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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Dom Sep 02, 2012 11:43 pm

Wolf Song by Patrick Wolf on Grooveshark
«The moon, let it guide you, when Selene comes, we'll all know how to fight.
Dear Fenrir, my saviour, come and eat the ones, we know who taste the best.»

-Patrick Wolf, “Wolf Song”

«Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.»

--- Jorge Luis Borges, “La Luna”

Era raro que Pablo se saliera de la rutina, se sentía más seguro en sus costumbres, así podía reducir rangos de error, por ejemplo, sabía cuánto gastar diariamente para que el dinero no fuese una preocupación, sabía qué esquina era la más concurrida cierto día de la semana y era a la que asistía para así ganar un poco más de francos, sabía que si compraba frutas de temporada eran más baratas y por eso su dieta se basaba tanto en las estaciones del año. Aunque tuviera esa estructura un tanto rígida, había cosas que simplemente se le salían de las manos, como conocer a Nell y luego tener que decirle adiós, toparse con Eve, enamorarse de ella y desengañarse al leerle en voz alta las cartas de un hombre que parecía en su misma situación (enamorado de ella) pero con muchas más posibilidades que él; todo aquello eran cosas que no había planeado y ese día, ya con el violín en la mano para acudir a la intersección de calles que acudía normalmente ese día de la semana, decidió que no, que podía comprar una hogaza de pan en lugar de dos esa semana y que se tomaría la tarde libre. En su calendario personal sabía que esa noche sería la primera noche de cuarto menguante, su momento favorito del mes pues era cuando más noches faltaban para la luna llena.

Se sentía agotado por su transformación la noche anterior, normalmente acudía al bosque para refugiarse, para no herir a nadie y no ser visto, más de una vez había amanecido con un fuerte sabor a hierro en la boca, inconfundible gusto a sangre y sólo le quedaba rogar que fuese sangre de animal y no humana, pero no podía saberlo a ciencia cierta. Miró por la pequeña ventana de su casa y se preguntó cómo sería ese sitio que era su santuario lobuno una vez por mes y lo tuvo claro, si se iba a tomar esa tarde libre, iría a conocerlo.

Antes de salir estuvo tentado a mirarse al espejo, era un desconocido para él mismo, su apariencia juvenil le recordaba el monstruo que era, la bestia que hizo que sus padres lo abandonaran, y por eso, desde la adolescencia no había consultado un espejo, saber cómo lucía era complicado, a veces por error se miraba en el reflejo de algún charco o de un lago, pero nunca prestaba atención, no podía decir a ciencia cierta qué tan demacrado lucía o no. Ausente, sumido en sus pensamientos salió y caminó hasta dejar la ciudad atrás y adentrarse en la vegetación, olió aromas que le parecieron familiares, instalados en esa parte animal suya, caminó senderos que le parecieron conocidos, también yacían ahí en ese lado suyo que era un lobo y finalmente llegó a un claro.

Esperaba, desde luego, encontrarse solo pero ahí en medio vio una figura, femenina si la vista no lo engañaba, quiso escapar, en cambio, siguió andando hasta acortar la distancia. Carraspeó.

-No creí que este fuese un lugar concurrido –dijo para llamar la atención, una necesidad de hacerlo vino de ningún lado. Pablo siempre intentaba con ahínco pasar desapercibido, no entendía en qué radicaba ahora ese deseo de entablar conversación, quizá provenía del mismo sitio que lo hizo romper su rutinaria vida esa tarde.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Jue Sep 13, 2012 7:41 pm


Los lobos no aúllan en las praderas porque se sienten solos;
Lo hacen para recordar que siempre hay alguien más.


La luna provocaba en mí, ese inquietante desasosiego ¿Cómo era posible que algo tan hermoso me inspirara tanto terror? Las voces del bosque habían callado por completo, aquel lugar relucía entre las sombras como un santuario en donde la paz puede ser encontrada sin el mínimo esfuerzo, sin embargo, las marcas en la tierra demostraban lo contrario. Ramas rotas, sangre y signos de batalla se abrieron paso frente a mis pupilas. El cuerpo me pesaba más de lo normal y sentí un agudo dolor en las costillas. Tosí, el sabor ferroso de la saliva produjo en malestar en el estómago y, por más que me quejase, el aturdimiento no se desvanecía. Lo último que recuerdo es haber llegado a este lugar poco antes de que la luna llena se erigiera sobre la bóveda celeste, pero aún cuando me sentía segura de ese monstruo en la laguna, siempre encontraba la forma de volver a mí y atacarme. El miedo me dominaba por completo, esas terribles ganas se salir huyendo hacia la nada y perderse para siempre en el olvido, pero ¿Cómo? ¿Cómo se puede huir del monstruo cuando eres tú? Podía evocar imágenes de mi misma con ese par de orbes esmeraldas en mi rostro, los colmillos y las garras punzando desesperadamente por atrapar algo, cercenarlo, tintarse con su escarlata color. Mi mente resulta ser una vorágine de sensaciones cuando me pongo a pensar en todo lo que pude haber hecho en una noche de luna llena.

