33 pm

La vida solamente es tolerable si se olvida uno de su miserable persona.
Gustave Flaubert.

Aquel día no iba a ser un día normal. Todas las cosas que Ian había hecho en su vida, todos esos años que había vivido sin su mayor pesar, sin acordarse si quiera de la fecha más señalada de su vida, haría casi novecientos años ya. Era aquella mañana de un 30 de Noviembre, la mañana del último paseo.
Ian mantenía una posición seca, frente a la chimenea de su mansión en París. ¿Qué se encontraba a su lado? Una copa de vino y un cenicero, ¿qué iba a ser si no?. El vampiro tomó la copa y se la llevó a los labios, saboreando aquel aroma amargo como lo era aquella sustancia de color carmín.

Esa misma mañana, Ian ya sabía que era lo que iba a hacer ese día. Se dirigiría a su País, el País en donde él era partícipe de la más absoluta Realeza de Escocia. Recibió una carta en la que se reclamaba la presencia de longevo vampiro, tenía que firma algunos decretos, nuevas leyes que se les impondrían a los humanos al comienzo del nuevo año. Detestaba aquellas citaciones a palacio, más porque se trataba de firmar y no hacer nada más, apenas había que dar la cara, Ian se escaqueaba cada vez que podía, escapaba de aquel agobio entre los de un gremio que en definitiva, odiaba.
Serían alrededor de las siete de la tarde, el cielo, estaba completamente encapotado, no asomaba rayo de sol alguno. Ian aprovecharía para ir a Escocia a aquella citación, nadie sospecharía si lo vieran a ''la luz de la tarde'' ya que... a los vampiros nos les gustaba jugarse la vida de aquella manera. Él sabía que el sol, aquel día no saldría, Dios le haría aquel favor, tenía algo que hacer. Llamó a su chófer, pidiéndole que le llevara en el carruaje hasta el muelle de las afueras de Francia. Ian debía cruzar el mar para llegar a Escocia, pero su velocidad hacía que pudiera correr incluso por encima del agua, algo realmente asombroso.

Escocia. Aquella Tierra en la que Ian había vivido algún que otro siglo, continuaba igual a pesar de los años. Algunos nuevos edificios y cachibaches actuales que los humanos usaban en su beneficio. Había llegado después de una hora aproximadamente, el viaje en carruaje fue mucho más largo que corriendo sobre las aguas, pero quería hacer las cosas bien.
Ian se dirigió a palacio, donde allí estaban reunidos algunos pajes reales de la corte, esperándolo para la reunión, la cual se alargó casi otro cuarto de hora, en la que Ian, salió a tomar al aire, ya habiendo firmado los decretos y nuevas leyes que se iban a acarrear en el dicho nuevo año. Lo que estas personas no sabían, es que Ian iba a escapar aquella tarde en ese preciso momento. Ya se encontraba corriendo por las calles de Escocia con el rumbo puesto en su objetivo, ¿cuál era?.

Cementerio de Glasgow, aquel era su objetivo. Ian se mostraba parado, con la cabeza agachada. Frente al vampiro se encontraban los ataudes de sus padres. Cuando Ian creció, después de haber sido convertido y haber huído a Escocia, a la órden del rey en aquel momento, trajo consigo los cuerpos de los padres. Antiguamente en el cementerio de Helsinki, a continuación de que la policía los encontrara en la calle, muertos, desangrados, tísicos en el suelo, aquel 30 de noviembre. En sus lápidas, los nombres de ambas personas. ''Anne y Kreigh Lancaster''. Aquella era la primera vez que Ian visitaba las lápidas en cuestión desde que las alojó aquí por un alquiler eterno por la tierra que ocupaban aquellos dos seres por la reputación que poseían y por el hecho de que Ian mantenía aquellos nichos con sus donaciones a aquel cementerio. Sonrió por un momento, sintiéndose nostálgico, tanto como nunca, recordando cada momento que pasó con ellos, que fue tan poco, que no se permitió emanar lágrima alguna, a pesar de la profunda tristeza que sentía al no haber conocido seguramente, a las personas que más querrían en la vida.

