AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Muerte o ángel? [privado]
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¿Muerte o ángel? [privado]
Se le partía el alma al ver a esos niños sin hogar, no podía imaginarse la tristeza que sentían al no tener una familia, al ser los niños de nadie. Muchos de ellos habían perdido a sus padres por alguna enfermedad, una peste o asesinados, un destino cruel para las que podrían haber sido familias hermosas y llenas de amor, pero muchos otros niños eran abandonados por la sola razón de no ser amados y esperados. ¿Cómo culpar a esas mujeres abusadas y maltratadas que por errores y crueldades del destino quedaban encintas y no podían mantener a un niño? ¿Cómo juzgar a aquellas que simplemente se dejaban vencer por el miedo de criar a un hijo sin un hombre que les ayudara? Había una y mil razones por las que esos pequeños eran abandonados, pero ella no lograba imaginar el dolor que podría llegar a sentir si alguien la separaba de un hijo propio. Porque si, alguien tendría que separarla a la fuerza, ella no tendría jamás el valor de dejar a una criatura tan pura, sangre de su sangre. Y todos esos pensamientos la llevaban a recordar a su propia madre, a su amado padre y en el dolor que seguramente les había provocado al dejarlos y desaparecer de sus vidas por algo que ellos verían como una decisión muy egoísta mientras ella lo veía como una salida a poder vivir su vida y no morir en ella.
Suspiró mientras su mente divagaba en todos esos pensamientos tristes sobre niños sin hogar, sobre ella misma lejos de su familia, de los hermanos que aun vivían y extrañaba con desesperación, mientras acariciaba el cabello rubio de la pequeña Sophie, tratando de calmarla y que durmiera al fin. Le tenía un especial cariño a esa niña desde que la había conocido un par de meses atrás al llegar como ayudante en el orfanato. La niña no hablaba con nadie desde que había perdido a sus padres y cuando ambas se conocieron se creó un lazo tan fuerte, que la pequeña volvió a hablar, pero solo con ella. Las pesadillas no la dejaban dormir y a Sophie le daba miedo la noche, por lo que Eileen cada noche se quedaba junto a ella y al resto de niños, velando por sus sueños hasta muy entrada la madrugada. Era peligroso luego vagar por las calles a esa hora, pero irse pronto y negarles la atención a esos niños que solo querían un poco de amor era más de lo que ella lograba soportar.
Comenzó a sentir los ojos pesados y eso era señal de que ya debería ir a casa. Así lo haría. Besó la frente de la niña y fue a quitarse el pequeño delantal que usaba cada vez que entraba al lugar. Una vez lista, soltó su cabello el cual caía libre por sus hombros y con un nuevo suspiro que dejaba entrever su cansancio por el largo día, salió del orfanato y comenzó a caminar por las calles de la ciudad. La caminata siempre era larga, el pequeño cuarto en el que vivía quedaba a poco más de una hora del lugar de trabajo, pero su mente siempre estaba distraída en pensamientos lejanos y en recuerdos de su pasado, que siempre sin darse cuenta, ya estaba en la puerta de su hogar. Pero esa noche sería diferente, esa noche el destino no querría que fuera normal, saliendo absolutamente de la rutina pero con una situación que en ese momento se le hizo espeluznante.
