El mensaje de la rastreadora.

Un mal día, definitivamente un mal día.

Adoraba mi trabajo, ser diplomática, ser la encargada de llevar los asuntos internos y externos de los reyes, era un privilegio, un lujo y una entretención….salvo ese día. El quinto dia del séptimo mes de trabajo sin fin, hacia que mi labor comenzara a ser un pequeño infierno para mí. Sobre todo después de la nueva jerarquización con Axásveroth en cabeza.

Solte un resoplido cuando la puerta sono otra vez, e hice una mueca de asco ante uno de los guardias que entraba en mi luminoso y gigantesco despacho, el quinto que enviaba Axásveroth aquella tarde.

-Jefa... El guardia hizo una reverencia, mientras atareado, forcejeaba con cinco adolescentes encadenados de pies y manos, todos ellos con estudios y bases para convertirse en inquisidores. Recién robados. “frescos y limpios para cocinar”.
Mientras que por otro lado, a mi izquierda, otro de los guardias me sujetaba una fajo de papeles de unos cincuenta centímetros de alto, con nuevos expedientes de sujetos que investigar y que debian pasar bajo mi aprovación antes. A la vez que a la derecha; otro de los guardias dictaba a mi asistente datos sobre el viaje que tenía que realizar en dos días a Italia. Que a su vez, me comentaba los asuntos del día. Mientras todas esas voces se mezclaban en un momento de prisa, y necesidad de mi atención.

-Jefa. Nuestro señor desea que estos prisioneros sean transformados esta semana, pero según los informes…¡¡¡AAAH!!! Los adolescentes, revoltosos y asustados, habían cambiado sus posiciones para hacer caer al guardia.
-¿Madame, desea viajar en sábado o en domingo a Italia? Preguntó mi asistente.
-Oh, por cierto. Estos chicos serán de la clase A, o de la B. Pregunto un guardia que se hayaba mas atrás del que se revolcaba en el suelo.
-Nuestro señor nos ha pedido que si le puede enviar una lista de sujetos de clase AA-A-09 .Indico el guardia al lado de mi asistente.
-Por cierto. ¿Cuando se supone que deben ser transformados los chicos?, reclamo el guardia enredado con los adolescentes en el suelo. Mientras ahora todos enredados en cadenas, se removían en el sueño de mi despacho mientras yo miraba hacia un lado, sintiendo que la vena palpitante de mi frente bombeaba sangre a toda prisa.

Me puse en pie y camine hasta rodear mi escritorio, entonces uno de los chicos encadenados se desenredo y corrió queriendo escapar, pero aturdido se dirigió hacia mi y choco contra mi pecho, agarrándome con sus dos –aun pequeñas manos- a mi generoso escote, sorprendiéndose y sonriendo de pronto al ver lo que sostenía, teniendo incluso la osadía de apretujarme los senos, quizas exitado con su tamaño.
Aquello como la pequeña gotita de agua que se vacía en un recipiente….colmó el vaso, e hizo explotar a la “mala bestia” que se hallaba en mí.

Sonreí.

Sonreí y ladee el rostro.

Sonreí dulcemente y todos palidecieron. Pues normalmente que yo sonriese dulcemente, era signo de que las cosas no iban bien, por lo que el gesto de terror se expandió, sobre todo en la cara del niño…
Y es que empezó a llorar sin poderlo contener después de la docena de palmadas que recibió en su más que dolorido trasero.

Entonces camine hacia la puerta de mi despacho, la abrí, y antes de salir me gire un instante. Hablando dulce, suave y delicadamente sin alzar siquiera la voz.

-A dia y hora actual de hoy, mes de diciembre; Me voy de vacaciones. Que conste en acta.
Si Axásveroth, pregunta…Me encogí de hombros. Decidle que me fui a Jamaica. Él lo entenderá. Indique guiñándoles el ojo y cerrando.
Acto seguido me contoneé por el largo pasillo mientras uno de mis asistentes me acercaba mi abrigo y yo salía con una radiante sonrisa del palacio. Aquella noche me iba al centro de la ciudad, decidida a beberme hasta el agua de los jarrones.

