AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cartas desde el pasado
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Cartas desde el pasado
Cartas Desde El Pasado |
La luz hacía acto de presencia en la habitación y se colaba entre mis párpados.
Ese sol frío de principios de primavera que apenas calienta aún, se alzaba, tenue, detrás de los cristales.
Me había dejado la ventana abierta toda la noche y las cortinas ondeaban al son de una dulce brisa, como si fueran bailarinas sobre un escenario de madera mugrienta. Con razón estaba tapada hasta las cejas.
Me revolví entre mis sábanas, tratando de darle la espalda al día. Intenté dormirme otra vez, volver a sumergirme en mis sueños y olvidarme un rato más de la realidad, pero una vocecilla en mi cabeza, conocida como conciencia, me instó a levantarme de la cama y ponerme manos a la obra. Me di cuenta entonces de que en realidad no tenía más sueño, a pesar de lo cansados que estaban mis ojos.
Bostecé y me incorporé lentamente sobre el duro colchón.
No pude evitar llevarme una mano a la cabeza cuando sentí una punzada terrible en la parte delantera de la misma. Y me dejé caer de nuevo con un resoplido y unas cuantas quejas que nadie escucharía.
Tengo que dejar el alcohol —me dije a mí misma. — Algún día.
Me costaría unas cuantas horas despejarme, de eso no cabía duda.
Me escondí bajo las sábanas y remoloneé un rato más hasta que los pinchazos en mi cabeza se calmaron un poco.
Tenía los pies helados. Busqué entre la ropa que había dejado esparcida cerca de la cama unos calcetines gordos, guiándome únicamente por el tacto. Me enfundé los pies y los posé en el suelo, aún tumbada, retorciéndome mientras estiraba todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo.
Me incorporé de nuevo, me froté los ojos y miré alrededor.
Era día de limpieza. La casa parecía pedirlo a gritos.
Suspiré. Mis citas con el polvo eran ineludibles, si no quería que éste cobrara vida y acabara por devorarme.
Había tanto por hacer, que no sabía por dónde empezar. Llevaba varias semanas evadiendo el momento de limpiar toda la porquería que se acumulaba por los rincones, pero “de hoy no pasa” .
Antes que nada, fui a la cocina a prepararme un té, a ver si así entraba en calor y me espabilaba un poco.
Cuál fue mi sorpresa cuando me encontré un montón de platos sucios apilados en la encimera y varias prendas de vestir desperdigadas entre las sillas y el suelo. Cómo puede una sola persona ensuciar tanto…
Ignoré el desorden hasta que me hube acabado el té.
Una vez lavados los platos, me dispuse a recoger el reguero de ropa que recorría toda la casa. Debía de tener todo el armario por los suelos, en la vida hubiera imaginado que tuviese tanta ropa en mi poder.
Fui depositando las prendas sobre la cama, sin ningún orden, tal cual caían. Saqué las pocas que quedaban en el armario y las dejé junto a éstas.
Me propuse limpiarlo por dentro aprovechando que estaba casi vacío y deshacerme de todas aquellas cosas que ya no me servían y seguían ahí almacenadas.
Detrás de unos cuantos trastos, había un pilón de cajas ordenadas por tamaños en uno de los rincones.
Las saqué y abrí una a una. Dentro había de todo, desde ropa de cuando era niña, hasta muñecos y juguetes, pasando por diarios, dibujos, regalos, partituras, e incluso facturas varias de todos los años que llevaba viviendo allí. Las fui separando en dos grupos: las que mantendría bajo mi techo y de las que me desharía para siempre. Esperaba, así, poder hacer hueco para almacenar cosas nuevas y más importantes.
Entre las últimas, había una que destacaba sobre todas las demás.
Era una caja preciosa, muy detallada y en apariencia delicada, aunque algo pequeña en comparación con el resto.
Se encontraba enterrada por otras dos proporcionalmente más grandes, lo cual hacía que se ocultara muy bien — ¿acaso quería esconder algo?
La saqué del armario con sumo cuidado.
Estaba cubierta por una densa capa de polvo. Soplé para dispersar lo más superficial y con la mano desprendí el resto. Permanecí unos instantes inmóvil, observándola.
Era extraño, pues no recordaba el origen de aquella caja ni cómo había llegado hasta allí, ni siquiera recordaba haberla visto antes.
Levanté la tapa con cierta impaciencia, no podía esperar a ver qué había en su interior.
No sé qué pretendía hallar realmente, pero me sorprendió encontrar un montón de sobres mal cerrados, unos sobre otros, todos con la parte del destinatario a la vista.
