a history better than these books

por **Zeth Kouzounis** Vie Oct 12, 2012 6:40 pm

Perderse de vez en cuando era bueno.

A veces, caminar a ciencia cierta te hace ser ignorante de todo lo que te puede estar rodeando, de lo desconocido, ya que te aferras a lo que conoces y te reprimes a lo nuevo. El ejemplo más claro de este dicho era el latino que con claro desconocimiento miraba las calles que pasaba. Se podría decir que ese pensar era sólo un consuelo para encubrir el pésimo sentido de la orientación de él, una pequeña mentira con tal de no asumir “No sé dónde estoy parado”. Pero no se podía negar que, gracias a eso, Zeth había recorrido París mejor que guiador por el mejor conocedor, porque hasta viejos habitantes de la francesa ciudad tenían rincones que no se atrevían a visitar y que gracias a su ignorancia, Zeth visitaba. Era así mismo como había llegado al centro. O eso es lo que parecía ser, pues la cantidad de gente merodeando había aumentado sustancialmente.

Desde que se había alejado del concurrido burdel para un paseo de reconocimiento, como los que usualmente daba ahora que tenía tanto “tiempo libre”, acababan todos igual, más allá de donde se había propuesto. Más de una vez le habían dicho, y se había dicho, que era imposible que se perdiera con tanta frecuencia sin haberlo planeado. Parecía ilógico y estúpido si ya vivía hace dos años en el continente y nada había aprendido.

Pero ese era el pensamiento de los demás, el hecho concreto es que ahora el latino vagaba por el parque y admiraba los rosales, fingía como los que estaban a su alrededor que esa visita a aquellas áreas verdes fue planeada. Y, como bien se dijo antes, éstas eran oportunidades únicas para descubrir cosas nuevas. Todos los lugares que había conocido habían sido gracias a sus extravíos que lo habían llevado hasta las afueras de París. Parecía un don, eso sin dudarlo, pero por ser alguien como Zeth era que todo era visto desde un ámbito netamente positivo.

– ¡Una biblioteca! –tales como ese, por ejemplo. Desde que había llegado al “viejo continente” eran pocos los lugares fuera de restaurantes e iglesias que conocía, se le hacía imposible que no hubiese un lugar con libros en la madre de las culturas y el apogeo de mezcla de razas, dueño de descubrimientos geográficos y los primeros en avanzar en la ciencia. ¿Y ni siquiera una librería? No, él había buscado mal, eso tenía que ser. Al entrar se dio cuenta de las fuertes diferencias que habían entre las bibliotecas Francesas y las Venezolanas que recordaba, comenzando por la cantidad, apoteósicamente diferente y en que allí sí había silencio. Había más respeto, quizás, y no estaban las fuertes pisadas de los comandos patrullando alrededor.

El perder su tiempo ahora en ese lugar dejó de ser una mala mañana. Entró y se olvidó que fuera de esas cuatro paredes había un mundo con fuertes corrientes. Quizás una, dos o tres eran las horas que había pasado allí dentro, ya hasta había entablado conversación con una de las bibliotecarias que no tardó en filtrear con él, ¿Quién dijo que las bibliotecarias eran recatadas, conservadoras y aburridas? Que se traguen sus palabras. Estaba planeando llevarse algún libro, la estación del año era la ideal para leer en las afueras, e imaginaba que su desaparición en horas laborales sin un previo aviso a su matrona iba a acarrearle una fuerte reprimenda y un descuento en su porcentaje de repartición del dinero. Lo sabía, cuando consumía todo el día al lado de Aurélien era siempre lo mismo y jamás se lo contó, ¿De qué serviría? Sabía que con eso sólo recibiría un llamado de atención por parte del pianista y el consejo de que no gastara su tiempo en él.

Sonrió con melancolía mientras leía, aquel personaje en el libro que sostenía en sus manos que ya estaba conociendo era muy parecido al aquitano, reticente a los sentimientos y de los que no te dirían “Quédate conmigo” si le dices que debes irte. Aquel hombre narrado en las perfectamente impresas páginas del libro en sus manos, le hizo absorto del silencio que reinaba, incluso de que ya hace mucho que no era el único en la biblioteca. Gente que conocía el lugar desde antes que él y que tenía más derecho que él de asentarse en las pocas mesas que había, por lo que se había limitado a leer de pie frente a los estantes. Cuando terminaba uno, simplemente lo devolvía en su lugar dentro del caoba estante y buscaba uno más. Pero el libro que sostenía era seguro que lo pediría alquilado aun si se lo acababa. Era un milagro que en esa biblioteca hubiese una sección de libros hispanos, que era donde se había refugiado, de lo contrario su travesía hubiese sido en vano. ¿Podría comprarlo? No lo sabía, y creía que aun de poder hacerlo, el dinero en su bolsillo no abarcaría.

– No quisiera dejarte ir, John –habló en el aire. De seguro quien lo oiría pensaría que se le estaba declarando a alguien, pero era sólo un anhelo que el personaje, "John", no oiría por razones lógicas. Levantó la vista cuando acabó el capítulo, a su alrededor no podía ver muchas personas, todos mayores que él, aseguraba, que veían en las secciones de historia, ciencias, ficción, pero claro, francesas. No conocía a nadie, y ese era un alivio. No desconfiaba de los soplones, era muy desconfiado de su parte pensar en eso, pero sí sabía que no tendría excusa y el cargo de consciencia crecería en él.