AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lágrimas de cocodrilo {Anlique Delacroix} +18
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Lágrimas de cocodrilo {Anlique Delacroix} +18
"Cuando el hombre se acabe
cualquier día,
un crepitar de polvo y de papeles
proclamará al silencio
la frágil realidad de sus mentiras."
Ángel González. Rosa de escándalo
cualquier día,
un crepitar de polvo y de papeles
proclamará al silencio
la frágil realidad de sus mentiras."
Ángel González. Rosa de escándalo
Negros los trajes, negras las bancas, negras las mesas, todo era negro en un día de luto, pues nada se escapaba del aura fúnebre y el llanto de la Señora Lagarta que acababa de perder al segundo de sus hijos. Era ahí cuando Darkness cumplía su papel de esposo ya que estaba casado con aquella mujer de alma destrozada, quien no entendía el porqué Dios la castigaba de esa manera tanto a ella como a su pobre y desdichada nuera, quien también sufría la pérdida del segundo de sus maridos, ambos hermanos le habían pertenecido y ambos se habían marchado de este mundo sin siquiera dejarle un hijo. Extraño, muy extraño...
El último puñado de tierra fue echado a la fosa en donde había quedado sepultado el menor de los Lagarta, el último de sus hijastros, quien en verdad poco le importaba. Él sólo sufría en el exterior para satisfacer a su esposa, aquella vieja multimillonaria a quien se follaba cada noche pensando en cualquier otra mujer, incluso su nuera a quien más de alguna vez había espiado mientras fornicaba con sus hijastros, cuando éstos aún estaban con vida. Le había observado mucho, quizás demasiado, sabía lo que era, y su propia intuición le decía que ella misma les había matado. Quizás se lo preguntaría a los cadáveres, quizás luego de haberles profanado hasta la intimidad, hasta —una vez más— haberse ganado el infierno. De seguro había sido por dinero... lástima que la vieja fuera más lista.
Él mismo había sido testigo del cambio de testamentos hace no más de una semana, algo parecía que la vieja sospechaba y por eso convenció a su hijo ya enfermo de que firmara mientras Angelique andaba en la calle; claro, se lo merecía por no cuidar a su marido, era lo que había dicho su esposa luego de ser ella misma quien le insistiera en salir para despejar la mente un rato. Él lo sabía, Angelique se quedaría sin pan ni pedazo de aquella cuantiosa fortuna tan llamativa para sumar otro par de dígitos a los que ya tenía, pero no sólo eso, también la correrían de casa, para echarla de regreso a sus propias tierras, allá donde no le vería, lo que en verdad le provocaba una sensación extraña, de pérdida, ya que él —en parte— le extrañaría; siempre era bueno tener más víboras en casa con las cuales hablar. Quizás intercediera por ella, quizás le dijera a su esposa que le guardase un poco de consideración y le diese un tiempo para dejar sus papeles al día, después de todo llevaba años en la familia y todos sus bienes y negocios personales direccionaban con aquella vivienda... pero tampoco era su asunto.
No entendía el porque de ese deseo enfermizo de tenerla a su lado, de ver tambalear su estúpido trasero cada vez que se paseaba por delante suyo como cuando estaban a solas. Quizás se coqueteaban desde siempre, ya de manera tan descarada que hasta resultaba natural, pero jamás se habían dicho nada. Él, al igual que ella, había buscado a la vieja por dinero, y por tanto debía comportarse como el estúpido marido feliz que observaba crecer a los hijos ajenos. Debía admitir que en sus planes estaba enviudar de manera poco sospechosa, pero nada sacaba si estaban los hijos vivos, después de todo Angelique no había hecho otra cosa que limpiarle el camino, pero pobre... de patitas en la calle, la propia Condesa de Francia ¿Quién lo diría?
Rió con sorna mientras se bebía un nuevo vaso de whisky. Les acababan de avisar que dentro de un par de horas se leería el testamento a petición de la viuda de Lagarta quien seguramente querría acabar todo cuanto antes para largarse de ahí, de esa casa tan llena de recuerdos de sus dos amados esposos, o al menos eso era lo que decían los criados ¡Pobres ilusos! Les miró con lastima y se dispuso a subir las escaleras hasta el cuarto de la viuda. La puerta estaba junta y por ello sólo golpeó una vez al tiempo que ya tenía medio cuerpo dentro.
La mujer se estaba sacando la ropa, acababa de empezar, aún no mostraba nada inadecuado a los ojos de su querido suegro, el mismo que chasqueó la lengua por no haberse tardado un poco más. Aún así no se detuvo, disculparse no estaba contemplado dentro de sus costumbres a menos que estuviera obligado a fingir frente a los que ya estaban muertos o ante esa amargada mujer que acababa de terminar de perder a sus hijos, pero no frente a ella, la “triste” viuda negra.
— Angelique, la viuda Angelique — le nombró saboreando la burla entre sus palabras, al mismo tiempo que se acercaba a ella para mirarle de pies a cabeza con absoluto descaro — Debéis de estar muy destrozada ¿no es así? — preguntó con una sonrisita socarrona, de aquellas que todo lo saben — Dos maridos, dos hermanos con iguales fortunas ¡qué conveniente! Quizás la madre levante sus sospechas ¿No lo habéis pensado? — agregó acercándose por su espalda para tomar sus dorados cabellos y despejarle de ellos el cuello mientras le miraba a través del reflejo de ese enorme espejo de cuerpo completo — Sé muy bien lo que sois, mi querida nuera... Vos misma los asesinasteis — le dijo a quemarropa, con la mirada fija en sus ojos a través del cristal.
Ambos con el mismo brillo malvado y ambicioso en los ojos, con dejo de lasciva y ganas reprimidas de cuando estaban a solas; el suegro y la nuera, siempre viviendo de las apariencias y atacando silenciosamente para luego alimentarse de los caídos. Si el espejo hablara ¿qué diría?... La respuesta era obvia: Víboras.
