AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El Ángel de la Muerte [Libre]
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El Ángel de la Muerte [Libre]
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Invierno...
A la joven Solange no le agradaba en demasía aquella estación, ella prefería el aire fresco y perfumado de la primavera, cuando los cantos de los pájaros comenzaban a inundar todos los rincones ya apenas amanecía y cuando el sol regalaba días más largos y ambientes algo más cálidos. No; definitivamente el invierno no le gustaba.
Hacía pocos meses que su segundo padre había fallecido y aunque el ama de llaves que monsieur Leonard tenía en la casona había seguido desempeñando su trabajo y vivía como interina en el hogar de Saint Gabrielle, Solange echaba de menos a su segunda sangre, a aquel que la había recogido, cuidado, querido, y dado una nueva oportunidad de ser feliz. Cuánto lo extrañaba, casi, casi tanto como a su verdadero progenitor. Y lo peor de todo era que eso que la gente le decía para tratar de mitigar su dolor no era en absoluto cierto, no era verdad que el tiempo todo lo cura porque hay heridas que nunca se cierran, heridas que no pueden ser suturadas, y esas heridas son las de los corazones rotos, y no los que se rompen por amor, porque los amores van y vienen, sino las del verdadero afecto.
Solange, de espaldas a una de las camas de un paciente del hospital, miraba a través de la ventana con el hombro apoyado sobre el marco, observando con mirada languida cómo los copos caían uno tras otro e iban engrosando el ya de por sí amplio manto que cubría las calles de la ciudad que ahora medio dormitaba pues eran ya bien entradas las horas intempestivas. Aquella noche había decidido pasarla allí pues desde el fallecimiento de su padre apenas podía pegar ojo por las noches y al menos en el Hospital, en su trabajo, las horas pasaban más deprisa hasta que el sol despuntaba de nuevo.
La labor de la joven allí no era amable, ni mucho menos, pero era ella y sólo ella quien había decidido cuál iba a ser su tarea, la de ayudar en sus últimos momentos a los desahuciados, a aquellas pobres almas cuyos cuerpos ya no iban a poder ser salvados. Miró de reojo hacia la cama, sobre la que yacía boca arriba el enjuto cuerpo de un hombre cuyas pupilas entrecerradas observaban de manera estática el oscuro techo donde la tenue luz del quinqué que había sobre la mesilla no era capaz de iluminar. Solange sintió un escalofrío pero no era por el invierno; la hora había llegado. Se descruzó de brazos, metió su pálida mano en el bolsillo del delantal blanco que la señalaba como enfermera del hospital, y sacó un pequeño vial mientras caminaba mirando con compasión al enfermo.
- Sire… - le susurró con voz dulce al tiempo que se sentaba en la silla que quedaba junto a la cabecera del lecho.
Los ojos del enfermo apenas se movieron para observarla pero a pesar de los terribles dolores que aquejaban a Guillaume Remy las comisuras de sus agrietados labios se alzaron apenas imperceptiblemente ante el gesto de la joven al tomar delicadamente su cabeza con la mano diestra y acercarle el vial con la zurda a los labios.
- Bebed esto, sire, y ya no habrá más dolor, os lo prometo – sonrió ella con gesto beatífico. El anciano tragó despacio aquel líquido ligeramente amargo y de color verde claro, casi transparente – Ya no habrá más dolor, Guillaume – reiteró Solange dejando cuidadosamente la testa del anciano de nuevo sobre la almohada y tomando las raquíticas y frías manos entre las suyas.
- Mi… - trató de decir el moribundo - … Mi niña… Daré gracias… a Dios por haber puesto… a uno de sus ángeles en mi camino cuando más lo … necesitaba - Y al escuchar aquellas palabras la enfermera no pudo evitar el desviar ligeramente la mirada sintiéndose terriblemente culpable. Aquella iba a ser la primera vez que iba a hacer aquel acto que, en un principio cuando dilucidó la absurda idea de darles una buena muerte a aquellos para los que ya no había esperanza, le pareció tan monstruoso pero que finalmente, y pensándolo con frialdad y poniéndose ella misma en la tesitura de que padeciera una enfermedad por la que no pudiera ser ya tratada de ninguna de las maneras y no quedara otra opción más que esperar la muerte, había decidido llevar a cabo con todos los que ya sufrían en vano.
