AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Las máscaras no solo ocultan cosas, también las revelan. | Privado.
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Las máscaras no solo ocultan cosas, también las revelan. | Privado.
¡Y a quién demonios le importaba si Eisenberg, el gran y famosísimo ilusionista, decidía romper con esa vida llena de ataduras! Sí, así era la vida de Tristán, así la visualizaba muchas veces: como una especie de tortura donde yacía atado de manos y pies, siendo la vida misma el peor de sus verdugos. ¡Cuánta desgracia le había tocado vivir, cuánta mala fortuna se había volcado sobre él! Y estaba dispuesto a romper con ello, aunque fuera una vez en la vida, aún cuando optara por la peor forma en la que un hombre intentaba olvidar sus penas.
Esa noche, convencido de lo que haría, sacó algunas prendas al azar de su closet y se enfundó en el primer traje que estuvo a su mano, uno bastante elegante y no, no por que quisiera lucir impecable esa noche, si no por que en realidad así eran todas sus prendas. Desechó la idea de viajar en carruaje cuando uno de los sirvientes se lo propuso y se encaminó a las calles de París por su propia cuenta. El artista caminó alrededor de quince minutos y a pesar de que sus pasos eran tranquilos y su semblante el de hombre que no tiene bien decidido a dónde se dirige, la realidad era que sabía bien su destino. Entró a una taberna situada en el centro de la ciudad y se se sentó en una mesa, pero esta vez no eligió la más apartada del local (como hacía en cada sitio al que acudía), si no todo lo contrario, eligió una que estaba en el centro del negocio, donde podía estar en contacto con todos los presentes y donde su presencia no pasaría desapercibida. No le importó que la gente mirara directamente su rostro, sorprendidos por la herida, por el contrario, habló con ellos, brindó con otros cuantos e incluso se atrevió a cantar (muy desafinado) un poco cuando un guitarrista se posó al lado de su mesa alegrándole la noche todavía más a los presentes. Por primera vez en mucho tiempo se sintió una persona normal, había sonreído como no lo había hecho en mucho tiempo.
Bebió, bebió demasiado, pero quizás no lo suficiente como para perder la consciencia o el equilibrio al caminar cuando supo que había llegado la hora de partir. Luego de pagar su cuenta y despedirse de sus nuevos “amigos”, salió del lugar con la plena intención de ir a casa. Los pies los arrastraba ligeramente sobre el pavimento húmedo y llevaba en la mano derecha un reloj de bolsillo, el cual miró para corroborar qué tan noche se le había hecho. Le sorprendió ver que apenas habían pasado unas cuantas horas y siguió caminando, pasando esta vez frente al burdel más famoso de la ciudad. Hipnotizado por las chillantes luces del sitio y su estridente música se detuvo frente a él por unos instantes, mirando fijamente a la entrada, de donde provenía música de burlesque, voces de hombres y risas de mujeres. Otro tipo de diversión lo esperaba, lo invitaba a unirse, lo convocaba a experimentar. Miró nuevamente su reloj, como esperando encontrar una respuesta en él y luego de meditarlo apenas unos instantes, lo hundió en el bolsillo de su pantalón para no volver a verlo nunca más, al menos no esa noche. No quería impedimentos, no existiría el tiempo, tan sólo se dejaría llevar. Un gesto entusiasta apareció nuevamente en su rostro y la misma sonrisa que lo acompañó en la taberna, la adoptó al entrar al burdel, donde lo recibieron como a un rey.
Quizás suene extraño decirlo, pero Tristán no había tenido nunca la necesidad de asistir a un lugar como ese. Sin embargo, como todo hombre que está solo, había sucumbido ante los encantos de las cortesanas, las cuales habían entrado "discretramente" a su residencia en más de una ocasión. Esta sería la primera vez en la que observaría el mundo de la prostitución a manos llenas y en su máximo esplendor, la primera vez que sus ojos expectantes se deleitarían con ese extraordinario espectáculo.