A las afueras de la catedral, no muy lejos del orfanato, había un hombre luchando por alcanzar la puerta, como si dentro de esa hermosa iglesia encontrara el camino a la salvación, encontrara un refugio. Eileen habría pensado que solo era un borracho queriendo buscar cobijo, pero había algo que le impedía creer en eso. Sangre. El hombre estaba herido y aunque ella se asustó, no pudo simplemente continuar y dejarlo atrás. Corrió hacia él con la intensión de ayudarlo. En su mundo, en ese donde casi todos se preocupaban solo de sí mismos y jamás del resto, seguramente cualquier persona que viera a ese hombre pasaría de largo. Eileen no podía. Se aterró al girarlo y ver su cuello y hombros destrozados, una bestia lo había atacado, no podía ser algo mas, estaba desgarrado. – Viene por mi…la muerte viene por mi… - murmuró el hombre entre gemidos de dolor y la constante lucha por respirar. Moriría, ella lo sabía – A…ayuda – pedía él entre susurros atormentados. Ella no logró hablar, los recuerdos de su hermano asesinado por una bestia la golpearon sin cesar, aun así usó todo de sí para ponerse en pie y golpear las enormes puertas de la catedral, era el lugar más cercano y los sacerdotes que ahí vivían podrían ayudar. Pero por más golpes que dio, nadie salió. Volvió a donde el hombre quien se aferró a ella, manchándola toda de sangre. El hombre se acercó a ella y le habló al oído, manchando su rostro y su cuello también – No…me deje – le pidió, pero ella debía buscar ayuda, no podía ser el fin para él ¿o sí? Cerca había un hotel, podía pedir ayuda, las calles estaban vacías y golpear puertas era lo único que ella podía hacer. Esperando encontrarlo con vida al regresar, corrió asustada, llena de terror, pero deseando poder salvar la vida de ese hombre. Pero la desesperación la cegó, el miedo la hizo perder el sentido de la dirección y teniendo la vista baja al correr, chocó con fuerza con lo que seguramente sería un poste o una pared.
Cayó de golpe hacia atrás y dolió, pero iba a ponerse nuevamente de pie si no fuera porque al alzar la mirada, se encontrara con el ser más hermoso que pudo haber visto jamás. Bien podría ser una visión de un ser dueño de una belleza etérea, podía ser también la muerte ante esa aura oscura que le rodeaba, la muerte que perseguía al hombre agonizante a las puertas de la catedral, también un ángel buscando llevar el alma del hombre a un mejor lugar o bien un hombre simplemente más bello que los demás. Algo le decía a ella que debía huir, él no parecía real, pero no pudo, había algo también en su mirada que le hacía confiar. Extraño. Se puso de pie rápidamente y lo miró a los ojos, su respiración estaba agitada ante la carrera de segundos atrás – Necesito…ayuda – susurró, tratando de recuperar el aire. Cualquiera que la viera pensaría que la herida era ella, estaba toda manchada con sangre, especialmente su rostro y cuello, pero Eileen no era consciente de la apariencia que debía tener ahora. En su mente solo estaban el hombre frente a ella y el que había dejado atrás a puertas de la muerte.
Suspiró mientras su mente divagaba en todos esos pensamientos tristes sobre niños sin hogar, sobre ella misma lejos de su familia, de los hermanos que aun vivían y extrañaba con desesperación, mientras acariciaba el cabello rubio de la pequeña Sophie, tratando de calmarla y que durmiera al fin. Le tenía un especial cariño a esa niña desde que la había conocido un par de meses atrás al llegar como ayudante en el orfanato. La niña no hablaba con nadie desde que había perdido a sus padres y cuando ambas se conocieron se creó un lazo tan fuerte, que la pequeña volvió a hablar, pero solo con ella. Las pesadillas no la dejaban dormir y a Sophie le daba miedo la noche, por lo que Eileen cada noche se quedaba junto a ella y al resto de niños, velando por sus sueños hasta muy entrada la madrugada. Era peligroso luego vagar por las calles a esa hora, pero irse pronto y negarles la atención a esos niños que solo querían un poco de amor era más de lo que ella lograba soportar.
Comenzó a sentir los ojos pesados y eso era señal de que ya debería ir a casa. Así lo haría. Besó la frente de la niña y fue a quitarse el pequeño delantal que usaba cada vez que entraba al lugar. Una vez lista, soltó su cabello el cual caía libre por sus hombros y con un nuevo suspiro que dejaba entrever su cansancio por el largo día, salió del orfanato y comenzó a caminar por las calles de la ciudad. La caminata siempre era larga, el pequeño cuarto en el que vivía quedaba a poco más de una hora del lugar de trabajo, pero su mente siempre estaba distraída en pensamientos lejanos y en recuerdos de su pasado, que siempre sin darse cuenta, ya estaba en la puerta de su hogar. Pero esa noche sería diferente, esa noche el destino no querría que fuera normal, saliendo absolutamente de la rutina pero con una situación que en ese momento se le hizo espeluznante.