Bien es cierto que estaba Dios, aquello le había causado una duda moral tremenda que Maebh había sabido espantar en unas cuantas charlas.
Ah… Maebh… Ella era otro cantar.
Así que finalmente allí estaba, aquella noche, con aquel pobre desdichado que mirándola fijamente, como si realmente estuviera observando el rostro de un ser de Luz la contemplaba con ojos extasiados mientras el veneno se extendía por su cuerpo y le privaba poco a poco del hálito vital.
El anciano cerró los ojos finalmente y antes de dejar que su alma abandonara su cuerpo un gesto de infinita paz se dibujó en su sufrido rostro y el susurro de sus últimas palabras hizo aflorar las lágrimas en los ojos de la joven enfermera.
- Te perdono… Mi Ángel de la Muerte.
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Invierno...
A la joven Solange no le agradaba en demasía aquella estación, ella prefería el aire fresco y perfumado de la primavera, cuando los cantos de los pájaros comenzaban a inundar todos los rincones ya apenas amanecía y cuando el sol regalaba días más largos y ambientes algo más cálidos. No; definitivamente el invierno no le gustaba.
Hacía pocos meses que su segundo padre había fallecido y aunque el ama de llaves que monsieur Leonard tenía en la casona había seguido desempeñando su trabajo y vivía como interina en el hogar de Saint Gabrielle, Solange echaba de menos a su segunda sangre, a aquel que la había recogido, cuidado, querido, y dado una nueva oportunidad de ser feliz. Cuánto lo extrañaba, casi, casi tanto como a su verdadero progenitor. Y lo peor de todo era que eso que la gente le decía para tratar de mitigar su dolor no era en absoluto cierto, no era verdad que el tiempo todo lo cura porque hay heridas que nunca se cierran, heridas que no pueden ser suturadas, y esas heridas son las de los corazones rotos, y no los que se rompen por amor, porque los amores van y vienen, sino las del verdadero afecto.
Solange, de espaldas a una de las camas de un paciente del hospital, miraba a través de la ventana con el hombro apoyado sobre el marco, observando con mirada languida cómo los copos caían uno tras otro e iban engrosando el ya de por sí amplio manto que cubría las calles de la ciudad que ahora medio dormitaba pues eran ya bien entradas las horas intempestivas. Aquella noche había decidido pasarla allí pues desde el fallecimiento de su padre apenas podía pegar ojo por las noches y al menos en el Hospital, en su trabajo, las horas pasaban más deprisa hasta que el sol despuntaba de nuevo.
La labor de la joven allí no era amable, ni mucho menos, pero era ella y sólo ella quien había decidido cuál iba a ser su tarea, la de ayudar en sus últimos momentos a los desahuciados, a aquellas pobres almas cuyos cuerpos ya no iban a poder ser salvados. Miró de reojo hacia la cama, sobre la que yacía boca arriba el enjuto cuerpo de un hombre cuyas pupilas entrecerradas observaban de manera estática el oscuro techo donde la tenue luz del quinqué que había sobre la mesilla no era capaz de iluminar. Solange sintió un escalofrío pero no era por el invierno; la hora había llegado. Se descruzó de brazos, metió su pálida mano en el bolsillo del delantal blanco que la señalaba como enfermera del hospital, y sacó un pequeño vial mientras caminaba mirando con compasión al enfermo.
- Sire… - le susurró con voz dulce al tiempo que se sentaba en la silla que quedaba junto a la cabecera del lecho.
Los ojos del enfermo apenas se movieron para observarla pero a pesar de los terribles dolores que aquejaban a Guillaume Remy las comisuras de sus agrietados labios se alzaron apenas imperceptiblemente ante el gesto de la joven al tomar delicadamente su cabeza con la mano diestra y acercarle el vial con la zurda a los labios.