Sin perder su ya natural porte elegante pese a todo el alcohol que circulaba por su venas, se paseó entre las mesas. El lugar estaba abarrotado, decenas de hombres se habían dado cita en ese lugar y Tristán ignoraba si siempre era así o se debía a ese baile que justo en ese instante algunas mujeres semidesnudas realizaban en el escenario. Todos los ojos masculinos estaban atentos a la función, mientras que los femeninos se mantenían a la caza de algún caballero al cual acompañar. Una mujer se acerco a él, dándole la bienvenida con una sonrisa y posándole una mano sobre el hombro. Enseguida le preguntaron si podían ofrecerle un poco de compañía y la invitación fue tan tentadora que no pudo negarse. Dos mujeres estuvieron acompañándole a los pocos minutos, una rubia y una pelirroja, ambas de edades similares pero de formas y aromas distintos.
Y el proceso de la taberna volvió a repetirse.
Bebió, rió, bromeó e incluso acarició y besó a sus dos mujeres, mismas que no dejaban de adularlo, quizás en exageración. La rubia de vez en cuando le lanzaba miradas a la pelirroja, haciéndole señales de que era hora de llevarlo a alguna habitación y hacerlo pasar un buen rato, luego vendría una buena paga para ambas, pues sabían que de dinero era. La pelirroja tuvo una mejor idea, no tendrían que acostarse con él para obtener una buena gratificación monetaria por su tiempo invertido. Los ojos de la mujer se clavaron en el bolsillo del saco de Tristán, en él podía observarse su cartera, la cual brillaba tentadoramente ante la mirada de la ladrona, quien ni tarde ni perezosa usó como excusa una caricia para despojarlo de su pertenencia. El ilusionista estaba tan embrutecido por el alcohol que ya había bebido que ni siquiera advirtió lo que acababa de pasar, siguió bebiendo, riendo con las dos mujeres, las cuales no quisieron exponerse a ser descubiertas y se alejaron de él con el pretexto de que irían a conseguir más vino. No regresaron.
— Quiero que me envíen a la muchacha más bonita de todo este lugar, a la más asediada. — Pidió Tristán, con una copa en mano, la cual alzó y bebió de golpe. Sus deseos fueron órdenes, enseguida lo condujeron hacia una habitación que permanecía sola y le dieron indicaciones de esperar. Mientras aguardaba, Tristán miró un poco el cuarto, era un lugar sucio y maloliente que desprendía un olor a humedad que calaba en la nariz. Esa debía ser la peor habitación del burdel, la única disponible tal vez, esa era la justificación más coherente para haberse atrevido a darle un cuarto como ese a un hombre con la pinta que él tenía.
Se dejó caer pesadamente sobre la cama destendida e ignorando el desastroso lugar cerró los ojos por un momento.
Esa noche, convencido de lo que haría, sacó algunas prendas al azar de su closet y se enfundó en el primer traje que estuvo a su mano, uno bastante elegante y no, no por que quisiera lucir impecable esa noche, si no por que en realidad así eran todas sus prendas. Desechó la idea de viajar en carruaje cuando uno de los sirvientes se lo propuso y se encaminó a las calles de París por su propia cuenta. El artista caminó alrededor de quince minutos y a pesar de que sus pasos eran tranquilos y su semblante el de hombre que no tiene bien decidido a dónde se dirige, la realidad era que sabía bien su destino. Entró a una taberna situada en el centro de la ciudad y se se sentó en una mesa, pero esta vez no eligió la más apartada del local (como hacía en cada sitio al que acudía), si no todo lo contrario, eligió una que estaba en el centro del negocio, donde podía estar en contacto con todos los presentes y donde su presencia no pasaría desapercibida. No le importó que la gente mirara directamente su rostro, sorprendidos por la herida, por el contrario, habló con ellos, brindó con otros cuantos e incluso se atrevió a cantar (muy desafinado) un poco cuando un guitarrista se posó al lado de su mesa alegrándole la noche todavía más a los presentes. Por primera vez en mucho tiempo se sintió una persona normal, había sonreído como no lo había hecho en mucho tiempo.
