AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hablando con la muerte... [Libre]
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Hablando con la muerte... [Libre]
Mientras la muerte este cerca mis pasos serán más ligeros.
“La muerte es el verdugo del cual todos escapamos”, esas fueron las palabras de mi mentor cuando tenía tan solo quince años, remoje mi rostro en la fuente con agua tan cristalina de la cual podía ver el fondo un suspiro salió de mis adentros mientras pensaba en aquella frase, en lo que implicaba en mi vida ahora que tenía una relación tormentosa de la cual la inquisición estaba al tanto y por supuesto no estaba a favor, tenía que acabar con el maldito imbécil así eran las ordenes las cuales con el dolor de mi alma las llevaría a cabo aun cuando la muerte estaba más cerca de mi vida de lo que realmente creía, matarlo a él seria matar mi alma porque mi corazón le pertenecía a otro, a mi misma. Mi reflejo en el espejo no se veía del todo bien las ojeras estaban muy marcadas tres días en pie y tan solo había dormido media hora. Con toda la revuelca de la revolución de los sobrenaturales y los traidores me habían tenido en vela en un exhaustiva interrogación de la cual me había ganado sus buenos golpes por mi dura frialdad.
Tome mi ropa habitual no andaba de ánimo para dormir aun faltaban mas menos cinco horas para que la soberana noche llegara a Paris y necesitaba pensar cuales serian mis pasos a seguir, en mi portaligas puse mi daga de madera perfectamente tallada a mano y salí, necesitaba un poco de paz hacia mucho que no tenía un día así normalmente me la pasaba en el vaticano en la facción a la cual tenía el mando la de los tecnólogos, tome por si me retrasaba un arma hecha a medida que colgaba de una pequeña bolsa que iba siempre conmigo. Suspire nuevamente mirando mi habitación el vacio en ella era lo que más me gustaba pero ahora no quería mas vacio en mi vida, tenía que matar a quien había profanado mi alma y aquello movería mis pasos desde este momento.
Baje por las escaleras que daban al callejón, no quería que me vieran, no en el estado que me encontraba aun sentía la adrenalina correr por mis venas por todo lo cual pasaba en mi cabeza. ¿Llorar? No había porque hacerlo nunca había llorado por algo así y ahora no sería el momento. Comencé a caminar por las calles de Paris, sin un rumbo fijo en realidad quería sentirme por primera vez en mucho tiempo libre, sin que la Santa Inquisición estuviera tras mis pasos aun sabia que me seguirían conocía sus métodos mejor que nadie pero ya, no pensaría en eso me haría creer que en realidad era libre por un día. Doble una esquina, otra observe a las personas la mayoría tenía una sonrisa en el rostro, los otros fingían estar feliz ingenuos ellos que no sabían lo que Paris escondía, pensé mientras seguía mi caminar seguro pero lento ,cada paso mío resonaba en los adoquines que adornaban las veredas de las calles tan lúgubres que eran por las noches.
Media hora había pasado de mi salida de mi hogar, si es que eso se podía llamar hogar y me encontraba fuera del cual para algunos era una verdadera cárcel el orfanato de Paris, donde muchos de mis compañeros habían sido descubiertos, maldita la suerte de ellos, maldita la mía que por mi culpa mis padres habían muerto bajo el fuego crepitante de las llamas que yo había provocado, si la niña sin sentimientos así me solían llamar, mas me valía como me trataran, una persona había visto en mi una grandeza cosa que ahora caía en mis espaldas. Los viernes de cada mes me paseaba por el orfanato en busca de pequeños reclutas que cuando crecieran se transformarían en los más fríos y calculadores Inquisidores. El portero me sonrió, solamente levante una ceja en señal de saludo y me hablo de que no era día de visitas, lo cual no me importo fingí una sonrisa tras una palabras adornadas y me dejo entrar, camine en silencio mientras el lugar parecía dormir. Me fui hasta el patio principal donde había un grupo de niños contando historias, no me acerque me quede en la sombra de un árbol tan solo observando su espectáculo quizás, si la historia de ellos podría traerme a mi recuerdo una infancia, de la cual alguna vez había disfrutado.