A las afueras de la catedral, no muy lejos del orfanato, había un hombre luchando por alcanzar la puerta, como si dentro de esa hermosa iglesia encontrara el camino a la salvación, encontrara un refugio. Eileen habría pensado que solo era un borracho queriendo buscar cobijo, pero había algo que le impedía creer en eso. Sangre. El hombre estaba herido y aunque ella se asustó, no pudo simplemente continuar y dejarlo atrás. Corrió hacia él con la intensión de ayudarlo. En su mundo, en ese donde casi todos se preocupaban solo de sí mismos y jamás del resto, seguramente cualquier persona que viera a ese hombre pasaría de largo. Eileen no podía. Se aterró al girarlo y ver su cuello y hombros destrozados, una bestia lo había atacado, no podía ser algo mas, estaba desgarrado. – Viene por mi…la muerte viene por mi… - murmuró el hombre entre gemidos de dolor y la constante lucha por respirar. Moriría, ella lo sabía – A…ayuda – pedía él entre susurros atormentados. Ella no logró hablar, los recuerdos de su hermano asesinado por una bestia la golpearon sin cesar, aun así usó todo de sí para ponerse en pie y golpear las enormes puertas de la catedral, era el lugar más cercano y los sacerdotes que ahí vivían podrían ayudar. Pero por más golpes que dio, nadie salió. Volvió a donde el hombre quien se aferró a ella, manchándola toda de sangre. El hombre se acercó a ella y le habló al oído, manchando su rostro y su cuello también – No…me deje – le pidió, pero ella debía buscar ayuda, no podía ser el fin para él ¿o sí? Cerca había un hotel, podía pedir ayuda, las calles estaban vacías y golpear puertas era lo único que ella podía hacer. Esperando encontrarlo con vida al regresar, corrió asustada, llena de terror, pero deseando poder salvar la vida de ese hombre. Pero la desesperación la cegó, el miedo la hizo perder el sentido de la dirección y teniendo la vista baja al correr, chocó con fuerza con lo que seguramente sería un poste o una pared.
Cayó de golpe hacia atrás y dolió, pero iba a ponerse nuevamente de pie si no fuera porque al alzar la mirada, se encontrara con el ser más hermoso que pudo haber visto jamás. Bien podría ser una visión de un ser dueño de una belleza etérea, podía ser también la muerte ante esa aura oscura que le rodeaba, la muerte que perseguía al hombre agonizante a las puertas de la catedral, también un ángel buscando llevar el alma del hombre a un mejor lugar o bien un hombre simplemente más bello que los demás. Algo le decía a ella que debía huir, él no parecía real, pero no pudo, había algo también en su mirada que le hacía confiar. Extraño. Se puso de pie rápidamente y lo miró a los ojos, su respiración estaba agitada ante la carrera de segundos atrás – Necesito…ayuda – susurró, tratando de recuperar el aire. Cualquiera que la viera pensaría que la herida era ella, estaba toda manchada con sangre, especialmente su rostro y cuello, pero Eileen no era consciente de la apariencia que debía tener ahora. En su mente solo estaban el hombre frente a ella y el que había dejado atrás a puertas de la muerte.
Eileen Sweeney- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 26/09/2011
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: ¿Muerte o ángel? [privado]
Esa noche era tan diferente a las que anteriormente había tenido, por fin era una desocupada, lejos de los deberes y todo lo involucrado a temas de realeza. Si bien era un hombre que siempre se había comportado frente a los demás, muchas situaciones lograban sacarlo de quicio, pero siempre se mantenía sereno, tranquilo e inquebrantable, cosa que significaba un gran gasto de energía “mental” para él. No le gustaba flaquear ni mostrarse débil frente a otras personas, solo aquellos que realmente lo conocían y tenían su confianza lo habían visto, alguna vez, descontrolado. A pesar de ser vampiro, no sufría demasiado ante la sed puesto que había aprendido a alimentarse de animales, cosa que tampoco le agradaba mucho, pero aún así, estaba consciente a que de vez en cuando tenía que, muy a su pesar, alimentarse de personas.
