El Lazo de Narciso

Me encuentro completamente desorientado. Hace mucho tiempo que conozco a cierta persona, pero todo sigue resultando un enigma para mí. En sus ojos he visto reflejada mi angustia y he comprendido – por alguna razón que desconozco – que ese ser percibe todo cuanto ocurre en mi interior.

Asumo que estamos unidos por algún tipo de lazo, una empatía natural. Las tristezas que yo padezca, así como las alegrías que aviven mi corazón, serán tanto suyas como mías.

Dicho de esta forma pareciera que fuera parte de algo increíble, por consecuente feliz, y hasta casi mágico. Pero en mi realidad no ocurre mucho de esto.

Hace ya meses desde la primera que nos cruzamos. Tanto ese encuentro, como todos los que le sucedieron, ocurrieron cuando yo estaba inmerso en mis propios pensamientos. Cada vez que debía tomar una decisión importante en mi vida o cuando me dejaba inmiscuir en mi tristeza, este ser se mostraba ante mí.

Esta persona no siempre apareció ante mí de forma física. A veces era una señal, otras una aparición. Le he visto devolverme la mirada desde el reflejo de mi espejo y también ha jugado con los objetos de mi habitación – bajo una forma etérea - y haciéndome creer que era víctima de un poltergeist.

Es natural que sienta curiosidad sobre su existencia. Me pregunto cuál es el propósito que le guía a hacer todo esto, así también como deseo saber más sobre su naturaleza. ¿Quién es? Nunca tuve la oportunidad de buscar una respuesta. Siempre que se desvanecía me olvidaba por completo de lo ocurrido. Los recuerdos vuelven cuando volvemos a cruzarnos y duran sólo por el tiempo que permanecemos unidos.

Al suceder esto en repetidas ocasiones me vi forzado a buscar una forma de retenerla en mi mente. Comencé a escribir cartas y guardaba todo tipo de notas referidas a esta persona. Pero nunca pude guiar mis palabras correctamente, no pude convencerme a mí mismo de lo que me estaba ocurriendo en realidad. No logré retener a esta persona en mi cabeza. Siempre atribuí mi producción a inspiraciones alocadas, nunca asumí ser víctima de un suceso sobrenatural.

De esta forma mi vida transcurría sin más, ignorando por completo el lazo que me une con ésta enigmática persona. Y les confieso, es muy frustrante para mí que esto ocurra. En este mismo momento sufro porque en cualquier momento esta persona puede desvanecerse y porque mi vida entonces volverá a ser tan vacía como antes.

Nuestros encuentros en sí nunca dieron lugar a un gran intercambio. Esta persona carecía de voz o, en su defecto, yo no podía escucharle. Tampoco respondía a lo que yo le decía. Pero aún en su característico silencio ha sido lejos la mejor compañía que he tenido en vida. Me ha transmitido confianza y tranquilidad, siempre que he logrado dejar de lado todos los pormenores de nuestra relación y reposar mi mente en nuestro lazo.

Su existencia significa mucho y es por eso que me molesta tanto lo frágil de nuestra relación. Yo nunca me adapté al mundo en el cuál habito. No tengo las aptitudes ni el carácter para desear salir adelante. Los objetivos, logros y recompensas que el mundo puede darme no me interesan.

Jamás he prestado atención a nada, ni siquiera a mí mismo. No respeto si mi cuerpo tiene hambre, las horas en las que debe descansar o si me enfermo y necesito un medicamente no me intereso en conseguirlo. Desde que tengo decisión sobre mi propia persona mi vida ha flaqueado y cada una de las cadenas que me ataban a la vida se han roto.

Prácticamente pude haber muerto hace ya mucho tiempo y lo peor de todo es que hubiera muerto ignorando todo cuanto conozco de esta persona tan importante para mí. He procurado ser mi propio ángel de la guarda y he hecho cuanto estuvo a mi alcanza para que no me suicidara en un arrebato.