El último puñado de tierra fue echado a la fosa en donde había quedado sepultado el menor de los Lagarta, el último de sus hijastros, quien en verdad poco le importaba. Él sólo sufría en el exterior para satisfacer a su esposa, aquella vieja multimillonaria a quien se follaba cada noche pensando en cualquier otra mujer, incluso su nuera a quien más de alguna vez había espiado mientras fornicaba con sus hijastros, cuando éstos aún estaban con vida. Le había observado mucho, quizás demasiado, sabía lo que era, y su propia intuición le decía que ella misma les había matado. Quizás se lo preguntaría a los cadáveres, quizás luego de haberles profanado hasta la intimidad, hasta —una vez más— haberse ganado el infierno. De seguro había sido por dinero... lástima que la vieja fuera más lista.
Él mismo había sido testigo del cambio de testamentos hace no más de una semana, algo parecía que la vieja sospechaba y por eso convenció a su hijo ya enfermo de que firmara mientras Angelique andaba en la calle; claro, se lo merecía por no cuidar a su marido, era lo que había dicho su esposa luego de ser ella misma quien le insistiera en salir para despejar la mente un rato. Él lo sabía, Angelique se quedaría sin pan ni pedazo de aquella cuantiosa fortuna tan llamativa para sumar otro par de dígitos a los que ya tenía, pero no sólo eso, también la correrían de casa, para echarla de regreso a sus propias tierras, allá donde no le vería, lo que en verdad le provocaba una sensación extraña, de pérdida, ya que él —en parte— le extrañaría; siempre era bueno tener más víboras en casa con las cuales hablar. Quizás intercediera por ella, quizás le dijera a su esposa que le guardase un poco de consideración y le diese un tiempo para dejar sus papeles al día, después de todo llevaba años en la familia y todos sus bienes y negocios personales direccionaban con aquella vivienda... pero tampoco era su asunto.
No entendía el porque de ese deseo enfermizo de tenerla a su lado, de ver tambalear su estúpido trasero cada vez que se paseaba por delante suyo como cuando estaban a solas. Quizás se coqueteaban desde siempre, ya de manera tan descarada que hasta resultaba natural, pero jamás se habían dicho nada. Él, al igual que ella, había buscado a la vieja por dinero, y por tanto debía comportarse como el estúpido marido feliz que observaba crecer a los hijos ajenos. Debía admitir que en sus planes estaba enviudar de manera poco sospechosa, pero nada sacaba si estaban los hijos vivos, después de todo Angelique no había hecho otra cosa que limpiarle el camino, pero pobre... de patitas en la calle, la propia Condesa de Francia ¿Quién lo diría?
Rió con sorna mientras se bebía un nuevo vaso de whisky. Les acababan de avisar que dentro de un par de horas se leería el testamento a petición de la viuda de Lagarta quien seguramente querría acabar todo cuanto antes para largarse de ahí, de esa casa tan llena de recuerdos de sus dos amados esposos, o al menos eso era lo que decían los criados ¡Pobres ilusos! Les miró con lastima y se dispuso a subir las escaleras hasta el cuarto de la viuda. La puerta estaba junta y por ello sólo golpeó una vez al tiempo que ya tenía medio cuerpo dentro.
La mujer se estaba sacando la ropa, acababa de empezar, aún no mostraba nada inadecuado a los ojos de su querido suegro, el mismo que chasqueó la lengua por no haberse tardado un poco más. Aún así no se detuvo, disculparse no estaba contemplado dentro de sus costumbres a menos que estuviera obligado a fingir frente a los que ya estaban muertos o ante esa amargada mujer que acababa de terminar de perder a sus hijos, pero no frente a ella, la “triste” viuda negra.
— Angelique, la viuda Angelique — le nombró saboreando la burla entre sus palabras, al mismo tiempo que se acercaba a ella para mirarle de pies a cabeza con absoluto descaro — Debéis de estar muy destrozada ¿no es así? — preguntó con una sonrisita socarrona, de aquellas que todo lo saben — Dos maridos, dos hermanos con iguales fortunas ¡qué conveniente! Quizás la madre levante sus sospechas ¿No lo habéis pensado? — agregó acercándose por su espalda para tomar sus dorados cabellos y despejarle de ellos el cuello mientras le miraba a través del reflejo de ese enorme espejo de cuerpo completo — Sé muy bien lo que sois, mi querida nuera... Vos misma los asesinasteis — le dijo a quemarropa, con la mirada fija en sus ojos a través del cristal.
Ambos con el mismo brillo malvado y ambicioso en los ojos, con dejo de lasciva y ganas reprimidas de cuando estaban a solas; el suegro y la nuera, siempre viviendo de las apariencias y atacando silenciosamente para luego alimentarse de los caídos. Si el espejo hablara ¿qué diría?... La respuesta era obvia: Víboras.
Última edición por Darkness Delacroix el Sáb Mar 23, 2013 2:15 pm, editado 1 vez
Darkness Delacroix- Hechicero Clase Alta
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Re: Lágrimas de cocodrilo {Anlique Delacroix} +18
Angelique sonreía, si, eso era lo que estaba haciendo en ese preciso momento, aunque sus ojos estuvieran rojos, aunque sus mejillas estuvieran cubiertas de esa brillante liquido transparente, ella sonreía, por fin había logrado terminar con la vida de su segundo marido, se había tardado más de lo que imaginaba, por la simple razón de querer aparentar ser la esposa enamorada, aunque se trataba de una mujer sin escrúpulos, en realidad le había tomado un ligero cariño al joven, por eso su muerte no fue demasiado violenta, lo había llevado al descanso eterno en una noche de sueños profundos. Habían follado hasta el cansancio por última vez, porque ella así lo quiso, porque le daría una despedida digna ¿Quién no sería feliz sabiendo que moriría después de un orgasmo? Sin duda todos buscarían ese desenlace, pero sólo él había sido el privilegiado. Su dolor no era más que alegría, no tendría que estar más en aquella apestosa casa a flores, si, pero de esas flores dulces que sólo te hacen estornudar, no soportaría la mirada inquisitiva de su suegra, que a decir verdad, ella debió haber sido la primera en morir, pero no, la mujer de entrada edad debía sufrir la perdida de sus hijos, por eso la dejó viva, sana, y culpable por no haber hecho nada por mantenerlos con vida.