La espera no duró demasiado. A penas unos meses después de conocer la noticia del fallecimiento del rey Cyrion, su compañera, Dariel, me buscó. Para ello, envió a varios rastreadores para que dieran conmigo hasta que, al fin, me localizaron en Groenlandia. Allí, ocupada sin mayor cometido que mi propia supervivencia, aquellos hombres me dieron en mano un sobre lacrado con el emblema de los Reyes.

Hoy por ti…

… mañana por mi, completé en mis adentros, manteniendo el ceño fruncido y los dedos arrugando aquél papel que no contenía más palabra que aquellas. Pero era suficiente.

Tras arrasar las vidas de aquellos enviados, decidí que era hora ya de partir hacia mi cometido. Por ello, recogí mi extensa y azabache cabellera en una trenza que fue utilizada a modo de diadema, impidiendo que los cabellos me molestaran al azotar mi rostro, pues el viento en aquellos lares era fuerte y gélido, ventiscas que no solían descansar jamás. Por encima del ceñido vestido de cuero marrón acomodé mi abrigo de pieles, dejando que la capa cayera más allá de mis huellas, protegiéndome del frío. Finalmente, vestí mis manos con los guantes de hierro y ya con mi tridente en mano, inicié mi viaje hacia Dariel, la misma que ahora, parecía reclamar mi ayuda. Una ayuda que le debía tras una hazaña acontecida hacía varios siglos atrás...

Mi estrategia era infalible. Al menos, debía serlo. Pero algo se torció, algo que no tuve en cuenta. Había llegado hasta allí dispuesta a salvarla, sin pensar que en realidad, ella no quería ser salvada. Y el Rey me hizo prisionera, llegando incluso a sentenciar mi muerte devorada por el fuego. Pero cuando la Muerte dejó escapar su halo sobre mi nuca desnuda… ella me liberó. Me salvó la vida y me hizo jurar que volveríamos a vernos…

Y así fue como mis pasos me llevaron de nuevo ante ella, ahora un tanto recluida y a expensas de otro hombre que la gobernaba: Axásveroth, un hombre de sangre fría y una avaricia cegadora, cuya ironía le hacía pedante a mi parecer y cuya presencia no podía ni oler. Me repugnaba de sobremanera, incluso más que su difunto hermano y antecesor.

La belleza de Dariel era sobrecogedora, por lo que durante mi visita en la corte real intenté no mirarla más de lo debido, limitándome a escuchar las órdenes que recibía de su boca y despidiéndome de ella casi con una frialdad escalofriante, dejando pronto tras de mí, el contorno de aquél castillo para ir en busca de otra mujer, una cambiaformas llamada Evolett y que según lo comentado con la reina, juntas debíamos iniciar una búsqueda un tanto especial.
Taberna.

Meneé la cabeza y ante el gesto, mis ojos contemplaron aquella luna llena, blanca y esférica, más reluciente que lo habitual. En un parpadeo, una gran bola de fuego descendió del cielo y se perdió tras las colinas de París, lugar en el que me encontraba ahora, más precisamente, frente a una pequeña taberna de la que sólo salían hombres borrachos y malolientes que, al verme, sus miradas quedaban petrificadas y huían dando tumbos por los desérticos callejones húmedos. Así, tomé una bocanada de aire y empujé la puerta con la punta de mis dedos, entrando en aquél oscuro antro abarrotado de muchedumbre.

Y entre el silencio atronador que mi presencia despertó a los presentes, mis fieros ojos buscaron el rostro de la mujer, pasando del semblante de una robusta ramera, al de un niño lazarillo que engañaba a su dueño bebiéndose su ron, al del camarero expectante, al trasero en pompa de otra mujer arrodillada en el suelo… hasta que al fin, vi en los ojos de aquella morena el rostro que buscaba. De ése modo, caminé con paso firme hacia ella y tomé asiento a su lado, indicando al camarero que me pusiera lo mismo que ella bebía, fuera lo que fuera. Entorné mis ojos y la miré penetrantemente, con desconfianza aunque con cierto deje curioso. ¿Por qué encargarme una misión con ella? ¿Por qué no dejarme trabajar sola? Algo se cocía la reina y francamente, olía pésimo.