Me arrojé sobre la hierba, colocando mis manos detrás de la nunca, extrañaba el olor del sol por la mañana, el movimiento de los árboles cuando el viento les acaricia y, por supuesto, la tranquilidad del día porque para mí, no había nada más aterrador que las noches en donde la maldad suele apoderarse de mi cordura. Sonreí aspirando todo el oxígeno que me fue posible, la humedad del rocío hacía que ese peculiar efluvio me pareciera más una fragancia que sólo el tedioso respiro de un nuevo día. Me encontré desnuda pero ¿A quién le importa? No había criatura en ese lugar que pudiese sentirse ofendido ante mi presencia. Traté de distraer la mente pensando en demasiadas cosas al mismo tiempo, pero me fue imposible dejar de lado las carcajadas de mis hermanos y el hecho que ahora me encontraba completamente sola. Fue un golpe duro darse cuenta que la vida siempre trae consigo abismos y montañas en las cuales no hay otra salida más que seguir adelante, pero ¿Cómo? Mis fuerzas estaban por desaparecer y la ilusión se desvanecía con cada abrazo que le daba a la mutación que me acongojaba. No, no estaba triste, sólo era la nostalgia de mirar atrás y saber todo lo perdido, mirar al frente y entender que el camino se había complicado desde la última vez en que filosofé.

El cuerpo me dolía, la sangre me ardía y en el pecho el vacío era indescriptible. Se suponía que con el paso de los días y mientras mi cuerpo maduraba, la mutación dejaría de causarme sopor, pero aún era una niña ¡Una muy estúpida niña! Los primeros meses la pasé junto a ellos. Aún recuerdo vagamente el pánico de su rostro cuando el ritual comenzaba, también puedo escuchar el sollozo de sus lamentos al término de la misma cuando yo quedaba más que destruida, con las yagas en mi piel debido a la plata usada para retenerme en el sótano. Pero lo que nunca olvidaré fue el desgarrador grito de mi hermano cuando intenté asesinarlo por la ira consumiendo mi cuerpo. Imperdonable, sencillamente imperdonable. Sentir el fuego arder por cada una de tus venas, transportarse hasta los sitios más recónditos y provocar que todas las terminales nerviosas de tu cuerpo agonicen entre fuertes sacudidas y espasmos insoportablemente dolorosos, es peor, mucho peor a cualquier tortura imaginada por el hombre. El crujir de los huesos doblando tus extremidades hasta límites inverosímiles sólo porque el cambio necesita de tensar los músculos para que la bestia salga, eso es….

Me levanté de golpe al escuchar la voz del caballero. ¡Maldición! Había estado tan ensimismada en mí misma que ignoré el ambiente que me rodeaba desconociendo así, sus pasos, el aleteo de las aves y el crujir de las hojas. El maletín que guardaba las prendas básicas para vestirme se encontraba del otro lado del claro. Rugí y maldije mi suerte, con fortuna, él no había alcanzado a percatarse de mi desnudez. Me coloqué detrás del tronco del árbol más cercano. Jadeé debido al esfuerzo y mientras corría hasta él, una de mis pies cojeó. Me había lastimado la noche anterior haciendo, no se qué, en no sé dónde y no sé por qué. La cabeza me daba vueltas. Intenté respirar. –No sabía que a alguien le interesara este lugar- Respondí despectiva. Lo que menos quería es que alguien se aproximase a mí en la condición en la que me encontraba. Así que el tono de mi voz fue sencillo, ardentoso y con esa frialdad que alejaba a todo aquel que intentase algo conmigo. –Como sea. Supongo quiere estar solo y yo también, así que me largo- Me debatía entre salir de ahí o quedarme. ¿Cuánto pudor tienen las mujeres lobo? Fruncí el ceño con una sonrisa irónica. En realidad no importaba porque siempre despertaban desnudas y desorientadas como yo. Me moví hasta un monolito en dónde debajo había escondido esa mochila. El cabello no alcanzaba a cubrir las yagas de mi espalda. Pero no me importó, seguro supondría eran latigazos por mi desobediencia hacia uno de esos aristócratas y no podía estar más equivocado siento tan perfecto. Cuando te encadenas con plata, los resultados son poco agradables a la vista.
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Mensaje por Invitado Jue Sep 27, 2012 12:21 am