Mientras su actuación hacía encoger el corazón de muchos, en el fondo simplemente estaba fastidiada de llorar por un hombre que no había valido la pena. Nadie estaría a su altura, porque nadie la merecía, o al menos eso era lo que ella creía. Muchos abrazos, demasiadas palabras de aliento, pero cuando los susurros de resignación llegaban a sus oídos, la mejor de las actuaciones salía a la luz, derrochando sollozos que nadie podría pasar desapercibidos, mucho menos cuestionar. La mujer, lloraba, lloraba de alegría por saberse de nueva cuenta libre, por saber que podría hacer las cosas como más le parecían, porque ella amaba su libertad, y nadie tenía derecho a arrebatársela, para su mala suerte debía cumplir protocolos para mantener su fortuna, su titulo, pero ella lo volvía todo a su conveniencia, a su manera, nadie le tenía que imponer, ella lo imponía en realidad, de forma sutil, pero lo hacía.
Cuando terminó todo el teatro, Angelique había decidido avanzar, no detenerse, seguir adelante sin mirar atrás, no quería volver a esa cara, pero debía hacerlo, sabía que su desdichada suegra buscaría la manera de sacarla para humillarla, pero ella había sido más lista. Mientras se encontraban en el panteón, había mandado a un peón para que sacara todas sus cosas, sólo dejándole con lo necesario. Así se hizo, le dejaron con algunas joyas, y un par de vestidos negros, lo suficiente para que pasara esa noche, y la siguiente, pero no más. Avanzaba por los callejones de la ciudad, sin mucha prisa en realidad, buscando como perder el tiempo, si, ella perder el tiempo, pero no puede sonreír de forma amplia, pues mujeres, hombres y niños que rondaban habían asistido al funeral. ¿Qué debía hacer entonces?
Se adentró por largo rato en el bosque, encontrándose en su cabaña, esa dónde ejercía experimentos con licántropos y vampiros, dónde ella, la seguidora de más de un demonio, la fiel devota a ellos, podía destrozar a una criatura de la noche con su hechicería. ¿Quién creería que una mujer tan "frágil" podría hacer todo aquello? Nadie en realidad, y no le importaba, mejor para ella el poder pasar desapercibida. Ahí estuvo, escuchando las palabras de uno de sus ciervos, de los más fieles, quien le informaba su posición hasta ese momento. La mujer descansó un rato, a fin de cuentas era una humana, su cuerpo era frágil. Así mató el tiempo hasta regresar a casa; Angelique no saludó, no se acerco si quiera a la mesa a tomar algún alimento, se sentía verdaderamente fastidiada del día, simplemente llegó a su cuarto, y comenzó a quitarse esa asfixiante ropa. El negro le gustaba, pero no para adornar su figura, ella siendo una mujer tan vanidosa, buscaba llamar la atención con otra clase de colores, el negro sólo ensombrecía, y ella sólo gustaba de brillar. Así estuvo, luchando con los cordones de su corsé, suspirando cada tanto al ver su figura perfecta frente al espejo. Lo sintió, incluso aunque estuviera él fuera de la casa, podría disfrutar de su aroma masculino. Era él, el único hombre que hasta la fecha, había despertado interés en la rubia, pero que por supuesto, ella se había aferrado a simular e ignorar.
- Las viudas nos cotizamos mejor hoy en día, el dolor llama a mejores cosas ¿Acaso un hombre es capaz de resistir el dolor de una mujer hermosa? ¿No lo crees conveniente? - Le sonrió de forma amplia, demasiado cínica, y arqueó una ceja al notar cómo la miraba. La mujer, suspiró, negó y se mordió el labio inferior con fuerza ¿De qué se trataba esa cercanía? - Todos creen que son de su misma condición, suegro… - Le comentó de forma sarcástica - ¿Acaso es feliz follándose a esa anciana? No lo creo, puedo ver su cara de asco cada que le da un beso… - Se giró, encarándolo con aires soberbios - ¿No es por eso que me mira en este momento con tanta lascivia? Me desea, si, lo veo, porque incluso la forma en que su cuerpo se mueve me lo deja en claro - Si estuvieran en otra situación, seguramente la habrían mandado a cortar la cabeza, pero ella sabía su posición, su lugar, y aquella tensión que tenían, porque, aunque no lo aceptaran, ellos se deseaban.
- Dime… ¿A qué has venido? ¿A intentar humillarme? ¿A darme tu lastima? - Se acercó, mordisqueando su labio inferior de forma insinuante - Quisiera saber como me lo darías, si, todo ese menosprecio, tengo deseo de saber… ¿Me vas a humillar frente a tu mujer? ¿O quizás me quieras follar frente a ella? - Soltó sin más, y se camino, en el trayecto terminó de quitar la prenda, quedando en las transparencias que reforzaban el traje - Es muy tarde para creer que me sentiré mal por lo que vengas o no a probar, ellos ya están muertos - Concluyó adentrándose al baño privado de aquel enorme cuarto.
Mientras su actuación hacía encoger el corazón de muchos, en el fondo simplemente estaba fastidiada de llorar por un hombre que no había valido la pena. Nadie estaría a su altura, porque nadie la merecía, o al menos eso era lo que ella creía. Muchos abrazos, demasiadas palabras de aliento, pero cuando los susurros de resignación llegaban a sus oídos, la mejor de las actuaciones salía a la luz, derrochando sollozos que nadie podría pasar desapercibidos, mucho menos cuestionar. La mujer, lloraba, lloraba de alegría por saberse de nueva cuenta libre, por saber que podría hacer las cosas como más le parecían, porque ella amaba su libertad, y nadie tenía derecho a arrebatársela, para su mala suerte debía cumplir protocolos para mantener su fortuna, su titulo, pero ella lo volvía todo a su conveniencia, a su manera, nadie le tenía que imponer, ella lo imponía en realidad, de forma sutil, pero lo hacía.
Cuando terminó todo el teatro, Angelique había decidido avanzar, no detenerse, seguir adelante sin mirar atrás, no quería volver a esa cara, pero debía hacerlo, sabía que su desdichada suegra buscaría la manera de sacarla para humillarla, pero ella había sido más lista. Mientras se encontraban en el panteón, había mandado a un peón para que sacara todas sus cosas, sólo dejándole con lo necesario. Así se hizo, le dejaron con algunas joyas, y un par de vestidos negros, lo suficiente para que pasara esa noche, y la siguiente, pero no más. Avanzaba por los callejones de la ciudad, sin mucha prisa en realidad, buscando como perder el tiempo, si, ella perder el tiempo, pero no puede sonreír de forma amplia, pues mujeres, hombres y niños que rondaban habían asistido al funeral. ¿Qué debía hacer entonces?
