AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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"El hombre es un auriga que conduce un carro tirado por dos briosos caballos: el placer y el deber. El arte del auriga consiste en templar la fogosidad del corcel negro (placer) y acompasarlo con el blanco (deber) para correr sin perder el equilibrio."
Platón
Platón
Era una noche cualquiera del año 1800 en la zona central de París, aquella ciudad luminosa y llena de vida nocturna la cual invitaba a la competencia del pecado y la liberación del placer. Aquella París romántica y lujuriosa en donde todos los sueños son capaces de hacerse realidad en el gozo de lo carnal. Esa misma París, en donde muchos de los aristócratas más refinados de la época, buscan todo lo que no eran capaces de encontrar en el lecho matrimonial. Hombres pudientes que se concentraban en burdeles para pagar por un poco de belleza y caricias osadas, magnates que deseaban satisfacer sus sueños más privados y otros más aventureros que sólo buscaban placer libre de cadenas.
Era así, el Burdel de París, el lugar en donde se reunían muchos de los aristócratas que el Duque Boussingaut frecuentaba, más a él mismo jamás se le había visto cruzar el umbral de aquella puerta que hoy le esperaba abierta. Era un lugar amplio y lujoso, tal y como él esperaba que fuera, un lugar que desplegaba lujos y entretención, pero que en realidad no tenía más arte que la ostentación del poder.
Suspiró profundamente y se quitó el sombrero de copa para sujetarlo junto a su bastón de caballero, miró alrededor y un par de rostros conocidos se sorprendieron de verle en el lugar y le dedicaron un brindis a lo lejos, el que respondió con una breve inclinación de cabeza y una sonrisa fingida y aparentemente tranquila. No podía negar que se encontraba nervioso, tanto por estar ahí como concretar de algún modo su tan arriesgado plan el cual partía por elegir cuidadosamente a la cortesana perfecta. Lamentablemente, mucho de lo que hiciera esa noche tenía sólo un diez por ciento de seguridad ante su observación y el otro noventa por ciento correría por parte de la suerte; lo sabía, pero era un riesgo que debía correr.
Se acercó al mesón y pidió un whisky escocés, el cual apenas bebió un par de sorbos, pues su objetivo no era más que preservar las apariencias. Observaba, no obstante, a todas las cortesanas disponibles —y las que no—, buscaba por alguna de hermosa apariencia y semblante educado, aquellas más costosas, esas que no se acostaban con cualquiera y se daban el gusto de regodearse entre la nata de clase acomodada. Sin embargo, al ser primerizo, mucho riesgo tenía de elegir mal.
Una de las mujeres se le acercó ofreciéndole sus servicios y Emerick no hizo más que mirarle y sonreír negando con la cabeza sin saber exactamente que decir hasta que sus ojos se toparon con ella. Era exactamente lo que buscaba, una mujer de apariencia bien cuidad, largos y dorados cabellos, con años de experiencia descritos en la mirada; una cortesana cuyos rasgos discernían del común de las francesas y cuyo cuerpo hablaba por sí solo. Se puso así de pie y se acercó hasta la dama para hablarle de cerca, sin poder evitar el sentirse un poco torpe por no saber como comportarse exactamente con las mujeres de su clase, así que simplemente hizo lo que mejor sabía hacer; ser natural.
— Buenas noches, Madame — le saludó con una reverencia, aún negándose a besar la mano, como hacía el resto de los caballeros, y sonrió — Mmmnn... ¿Podríamos ir a un lugar más privado para... ? — miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchara, pero ¿qué decía ahora; follar? No, no había ido ahí para follar de todos modos, pero ¿qué es lo que se les decía a ellas para llevárselas a una habitación? Volvió a mirarle a los ojos y se mordió los labios con una tanto de su descubierto nerviosismo — Es mi primera vez en lugar como este y no sé que decir exactamente para llevaros a una habitación — sonrió sonrojándose en las mejillas al mismo tiempo que le ofrecía su brazo para que fuese ella quien le guiara hasta los aposentos más privados del burdel.
