Una pequeña sorpresita y varias aventuras más (Privado)

Caminé, con paso presuroso, por la hermosa e iluminada campiña. Aquel alejado lugar, era perfecto para realizar un encuentro con su pequeña, adorable, e inteligente, amiga. Ella no era otra, que la divertida, señorita Wasenbell.

Hacía unos días, la había ayudado a transformarse en hombre. Su poción, había creado una ilusión perfecta. Su cambio de sexo, no había ayudado a encontrar la información que necesitaba, pero sí a encontrar algo interesante. Sonrió al recordar todo lo que había descubierto en la taberna.

Pero esta vez... su aventura sería diferente. Pensó en aquellos hombres, que sin querer, había encandilado. No era su intención, jamás usaría sus poderes para aprovecharse de los demás. Sólo en caso de defensa.

Vislumbrando el árbol en el que habían quedado, sonrió y correteó hasta llegar al árbol. Miró extrañada a su alrededor sin ver a nadie. Creí que llegaría más tarde que Anne, pensé con preocupación, Espero que no haya tenido complicaciones.


Apoyándose en el árbol, comencé a susurrar una hermosa canción. Las palabras españolas, salían de su boca con total naturalidad. Al fin y al cabo, era su letra natal. Sin embargo, lo gracioso era, que siempre mezclaba el acento francés con el español. Creando una entonación más suave y sensual. Aunque, por supuesto, de ello no tenía ni idea.

Llegar a París es algo que casi podría considerarse como algo nuevo. Pero no era así para Arquímedes. El joven había ido infinidad de veces a lo largo de su vida a la ciudad de los sueños, primero con su familia y luego sólo, con algunos amigos quizás, para visitar la ciudad y...para divertirse. Porque eso era lo que hacía la mayor parte de las veces, casi siempre a lo largo de su vida. Pero aquella vez era una excepción. Ahora no arribaba a París para ir de juerga, para visitar los lugares más emblemáticos o ir a los burdeles a los que iba a veces. No. Aquella vez iba para buscar a alguien.
A su hermana.
Anneliese era demasiado joven para andar sola por la ciudad, por mucha confianza que se tuviera en ella. Arquímedes siempre se había sentido escandalizado por la reacción de sus padres y de su hermana ante la carta que la brujita les había mandado. Estaban tan seguro de que estaba bien que simplemente se limitaban a esperar a que decidiera regresar. Y esto no estaba bien. Arquímedes, pasado un tiempo, había decidido que ya iba siendo hora de encontrar y de traer de vuelta a casa a su hermana pequeña.
El día que llegó a París tuvo que ir de un lado para otro descargando cosas. Soltando lo necesario en un hotel y pensando en dónde ir a buscar. Pasó varios días buscando a Anneliese, tanto en forma humana como en forma animal. Incluso llegó a preguntar a la gente. Y nadie que le diera una pista sobre ella, aunque un hombre le habló de una chica que bien podría recordarle a su hermana, con el pelo blanco y rostro de niña. Pero seguía sin ser ella.
Y así fueron pasando los días, hasta que finalmente llegaron a las dos semanas. Justamente entonces, cuando Arquímedes casi podría plantearse la posibilidad de rendirse y de regresar a casa para esperar otra carta, la encontró. Por meras casualidades del destino encontró a la cabra loca de su hermana en un lugar dónde no se había esperado encontrarla. Aunque a decir verdad tendría que haberlo pensado antes.
Allí, subida a un árbol como debería estarlo un pájaro. Era evidente que no le había visto, ni que le veía desde aquella distancia tan prudencial. Arquímedes sintió varias emociones pasando por él como si de un rayo se tratara. Alivio, al principio. Y luego algo parecido a la diversión. Y un poco de exasperación, ya que les había tenido preocupados durante tanto tiempo, al menos a él, por mucho que supiesen que supiera cuidarse sola.
Entonces decidió darle un pequeño susto.
El muchacho adoptó su forma de águila y sobrevoló el cielo muy alto. Tal como le gustaba a él. Alto, muy alto. Luego bajó rápidamente hacia dónde estaba, como si fuera un pájaro que está a punto de atacar a su presa, y rodeó el árbol con la rapidez de su rayo. Y entonces se percató de que había alguien más con ella, abajo, cantando una bonita canción. El águila miró hacia abajo y vio a la mujer que estaba allí. Y entonces decidió darle a ella un pequeño susto también. De todos modos no valdría la pena mantener el secreto. Así que voló hasta el suelo y tomó forma humana delante de sus narices. Hizo una reverencia un poco exagerada, casi cómica, hacia la dama, y luego miró alternativamente a las dos mujeres, diciendo:
-Que buen día para pasear hoy...¿no creen?-la sonrisa de Arquímedes era audaz, divertida. Como de aquel quién sabe que acaba de atrapar a alguien.