En el primero, que supuse que sería el último recibido, estaba escrito claramente:
Nói Runa Hauksdóttir
15 Børsgade, København, Hovedstaden, Danmark (Dinamarca)
15 Børsgade, København, Hovedstaden, Danmark (Dinamarca)
Era la dirección de mi casa en Copenhague, el último sitio en el que viví antes de acabar en París.
Le di la vuelta al sobre. No constaba de remitente.
Mi curiosidad aumentaba por momentos. Este asunto cada vez me parecía más intrigante, así que abrí la solapa que hacía de cierre y saqué la carta.
Parecía haber sido escrita con calma, a pesar de que los trazos de tinta negra sobre el papel eran rápidos y ligeros.
Era letra de hombre, no cabía duda, de alguien adulto además.
Me senté sobre la cama y leí la carta con avidez.
Querida Nói,
Qué bien me sienta saber de ti y lo sabes.
Si a veces tardo un poco en responder es porque cada vez me distraigo más con lo que he tratado de investigar, modos para incrementar mis poderes y los poderes de los brujos en general. Aún no he dado con la clave de ello, pero sé que estoy cerca. Como sea, no quiero aburrirte con eso, aunque sé que estarás interesada y te mantendré al tanto.
Espero que tú te encuentres bien. Yo estoy mejor que nunca, Brünnhilde mi esposa, está embarazada y aunque no lo planeamos, no puedo decir que no lo había estado deseando desde hace algún tiempo, así que divido mis jornadas entre cuidarla a ella y a mi próximo hijo o hija y mi estudio de la magia, que como sabes, es el tema que más ocupa mi mente. El negocio de la librería va viento en popa, pero aún temo introducir libros descaradamente de magia, sabes cómo es eso. Sin embargo, junto a esta carta envío un libro que seguro será de tu interés, y si bien no habla de nada que no conozcas, seguro será información valiosa que te ayude.
Debo confesarte que cada vez que me encierro en mi casa a averiguar más sobre cómo producir magia cada vez más poderosa, siento que algo se sale de control pero no puedo decirlo con certeza, no he tenido premonición alguna que lo confirme, así que sólo deben ser ideas mías, tal vez el efecto de tener tan pocas horas de sueño y estar tan obsesionado con algo. Seguro cuando nazca mi hijo me podré distraer, aunque no creo obtener más tiempo para dormir.
Bueno, como lees, mi vida no ha cambiado demasiado, sólo he recibido buenas noticias que a la larga definirán mi camino, pero de ahí en fuera continuo igual, como me conociste. Espero que estés muy bien, que tu madre esté mejorando y las cosas en general vayan por buen camino. Recibir misivas tuyas siempre es un deleite, pocas personas tan jóvenes poseen una curiosidad tan contagiosa como la tuya, es una virtud que debes atesorar y cuidar.
Espero recibir noticias tuyas muy pronto y un saludo.
Qué bien me sienta saber de ti y lo sabes.
Si a veces tardo un poco en responder es porque cada vez me distraigo más con lo que he tratado de investigar, modos para incrementar mis poderes y los poderes de los brujos en general. Aún no he dado con la clave de ello, pero sé que estoy cerca. Como sea, no quiero aburrirte con eso, aunque sé que estarás interesada y te mantendré al tanto.
Espero que tú te encuentres bien. Yo estoy mejor que nunca, Brünnhilde mi esposa, está embarazada y aunque no lo planeamos, no puedo decir que no lo había estado deseando desde hace algún tiempo, así que divido mis jornadas entre cuidarla a ella y a mi próximo hijo o hija y mi estudio de la magia, que como sabes, es el tema que más ocupa mi mente. El negocio de la librería va viento en popa, pero aún temo introducir libros descaradamente de magia, sabes cómo es eso. Sin embargo, junto a esta carta envío un libro que seguro será de tu interés, y si bien no habla de nada que no conozcas, seguro será información valiosa que te ayude.
Debo confesarte que cada vez que me encierro en mi casa a averiguar más sobre cómo producir magia cada vez más poderosa, siento que algo se sale de control pero no puedo decirlo con certeza, no he tenido premonición alguna que lo confirme, así que sólo deben ser ideas mías, tal vez el efecto de tener tan pocas horas de sueño y estar tan obsesionado con algo. Seguro cuando nazca mi hijo me podré distraer, aunque no creo obtener más tiempo para dormir.
Bueno, como lees, mi vida no ha cambiado demasiado, sólo he recibido buenas noticias que a la larga definirán mi camino, pero de ahí en fuera continuo igual, como me conociste. Espero que estés muy bien, que tu madre esté mejorando y las cosas en general vayan por buen camino. Recibir misivas tuyas siempre es un deleite, pocas personas tan jóvenes poseen una curiosidad tan contagiosa como la tuya, es una virtud que debes atesorar y cuidar.
