Una bella tarde para la amistad - (Herman Ivan Kolben)

Aquella mañana Maryeva, se despertó con todas sus fuerzas renovadas, como si de un sueño largo y prolongado de pronto fuera saliendo hasta sentirse totalmente bien. Hacía tiempo que no se sentía así – desde… que me dejaste – suspiró, mientras se dirigía al ventanal, para apreciar cómo estaba la mañana. Pensando en el amor que no había podido superar las el gran escoyo que era su origen prohibido – bien, si el destino, la iglesia o los hombres han decidido que lo nuestro no puede ser… y tú eres tan poco valiente para luchar por ello…– miró por la ventana mientras hablaba para si – entonces, no volveré a derramar una sola lagrima por ti. Es tiempo de que vuelva a la vida, es el momento de retomar el objetivo que me trajo hasta aqui – observó los pájaros en las ramas, la gente caminando feliz y despreocupada por la acera – amor mío, quedarás como un bello y añorado recuerdo, pero no volveré a buscarte, nunca más estarás en mi mente y en mi corazón – se dio vuelta y caminó hasta su guardarropa y eligió el vestido que se pondría, tenía tantos y tan bellos, pero hacía un tiempo hasta ahora que nada le parecía lo suficientemente atractivo para salir de ese sopor en que se había enclaustrado, uno en particular llamó su atención, era un hermoso vestido de seda combinada con gasa y de un llamativo color verde esmeralda.

Tras bañarse y arreglarse, salió de su mansión en el carruaje de la familia, pidió la llevara a hacer algunas compras, así pasó parte de la mañana adquiriendo, perfumes, vestidos, ropa íntima y además un poco de provisiones, que llevaría a los pequeños del orfanato, hacía mucho que no pasaba a saludarlos y se sintió culpable. Cuando quiso darse cuenta de la hora era pasado las tres de la tarde y no había comido nada desde el desayuno. Pensó que hacer entonces recordó que su ama de llaves había indicado dejar una pequeña canasta con algunas frutas, queso y jugo para que ella comiera si le apetecía. Es así que decidió crear un pequeño picnic en plena Plaza Tertre, aunque la gente la mirara, o sintiera sus ojos clavados en ella, daba igual nunca le importó lo que los demás dijeran, ¿porque le comenzaría a importar ahora?

Llegó a la Plaza, descendió del carruaje y le pidió que la buscara en dos horas, miró para todos lados buscando un lugar agradable para sentarse. No le fue difícil encontrarlo, en medio de unos árboles y decorado con unos rosales de color sangre, un bello lugar sombreado y que la brisa mecía las hojas de esos bellos arces. El lugar estaba vacío y su estómago comenzaba a gruñir por un poco de comida. Llegó a paso ligero, esperando que nadie ocupara el lugar, de pronto se acordó de una situación vivida hacia un tiempo, cuando en esa misma plaza conoció a un amigo que hacía tiempo no sabía nada de él – ¿que habrá pasado contigo? – penso mientras llegaba al sitio elegido y se acomodaba. Suspiró y tras cerrar los ojos y sentir la brisa en sus cabellos y su rostro, se dispuso a comer, primero sacó una deliciosa manzana, la más hermosa y apetitosa, la mordió con fruición y sintió como el jugo de la fruta resbalaba por su garganta – que delicia – pensó. En ese momento unos niños que jugaban, tiraron una pelota con tan mala suerte que le pegó en el brazo haciendo que ella tirara su manzana. El dolor en el brazo no era fuerte pero la rabia trepó pronto a su cabeza, por la frustración de perder su manzana. Miró al grupo de niños para reprenderlo y vio que entre ellos estaba un joven que reía divertido – ¿que le da tanta gracias? – caviló enojada por la actitud infantil del hombre. Unos instantes después lo observó que se dirigía a ella, seguramente a rescatar la pelota, pero decidió que se vengaría y jugaría un poco al gato y al ratón, rápidamente la escondió entre sus faldas – no la conseguirás tan fácilmente – pensó mientras se sonreía con algo de malicia.

Aquel joven se fue acercando y conforme lo hacía le reconoció, sonrió divertida, seguro que no la reconocería, hacia muchos meses que no se veían – ¿cuántos? – caviló – una eternidad, han pasado tantas cosas, buenas y malas durante este tiempo que me pareciera que fueron años de que nos conocimos -. Se retrepo en el asiento y sostuvo con sus piernas el balón. Esperó que se acercara, quería comprobar si él aun la podía recordar – a veces siento que yo no me encuentro, ¿donde quedó esa muchacha alegre que creía en el futuro? – una sombra de tristeza recorrió su rostro pero se desvaneció al contemplar a su amigo más de cerca.

Nada en él había variado, esos hermosos ojos celestes y cristalinos como el agua de un estanque, sus cabellos rubios dorados como el sol, esa picardía en su mirada y el ansia de mostrarse como un hombre serio ante los demás, aunque ella conocía su interior, en verdad era como su dulce acompañante, que lo traía a la saga, juguetón, cariñoso.

Sonrió nuevamente, Herman podría a ver sido uno de sus peores enemigos, tal vez si se enterara de que ella en verdad era una cambia forma, esa bella amistad no podría existir. Descartó la posibilidad, nunca lo haría, solo si él tuviera que darle caza se enteraría de lo que era en realidad y no pensaba poner en peligro aquella maravillosa amistad.

A poco menos de un metro, él le pidió disculpas y nombrándola, le pidió gentilmente el balón y resaltando la amistad que hubieron tenido. Ella abrió sus ojos en una clara muestra de asombro, - aún se acuerda – caviló- esta bien, pero esto tendrá una condición, querido Herman – sonrió al decir su nombre – deberás hacerle compañía a tu vieja amiga, aunque sea por un corto tiempo – hizo un movimiento y el balón rodó hasta los pies del muchacho. Con su mano indicó el lugar vacío en el banco, - cuéntame, ¿que ha sido de tu vida todos estos meses? - lo miró, mientras les tiraba el balón a los pequeños y un cachorrito se acercaba a Herman. A Maryeva, los ojos le centellaron, no era que le disgustaran los animales, muy por el contrario, los amaba, pero en esos momentos hubiera querido convertirse en gatita para jugar con ese adorable perrito.

Sonrió divertida al imaginarse como se disolvería su figura y del vestido que quedaría en el banco surgiría un gato atigrado de color gris y ojos verdes que correría feliz a buscar diversión con el pequeño animalillo. Imaginó la cara de asombro de Herman y de los demás transeúntes y no pudo dejar de reír con una risa fresca y cristalina. Se tapó la boca y siguió riendo con sus ojos, mientras lo observaba – tan distintos y con el mismo trabajo – pensó mientras su mente volaba cientos de leguas hasta una mansión en Italia donde su adorado estaría leyendo su carta.

Recordó el lugar donde lo había visto por primera vez, si, había sido en esa misma plaza, cuando él como seguramente hoy se tomaba un descanso de su agitada vida. Recordó como discutieron al principio por el banco y después, él la llevó a conocer los alrededores, en esa ocasión caminaron toda la tarde hasta que la noche se enseñoreo del lugar y les dio la despedida. Ella subió al coche de sus tíos que la esperaba en la misma plaza Tertre.

Pero no fue ahí donde conoció su verdadero “trabajo” sino en el bosque, cuando en una de sus salidas nocturnas lo vio, estaba entrenando y le hubiera encantado practicar con él, si no fuera que seguramente le intentaría dar caza. Su mente era un remolino de emociones y recuerdos, mientras él se acomodaba a su lado.