De blancos.

De blancos pecadores se tiñeron mis deseos... y una punzada en el pecho me estaba haciendo recapacitar en mis pensamientos.

Kara... susurraron las voces olvidadas y descubrí lentamente mi rostro. No había nadie, era obvio. Pero aquel llamado me estaba informando que alguien más rondaba cerca. No era uno de mis "amigos" especiales, por el contrario... era alguien de carne y hueso. Me puse en pie limpiando la saliva de la desdeñosa enfermedad que me sobraba. Mi postura fue recta, fuerte, territorial. Entrecerré la mirada en espera de cualquier cosa. Pero los muertos callaron. Sin más. El sudor escurrió como río fluyente entre mis senos y mi espalda.

Primavera en las afueras era un verano en el trópico. Terminé por quitarme el vestido de lino blanco y lo dejé caer sobre la verde alfombra. Mis dedos de los pies acariciaron la misma y mientras que mis manos recorrían lentamente mis senos. Susurré una oración y me quité el collar que siempre llevaba colgado a mí. Y lo coloqué con ceremonia sobre el vestido vaporoso que me retiré. Subí a una de las rocas salientes de la zona más profunda y me zambullí sin salpicar más allá del propio estanqué.

Quedé bajo el agua por algunos momentos viendo las blancas y oscilantes nubes desde un enfoqué diferente. No tardé en salir a la superficie mientras nadaba a la parte baja de la cascada, ahí donde una cueva natural resguardaba mi mayor secreto. Mi altar a los dioses balkanos que me prestaban sus poderes.

Evoqué un poco de vino tinto que tenía en el recinto sobre mi boca y lo escupí con fuerza contra las estatuillas talladas a mano por mí en madera de los santos patronos de la muerte. Me hinqué y pegué mi frente contra el suelo húmedo y rocoso. Y me incorporé de golpe repitiendo la sagrada oración, hice lo mismo cuatro veces más mientras que cogía tierra húmeda y la untaba con fuerza sobre mi rostro, mis senos y mi sexo. Ofrecí mi intimidad virgen como tributo al descanso de aquellos que hubieran perecido en las horas de la malvada embra que era la luna. Rogué por los pobres hijos marcados por su sello fatal y juré amor incondicional a la muerte... Pedí perdon por dudar en entregarme a ella y vertí mas lodo sobre mi blanca piel...

El ritual se repitió hasta que mi cuerpo se hubo convertido en barro y caía exhausta en aquel lugar. El silencio se formó... silencio sepulcral.

Kara... nuevamente el susurró del viento, avisándome de alguien. Celosa, me hinqué y despedí de mis padres y dioses, para nadar de regresó hasta la orilla. Al llegar, el agua había lavado parcialmente el lodo de mi cuerpo.

- Quien este ahí no hace falta que se oculté más... -dije en voz altiva con la mirada desafiante y los puños encerrando una pequeña bolsa de cuero.

Mis ojos se abrieron y volvieron a ser desafiantes al escuchar una carcajada que anticipo la presencia de un hombre. Para mi sorpresa, aquel estaba desnudo, justo igual que yo. Fruncí el ceño desconfiada.

-Buenna tarde signora ...en verdadero placer ...

La voz rasposa, profunda y masculina hizo eco en los árboles y mis muertos lo repitieron para mí. No me moví ni un centímetro. Había pasado años observando las estatuas del cementerio como para poder imitarlas a la perfección. Mi pelo negro se pegaba a la piel lechosa y las gotas de agua caían llevándose lo que restaba del lodo puesto en aquella ceremonia.

- Como puede decir que es un placer sí ni siquiera sabe mi nombre -espeté de forma brusca mirándolo con celos y enfado. Gruñí y alcé la mirada mientras que aflojaba los agarres de la bolsa de cuero que llevaba en mi mano.

- ¿Por que el sieur se encuentra desnudo en medio del bosque? -había algo en su aura que me perturbaba. Mis demonios brincaron iracundos. Alebrescados esperando a que lo atacara pero había pasado mucho tiempo desde que había hablado con alguien. Ladee el rostro escrutándolo mejor. Y tocí suavemente giré mi rostro cubriendo mis labios y tratando de controlarme de inmediato.