Obviamente no se iba a quedar ahí toda la vida, ni esa iba a ser lo último que hiciera, tan solo, quería desahogar su alma postrándose frente a aquel lugar que ya dejó atrás, sintiéndose ahora atraído por la sangre humana que el viento azotaba el olfato del nosferatu. Caminó tranquilo, ya casi había anochecido, serían alrededor de las ocho de la tarde cuando Ian se dirigía a lo que parecía ser... Una fiesta. En plena calle, multitud de gente bailaba, bebía, reía, bromeaba... No había una sola persona que no mantuviera una sonrisa duradera en sus rostros, algo que cautivó a Ian, el cual, no estaba mal vestido. Le gustaba ser elegante, aun así, su túnica de cuero negra, hasta los tobillos, nadie se la iba a quitar, debía disimular el frío que no tenía.
Se acercó hasta un puesto en el que servían bebidas de todo tipo, refrescos, alcohol, algún cóctel especial, y cosas para picar, patatas, aceitunas, y demás variedad de frutos secos y derivados. -Disculpe, ¿podría ponerme una copa del mejor whiskey que tenga?- Puso sus monedas sobre la mesa, el hombre que estaba al otro lado del mostrador enseguida le puso su copa bien cargada. -Le sentará bien comer algo, señor.- Propuso el camarero, el vampiro negó con la cabeza. -No, muchas gracias.- Ian no probaría aquella comida, pero no iba a negar que le apetecía una copa de algún whiskey caro, quería ver como los humanos se lo pasaban, como vivían y sus costumbres, haber sido algún día, alguien así.
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Mensaje por Danna Dianceht Vie Nov 29, 2013 7:18 pm


Que la tristeza no te los impida ver los bellos y felices momentos que tiene la vida.
J.Wynds

Solo entrar al bosque, enseguida se vio envuelta en una calurosa llamada de sus lobos, los que tras no verla desde hacía semanas, la rodearon con graves gruñidos y gimoteos. Cualquiera que no los conociera pensaría que eran agresivos y que en cualquier momento podían lanzarse a ellos. Pero la duquesa los conocía mucho mejor, no por algo los había criado en cuando los encontró tras que la loba madre de ellos fuera abatida por los cazadores. Aquellos ruidos, señales, y las blancas, grises colas en alto, solo demostraban la alegría por volverla a ver. Esbozando una dulce sonrisa acarició a todos mientras seguía su camino hacia el pueblo, cayendo en la cuenta de que faltaba el macho alfa de la manada ya que solo se encontraba la voz cantante femenina; la loba blanca alfa.

Acarició la blanca cabeza de la loba y se giró a sus espaldas en cuanto un triste aullido surcó los vientos. Conocía bien aquel aullido y allí estaba, en una roca alejado de los demás el gran alfa observándola desconfiado y temeroso. Le miró fijamente, adentrándose en sus ojos, viendo que el brillo salvaje lo había perdido. Ahora solo parecía un fiel lobo quien esperaba aquella suave caricia de su amo, y quien junto como si misma, lo había perdido. No solo yo sufro la pérdida, Adrik. Te lo dejaste también a él en tu huida… Aquel lobo había terminado aceptando a Adrik como un hermano más de la camada, pero al paso de las noches lo había reconocido como el líder, a quien debía de seguir por encima de Danna.

Ven aquí pequeño. —Susurró agachándose alzando una mano hacia él, esperando para que decidiera bajar de donde se encontraba y fuera con ella. La blanca loba se quedó a sus pies tumbada, viendo como su pareja se acercaba a ellas. El lobo avanzó hacia Danna, lamiendo primero la cabeza de la loba para seguidamente acercar su cabeza hacia ella. Sonriendo, le acarició el pelaje. — Yo también estoy sufriendo…Pero tarde o temprano pasara. Volveremos a ser la familia unida de antes de su llegada. —Afirmó terminando por hacerle carantoñas no demasiado confiada a que sucediera, ya que Adrik si se había llevado algo era la luz de su propia esencia y el respeto y fidelidad de todos con los que se había topado. Lentamente tras unos minutos más jugando con ellos, se irguió, dejándolos que se fueran junto a los demás, mientras ella retomaba el camino. No se alejaban demasiado de ella, podía oír sus pisadas, pero finalmente a la que los ruidos del pueblo en total auge sonaron muy cerca de ellos, alertados huyeron volviendo a los terrenos del castillo, conocedores de que no todos los humanos eran como Danna y debían de guardar las distancias.

Desde el bosque, ya se oía la melodía que producían las alegres risas, la armonía de los instrumentos, las celebres gaitas que acompañaban a los aldeanos a bailar al son de sus notas, en un mar de festejos y sonrisas. Seducida por el ambiente, se apresuró para cruzar lo que quedaba de recorrido, llegando a salir. Una vez fuera de la espesura del bosque, se encontró junto al riachuelo que separaba el pueblo de sus dominios encontrándose con el camino de piedra que llevaba al mismo corazón de aquel rustico y humilde pueblo. Lo tomó y poniéndose su capucha por encima, anduvo hacia su destino, de donde llegaba a entrever las sombras que creaba la gente que bailaba en torno a la hoguera, que ya habían encendido tal y como sus antepasados festejaban sus dichas y victorias.