Era así, el Burdel de París, el lugar en donde se reunían muchos de los aristócratas que el Duque Boussingaut frecuentaba, más a él mismo jamás se le había visto cruzar el umbral de aquella puerta que hoy le esperaba abierta. Era un lugar amplio y lujoso, tal y como él esperaba que fuera, un lugar que desplegaba lujos y entretención, pero que en realidad no tenía más arte que la ostentación del poder.
Suspiró profundamente y se quitó el sombrero de copa para sujetarlo junto a su bastón de caballero, miró alrededor y un par de rostros conocidos se sorprendieron de verle en el lugar y le dedicaron un brindis a lo lejos, el que respondió con una breve inclinación de cabeza y una sonrisa fingida y aparentemente tranquila. No podía negar que se encontraba nervioso, tanto por estar ahí como concretar de algún modo su tan arriesgado plan el cual partía por elegir cuidadosamente a la cortesana perfecta. Lamentablemente, mucho de lo que hiciera esa noche tenía sólo un diez por ciento de seguridad ante su observación y el otro noventa por ciento correría por parte de la suerte; lo sabía, pero era un riesgo que debía correr.
Se acercó al mesón y pidió un whisky escocés, el cual apenas bebió un par de sorbos, pues su objetivo no era más que preservar las apariencias. Observaba, no obstante, a todas las cortesanas disponibles —y las que no—, buscaba por alguna de hermosa apariencia y semblante educado, aquellas más costosas, esas que no se acostaban con cualquiera y se daban el gusto de regodearse entre la nata de clase acomodada. Sin embargo, al ser primerizo, mucho riesgo tenía de elegir mal.
Una de las mujeres se le acercó ofreciéndole sus servicios y Emerick no hizo más que mirarle y sonreír negando con la cabeza sin saber exactamente que decir hasta que sus ojos se toparon con ella. Era exactamente lo que buscaba, una mujer de apariencia bien cuidad, largos y dorados cabellos, con años de experiencia descritos en la mirada; una cortesana cuyos rasgos discernían del común de las francesas y cuyo cuerpo hablaba por sí solo. Se puso así de pie y se acercó hasta la dama para hablarle de cerca, sin poder evitar el sentirse un poco torpe por no saber como comportarse exactamente con las mujeres de su clase, así que simplemente hizo lo que mejor sabía hacer; ser natural.
— Buenas noches, Madame — le saludó con una reverencia, aún negándose a besar la mano, como hacía el resto de los caballeros, y sonrió — Mmmnn... ¿Podríamos ir a un lugar más privado para... ? — miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchara, pero ¿qué decía ahora; follar? No, no había ido ahí para follar de todos modos, pero ¿qué es lo que se les decía a ellas para llevárselas a una habitación? Volvió a mirarle a los ojos y se mordió los labios con una tanto de su descubierto nerviosismo — Es mi primera vez en lugar como este y no sé que decir exactamente para llevaros a una habitación — sonrió sonrojándose en las mejillas al mismo tiempo que le ofrecía su brazo para que fuese ella quien le guiara hasta los aposentos más privados del burdel.
Última edición por Emerick Boussingaut el Dom Oct 21, 2012 2:19 pm, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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"No es la riqueza, ni los ancestros; sino una conducta honorable la que hace grandes a las personas."
Ovidio
Ovidio
París, oh bella París. Ciudad hermosa y tranquila durante el día como nunca antes. Ya había vivido sus tiempos revolucionarios y ahora disfrutaba de una paz no gozada en décadas. El día contrastaba con la noche; las noches oscuras y frías, peligrosas pero también llenas de lujuria. La esencia de ese aspecto de la ciudad permanecía imborrable. Las noches de París continuaban siendo las más conocidas y las favoritas para ella.
La joven estaba ya acostumbrada a la rutina. Poco después del amanecer encontrar todo desordenado, gente adormecida, hombres reconocidos que volvían a su hogar luego de engañar a sus esposas con una cierta cantidad de mujeres que luego no lograrían recordar. Entonces era cuando ella descansaba, cuando tenía permitido dormir. Ya cuando despertaba la actividad iba aumentando para alcanzar su auge cuando las estrellas brillaban en lo alto del cielo oscuro.