Para molestia de Stephen era alguien bastante conocido, muchas mujeres se acercaban a él de forma coqueta para intentar conquistarlo, pero habían pasado varios años ya donde ninguna lo había logrado y si había algo que a él le desagradaba, eran las mujeres interesadas, falsas y ególatras, las odiaba…bueno, tal vez no las odiaba pero si se alejaba rápidamente de ellas con cualquier excusa, pero claro, sin dejar de ser siempre caballero, era algo así como una “virtud” de él –Aunque claro, era una razón más por la cuál era difícil sacarse a ese tipo de mujeres de encima– De todas formas, a Stephen jamás le había gustado estar entremedio de grandes multitudes ni mucho menos ser el centro de atención de algún grupo, intentaba alejarse de todo aquello pero rara vez y nunca le resultaba.
Ese día ya lo había decidido, se iría a pasear a cualquier lugar que se le hiciese interesante, cosa que no era demasiado difícil, ya que a él siempre le sorprendía de una forma espectacular la naturaleza, había algo en ella que siempre lo relajaba, aunque tuviese la noche más estresante y horrible al ir a una simple cascada ya se ponía de buen humor. Tomó tan solo una capa que había encima de una de los sillones que habían en su habitación y se dispuso a salir, pero claro, él había olvidado algo bastante importante y eso no era normal en él, se había olvidado que ese día ya le tocaba la “porción”, por así deciro, de sangre humana. Solo se había sentido un poco agotado pero nada más y es que las noches anteriores si habían sido bastante agotadoras, por lo que pensaba que solo era eso.
Se dispuso a salir y aunque Phillipe se había ofrecido amablemente en llevarlo él no quiso aceptar, después de todo solo quería pasar un agradable momento a solas, nada más. Caminó por las largas e interminables calles Parisinas y muchas personas se le habían acercado proponiéndole un gran panorama, o al menos ellos lo veían como tal, entre eso significaba “beber mucho, acostarse con mujeres” blah blah blah. Ese mundo simplemente jamás había sido para Stephen, que desde que era un humano se había interesado en otras cosas.
Entre su caminar llegó a un lugar que por razones que él desconocía siempre llamó su atención, estaba cerca de la Catedral y delante de ella había una linda plaza que siempre había querido conocer pero que jamás encontró el tiempo necesario como para hacerlo, tampoco es que fuese un gran parque, era tan solo una plaza pero aún así agradable. Se quedó observando un gran árbol, se veía tan frondoso y lleno de esplendor ¿acaso no era patético que un “simple” árbol le provocara ello? Tal vez para la mayoría de la gente si, pero no para él, después de todo era fácil darse cuenta de todos los años que había vivido el árbol, pero quizás no más que él mismo.
Ahí estaba, como idiota parado observando aún el árbol, tan distraído estaba que no pudo percatarse de la presencia de alguien más, solo sintió que alguien lo chocó por lo que giró con rapidez su cabeza hacia la joven que ahora se encontraba en el suelo, su olfato fue el primero en reaccionar, lo que le recordó para mal que aún no se alimentaba, sacudió la cabeza e intentó fijar la mirada en ella quién a los pocos segundos se levantó y le pidió ayuda. La analizó por completo ya que estaba llena de sangre y el vampiro pensó que era ella la herida, pero no era así, cuando se le acercó logró distinguir con mayor claridad la diferencia de olores. Intentó volver en si sacudiendo nuevamente la cabeza - ¿Estás bien? Ya se que usted lo está pero ¿Qué ha sucedido? Guíame donde está el herido… - Hablaba rápido ya que intentaba distraer su mente del fuerte olor a sangre que ella desprendía, no podía perder la cabeza, no ahora.
Ella con rapidez lo llevó hasta donde estaba el hombre herido, cuando se acercó pudo notar al instante que el causante había sido alguien de su misma especie, se le acercó algo nervioso y el hombre agradecía a la joven por traer ayuda ¿pero era realmente él la ayuda o más bien sería un infierno?. Agradeció realmente el estar a espaldas de la joven, sus colmillos se habían asomado ante la sed, su cuerpo necesitaba de aquél líquido carmesí para subsistir, se sentía confundido puesto que tenía alimento frente a él ¿sería correcto aprovecharlo? Después de todo, el hombre ya estaba muerto, era demasiada la sangre que había perdido como para sobrevivir y él no estaría dispuesto a transformar a alguien en vampiro, entonces ¿por qué no acabar su sufrimiento y aprovechar de alimentarse?. Su cuerpo temblaba y tampoco quería voltear, no quería encontrarse con la cara de aquella joven, que de seguro estaría asustada, tampoco era capaz de decirle que él iba a morir de todas formas…¿Qué podía hacer?
