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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Myscha Sáb Jul 28, 2012 10:47 pm

Silencio. by Beethoven on Grooveshark

Made me promise I'd try
To find my way back in this life.
I hope there is a way


La música para quienes la interpretan es el reflejo del alma, para sus autores es el exégesis de lo que ésta dice; sentimientos, emociones, vivencias. Y aunque pasé el tiempo desapercibido durante su creación, es éste mismo el que se encarga de hacer que perduren las obras de arte musicales. Desde notas versátiles hasta melancólicas formaban parte del amplio repertorio que Myscha había estudiado: Wolfgang Amadeus Mozart o Ludwig van Beethoven, sus días en el colegio eran placenteros tanto que gozaba de la compañía de sus estudiantes y más aún de sus interpretaciones.

Ese era el día ideal para las audiciones, todos se habían dado cita desde muy tempranas horas, jóvenes de muy anticipada edad ofrecían conciertos especiales para la maestra de música más concurrida del colegio. El piano resultaba atractivo para los que tuvieran un gusto elegante por la melodía clásica, principalmente por la exigencia que representaba éste instrumento. Sus dedos largos y delgados repasaban mentalmente una y otra vez las teclas cada que ellos interpretaban habidos de conocimientos las notas sobre los pergaminos en tanto la lupina caminaba a través de lo amplio del Salón “Muy bien, muy bien” se repetía constantemente cuando alguna nota difícil se cruzaba y lograban sacar airosos.

El tiempo no era tiempo, las horas no eran contadas, introducida en la música olvidaba sus condenas, conseguía la felicidad por instantes y suprimía el sufrimiento por lapsos de éxtasis que sólo se podían alcanzar a apreciar en su rostro sereno, puesto que existía algo que iluminaba sus ojos, un brillo particularmente dulce. La vida le destinaba momentos más malos que buenos, lo que deseaba ya no era algo que pudiese elegir tan fácilmente, perdiéndolo todo aprendía de lo que representaba obtener algo y perderlo al mismo tiempo. Las penas vuelven a las personas tan juiciosas y agrias, pero Myscha por el contrario parecía haber tomado lo bueno de esto convirtiéndolo en experiencias satisfactorias, lo único y más difícil para ella era perdonar a quienes le habían quitado a su padre.

Entonces una mala nota la despertó de su letargo mental, el jovencillo visiblemente apenado dirigió sus ojos hasta la profesora de música, quien dulcemente dibujó una sonrisa en sus labios, él la contempló sosegado, tranquilizado por la suavidad que reflejaban sus rasgos compasivos. Era tan inusual encontrarla molesta, su carácter suave sobrellevaba con astucia a sus alumnos los cuales le tomaban cariño y admiración a la joven extranjera.

-Recordemos la música es para dejarse llevar, para simplemente tocarla sintiéndola, sientan la música que llevan por dentro y plásmenla en sus notas. Todos los autores que conocemos y a los cuales les he explicado con detalle han tenido alguna discapacidad especial que les permitió ver más allá, busquen detrás de sus altas y bajas, los sonidos musicales nos transforman, nos serenan el alma…- expresó con un tono de voz compasivo y dulce, que parecía más bien un canto de las sirenas que suavizaba hasta los hombres más fieros, pero ellos parecían no entender la profundidad de sus palabras y con justa razón.

***

La pasión se llevaba en la sangre, la música le había enseñado otro destino que seguir, uno más complaciente y tranquilizador, todo eso lo trataba de expresar con palabras que difícilmente lograba hacer cuando se trataba de pequeñas personitas en dónde muchos de ellos asistían a sus clases más por la obligación que por gusto.
Suspiró melancólica, nada era más frustrante que enseñar a los hombres a pensar y a los niños a seguir reglas impuestas, su tarea debía seguir otros caudales, debía mostrarles el valor de la música desde otra perspectiva dónde todos ellos pudiesen interpretarla no tocarla simplemente.

Los miró a todos discretamente, eran exactamente cinco los infantes que le acompañaban, uno de ellos sentado parcialmente sobre el instrumento se disponía a volver a interpretar la pieza cuando ésta le interrumpió con una palmada -Espera August, seré yo quien tocara el piano ésta vez...- sus palabras sinceras sorprendieron al alumnado quienes asombrados devolvieron sus orbes inocentemente hacia Myscha.