Se adentró por largo rato en el bosque, encontrándose en su cabaña, esa dónde ejercía experimentos con licántropos y vampiros, dónde ella, la seguidora de más de un demonio, la fiel devota a ellos, podía destrozar a una criatura de la noche con su hechicería. ¿Quién creería que una mujer tan "frágil" podría hacer todo aquello? Nadie en realidad, y no le importaba, mejor para ella el poder pasar desapercibida. Ahí estuvo, escuchando las palabras de uno de sus ciervos, de los más fieles, quien le informaba su posición hasta ese momento. La mujer descansó un rato, a fin de cuentas era una humana, su cuerpo era frágil. Así mató el tiempo hasta regresar a casa; Angelique no saludó, no se acerco si quiera a la mesa a tomar algún alimento, se sentía verdaderamente fastidiada del día, simplemente llegó a su cuarto, y comenzó a quitarse esa asfixiante ropa. El negro le gustaba, pero no para adornar su figura, ella siendo una mujer tan vanidosa, buscaba llamar la atención con otra clase de colores, el negro sólo ensombrecía, y ella sólo gustaba de brillar. Así estuvo, luchando con los cordones de su corsé, suspirando cada tanto al ver su figura perfecta frente al espejo. Lo sintió, incluso aunque estuviera él fuera de la casa, podría disfrutar de su aroma masculino. Era él, el único hombre que hasta la fecha, había despertado interés en la rubia, pero que por supuesto, ella se había aferrado a simular e ignorar.
- Las viudas nos cotizamos mejor hoy en día, el dolor llama a mejores cosas ¿Acaso un hombre es capaz de resistir el dolor de una mujer hermosa? ¿No lo crees conveniente? - Le sonrió de forma amplia, demasiado cínica, y arqueó una ceja al notar cómo la miraba. La mujer, suspiró, negó y se mordió el labio inferior con fuerza ¿De qué se trataba esa cercanía? - Todos creen que son de su misma condición, suegro… - Le comentó de forma sarcástica - ¿Acaso es feliz follándose a esa anciana? No lo creo, puedo ver su cara de asco cada que le da un beso… - Se giró, encarándolo con aires soberbios - ¿No es por eso que me mira en este momento con tanta lascivia? Me desea, si, lo veo, porque incluso la forma en que su cuerpo se mueve me lo deja en claro - Si estuvieran en otra situación, seguramente la habrían mandado a cortar la cabeza, pero ella sabía su posición, su lugar, y aquella tensión que tenían, porque, aunque no lo aceptaran, ellos se deseaban.
- Dime… ¿A qué has venido? ¿A intentar humillarme? ¿A darme tu lastima? - Se acercó, mordisqueando su labio inferior de forma insinuante - Quisiera saber como me lo darías, si, todo ese menosprecio, tengo deseo de saber… ¿Me vas a humillar frente a tu mujer? ¿O quizás me quieras follar frente a ella? - Soltó sin más, y se camino, en el trayecto terminó de quitar la prenda, quedando en las transparencias que reforzaban el traje - Es muy tarde para creer que me sentiré mal por lo que vengas o no a probar, ellos ya están muertos - Concluyó adentrándose al baño privado de aquel enorme cuarto.
Angelique Delacroix- Hechicero Clase Alta
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Re: Lágrimas de cocodrilo {Anlique Delacroix} +18
"Ahí estará el dolor de mi presencia:
al pie de tu dominio y tu pureza,
sin más aroma que el júbilo
y una medalla de aire,
palpitante, como el fuego
de una lágrima viva."
Efraín Huerta. Para gozar tu paz
al pie de tu dominio y tu pureza,
sin más aroma que el júbilo
y una medalla de aire,
palpitante, como el fuego
de una lágrima viva."
Efraín Huerta. Para gozar tu paz
Así le observaba por el reflejo de aquel espejo que les regresaba realidades subjetivas, cada una diferente dependiendo de quien fuese el que estaba mirando; ella pensaba que él se estaba burlando, él creía que le estaba ayudando. Las palabras se entremezclaban con ironía, soberbia y cierto halo de deseo que hasta ahora siempre había sido redimido por parte de ambos. Ninguno era tonto, ambos sabían perfectamente cuanto podían perder al ser descubiertos por aquellos a quienes engañarían, pero el hijastro ya estaba muerto y la esposa demasiado ocupada con el resto de los familiares y sus propias lamentaciones. Aún así, no se jugaba con fuego, sin comprobar de antes que las brasas no quemaban.
Le observó de ese modo marchar al baño, desnudándose aún más en el camino, aún a vista de sus ojos como una provocación directa a que probase su valentía, o quizás su torpeza. Ella era una verdadera viuda negra, una manipuladora de primera, vil arpía que sabía como atraer a todos hasta su propia telaraña para entonces inyectar su veneno y alimentarse lentamente de sus presas, cuando aún estaban con vida.
Le siguió tan sólo luego de que le hubiera perdido de vista, ella había dejado la puerta, como una verdadera cazadora astuta, quizás se lo esperara o quizás sólo deseaba seguir con aquel intercambio de palabras hasta asegurarle una buena derrota. No lo sabía, pues los pensamientos femeninos aún le significaban un verdadero misterio, simplemente sabía el valor de su propio orgullo y, en esos momentos, era todo lo que necesitaba saber.
De dos zancadas le dio el suficiente alcance para rodearla con sus brazos firmes, no en una abrazo romántico, sino en una agarre posesivo y fiero, uno de aquellos que sólo significan dominación de cuerpo entero, pues no sólo le aseguró de ambos brazos, entrechándole contra su propio cuerpo, sino que además se dio el gusto de recorrerla, de bajar con su otra mano, pegada a su piel tanto como si quisiera arrastrar parte de ella hasta esa zona prohibida y, para él desconocida, ubicada debajo de su vientre.
— No es eso lo que he venido a decirte — susurró a ras del oído femenino.