No saben cuán extraño era, cuando esta persona desaparecía, y como por arte de magia aparecían ante mí dibujos y cartas. En estas últimas intentaba por medio de mis propias palabras explicarle a mí yo – el que no conoce a esta persona- que había una razón para ser fuerte y seguir adelante en la vida, que debía seguir creyendo.

Son innumerables los esfuerzos y el sufrimiento por el que debí pasar para que me fuera posible que narrar esta historia. Pero finalmente soy capaz de hacerlo. Nuestro último encuentro fue singularmente diferente debido a esto.

Yo estaba sentado en el suelo contra la pared de mi habitación y que se encuentra frente a la que tiene la puerta de entrada. Procuraba enfocar mi mirada en algún punto ciego, como si estuviese en un lugar público y me sintiera en la necesidad de ignorar cientos de miradas de personas que podrían llegar a recelarse de chocar su vista con la mía.

Suelo tener ese tipo de actitudes que muchos marcan como incorrecta. Cuando me explayo en un discurso no me gusta tener la vista fija en mi interlocutor. Es más, no tolero mantener la mirada de alguien durante mucho tiempo. Tampoco me gusta sentarme de forma “correcta”. Me gusta desparramarme por el suelo. En ocasiones apoyo la espalda contra el suelo y – por así decirlo - me “siento” sobre la pared.

Del otro lado de la habitación estaba esta persona. Una joven de aproximadamente mi edad. Alta; cabello corto de color plateado; de complexión delgada, lo que hacía que diera la impresión de una persona “estirada”; un par de ojos color café oscuro surcados por dos grandes ojeras que, en conjunción con el color exageradamente pálido de su piel, le conferían el aspecto de una persona débil. No estaba maquillada ni vestía ropas llamativas. Era mi viva imagen, pero en versión femenina. Compartíamos incluso el mismo lunar, unos milímetros por debajo del ojo izquierdo.

Cuando me percate de su aparición en mi habitación creí que sería presa de un infarto. Me sobresalte – naturalmente - incluso grité en un tono no muy varonil. Una vez que me encontré un tanto más calmo logré identificar a mi intruso, ya le había visto aparecer ante mí con ese cuerpo.


- Hola.- le saludé al verla.

No supe si me escuchó, pero ella me saludo agitando la mano y me sonrío. Yo imité su gesto, luego me incorporé y fui a sentarme a su lado. Hice la prueba de ver si podía tocarla y apoyé mi mano en su hombro. Pude palparla, pero el tacto era extraño. No correspondía a la sensación que da un cuerpo humano. Eso me produjo un escalofrío, pero no me sorprendí para nada. Esos eran los límites de nuestro contacto. No podíamos charlar, no podíamos tocarnos sin sentir un rechazo natural y sólo podíamos compartir nuestro sufrimiento concomitantemente.

Me hice a la idea que las cosas entre nosotros no habían cambiado en nada. Seguíamos siendo una pareja imposible, personas de mundos diferentes que jamás habrían de cruzarse.

Me senté a su lado y apoyé mi cabeza en su regazo. Una vez que me ubiqué cerré los ojos y lloré en silencio. Por mí, por ella, por todos los recuerdos que volvían a mí uno por uno y por el amor que jamás podría confesarle.

Abrí los ojos de golpe al sentir el frío tacto de su piel. Alcé la mirada. Ella me observaba con tristeza mientras me enjugaba las lágrimas con la yema de sus dedos.

- Te amo.- le dije entre sollozos.

Ella cerró los ojos y en su rostro se dibujo una media sonrisa. Como si de alguna forma lo que sentía llegase hasta ella aunque no me escuchase expresarlo en voz alta. Tomé sus manos, retirándolas de mi rostro, y las apoyé sobre mi pecho. Luego yo también cerré los ojos.