- Bebed esto, sire, y ya no habrá más dolor, os lo prometo – sonrió ella con gesto beatífico. El anciano tragó despacio aquel líquido ligeramente amargo y de color verde claro, casi transparente – Ya no habrá más dolor, Guillaume – reiteró Solange dejando cuidadosamente la testa del anciano de nuevo sobre la almohada y tomando las raquíticas y frías manos entre las suyas.
- Mi… - trató de decir el moribundo - … Mi niña… Daré gracias… a Dios por haber puesto… a uno de sus ángeles en mi camino cuando más lo … necesitaba - Y al escuchar aquellas palabras la enfermera no pudo evitar el desviar ligeramente la mirada sintiéndose terriblemente culpable. Aquella iba a ser la primera vez que iba a hacer aquel acto que, en un principio cuando dilucidó la absurda idea de darles una buena muerte a aquellos para los que ya no había esperanza, le pareció tan monstruoso pero que finalmente, y pensándolo con frialdad y poniéndose ella misma en la tesitura de que padeciera una enfermedad por la que no pudiera ser ya tratada de ninguna de las maneras y no quedara otra opción más que esperar la muerte, había decidido llevar a cabo con todos los que ya sufrían en vano.
Bien es cierto que estaba Dios, aquello le había causado una duda moral tremenda que Maebh había sabido espantar en unas cuantas charlas.
Ah… Maebh… Ella era otro cantar.
Así que finalmente allí estaba, aquella noche, con aquel pobre desdichado que mirándola fijamente, como si realmente estuviera observando el rostro de un ser de Luz la contemplaba con ojos extasiados mientras el veneno se extendía por su cuerpo y le privaba poco a poco del hálito vital.
El anciano cerró los ojos finalmente y antes de dejar que su alma abandonara su cuerpo un gesto de infinita paz se dibujó en su sufrido rostro y el susurro de sus últimas palabras hizo aflorar las lágrimas en los ojos de la joven enfermera.
- Te perdono… Mi Ángel de la Muerte.
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Solange de SaintGabrielle- Hechicero Clase Media
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Re: El Ángel de la Muerte [Libre]
Thierry entró en aquella sala del hospital, seguido de dos aprendices de medicina, uno lo bastante mayor como para estar en el último año, y otro algo mas joven. Los dos acompañantes miraban la sala a la que el maestro les había conducido con cierto desagrado, los moribundos sin recursos que se encontraban en aquel lugar les producían repugnancia mas que lástima, aunque lo disimulaban tratando de imitar la expresión aséptica de Thierry.
-Bien, es cierto que la mayoría de los médicos no se detienen demasiado en estas áreas...- Habló a sus alumnos con su tono neutro, tan aséptico como la expresión que su rostro mantenía. -Pero es labor cristiana atender a todo enfermo que necesite nuestra atención, caballeros... si bien, el hospital tiene que mantenerse, por lo que está estrictamente prohibido realizar gastos en intervenciones y en la administración de dosis de calmantes si el enfermo o algún familiar no se hace cargo del pago al hospital, aunque en ocasiones, si han firmado el consentimiento para que su cuerpo sirva de estudio forense, está permitida la aplicación de opiáceos cuando el dolor es fuerte.
Examinó superficialmente al anciano que descansaba en una de las camas, y tras dejar que el mayor de los alumnos realizara un nuevo examen, asintió al veredicto que el muchacho le había dado acerca de la situación del hombre y acerca de que el tratamiento y continuó con la retahíla de explicaciones hasta que vio a la enfermera que atendía al paciente de la cama de al lado y cortesmente la saludó: -Enfermera Solange, todavía aquí...? No debería haber terminado ya su turno?
Se despidió de los estudiantes después de ver que ambos habían saludado a la enfermera. Los jóvenes salieron presurosos de aquella ala del hospital que tan poco les agradaba.
Thierry tomó el pulso del hombre que yacía en la cama frente a el y Solange, tras santiguarse le tapó con la sábana cubriéndole la cabeza.