Acercándose al pueblo vislumbró un grupo de jóvenes que bailaban y correteaban. Dirigiéndose hacia ellos se encontró inesperadamente asediada por dos jovencitas, que le tomaron las manos sin permiso y la hicieron detenerse. — ¿Que queréis pequeñas?— Preguntó sonriendo descubriendo su rostro, retirándose la capucha. Eran niñas, con suerte no la reconocerían y el verla con esas ropas sencillas, hasta dudaba que los mayores lo hiciesen. Quien se creería que la misma duquesa de Dianceht andaría en una fiesta y vestida con míseros “drapos” en comparación con lo que debía de llevar normalmente? Nadie. Así que con total seguridad se mostró ante ellas, mostrando la mejor sonrisa que podía tener. — Eres muy bella…debeís de ser una princesa. —Murmuró una encandilada por los vivaces ojos verdes de Danna y su largo cabello. La otra niña asintió dándole la razón— ¿No eres del pueblo verdad? —Le preguntó con una sonrisa en sus labios. Danna negó con la cabeza y como si aquello fuera lo que esperaban las dos pequeñas preciosidades de pronto empezaron a correr agarradas aún de sus manos, arrastrándola tras ellas. —Ven a la fiesta con nosotras entonces y te enseñaremos nuestro pueblo!—Mencionaron alegres.

Venga vamos, vamos. —Las animó Danna contagiándose de la inocencia y dulzura de ambas, corriendo con ellas a paso lento, entrando en el pueblo. — ¡No corran tanto pequeñas! —Les dijo riendo junto a ellas entrando finalmente al pueblo, tomando unos segundos en volverse a poner la capucha de forma que ocultara ligeramente su rostro.

Al entrar todo dejó de ser gris para adquirir los variados colores de las prendas de la gente, de las decoraciones azules, verdes y rojas que adornaban las callejuelas. Las antorchas alumbraban las calles, los pequeños farolillos también. La gente a los lados de la calle reía, charlaban, bailaban... El hidromiel corría por las calle como si de agua se tratara.

Admirando todo aquel esplendor, apenas fue consciente de las risas y palabras de las pequeñas y de cómo sorteando la gente lentamente la llevaban hacia la plaza principal del pueblo, donde llevaban a cabo los momentos más trascendentales de la noche, como la gran hoguera que ya habían empezado a hacer arder, y el gran baile. Baile en el que se decía que los jóvenes guerreros  debían de buscar y sacar a bailar alrededor de la hoguera a quienes con sus corazones dulces e inocentes los hubiesen cautivado. Para aquellos guerreros era un signo de confianza, de amor, de lealtad para quienes consideraban la razón de volver sanos y salvos de las batallas, y para las damas siempre era todo un honor salir escogidas. Encontrando en los brazos de aquellos hombres, la protección que anhelaban y la intensa pasión de sentirse amadas y respetadas. Ahora aquel baile ya no tenía aquel mismo significado, todo y así era una tradición respetable con la que honoraban a sus antepasados.

Sonriendo a las niñas, siguió junto a ellas pasando entre la gente, cayendo por primera vez en las cantinas que andaban abiertas para la fiesta, en las que la gente se reunía, tomando sus copas haciendo tiempo antes de que empezará la fiesta de verdad. Rápidamente volvió a centrar la vista al frente, pero un olor atrajo su atención lo que hizo que volteara la mirada en busca del responsable. Entre tanta gente y con las dos pequeñas tirando de ella, no lograba identificar aquella sensación que en cierta forma le helaba la sangre, alertándola del peligro. No obstante por otro lado aquella sensación se asemejaba a cuando conoció a Adrik. Solo que esta vez el poder que presentía era más poderoso. ¿Un vampiro?, se preguntó terminando por detenerse en medio de la calle, provocando las quejas de las niñas.

Un momento por favor… —Les contestó ella, acallándolas un instante, tiempo en el que le fue suficiente para coincidir con el causante de aquella sensación. Sus ojos coincidieron y un escalofrío recorrió todo su cuerpo al mismo tiempo que sus ojos no encontraban la fuerza para separarse de ellos. Resultaba enigmático como los vampiros podían seducir a las humanas pero también a las licántropas, enemigas de raza. Sé quedó ensimismada viéndole, igual que él lo parecía. Lo evaluó con la mirada preguntándose que haría un vampiro tan temprano en el exterior, y volviendo a sus ojos, sonrojándose ligeramente y con el corazón acelerado sin saber muy bien porqué, desvió finalmente la mirada.

