La lavanda silvestre que iluminó París

Camino por las calles de París sin saber a dónde voy. Aunque esto no es nada nuevo para mí puesto que la mayoría de los días los paso así, caminando sin rumbo, como si anduviera desamparada, lo cual no es del todo errado. No obstante, lejos de parecerme algo malo lo encuentro bastante relajante y además descubro nuevos lugares en los que jamás estuve o en los que no recuerdo haber estado una sola vez. Por ejemplo, hace unos días que descubrí una galería de arte que me enamoró y todo porque me metí por unas calles desconocidas. ¿Qué me depararán hoy mis pasos? Supongo que cuando llegue al lugar lo sabré.

A medida que avanzo veo cómo el cielo va cambiando su tono azul – grisáceo por uno entre rosado y rojizo indicando la caída de la tarde. Espero que no oscurezca demasiado temprano pues la oscuridad no es que me guste en demasía, no sé el por qué, simplemente no me agrada aunque parezca tonto.

Giro por una esquina y veo a unos pocos metros más adelante a un hombre y una niña. No oigo sus gritos pero sé que está gritando a la niña por los gestos que hace y por la expresión de su cara. Además, la niña tiembla seguramente por los sollozos. Seguramente debería pasar a su lado sin decir nada porque no es algo que me incumba pero no puedo evitar pararme justo al lado del hombre.

- Monsieur, ¿por qué no deja de gritar a la niña? No creo que ese sea el modo correcto de dirigirse a la pequeña –

Aguardo a que el hombre me diga algo por meterme en asuntos que nada tienen que ver conmigo pero él no quita la vista de la pequeña y me ignora. Arqueo las cejas asombrada por sus tan exquisitos modales e insisto en que deje a la niña en paz. Sin embargo, el hombre continúa ignorándome y levanta el brazo para pegarle un bofetón a la pequeña ante mi atónita mirada.

- ¡BASTA! – grito enfurecida y en ese mismo instante uno de los faroles que hay a junto a nosotros explota provocando una pequeña lluvia de cristales rotos y asustándonos a los tres. Desvío la mirada del farol para comprobar que ellos están bien para encontrarme con cuatro pares de ojos que me miran aterrados. Doy un paso hacia ellos para preguntarles si se encuentran bien pero ellos se alejan de mí como si tuviera una enfermedad contagiosa. No entiendo el por qué, bajo la mirada y me observo por si tengo algo, una herida causada por los cristales o algo aunque no recuerdo que me hayan caído encima. Cuando miro veo que los cristales están a mi alrededor pero yo no tengo ningún rasguño mientras que ellos tienen los hombros cubiertos de pequeñas esquirlas.

- ¡TÚ! – exclama el hombre horrorizado – ¡Has sido tú! ¡Bruja! –

¿Yo? ¿Cómo iba yo a hacer estallar una farola? Sin embargo, el hombre lo creía de verdad y salió corriendo diciendo que avisaría al orden o algo así, no sé muy bien qué es lo que dijo ni a lo que se refería pero no me quedo para averiguarlo y salgo corriendo de allí.

Las palabras el hombre siguen reverberando en mi cabeza: “Has sido tú. Has sido tú”. Sé que es imposible que yo haya hecho eso pero una parte de mí empieza a creer que es verdad, ya que sucedió en el mismo momento que grité. ¿Fui yo? No, sólo podría tratarse de una coincidencia. Miro hacia atrás temerosa de que alguien me siga y cuando vuelvo la vista al frente veo a un chico de unos doce años que corre sin mirar por donde va y con el que voy a chocar inevitablemente al no poder frenar mi carrera a tiempo. Abro la boca para advertirle pero las palabras se quedan suspendidas en el aire cuando me atraviesa.

<<¿Acaba de atravesarme?>>. Miro atrás horrorizada pero no lo veo por ninguna parte. No puede ser, otra vez no. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? Llevaba días sin que me sucedieran cosas extrañas y ahora ya iban dos. Sigo corriendo tratando de escapar de algo que no comprendo hasta que me canso y me detengo para comprobar que me encuentro en una especie de jardín. Comienzo a caminar entre las flores intentando aclarar mis pensamientos. ¿Por qué mi cabeza se empeñaba en hacerme ver cosas imposibles? Ya antes me había ocurrido que pensando en alguna cosa u objeto ésta vibraba o se movía pero, ¿imaginarme personas? Porque ese niño no era real. No podía ser real.

- ¿Por qué me haces esto? – exclamo llevándome las manos a la cabeza a punto de perder el control sin saber que en unos días alguien aparecerá en mi vida dándome una explicación a aquello que me ocurre y que escapa a mi entendimiento.