No hubo más aclaración que esa, o al menos no por ese momento, pues la mano masculina se coló por debajo de aquellas últimas prendas, debajo de la delicada lencería, en busca de los recónditos y hasta ahora desconocidos parajes de la sexualidad ajena, en donde uno de sus dedos se adentró más allá de sus paredes. Buscaba sentirle de aquella forma, tal y como se la imaginaba, humedecida por su propia cercanía, por las ganas acumuladas y la maestría de su dedos que se movieron entonces simulando una caricia intima.
— Puedo oler tu humedad de tan sólo pasar por fuera de tu puerta, perra — dijo apretándole de manera repentina y aún mas fuerte contra su propio cuerpo, contra su propio miembro mientras sus dedos se enterraban por completo en lo más profundo de su intimidad.
Le deseaba, le deseaba con furia y con rabia, le deseaba como ella lo sabía. Podía sentirla, disfrutarla a cada centimetro tocado, cada palmo de piel mojada de aquello que él mismo provocaba. Lo sabía, era mutuo, y ambos reaccionaban, uno ante el otro; ella mojada, él endurecido, pero no le permitiría el placer, no, no aún. Primero estaba aquella estúpida lucha de egos en la que ambos se habían sumergido, como dos víboras amenazantes, luchando por alimentarse uno del otro para ver quien finalmente se quedaba con la fortuna de los pequeños.
— No necesito de tu permiso para poder humillarte... lo sabes — mordió de su nuca, tirando de algunos cabellos con su propia boca mientras sus dedos seguían haciendo de las suyas, masajeándola, frotándola, exprimiendo de líquidos sus paredes internas, sin dejarle escapar ni oponer resistencia.
— ¿Es esto lo que querías, verdad?... Sí... no hay manera de que lo niegues cuando te has dejado ya en absoluta evidencia — sonrió con suficiencia y retiró la mano de su cuerpo, para llevarse los dedos humedecidos por delante de las narices de ambos — Te huelo — volvió a repetir antes de soltarle con una sonrisa socarrona y decir como si nada — Yo sólo venía a advertirte... nuera — concluyó con la misma ironía que ella había usado en sus propias palabras.
Si la viuda quería seguir jugando a alimentarse de otros hombres, debía de tener cuidado, pues podría encontrarse con otro peor.
Le observó de ese modo marchar al baño, desnudándose aún más en el camino, aún a vista de sus ojos como una provocación directa a que probase su valentía, o quizás su torpeza. Ella era una verdadera viuda negra, una manipuladora de primera, vil arpía que sabía como atraer a todos hasta su propia telaraña para entonces inyectar su veneno y alimentarse lentamente de sus presas, cuando aún estaban con vida.
Le siguió tan sólo luego de que le hubiera perdido de vista, ella había dejado la puerta, como una verdadera cazadora astuta, quizás se lo esperara o quizás sólo deseaba seguir con aquel intercambio de palabras hasta asegurarle una buena derrota. No lo sabía, pues los pensamientos femeninos aún le significaban un verdadero misterio, simplemente sabía el valor de su propio orgullo y, en esos momentos, era todo lo que necesitaba saber.
De dos zancadas le dio el suficiente alcance para rodearla con sus brazos firmes, no en una abrazo romántico, sino en una agarre posesivo y fiero, uno de aquellos que sólo significan dominación de cuerpo entero, pues no sólo le aseguró de ambos brazos, entrechándole contra su propio cuerpo, sino que además se dio el gusto de recorrerla, de bajar con su otra mano, pegada a su piel tanto como si quisiera arrastrar parte de ella hasta esa zona prohibida y, para él desconocida, ubicada debajo de su vientre.
— No es eso lo que he venido a decirte — susurró a ras del oído femenino.
No hubo más aclaración que esa, o al menos no por ese momento, pues la mano masculina se coló por debajo de aquellas últimas prendas, debajo de la delicada lencería, en busca de los recónditos y hasta ahora desconocidos parajes de la sexualidad ajena, en donde uno de sus dedos se adentró más allá de sus paredes. Buscaba sentirle de aquella forma, tal y como se la imaginaba, humedecida por su propia cercanía, por las ganas acumuladas y la maestría de su dedos que se movieron entonces simulando una caricia intima.
— Puedo oler tu humedad de tan sólo pasar por fuera de tu puerta, perra — dijo apretándole de manera repentina y aún mas fuerte contra su propio cuerpo, contra su propio miembro mientras sus dedos se enterraban por completo en lo más profundo de su intimidad.
Le deseaba, le deseaba con furia y con rabia, le deseaba como ella lo sabía. Podía sentirla, disfrutarla a cada centimetro tocado, cada palmo de piel mojada de aquello que él mismo provocaba. Lo sabía, era mutuo, y ambos reaccionaban, uno ante el otro; ella mojada, él endurecido, pero no le permitiría el placer, no, no aún. Primero estaba aquella estúpida lucha de egos en la que ambos se habían sumergido, como dos víboras amenazantes, luchando por alimentarse uno del otro para ver quien finalmente se quedaba con la fortuna de los pequeños.
— No necesito de tu permiso para poder humillarte... lo sabes — mordió de su nuca, tirando de algunos cabellos con su propia boca mientras sus dedos seguían haciendo de las suyas, masajeándola, frotándola, exprimiendo de líquidos sus paredes internas, sin dejarle escapar ni oponer resistencia.
— ¿Es esto lo que querías, verdad?... Sí... no hay manera de que lo niegues cuando te has dejado ya en absoluta evidencia — sonrió con suficiencia y retiró la mano de su cuerpo, para llevarse los dedos humedecidos por delante de las narices de ambos — Te huelo — volvió a repetir antes de soltarle con una sonrisa socarrona y decir como si nada — Yo sólo venía a advertirte... nuera — concluyó con la misma ironía que ella había usado en sus propias palabras.
Si la viuda quería seguir jugando a alimentarse de otros hombres, debía de tener cuidado, pues podría encontrarse con otro peor.