No es Adrik… confirmó cediendo a las demandas de las pequeñas que volvieron a tirar de ella. Intentando disimular su presencia, usó mimetismo ocultando así su licantropía, pero bien desde el momento en que cruzó la mirada con aquel vampiro, temía que la hubiera reconocido y lo más seguro era de que ya supiera de ella. Al tener la capa y la capucha, quizás no le habría visto el rostro como para reconocerla entre tanta gente y multitud de bellas jóvenes. Por lo que podía desquitarse la capa y junto al mimetismo ocultarse de él hasta que se fuera del pueblo, pero igualmente la gente sospecharía de ella al estar en pleno invierno solo con un vestido tapando su piel.

Rezando para que no la siguiera, aceleró el paso junto con las pequeñas, las que le enseñaron cada parte del pueblo, entre sonrisas y alegrías. Danna algo tensa por el encuentro efímero con aquel vampiro, les sonrío amablemente todo lo que pudo. No logrando engañarlas las que la llevaron hacia una calle menos transitada que la principal. — Que le ocurre? ¿Vio un fantasma? —Le preguntó uno de ellas con curiosidad. Enseguida negó con la cabeza y les sonrío. — Solo pensé haber reconocido a alguien… pero me equivoqué. —Les contestó, riendo al ver la curiosidad en los ojos de las pequeñas.

No debéis ir con vuestras familias? Iros. En el baile prometo bailar con vosotras hasta que los pies me ardan como aquel fuego. —Les prometió fingiendo con éxito una dulce sonrisa logrando el cometido de que se fueran de su lado por lo menos unos minutos, en los que aprovecharía para pensar que hacer. Siempre y cuando tuviera tiempo suficiente para hacerlo y la sensación que volvía a sentir latente en sí misma, fuera solo imaginaciones suyas y no el aviso de que el vampiro se acercaba a ella.
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Mensaje por Ian Lancaster Jue Dic 12, 2013 11:11 am

''El hombre sabio, incluso cuando calla dice más que el necio hablando. ''
Thomas Fuller

Aquella tarde que iba a yacer en cuestión de minutos, proclamaba la puesta de sol, a la que Ian iba a asistir. Viendo como detrás de las nubes, un tinte anaranjado sobre el cielo y sobre las nubes recaían en una tarde perfecta a decir verdad. No se le había atravesado nada hasta ahora. Y nada decía que Ian iba a estar quieto. Se levantó, se dirigió a una mesa en la que varios hombres, dentro de una pequeña carpa, como si se tratara de un porche, jugaban al poker de dos cartas. Una sonrisa se formó en el rostro del longevo vampiro que se había jugado la vida al salir a plena luz del sol, un sol respaldado por las nubes que encerraban sus rayos. -¿Puedo tomar asiento caballeros?.- Preguntó la criatura, divisando que eran tres hombres sentados, no estaría de más que se uniera un participante más a la reunión.

Estas tres personas miraron simultáneamente al vampiro, uno de los humanos asintió, deslizando la silla vacía de las cuatro que se encontraban rodeando la mesa. Ian tomó la silla y se sentó, sacando un paquete de tabaco y su billetera, de la que sacó un fajo de billetes de bajo valor. No era una fortuna, no quería enseñar mucho.

Las apuestas era la madre del azar, nada sabía que pasaría. Ian miró al que tenía la barba más larga. Sonrió y puso 1000 Francos sobre la mesa. -Subo la apuesta.- Mantuvo por un momento la sonrisa y se torno serio de un momento a otro. El hombre vió su apuesta, colocando los 1000 Francos al igual que el vampiro, un tanto altanero. A la hora de enseñar las cartas, sobre la mesa se mostraban dos cincos, una jota, un siete y un diez. El hombre teniendo trío de cincos y pareja de dieces, tenía un full cantado. Mostró sus cartas, queriendo recoger la apuesta. Ian negó. -Full de cincos y jotas. Gano yo esta vez.- Sonrió y recogió los billetes apostados. Ésto llevaba haciéndolo un cuarto de hora, ganaba toda apuesta por la mínima. No hacía trampa, no obstante, los humanos perdieron el dinero sin rechistar, se fiaban de Ian.

Se dirigió a la barra de nuevo, habiendo desplumado el bolsillo a aquellos Escoceses ebrios y risoteros. Pidió otra copa, era la tercera, pero el efecto en Ian del alcohol jamás se pronunciaría, o no al menos con tan poco, era tolerante. Pagando las copas giró su cabeza, observando unas niñas corretear. El vampiro sonrió viendo la dulzura y pureza que desprendían esos pequeños seres humanos. Iban agarrados de una mujer, pues unos mechones castaños asomaban por un oculto rostros que no dejaba desvelar una capucha puesta, ya que la mujer miraba hacia abajo, a las pequeñas. Quería desvelar el causante de la sonrisa que se le formaba al vampiro, que en un instante se le borró. Un destello verde llegó a las pupilas de la criatura. Buscando la mirada de la joven, con cierta desesperación se cumplió. Unos ojos verdes como las esmeraldas estaban extrañamente clavados en los del vampiro, el cual se mantuvo serio el tiempo que la mirada iba a estar presente entre ambas criaturas, si quiera se había percatado de que se trataba de una Licántropo. Pero eso no era lo que influenciaba a Ian a no dejar de mirar, si no los rasgos de lo poco del rostro que desvelaba aquella mujer.