Bebió, bebió demasiado, pero quizás no lo suficiente como para perder la consciencia o el equilibrio al caminar cuando supo que había llegado la hora de partir. Luego de pagar su cuenta y despedirse de sus nuevos “amigos”, salió del lugar con la plena intención de ir a casa. Los pies los arrastraba ligeramente sobre el pavimento húmedo y llevaba en la mano derecha un reloj de bolsillo, el cual miró para corroborar qué tan noche se le había hecho. Le sorprendió ver que apenas habían pasado unas cuantas horas y siguió caminando, pasando esta vez frente al burdel más famoso de la ciudad. Hipnotizado por las chillantes luces del sitio y su estridente música se detuvo frente a él por unos instantes, mirando fijamente a la entrada, de donde provenía música de burlesque, voces de hombres y risas de mujeres. Otro tipo de diversión lo esperaba, lo invitaba a unirse, lo convocaba a experimentar. Miró nuevamente su reloj, como esperando encontrar una respuesta en él y luego de meditarlo apenas unos instantes, lo hundió en el bolsillo de su pantalón para no volver a verlo nunca más, al menos no esa noche. No quería impedimentos, no existiría el tiempo, tan sólo se dejaría llevar. Un gesto entusiasta apareció nuevamente en su rostro y la misma sonrisa que lo acompañó en la taberna, la adoptó al entrar al burdel, donde lo recibieron como a un rey.
Quizás suene extraño decirlo, pero Tristán no había tenido nunca la necesidad de asistir a un lugar como ese. Sin embargo, como todo hombre que está solo, había sucumbido ante los encantos de las cortesanas, las cuales habían entrado "discretramente" a su residencia en más de una ocasión. Esta sería la primera vez en la que observaría el mundo de la prostitución a manos llenas y en su máximo esplendor, la primera vez que sus ojos expectantes se deleitarían con ese extraordinario espectáculo.
Sin perder su ya natural porte elegante pese a todo el alcohol que circulaba por su venas, se paseó entre las mesas. El lugar estaba abarrotado, decenas de hombres se habían dado cita en ese lugar y Tristán ignoraba si siempre era así o se debía a ese baile que justo en ese instante algunas mujeres semidesnudas realizaban en el escenario. Todos los ojos masculinos estaban atentos a la función, mientras que los femeninos se mantenían a la caza de algún caballero al cual acompañar. Una mujer se acerco a él, dándole la bienvenida con una sonrisa y posándole una mano sobre el hombro. Enseguida le preguntaron si podían ofrecerle un poco de compañía y la invitación fue tan tentadora que no pudo negarse. Dos mujeres estuvieron acompañándole a los pocos minutos, una rubia y una pelirroja, ambas de edades similares pero de formas y aromas distintos.
Y el proceso de la taberna volvió a repetirse.
Bebió, rió, bromeó e incluso acarició y besó a sus dos mujeres, mismas que no dejaban de adularlo, quizás en exageración. La rubia de vez en cuando le lanzaba miradas a la pelirroja, haciéndole señales de que era hora de llevarlo a alguna habitación y hacerlo pasar un buen rato, luego vendría una buena paga para ambas, pues sabían que de dinero era. La pelirroja tuvo una mejor idea, no tendrían que acostarse con él para obtener una buena gratificación monetaria por su tiempo invertido. Los ojos de la mujer se clavaron en el bolsillo del saco de Tristán, en él podía observarse su cartera, la cual brillaba tentadoramente ante la mirada de la ladrona, quien ni tarde ni perezosa usó como excusa una caricia para despojarlo de su pertenencia. El ilusionista estaba tan embrutecido por el alcohol que ya había bebido que ni siquiera advirtió lo que acababa de pasar, siguió bebiendo, riendo con las dos mujeres, las cuales no quisieron exponerse a ser descubiertas y se alejaron de él con el pretexto de que irían a conseguir más vino. No regresaron.
— Quiero que me envíen a la muchacha más bonita de todo este lugar, a la más asediada. — Pidió Tristán, con una copa en mano, la cual alzó y bebió de golpe. Sus deseos fueron órdenes, enseguida lo condujeron hacia una habitación que permanecía sola y le dieron indicaciones de esperar. Mientras aguardaba, Tristán miró un poco el cuarto, era un lugar sucio y maloliente que desprendía un olor a humedad que calaba en la nariz. Esa debía ser la peor habitación del burdel, la única disponible tal vez, esa era la justificación más coherente para haberse atrevido a darle un cuarto como ese a un hombre con la pinta que él tenía.
Se dejó caer pesadamente sobre la cama destendida e ignorando el desastroso lugar cerró los ojos por un momento.
Tristan Rêveur- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/01/2011
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Re: Las máscaras no solo ocultan cosas, también las revelan. | Privado.