- Cristo misericordioso lo acoja en su gloria... - dijo en tono audible con su mano reposando sobre la cabeza del hombre. Seguidamente pronunció un murmullo apenas perceptible, quizás un pequeño rezo por su alma.
-Bien, es cierto que la mayoría de los médicos no se detienen demasiado en estas áreas...- Habló a sus alumnos con su tono neutro, tan aséptico como la expresión que su rostro mantenía. -Pero es labor cristiana atender a todo enfermo que necesite nuestra atención, caballeros... si bien, el hospital tiene que mantenerse, por lo que está estrictamente prohibido realizar gastos en intervenciones y en la administración de dosis de calmantes si el enfermo o algún familiar no se hace cargo del pago al hospital, aunque en ocasiones, si han firmado el consentimiento para que su cuerpo sirva de estudio forense, está permitida la aplicación de opiáceos cuando el dolor es fuerte.
Examinó superficialmente al anciano que descansaba en una de las camas, y tras dejar que el mayor de los alumnos realizara un nuevo examen, asintió al veredicto que el muchacho le había dado acerca de la situación del hombre y acerca de que el tratamiento y continuó con la retahíla de explicaciones hasta que vio a la enfermera que atendía al paciente de la cama de al lado y cortesmente la saludó: -Enfermera Solange, todavía aquí...? No debería haber terminado ya su turno?
Se despidió de los estudiantes después de ver que ambos habían saludado a la enfermera. Los jóvenes salieron presurosos de aquella ala del hospital que tan poco les agradaba.
Thierry tomó el pulso del hombre que yacía en la cama frente a el y Solange, tras santiguarse le tapó con la sábana cubriéndole la cabeza.
- Cristo misericordioso lo acoja en su gloria... - dijo en tono audible con su mano reposando sobre la cabeza del hombre. Seguidamente pronunció un murmullo apenas perceptible, quizás un pequeño rezo por su alma.
Thierry Armond- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/01/2014
Re: El Ángel de la Muerte [Libre]
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La enfermera se secó disimuladamente las lágrimas mientras el doctor examinaba junto con sus pupilos el cuerpo inerte de Guillaume. Colocándose algunos mechones de rubio cabello que ya a aquellas horas habían escapado de los grilletes de sus horquillas, meticulosamente colocadas a primera hora de la mañana, carraspeó con igual subterfugio e inspiró por la nariz suspirando ligeramente antes de volverse de nuevo hacia los tres caballeros y observar en silencio la tarea de los mismos.
Nerviosa, metió las manos en los bolsillos de su delantal, dónde, ya vacío, yacía la prueba de su delito, que aunque fuera compasivo, no dejaba de ser un crimen, y un escalofrío recorrió como un rayo su espina dorsal desde su nuca. Alzó los ojos y primero observó el rostro del aprendiz de medicina más joven; no, demasiado incauto, no sabría discernir por qué habría muerto realmente el anciano. ¿Y el segundo?. Parecía más avanzado que el primero pero… No, tampoco debía preocuparse. ¿Pero y el maestro?.
Los ojos celestes de Solange miraron fugazmente al doctor Armond, luego se detuvieron en el rostro del difunto, y la sonrisa a medio dibujar en los labios de aquel pareció gritar a los cuatro vientos quién había sido el origen de su descanso eterno.
- Sí, doctor. Pero pedí hacer noches durante algún tiempo porque… bueno… la muerte de mi padre… Es duro estar en una casa en la que has compartido tantos recuerdos y ver que ahora el silencio también te habla – respondió la enfermera a la pregunta de su superior, tratando de mirarlo a los ojos al pensar que el huir de los mismos delataría aún más su acto impío.
La enfermera se secó disimuladamente las lágrimas mientras el doctor examinaba junto con sus pupilos el cuerpo inerte de Guillaume. Colocándose algunos mechones de rubio cabello que ya a aquellas horas habían escapado de los grilletes de sus horquillas, meticulosamente colocadas a primera hora de la mañana, carraspeó con igual subterfugio e inspiró por la nariz suspirando ligeramente antes de volverse de nuevo hacia los tres caballeros y observar en silencio la tarea de los mismos.