Darkness Delacroix- Hechicero Clase Alta
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Re: Lágrimas de cocodrilo {Anlique Delacroix} +18
Angelique se sentía demasiado tranquila, en realidad, ni siquiera sentía preocupación alguna, o pena, no, al contrario, estaba tan bien que incluso cualquiera que pudiera verle en ese momento pensaría que no había amado a su difunto esposo, y era cierto, no lo amó, y nunca tuvo intenciones de hacerlo, porque quizás muy en el fondo, aunque no lo reconociera, ella estaba impregnada de amor por alguien más, cosa extraña, porque ella no mezclaba el amor con negocios, aquello le parecía absurdo, ridículo e imposible. Nadie se acercaba a su habitación para perturbarla, nadie quería molestar a la mujer, pobre de ella con esa tan mala suerte, perdiendo a dos maridos de forma rápida, era como tener una maldición adentro, pero en realidad, ella era la que otorgaba la maldición, y el final de las vidas ajenas. Nadie lo comprendería, y poco le importaba si lo hacían o no, aquello simplemente era absurdo, de amor, o de perdida no se muere, al menos ella no lo haría, había visto morir a sus padres, a su abuela, a sus primos, gente verdaderamente importante, y no, no sintió pena, sino fuerza para salir adelante ¿por qué entonces los seres humanos no toman fuerza y hacen a un lado su dolor?
Todos la creían mala, una mujer que él diablo mismo había hecho, o quizás podría ser la mujer de él, nadie lo sabría, a Angelique le gustaba jugar con demonios, hacer pactos con ellos, pero aún no conocía al verdadero Satán, y sabía que estaba a punto de lograrlo, porque era una fiel seguidora de él, y porque había enviado a una gran cantidad de almas al purgatorio, disfrutando de los gritos que los demonios le dejaban oír de vez en cuando, gritos de sus enemigos pidiendo perdón, pidiendo ayuda para escapar del eterno dolor. Aunque ella fuera la principal sospechosa de aquella muerte abrupta, sus mismos contactos dentro de la iglesia y la corona la descartaban de todo delito. ¿Cómo sería posible que una mujer proveniente de una cuna prestigiada, y haciendo tanto por el pueblo, sería capaz de semejante atrocidad? Aquello simplemente era imposible ante los ojos del pueblo, aunque ese mismo pueblo estuviera muerto de hambre por los lujos y privilegios que una mujer, no sólo como ella, sino todos aquellos en el poder, se estaban dando.
Estaba perdida en sus pensamientos, pero no bajaba la guardia, simplemente no estaba en condiciones para ponerse a discutir con aquel hombre. ¿Acaso él no lo veía? A pesar de sus amenazas, de todo aquello que pudiera decirle, ella estaba tranquila, porqué, para su buena suerte, su suegro estaba teniendo una cola bastante larga para ser pisoteada, y ella podría encargarse de hacer tal trabajo sucio. El podría atacar, morder, y casi descuartizar su cuerpo, y ella no tendría ni una pizca de miedo, al contrario, su cuerpo estaba sintiendo reacciones que según la moral, no se tenía permitido, pues la excitación le era inmensa. Otro detalle, que por supuesto no podría dejar pasar, aquellos dedos, aquella figura, aquella cercanía, todo era un complemento perfecto que deseaba experimentar sin ataduras, y que sin duda lo haría.
- Que interesante la forma de advertirme las cosas - Dijo con una sonrisa amplia, mordaz y lasciva - ¿Quieres que abra más mis piernas? Me estás tocando bien, y mi esposo se ha ido, me vendría bien una buena follada, antes de que te vayas ¿Qué dices? - No perdía la sonrisa de su rostro, mostrando el cinismo de la acción. Si él creía que estaba por intimidarla de esa forma, al contrario, movió con fuerza la cadera, haciendo que los dedos se terminaran hundiendo en su interior, al final soltó algunos gemidos llenos de placer, ese detalle, la caricia en los cuerpos, todo aquello no le molestaba expresarlos, al contrario, ella sabía su belleza, sabía que debía sacar provecho de ella, estaba consiente de que podía ser pasión el tiempo que quisiera, el problema era que, quizás habría mucha gente en casa, o quizás no.
- Que detestable eres - Le comentó a regañadientes cuando le soltó la intimidad, la mujer se dio la vuelta para encararlo - Solo los cobardes tientan a la suerte, y la dejan inconclusa ¿Qué pasa, Darkness? ¿Acaso tienes miedo de que esa asquerosa mujer te vea follándome como quisieras hacerlo? Te pensé más hombrecito suegro - Se acercó, pegando de nueva cuenta su cuerpo al ajeno, pero está vez de frente. La mano de Angelique no perdió demasiado tiempo, se colocó en aquella zona especial, en la parte donde el miembro se dejaba ver de forma demasiado evidente por aquella erección, se veía grande, demasiado, y a Angelique simplemente se le antojo, deseosa estaba de sentir eso dentro, y no sólo de la forma convencional.
- Quizás me venga bien una mejor advertencia - Dibujó una sonrisa amplia y altanera al tenerlo de esa forma, y estrujó con fuerza el miembro por encima de la tela - O quizás me venga bien tomarla yo sola, ya sabes, mi boca puede hacerte hablar si te la chupo un rato ¿acaso ya te quieres ir? - Ella estaba descarada, pero él la había provocado, y con ella no sólo se jugaba con fuego para salir victorioso, ella era el fuego en ese momento, y estaba decidida en hacerlo arder a causa de la cercanía y el tacto.
Todos la creían mala, una mujer que él diablo mismo había hecho, o quizás podría ser la mujer de él, nadie lo sabría, a Angelique le gustaba jugar con demonios, hacer pactos con ellos, pero aún no conocía al verdadero Satán, y sabía que estaba a punto de lograrlo, porque era una fiel seguidora de él, y porque había enviado a una gran cantidad de almas al purgatorio, disfrutando de los gritos que los demonios le dejaban oír de vez en cuando, gritos de sus enemigos pidiendo perdón, pidiendo ayuda para escapar del eterno dolor. Aunque ella fuera la principal sospechosa de aquella muerte abrupta, sus mismos contactos dentro de la iglesia y la corona la descartaban de todo delito. ¿Cómo sería posible que una mujer proveniente de una cuna prestigiada, y haciendo tanto por el pueblo, sería capaz de semejante atrocidad? Aquello simplemente era imposible ante los ojos del pueblo, aunque ese mismo pueblo estuviera muerto de hambre por los lujos y privilegios que una mujer, no sólo como ella, sino todos aquellos en el poder, se estaban dando.