Para molestia de Stephen era alguien bastante conocido, muchas mujeres se acercaban a él de forma coqueta para intentar conquistarlo, pero habían pasado varios años ya donde ninguna lo había logrado y si había algo que a él le desagradaba, eran las mujeres interesadas, falsas y ególatras, las odiaba…bueno, tal vez no las odiaba pero si se alejaba rápidamente de ellas con cualquier excusa, pero claro, sin dejar de ser siempre caballero, era algo así como una “virtud” de él –Aunque claro, era una razón más por la cuál era difícil sacarse a ese tipo de mujeres de encima– De todas formas, a Stephen jamás le había gustado estar entremedio de grandes multitudes ni mucho menos ser el centro de atención de algún grupo, intentaba alejarse de todo aquello pero rara vez y nunca le resultaba.
Ese día ya lo había decidido, se iría a pasear a cualquier lugar que se le hiciese interesante, cosa que no era demasiado difícil, ya que a él siempre le sorprendía de una forma espectacular la naturaleza, había algo en ella que siempre lo relajaba, aunque tuviese la noche más estresante y horrible al ir a una simple cascada ya se ponía de buen humor. Tomó tan solo una capa que había encima de una de los sillones que habían en su habitación y se dispuso a salir, pero claro, él había olvidado algo bastante importante y eso no era normal en él, se había olvidado que ese día ya le tocaba la “porción”, por así deciro, de sangre humana. Solo se había sentido un poco agotado pero nada más y es que las noches anteriores si habían sido bastante agotadoras, por lo que pensaba que solo era eso.
Se dispuso a salir y aunque Phillipe se había ofrecido amablemente en llevarlo él no quiso aceptar, después de todo solo quería pasar un agradable momento a solas, nada más. Caminó por las largas e interminables calles Parisinas y muchas personas se le habían acercado proponiéndole un gran panorama, o al menos ellos lo veían como tal, entre eso significaba “beber mucho, acostarse con mujeres” blah blah blah. Ese mundo simplemente jamás había sido para Stephen, que desde que era un humano se había interesado en otras cosas.
Entre su caminar llegó a un lugar que por razones que él desconocía siempre llamó su atención, estaba cerca de la Catedral y delante de ella había una linda plaza que siempre había querido conocer pero que jamás encontró el tiempo necesario como para hacerlo, tampoco es que fuese un gran parque, era tan solo una plaza pero aún así agradable. Se quedó observando un gran árbol, se veía tan frondoso y lleno de esplendor ¿acaso no era patético que un “simple” árbol le provocara ello? Tal vez para la mayoría de la gente si, pero no para él, después de todo era fácil darse cuenta de todos los años que había vivido el árbol, pero quizás no más que él mismo.
Ahí estaba, como idiota parado observando aún el árbol, tan distraído estaba que no pudo percatarse de la presencia de alguien más, solo sintió que alguien lo chocó por lo que giró con rapidez su cabeza hacia la joven que ahora se encontraba en el suelo, su olfato fue el primero en reaccionar, lo que le recordó para mal que aún no se alimentaba, sacudió la cabeza e intentó fijar la mirada en ella quién a los pocos segundos se levantó y le pidió ayuda. La analizó por completo ya que estaba llena de sangre y el vampiro pensó que era ella la herida, pero no era así, cuando se le acercó logró distinguir con mayor claridad la diferencia de olores. Intentó volver en si sacudiendo nuevamente la cabeza - ¿Estás bien? Ya se que usted lo está pero ¿Qué ha sucedido? Guíame donde está el herido… - Hablaba rápido ya que intentaba distraer su mente del fuerte olor a sangre que ella desprendía, no podía perder la cabeza, no ahora.