Había más de un estereotipo de hombre, pero casi siempre seguían las mismas líneas. Jóvenes inexpertos, hombres que se gastaban hasta la última moneda de oro en el burdel, nobles que no solo podían permitirse cortesanas todas las noches sino que sabían con seguridad que aún si sus esposas supieran lo que hacían no protestarían... y la lista continuaba. Giovanna se había ganado el derecho de frecuentar a los hombres más ricos, los que aparentaban mayor educación o parecían tener más requisitos que solo un cuerpo a su disposición. ¿Cómo se había hecho lugar teniendo tan poca edad? Porque se había criado en el burdel y porque era de las pocas cortesanas que habían recibido educación en modales alguna vez.
Esa noche era solo otra más del montón. Su primer cliente ya se había ido y le tocaba volver a ofrecerse y a desfilar por el salón. Esa parte había sido la más incómoda en algún momento, pero ya no. Sus ojos escanearon la multitud sin dejar que sus recuerdos la afectaran y una pluma roja danzó entre sus dedos suavemente, buscando la siguiente presa de su seducción. Un joven con un whisky parecía su mejor opción. Sus ropas y su postura delataban su status y no era nada feo.
-Señor, ¿puedo ofrecerle algo? ¿Una noche de placer, quizás?- le preguntó con una sonrisa coqueta.
La actitud del hombre le causó gracia, pero intentó ocultar su risa lo mejor que pudo. Se inclinó hacia adelante y tomó su brazo, acariciando la mejilla sonrojada de él con la pluma que sostenía en su otra mano. -No tiene que decir nada- sonrió y lo guió hacia un lugar más tranquilo.
Recorrieron un par de corredores alfombrados, iluminados a media luz, que formaban parte de su propio hogar. Cuando se separó de él fue para apoyarse en la puerta y girarse a darle una mirada lujuriosa antes de entrar en la habitación.
-Póngase cómodo, damos unas bienvenidas muy cálidas en este lugar.
Giovanna Desco- Vampiro Clase Alta
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Localización : París, Francia.
Re: Toda información conlleva su precio {Giovanna Desco}
"Todo idealismo frente a la necesidad es un engaño."
Friedrich Nietzsche
Friedrich Nietzsche
La mujer, tan bella de cerca como se le veía de lejos, le sonrió mostrando una muy cuidada dentadura, lo que le hizo pensar que no se había equivocado y que ella era la cortesana correcta. Toda la impresión que daba su gran atractivo físico, le aseguraba a él que ella sin duda se regodeaba entre los clientes de elite, precisamente aquellos a los que buscaba y ahora sólo faltaba corroborarlo y, lo más difícil, esperar a que su coartada —ya planeada— diese sus frutos para cometer sus objetivos. Aún cuando acudiese a su mente la tentación de dejarse llevar un poco por aquello que muchos años le resultó desconocido y que ahora estaba ahí, tan alcanzable y tentador como la legendaria manzana de Adán.
Sin embargo, la caricia que la mujer le dio a la mejilla, inevitablemente se le antojó un poco incómoda y, procurando no parecer grosero, desvió la mirada de forma momentánea para alejar el rostro de aquella pluma que le provocaba cosquillas. Aún había gente a su alrededor, y como era su filosofía, procuraba no disfrutar de caricias obligadas; y pagar por ellas, a su modo de ver, era prácticamente forzar su existencia.
Le siguió por corredores menos iluminados, en donde había parejas manteniendo intimidad en mitad del pasillo, como si la prisa no les hubiese permitido llegar hasta el dormitorio o quizás simplemente la habitación tuviese un costo superior al dinero que portasen en sus bolsillos. Una larga alfombra se encargaba de cubrir el piso de madera y las paredes aledañas se tapizaban de retratos sensuales en los que las mujeres hacían gala de sus atractivos físicos sin sobrepasar la barrera de lo vulgar. La media luz, por otro lado, otorgaba un ambiente deseado para cualquier pareja de amantes y aquello se notaba en quienes se encontraba. Todo ahí era sin duda una invitación al placer y a la intimidad misma, como si aquello no fuese parte del pecado que la Inquisición tanto proclamaba combatir.