Madame Von Bennewitz, Madame – la voz pausada de mi doncella la escuchaba en la lejanía de un abismo, no sabía quien realmente estaba cayendo si ella o yo, el chorro de agua fría que cayó sobre mi cara hizo que una de mis tantas pesadillas llegara a mi cabeza, ahogándome y casi sin poder respirar el grito salió de lo más profundo de mi interior, agudo y lleno de dolor abrí mis ojos o al menos intente hacerlo, en lo que pude la divise con algunos paños húmedos volví a cerrar no quería ver, en realidad yo era la que siempre caía en un abismo del cual nunca podía salir, la perdición, ira y coraje de Alexei, mi esposo, se había desatado la noche anterior, no recordaba mucho en realidad casi nada. – Clarisse, que paso – mi voz débil parecía la de un moribundo. Ella con toda la suavidad y delicadeza comenzó hablar relatando lo que había ocurrido. Para mi desgracia había cometido un error, en mi escapada. – El señor la siguió, no pude avisarle para cuando me los tope el ya le había golpeado como es su costumbre, Madame, no alcanzo salir ni de las puertas del jardín cuando él la abordo por atrás lo vi, la golpeo gritaron usted intento defenderse pero eso fue en vano porque Richard, ya la tenía agarrada por la espalda – Levante la mano, no era necesario que continuara basto con eso para saber que la golpiza había sido la más dura en ya tres años.
Cuatro días me costaron en cama mi cuerpo había sido molido a golpes hematomas por todo mi cuerpo y mi rostro marcado ese día, el cuarto tome un espejo y mi ojo derecho aun permanecía morado he inflamado, no lo había podido abrir en días, dolía y demasiado. Gaspar había venido a verme, estaba preocupado y había jurado venganza no le deje, no había caso que hiciera eso, no con él con mi esposo, habían vidas que dependía de que yo permaneciera a su lado, mis padres. Me levante con poca dificultad, mi cuerpo solo cubierto por una delgada bata la deje caer, necesitaba ver el verdadero estado de cada parte de mi ancho cuerpo el espejo mostro una realidad, dura y dolorosa contuve el llanto, no le daría el placer de verme sufrir no así, consiente. Mi lado derecho de la cara era el más afectado, pero hoy tenía que ir a trabajar, o por ultimo hacer un acto de presencia no quería que Gaspar pensara mal, aun cuando me había dicho que descansara el tiempo que fuera necesario, esta era mi cárcel y no quería estar aquí, hoy no.
Con ayuda de Clarisse, me vestí con un precioso traje color rojo carmín, un corsé que se ajustaba a mi gran cintura y apretaba mi busco, en realidad me incomodaba, justo en la parte de las costillas tenía varios moretones, tan solo me hice la fuerte porque eso era lo que en realidad me quedaba. Mi rosto, lo maquille con cuidado el lado izquierdo con un perfecto maquillaje por el contrario al otro lado no pude hacer más que espolvorearle un poco de base para ocultar el oscuro color, mas la hinchazón permanecía y no podía abrir del todo el ojo. Luego de encontrarme perfectamente vestida hui de mi propio hogar por el pasadizo que oculto había en mi habitación y me llevaba a las afueras de la gran mansión.
Mi chofer el único fiel a mi me llevo al Piacere della vitta, el me esperaría hasta mi regreso a mi cárcel. Todos, al verme guardaron silencio, otros simplemente ignoraron mi presencia pero Gaspar mi amigo y socio no quiso que esa noche trabajara y para mantenerme ocupada me envió al burdel del centro a dejar un paquete, algo misterioso para mí pero accedí, tenía que encontrarme con el dueño Irvine, lo conocía trabaje ahí antes de hacer mi propio negocio y por ende conocía a la mayoría de las cortesanas, sin mas accedí hacer el encargo, necesitaba un poco de aire libre y caminar hasta ahí no me seria problema.