Ella con rapidez lo llevó hasta donde estaba el hombre herido, cuando se acercó pudo notar al instante que el causante había sido alguien de su misma especie, se le acercó algo nervioso y el hombre agradecía a la joven por traer ayuda ¿pero era realmente él la ayuda o más bien sería un infierno?. Agradeció realmente el estar a espaldas de la joven, sus colmillos se habían asomado ante la sed, su cuerpo necesitaba de aquél líquido carmesí para subsistir, se sentía confundido puesto que tenía alimento frente a él ¿sería correcto aprovecharlo? Después de todo, el hombre ya estaba muerto, era demasiada la sangre que había perdido como para sobrevivir y él no estaría dispuesto a transformar a alguien en vampiro, entonces ¿por qué no acabar su sufrimiento y aprovechar de alimentarse?. Su cuerpo temblaba y tampoco quería voltear, no quería encontrarse con la cara de aquella joven, que de seguro estaría asustada, tampoco era capaz de decirle que él iba a morir de todas formas…¿Qué podía hacer?
Invitado- Invitado
Re: ¿Muerte o ángel? [privado]
Casi podía escuchar una voz en su cabeza diciéndole “debes escapar, Eileen ¿acaso no puedes verlo? Él es la muerte misma y el hombre que dejaste atrás no será el único muerto esta noche”. Si, Eileen podía escuchar a su instinto con voz de mujer susurrando en su oído, mas no le hizo caso, solo importaba aquel señor que no merecía morir así, nadie merecía un destino así, por mas pecados que hubiese cometido en su vida. Además, sus pensamientos llenos de temor se vieron interrumpidos por él y su disposición a acompañarla al lugar donde estaba el herido – Oh cielos, señor, muchas gracias – dijo en un hilo de voz antes de girarse y caminar hacia las puertas de la catedral.
El lugar estaba cerca, mas los pasos apresurados que daba parecían no ser suficientes, corría y corría y jamás llegaba, quizás solo era miedo de encontrar un cadáver al llegar a la catedral, o quizás era ese extraño miedo que se había instalado en sus entrañas al ver a aquel desconocido de piel marmórea, se sentía como si en vez de llevar ayuda, solo guiara con mayor facilidad a la muerte en busca de aquel desamparado y desafortunado señor. Debía dejar de pensar aquellas cosas, no tenía sentido.
Finalmente se encontró subiendo los escalones de la catedral, pero se detuvo de golpe antes de llegar hasta el hombre, que convulsionaba casi dando sus últimos alientos de vida. Aun vivía, pero estaba claro que no quedaba demasiado. Tenía miedo. Aun cuando llevaba casi seis meses viviendo entre la pobreza y la muerte, no llegaba a acostumbrarse completamente a ello, aun lloraba cada vez que veía a un niño muriendo en el orfanato o en las calles a causa del hambre y enfermedades, aun lloraba cuando veía a hombres y mujeres peleando por un pedazo de pan y sabía perfectamente que si veía a ese hombre morir frente a ella, lloraría también, pero estaba lejos de apartarse y echarse a correr como una cobarde. Eileen Sweeney podía ser desquiciadamente sensible, pero jamás una cobarde. Aunque se estaba muriendo de miedo.
El desconocido se interpuso entre el moribundo y ella, dándole la espalda sin darle oportunidad a ver su reacción ante tales heridas. ¿Lo ayudaría? De todas formas sería inútil – morirá ¿verdad? ¿No hay nada que hacer? – preguntó ella, sin acercarse, esperando palabras, respuestas que jamás llegaron. De pronto una vez mas esa alarma en su cabeza que le decía “Corre, ¡Corre!” ¿Qué era? Alzó la mirada, casi podía ver a la muerte alzándose sobre ellos, lo que no llegaba a comprender era por que esa sensación se la provocaba aquel ser tan irreal como aterrador y de anormal belleza que se inclinaba junto al hombre agonizante. Clavó la mirada en su espalda, de pronto cayó en la cuenta que él debía ser de la alta sociedad al ver sus ropas de finas telas, tan finas que hasta parecía pecado dejar que las paseara por aquellas calles tan llenas de pobreza. ¿Qué hacía un hombre como él ayudándola a asistir a un pobre tipo que nada tenía que ver con ellos? Había vivido casi toda su vida entre las personas ricas, que sabía a la perfección que la gran mayoría de esas personas jamás se detendrían a observar a personas que consideraran inferiores a ellos, ni siquiera se detendrían a observar a un moribundo, mucho menos a ayudarlo. Pero también era consciente que, al igual que ella, siempre habría personas dispuestas a ayudar, sin importar cuando dinero llevaran en sus bolsillos. La grandeza en las personas estaba mas allá de cuanto oro poseyeran, la grandeza estaba en sus acciones, en sus corazones, y la persona mas pobre de la ciudad podía ser más grande que cualquier rey. Pero ninguno de esos pensamientos venían al caso, toda su atención se vio atrapada en esa aura letal que envolvía al desconocido y esa extraña sensación de que o lo ayudaría o seria él mismo quien acabara por darle muerte al hombre tendido en el suelo.