Bebi el ultimo sorbo de la tercera copa y la deje sobre la barra. Intentando ignorar el aroma de aquel antro y el mismo ambiente que alli se respiraba.
Aquel no era el lugar mas armonioso, ni el mas elegante, ni el mas ....limpio. pero al menos tenia la certeza de que tardarian en encontrarme si el resto de siervos comenzaba mi busqueda. Por lo que me distraje mirando el mismo cristal que sostenia, pensando en el destino que tomaria para librarme una temporada de París. Pero entonces senti el misterioso silencio que de pronto envolvía el lugar, seguramente a causa de aquella extraña a la que habia visto desde que entrase a traves del reflejo de la botella medio vacia que ante mi se mostraba.

Me serví un poco mas, sin embargo no bebí, sino que simplemente me quede sujerando la copa, acariciando el borde con los dedos de una mano, mirando a traves del reflejo como aquella se sentaba a mi lado, acomodándose, notando el cosquilleo de su gran abrigo de piel en mi brazo. Sin embargo ella miro la botella y me vio contemplándola, por lo que nuestra mirada se encontró de forma indirecta tan solo un segundo.
Sonreí, y me gire levemente en el mismo taburete,aun con las piernas cruzadas, unas que se apreciaban casi en su totalidad debido al corte poco apropiado del mismo vestido que llevaba, uno que dejaba ver cuan largas eran, -algo seguramente indecoroso en una dama de mi altura, claro que esas cosas de decoro en aquel momento ... poco me preocupaban.-

Comencé a visualizar a la mujer que tenia delante sin reparo alguno, ladeando el rostro, apreciando sus ropajes demasiado abrigados para portarlos en un lugar como París, así como en su piel pálida, sus rasgos afilados y precisos que en su conjunto daban un aire feroz y salvaje a aquella mujer de alborotados cabellos azabaches...
le contemple un instante demás, acercando la copa a mis labios mientras le miraba a los ojos, escrutando aquel brillo que parecia tan sinverguenza como el mio y sonreí en mis adentros, aquella mujer definitivamente era poseedora de una belleza inmortal.

¿Es que ha venido a hacerme compañía, madame? Pregunte teniendo que romper el silencio, bromeando mientras miraba su gesto severo. Por lo que lleve mi copa hasta la de ella haciendo chocar el canto de esta con la suya. Bebiendo un ultimo sorbo antes de dejarla sobre la mesa.
Pero entonces, me cruce de brazos y el atisbo de sonrisa bromista que le acababa de mostrar desaparecio de mis labios.

"¿Quien le envia y porque?"
Pregunte en mi mente un tanto tajantemente.

Si, definitivamente cuando quería iba al grano, por lo que le pregunte en mi mente esperando que ella me escuchara. Si no lo hacia ya le haria salir conmigo, pues por su aspecto, por su mirada, y por su gesto serio, trajera el mensaje que trajera, era mas que seguro que no era para comentarlo en un lugar publico.

Odiaba dar explicaciones, mucho más me molestaba la idea de rendir cuentas con aquella Doña Nadie. A su petición, tuve que controlar mis instintos dormidos mediante la opresión de mis mandíbulas, ahora tensas como todos y cada uno de mis músculos. No me gustaba el tono que había empleado para dirigirse a mí y aquello me sobrecogió, pues solía ignorar aquella clase de detalles que solían aparecer a lo largo de una interacción personal. Era quizás por mi ferviente deseo de soledad o porque simplemente odiaba a la gente que habitaba el mundo, que prefería abstenerme de mantener contacto alguno con las personas, humanas o no humanas. Aquella mujer no era diferente para mí. Era un número más, una cifra que formaba parte de aquella sociedad. Una pulga a mi lado que me había parecido denotar un agudo chirrido como si quisiera ponerse a la defensiva conmigo, como si se creyera alguien. ¿Sabría quién era yo? Supuse que no y, por su semblante un tanto contrariado y confuso, adiviné que se encontraba sumida en la ignorancia de desconocer el motivo de mi visita, lo cual me hizo torcer una sonrisa complacida: al fin y al cabo, la reina había confiado primero en mí, una salvaje ermitaña de las tierras del norte, a ella, su supuesta mano derecha. Aquella idea casi me hace soltar una carcajada. ¿Qué pensaría aquella metamorfa de saber que ni su superior confiaba en ella tanto como conmigo? En todo caso, aquello no era asunto mío, así que me incliné hacia adelante y anclé mis codos en aquella mesa, ignorando la bebida que se encontraba junto a mí -y no me refería al vino, precisamente-.