En realidad no se cuanto tiempo paso pero ya me encontraba en las calles que a esas horas tenía un ambiente bastante agradable, bendita primavera, pensé y seguí mi camino entre pequeños tumultos de personas, ebrios y quien sabe Dios qué otras cosas, varios me observaban era evidente que mi rostro no era el angelical que solía tener ahora más bien parecía deforme. No dejaría intimidarme, hoy no, me bastaba con las palabrerías de Alexei y su amante, no era necesario de más. Me acerque al burdel, recuerdos varios llegaron a mi cabeza, grandes personas conocí ahí. No di muchos rodeos y tan solo entre como era de esperarse el ambiente estaba denso, lleno de humo y aromas tan variados como repugnante algunos, me saludaron algunas de mis conocidas pero no andaba de ánimo de entablar conversación y mucho menos quitarle tiempo en su tan glorioso trabajo. Avance hasta que me abordaron dos cortesanas, nuevas claro estaba, se rieron de mi lo había notado al parecer sabían de mí, me sentí incomoda por la forma en que sus ojos se posaban en mi cuerpo, lo más probable que se burlaban de mi suspire – Busco al Señor Irvine – les mostré el pequeño encargo ambas riendo intercambiaron palabras y una fue detrás de la barra para hablar con el cantinero que tan solo me dirigió una dura y fría mirada. – Esta en su Oficina – me dijo una de ellas y conduciéndome hasta una puerta bastante malograda me empujaron hacia adentro.
La humedad era notoria y carecía de la elegancia a la que ya me había acostumbrado en mi burdel, suspire y agradecí que estaba con una luz tenue, a los segundo acostumbre mi mirada y escuche como cerraban la puerta por fuera o tal vez era la habitación continua, no sabía – ¿Señor Irvine? – pregunte y la sorpresa llego a mi cuando vi un hombre tirado en la cama – Gaspar le ha enviado esto – Quería salir de ese lugar ya, pero no sin antes hablar con el dueño del lugar - ¿Irvine? – volví a pronunciar.
Cuatro días me costaron en cama mi cuerpo había sido molido a golpes hematomas por todo mi cuerpo y mi rostro marcado ese día, el cuarto tome un espejo y mi ojo derecho aun permanecía morado he inflamado, no lo había podido abrir en días, dolía y demasiado. Gaspar había venido a verme, estaba preocupado y había jurado venganza no le deje, no había caso que hiciera eso, no con él con mi esposo, habían vidas que dependía de que yo permaneciera a su lado, mis padres. Me levante con poca dificultad, mi cuerpo solo cubierto por una delgada bata la deje caer, necesitaba ver el verdadero estado de cada parte de mi ancho cuerpo el espejo mostro una realidad, dura y dolorosa contuve el llanto, no le daría el placer de verme sufrir no así, consiente. Mi lado derecho de la cara era el más afectado, pero hoy tenía que ir a trabajar, o por ultimo hacer un acto de presencia no quería que Gaspar pensara mal, aun cuando me había dicho que descansara el tiempo que fuera necesario, esta era mi cárcel y no quería estar aquí, hoy no.
Con ayuda de Clarisse, me vestí con un precioso traje color rojo carmín, un corsé que se ajustaba a mi gran cintura y apretaba mi busco, en realidad me incomodaba, justo en la parte de las costillas tenía varios moretones, tan solo me hice la fuerte porque eso era lo que en realidad me quedaba. Mi rosto, lo maquille con cuidado el lado izquierdo con un perfecto maquillaje por el contrario al otro lado no pude hacer más que espolvorearle un poco de base para ocultar el oscuro color, mas la hinchazón permanecía y no podía abrir del todo el ojo. Luego de encontrarme perfectamente vestida hui de mi propio hogar por el pasadizo que oculto había en mi habitación y me llevaba a las afueras de la gran mansión.
Mi chofer el único fiel a mi me llevo al Piacere della vitta, el me esperaría hasta mi regreso a mi cárcel. Todos, al verme guardaron silencio, otros simplemente ignoraron mi presencia pero Gaspar mi amigo y socio no quiso que esa noche trabajara y para mantenerme ocupada me envió al burdel del centro a dejar un paquete, algo misterioso para mí pero accedí, tenía que encontrarme con el dueño Irvine, lo conocía trabaje ahí antes de hacer mi propio negocio y por ende conocía a la mayoría de las cortesanas, sin mas accedí hacer el encargo, necesitaba un poco de aire libre y caminar hasta ahí no me seria problema.