Nerviosa, metió las manos en los bolsillos de su delantal, dónde, ya vacío, yacía la prueba de su delito, que aunque fuera compasivo, no dejaba de ser un crimen, y un escalofrío recorrió como un rayo su espina dorsal desde su nuca. Alzó los ojos y primero observó el rostro del aprendiz de medicina más joven; no, demasiado incauto, no sabría discernir por qué habría muerto realmente el anciano. ¿Y el segundo?. Parecía más avanzado que el primero pero… No, tampoco debía preocuparse. ¿Pero y el maestro?.
Los ojos celestes de Solange miraron fugazmente al doctor Armond, luego se detuvieron en el rostro del difunto, y la sonrisa a medio dibujar en los labios de aquel pareció gritar a los cuatro vientos quién había sido el origen de su descanso eterno.
- Sí, doctor. Pero pedí hacer noches durante algún tiempo porque… bueno… la muerte de mi padre… Es duro estar en una casa en la que has compartido tantos recuerdos y ver que ahora el silencio también te habla – respondió la enfermera a la pregunta de su superior, tratando de mirarlo a los ojos al pensar que el huir de los mismos delataría aún más su acto impío.
Solange de SaintGabrielle- Hechicero Clase Media
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Re: El Ángel de la Muerte [Libre]
Una helada brisa sacudió a ambos durante apenas un segundo, extrañamente parecía venir de la propia cama, aunque ocurriendo en tan breve lapso de tiempo, ¿quién podría decir que no se trataba de un simple escalofrío?
- Entiendo sus motivos, enfermera Solange, no tenga cuidado... símplemente procure que la gente no note en demasía su tristeza, no vayan a pensar que pueda interferir en su trabajo... - dijo esto último bajando un instante su mirada al cadaver cubierto ya por la sábana mientras escuchaba un murmullo helado que decía: ¿Por qué sigo aquí...? ella dijo que se acabaría el dolor. Thierry movió los labios, como si articulara un suspiro, mientras tomó en su mano una de las pocas posesiones del difunto que estaba en su mesilla, un pequeño anillo de color cobrizo, que quizás en otro momento fue una alianza de boda sin el menor valor económico, encerrando en ella el murmullo que pesaroso le preguntaba, convencido de que la enfermera no había podido oirlo. Seguidamente, con su otra mano sacudió el aire a su alrededor, como si espantara moscas.
- Enfermera Solange, ¿sería tan amable de dejarme ver la relación de tratamientos y medicamentos a la que haya sido sometido este hombre? Tienen que llevárselo ya para el estudio de anatomía, y necesito esos datos - Acompañó su petición con un ligero frunce de ceño, como si algo no estuviera bien, aunque sus labios apretados como si realmente tuviera la preocupación de que algo no está bien, apenas unos segundos atrás parecían mostrar una leve sonrisa.
- Entiendo sus motivos, enfermera Solange, no tenga cuidado... símplemente procure que la gente no note en demasía su tristeza, no vayan a pensar que pueda interferir en su trabajo... - dijo esto último bajando un instante su mirada al cadaver cubierto ya por la sábana mientras escuchaba un murmullo helado que decía: ¿Por qué sigo aquí...? ella dijo que se acabaría el dolor. Thierry movió los labios, como si articulara un suspiro, mientras tomó en su mano una de las pocas posesiones del difunto que estaba en su mesilla, un pequeño anillo de color cobrizo, que quizás en otro momento fue una alianza de boda sin el menor valor económico, encerrando en ella el murmullo que pesaroso le preguntaba, convencido de que la enfermera no había podido oirlo. Seguidamente, con su otra mano sacudió el aire a su alrededor, como si espantara moscas.
- Enfermera Solange, ¿sería tan amable de dejarme ver la relación de tratamientos y medicamentos a la que haya sido sometido este hombre? Tienen que llevárselo ya para el estudio de anatomía, y necesito esos datos - Acompañó su petición con un ligero frunce de ceño, como si algo no estuviera bien, aunque sus labios apretados como si realmente tuviera la preocupación de que algo no está bien, apenas unos segundos atrás parecían mostrar una leve sonrisa.