Espero recibir noticias tuyas muy pronto y un saludo.
Atentamente,
Siegfried Ligeti
Siegfried Ligeti
Ahora todo cobraba sentido, los recuerdos se volvieron nítidos de pronto, como si hubieran pasado todos aquellos años durmiendo en un profundo letargo y ahora despertaran de golpe.
Nunca olvido una cara, y menos una tan particular como la de Siegfried.
Le conocí en 1785, en un pueblo alemán, cuyo nombre no consigo recordar. Era otoño, un día muy lluvioso, por cierto, la segunda jornada que pasaba allí.
Mis padres se habían reunido con uno de sus compradores habituales en dicha tierra, mientras mi hermano más mayor llevaba a cabo algunos recados. Como por aquel entonces yo era muy pequeña como para estar llevándome de un lado para otro, solía quedarme cerca de nuestro lugar de asentamiento, a cargo del hermano más joven, que ese día había quedado con una muchacha de por allí a espaldas de mis padres. Aproveché la distracción para darme una vuelta por la zona, cosa que me encantaba hacer cada vez que visitaba un sitio nuevo.
En esas me encontraba cuando empezó la tormenta. Me refugié en el porche de una casa, esperando a que amainara mientras leía uno de los pequeños y desgastados libros que llevaba conmigo. Estaba tan enfrascada en mi lectura que no me percaté de la pareja que se acercaba corriendo hasta que estaban tan cerca que sus ropas mojadas llegaban a salpicarme.
Supuse que ésa sería su casa y que se habrían llevado una sorpresa similar a la mía al encontrarme allí sentada.
A pesar de que había estado más veces en Alemania, no hablaba el idioma lo suficientemente bien como para explicar que había acabado allí por casualidad y no porque me hubiera perdido. En cualquier caso, insistieron en llevarme de nuevo ante mis padres en cuanto pasara el temporal.
Me invitaron a entrar y pasamos gran parte de la tarde hablando —esta vez en francés, pues nos dimos cuenta de que así era más fácil entendernos.
No sé cómo, pero aquel hombre se dio cuenta de mis capacidades mágicas.
Cuando dejó de llover convenció a su mujer para acompañarme él solo ante mi familia. Fue entonces cuando mantuvimos una compleja conversación acerca de brujería. Pues él era brujo, algo que me haría notar en próximas misivas, en las que me hablaría de técnicas ya conocidas por él y nuevos descubrimientos que iba haciendo poco a poco. He de reconocer que una parte considerable de lo que sé, lo aprendí gracias a sus descripciones detalladas y a los libros que habitualmente me enviaba por correo, no sin antes haber tomado las precauciones necesarias para que no fueran interceptados por ningún inquisidor.
Cuando llegamos frente a mis padres, estaban discutiendo con mi hermano, ya que pensaban que había dejado que me perdiera en un pueblo desconocido. Le agradecieron a Siegfried que me hubiera encontrado y llevado hasta ellos. Él y mi madre intercambiaron unas palabras enigmáticas que no llegué a comprender y regresó a casa. Así comenzó nuestra extraña amistad.
Desde entonces nos estuvimos enviando cartas con frecuencia.
Ésta, en concreto, no constaba de fecha alguna, pero considerando a dónde fue enviada supuse que yo rondaría los ocho años por aquel entonces. Habían pasado trece años desde aquello.
Cuánto tiempo —pensé.— Cuánto tiempo sin saber de Siegfried.
Seguí sacando sobres y leyendo cartas. La mayoría habían sido enviadas a mis casas en Islandia, Dinamarca y Finlandia indistintamente. La última, por alguna extraña razón, era la más breve y la más escueta.
Me dejé caer en el colchón. Tenía la mirada clavada en el techo y la cabeza hecha un lío. Había abierto una puerta que llevaba sellada mucho tiempo y un sinfín de emociones contradictorias me recorrían por dentro.
Me percaté de que a mí derecha, hecho un ovillo, estaba Nökkvi, mi hurón, durmiendo plácidamente.
No pude evitar acariciarle la tripita, lo cual hizo que se revolviera un poco y olfateara el aire de su alrededor. Empujó suavemente mis manos con su hocico, como si quisiera que continuara.
— Me pregunto qué habrá sido de él —susurré distraída. Lo cierto es que me temía lo peor, como que hubiera sido encarcelado por algún inquisidor (cosa que acabé descartando, pues hubiera llegado fácilmente hasta a mí debido a las misivas que tendría en su posesión y llevaba demasiados años viviendo tranquila) o que hubiera ocurrido alguna desgracia aún peor.
No creía (o no quería creer) que se hubiera olvidado de mí tan repentinamente.
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Nói Runa Hauksdóttir- Hechicero Clase Media
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