En realidad no se cuanto tiempo paso pero ya me encontraba en las calles que a esas horas tenía un ambiente bastante agradable, bendita primavera, pensé y seguí mi camino entre pequeños tumultos de personas, ebrios y quien sabe Dios qué otras cosas, varios me observaban era evidente que mi rostro no era el angelical que solía tener ahora más bien parecía deforme. No dejaría intimidarme, hoy no, me bastaba con las palabrerías de Alexei y su amante, no era necesario de más. Me acerque al burdel, recuerdos varios llegaron a mi cabeza, grandes personas conocí ahí. No di muchos rodeos y tan solo entre como era de esperarse el ambiente estaba denso, lleno de humo y aromas tan variados como repugnante algunos, me saludaron algunas de mis conocidas pero no andaba de ánimo de entablar conversación y mucho menos quitarle tiempo en su tan glorioso trabajo. Avance hasta que me abordaron dos cortesanas, nuevas claro estaba, se rieron de mi lo había notado al parecer sabían de mí, me sentí incomoda por la forma en que sus ojos se posaban en mi cuerpo, lo más probable que se burlaban de mi suspire – Busco al Señor Irvine – les mostré el pequeño encargo ambas riendo intercambiaron palabras y una fue detrás de la barra para hablar con el cantinero que tan solo me dirigió una dura y fría mirada. – Esta en su Oficina – me dijo una de ellas y conduciéndome hasta una puerta bastante malograda me empujaron hacia adentro.
La humedad era notoria y carecía de la elegancia a la que ya me había acostumbrado en mi burdel, suspire y agradecí que estaba con una luz tenue, a los segundo acostumbre mi mirada y escuche como cerraban la puerta por fuera o tal vez era la habitación continua, no sabía – ¿Señor Irvine? – pregunte y la sorpresa llego a mi cuando vi un hombre tirado en la cama – Gaspar le ha enviado esto – Quería salir de ese lugar ya, pero no sin antes hablar con el dueño del lugar - ¿Irvine? – volví a pronunciar.
Amy Von Bennewitz- Mensajes : 171
Fecha de inscripción : 21/06/2011
Re: Las máscaras no solo ocultan cosas, también las revelan. | Privado.
En el dormitorio de citas flotaba un penetrante olor de dudosa procedencia que se colaba hasta la nariz de Tristán, era un olor a tabaco que estaba impregnado en todo el lugar, desde las sábanas de la cama hasta los muebles vulgares que decoraban todo a su alrededor. También podía percibirse un sutil hedor proveniente del colchón sobre el que el muchacho yacía recostado, el olor de todos aquellos que se habían acostado en la cama y habían vivido mil y una noches de placer desenfrenado y la lujuria en su máxima expresión. Pero para Tristán nada de eso fue suficiente como para querer levantarse y abandonar la habitación, se quedó recostado, con los ojos cerrados y la cabeza dándole vueltas a causa del alcohol que circulaba por sus venas, y solamente cuando escuchó a lo lejos la puerta cerrarse, fue que dio señales de que aún estaba consciente.
— Yo no soy Irvine. — Respondió a la pregunta en el aire; habló sin moverse un centímetro o abrir los ojos para corroborar si la mujer que estaba allí era la que él había pedido. Se llevó la mano a la cara y se masajeó las sienes porque le dolía la cabeza. Su voz era monótona y arrastraba las palabras de una manera impresionante pero increíblemente seguía habiendo coherencia en lo que decía. — No, ese no es mi nombre. Mi nombre… mi nombre… — Hizo una pausa y por un momento permaneció pensativo, como si realmente su nombre de pila se hubiera esfumado de su mente. — No lo recuerdo. — Lo cierto es que prefería no mencionarlo y jugar a ser una persona desconocida y no el afamado artista de la ilusión al que todo el mundo aclamaba, admiraba y deseaban conocer. Estaba harto de eso, de que la gente fingiera que le adoraba y que al darles la espalda se dedicaran a criticar su apariencia, a llamarlo “pobre hombre” por ser un hombre desfigurado; estaba cansado de que le tuvieran lástima.
La curiosidad lo invadió y con dificultad se ladeó sobre la cama, tan solo para conocer a la mujer de la voz dulce que buscaba al tal Irvine. Tristán se sorprendió al observar a la joven que estaba de pie frente a la cama porque definitivamente no era lo que él había imaginado, no luego de su exigente petición, tal cosa lo obligó a querer observarla con detalle y a moverse hasta quedar sentado sobre la cama para lograr tener una mejor visión de la cortesana. Cuando finalmente logró incorporarse, el cabello lo tenía sobre la cara en una maraña y le cubría la cicatriz.