Permanecimos así durante un buen tiempo en nuestro acostumbrado y obligado silencio. Mi cabeza que era un caos, analizaba y trataba de asimilar los recuerdos que volvían a mí, y poco a poco fui retomando el hilo de mis últimos pensamientos en su compañía.

Fue entonces que lo recordé todo. Los días previos a este encuentro yo había estado en reposo absoluto. Tuve un intento de suicidio en el cuál había perdido mucha sangre. Lo había hecho por ella, por el lazo que nos unía y por todo lo que compartimos Sin embargo, ahora que recapacito en todo aquello, no había tenido en cuenta el daño que le ocasionaría.

Consciente de que ella seguía mi mismo hilo de pensamientos abrí los ojos, quizás al mismo tiempo que ella, y busqué su mirada.

- ¿Qué es lo hice?- le pregunté avergonzado.

Ella se limitó a retirar una de las manos de mi pecho y me acarició el cabello. Como si me dijera que no me preocupara, que me perdonaba y que todo estaba bien.

¿Pero realmente estaba todo bien? ¿Qué podría ocurrir cuando volviéramos a separarnos?

Cada una de las veces que nos reencontramos me pregunté lo mismo. ¿Tendrá ella una vida propia? ¿Estará sufriendo lo mismo que yo? No me creo que sea un simple producto de mi imaginación, ella es algo más. Es obvio que ella tiene algo de mí, de otra forma nuestros sentimientos no se compartirían como lo hacen. Pero confío en que su existencia se juegan más cosas de las que soy capaz de ver.

En algunos de nuestros encuentros he imaginado su vida, como serían las cosas si yo fuera un visitante en su vida y pudiera presenciar cómo evoluciona su vida. ¿Soportaría verla a ella olvidarme y sufrir en una vida en la que no encuentra ningún significado?

Su mirada se desvió de la mía, evitándome. Al parecer estaba en desacuerdo con algo de lo que decía o quizás no le agradaban los pensamientos que le estaba obligando a retener en su cabeza. Me habría encantado acallar todo y disfrutar de nuestro pequeños momento juntos, pero sentía que le debía una disculpa.

- Yo no quise hacerte daño, no quise que experimentaras mi sufrimiento y mi angustia. Pero no podía aguantarlo más, sabes de sobra que no puedo. Decir que no nací para vivir sería contraproducente, pero me forjé como una persona desinteresada de todo cuanto transcurre a mi alrededor. Conocí algunas personas, pero nunca estuve verdaderamente implicado en lo que vivía. Tengo el perfil del suicida ideal. No sé sobrellevar el dolor o el sufrimiento que la vida supone, ni me intereso en volverme más fuerte o en omitir ese dolor. Es más, muchas veces revuelvo de forma enfermiza mis pensamientos más oscuros, como si avivara el fuego con la intención de consumirme dentro de él. Saber que compartes eso conmigo me carcome aún más. Es por eso que hice lo que hice. Quizás, si yo no estuviera más tú no tendrías que padecer mis emociones. Espero me disculpes por la estupidez que cometí.-

Ella permaneció inmóvil mientras yo hablaba, no me dedicó la mirada en ningún momento. Cuando finalicé algunas lágrimas cayeron por su rostro. Luego tomó mi cabeza con sus manos y me acobijo en su pecho. Yo cerré los ojos y me abracé a ella.

- Parece mentira que sólo nos una tanto dolor y podamos ser felices al estar juntos.- repuse, pensando en voz alta.

Permanecimos abrazados durante unos segundos más hasta que algo increíble ocurrió.
- Yo también te amo.- dijo una voz apagada, ahogada por los llantos y un tanto grave. Una voz bastante parecida a la mía, pero en versión femenina.

Me sobresalté y abrí los ojos. Pero me encontré solo, abrazando al aire. Ella ya no estaba, pero eso no me hacía menos feliz. Ella había desaparecido por yo sabía quién era y, lo mejor todo, sabía que también me amaba.

Diseño del Protagonista por Zanis