Estaba seguro que muchos inquisidores y cazadores también iban por ahí buscando un poco de placer para luego proclamarse a ojos desconocidos, como lo santos del perdón y la justicia divina. Hombres cuyos nombres eran ahora su principal objetivo, ya sea de forma inmediata o a corto plazo, como sea que fuese que aquella cortesana estuviese dispuesta a entregar, ya sea por la razón del dinero o la fuerza del miedo.
Las intenciones las tenía claras, más la curiosidad de lo desconocido se le hacía sumamente distractoria, pues a pesar de que la mayoría de las veces clasificara como lobo, siempre había sido un gato curioso al que le gustaba probar nuevas experiencias y agotar la saciedad del conocimiento en todo lo que considerase desconocido.
Miró a la mujer cuando se soltó de su brazo y se giró para apoyarse en la puerta, dedicándole una mirada demasiado difícil de ignorar. Aún así, el Duque intentaría mantenerse en su temple y conservar sus objetivos “No pagaréis por sexo sino por información” se repetía a sí mimo pensando en una muy buena oferta cuyo fracaso remataría en un indeseable método de intimidación.
La habitación, un nuevo espacio desconocido y misterioso, tenía un aspecto acogedor y propicio para la ocasión, se encontraba iluminado de forma sutil, decorado con tonalidades rojizas que invitaban a despertar los instintos más pasionales, y equipado una amplia cama que de primera impresión parecía hasta limpia, pero no hacía más falta que pensar en la cantidad de hombres que había fuera del cuarto para hacer un calculo certero de cuantas personas podrían ocupar aquellas mismas sábanas en una sola noche.
Suspiró y se acercó a una de las perchas para dejar ahí su sombrero de copa y su bastón de caballero con la intención de hacerle creer a la chica que por ahora todo iría por el camino cotidiano. La mujer cerró la puerta y el aristócrata permitió que se acercara un poco para mirarle con curiosidad mientras su cabeza pensaba hasta donde llegar con aquella farsa del cliente y la cortesana. Se mordió los labios y se sentó en la cama, fingiendo interés en la habitación para sacar poco a poco el tema central de su presencia en aquel burdel.
— ¿Soléis atender mucha variedad? ¿Aristócratas, plebeyos... inquisidores tal vez? — le preguntó con una sonrisa torcida, como quien buscase enterarse que sería atendido por la crème de la crème — Me gustaría que me contarais un poco de vuestros clientes más poderosos, me gusta sentir que siempre tengo lo mejor...
Sin embargo, la caricia que la mujer le dio a la mejilla, inevitablemente se le antojó un poco incómoda y, procurando no parecer grosero, desvió la mirada de forma momentánea para alejar el rostro de aquella pluma que le provocaba cosquillas. Aún había gente a su alrededor, y como era su filosofía, procuraba no disfrutar de caricias obligadas; y pagar por ellas, a su modo de ver, era prácticamente forzar su existencia.
Le siguió por corredores menos iluminados, en donde había parejas manteniendo intimidad en mitad del pasillo, como si la prisa no les hubiese permitido llegar hasta el dormitorio o quizás simplemente la habitación tuviese un costo superior al dinero que portasen en sus bolsillos. Una larga alfombra se encargaba de cubrir el piso de madera y las paredes aledañas se tapizaban de retratos sensuales en los que las mujeres hacían gala de sus atractivos físicos sin sobrepasar la barrera de lo vulgar. La media luz, por otro lado, otorgaba un ambiente deseado para cualquier pareja de amantes y aquello se notaba en quienes se encontraba. Todo ahí era sin duda una invitación al placer y a la intimidad misma, como si aquello no fuese parte del pecado que la Inquisición tanto proclamaba combatir.
Estaba seguro que muchos inquisidores y cazadores también iban por ahí buscando un poco de placer para luego proclamarse a ojos desconocidos, como lo santos del perdón y la justicia divina. Hombres cuyos nombres eran ahora su principal objetivo, ya sea de forma inmediata o a corto plazo, como sea que fuese que aquella cortesana estuviese dispuesta a entregar, ya sea por la razón del dinero o la fuerza del miedo.