Al fin ella desvió la mirada del vampiro el cual volvió a sonreir de nuevo levemente, torciendo un labio siquiera, quedó en cierto modo petrificado, pero consiguió parpadear de nuevo, dando un trago. Miró al camarero y le pidió un cóctel, un margarita. El camarero hábil en su trabajo le tendió su margarita en minuto y medio, había que hacerlo, era casero, como todo lo que se encontraba en este hermoso país.

Además de la gran explanada desierta de estorbo como árboles y edificios, alrededor, haciéndolo algo que fuera realmente especial para aquel lugar un lugar de paz y calma, algo más alejado de la zona, donde se oía la música, pero que servía de pequeño aislamiento privado. Ian se dirigió a donde el olfato que había recogido, no le iba a estafar de ninguna manera, era muy buen rastreador, y el perfume, era totalmente imborrable del olfato del vampiro. Ahí estaba de espaldas a Ian. Se había desecho de las niñas, Ian pensó que sabía de él de su posible condición, al parecer no se habría fiado de su casual encuentro de miradas. De todas maneras, estaba decidido a caminar hacia ella, rompiendo el hielo para que supiera de su presencia. -Buena noche.- Dijo sin llegar a estar cerca suya, advirtiendo de su llegada, sin tapaderas, iba a mostrarse como el día se había presentado hasta el momento, perfecto. -¿Me permite que la invite a un margarita, madame?.- Pronunció con una efímera sonrisa queriendo comenzar con buen pie. -No he podido evitar la tentación, discúlpeme si he sido muy directo.- Dijo esperando una buena contestación de la mujer. Sí había sido algo directo pero Ian sobrevivía por acciones. Y si todo le había llevado hasta buen puerto por el momento, ¿Por qué no ahora?.
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Mensaje por Danna Dianceht Miér Dic 18, 2013 2:05 pm


No te niegues al mundo, nunca sabes que sorpresas puede depararte.

M.A

El ambiente de la fiesta no se rompía por más que el corazón de la duquesa de aquel país se rompiera de incertidumbre. Los gritos del gentío, los bailes acompasados de aquellos valientes que ya danzaban al sonido de la gaita alrededor del ardiente fuego. Y esto solo era una pequeña parte de todo lo que se oía. En estas fiestas parecía que todo cobrase vida, absolutamente todo. Desde el bosque, cuyas ramas se mecían gracias al frio aire, como el cantico de los lobos, que aullando a la luna elevaban sus bellos y profundos aullidos a la tierra donde vivian.

La fiesta seguía y a penas recién empezaba. Este solo era el inicio. El momento de descorchar el hidromiel y bailar por sus antepasados. Aún quedaba lo más mágico. El ritual de los amantes y aquel instante cual se quedaba en mente de todos, cuando de los bosques emergían las representaciones de todos aquellos que perecieron luchando bajo la llamada de la libertad, hacia ya tantos años atrás. Los jóvenes lucían sus mallas de guerra, sus primitivos escudos y como todo guerrero, la decoración de sus cuerpos. Pinturas en los rostros, en el cuerpo y ropas, simulando la naturaleza, cual aliada en aquellos tiempos. Y no había nada que no quisiera más Danna que centrar su mente en los alegres festejos de su pueblo, aquel que tanto adoraba. No obstante el vampiro con el que se había topado con la mirada, la había seguido, lo presentía. Y allí de espaldas a la fiesta, lo sintió. Él se encontraba donde ella y no parecía retroceder, si no todo lo contrario. Sus pasos parecían llevarla hacia ella. ¿Quien eres...?

Tomando aire profundamente, cerró los ojos un momento grabando aquel característico olor, quedándoselo en los recuerdos. Sin poder contener el suspiro que escapó de sus labios al recordar por una última vez el perfume de aquel vampiro que debía ya ser pasado y aún así seguía tan dentro de ella, se giró en cuanto las primeras palabras del vampiro, quien rompió el silencio de ambos. Con cautela le miró. ¿Él sabrá de mi condición? Pensó encontrándose con que el joven seguía lentamente caminando hacia ella, como si no quisiera asustarla. Frunciendo el ceño bajo aquella capucha que la ocultaba, pero no lo suficiente para que el vampiro no pudiese ver sus ojos y sus suaves labios, sonrío ligeramente en dirección a él.