La primer nota delicada interrumpió el silencio, el salón comenzó a llenarse de la estela musical de la pieza que Myscha interpretaba, se trataba de una muy particular creada por el maestro Beethoven al que admiraba sin lugar a dudas. Sus dedos plasmaban la realidad de sus acordes y su verdadera esencia la cual captaba de inmediato los sentidos de sus alumnos y quienes la escuchasen. Las cuerdas desprendían un sonido suave casi mohíno, dulce y encantador, los dedos parecían aprender con facilidad los movimientos pues estos no titubeaban en deslizarse por el instrumento logrando las más difíciles notas con suma habilidad y destreza. Cerró sus ojos con la finalidad de concentrar más su habilidad musical en aquella demostración, su cuerpo por si mismo se complacía en moverse al son de la creación.

Y como si todo se esfumara imprevistamente en sus pensamientos, sólo existía la música y la perfecta dama que la entonaba en el piano, sus labios delicadamente se humedecían con el ir y venir de sus dedos descargando sus penas habituales y por si fuera poco la melodía parecía ayudarla a lograr lo que tanto buscaba. ¿Tendría la oportunidad de conocer a alguien que apreciase aquella habilidad natural? ¿Existiría aquel que pudiese sentarse a su lado para contemplarla tocar y tranquilizar su corazón? La música triste continuó, el corazón tras cada acorde se estrechaba descubriendo la realidad en la que se hallaba y mientras esto sucedía Myscha dejaba que una lágrima inconsciente se asomara de sus ojos y navegase a través de las mejillas.

No existía nadie, ni nada, sólo existía ella enaltecida por el dolor causado por su triste pasado y una pérdida en dónde ya no podía hallar más consuelo que sobre la música.
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Mensaje por Irmgard Kirschner Mar Jul 31, 2012 12:14 am

El viento es una fuente de intermitentes devenires de los hados, una de las bifurcaciones escoltadas por la conmiseración de las vivencias que reflejan en el espejo cristalino de las aguas la realidad de los rostros que le observan desde sus seguras orillas. Inexplicables se tornan, se presentan entre las hojas que se mueven entre los pies arrastrando con ellas los pesares; lo que alguna vez fue un motivo de gozo entre los Kirschner ahora sólo es un motivo de impetuosidad que languidece la psiquis.

Sus pies lucen un calzado desgastado, la gamuza que alguna vez fuera un orgullo ahora sólo es la marca de lo que se desaprovechó. Los pantalones de algodón son de segunda mano, oscuros en un tono que no se vislumbra si es gris o fue negro deslavándose con el procedimiento repetitivo del tallado. Un lazo en lugar de cinturón que se oculta con el abrigo largo que alguna vez calentara más que ahora. La camisa prolija, limpia, el cuello lo más decente posible, único rasgo a posteriori de esa personalidad que maduró con las experiencias. El cabello peinado hacia un lado, la barba de tres días evidencía una pobreza no exenta de ablución.

Sus zancadas largas, estables, perseverantes. No existe nada que pueda obstruir por mucho tiempo el destino que se fija. El viento hala la tela de la pelliza levantándola dejando al descubierto el pantalón. Las manos dentro de los bolsillos, una mirada al frente dura, firme. Está decidido, es imposible retroceder. Los labios apretados, su respiración relajada. El flequillo alborotado con dos ramillas de los árboles circundantes entrelazadas.

Ingresa al recinto, no se identifica ni siquiera responde a las preguntas de cortesía del encargado. Su oído es fino, sigue lo que percibe. Una zalema al guardia es bastante. Las paredes blancas dan ese aire impersonal necesario para un colegio de esa envergadura. El piso pulido, limpio, hace recordar otros que en la opulencia eran asiduos.

Ya no. Por lo que todo a su contorno no repercute en sus pensamientos, desechado como las pinturas monumentales. Cada arquitectura colocada aposta para dar un contexto propio de una alma mater dispuesta para engrandecer los espíritus de sus párvulos. Todavía no impresionan a aquél que deambulara en el pasado por otras veredas escudriñando rincones, mentes, papiros. Su mente es una máquina poderosa, bien alimentada.

¿Podría alguien competir con él? No es su fin. No supone nada en la actualidad. Una incógnita a dejar pasar.

Sus consistentes pasos trepan de dos en dos la escalinata hacia un aula conocida. En varias ocasiones la ausencia se abalanzó contra su trémulo reflejo saliendo victoriosa, llevándose los recuerdos, legando los demonios. Una única defensa: el piano.

