Cariño. [ Lust S. Zirkus ]

por **Julietta E. Benedetti** Mar Sep 25, 2012 8:46 am

La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad.

Sir Francis Bacon

La amargura, la existencia de un dolor inimaginable, el aporreaba el corazón herido todos los días, hacía ya catorce año de ellos. Para ella aquel dolor era el más atroz dolor que un cuerpo humano, o sobrenatural podía experimentar en su corta o larga vida. Y ella, Julietta Eleonor Benedetti, Inquisidora desde que tuviese ocho años, de aquel dolor entendía demasiado bien. Su alma se había roto en pequeños fragmentos de inocencia, niñez, felicidad y dulzura, para sin saber del todo como, una mano incierta dentro de ella misma reagrupase todos aquellos pequeños trozos y los transformase en lo que es hoy en día su alma. Un bosque repleto de árboles, amargos, oscos, rancios y una espesa capa negra que forma sin duda su alma.

Por esa misma razón la joven no precisaba, ni gustaba de dormir mucho. Puesto que las pesadillas, de una noche que bien clara y viva tiene en su memoria, la comen en las horas del ánima. Algunos piensan que esa fue la razón principal de su cambio repentino y, su nueva devoción por lo la religión Católica, otros especulan que la rubia Inquisidora simplemente no sabía qué hacer con su vida, una niña de alta cuna, sin ningún entretenimiento que su padre, que seguramente se había amargado de tener que soportar las constante liturgias que su padre daba en honor a ella misma, que decidida en emprender un nuevo camino optando así por la religión Católica Apostólica y Romana. Claro realmente nadie sabe a ciencia cierta qué fue lo que motivo el cambio de parecer de la joven, pero para ella tiene un solo nombre. La muerte.

Los dos días interminables que había pasado en “El Reloj”, la dejaron totalmente agotada y exhausta, por eso mismo después de que aquella vampiresa, cuyo nombre correspondía a Nereza; la llevase al Hotel Des Arenes y, por supuesto, después de registrarse en la recepción, se despidió de esta y subió a su habitación. Con la mayor rapidez que sus músculos, cansados, entumecidos y deshechos le permitían se preparo un baño relajante, donde dejo que el agua caliente le volviese a rejuvenecer el cuerpo y el alma. Más tarde se había echado en la cama, y como era su costumbre, siempre posteriormente a aquellas pesadillas en las que revivían una y otra vez la noche en la que su corazón se había partido, se levanto a la hora de las Laudes, y sin tener que ir a misa había hecho su oración por el alma de su madre y hermano, a los que esperaba Dios tuviese en su gloria.

De la única maleta que llevaba, saco un vestido de color azul petróleo, como se estilaba. Estrecho y ceñido por la parte superior del cuerpo, entallando la figura femenina y dejando la parte de las piernas suelta por lo que se ensancha el vestido. Estaba decorado con pequeñas flores de platas, que habían sido bordadas por su modista de Venecia con hilo del mismo color que el vestido, por lo que hacía del diseño uno de los más caros; superponiendo capas de satén por todo el vestido hasta formar el estilo que ella misma había exigido. Tenía un escote en barco, es decir, que las mangas del vestido venían a los hombros, donde quedaban perfectamente sujeta. Se calzo con unos zapatos un poco por encima del tobillo, de color plateados, que se anudaban con una lazada, y estaba completamente calado por encajes; el tacón era considerable, pero no importaba ya que estaba más que acostumbrada a esos zapatos. Peino su pelo de una forma sencilla, no era como las demás mujeres de la corte, que gustaba de elaborados peinados, a ella le gustaba el pelo en un semirecogido y lo demás en bucles sueltos.

Desayuno en compañía del periódico aquella mañana, un zumo de naranja, café solo y unas rebanadas de pan caliente con mantequilla. Al terminar el desayuno, escribió una ]misiva, para su mejor amigo Lust, el cual ya estaba en París y con el cual le encantaría poder hablar un rato, así que se la hizo llegar con un mozo del mismo hotel. Pido un coche de caballo, y salió a dar una vuelta, con la clara intención de visitar París y saber donde estaba cada cosa, sabía que se quedaría con todo pues su memoria era algo que le permitía. Llego al hotel de nuevo a la hora de comer, donde permaneció, hasta que a las cinco menos cuarto bajo al salón comedor, donde dejo expresamente dicho que vendría un muchacho buscándola que lo dejaran pasar, puesto que lo había citado allí a aquellas horas.

Se sentó en una mesita, y con su libro en la mano se dejo llevar, hasta que Lust, la sacara de las ensoñaciones.