Buenas noches. —Susurró con su dulce voz mirándole fijamente con sus ojos esmeralda. Con los vampiros que se había encontrado, no todos habían sido hostiles, aún así la seguridad era lo primero y todo y que parecía que aquel joven no fuera con salvajes intenciones, como cuando vampiros y licántropos se encontraban, lo mejor era andar con cautela.

La cautela de su mirada apenas duró unos segundos, hasta que al ver aquella sonrisa que él le predicaba, decidió confiar y dejarse llevar por las impresiones. Si aquel vampiro quisiera dañarle, solo al verla y reconocerla la habría retado o atacado sin importar quienes hubieran en el lugar. Por lo consiguiente dejó que una dulce sonrisa alzara sus labios y río suavemente, algo confundida por las palabras de él.

Invitar a una dama a tomar una margarita… es una tentación Milord? — Preguntó sin dejar de sonreírle. — Pensé que lo más apropiado para este lugar, esta fiesta era el hidromiel. —Agregó con una postura relajada, dejando que se acercara a ella. — No se preocupe. Quizás haya sido un poco directo pero sin sangre no hay culpa, cierto? — Dijo revelando así que conocía su condición. Clavó sus ojos en los ajenos, y como anteriormente en aquel primer momento que coincidieron su rostro se sonrojo. Podría ser una joven, una licántropa y hasta duquesa, que aquella esencia de dulce inocencia no la abandonaría jamás.

Disculpad mis malas formas. Aún hoy hay veces que no sé cómo actuar con los demás. —Susurró a media voz, teniendo sus palabras sentido solo para ella. Cuando era la duquesa, sabía que debía de hacer, como actuar en cada momento, no obstante cuando debía de ser ella misma, dejar aquella mascara de contención se perdía sin saber que se esperaba de ella. Desviando la mirada de él, se quedó observando a la lejanía en donde podía diferenciar de la gente aquellas dos pequeñas que la habían llevado hacia la fiesta y a las que había prometido un baile más adelante junto al fuego. — Con ellas todo es más fácil. Uno siempre puede mostrarse como es y no temer a nada. —Su rostro se ilumino al verlas corretear y volvió a mirar al vampiro con una sonrisa.

Soy Danna, y estaré encantada de que me invite a una margarita. Al fin y al cabo, aún es temprano para los bailes.— Le sonrío acercandose a él. En ningun momento parecia que hubiera entre ellos hostilidad, con lo que relajada considerablemente se presentó ante él. — No obstante, siempre y cuando… —Añadió con una suave risa alegre, alzando la mano hacia él esperando que se la tomase. — Prometa no morderme. —Concluyó con una ligera reverencia con la cabeza sonriéndole, mirándole fijamente como en aquel encuentro en que sus miradas se habían topado tan intensamente.[/b]
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Mensaje por Ian Lancaster Vie Ene 03, 2014 8:58 am

''A quien el destino le acomete desde fuera, lo mata, como mata la flecha al animal. A quien el destino le viene desde dentro, desde su ser más íntimo, lo reconforta y lo convierte en dios.''
Hermann Hesse


Nunca parecía que fuera a parar aquella fiesta que empezó al anochecer, y es que las fiestas de los pueblos podían prolongarse hasta que la gente comenzara a recogerse en cuanto empezaran los primeros rayos de sol, a descansar, tomar un café o demás labores a las que se pudieran dedicar los pueblerinos. Aun así los demás deberes los habían dejado para que todos juntos, fueran como fueran, hicieran algo a la vez, bajo sus diferencias y principios.

En ocasiones la música dejaba de sonar por unos momentos, siendo su sonido ahogado por la voz uniforme de la gente cantar esa parte de la canción, era algo fascinante. Nadie se privada de tomarse una copa, excepto los menores, los cuales se sentían seducidos por aquellos jugos de alguna fruta, piña, melocotón, naranja... Una macedonia suculenta para aquellos a los que el alcohol tampoco les gustaba. El hidromiel se hacía la bebida más popular por los lugares y fiestas, nada tenía que ser igual en el parecer de Ian.

La mujer mantenía la postura, sin quitarse la capucha, se limitaba a permanecer oculta, aunque el olfato del vampiro no le reconocía a nadie que pudiera haber conocido antes, no obstante, la primera mirada, aquella mirada, no había sido percibida jamás en los casi novecientos años de existencia de aquel ser maldito a la eternidad. Sin embargo, el mimetismo que la licántropa había usado anteriormente, realmente no había servido de mucha, ya que el contacto que tuvieron, hizo desvelar todo el misterio que la mujer hubiera podido esconder. Era obvio que se trataba de un Licántropo, Ian percibió aquella sensación desde que la mujer había llegado en el carruaje, aunque éste no le dió importancia ninguna, ya que pensaba que un licantropo no sería partícipe de una destrucción o de algún mal sin la presencia de una luna llena, asi que se limitó a ser el mismo.