Entonces ya no supo cómo demonios reaccionar. Decir que Pablo era un imposibilitado social era darle demasiado crédito, sus incapacidades para relacionarse iban mucho más allá, era torpe, incómodo e imprudente a ratos, era experto en crear eso que algunos llaman silencios incómodos, en ponerse en apuros solo, en echar por la borda avances con algunas personas a las que quería acercarse. Si Nell o Eve habían logrado penetrar más, era por méritos propios, Pablo parecía tener un poder descomunal para alejar a las personas, para que éstas perdieran interés muy pronto, nunca sabía qué decir o cómo actuar, y ver a esa chica correr fue el colmo de sus males. No supo cómo demonios reaccionar, esa fue la verdad. Miró a un lado y luego a otro verdaderamente confundido pero anclado al suelo húmedo del bosque, sin poder avanzar o retroceder.

-No, espera… -estiró una mano pero no terminó la frase, ni dijo algo más. Alcanzó a ver su desnudez apenas, pero lo suficiente como para sonrojarse, aunque claro, bastaba muy poco para poder sonrojarlo, sacudió la cabeza sintiendo arder las orejas y se mordió el labio inferior mientras clavaba la vista en el pasto bajo sus pies-. Perdón –dijo muy quedo sin levantar la mirada, no estuvo seguro que ella hubiese podido escuchar, así que por instinto levantó el rostro y un golpe lo recibió. El golpe de un aroma tan familiar que lo atemorizó momentáneamente y abrió los ojos como platos observando a la chica tras un tronco. Ella era como él, el plenilunio la marcaba como a él. Se quedó pasmado, en una especie de limbo entre la catatonia y la epifanía. Movió la cabeza a un lado como un perro cuando su amo le habla.

-Este bosque… tú… -parecía que estaba diciendo palabras al azar, y así era, pero en su mente tenía sentido. Miró con especial atención las heridas en el cuerpo ajeno, lo que alcanzaba a ver al menos. Por fin pudo hacer que sus piernas lo obedecieran y con una parsimonia mecánica avanzó un par de pasos, aun manteniendo la distancia pues su pudor así se lo ordenaba, en cuanto estuvo más cerca, volvió a agachar la mirada-. Yo soy como tú –la frase podía ser interpretada de cualquier modo, Pablo no pensó en el peso semántico, simplemente la soltó como un impulso, como un ruego de “no me dejes, somos iguales”, aunque no supo a qué se debió, quizá a extrañar a su amiga Antonella, licántrpo también, la única con la que alguna vez había estado. Entendía que muchos como él se reunían en manada y se protegían, pero ¿cómo iba él a convivir con otros hombres lobo? Se veía fútil ante el mundo en todo sentido.

Se quedó otra vez aturdido, demasiados pensamientos vinieron a él ante la presencia de una desconocida y eso lo desconcertó aun más. Su olfato, agudizado por su maldición, no podía estarlo engañando, ella cambiaba con la luna como él y de algún modo, eso hacía sentido a sus heridas, aunque no parecían de garras, ni de algún vampiro ruin, nunca había visto laceraciones similares y mentiría si dijera que no llamaban su atención.

-Er… -carraspeó -¿necesitas ayuda? –estuvo a punto de cometer la insensatez de preguntar por los cortes y yagas, pero se detuvo a tiempo, él no era nadie para preguntarle algo así a una desconocida por más que ambos compartieran un calvario. Quien sabe, quizá ella fuese más inteligente –una enorme posibilidad, pensó Pablo- y no viera aquello como un castigo, y eso ya marcaba una notable diferencia-. Lo siento, no quiero irme –las palabras sonaron necias y sin un origen real, sin nada que las sustentara –pero tampoco me gustaría quedarme solo –y luego aquella lamentable sinceridad con un aplomo apabullante, la melancolía era una vieja conocida, pero la seguridad era inusual en el barcelonés.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Lun Oct 08, 2012 10:27 pm