- Me envía tu reina para llevar a cabo un cometido del que ahora tomo el mando.- respondí con un deje mordaz y la mirada penetrante, fija en un hombre encapuchado que parecía querer esconderse entre las sombras de aquella taberna, pareciéndome sospechosa su actitud un tanto vacilante y nerviosa. Lo cierto es que ignoraba bastante a aquella sujeto llamada Evolett, no me interesaba en absoluto ni siquiera por el interés que el cometido despertaba en mí, pues aun no comprendía para qué la necesitaba. Mientras alargaba cada una de mis palabras sosegadas, el semblante de la mujer pareció adoptar la incredulidad ante mis últimas palabras, pues probablemente no aceptaría que yo, una extraña a la que probablemente tildaba de incivilizada, pudiera darle órdenes a ella, una mujer de su clase y elegancia tal y como su porte y figura pretendían mostrar. ¡Ah, cuán fácil era urdir una máscara! Probablemente se trataba de una pobre infeliz que buscaba en el alcohol la solución a sus problemas. Qué triste era sentirse y ser débil, pensé en mis adentros antes de proseguir sin esperar interrupciones por su parte.- Nuestro vínculo será estrictamente profesional y terminará cuando consigamos el propósito de Dariel. Y aunque por mí podríamos no decirnos nada más, supongo que es necesaria una pequeña presentación. Mi nombre es Etháin. Me comunico telepáticamente así que te sugiero que estés atenta. No necesitas saber nada más sobre mí. A partir de ahora acatarás mis órdenes, así que paga tu consumición que nos espera un largo viaje.

Me alcé del taburete dejando que ésta cayera con un estruendo suficiente para captar la atención de los allí presentes, que enmudecieron todos y sus miradas se desviaron con tal de no fijarse en mí. Todos parecían incómodos ante mi presencia excepto aquél encapuchado que mantenía sus ojos fijos en los míos, sosteniéndome la mirada con una osadía que casi admiré.

- Te sugiero que te abrigues.-le recomendé, mirando de reojo aquél puñado de trapos que apenas cubrían su piel.- Al lugar dónde vamos hará frío y no me detendré en cavar tu tumba bajo la nieve.- añadí, echando una furtiva mirada al local antes de dar media vuelta con brusquedad, haciendo que mi capa de pieles volara por encima de aquella mesa y tirara al suelo las botellas y las copas que el camarero nos había traído, pisando los restos de cristal sin que el escozor de las heridas me inmutara.- Espérame fuera.- fue mi última orden, encaminándome hacia el encapuchado cuya mirada centelleante parecía aterrada en cuanto mi presencia más se acercaba a la suya.

Pero cuando mi mano se estiraba ya hacia aquella capucha para descubrir su identidad, el alboroto de la calle me distrajo y el olor a sangre fresca golpeó mis pulmones y mis instintos, por lo que al volver mi mirada hacia el encapuchado, éste ya no se hallaba allí. Refunfuñé algo y ahora realmente mosqueada, salí de la taberna preguntándome si aquél era un espía y había tramado aquella distracción adrede. Fuera, sobre los húmedos y sucios adoquines de la calle, Evolett gruñía y miraba hacia dónde la niebla engullía la callejuela, sosteniéndose una herida en su muslo derecho de la que brotaba sangre. Puse los ojos en blanco y resoplé. ¿No podía dejarla sola ni dos segundos? Odiaba sentirme como una niñera y si por mí hubiera sido, la hubiera rematado con tal de poder seguir el camino a solas. Pero la promesa de mantener a la metamorfa viva, me lo impedía. Chasqueé la lengua contra el paladar y con el ceño fruncido, volví la vista hacia ella.