- ¿Esta perdido el sieur? -interrogué aún con mi mano cubriendo mis labios. Había olvidado mi desnudes.

Sus palabra sonaban sinceras, sí me podía ir entonces porque me había perseguido hasta ese punto de mi marcha. Regresé mi mirada a él y a la implacable lluvia de luz. Nunca antes había hablado con un hijo de la luna o "amante", como él se denominaba, y no tenía intenciones de hacerlo. Sin embargo, la forma en que adjetivo al astro nocturno que se alcanzaba a detectar en el firmamento me sacó una sonrisa. Era cierto... se veía hermosa de noche o de día.

Era mi mejor aliada cuando de hacer rituales se trataba, pero mis espíritus volvieron a susurrar quedamente que me tenía que ir antes de que "aquella" profecía se cumpliera. Solo alguien como yo era capaz de mandar el destino a la mierda, pues para mí, no había un destino fijo. El viento susurró a los dos en un canto audible y mi boca se entreabrió. Pero, Agatha, el joven fantasma con el cual había firmado pacto me susurró al oido sobre los padecimientos sufridos del moreno frente a mí. Puse los ojos en blanco. No le iba a ofrecer lecho, comida y compañía. Jamás para un hombre lobo. Por lo que sería mejor irme ya.

Hice una remarcada reverencia.

- En ese caso... me debe de disculpar, señor... -comenté girando sobre mis talones y comencé a caminar a paso lento. Después me detuve para verlo sobre mi hombro en espera de que no siguiera mis pasos.

-Prometiste ayudar a todos los que te necesitaran... -susurró Agatha a mi oído. Este estúpido fantasma tenía la mala maña de dejarse engatusar por cualquier hombre. Primero el inquisidor aquel y después por el cazador, ahora era un hombre lobo.

- El cazador... recuerda el cazador... -susurró pero ahora Jared, también un fantasma, el hermano de Agatha. Puse los ojos en blanco y detuve mi andar. Con los ojos en blanco giré para ver al hombre lobo. Retiré mis cabellos del rostro.

- Tenga cuidado, hay un cazador en las cercanías que le atravesará el corazón si sospecha solo un poco que es un hijo... perdón, sí es amante de la luna... -avisé y volví a caminar. Sonriendo con cierto rubor en las mejillas. Rolf era todo un cazador experimentado... y claro que acabaría con cualquiera.

Yo era una persona sumamente frágil si hablábamos en mi entorno a mi físico. Era sumamente hábil con las cosas manuales y con las cosas que se trataban de leer. Recuerdo que el Barón Jackesville me describía como chica despistada con un andar graciosamente torpe. Y debía de ser, pues siempre llamaba la atención de las personas que estaban a mi alrededor. Aunque muchas veces me trataban como loca cuando exterioriza mis visiones y mis previsiones sobre la vida y muerte.

Ahora, mis muertos me advertían sobre el peligro del lascivo latente de los hombres que se acercaban. El hombre entre mis brazos se había calmado. Y por una razón que conocía como "atracción y gusto" (tenía años que no besaba a alguien, y mucho menos a alguien tan diestro como este licano) no me separaba de él. Sin embargo, él se alejó. Mis manos volvieron a temblar. Los ojos color chocolate me miraban de forma intensa y su cuerpo se acercó a mí.

- La sacare de aquí signora –

Había dicho. Esas palabras, esa voz... alguna vez alguien había dicho algo similar. Había escuchado aquella voz y los pasos del dueño de ésta al fondo de las galerías de piedra donde vivía con el Barón Jackesville, y corría alegremente a buscar a aquel... pero eran simple fantasmas que jugaban conmigo.

Sentí su calidez, revolviéndose con mi humanidad. Mis difuntos gruñeron y un violento viento acotó la huida que emprendía el hombre conmigo en sus brazos. Pero el licano era demasiado hábil y su correr era tan frágil y suave que no lo sentía. Apreté mis ojos y aferré mis manos en su pecho desnudo. Mi cuerpo temblaba de pies a cabeza. Saber sí iba a ser el festín de este hombre-lobo o simplemente se divertiría con el cuerpo material que me pertenecía.