El viento cambió de dirección. Su gélida caricia resopló en lo largo y ancho de su espalda, los bellos de su piel se levantaron al tacto para aclamar la sensación de escalofrío en todo su cuerpo. Aturdida, sacudió la cabeza de un lado a otro intentando captar las palabras que él había dicho, pero ¿A qué se refería exactamente? La vorágine surgió desde dentro como un estúpido torbellino que desea arrasar con todo a su paso sin importar la vida que secuestre a partir de ello. No tenía ni idea de lo que debía hacer, cómo actuar o siquiera responder inteligentemente. Y, era la frustración quien se apoderaba con cada segundo que pasaba. Tragó saliva escapando hacia el monolito para apoyarse en el e intentar que el oxígeno pasase hasta sus pulmones, perdió el aliento con la confesión. El ceño fruncido mostró los cálculos mentales que realizaba al compás del silencio ¿Cuáles eran las posibilidades de encontrarse a alguien como ella en parís? Entonces lo recordó. ¡El maldito concilio iba a reunirse ahí! Se quejó, golpeó la roca. Aún así no podía permitirse que el extraño sacara algo más que un ‘roce’ de caminos –Escucha, no sé quién eres y tampoco me interesa saber porque crees que somos igual, porque ciertamente no lo somos ¿Entendido?- Actuar de forma huraña era su única protección contra los demás y no porque no supiese defenderse si no por el contrario, en verdad no deseaba hacerles daño. Sonrió con histeria tomó la mochila, levantó la ropa regada y se dispuso a correr lo más rápido posible. Él la detuvo.

Una terrible sensación de abandono cruzó por toda su delicada piel, la dejó desnuda por completo, inofensiva y a la merced del caballero ¿Cómo demonios se atrevía? La soledad era lo único que le quedó tras haber partido de Rusia hasta ese lugar en donde la inestabilidad de su condición amenazaba su cordura. El que se lo recordaran, debió ser algo más que un simple sopor en sus heridas físicas. Rugió -¿Qué has dicho?- Dejó caer todo lo que sujetaba con las manos. Ya no le importó el pudor, la vergüenza o cualquier otra trivialidad, nada de eso tenía sentido cuando se hablaba sobre el hecho de estar solo en el mundo. Tragó saliva. Dando media vuelta lo encaró como una bestia que está dispuesta a dar el primer zarpazo e iniciar una batalla, pero no era eso lo que tenía planeado. Los pies de Astarté se aferraron al suelo bajo su cuerpo, sintiendo la textura de esa escharcha en las hojas marchitas de los árboles, el frío de la humedad en la tierra y el movimiento de los bichos por debajo de ésta. Se movió sigilosa. El acercamiento, en un principio fue incómodo. ¿Cómo no iba a serlo si se trataba de una mujer desnuda frente a un completo desconocido? Levantó ambas manos intentando alcanzar su rostro, pero las contrajo inmediatamente. Las pupilas de la chica no dejaban de penetrar en los orbes del sujeto, quería leerlo, saber qué era lo que pensaba y comprender la razón por la cual se creía sólo, como ella.

-Shhhh- Antes de que pudiese entender lo que pasaría después de esa advertencia. Astarté se le dejó ir cubriendo la boca ajena, amenazando con que no dijese ni una sola palabra. Fue increíble para ella darse cuenta sobre la situación. Actuar de forma imprudente, dejarlo marchar con un vacío en el interior cuando sus instintos lo han reclamado como un hermano suyo. Carraspeó. No quería hacerlo, pero era su deber. Sus hermanos, sus padres, sus ancestros; los nombres de generaciones enteras caían en sus hombros a manera de dagas. Los susurros, la influencia, todo un mundo ajeno a lo que conocía, se volcó frente a ella. –¿Nadie te enseñó que nunca estamos solos?- susurró cerca de sus labios con la mano aún cubriéndolos por completo. –Espera- Lo soltó encaminándose hacia los arbustos dejándose llevar por el instinto, le hizo una seña con una de sus manos para que se acercara –No soy muy amante de este tipo de cosas, es decir nunca lo he…- Se interrumpió –Realmente no te interesa ¿No es así?- Levantó una de sus cejas –No importa, mira- Señaló una diminuta cueva a lo lejos. Ahí, un pequeño cachorro jugaba con sus hermanos a roer un pedazo de madera. Quizá se preparaban para la caza afilando sus dientes. –Ellos no saben que estamos aquí, no pueden vernos, aún son muy jóvenes para olfatearnos –al igual que yo- y aún así, lejos de todo… ni ellos, ni nosotros estamos solos- Esperaba que pudiese comprender lo que intentaba decirle, era algo complicado y la misma Astarté tardó su tiempo en reconocer la enseñanza que le hizo Raven. Fue el nombre de su hermano lo que le hizo regresar a su estado de pequeña arpía –Pero no debería mostrarte esto y menos cuando ni siquiera conozco tu nombre- Se alejó de él levantando las manos por los aires y ahuyentando a los cachorros con su bullicio.
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Mensaje por Invitado Jue Oct 18, 2012 12:29 am