-Siempre depende de a que dama se la invite, Madame. Usted no es una dama normal.- Respondió amablemente a la pregunta de la invitación. Sí, había sido una tentación el lanzarse a invitar a alguien, Ian solía ser una persona algo alejada de las personas, no mantenía mucho la lógica de dar el primer paso. En este caso, era inevitable el querer volver a tener contacto con aquellos ojos color esmeralda que le habían hipnotizado haría unos minutos. -¿Hidromiel? Verá Mylady, no soy una persona de rutinas y costumbres. Soy algo más peculiar.- Sonrió admitiendo su ser, desvelando que de haber sido humana, quizás no hubiera querido mantener contacto alguno con aquella mujer de cabellos castaños, sus mechones saliendo de la capucha lo desvelaban.

El vampiro acompañaba su mirada con cierta esclavitud, como si dependiera, como si se tratara de aire para poder vivir. Le tendió el cóctel para que la invitación ya fuera del todo aceptada, siendo rozado por su mano al tomar la copa, estaba ardiendo. Lógicamente la temperatura de los licántropos era más alta de la que tiene una persona habitualmente, y si se comparara con la de un vampiro, el cambio era incluso mucho más grande. Comenzó de nuevo a seguir su mirada, la cual se dirigía hacia las niñas con las que antes había mantenido ella un encuentro, en el que Danna quiso protegerlas del encuentro con el vampiro, del cual con el tiempo, debía darse cuenta de que aquel vampiro, sería algo menos que una amenaza para ella. Sonrió de manera inocente, siendo contagiado por la pureza de un niño, al verlas bailando alrededor de la fogata, felices, inocentes, verdaderas. -Sí.- Mantuvo una sonrisa idiota durante unos segundos hasta que volvió a encontrarse con la de la loba, sin dejar de sonreir, tomó su mano izquierda, la que no sostenía copa alguna y llevó el dorso de ésta a sus labios, besándola suavemente en señal de presentación. -Mi nombre es Ian. Y estaré encantado de poder acompañarla más tarde en algún baile si me lo permite, Danna.- Dijo con una sincera sonrisa, asintiendo a su presentación una vez más. -Esté tranquila, no muerdo sin ser provocado. No sucederá, estoy seguro.- Mantuvo su sonrisa unos segundos más, cruzando de nuevo aquellas miradas que de separaban a cada poco tiempo, parecía que ambos estuvieran enganchados a ese deseo, un deseo sin más, pero que era suficiente para hacerla sonrojar. -Dígame, ¿Es usted de aquí?- Preguntó  comenzando ambos ahora a caminar hacia el demás gentió, en donde algunas mesas estaban vacías ya que la gente, algo más alejada estaba bailando en la gran explanada de tierra rasa que se encontraba alli.

Llegaron a una de las mesas y la retiró una silla, esperando que tomara asiento por si así podían estar ambos más cómodos hasta que llegara el momento, quizás, de bailar. Esperaba que se quitara la capucha en algún momento, quería verla el rostro por completo. Había contemplado sus labios, sus ojos esmeralda, pero no aun todas las facciones de su cara, algo que mataba a Ian de curiosidad. Quería ver a la dueña de quien lo había hechizado, de quien en un futuro, Ian daría su vida si fuera necesario, sabía que todo esto podría ser el comienzo de algo muy grande, tanto que ni el vampiro podría sospechar.
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Mensaje por Danna Dianceht Sáb Ene 18, 2014 9:28 pm


La música es el corazón de la vida. Por ella habla el amor; sin ella no hay bien posible y con ella todo es hermoso.

Franz Liszt


La música retumbando a sus oídos era un canto celestial y embriagador por su corazón de pronto frio y olvidado. Parecía ilógico que alguien como ella, cual temperatura es mayor de la de un mortal normal, pudiera tener el corazón ausente entre tanta escarcha de hielo. Pero así era. Y solo la música parecía mitigar aquel frio de su interior, como aquellos ojos ajenos que se clavaban en los propios, haciendo que su piel enrojeciera. Absorta en aquel vampiro frente a ella, no hizo mucho caso a la música que sonaba por la fiesta, alegrando a todos y a todas, solo vio a las pequeña con las que antes se había topado y contagiada por aquellas sonrisas inocentes, de cuando eres niño y crees en cuentos de hadas, terminó por sonreír.