“Lo va a matar, y luego te matará a ti” le decía su molesto instinto. No tenía sentido alguno. Con el temor completamente apoderado de ella, comenzó a rodear a ambos hombres, completamente consciente de como el joven de ropas finas temblaba por completo. Se negaba a creer que fuera por miedo, pero entonces ¿Por qué temblaba así? Se paró frente a ellos, viendo con tristeza al hombre en el suelo que seguía luchando inútilmente por respirar. Dejó su mirada clavada en él, mas por miedo a mirar a quien trataba de ayudar, algo le decía que encontrarse en ese momento con su mirada no sería de ayuda, no sería bueno. Pero lo hizo, y se aterró. La mirada en él y su forma de observar al hombre casi muerto era espeluznante, casi podía leer en sus labios susurrando que le daría muerte, casi podía ver sobre ellos una sombra esperando a que atacara ara luego llevarse el alma de aquel desafortunado individuo. *Va a matarlo* pensó Eileen sin entender el porqué. Nada tenía sentido, mas eso no quería decir que no estuviera ocurriendo. La oscuridad no le dejaba ver bien el rostro de ninguno de los dos hombres, solo sus miradas. La mirada de un cazador y la mirada de una victima. “¡¡Corre!!” volvió a gritarle su instinto, mas solo se inclinó junto al hombre medio muerto, sin dejar de mirar los ojos de aquel que podría ser la muerte o un ángel salvador – Está sufriendo…dejarlo agonizar solo sería una crueldad ¿verdad? – quiso creer que ese era el motivo por el cual sentía que el joven quería darle muerte al hombre, especialmente por que no era solo eso lo que veía en sus ojos. También estaba asustado, Eileen no sabía las razones, pero podía ver el miedo y la duda en los ojos claros de aquel joven que aun se le hacía sumamente irreal – Siento haberlo arrastrado a esto, pero no tuve a quien mas recurrir – se sentía culpable, seguía sin entender el porqué, pero se sentía culpable, como si ella hubiera llevado a ambos hombres a un destino que ninguno debía correr. ¿Qué ocurriría?
El lugar estaba cerca, mas los pasos apresurados que daba parecían no ser suficientes, corría y corría y jamás llegaba, quizás solo era miedo de encontrar un cadáver al llegar a la catedral, o quizás era ese extraño miedo que se había instalado en sus entrañas al ver a aquel desconocido de piel marmórea, se sentía como si en vez de llevar ayuda, solo guiara con mayor facilidad a la muerte en busca de aquel desamparado y desafortunado señor. Debía dejar de pensar aquellas cosas, no tenía sentido.
Finalmente se encontró subiendo los escalones de la catedral, pero se detuvo de golpe antes de llegar hasta el hombre, que convulsionaba casi dando sus últimos alientos de vida. Aun vivía, pero estaba claro que no quedaba demasiado. Tenía miedo. Aun cuando llevaba casi seis meses viviendo entre la pobreza y la muerte, no llegaba a acostumbrarse completamente a ello, aun lloraba cada vez que veía a un niño muriendo en el orfanato o en las calles a causa del hambre y enfermedades, aun lloraba cuando veía a hombres y mujeres peleando por un pedazo de pan y sabía perfectamente que si veía a ese hombre morir frente a ella, lloraría también, pero estaba lejos de apartarse y echarse a correr como una cobarde. Eileen Sweeney podía ser desquiciadamente sensible, pero jamás una cobarde. Aunque se estaba muriendo de miedo.