Yrina Stalevolova- Inquisidor Clase Alta
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Re: Hablando con la muerte... [Libre]
" A veces entendemos mejor los sentimientos del enemigo, que de nuestros propios amigos".
Caminé con rapidez hacia el orfanato. Mis pies hacían un ruido agradable, acompañado del suave "fru, fru" que hacía la tela de mi vestido contra el suelo. Lamentablemente, me había dado cuenta de que la costurera no había hecho bien su trabajo, le había advertido que no quería que imitara la nueva tendencia en París, pero no me había hecho caso. Yo sólo deseaba un traje elegante y sencillo, con dos centímetros por debajo de mi vestido, para que no se viera nada de mis piernas, pero sí mis zapatos. En vez de eso, tenía a mi espalda, una pequeña cola en el vestido. Era la que causaba ese ruido de telas, que, aunque ahora hacía un ruido agradable, más tarde sería un error. Al menos si se cruzaba con un inquisidor que descubriera quién era.
El pánico comenzó a llenarla mientras entraba en el edificio y recorría el conocido pasillo hasta llegar al patio. Quizás se estuviera volviendo loca con la edad, temiendo a todo y todos. Pero la desconfianza siempre la habían hecho sobrevivir, incluso el estar sola y no depender de nadie, le facilitaba la huida cuando llegase el momento. Su vida era un cúmulo de viajes y miradas por detrás de su espalda. Fingiendo ser una joven inquieta y rica, siempre dispuesta a ayudar a los desamparados. Pero la realidad era diferente, sólo era una niña asustada, que corría para preservar su vida. ¡Maldita fuera la Iglesia y todo su ejercito!.
Formó una máscara de cordialidad y saludó a una de las mujeres que se encargaban de vigilar a los diablillos. Todos ellos tenían mucho en común con ella. Estaban solos, sin familia ni amigos y dependerían de ellos mismos, para conseguir salir adelante. Siguió a la mujer y escuchó los gritos alegres de sus alumnos. Al parecer habían comenzado a leer un cuento, pero en cuanto me vieron, comenzaron a corretear hacia mí. Reí mientras les pedía que hicieran una fila para darles las galletas que siempre traía conmigo. - Hoy tienen pedacitos de chocolate, granujas.- Les dije con una sonrisa, al escuchar el murmullo de satisfacción.
Repartí las galletas entre ellos y me senté en la pequeña fuente que estaba en la mitad del patio. Los pequeños se sentaron a mi alrededor, comiéndose las galletas con ojos brillantes. Una pequeña con rizos oscuros y mejillas sonrosadas, me hizo sonreír con timidez. Me recordaba a mí cuando era pequeña, siempre atenta a las historias que podían contar mis hermanos mayores. Cuando la pequeña miró hacia su derecha, seguí con mi mirada lo que estaba observando. Una mujer se apoyaba sobre una columna, sus ojos miraban a los niños de una forma difícil de interpretar. ¿Era tristeza o ira lo que brillaba en sus ojos?. La miré fijamente y la saludé con una inclinación educada de cabeza. No sabía si quería quedarse allí, o simplemente unirse a nosotros. Pero esperaba que fuera lo segundo, quizás una buena historia la hiciera unirse.
- Hoy le toca elegir a la pequeña Sophie, ¿no es así chèrie?- Le pregunté a la niña de 6 años. Con su melena rizada, recogida en una coleta alta, sacudió su cabeza con fuerza, asintiendo a su pregunta. Uno de sus dedos estaba dentro de su boca, aún no había podido quitarse esa manía infantil.
Se sacó el dedo sólo para exigir un cuento de princesas. Un murmullo de protestas masculinas envolvió la petición de Shopie, pero levanté las manos pidiendo silencio. - Hoy le toca a ella, así que habrá una princesa.... Y también un bravo guerrero.- Rió y le guiñó un ojo al más gamberro de los muchachos. Su boca desdentada, se doblaba en una sonrisa bravucona. Ya sabía que le gustaría la mención de los guerreros. Miró de nuevo a la mujer y comenzó a contar la historia, manteniendo el contacto visual.- Había una vez, una joven muy hermosa, pero con una mirada triste. Sus ojos parecían de otro mundo, pues hablaban de historias que no podían ser mencionadas con los labios...-.