Thierry Armond- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/01/2014
Re: El Ángel de la Muerte [Libre]
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- Cuidado, Solange… - escuchó la muchacha en su cabeza mientras una silueta borrosa cruzaba de un extremo a otro el cristal de la ventana, apenas en una fracción de segundo, alertando a la joven enfermera, quién miró de reojo al doctor con gesto circunspecto. Tomó el expediente del difunto y echándole una última ojeada caminó hacia el médico para tenderle los papeles manuscritos al tiempo que observaba fugazmente el rostro masculino; no sabría decir qué pero algo había en aquel hombre que hacía que todas las alarmas de su subconsciente estuvieran a punto de saltar.
Amén de la advertencia de Maebh, a quién ya preguntaría más adelante qué había querido decir con aquello de “Cuidado, Solange”. Fuera lo que fuese a lo que se refería podría haberse ahorrado el viaje que había sacado al espectro del caserón familiar y lo había traído al Hospital pues ya había percibido por ella misma que algo no iba bien con aquel médico; aquel semblante imperturbable en el que unos labios estirados no se sabrían si interpretar como un gesto serio o como una sonrisa irónica encubierta y aquellos gestos a destiempo... Thierry Armond inquietaba no sólo a sus pupilos si no a cualquiera que tuviera ojos en la cara.
Había coincidido con el doctor Armond en alguna que otra ocasión pero casi nunca se habían dirigido la palabra, ella siempre estaba inmersa en su lucha contra el poco tiempo que solía quedarles a sus pacientes y él pasaba visita muy de soslayo de tanto en tanto por el ala de desahuciados.
- Aquí tiene, doctor. No se le han administrado muchos medicamentos salvo láudano para mitigar sus dolores. No se ha sabido dar con el mal que le aquejaba y sólo hemos podido paliar en la medida de lo posible su malestar hasta el fatídico día de hoy – respondió dejando el expediente en manos del galeno – ¿Va a llevarse el anillo? – preguntó mirando la sencilla alianza que el difunto lucía ahora en manos de Armond - ¿No deberíamos darlo a su hija?, imagino que le gustaría recuperar las escasas pertenecías de su pobre padre.
Y entonces la danzarina llama que oscilaba ligeramente dentro del quinqué se apagó abruptamente dejando una espiral ascendente de tenue humo gris que, a pesar de que en el cuarto hacía un frío de mil demonios, no delataba que hubiera ninguna corriente de aire en aquel lugar y en aquel mismo instante.
- Cuidado, Solange… - escuchó la muchacha en su cabeza mientras una silueta borrosa cruzaba de un extremo a otro el cristal de la ventana, apenas en una fracción de segundo, alertando a la joven enfermera, quién miró de reojo al doctor con gesto circunspecto. Tomó el expediente del difunto y echándole una última ojeada caminó hacia el médico para tenderle los papeles manuscritos al tiempo que observaba fugazmente el rostro masculino; no sabría decir qué pero algo había en aquel hombre que hacía que todas las alarmas de su subconsciente estuvieran a punto de saltar.
Amén de la advertencia de Maebh, a quién ya preguntaría más adelante qué había querido decir con aquello de “Cuidado, Solange”. Fuera lo que fuese a lo que se refería podría haberse ahorrado el viaje que había sacado al espectro del caserón familiar y lo había traído al Hospital pues ya había percibido por ella misma que algo no iba bien con aquel médico; aquel semblante imperturbable en el que unos labios estirados no se sabrían si interpretar como un gesto serio o como una sonrisa irónica encubierta y aquellos gestos a destiempo... Thierry Armond inquietaba no sólo a sus pupilos si no a cualquiera que tuviera ojos en la cara.
Había coincidido con el doctor Armond en alguna que otra ocasión pero casi nunca se habían dirigido la palabra, ella siempre estaba inmersa en su lucha contra el poco tiempo que solía quedarles a sus pacientes y él pasaba visita muy de soslayo de tanto en tanto por el ala de desahuciados.
