Y lucho contra el silencio hablando con él [Erico Morelli]

Ya es extraño para una mujer vivir sola en una sociedad como la parisina o incluso en cualquiera otra aunque esta soledad sea algo relativo y signifique estar rodeada de algunos criados en la casa que habita, pero más extraño aún es una mujer saliendo a cenar sin acompañantes un sábado por la noche. ¿Qué más podría hacer Darla? ¿Acaso debe dejar a un lado aquellas pocas actividades de las que disfruta sólo por no tener amigos o parientes en esta nueva ciudad? Se niega a seguir sumergida en la miseria en que se ha convertido su vida, espera con esto que sus lamentos puedan quedar en segundo plano por al menos unas horas y que la realidad que enfrenta cada día se convierta en una fantasía lejana, en una historia escrita en arena que pueda ser borrada cuando la marea suba. Prefiere evitar mirarse al espejo y encontrarse con esa imagen que ya no le gusta, con un rostro que le parece poco agraciado y con un cuerpo demasiado delgado, perfecto para la danza pero inadecuado para todo lugar fuera del escenario. Sólo toma lo más imprescindible para sobrevivir a esa velada y se sube al carruaje donde un cochero la lleva sin hacer preguntas, justo como necesita.

Desde hace varias semanas lleva rondando la idea en su cabeza, dando y dando vueltas mientras practica y por sobre todo antes de dormir, cuando los pensamientos parecen agolparse en vez de dividirse en la lista de pros y contras que preferiría. Escogió el lugar sólo porque cada vez que pasó por ahí se veía casi repleto de gente y eso a sus ojos es una buena señal siempre. Observó también como iban vestidos los comensales y notó que era bastante probable que no fuera el más caro de todos los locales del centro de Paris pero tampoco un lugar donde las noches terminaran con algunos borrachos peleando a la orilla del bar. Tranquilidad es lo que busca para una travesía que luce casi como una misión imposible y poder comer algo distinto a lo que su cocinera, que por cierto es una diosa cuando de preparar platos se trata, realiza todos los días. Entra al restaurante con la barbilla en alto, pensando que le gustaría sólo por ese par de minutos lucir un poco mayor y poder asimilarse a esas viudas ricachonas a las que nadie molesta, ya sea porque tienen bastante dinero y poder o porque creen que deben dejarlas seguir viviendo su duelo en paz aunque ya pasaran varios años desde que adoptaron esa nueva condición.

—Sí, sólo seré yo… — la primera mirada asombrada, el maître la dirige hasta un rincón bastante apartado donde se encuentran algunas mesas dispuestas para dos personas, ese debe ser el sector donde los enamorados pueden hacerse declaraciones románticas o tomarse de las manos sin que alguien pueda escandalizarse por tamaña acción. En cambio ella, se ubica sola, cerca de una ventana y cerca también de la puerta que da a la cocina, ordenando su falda hasta que un camarero se acerca y le trae una carta escrita a mano con platos que desconoce. Su francés es básico, puede entablar una conversación con facilidad, tener claridad de qué dicen las indicaciones de su maestro del ballet e intentar leer algunos poemas del libro que tiene junto a su cama, pero difícilmente podrá adivinar a que se refieren los títulos de cada preparación. Sonríe intentando no lucir nerviosa y suspira antes de encontrar el coraje para pedir ayuda, por lo general sólo habría tenido que mirar a cualquiera de sus dos padres y ellos habrían corrido a ayudarla de cualquier modo, pero ahora está sola, siempre estará sola y es mejor que aprenda a arreglárselas por su cuenta. —Disculpe… — susurra y enfoca su mirada en el hombre que sigue esperando su pedido, — ¿podría ver al chef? —

Se siente intimidada y ahora sabe que la decisión de pedir que alguien llame al encargado no fue la indicada. ¿Cómo le explica que en realidad es su ignorancia quien lo necesita y no alguna queja por una atención que apenas ha recibido? Se sonroja y baja la mirada a la carta que sigue en sus manos, le gustaría tener la confianza que otras tienen y poder decir sin bajar la barbilla todo lo que pasa por su cabeza. Él suena preocupado o quizás así le parece. Intenta sonreír pero todo parece mas bien una mueca torcida que no llega a transformarse en el gesto amable que intenta entregar. De las mesas a su alrededor puede oír los murmullos y como las miradas que antes eran disimuladas ahora son descaradas y la enfocan directamente. Ya llamaba la atención por estar sola, ahora lo hace más por tener ni más ni menos que al dueño del lugar pese a que todo lo que deseaba era hacerle algunas preguntas al chef. No quiere hacerlo esperar más y respira profundo, dentro de su francés básico busca las palabras adecuadas para no ser malinterpretada y justo ahí, su estómago ruge como un animal salvaje muy distinto a la muchachita frágil que parece.

— Verá señor… — el acento es distinto y quizás él podría identificarlo si hablaran por mucho más tiempo. — Resulta que todo lo que quería era que el chef me explicara de qué trata cada una de sus preparaciones, no quise ofenderlo o que piense que no me siento a gusto acá… al contrario, su local es precioso y me han atendido muy bien… es sólo que… — la voz le tiembla, un nudo aparece en su garganta y las lágrimas amenazan con salir. La imagen dura que proyecta sólo sirve para cuando está sobre el escenario e interpreta a alguien que no es ella misma. Cuando es otra puede incluso salirse de su piel, sentir que los problemas se quedan en otro lado y que todo eso que me molesta y que le duele, los recuerdos y las memorias, desaparecen por los minutos que dura su presentación. — Es sólo que es primera vez que estoy en un restaurante sola… siempre estaba acompañada de mis padres y desde que ellos murieron no había comido fuera de casa… pero hoy, justo hoy cuando lo intenté, llego y no entiendo nada de lo que aquí dice… pensé que mi francés era lo suficientemente bueno para poder pedir un plato de comida, pero me equivoqué… —

Sabe que es un error confiar todo eso a alguien a quien recién conoce, pero ¿qué otra opción le queda? No tiene amigos, no conoce a más gente con quien pueda conversar, el hombre parece alguien normal, si es que existe algún modo de catalogar a la gente de ese modo. Sonríe, luego vuelve a sentir el dolor latente en el centro de su pecho, la herida que siempre cree está a punto de cerrar se abre repentinamente y sangra sin que pueda controlarlo. — No es mi intención molestarlo… sólo… si quiere puedo pedirle a alguien más que lea la carta y luego como lo que sea y me retiro… — su cabeza baja, se siente avergonzada y a la vez una molestia. Ni siquiera una cosa puede hacerla bien, se culpa, todo lo que sucede es su culpa. La lágrima que se le escapa la hace sentir aún más tonta y lo peor es que no puede sacar su pañuelo sin hacer evidente que el líquido que corre por su cara proviene de sus ojos. — Lo lamento, lo lamento mucho… — está realmente arrepentida, pero eso es algo que no puede controlar y que sin dudas no esperaba para una noche que pretendía ser sólo una nueva y divertida experiencia.