Los ojos de Pablo se clavaron en un punto lejano en su consciencia y cercano a sus pies en cuanto ella pareció perder todo discernimiento de su propia desnudes, se puso más rojo de ser posible y no supo qué sucedía, estaba demasiado concentrado en no verla, en no parecer un pervertido, tarea complicada, no porque en verdad le interesara ver la figura desnuda de aquella chica, sino por el simple impulso natural de la curiosidad. Tragó saliva y sólo asintió ante la afirmación de que no eran iguales, eso no hacía falta que se lo puntualizaran, Pablo vivía así, así se movía, sabiendo que él no era igual al resto, que él estaba destinado al fracaso, a perder, a ser olvidado, pero también, cuando la madera del violín hacía contacto con sus manos, también se sabía diferente, libre como ninguno, poeta de las notas, con un talento que él bien sabía, era grande. Porque Pablo vivía en dos polos totalmente opuestos, el retraído y saboteador de sus propias empresas y el del músico que estaba destinado a la grandeza. No se movió un ápice, sólo escuchaba pero entonces fue tomado por sorpresa y mentiría si dijera que no se asustó, abrió los ojos, pero su boca fue cancelada como para poder quejarse o responder a su pregunta siquiera, la miró temiendo que finalmente ella tomara cartas en el asunto respecto a su intrusión.

Pero no, ella simplemente siguió hablando y pareció que le estaba revelando secretos a los que Pablo se mantuvo atento, aunque aun alerta. Tampoco es que creyera que podría defenderse, ella podía ser mujer, pero él simplemente no sabía como asestar un golpe, «puños de bebé» solía decirle su madre gitana, la única madre que había conocido. Sus ojos estaban abiertos descomunalmente, pero no hacía nada por zafarse, sólo esperar y cada palabra que ella pronunció se instaló en su memoria, que gracias a su condición, era muy buena, olvidaba muy pocas cosas y eso por falta de atención, para su desgracia, todo lo malo estaba ahí, todas las experiencias desastrosas de su pasado se presentaban en sus recuerdos como si hubiesen sido ayer, y para el licántropo catalán parecía que era lo único que importaba: lo malo. «Nunca estamos solos» dijo ella y a Pablo le hubiese encantado creer esas palabras, tener un fundamento para utilizarlas como estandarte cada vez que se sintiera desfallecer, pero la única verdad universal para él era que todo era perecedero y ya fuese por la muerte, la distancia o el indiferente aburrimiento, tos terminaban yéndose.

Se dio cuenta que había aguantado la respiración todo ese tiempo y ahora que lo soltaba sus pulmones se volvía a llenar de aire, sensación que fue aprehensiva de momento y poco a poco consiguió regresar a la normalidad.

-No, espera –dijo y la miró, si a ella no le importaba estar desnuda, a él tampoco, aunque claro que eso era una mentira, ese hecho lo seguía poniendo nervioso-, me llamo Pablo, si eso te sirve, y quiero seguir escuchando, quiero creer lo que dices, quiero saber que no estoy solo –sonaba tan desvalido, tan desarmado y tan patético. Pero no era como si le importara demasiado, así sonaba la mayoría del tiempo y se había acostumbrado-. Pero ellos no harían nada si ahora mismo te atacaran, esa es la verdadera soledad ¿no? –Y aunque hablaba de un tema escabroso e insondable, su voz sonó con la ingenuidad propia de un niño que está descubriendo al mundo a penas-, esa es la verdadera soledad -repitió como un mantra -no hay lugar más solitario que una ciudad atestada de gente –y miró por sobre su hombro, en dirección a la urbe que era París.
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Mensaje por Nevenka Lèveque Mar Oct 30, 2012 1:00 am