Todo se resume a ese resonar de las teclas, el presionar cada una en un compás de miscericordia emitido por los integrantes de la cátedra que le atrae como la miel a la abeja. Sus acciones son repetitvas: presentarse en las afueras, sentarse recargado en la pared con las rodillas flexionadas, los muslos paralelos al tórax, los brazos cruzados contra el pecho, cerrando los ojos concentrándose en el sonido. Nada más que eso.

Hoy es diferente, abre los ojos al notar un cambio en el programa. Las cejas se elevan formando una línea. Una corriente eléctrica le sacude desde el atlas hasta el coxis, por toda la columna vertebral. Una música de ángeles resuena en la habitación de la que sólo le separa una pared de ladrillo con cemento. Su cabeza gira a la derecha, sus ojos se clavan en la puerta cerrada. Su mente incapaz de entender lo acontecido trabaja vivazmente.

Una gota de rocío recorre el rabillo del orbe garzo, su nariz aspira una fragancia traída por el viento que le recuerda a su casa familiar. Apoya la frente en los brazos conteniendo el llanto. Es un hombre fuerte, no uno débil. Su rostro se orienta al infinito, no hay nada ahí más que los recuerdos que se engrudan al papel de un intelecto sin retorno.

Cada acorde se transforma en un himno, una oda a una familia muerta, un corazón desvalido, un efluvio perdido. Irmgard sale de su cuerpo viajando por el espacio, donde nadie puede arramblarle lo único que le queda: meras ilusiones de un pasado doloroso, un futuro incierto, una soledad que tortura rasgando cada centímetro de epidermis hasta despojarlo de ésta, dejando tras de sí sólo el músculo más sensible. El que es más fácil de lascerar.
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Mensaje por Myscha Lun Ago 06, 2012 1:04 am

Continuaba la música fluyendo de entre los dedos, junto con cada nota musical los recuerdos volvían y se despedían con desencanto, sabía que terminando la pieza volvería a la realidad, regresaría al presente. El piano descifraba lo mejor de su ser, la exponía como un libro abierto fácilmente apto para leerse, el instrumento parecía ser lo único que agradaba a la profesora de Piano escuchar, no eran las voces de sus niños acomplejados, ni la suya cuando trataba de consolarlos. La música se debía de vivir y de expresar, el alma tenía que desbordarse en torno a ella, no debían existir límites para interpretarla. El tono más sutil subía su entonación lentamente como si en la pieza musical existiese un final inesperado y de pronto bajaba de formas tan abruptas reflejando la melancolía de ésta.

Myscha parecía volar y moverse al compas de las notas, eran los instantes en que de su espalda brotaban alas, las mismas que de noche imploraba poder tener para controlar lo que le sucedía o simplemente alejarse del lugar, los sueños que como serpientes envenenaban su mente y la arrastraban a la parte más oscura de su pasado. Acto seguido una nota no alcanzó a ser acariciada por sus dedos quebrando por completo la armonía, abrió los ojos tan grandes percatándose de su error y en un impulso puramente instintivo golpeo las teclas del instrumento con tanta fuerza que asustó a sus alumnos quienes le miraban boquiabiertos sin lograr comprender la situación. Myscha alzó la mirada cubierta en un llanto fuera de lo normal pues la opresión, la frustración y el sentimentalismo la habían dominado súbitamente –encontró aliento de algún modo y cobró su postura para enfrentarse a los ojos meditabundos de sus pupilos- parecían no encontrar razones a la actitud reciente de su profesora y sólo guardaron silencio bajando sus miradas escondiéndolas de la suya. Los ojos taciturnos de Myscha capturaron la escena cuando el abatimiento de pronto llegó hasta ella decidiendo interrumpir la clase -…Hemos terminado por hoy, continuaremos el día de mañana al alba, con ustedes deberán de traer el mejor libro que hayan leído…-su voz como melodía de los ángeles interrumpió el silencio dentro del salón, los jovencitos alzaron la mirada y con un brillo muy personal ya se encontraban liberados de la cárcel para unos y para otros se entristecían por no poder haber aprendido algo más en la clase.