Tocia levemente cubriendo con mi mano la boca debido al aire que entraba por la velocidad en que íbamos. Aparte mi mano de los labios al sentir algo tibio, pero quedé horrorizada que unas gotitas de sangre escurrían ahora. Volví a toser por la carrera y ahora salpiqué un poco el fuerte y firme torax del desconocido. Cerré mis ojos y sonreí con suavidad. Después de todo la muerte era inevitable... muerte en una melancolica soledad...

El licano de momento a otro se hubo separado de mí. No creía en cierto modo que ocurría en aquellos instantes de silenciosa conversación. No obstante cuando vi su espalda huir lejos de mí. Sus pasos alejarse. Su pulso y esencia desaparecer, me sentí otra vez en un terreno que yo podía moldear. Vi la sombra proyectada en el suelo que tenia la figura femenina. Le puse mayor atención, y se trataba de mí.

Giré los ojos hasta el basto firmamento y noté como era que la metamorfosis de la vida comenzaba a hacer de las suyas. Me incorporé mientras que miraba de un lado al otro, no tenía mucha razón de donde me encontraba. Pero de lo que estaba segura, es que debía de moverme rápido. Quizás el hombre que me había rescatado se volvería en mi asesino, o quizás el hedor que expedía ya atraería a otros.

Miré para todos lados pero no tenía un solo arma, mucho menos algo que me sirviera como protección. Pero simplemente me encontraba en medio del bosque, en una zona en la que antes no había estado.

- Ama... -susurró un espíritu diferente a los habituales. Christos. El pobre diablo al que asesinaron frente a mis ojos hacía ya seis años. Aquel tipo había sido asesinado en pleno camino rural y sus acompañantes dejaron atrás el cuerpo.

En mi caso, deje ir a mi caravana y me dediqué a hacerle una tumba, bastante humilde y sosa, pero un lugar de reposo. Desde entonces Christos no dejaba de mostrar su gratitud para conmigo.

- Debe huir... -susurró otra vez, y yo afirmé. Mientras comenzaba a caminar en contrario de donde se había ido aquel ser. Di una mirada atrás y suspiré. De algún modo tenía temor. Temor a que las personas se dañaran entre sí. Temor a volver a ver esos ojos marrón pero en un tono más espectral, más fantasmagorico o en el peor de los casos... más animal.

Sin más detuve mi andar. Busqué en las cercanías hierba buena y rosas. Una piedra con filo. Y me desprendí del collar que llevaba atado al cuello. En una piedra coloque ambas hierbas y una pizca de nada de hiedra venenosa que logré coger. Corte desde mi dedo anular hasta el yacimiento de la muñeca con una afilada roca y lo vertí sobre las hierbas comenzando a mascullar en cánticos que invocaban a la muerte. Machaqué todo a la perfección creando una especie de pasta. Me quité el collar que llevaba puesto .la única posesión que llevaba aparte del vestido. y lo rompí. Las perlas y pequeñas conchitas de color anacarado. Dejó caer la piedra sobre las perlas y demás items, moliéndolas junto a la pasta verdosa que antes había hecho. Los cánticos se hicieron más agudos y hasta hedores desgraciados comenzaron a fluir por el alrededor.

Los ojos plata brillaron mientras que la boca no dejaba de susurrar y predecir. Pidió por la vida del licano. Pidió por una muerte pacifica por aquellos que la encontrarían esa noche. Pidió por sus espíritus. Agradeció el "favor" principal.

- No dejarás que lo noten... sus ataques serán certeros, pero los de aquellos que os persiguen al de cuatro simplemente no atinarán... os regalale una visión superior... os protege aquel que me protegió... os regala vida a aquellos que lo merecen... -masculló mientras que tomaba un poco de aquella pasta y la colocaba sobre la herida sangrante de su mano. La apretó y dejó caer la mano extendida sobre el pasto. Un leve fulgor verdoso apareció y al momento de apartar la mano. Sombras vaporosas surgieron. Tomaban formas de humanoides, y después regresaban a ser una gran mancha para la visión. Después volvían a ser humanoides...

Kara extendió el pañuelo con el que había limpiado al Licano y los espíritus lo rodearon. Y de la nada desaparecieron. Ellos se encargarían de que las saetas de los cazadores, no afectaran aquel que no era ni hombre ni bestia...