Las intenciones las tenía claras, más la curiosidad de lo desconocido se le hacía sumamente distractoria, pues a pesar de que la mayoría de las veces clasificara como lobo, siempre había sido un gato curioso al que le gustaba probar nuevas experiencias y agotar la saciedad del conocimiento en todo lo que considerase desconocido.
Miró a la mujer cuando se soltó de su brazo y se giró para apoyarse en la puerta, dedicándole una mirada demasiado difícil de ignorar. Aún así, el Duque intentaría mantenerse en su temple y conservar sus objetivos “No pagaréis por sexo sino por información” se repetía a sí mimo pensando en una muy buena oferta cuyo fracaso remataría en un indeseable método de intimidación.
La habitación, un nuevo espacio desconocido y misterioso, tenía un aspecto acogedor y propicio para la ocasión, se encontraba iluminado de forma sutil, decorado con tonalidades rojizas que invitaban a despertar los instintos más pasionales, y equipado una amplia cama que de primera impresión parecía hasta limpia, pero no hacía más falta que pensar en la cantidad de hombres que había fuera del cuarto para hacer un calculo certero de cuantas personas podrían ocupar aquellas mismas sábanas en una sola noche.
Suspiró y se acercó a una de las perchas para dejar ahí su sombrero de copa y su bastón de caballero con la intención de hacerle creer a la chica que por ahora todo iría por el camino cotidiano. La mujer cerró la puerta y el aristócrata permitió que se acercara un poco para mirarle con curiosidad mientras su cabeza pensaba hasta donde llegar con aquella farsa del cliente y la cortesana. Se mordió los labios y se sentó en la cama, fingiendo interés en la habitación para sacar poco a poco el tema central de su presencia en aquel burdel.
— ¿Soléis atender mucha variedad? ¿Aristócratas, plebeyos... inquisidores tal vez? — le preguntó con una sonrisa torcida, como quien buscase enterarse que sería atendido por la crème de la crème — Me gustaría que me contarais un poco de vuestros clientes más poderosos, me gusta sentir que siempre tengo lo mejor...
Última edición por Emerick Boussingaut el Dom Oct 21, 2012 2:20 pm, editado 1 vez
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Toda información conlleva su precio {Giovanna Desco}
“Lo que seduce nunca suele estar donde se piensa.”
Gustavo Cerati
Gustavo Cerati
La muchacha caminó hacia la mesita donde guardaba sus cosas personales y dejó allí un par de joyas, pero conservó el collar de su madre. Era algo extraño el no querer quitárselo, lo sabía. Pensar que su cuerpo había sido de tantos hombres y siempre cargando con la memoria de su madre latente en el pecho. En su mente a veces jugaba la idea que de ese modo, cargando con el collar, ensuciaba la memoria de quién le había dado a luz. Pero no podía ni quería alejar los recuerdos de su conciencia, por más que incomodara o entorpeciera sus ideales.
Las paredes no eran lo suficientemente gruesas como para tapar los ruidos de las otras habitaciones, nunca lo habían sido. Ella ya estaba acostumbrada así que le importaron muy poco esos sonidos ahogados que se filtraban. Era la música típica del lugar: gemidos, gritos, golpes, a veces incluso llantos cuando algún jefe se ponía de malas y se descargaba con alguna de las cortesanas.
El hombre ya había dejado sus cosas y se había acomodado en la cama. “Es un hombre raro”- pensó ella. Y sí, algo en él la incomodaba. Quizás fuera el hecho de que era diferente a los que solía tratar, que venían directo al grano y ya. A decir verdad, Giovanna prefería a los que venían medios borrachos; eso era pura diversión.
¿Así que era de esos pretenciosos? Endulzar sus oídos con las palabras justas no le causaba ningún problema; pocas veces podía charlar con gente de afuera, si se le pagaría por mentirle y aumentar su ego, mejor. Así que acomodó su pelo hacia atrás y se sentó en la falda del hombre, con una pierna a cada lado de él, los senos de ella muy cerca de su rostro.