Estaba perdida en sus pensamientos, pero no bajaba la guardia, simplemente no estaba en condiciones para ponerse a discutir con aquel hombre. ¿Acaso él no lo veía? A pesar de sus amenazas, de todo aquello que pudiera decirle, ella estaba tranquila, porqué, para su buena suerte, su suegro estaba teniendo una cola bastante larga para ser pisoteada, y ella podría encargarse de hacer tal trabajo sucio. El podría atacar, morder, y casi descuartizar su cuerpo, y ella no tendría ni una pizca de miedo, al contrario, su cuerpo estaba sintiendo reacciones que según la moral, no se tenía permitido, pues la excitación le era inmensa. Otro detalle, que por supuesto no podría dejar pasar, aquellos dedos, aquella figura, aquella cercanía, todo era un complemento perfecto que deseaba experimentar sin ataduras, y que sin duda lo haría.
- Que interesante la forma de advertirme las cosas - Dijo con una sonrisa amplia, mordaz y lasciva - ¿Quieres que abra más mis piernas? Me estás tocando bien, y mi esposo se ha ido, me vendría bien una buena follada, antes de que te vayas ¿Qué dices? - No perdía la sonrisa de su rostro, mostrando el cinismo de la acción. Si él creía que estaba por intimidarla de esa forma, al contrario, movió con fuerza la cadera, haciendo que los dedos se terminaran hundiendo en su interior, al final soltó algunos gemidos llenos de placer, ese detalle, la caricia en los cuerpos, todo aquello no le molestaba expresarlos, al contrario, ella sabía su belleza, sabía que debía sacar provecho de ella, estaba consiente de que podía ser pasión el tiempo que quisiera, el problema era que, quizás habría mucha gente en casa, o quizás no.
- Que detestable eres - Le comentó a regañadientes cuando le soltó la intimidad, la mujer se dio la vuelta para encararlo - Solo los cobardes tientan a la suerte, y la dejan inconclusa ¿Qué pasa, Darkness? ¿Acaso tienes miedo de que esa asquerosa mujer te vea follándome como quisieras hacerlo? Te pensé más hombrecito suegro - Se acercó, pegando de nueva cuenta su cuerpo al ajeno, pero está vez de frente. La mano de Angelique no perdió demasiado tiempo, se colocó en aquella zona especial, en la parte donde el miembro se dejaba ver de forma demasiado evidente por aquella erección, se veía grande, demasiado, y a Angelique simplemente se le antojo, deseosa estaba de sentir eso dentro, y no sólo de la forma convencional.
- Quizás me venga bien una mejor advertencia - Dibujó una sonrisa amplia y altanera al tenerlo de esa forma, y estrujó con fuerza el miembro por encima de la tela - O quizás me venga bien tomarla yo sola, ya sabes, mi boca puede hacerte hablar si te la chupo un rato ¿acaso ya te quieres ir? - Ella estaba descarada, pero él la había provocado, y con ella no sólo se jugaba con fuego para salir victorioso, ella era el fuego en ese momento, y estaba decidida en hacerlo arder a causa de la cercanía y el tacto.
Angelique Delacroix- Hechicero Clase Alta
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Re: Lágrimas de cocodrilo {Anlique Delacroix} +18
"A oscuras, paredes justas,
cámara, entraña, me aprietas;
te siento exacta y te amo,
cerrazón de vida y muerte,
negra posesión del aire,
sombra que habito y que siento
contra mi piel semejante."
Vicente Aleixandre. Forma
cámara, entraña, me aprietas;
te siento exacta y te amo,
cerrazón de vida y muerte,
negra posesión del aire,
sombra que habito y que siento
contra mi piel semejante."
Vicente Aleixandre. Forma
Ella le encaró, tal y como esperaba que lo haría. Si ella pensaba que él era un ingenuo realmente se equivocaba, todos lo hacían, ese era precisamente su juego; el engaño. Muy poca gente le conocía como realmente era, quizás sólo persona una en la vida y su única amiga, la bruja Yulia, que al igual que él se creía una asesina con derechos. Derechos de muerte y venganza, de la búsqueda de respeto y verdades ocultas, que quizás jamás encuentren, y he ahí ahora con su propia verdad mirándole a la cara. Ella, Angelique, la reciente viuda de su hijastro y también la mujer que siempre había deseado.
Se sorprendió por su lenguaje directo y por su propio ofrecimiento, esperaba que se quedara callada, que no aceptara ni rechazara nada, como toda buena dama de la alta alcurnia, pero ahí estaba ella, comportándose como una cínica a la que no sabía si creerle o mandarle a volar por la misma ventana de esa habitación. Sin embargo, el salvajismo de los instintos poco daba cabida a los pensamientos y las ganas de más le hacían seguir acariciándole del mismo modo como lo estaba haciendo. Ella lo disfrutaba, se notaba a través de sus gemidos que por poco le retienen a su lado, pero debía recordar sus verdaderos motivos aun a pesar de los instintos de su hombría. Estaba ahí para advertirle y ponerle en su lugar, hacerle saber que con él no se jugaba, pero que a su vez estaba dispuesto a ser su aliado y unir fuerzas en la complicidad de un asesinato.
No se apartó ni retrocedió cuando ella se acercó, aquello era una lucha de egos disfrazada de coquetería, ambos querían dominar, ambos deseaban hacer a su antojo y demostrar al otro que podían tenerle en sus manos de todas las formas posibles. Tomó su mano y la apartó de su sexo, aquel último estrujón le había hecho sentir una mezcla de dolor y placer que había temido no poder controlar. No le apartó, al contrario, le inmovilizó de aquel mismo brazo dejándole detrás de su espalda, desde donde mismo le sujetó apegándole a él y sometiéndole ante su porte alto, pecho endurecido y brazos fuertes, mientras con la otra mano le sujetó de la mandíbula. Alzándola por completo y dejándole casi a su altura.
— No eres la única capaz de dar advertencias, perra. Pero en mi caso no son amenazas, son un hecho — siseó en un tono amenazante y entonces le agarró de los cabellos para hacerle subir el rostro y tomar su boca en beso. Un beso intenso, violento y agresivo, tal vez demasiado para una frágil boca, la cual mordió sin miramientos antes de volver a alzarle, esta vez con ambos brazos hasta dejarle pegada a la puerta y así cerrarle de un portazo con su propio peso y con ella acorralada entre medio mientras le besaba y mordía entre el cuello y pechos turgentes y moldeables entre las caricias posesivas de sus manos recias.