Se detuvo. Había algo en él que le orillaba a quedarse un segundo más. Escuchó su nombre y la teoría detrás de su análisis a lo que ella le decía. Para Astarté no existe nada más desesperante que alguien que le lleve la contra, sin embargo, siempre resultaba ser un reto para ella el probar que tenía la razón. Cuando caía en la inevitable verdad de que no siempre las cosas son como las dice, una parte de su ser puede sentirse destrozada pero la otra, habrá aprendido algo nuevo. La complejidad de su mente resulta ser un misterio para las personas mayores. ¡Es que es sólo una niña! Ha logrado comprender lo inexplicable de la vida, sufrido más que los ancianos y aún mantener la frente en alto en orgullo a su especie. Él, precisamente él, le recordó un tiempo atrás en donde ella se creía más sola que nadie en todo el mundo. ¿Cómo poder gritar a los cuatro vientos lo que el corazón sentía, si nadie estaría ahí para escucharlo? Sonrió. –Lo sé- Respondió a su frase en donde aseguraba una soledad tácita en cada uno de los seres vivos. –La soledad más triste es estar rodeado de gente que no te comprende ¿Cierto?- Arqueó una ceja. Regresó al sendero por el cual se habían introducido para observar a los cachorros. Buscó su abrigo y lo vistió. –Buscas comprensión, entendimiento, un abrazo o una mirada que te diga que no estás solo- Susurró a sabiendas que él podría escucharla. Cada palabra que le dedicaba, era una sensación que ella misma había estado esperando recibir de los demás, pero que al final sólo pudo encontrar dentro de si misma. –Pero ¿Cuántas veces le has dedicado tiempo a las personas para explicarles lo que sientes?- Clavó su mirada esmeralda en los ojos de Pablo. Tras un par de segundos, desvió la mirada hacia la nada sin desvanecer esa pícara sonrisa de sus labios.

Ahí se encontraba. Frente a un completo desconocido y dándole una cátedra sobre algo que tuvo que aprender sola y que ahora era esencial que él lo entendiese. No tenía la más mínima idea de cómo hacer o si en verdad era lo que él necesitaba, sin embargo, aún permanecía adherida a ella esa extraña sensación de ¿Compasión? ¡Arg! No quería pensar que fuese eso, tampoco podría ser lástima. Era algo diferente, como si expiara cada una de sus culpas con una catarsis a través de él. Por un segundo, se vio a si misma en él y en ese estado, cuando ella buscó desesperadamente la ayuda de alguien, nadie le extendió la mano ¡Eso es! No podía permitir –por más egoísta que fuese- que uno de los suyos pasara lo mismo que ella. Quizá Pablo no sería lo suficientemente fuerte para sobrevivir a esa depresiva desolación –¡Es una paradoja!- Exclamó –Todo es una paradoja. Quieres creer que no estás solo, pero tienes miedo a que en verdad alguien se aproxime hasta ti y descubra quién y lo que eres- Caminó hasta él con la mirada férrea puesta en sus orbes. No intentaba intimidarlo, no trataba nada más que ofrecerle un encuentro consigo mismo –Rechazas a las personas por miedo a ser rechazado y te refugias en la obscuridad de la indiferencia. Pasas desapercibido porque crees que es lo mejor, pero cuando no puedes soportarlo más, cuando sientes que el mundo se cae a pedazos alrededor tuyo, cuando respirar no te es suficiente y observas que las personas se encuentran al otro lado de la calle... reclamas que tu soledad es infinita- Golpeó el pecho de Pablo con sus dedos -¡Esa es la verdadera soledad!-

Había cosas que la humanidad jamás entendería. No se puede estar solo sin quererlo, no se puede acariciar el silencio sin saber que existe de verdad y por supuesto no se puede ser comprendido sin antes haber entendido a los demás con anticipación. Astarté lo aprendió un poco tarde, pero al final lo hizo y, aunque en un principio se negó a creer que se debía a su culpa, terminó por aceptar la enseñanza de sus hermanos aún cuando ni siquiera estaban a su lado en el presente. Una consecuencia a una decisión suya ¡Y es que la mayor parte de las cosas pueden evitarse! Giró sobre sus talones. Buscó sus pertenencias y comenzó a introducirlas en la mochila, cuando terminó volvió a él –Antes de decirte mi nombre, te haré una pregunta Pablo- se mordió el labio inferior -¿Estás solo?- Frunció el ceño levantando una mano para callar cualquier respuesta que él pudiese darle –No respondas sin antes cuestionarte tú “¿Por qué?”- Se recargó sobre el monolito de piedra. –Cuando tengas la respuesta correcta, te diré quién soy. Así que… piénsalo- Se cruzó de brazos y esperó…
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Mensaje por Invitado Vie Nov 16, 2012 8:31 pm