El desconocido se interpuso entre el moribundo y ella, dándole la espalda sin darle oportunidad a ver su reacción ante tales heridas. ¿Lo ayudaría? De todas formas sería inútil – morirá ¿verdad? ¿No hay nada que hacer? – preguntó ella, sin acercarse, esperando palabras, respuestas que jamás llegaron. De pronto una vez mas esa alarma en su cabeza que le decía “Corre, ¡Corre!” ¿Qué era? Alzó la mirada, casi podía ver a la muerte alzándose sobre ellos, lo que no llegaba a comprender era por que esa sensación se la provocaba aquel ser tan irreal como aterrador y de anormal belleza que se inclinaba junto al hombre agonizante. Clavó la mirada en su espalda, de pronto cayó en la cuenta que él debía ser de la alta sociedad al ver sus ropas de finas telas, tan finas que hasta parecía pecado dejar que las paseara por aquellas calles tan llenas de pobreza. ¿Qué hacía un hombre como él ayudándola a asistir a un pobre tipo que nada tenía que ver con ellos? Había vivido casi toda su vida entre las personas ricas, que sabía a la perfección que la gran mayoría de esas personas jamás se detendrían a observar a personas que consideraran inferiores a ellos, ni siquiera se detendrían a observar a un moribundo, mucho menos a ayudarlo. Pero también era consciente que, al igual que ella, siempre habría personas dispuestas a ayudar, sin importar cuando dinero llevaran en sus bolsillos. La grandeza en las personas estaba mas allá de cuanto oro poseyeran, la grandeza estaba en sus acciones, en sus corazones, y la persona mas pobre de la ciudad podía ser más grande que cualquier rey. Pero ninguno de esos pensamientos venían al caso, toda su atención se vio atrapada en esa aura letal que envolvía al desconocido y esa extraña sensación de que o lo ayudaría o seria él mismo quien acabara por darle muerte al hombre tendido en el suelo.
“Lo va a matar, y luego te matará a ti” le decía su molesto instinto. No tenía sentido alguno. Con el temor completamente apoderado de ella, comenzó a rodear a ambos hombres, completamente consciente de como el joven de ropas finas temblaba por completo. Se negaba a creer que fuera por miedo, pero entonces ¿Por qué temblaba así? Se paró frente a ellos, viendo con tristeza al hombre en el suelo que seguía luchando inútilmente por respirar. Dejó su mirada clavada en él, mas por miedo a mirar a quien trataba de ayudar, algo le decía que encontrarse en ese momento con su mirada no sería de ayuda, no sería bueno. Pero lo hizo, y se aterró. La mirada en él y su forma de observar al hombre casi muerto era espeluznante, casi podía leer en sus labios susurrando que le daría muerte, casi podía ver sobre ellos una sombra esperando a que atacara ara luego llevarse el alma de aquel desafortunado individuo. *Va a matarlo* pensó Eileen sin entender el porqué. Nada tenía sentido, mas eso no quería decir que no estuviera ocurriendo. La oscuridad no le dejaba ver bien el rostro de ninguno de los dos hombres, solo sus miradas. La mirada de un cazador y la mirada de una victima. “¡¡Corre!!” volvió a gritarle su instinto, mas solo se inclinó junto al hombre medio muerto, sin dejar de mirar los ojos de aquel que podría ser la muerte o un ángel salvador – Está sufriendo…dejarlo agonizar solo sería una crueldad ¿verdad? – quiso creer que ese era el motivo por el cual sentía que el joven quería darle muerte al hombre, especialmente por que no era solo eso lo que veía en sus ojos. También estaba asustado, Eileen no sabía las razones, pero podía ver el miedo y la duda en los ojos claros de aquel joven que aun se le hacía sumamente irreal – Siento haberlo arrastrado a esto, pero no tuve a quien mas recurrir – se sentía culpable, seguía sin entender el porqué, pero se sentía culpable, como si ella hubiera llevado a ambos hombres a un destino que ninguno debía correr. ¿Qué ocurriría?
Eileen Sweeney- Humano Clase Baja
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