-Pueden retirarse, háganlo lentamente y salgan de salón, cuando lo hagan cierren el portón, por favor – delegó alertando al último de sus alumnos quien lentamente salía del salón olvidando cerrar la puerta por completo, dejando apenas un pequeño recoveco de dónde salía cualquier sonido instaurado en él, cualquier sonido inclusive el llanto creado por la pena que Myscha no logró contener más. Sus manos estrujaban su cuerpo encerrándolo entre sus dos largos y delgados brazos, en las teclas como testigos de su dolor caían las lágrimas que derramaba. Cuando parecía no acabar el día repuso su postura espigada acomodando sus atavíos para volver al piano, extendió sus manos y no se atrevió a oprimir ninguna de ellas, ahí se mantuvieron estáticas a vista de la lupina; las notas desfilaban por su mente y los movimientos perfectos para su ejecución también, no obstante ninguno de ellos lograba articularse en sus dedos y volver a entonar la melodía de Beethoven. Alisó los pliegues de su vestido para levantarse de la butaca y con mucha suavidad bajó la tapa superior para evitar que las cuerdas se dañaran o ensuciasen.

Caminó hasta la zona en donde guardaba su chal para cubrir su espalda protegiéndose de las rachas de aire que a menudo azotaban aquella parte de la ciudad. Antes de apresurarse hasta salir del salón lo observó por última vez apoyando una de sus manos sobre el ras de la puerta. Esos eran los momentos que más odiaba pasar en su vida, no tener las medidas justas para poder dedicarse a lo que ella más amaba, su pasión por la música le abría puertas para conocer más allá de sus narices, personas excepcionales que tanto como ella apreciaban el arte que implicaba el tocar una melodía y darle vida a una instrumento. Con un suspiro de resignación movió su cabeza para así salir finalmente del aula, sus ojos se elevaron por inercia –Era una figura varonil la que llamó su atención- y en aquel momento sus miradas se cruzaron para no volverse a perder en la inmensidad de la nada.

Sus boca permaneció en silencio, no articuló palabra hasta encontrar las palabras idóneas para interrumpir el fugaz encuentro…-Disculpe Monsieur ¿Busca a algún alumno de éste salón?...- se atrevió a preguntar, el sonido alentador y manso de su voz le pareció el adecuado para entablar una conservación con el extraño a quien nunca le había visto por el colegio.

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Mensaje por Irmgard Kirschner Lun Ago 13, 2012 8:11 pm

La música es una manifestación del alma que se representa y toma forma ante los ojos de las demás personas que le prestan atención. Es pues, una oda a la vida y al instante que la última nota muere, ese vistazo a la plenitud de la grandeza en forma de una pequeña canción se pierde dejando a los espectadores con un suspiro que se exhala permitiendo que los pulmones queden sin aire y dejando un hueco en el interior del cuerpo que no puede irse, que no se desprende, que ahí permanece. Puede decirse que los resquicios de los acordes han tocado las fibras más íntimas de cada individuo y por ello mismo es que persiste esa inquietud que no es otra más que el deseo por tener lo que es inalcanzable y oler lo que jamás tendremos frente.

Son las alas de los ángeles las que rodean a los que escuchan tan mágicos acordes, que le permiten por algunos segundos o minutos tener una tranquilidad que se cree perdida. Un momento de éxtasis o de paz. El recuerdo de estar en el vientre materno, rodeado de ese amor, de un calor que al dar a luz se extraña y por ello se llora con total desencanto. Irmgard daría tantas razones por las cuales un piano es su instrumento favorito, pero no hay nada que pueda superar a las manos diestras que acarician las teclas con tal dulzura como una madre lo hiciera con su recién nacido hijo. Sin prestar atención, el cuerpo masculino se mece de izquierda a derecha.

Quien lo viera pudiera pensar que lo tiene todo para conectarse de esa forma tan mística a la música que emana del salón de clases. Nada más contrario a ello. Es el hueco de su corazón lo que le tiene ahí, inmerso en una sensación que busca satisfacer las carencias de lo que alguna vez fue una vida plena y total. En la que él no necesitaba absolutamente nada y mucho menos de nadie para ser feliz. El sol salía todos los días, le bañaba con su luz y cuando tenía que irse, la luna era la que brillaba en lo alto del firmamento acunándolo entre los luceros y las estrellas que a su lado se encontraban.

Las aguas mecen su cuerpo en un instante onírico, la respiración constante atrae y deja ir un aire preciso para vivir que recorre su nariz llegando hasta los pulmones que lo distribuyen por todo su aparato respiratorio. En el instante que hace su aparición en el cerebro, éste como una madre, silencia las acciones de las otras neuronas para darle preferencia a las que se mantienen aletargadas por esa ejecución brillante. Celestial.

Necesita conocer a su ejecutor.