Mientras ella lograba hablarle con esa seguridad pasmosa, Pablo se sentía cada vez más nimio, como si se encogiera a cada palabra, como si fuese a ser tan pequeño que ella pudiera aplastarlo con un pie. Se sentía intimidado y sobrecogido, esa era la verdad, no entendía cómo existía gente como esa chica, o mucha que conoció en el pasado, no lo entendía pero sabía que existían, ahí estaba esa prueba irrefutable y material frente a sus ojos, trató de deshebrar cada frase que era pronunciada, encontrarle el verdadero significado, o una semántica que le hablara a él, tal vez, pero se sentía completamente abrumado, porque todo, absolutamente todo lo que era dicho le hablaba a él; era un jodido ruido ensordecedor que comenzó a producirle jaqueca, más psicológico que otra cosa. Se dio cuenta que había estado guardando el aire en sus pulmones y en cuanto ella dio tregua, lo soltó, dando pasos hacía atrás mientras ella avanzaba como muestra inequívoca de que esa era su vida entera. Retroceder, huir, temer.

Fue a decir algo pero ella retomó el discurso y sus palabras se sentían como estalactitas de hielo cayendo sobre él tras el temblor. Había dado en el clavo, Pablo se escondía porque se avergonzaba de lo que era, porque en su subconsciente de niño de 7 años se instaló la idea de que era un monstruo, un indeseado, eso fue lo que le dieron a entender sus padres al abandonarlo por el simple hecho de ser hombre lobo, y aunque después Ola, la gitana lo acogió, el daño estaba hecho y se encogió ahí mismo en sí mismo como si el pecho se le contrajera ante el tsunami de recuerdos y dolores pasados y presentes. Debía concederle la razón, todo se resumía a que estaba solo porque quería estarlo, pero encontraba justificación a sus negligencias, ¿quién podía culparlo cuando Antonella, su primera amiga en París, se había marchado? ¿Era en realidad tan grave cuando Eve, la chica que le gustaba, estaba enamorada de otro? ¡Claro que tenía miedo! Tenía pavor de ser herido y de herir también. Porque era una bestia indigna de la herencia Sant Jordi que por derecho le correspondía, aunque en realidad no le dolía haber perdido la fortuna, sino haber sido abandonado, desterrado con deshonra siendo sólo un chaval que no sabe nada de nada y que es dejado en el bosque a su suerte, para ver si el mismo lobo que o atacó puede darle fin.

Se quedó en posición de firmes, agachó la cabeza y parecía que en cualquier momento se iba a poner a llorar; ella allá en una roca como la líder de algo, como su líder, pensó Pablo. Se cuestionó todo eso que ella había dicho con tanta certeza, no sabía si creerle del todo o no, pero seguía sintiendo que esas palabras habían sido diseñadas para sus oídos. Suspiró largamente y alzó el rostro, clavó los ojos avellana en la figura de la chica cuyo nombre seguía desconociendo.

-Porque… -susurró y tragó saliva, sacudió la cabeza –porque –esta vez su voz sonó más firme, más fuerte –porque soy un monstruo, puedo herir a alguien, porque todo lo que he conocido se ha ido de mi lado, ¿puedes culparme por preferir la soledad? –su voz se fue elevando de volumen y se llevó una mano al pecho, como si quisiera arrancarse el corazón –me han golpeado muchas veces, lo único que busco es evitar más palizas –y se quedó callado aunque su semblante seguía ansioso, alerta, como si fuese a decir algo más, en cambio, relajó la posición, bajó la mano que tenía sobre su pecho y miró a un lado –me gustaría pensar como tú, pero no puedo, no ahora mismo, si algo he aprendido es que un día puedes tenerlo todo y al siguiente perderlo en un chasquido de dedos –hablaba por experiencia propia, aunque eso no lo aclaró. Quiso decirle que le enseñara a ver la vida como ella la veía, como si pudiera de hecho elegir, pero calló, aguardó, quizá finalmente la chica misteriosa del bosque le dijera su nombre.
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