Cuanto hubiera dado por tener una camisa de esas finas telas. Ni en sus más descabellados sueños obtenía cosas como las que el aristócrata llevaba puestas. Sí, aristócrata, no podía ser de otro modo. Recorrió con las yemas de sus dedos el pecho de él, tela por medio, y las posó en sus hombros, donde empezó con suaves masajes. Sería sutil.
-Todos son hombres, ¿no? Tarde o temprano todos aparecen por aquí. Algunos deben quedar más que contentos puesto que vuelven regularmente- mientras hablaba se fue acercando de a poco a sus labios, pero guardó sus poquitos centímetros de distancia. –Pero no le puedo contar mucho, todo esto es confidencial –le guiño el ojo. Le tendría que alcanzar con esas seguridades. Después de todo, si se pasaba de lengua se la cortarían a ella. –Estas paredes son mudas, con eso puede estar tranquilo.
Giovanna Desco- Vampiro Clase Alta
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Re: Toda información conlleva su precio {Giovanna Desco}
"La lujuria es como la pimienta, que no se tolera sino a pequeñas dosis."
Louis Sébastien Mercier
Louis Sébastien Mercier
La cama era mucho más cómoda de lo que se veía, más tentadora y más peligrosa de lo que engañaban sus apariencias, al igual que todo lo que le rodeaba; los sonidos de los otros cuartos con ocupantes que se quejaban y gemían rebosantes de placer, hacía poner en marcha el lado mas oculto de su imaginación, ese mismo sucio impertinente que ahora no debería aflorar entre sus pensamientos, pero ahí estaba, travieso y libidinoso como un duende de folcklore campesino.
La cortesana dejó de lado sus joyas, todas, menos el colgante que pendía de su cuello con una extraña forma esférica cuyo significado no lograba descifrar, pero sin duda debía ser especial para que ella lo conservase puesto a diferencia del resto de las otras alhajas; quizás perteneciera a algún familiar cercano y recientemente fallecido, así como él también había conservado por varios años su sortija de matrimonio, pues sólo hace poco se la había sacado, precisamente cuando había tenido que comenzar a frecuentar con más desconocidos por la formación de la Alianza, mismo asunto que le traía hoy a ese burdel.
La mujer se sentó a horcajadas sobre sus piernas haciéndole contener la respiración, de pronto había entrado en una especie de pánico en la que no sabía si acaso iba a poder lidiar con ello. No estaba preparado para una puesta en escena tan directa como la mujer lo estaba haciendo, ya que en su imaginación todo había sido diferente y no habían hecho más que hablar entre medio de un par de tragos y un poco de sano coqueteo. Falto de mundo, le dirían algunos, pues la verdad es que sí lo era, y mucha veces —ésta era una de ellas— sentía que le hacía falta abandonar un poco su propia burbuja y salir a recorrer las callejuelas de vida.
La miró a los ojos, pero su cercanía pronto le hizo desistir y desviar las pupilas hasta sus propios labios rosados y carnosos que se acercaban tentadores, cual carnada pecaminosa. Apoyó las manos sobre el colchón y volvió a observarla a ella y sus pechos turgentes que invitaban traicioneramente a ser explorados, mientras que su aroma natural se fundía con el perfume de su piel que, malamente, intentaba esconder los olores ajenos, esencias que sin duda pertenecerían a sus otros clientes, aquellos que habían llegado antes que él y que probablemente se habían acostado en esa misma cama y con ese mismo cuerpo.
— Sí, son todos hombres — respondió mirándole a los labios, deseando castigar a su propia mente por incitarle a desearlos, mas el resto de sus palabras, le salvaron momentáneamente para captar de nuevo su atención — ¿Y qué pasaría si es que yo llegase a pagaros a vos por aquella información? — le preguntó directo — ¿Si os pagase mucho más de lo que ganáis acá en todo un mes de arduo trabajo, y si más aún, hago de esa paga un recurso constante a cambio de simples minutos vuestros de información?