Un pájaro daba vueltas y más vueltas alrededor del árbol. Ruslaba había llegado y yo veía a un pájaro que daba vueltas alrededor. Me disponía a bajar de aquel árbol para ir a saludar a Ruslana, pero aquel árbol me había dejado completamente hipnotizada, y la verdad es que no entendía muy bien el por qué. ¿Qué ocurriría? ¿Quién sería aquel pajarraco? Porque me sonaba. Y mucho. Había un pequeño rinconcito en mi cabeza que se empañaba en dar saltitos e intentar hacerme ver algo que no veía, que conocía algo de ese bicho que nadie más conocía, nadie aparte de mí, ni siquiera Rus, a pesar de que no había nadie aparte de ella ni de mí en aquel lugar, ninguna otra presencia humana que se pudiera pispar de lo que sucedía allí, ni nadie más aparte de mi amiga que me pudiera tachar de loca por quedarme mirando a un pájaro que daba vueltas y más vueltas...por suerte sabía que ella no lo haría, me temía más o menos como a una persona inocente, o más bien cómo a una chica a la que le gustaba meterse en problema y que tenía algunos conocimiendos bastante valiosos, quizás algo más para mi edad (que es lo que dirían muchos) acerca de pociones, de hechizos extraños e incluso de invocaciones de fantasmas (que en realidad prácticamente ni los invocaba, éstos venían a mí porque les daba la gana, eran cómo gatos que te encontrabas por la calle) Y el hechizo hipnótico se rompió cuando me di cuenta de que el pájaro estaba con el ojo puesto en nosotras. Que no volaba allí porque sí o porque buscara algo para comer, cómo haría cualquier otra ave. No. Había venido porque nosotras estábamos allí. Y tuve la certeza plena de ello en cuanto el pájaro bajó del árbol para posarse en el suelo, delante de mi amiga. Por un momento pensé que se disponía a atacarla, así que me apresuré a sentarme en la rama y a coger una fruta de aquel árbol para lanzársela a la criatura y así poder espantarlo. Pero entonces...ocurrió lo inevitable. Ocurrió lo que no me esperaba, lo que jamás me habría esperado. ¡Y lo tendría que haber hecho! El ave tomó forma humana y nos hizo partícipes de una reverencia que sólo podría hacer un caballero. Un caballero. Y reconocí en ese caballero a Arquímedes. Mi hermano mayor. Mierda. Me había pillado. Nos había pillado...¡nos había pillado! Fui bajando del árbol poco a poco, como si temiera caer, y me coloqué junto a Ruslana para mirar a Arquímedes cómo si fuera un zombie, o un fantasma recién salido del mundo de los muertos. Estaba pálida, y muy quieta, cómo si no pudiera volver a moverme jamás. Y así estuve durante muchísimo rato. El silencio que se impuso en el lugar bien podría haber salido perfectamente de otro lugar, se alargó de un modo que podría haber hecho que nos pareciera horas, aunque en realidad sólo duró segundos (o eso creía) Pero después, de golpe, reaccioné. Cogí a Ruslana del brazo y chillé del susto cómo si nos hubiéramos encontrado con el mismísimo Satanás. -Es él...es él...¡el mismísimo demonio en forma humana!-sí, estaba nerviosa y exageraba de un modo casi teatral-Nos ha atrapado...pensé que no lo haría, que nunca me encontraría...-volví a mirar a mi hermano, cómo un sacerdote que le enseña la cruz a alguien que está endemoniado-¡Arquímedes, atrás! No voy a ceder a tus chantajes...¡anada! ¡Corre, que nos ha pillado mi hermano...estamos en peligro...¡en peligro! No hay nada más peligroso que alguien cómo mi hermano sólo con dos damas...¡te lo digo yo!-dije mirando a mi amiga con cara de miedo y susto. Tiré de su brazo con urgencia para que huyéramos de allí cuánto antes. Ay...¡la que nos acababa de caer! ¡La qué nos esperaba!

Spoiler:

Mientras era arrastrada del brazo por la pequeña bruja que se había convertido en mi aliada de travesuras, seguía pensando cómo era posible que aquel hombre hubiera aparecido de la nada. ¿Los brujos podían hacer eso?, me pregunté a mí misma, mientras recogía mis faldas y las alzaba para evitar caer. - ¡¿Quién era ese hombre y cómo... cómo ha podido transformarse de esa forma?!- Grité por encima de mi hombro completamente aterrada. Mientras las faldas se mecían de una manera alocada, de un lado hacia el otro por la carrera, mi mente no hacía más que darle vueltas al asunto. Podría ser una ilusión, pero había sido demasiado real, demasiado perfecta para ser mera magia. Ése hombre tenía una habilidad sin igual, y si íbamos a huir de él, necesitaríamos algún plan. Algo que nos hiciera "desaparecer" a su vista, si es que eso era posible para alguien que podía convertirse en pájaro, y acortar la distancia que habíamos abierto al comenzar la huida.

Sintiendo la fina capa de sudor que comenzaba a formarse en mi frente por el esfuerzo de la carrera, con un corsé hecho a medida y lo suficientemente apretado como para impedirle la respiración, a cualquier buen cristiano, resopló de forma infantil, y se forzó a sí misma a continuar corriendo. Ignoraba qué o quién era el que los perseguía, y mucho menos los motivos, pero si había asustado a Anneliese lo suficiente cómo para comenzar esta alocada carrera que mantenían ambas, debía ser alguien realmente aterrador.

- Busquemos un sitio donde escondernos, correr en línea recta por medio de los campos, será un fracaso de huida.- Mirando hacia atrás, no divisé al hombre, y un alivio temporal se instaló en mi pecho. Quizás demasiado rápido, pues al observar el rostro serio y concentrado de Anneliese, supe que ella no se encontraba aún a salvo.- Anneliese, pequeña, tú conoces este lugar. ¿Hay una granja, casa derruida, o población cercana a la que huir?.- El temblor de mi voz, mezclado con las rápidas exhalaciones de aire, demostraban lo agotada que estaba por la carrera. Si continuaban así, terminaría desmayándose antes de poder ponerse a buen recaudo. Lo primero sería encontrar un lugar en el que esconderse y descansar un poco, y lo segundo, montar una estrategia para conseguir pasar inadvertidas por el hombre. Aunque... si llegaba una explicación antes, sería de completa ayuda, porque, sinceramente, no comprendía nada de lo que estaba ocurriendo.