Existen cosas que no me gusta decir ni a ustedes les gustaría oír; quien tenga ojos, que vea. | Relaciones de Áedán Zaitegui.

Existen cosas que no me gusta decir ni a ustedes les gustaría oír. Quien tenga ojos, que vea.

Valiente, fuerte, un hombre de acción innato. Desde muy temprana edad Áedán mostró su gran aptitud para el liderazgo cuando sin titubear imponía en todos lados su punto de vista defendiendo a capa y espada sus ideales. Siempre fue centrado, un muchacho patriótico interesado en la situación de su país y del mundo, tanto económica como socialmente. Educado, culto y sumamente inteligente, posee una mente brillante que sin duda fue parte esencial en su profesión. Capaz de realizar las estrategias menos pensadas y mas fructíferas en las batallas, gracias a ello fue relevado de su cargo para ocupar el que actualmente tiene, y se habla de que en algunos años pueda adquirir uno aún más alto. Le gusta la idea de tener el mando porque sabe que eso le brinda la posibilidad de elegir lo que cree más conveniente. Es siempre respetuoso con sus mayores, pero no tiene pudor de exponer su punto de vista si alguna orden que le sea dada no le ha convencido, es capaz de iniciar un debate si tiene la convicción de que existe un mejor movimiento que el que se le ha ordenado llevar a cabo. Esto a menudo le ha traído uno que otro roce con aquellos de mente cerrada que son incapaces de escuchar un consejo de quien consideran alguien de rango más bajo.

Áedán es un hombre apasionado, pero no sólo posee pasión romántica, nos referimos más bien a la intensidad apasionada con que se toma la política, el trabajo, la amistad, la religión, la familia, la vida, la muerte y cualquier otra categoría que pueda ocurrírsete. Un hombre como Áedán no es exactamente la mejor respuesta a las necesidades psíquicas si tú eres de aquellas personas que repelen los excesos emocionales. Su semblante es siempre el de un hombre tranquilo. Pero si es un hombre tan sereno ¿cómo es posible que alguien con semejante autodominio sea tan apasionado hasta un grado peligroso? Eso es por que su superficie impasible no es más que un alarde. Por dentro, sus pasiones están tan al rojo como aquel comal con el que te quemaste la mano cuando tenías tres o cuatro años porque te empeñabas en tocar lo que no debías. Así es Áedán: un comal ardiente; por debajo de su engañoso autodominio, calcina. No toques si sabes perfectamente cuánto tardan en curarse las quemaduras y lo que duelen. Si posees una naturaleza de amianto, a prueba de incendios, adelante; ya puedes jugar con explosivos, porque eso es Áedán: un detonante; sólo es cuestión de tiempo para verlo estallar, ya sea de manera positiva o negativa, y en todos los ámbitos imaginables. Si consigues mantener bajo control las llamas, entonces habrás obtenido un poderoso fuego a tu favor. Quizás tú mismo te tomes con pasión las cosas.

En una palabra, Áedán es un hombre invencible. Detrás de su reserva helada hay un enorme caldero de vapor hirviente que continuamente silba y burbujea. Si tiene suerte, él mantendrá la tapa firmemente asegurada durante toda la vida, pero una herida profunda puede hacer que todo vuele con una brillante explosión, fascinante de observar, siempre que no estés en la línea de destrucción directa. Nunca hagas nada para provocarlo porque es un hombre de temperamento explosivo, tan explosivo que puede dejar cicatrices para toda la vida, como el escorpión que ataca con su mortífera cola, la picadura es cruel. Y no sólo es que Áedán disfrute ganando; es que tiene que ganar, no hay de otra y no descansará hasta hacerlo. Dentro de él hay algo que se extingue cuando pierde, incluso en pequeñeces.

Áedán te dejará perplejo con sus dos rasgos gemelos: la pasión y la razón. Tiene dominio sobre ambos: está igualmente regido por el intelecto y las emociones. Es un hombre sumamente inteligente que tiene también una vena filosófica que le lleva a indagar en los misterios de la existencia y a acercarse mucho a las respuestas. Lo que se oculta tras los ojos hipnóticos y penetrantes de Áedán es un gran misterio para aquellos que le conocen, pero es casi seguro que la impresión que les produce no es de indiferencia. Es posible que al conocerle por primera vez te encuentres con un Áedán de aspecto tan absolutamente inocente, con un encanto juvenil que te desarmará y que con su falta de actitudes seductoras te hará creer que se trata de alguien inocente y para nada peligroso o digno de tu desconfianza, pero precisamente allí radica el que te tome por sorpresa si le provocas. ¿Sumisión y perdón? Esas cosas no son su fuerte. Por sus propias e impenetrables razones puede ser cruel a veces, y hasta es posible que exhiba un poco de humor sádico y diga en presencia de gente importante algunos de tus más íntimos secretos, ya sea para humillarte o sencillamente en un chiste aparentemente "inocente"; cuando eso pase lo mejor es que rías, aunque te duela, sus razones tendrá para haber llegado a esos extremos. Tal vez necesites un tiempo para adaptarte a su personalidad, si eres demasiado sensible siempre estarás lleno de magulladuras y ofendido.