— He pedido a la mujer más hermosa y asediada de este lugar y estoy seguro de que tú no lo eres. — Sus palabras adquirieron un tono venenoso y le dieron al hombre que las pronunciaba un aura de crueldad y arrogancia que realmente no le pertenecía. Le habló a ella pero por un momento pareció que se dirigía a la lámpara sobre la mesita de noche, ya que decidió no mirarla mientras se expresaba. — Lo sé porque la gente suele darle mucha importancia a la apariencia física y despreciarte si no cumples con sus expectativas. Puedo asegurar que has sido rechazada y maltratada en muchas ocasiones por tu físico. — Emitió una breve e íntima risa audible que sonó amarga y resignada, pero no se burlaba de ella, se burlaba de sí mismo. Cualquiera que le oyera hablar y lo conociera de antes, entendería el por qué de sus palabras, pero la muchacha, que no tenía idea de quién se trataba ni había visualizado aún la enorme marca que le había dejado ese lobo en esa desafortunada noche en la que había sido atacado e infectado, probablemente no entendía de qué iba la cosa e incluso podría llegarse a sentir atacada.
Sin darle la cara a la mujer, como pudo se puso de pie y caminó tambaleándose hasta la botella de whisky que estaba colocada sobre una mesa y se sirvió un vaso más de ese líquido amargo que muchas veces había sido su único consuelo.
— Yo no soy Irvine. — Respondió a la pregunta en el aire; habló sin moverse un centímetro o abrir los ojos para corroborar si la mujer que estaba allí era la que él había pedido. Se llevó la mano a la cara y se masajeó las sienes porque le dolía la cabeza. Su voz era monótona y arrastraba las palabras de una manera impresionante pero increíblemente seguía habiendo coherencia en lo que decía. — No, ese no es mi nombre. Mi nombre… mi nombre… — Hizo una pausa y por un momento permaneció pensativo, como si realmente su nombre de pila se hubiera esfumado de su mente. — No lo recuerdo. — Lo cierto es que prefería no mencionarlo y jugar a ser una persona desconocida y no el afamado artista de la ilusión al que todo el mundo aclamaba, admiraba y deseaban conocer. Estaba harto de eso, de que la gente fingiera que le adoraba y que al darles la espalda se dedicaran a criticar su apariencia, a llamarlo “pobre hombre” por ser un hombre desfigurado; estaba cansado de que le tuvieran lástima.
La curiosidad lo invadió y con dificultad se ladeó sobre la cama, tan solo para conocer a la mujer de la voz dulce que buscaba al tal Irvine. Tristán se sorprendió al observar a la joven que estaba de pie frente a la cama porque definitivamente no era lo que él había imaginado, no luego de su exigente petición, tal cosa lo obligó a querer observarla con detalle y a moverse hasta quedar sentado sobre la cama para lograr tener una mejor visión de la cortesana. Cuando finalmente logró incorporarse, el cabello lo tenía sobre la cara en una maraña y le cubría la cicatriz.
— He pedido a la mujer más hermosa y asediada de este lugar y estoy seguro de que tú no lo eres. — Sus palabras adquirieron un tono venenoso y le dieron al hombre que las pronunciaba un aura de crueldad y arrogancia que realmente no le pertenecía. Le habló a ella pero por un momento pareció que se dirigía a la lámpara sobre la mesita de noche, ya que decidió no mirarla mientras se expresaba. — Lo sé porque la gente suele darle mucha importancia a la apariencia física y despreciarte si no cumples con sus expectativas. Puedo asegurar que has sido rechazada y maltratada en muchas ocasiones por tu físico. — Emitió una breve e íntima risa audible que sonó amarga y resignada, pero no se burlaba de ella, se burlaba de sí mismo. Cualquiera que le oyera hablar y lo conociera de antes, entendería el por qué de sus palabras, pero la muchacha, que no tenía idea de quién se trataba ni había visualizado aún la enorme marca que le había dejado ese lobo en esa desafortunada noche en la que había sido atacado e infectado, probablemente no entendía de qué iba la cosa e incluso podría llegarse a sentir atacada.
Sin darle la cara a la mujer, como pudo se puso de pie y caminó tambaleándose hasta la botella de whisky que estaba colocada sobre una mesa y se sirvió un vaso más de ese líquido amargo que muchas veces había sido su único consuelo.
Tristan Rêveur- Licántropo Clase Alta
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