Sus párpados se alzan milímetro a milímetro cual flores de cerezo que no tienen la premura de tocar los granos de la tierra que le esperan con paciencia. El rostro masculino adquiere una expresión serena, relajada. Gracias pues a dichas manos excelsas. A tal maestría en la interpretación. Los ojos se estiran hasta casi escapar de la cárcel que los mantiene apresados al instante que la nota se escabulle de los dedos del ejecutor cual liebre al mejor cazador.

Cada vello de las cejas masculinas se orienta al centro hasta casi formar una línea al escuchar el golpe violento y sin sentido sobre las teclas del piano. Frustración y desespero en ese acto puede vislumbrar. ¿Por qué?

Impone fuera en las piernas al tiempo que se impulsa para adoptar la posición vertical cuando cada uno de los pequeños sale del cuarto de aprendizaje. Algunos hablan de cómo les sensibilizó la ejecución de la maestra. Otros sobre la abrupta forma de romper la cadencia.

Por curiosidad asoma la cabeza hacia el interior del salón, una vez hecho se arrepiente al ver a una mujer llorando. Los labios del hombre se aprietan para recargarse en la pared dándole un momento de privacidad. ¿Qué penas son esas que han de vaciarse tan sólo después de una canción?

Los párpados se entrecierran, las pestañas permiten ver el mundo entre telarañas que ocultan la belleza de los colores, la realidad de las imágenes que no se comparan con lo que él vislumbra. Se cruza de brazos, coloca la planta del pie en la pared y recarga la cabeza esperando paciente.

Los pasos femeninos, pies que caminan sobre tacones, le informan que es el momento. Se pone de pie como todo caballero debe estar y coloca las manos dentro de los bolsillos de su capa, sin saber qué hacer con ellas. En deuda se siente con ella y es de su gusto pagarla ahora mismo. Los orbes garzos brillan con un talante sorprendido al tenerla frente a él.

En algún momento pensó que los ángeles bajaron del cielo para entonar tan hermoso himno. Ahora sabe que es cierto.

- Precioso ángel, no llores y si lo necesitas, que sea en mi hombro - le rodea con el brazo derecho la fina cintura, la mano siniestra regala una caricia suave y delicada contra la mejilla femenina. Sus ojos se fijan en los de la dama llevando sus dedos a sus ojeras para acariciarlas dulce.

¿Qué está haciendo?

Consolar a un ángel, medita en tanto sus labios depositan sobre la frente femenina un beso lleno de devoción y fe.

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Mensaje por Myscha Lun Ago 20, 2012 4:03 pm

Había razones para claudicar en el encuentro, existían palabras para describir el momento en que Myscha abría sus ojos y en instantes los entrecerraba; sorpresa, confusión. ¿Quién era ese hombre que se paraba frente a ella y la llamaba precioso ángel?. Sólo guardó silencio cuando haber dicho cien frases, bien pudo despedir al joven con una mirada de desdén y con su voz aterciopelada de desenfado, pero no pudo.

No conocía, ni sabía del tiempo en que él le había estado escuchando, pudiera ser que habría presenciado su escena melancólica y por ello le expresaba su entendimiento a costa de palabras sinceras ¿La entendía? Posiblemente, era egoísta por parte de Myscha pensar que sólo ella sufría, que sólo ella tenía un pasado tormentoso que la perseguía en las noches de luna de llena, que ella era la única que lloraba por las noches tras sus terrores nocturnos y difícilmente conciliaba el sueño luego de una dosis de pesadillas.

Las manos de la lupina se fueron acercando hasta las del extraño, una en la cintura y otra en la mejilla, las quitó dubitativa pues no entendía la situación que enfrentaba, la comprendía más bien pero la cercanía era suficiente. Al tacto pudo sentir la suavidad de sus manos y la masculinidad con la que sus dedos se definían perfectamente, no parecían ser manos de un hombre con una fortuna, más bien de alguien modesto y trabajador. Los grandes ojos de Myscha se entrecerraron para alcanzar a percibir las líneas del rostro de éste y no dudó en mostrar una sonrisa, un rojo carmín apareció en sus mejillas haciéndola avergonzarse y con un paso atrás decidió alejarse de él -No sé de qué habla caballero…pero gracias por el interés mostrado hacia mi persona- comprobaba con aquello lo que Myscha mentalmente se preguntaba ¿La había visto llorar?, sí, ¿La compadecía?, también. Ella tocaba fondo cuando la soledad no perdonaba sus estragos, cuando el pasado caía como un yunque sobre su espalda. El corazón bombeaba sangre más rápido de la cuenta, aunque entre ellos ya existía una distancia apropiada para ella y él –así lo veía- súbito su olfato no pudo evitar hacerse con su perfume natural -Pero no me ha respondido Monsieur ¿Busca a algún alumno de ésta sala?...- cuestionó con un tono dulce ese dulce característico e imborrable de su voz y agregó…-Porque me apena decirle que ellos han abandonado el Colegio desde tempranas horas puesto que les he dado el día, no me he sentido muy bien de salud…- trataba de justificarse, podría ser un padre pensó ella que tuviera el interés por ver el avance de su hijo o hija, pero le pareció extraño pues ninguna familia estaba tan dispuesta en adentrarse a los estudios musicales de sus pequeños.