Cualquier respuesta sería bienvenida, ya que para eso si estaba preparado, para enfrentar astutamente las situaciones verbales que a ella se le antojase externalizar, mas no era lo mismo para ella, ella entera que ahora se convertía explícitamente en la enemiga mortal de sus principios y en el cuerpo de flaqueza de su temple ¿Por qué? ¿Por qué ahora le costaba tanto lo que antaño había sido tan comido? ¿Sería acaso la abstinencia autoinducida que se había impuesto tras su transformación en donde sabía que involucrarse con cualquier mortal podría ser peligroso? Pero de pronto lo entendió... él era un hombre lobo, y los hombres lobo ya poco entendían de razones cuando se trataba de luchar contra los instintos. Debía darse prisa.
Apenas había pasado un par de segundos luego de haber hecho su última propuesta, un tiempo completamente insuficiente para pensar en una verdadera respuesta la que de seguro llevaría a la negación o la duda, así que con renovada prisa, se aprovechó de la posición de la mujer y le sujetó de la espalda para hacerla voltear y caer ambos sobre la cama, aprisionándole entre su superficie y su propio cuerpo mientras con su mano derecha sujetaba su cuello aún sin llegar a apretarlo, pero con claras intenciones de hacerlo en caso de no resultar satisfecho.
— Decidme... No aceptaré un no por respuesta.
La cortesana dejó de lado sus joyas, todas, menos el colgante que pendía de su cuello con una extraña forma esférica cuyo significado no lograba descifrar, pero sin duda debía ser especial para que ella lo conservase puesto a diferencia del resto de las otras alhajas; quizás perteneciera a algún familiar cercano y recientemente fallecido, así como él también había conservado por varios años su sortija de matrimonio, pues sólo hace poco se la había sacado, precisamente cuando había tenido que comenzar a frecuentar con más desconocidos por la formación de la Alianza, mismo asunto que le traía hoy a ese burdel.
La mujer se sentó a horcajadas sobre sus piernas haciéndole contener la respiración, de pronto había entrado en una especie de pánico en la que no sabía si acaso iba a poder lidiar con ello. No estaba preparado para una puesta en escena tan directa como la mujer lo estaba haciendo, ya que en su imaginación todo había sido diferente y no habían hecho más que hablar entre medio de un par de tragos y un poco de sano coqueteo. Falto de mundo, le dirían algunos, pues la verdad es que sí lo era, y mucha veces —ésta era una de ellas— sentía que le hacía falta abandonar un poco su propia burbuja y salir a recorrer las callejuelas de vida.
La miró a los ojos, pero su cercanía pronto le hizo desistir y desviar las pupilas hasta sus propios labios rosados y carnosos que se acercaban tentadores, cual carnada pecaminosa. Apoyó las manos sobre el colchón y volvió a observarla a ella y sus pechos turgentes que invitaban traicioneramente a ser explorados, mientras que su aroma natural se fundía con el perfume de su piel que, malamente, intentaba esconder los olores ajenos, esencias que sin duda pertenecerían a sus otros clientes, aquellos que habían llegado antes que él y que probablemente se habían acostado en esa misma cama y con ese mismo cuerpo.
— Sí, son todos hombres — respondió mirándole a los labios, deseando castigar a su propia mente por incitarle a desearlos, mas el resto de sus palabras, le salvaron momentáneamente para captar de nuevo su atención — ¿Y qué pasaría si es que yo llegase a pagaros a vos por aquella información? — le preguntó directo — ¿Si os pagase mucho más de lo que ganáis acá en todo un mes de arduo trabajo, y si más aún, hago de esa paga un recurso constante a cambio de simples minutos vuestros de información?
Cualquier respuesta sería bienvenida, ya que para eso si estaba preparado, para enfrentar astutamente las situaciones verbales que a ella se le antojase externalizar, mas no era lo mismo para ella, ella entera que ahora se convertía explícitamente en la enemiga mortal de sus principios y en el cuerpo de flaqueza de su temple ¿Por qué? ¿Por qué ahora le costaba tanto lo que antaño había sido tan comido? ¿Sería acaso la abstinencia autoinducida que se había impuesto tras su transformación en donde sabía que involucrarse con cualquier mortal podría ser peligroso? Pero de pronto lo entendió... él era un hombre lobo, y los hombres lobo ya poco entendían de razones cuando se trataba de luchar contra los instintos. Debía darse prisa.