Seria para mí todo un privilegio igual el bailar con usted esta noche, Ian. —Susurró aceptando aquella invitación con una dulce sonrisa y leve reverencia con la cabeza, terminando por volver a mirarle a los ojos. —Y como has dicho, bien podríamos tener el baile cuando empiece la celebración. Ahora creo que la improvisada pista de baile anda demasiado ocupada. —Murmuró con una risa suave tras un rápido vistazo a las calles abarrotadas de gente. Después, mas tarde en la plenitud de la noche, cuando salieran los caballeros y sus corceles alrededor del fuego, empezaría la fiesta, los ancestrales bailes que llevaban en la sangre.

La sonrisa de la licantropa se extendió mas por sus labios, al oír aquellas palabras que le aseguraban no le mordería. Ella asintió volviendo a quedar atrapada en aquellos inmortales ojos. ¿Qué le ocurría? Intentaba apartar la vista de aquella mirada y le resultaba imposible. Quizás es que llevaba mucho tiempo sin ver de nuevo a un vampiro, y quisiera de cierta forma ver los ojos ajenos en aquellos. Adrik…donde estas? Se preguntó enseguida desquitándose la imagen del oscuro de su mente, reemplazándola por la del vampiro que tenía enfrente. Ian. Sentía de nuevo sus mejillas arder… ¿Por qué? Se preguntó sin saber que se cuestionaba, si el por qué de su sonrojo o el porqué aún seguía acordándose de él. Con los dedos de la mano en la que tenia la margarita, sosteniendo la copa, repiqueo el cristal de la porcelana, intentando así distraer la mente. Pero a cada instante que le miraba, volvía a sentir aquel beso en el dorso de su mano, aquellos fríos labios en su piel… después de tanto tiempo.

Cerró un momento los ojos y respiró aire fresco. — Si, soy de aquí. Siempre Escocia ha sido mi hogar, desde bien pequeña. Y el suyo? —Le miró buscando respuestas. Nunca antes se habían encontrado, y ella hacia más vida social en l pueblo que fuera de su amada Escocia. —¿De donde sois? Nunca antes os había llegado a entrever por estas verdes tierras. — Añadió a su pregunta tomada de su brazo y avanzando hacia el gentío de gente que celebraba entre ríos de Hidromiel y risas la alegría de la noche.

Sus pasos acompasados a los de su acompañante, avanzaron en total armonía, hacia una mesa vacía a uno de los tantos bares abiertos aquella noche. Estarían cerca de la plaza principal y de los festejos, observó complacida, ya que así para así al momento de ir y bailar no tendría demasiadas dificultades en llegar. Al llegar a la mesa Ian le retiró la silla, con una sonrisa agradecida se sentó y esperó a que él estuviera sentado para empezar a hablar, cuando uno de los meseros se les acercó. — Desean tomar algo? — Les ofreció amablemente. Danna le miró desde la capucha y asintió. —Por favor una de Hidromiel, para el caballero. Yo ya estoy servida. —Dijo alzando la margarita. El joven asintió y fue dentro el local. En ocasiones anteriores habrían habido alguna que otra diferencia, con lo de tomar algo que no fuera del mismo local en las mesas, pero al ser fiesta, el buen humor era contagian te y aquel hombre fue incapaz de decirle nada a la joven que le miraba con aquellos verdes ojos tan intensos.

Debes de probar la de este lugar. En este pueblo no se hace como en los demás, aquí tienen un ingrediente que nunca desvelan que intensifica y a la misma vez dulcifica el sabor. —Dijo mirándole con unos ojos brillantes, cayendo tarde en que al ser su condición vampírica, quizás no podía tomar líquidos tampoco. No obstante Adrik bebía vino alguna vez… — Si deseas claro. Si no podré terminármela yo… ya que a mí no me suben especialmente las bebidas alcoholizadas. —Añadió en una sonrisa, dando un sorbo a la margarita. — Esta exquisita. Y decidme, sois de aquí… pero de que parte? ¿Lleváis mucho tiempo por estos lares? ¿Y como llegasteis en esta fiesta? Supongo que también influyó la tarde tan nublada que hubo, aunque ahora el cielo está lleno de estrellas. —Murmuró contestando a su última pregunta, alzando un momento la vista al cielo sobre sus cabezas, provocando que con aquel movimiento la capucha que escondía su rostro lo destapara, descubriéndola.

Su fino y largo cabello cayendo hasta su pecho, su fino rostro alumbrado por las luces de la fiesta, el fuego y la luz de la luna, y aquellos ojos verdes esmeralda llenos de luz, que tras un momento de fijarse en el cielo se enfocaron en el vampiro que tenía en frente, en una dulce sonrisa. —Ahora ya no podré esconderme mucho más esta noche… —Susurró divertida mirándole fijamente, esperando para sus adentros que nadie la reconociera, ya que no quería problemas, y lo que menos quería esa noche eran formalidades como las de la realeza.
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