Áedán es su propia ley, poco le interesa lo que piensen de él los demás, aunque no puede negar que le gusta la sensación de ser respetado y reconocido como un buen ciudadano, pero si la condición de tal interfiere con sus ideas o sus metas pasa a importarle un rábano, y los que murmuren de él pueden irse por donde vinieron. Ninguna decisión importante se verá influida por la opinión de amigos, parientes y mucho menos de enemigos, ni siquiera por su madre o su hermana que son las dos personas más importantes en su vida; era de esperarse porque una persona con un dominio de sí y una seguridad en sí mismo tan notable es una persona libre que no está continuamente pendiente de lo que los demás piensen. Tal vez por eso es toda una experiencia ver a un hombre como Áedán bajo las negras nubes de la adversidad. Mientras otros no dejan de mascullar, deprimirse y gruñir, él acepta orgullosamente el desafío. Es raro que se hunda en la envidia o en la compasión de sí mismo, ya que casualmente no es de los que creen que la vida les deba ni un franco. En vez de ofenderse y poner cara larga cuando se presentan verdaderos problemas, Áedán los ataca sin vacilar. ¿Y los vence? Por supuesto, si para eso nació.

Cuando Áedán se molesta es digno de temer, su gesto amable y su semblante carismático se evaporan para dar paso al cólera; pero él jamás deja a un lado su educación, jamás lo escucharás insultar a alguien con palabras soeces; él siempre atacará de manera educada pero astuta, con las palabras justas disfrazadas de ironía o sarcasmo. Si su enojo es mucho puede que no mida sus acciones y que más tarde se arrepienta de ellas, o que no lo haga; todo es posible ya que es un hombre rencoroso, un hombre con el corazón contaminado de resentimiento. La sed de venganza lo consume, pero no es un hombre que actúe sin pensarse bien las cosas, como bien estratega le gusta planear el ataque y se lanza al ruedo y ataca cuando se siente seguro y con la convicción de que todo saldrá como él lo ha planeado. Su venganza se centra en una sola persona: su padre; o mejor dicho, aquel que lo procreó y jamás se interesó en él, ese que lo dejó a la deriva. Esa venganza ha pasado a ser su principal meta en la vida, en algo de vida o muerte, en una especie de obsesión.

No tolerará jamás un chantaje de absolutamente nadie, jamás intentes sacar algún provecho de él diciéndole que si no te cumple el capricho te lanzarás al río por su culpa, porque él se limitará a decirte que adelante: que te lances. Odia con toda su alma los halagos hipócritas que tienen como fin echárselo a la bolsa, tampoco tolera las haraganerías ni frivolidades; aunque ame a una persona con el sincero apasionamiento que pone en todo lo que le interesa, Áedán no aguantará tonterías de nadie. Les protegerá cuando lo necesiten, pero les hará saber de forma bien explícita que espera que se defiendan ellos solos. Él será siempre directo en lo que te diga, jamás le pidas un consejo o una opinión si no estás preparado para escuchar alguna brutalidad porque así será, pero por lo menos sabrás que cuando te los diga serán positivos y sinceros, no el fruto de un falso y aburrido intento de halagarte.

A Áedán le encanta el misterio, y si alguna vez uno se cruza en su camino, él lo resolverá, a veces ni siquiera por necesidad sino por mero pasatiempo. Uno de sus favoritos es el eterno misterio femenino, las mujeres y esa arma defensiva/ofensiva que poseen y que siempre le ha parecido encantador. Cuando él se sienta interesado en una dama y empiece a indagarla con sus ojos ardientes y sus preguntas implacables, apenas si le quedarán secretos, puede que hasta se sienta desvalida a su lado con esa capacidad de análisis tan nata como la seducción en cada una de sus palabras que parecen inocentes. Es un hombre con una seguridad en sí mismo que es digna de admirar. Jamás un romance le asustará o le tomará desprevenido. Cuando Áedán pone los ojos en alguien no servirá de mucho que esa persona intente resistirse, una vez que la llama se haya encendido, la hipnotizará a pesar de su determinación para impedirlo.

Como todas las demás emociones, la desilusión no la demuestra cuando llega a sentirla, sus reacciones están rígidamente controladas, incluso sus intenciones románticas. Si hay buenas razones para evitar una relación amorosa, Áedán arderá de pasión por dentro al tiempo que hacia fuera proyecta una glacial indiferencia. Tiende compulsivamente a ocultar sus motivos, y esa tendencia no se atenúa en el amor; hasta puede que se intensifique. No será él quien exhiba sus emociones auténticas delante de todo el mundo como un adolescente vulnerable. Después, cuando esté solo con la persona, le dirá lo que realmente siente, se mostrará  sincero, respetuoso y posiblemente hasta tierno, y recompensará el silencio anteriormente mostrado frente a la gente con esa forma de amor que la mayoría de las mujeres sólo conocen porque la han leído en los libros y que viven añorando. También es celoso, es capaz de entrar en erupción como el volcán Vesubio en sus mejores días, pero no le van las escenas de celos, cuando esté convencido de que una mujer no es digna de su respeto o amor simplemente se alejará y no por resignación sino por dignidad.

Áedán es desconfiado por naturaleza, no elige sus amigos al descuido; tienen que estar a su altura y no porque se sienta especial, no busca riqueza en sus amistades, busca lealtad, humildad y mentes centradas e inteligentes. Cuando al fin encuentre a alguien digno de su confianza, será un hombre sencillo, capaz de compartir entre hombres de clase baja una jarra de vino y un humor picaresco y desenfadado y también de mostrarse como el eterno defensor de inocentes que siempre ha sido, ya que siempre fue enemigo de toda clase de injusticias; no tolera ver que alguien pobre sea pisoteado o maltratado tan sólo por no ser de clase alta, eso da muestra de la calidad humana que posee a pesar de todos los puntos malos que puede poseer.