Apenas había pasado un par de segundos luego de haber hecho su última propuesta, un tiempo completamente insuficiente para pensar en una verdadera respuesta la que de seguro llevaría a la negación o la duda, así que con renovada prisa, se aprovechó de la posición de la mujer y le sujetó de la espalda para hacerla voltear y caer ambos sobre la cama, aprisionándole entre su superficie y su propio cuerpo mientras con su mano derecha sujetaba su cuello aún sin llegar a apretarlo, pero con claras intenciones de hacerlo en caso de no resultar satisfecho.
— Decidme... No aceptaré un no por respuesta.
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: Toda información conlleva su precio {Giovanna Desco}
"La corrupción del alma es más vergonzosa que la del cuerpo."
José María Vargas Vila
José María Vargas Vila
La cortesana hizo de cuenta que no veía como él la miraba. Lo había tomado por sorpresa siendo tan directa, se había percatado de ello. Capaz que era que trabajaba constantemente con el cuerpo y sus diferentes reacciones que le resultaba fácil detectar el ánimo de los demás solo por sus movimientos. Si se tensaban, si bajaban la mirada, si cerraban sus dedos sobre las sábanas... no solía costarle demasiado relacionarlo con como se sentían. Eso le facilitaba de cierta forma su trabajo.
Inocentemente, esperaba más de él. Cuando cayó tan rápido, mirándola como si no pudiera quitarle los ojos de encima, sintió que el interés que tenía en el hombre se desvanecía. Había creído que el encuentro podría ser un poco diferente a lo habitual. Ya no tenía el aspecto de serlo. Luego se daría cuenta de que nunca tendría que haber deseado salirse de lo que estaba acostumbrada.
Sintió como ella misma perdía el control sobre sus controlados movimientos y se tensaba al oír la tentadora oferta. Dinero a cambio de su propia moral y de morder la mano de quién le daba de comer cada día. Sí, necesitaba de ese dinero; si no lo hiciera, no estaría trabajando en ese lugar. Afuera del burdel no tenía ni para una migaja de pan. Pobre pero no tonta. Podría anhelar con todas sus fuerzas lo que él estaba dispuesto a darle, pero tenía muy claro que no quería ser objetivo de los sicarios del burdel. Los había visto en acción una vez y eso le había alcanzado para asustarla de por vida.
Quizás fue su rostro el que delató su disconformidad, o eso supuso, ya que antes de poder siquiera pensar en como poner en palabras su respuesta se encontraba tumbada en la cama, aprisionada y con la mano buena del extraño alrededor de su cuello. Su corazón se aceleró, bombeando sangre por su cuerpo como si acabara de correr un par de cuadras. ¿Así se sentía el miedo? Sí, ese hombre le provocaba un miedo irracional. Algo en su expresión se había tornado casi inhumano. Podía librarse de él; debía encontrar el modo de alejarse lo suficiente para correr. No era nada fácil, pero eso no le preocupaba. Ese chico no podía ser tan tonto de asesinarla y pensar que podría escapar lo más tranquilo. Lo buscarían y matarían, porque una cortesana menos era demasiada pérdida para el negocio.
-Pues lo lamento, mi respuesta no es otra que una negativa. Darle la información que usted busca podría significar acabar con mi vida y sin ofenderlo, prefiero desafiarlo a darme muerte aquí y ahora que convertirme en objetivo de los hombres contratados por el burdel para torturar y asesinar a quién pone en peligro la estabilidad del burdel.
Llevó sus manos a la de él, intentando quitarla. Tenía fuerza, demasiada fuerza. Por más que intentara de pronto parecía estar hecho de hierro.
-Usted también debería temerles. Sea lo que sea que busque no se meta en su camino- advirtió y respiró profundo, intentando contener el aire suficiente como para ganar un poco de tiempo si él decidía matarla de una vez.
Giovanna Desco- Vampiro Clase Alta
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