Olfatee mi mano ensangrentada y el trozo de tela que le había arrancado a aquel sujeto, aspirando el aroma de aquel que nos espiaba y que había intentado huir, chocándose conmigo antes de que ambos tuviéramos un más que rápido intercambio de … “palabras.”
No habia podido sujetarle, pues mientras yo desgarraba parte de su pecho el habia aprovechado para desgarrar mi muslo, aprovechando el segundo de distraccion que habia existido por mi parte para esfumarse.
Gruñi.

El aroma de aquel se percibía cerca, por lo que miré a todos lados ignorando a la inmortal que se encontraba ahora a pocos pasos de mí. Lamí mis dedos, degustando por un momento aquel sabor dulzón tan característico. -El sabor de los inmortales- por lo que ignorando el corte de mi muslo avance entre la neblina inmiscuyéndose en los callejones, dejando a aquella que decía llamarse Etháin detrás. Pero la neblina aumentaba y el aroma se difuminaba mezclándose ahora con el de la humedad y el humo de las chimeneas.
Enseñe mis dientes a un enemigo invisible, gruñendo gravemente como la bestia que era al sentir que empezaba a perder el rastro, pues la idea de que me siguieran no me hacia precisamente gracia, aunque por lo que veía no se trataba tanto de mí, sino de la señorita de las pieles con ansias de ser el centro de atención, la que había hecho que mi noche dejara de ser tranquila.
Por lo que seguí inmiscuyéndome en los callejones, llegando a una fachada para agarrarme ágil y veloz a uno de los tubos de esta, utilizando mis propias uñas para agarrarme, subiendo sin demora alguna antes de comenzar a correr por el techo, llegando al borde del mismo, dando un largo salto mientras me transformaba en pantera, escogiendo aquella forma para camuflarme en la noche mientras me deslizaba por el siguiente tejado, mirando ahora a mi alrededor con una extrema claridad, sintiendo aquel aroma de forma mucho más vivaz que antes, por lo que seguí el rastro apreciando que una sombra se movía con agilidad entre los callejones. Sonreí en mis adentros al sentir su aroma fresco y ahora infinitamente más fuerte, siguiéndole unos cuantos metros más hasta que logre tenerle a una distancia prudencial, aprovechando que dudaba entre el camino a escoger para lanzarme sobre su figura desde uno de los tejados, lanzándole al suelo, mordiéndole entre el hombro y el cuello con ferocidad mientras él se revolcaba y se giraba mirándome con espanto mientras yo le gruñía, dándole con la zarpa un feroz rasguño que le desgarro y le desfiguro la cara dejándole inconsciente.

Volví a mi figura humana para ponerme de cuclillas sin perder momento alguno, inspeccionándolo y metiendo las manos en sus bolsillos, hasta que di con un pequeño trozo de papel.
Me puse en pie, posando el tacón de mi bota sobre el pecho del hombre por si este se movia, mientras leía la ubicación en coordenadas que en aquella nota se mostraba. La memorice al instante, sabiendo que indicaba un lugar de las tierras del norte por las iniciales que se mostraba al lado de los numeros.
Pero entonces otro aroma me inundo haciendome girar la cabeza para mirar a la inmortal que se mostraba a pocos metros de mi.

Escrute su semblante sintiendo un tanto de hastío. Tenia que salir cuanto antes de París o terminaría odiando todo lo que vivía en aquellas tierras.

"Das demasiadas cosas por sentadas si piensas que voy a colaborar contigo.
No pienso ni aceptar tus órdenes ni ir contigo a ningún lado."

Comencé a caminar hacia ella, arrugando la nota que acababa de leer hasta convertirla en una bola de papel, lanzándolo a la vez que ella lo sostenía en el aire.

"Si la reina te envió a una misión, no veo que demonios tiene eso que ver conmigo. Así que…
Diviértete."
Comente antes de comenzar a alejarme, hasta que un gruñido detrás nuestro -por parte de aquel a quien acababa de atacar- impidió mi avance, siendo sus palabras las que realmente me hicieron parar...