Con la discreta forma en que miraba al hombre logró ver su vestimenta en su totalidad, estaba en lo cierto Myscha no podía esconder la clase social modesta de la que provenía, pero él lucia como si difícilmente no hubiese descansado, aunque sus ojos lucieran con vida y un brillo que gustó de ella pues le daba cierta paz y tranquilidad que hace muchos años no sentía. Acogió con suavidad el chal que la cubría por la espalda y brazos, rodeando su cuerpo -¿Usted no es de por aquí verdad caballero?...- añadió a su anterior comentario conservando la voz modulada y con el visible respeto que consideraba tenerle a los extraños. El interés por saber más de él brotó como una burbuja de aire en el interior de Myscha que la hacía contraer y soltar el estómago, era atractivo y bien parecido, además d, ¿por qué había besado su frente? Un tierno e inocente beso que boquiabierta le había dejado minutos antes.

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Mensaje por Irmgard Kirschner Miér Ago 22, 2012 10:15 pm

El firmamento se rasga para que el sol irradie la senda por el que transitan las ánimas de los agobiados y acongojados. Él es uno de ellos, lo que le permite reconocer sin titubeos a otra frente a él. No, no la coloca a su nivel, es ella un ángel aunque ha encarnado en el cuerpo de una joven tan agraciada y con ojos dulces y colmados de abundantes misterios que él quiere revelar.

¿La razón? No la divisa, aunque no le concierne en lo más mínimo. Sus orbes garzos se prendan de ella, nunca en su pasado divisó a una mujer que le incitara ese instinto de protección y cuidado como el que siente. Es el viento quien no debe tocarla, es el piso el innoble que merece su castigo: estar siempre bajo los pies de tan adorable personaje. Extrañado se encuentra, pues ante los pensamientos que poblan su psique en absoluto se encontró absorto de una disyuntiva como la que se le presenta.

Es ese masculino impulso el que le obliga a entregarle un espacio con el fin de aprehender más de ella, que se infiltre dentro de la epidermis y cual ángel, le rodée con sus emplumados apéndices donde le haga consciente de que en el transcurso de la existencia hay más oportunidades de vencer los temores. Es esa ansiedad por sentirla más pegada a él, la que le hace dar un paso adelante y admirarla cuando sus mejillas se cubren de carmín. Una inocencia que no tuvo ante él. Una que lascera al recordarle cuánto dolor hay en su alma. Pudiera ser que ella sienta igual, su música lo revela.

Su cabeza se mueve de derecha a izquierda, no espera a ningún infante. No está ahí por ellos y sabe ahora que está por ella. Un mechón cae por la frente del varón y lo devuelve a su sitio con un movimiento de su mano, con los dedos abiertos cual peine, desde el inicio del cabello hasta la nuca para volver a su posición a su lateral derecho ahora que ella se ha desprendido de sus brazos. Vacíos. Sin vida. Fríos. Entumecidos.

En su cuerpo encontró el calor que perdió hace ya tiempo, por lo que se pregunta si no puede volverla a abrazar. Ella también lo necesita, comprende al mirar cómo la prenda rodea lento el cuerpo de la mujer que él anhela para sí. La pregunta es respondida con otro movimiento de cabeza oriente-occidente. Aprieta los puños de la ansiedad por tomarla de nuevo contra sí. Las pestañas ocultan sus ojos antes de que los abra y dé un paso al frente, hacia ella.

- No a todo. Excepto a tenerla entre mis brazos. Consolarla como lo hizo usted con su música - extiende su mano a ella en una súplica muda. Sus ojos brillan con determinación, puede que lo confunda con un acechador, pero correrá el riesgo. Sólo quiere tenerla de nuevo contra él. No importa cuánto dure el abrazo. Sólo una vez más.
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