- Aquí tiene, doctor. No se le han administrado muchos medicamentos salvo láudano para mitigar sus dolores. No se ha sabido dar con el mal que le aquejaba y sólo hemos podido paliar en la medida de lo posible su malestar hasta el fatídico día de hoy – respondió dejando el expediente en manos del galeno – ¿Va a llevarse el anillo? – preguntó mirando la sencilla alianza que el difunto lucía ahora en manos de Armond - ¿No deberíamos darlo a su hija?, imagino que le gustaría recuperar las escasas pertenecías de su pobre padre.
Y entonces la danzarina llama que oscilaba ligeramente dentro del quinqué se apagó abruptamente dejando una espiral ascendente de tenue humo gris que, a pesar de que en el cuarto hacía un frío de mil demonios, no delataba que hubiera ninguna corriente de aire en aquel lugar y en aquel mismo instante.
Solange de SaintGabrielle- Hechicero Clase Media
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Re: El Ángel de la Muerte [Libre]
Thierry cogió el informe en cuanto la enfermera se lo ofreció y leyó en diagonal el contenido. Totalmente a propósito contestó con "uhum..." a las preguntas que la mujer le hacía, dándole a entender que estaba concentrado en el trabajo, y nada mas. De nuevo otro "aham..." por respuesta ante la insistencia de la enfermera. Sólo levantó la cabeza cuando la estancia se quedó en penumbra.
- ¿Quién se encarga aquí del mantenimiento de los quinqués? Menudo desastre se podría haber producido en otra situación... Enfermera, haga el favor de ir a cambiarlo. ¡Ah! y tenga cuidado no vaya a tropezar
Thierry sonrió en la oscuridad antes de hablar en un tono bastante mas amable, menos aséptico - Por las reseñas que me han hecho llegar, es usted muy trabajadora, Solange, un alma caritativa... estoy seguro de que Dios así lo ve. He terminado de mirar el informe, espero a que vuelva usted con la luz. - Dicho lo cual, sin añadir media palabra más, guardó silencio y esquivando a Solange, se situó junto a la ventana, mirando al exterior, y por tanto dando la espalda a la enfermera. No tenía intención de cruzar mas palabra por el momento, al menos hasta que se pudieran distinguir algo mas que sombras.
- ¿Quién se encarga aquí del mantenimiento de los quinqués? Menudo desastre se podría haber producido en otra situación... Enfermera, haga el favor de ir a cambiarlo. ¡Ah! y tenga cuidado no vaya a tropezar
Thierry sonrió en la oscuridad antes de hablar en un tono bastante mas amable, menos aséptico - Por las reseñas que me han hecho llegar, es usted muy trabajadora, Solange, un alma caritativa... estoy seguro de que Dios así lo ve. He terminado de mirar el informe, espero a que vuelva usted con la luz. - Dicho lo cual, sin añadir media palabra más, guardó silencio y esquivando a Solange, se situó junto a la ventana, mirando al exterior, y por tanto dando la espalda a la enfermera. No tenía intención de cruzar mas palabra por el momento, al menos hasta que se pudieran distinguir algo mas que sombras.
Thierry Armond- Hechicero Clase Alta
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Re: El Ángel de la Muerte [Libre]
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- Bueno, me gusta ayudar al prójimo, nada más, doctor – respondió al comentario del médico sobre su labor en el Hospital mientras caminaba por el pequeño espacio delimitado por la pared y tres biombos que separaban al fallecido del resto de pacientes de aquel ala.
Era costumbre aislar de la vista a los que iban a abandonar este mundo de manera casi inminente pues a pesar de que el resto de personas que ocupaban aquel pabellón iban a tener el mismo fin no había necesidad de ver a lo que se enfrentarían más pronto que tarde.