Caminé con rapidez hacia el orfanato. Mis pies hacían un ruido agradable, acompañado del suave "fru, fru" que hacía la tela de mi vestido contra el suelo. Lamentablemente, me había dado cuenta de que la costurera no había hecho bien su trabajo, le había advertido que no quería que imitara la nueva tendencia en París, pero no me había hecho caso. Yo sólo deseaba un traje elegante y sencillo, con dos centímetros por debajo de mi vestido, para que no se viera nada de mis piernas, pero sí mis zapatos. En vez de eso, tenía a mi espalda, una pequeña cola en el vestido. Era la que causaba ese ruido de telas, que, aunque ahora hacía un ruido agradable, más tarde sería un error. Al menos si se cruzaba con un inquisidor que descubriera quién era.
El pánico comenzó a llenarla mientras entraba en el edificio y recorría el conocido pasillo hasta llegar al patio. Quizás se estuviera volviendo loca con la edad, temiendo a todo y todos. Pero la desconfianza siempre la habían hecho sobrevivir, incluso el estar sola y no depender de nadie, le facilitaba la huida cuando llegase el momento. Su vida era un cúmulo de viajes y miradas por detrás de su espalda. Fingiendo ser una joven inquieta y rica, siempre dispuesta a ayudar a los desamparados. Pero la realidad era diferente, sólo era una niña asustada, que corría para preservar su vida. ¡Maldita fuera la Iglesia y todo su ejercito!.
Formó una máscara de cordialidad y saludó a una de las mujeres que se encargaban de vigilar a los diablillos. Todos ellos tenían mucho en común con ella. Estaban solos, sin familia ni amigos y dependerían de ellos mismos, para conseguir salir adelante. Siguió a la mujer y escuchó los gritos alegres de sus alumnos. Al parecer habían comenzado a leer un cuento, pero en cuanto me vieron, comenzaron a corretear hacia mí. Reí mientras les pedía que hicieran una fila para darles las galletas que siempre traía conmigo. - Hoy tienen pedacitos de chocolate, granujas.- Les dije con una sonrisa, al escuchar el murmullo de satisfacción.
Repartí las galletas entre ellos y me senté en la pequeña fuente que estaba en la mitad del patio. Los pequeños se sentaron a mi alrededor, comiéndose las galletas con ojos brillantes. Una pequeña con rizos oscuros y mejillas sonrosadas, me hizo sonreír con timidez. Me recordaba a mí cuando era pequeña, siempre atenta a las historias que podían contar mis hermanos mayores. Cuando la pequeña miró hacia su derecha, seguí con mi mirada lo que estaba observando. Una mujer se apoyaba sobre una columna, sus ojos miraban a los niños de una forma difícil de interpretar. ¿Era tristeza o ira lo que brillaba en sus ojos?. La miré fijamente y la saludé con una inclinación educada de cabeza. No sabía si quería quedarse allí, o simplemente unirse a nosotros. Pero esperaba que fuera lo segundo, quizás una buena historia la hiciera unirse.
- Hoy le toca elegir a la pequeña Sophie, ¿no es así chèrie?- Le pregunté a la niña de 6 años. Con su melena rizada, recogida en una coleta alta, sacudió su cabeza con fuerza, asintiendo a su pregunta. Uno de sus dedos estaba dentro de su boca, aún no había podido quitarse esa manía infantil.
Se sacó el dedo sólo para exigir un cuento de princesas. Un murmullo de protestas masculinas envolvió la petición de Shopie, pero levanté las manos pidiendo silencio. - Hoy le toca a ella, así que habrá una princesa.... Y también un bravo guerrero.- Rió y le guiñó un ojo al más gamberro de los muchachos. Su boca desdentada, se doblaba en una sonrisa bravucona. Ya sabía que le gustaría la mención de los guerreros. Miró de nuevo a la mujer y comenzó a contar la historia, manteniendo el contacto visual.- Había una vez, una joven muy hermosa, pero con una mirada triste. Sus ojos parecían de otro mundo, pues hablaban de historias que no podían ser mencionadas con los labios...-.
Leonid Dobrev- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 28/12/2012
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