La enfermera miró hacia el candil, que desprendía pequeñas volutas de humo blanquecino en la escasa iluminación que la luz de la luna llena que se filtraba por la ventana proporcionaba al improvisado cuarto; cuando llegó hasta la mesilla tomó el quinqué y lo balanceó ligeramente, comprobando que aún había aceite en el depósito.
- Ha debido de ser una corriente de aire – justificó el apagón al tiempo que caminaba con pasos titubeantes hacia el espacio entre dos de los biombos que servía como puerta del recinto llevando en las manos la lámpara para volver a encenderla.
Solange abandonó la estancia justo cuando el médico se posicionaba junto a la ventana mirando las nevadas calles parisinas y era observado a su vez por unos espectrales y felinos ojos verdes que lo miraban desde “el otro lado” del cristal.
- Bueno, me gusta ayudar al prójimo, nada más, doctor – respondió al comentario del médico sobre su labor en el Hospital mientras caminaba por el pequeño espacio delimitado por la pared y tres biombos que separaban al fallecido del resto de pacientes de aquel ala.
Era costumbre aislar de la vista a los que iban a abandonar este mundo de manera casi inminente pues a pesar de que el resto de personas que ocupaban aquel pabellón iban a tener el mismo fin no había necesidad de ver a lo que se enfrentarían más pronto que tarde.
La enfermera miró hacia el candil, que desprendía pequeñas volutas de humo blanquecino en la escasa iluminación que la luz de la luna llena que se filtraba por la ventana proporcionaba al improvisado cuarto; cuando llegó hasta la mesilla tomó el quinqué y lo balanceó ligeramente, comprobando que aún había aceite en el depósito.
- Ha debido de ser una corriente de aire – justificó el apagón al tiempo que caminaba con pasos titubeantes hacia el espacio entre dos de los biombos que servía como puerta del recinto llevando en las manos la lámpara para volver a encenderla.
Solange abandonó la estancia justo cuando el médico se posicionaba junto a la ventana mirando las nevadas calles parisinas y era observado a su vez por unos espectrales y felinos ojos verdes que lo miraban desde “el otro lado” del cristal.
Solange de SaintGabrielle- Hechicero Clase Media
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Re: El Ángel de la Muerte [Libre]
Thierry dio un par de pasos atrás, le había parecido ver algo en aquel cristal. Lo miró unos segundos mas, con curiosidad, sin sobresalto, con su acostumbrada tranquilidad, la misma que parecía tener cuando lo invitaban a una boda o a un entierro. En ocasiones, cuando era consciente de ello, se tomaba la molestia de actuar, como si se alegrara por los recién casados o si se entristeciera por el difunto, pero realmente, desde que se quedó solo, no había vuelto a sentir nada, nada salvo en sus pesadillas, y cuando se dedicaba a "sus artes". Era entonces cuando un cúmulo de emociones y sensaciones hacían mella en él. El placer de conseguir que reinara su voluntad, la rabia cuando no conseguía lo que se proponía...
- ¿Sabes qué diferencia hay entre lo que haces tú y lo que hago yo? Deja que te lo diga... la diferencia es la justificación que cada uno busca para hacer lo que hace- pronunció en susurros, en una voz tan tan baja que apenas le había oído el cuello de su camisa.
Se giró y se apoyó en el cristal, como si esperara que algo ocurriera, cualquier cosa que le hiciera sentir algo mas, aparte de la diversión del anillo con el espíritu atado que llevaba en su bolsillo. Las toses cercanas de otro de los enfermos le hicieron volver a poner los pies en la tierra.
- ¿Sabes qué diferencia hay entre lo que haces tú y lo que hago yo? Deja que te lo diga... la diferencia es la justificación que cada uno busca para hacer lo que hace- pronunció en susurros, en una voz tan tan baja que apenas le había oído el cuello de su camisa.
Se giró y se apoyó en el cristal, como si esperara que algo ocurriera, cualquier cosa que le hiciera sentir algo mas, aparte de la diversión del anillo con el espíritu atado que llevaba en su bolsillo. Las toses cercanas de otro de los enfermos le hicieron volver a poner los pies en la tierra.
Thierry Armond- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 30/01/2014
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