— Gime, Angelique, gime y chilla como una puta para que todos te escuchen, para que todos sepan quienes eres en realidad — le dijo junto al oído, con tono autoritario mientras su mano volvía a colarse en medio de su entrepierna, penetrándola y recorriéndola con aún mayor atrevimiento del que había significado su anterior advertencia.
Aquel era un juego de posesión en el ambos querían ser los vencedores, sin importar las posteriores consecuencias. Después de todo, ya había muy poco que la vieja pudiera hacer.
Se sorprendió por su lenguaje directo y por su propio ofrecimiento, esperaba que se quedara callada, que no aceptara ni rechazara nada, como toda buena dama de la alta alcurnia, pero ahí estaba ella, comportándose como una cínica a la que no sabía si creerle o mandarle a volar por la misma ventana de esa habitación. Sin embargo, el salvajismo de los instintos poco daba cabida a los pensamientos y las ganas de más le hacían seguir acariciándole del mismo modo como lo estaba haciendo. Ella lo disfrutaba, se notaba a través de sus gemidos que por poco le retienen a su lado, pero debía recordar sus verdaderos motivos aun a pesar de los instintos de su hombría. Estaba ahí para advertirle y ponerle en su lugar, hacerle saber que con él no se jugaba, pero que a su vez estaba dispuesto a ser su aliado y unir fuerzas en la complicidad de un asesinato.
No se apartó ni retrocedió cuando ella se acercó, aquello era una lucha de egos disfrazada de coquetería, ambos querían dominar, ambos deseaban hacer a su antojo y demostrar al otro que podían tenerle en sus manos de todas las formas posibles. Tomó su mano y la apartó de su sexo, aquel último estrujón le había hecho sentir una mezcla de dolor y placer que había temido no poder controlar. No le apartó, al contrario, le inmovilizó de aquel mismo brazo dejándole detrás de su espalda, desde donde mismo le sujetó apegándole a él y sometiéndole ante su porte alto, pecho endurecido y brazos fuertes, mientras con la otra mano le sujetó de la mandíbula. Alzándola por completo y dejándole casi a su altura.
— No eres la única capaz de dar advertencias, perra. Pero en mi caso no son amenazas, son un hecho — siseó en un tono amenazante y entonces le agarró de los cabellos para hacerle subir el rostro y tomar su boca en beso. Un beso intenso, violento y agresivo, tal vez demasiado para una frágil boca, la cual mordió sin miramientos antes de volver a alzarle, esta vez con ambos brazos hasta dejarle pegada a la puerta y así cerrarle de un portazo con su propio peso y con ella acorralada entre medio mientras le besaba y mordía entre el cuello y pechos turgentes y moldeables entre las caricias posesivas de sus manos recias.
— Gime, Angelique, gime y chilla como una puta para que todos te escuchen, para que todos sepan quienes eres en realidad — le dijo junto al oído, con tono autoritario mientras su mano volvía a colarse en medio de su entrepierna, penetrándola y recorriéndola con aún mayor atrevimiento del que había significado su anterior advertencia.
Aquel era un juego de posesión en el ambos querían ser los vencedores, sin importar las posteriores consecuencias. Después de todo, ya había muy poco que la vieja pudiera hacer.
Última edición por Darkness Delacroix el Sáb Jun 08, 2013 10:36 pm, editado 2 veces
Darkness Delacroix- Hechicero Clase Alta
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Re: Lágrimas de cocodrilo {Anlique Delacroix} +18
Aunque tenía habilidades, aunque la brujería la acompañaba, aunque demonios hacían pactos de fidelidad con ella, la rubia era una simple humana en cuanto a su cuerpo. Le fue doloroso la violencia con la que él hombre la comenzaba a tratar. La verdad del asunto, es que, aunque hubiera recibido con anterioridad golpes, posesiones, y quemaduras, todas y cada una de ellas le habían causado daño, la habían marcado, y le habían llevado casi a la muerte. Ella tenía puntos débiles, como cualquier humano, y aunque se jactaba de no tenerlos, era más frágil que una flor, era la desventaja de simplemente dar ordenes sin ejercer demasiada acción de su parte. Los firmes agarres del brujo la hicieron soltar quejidos de dolor, pero eso no la hizo querer rendís, por el contrario, le daba más pie a darle guerra en el momento, y en cualquier otro momento futuro. Lo odiaba como a nadie, pero la razón era muy sencilla, lo deseaba, y reconocerse víctima de sus "encantos" la ponía de mal humor. Nadie en toda su vida la había puesto así.
Recordó entonces a su primo Charles, quien la mayor parte del tiempo, desde su nacimiento, había puesto alma y corazón por cuidarla, protegerla, darle lo mejor, incluso amarla a sabiendas de la maldición de las mujeres Delacroix. Siempre fue arriesgado, incluso cuando simplemente se dedicó a vivir por ella. Lo cierto es que esa obsesión enfermiza le desagrada a la mujer y al mismo tiempo la encantaba. Ella siempre tan contradictoria. Añoró entonces tener a alguien a su lado, la viuda negra estaba reconociendo que si, quizás no era tan bueno estar sola. ¿Importaba en realidad? A nadie le importaba, y es que ella se había dedicado a que ninguna persona mostrara apego a su persona. Quizás ese era otro secreto que le revoloteaba en su interior, deseaba que Darkness sintiera necesidad de ella, pero el brujo era tan complicado como ella misma.
Volvió a la realidad al recibir el beso. Sus labios comenzaron a sangrar, sintió el liquido carmesí recorrer su mentón, estaba segura que su pecho tomaría aquel color vital de cualquier ser humano. Gruñó sin duda contra su boca, pero intento no verse demasiado afectada. Su boca se movió de un lado a otro para contraatacar la fuerza ejercida en el beso, ella también mordió con fuerza, y succionó las heridas que le había provocado al brujo. Le miró a los ojos como si se tratara de una demente. Su piel blanca como la nivel ahora mostraba el salvajismo de una amante que había esperando demasiado tiempo para eso. ¡Angelique lo deseaba! Si, todo su cuerpo estaba deseoso de él, necesitaba sus caricias, su boca, su maldito miembro que ahora se mantenía erecto gracias a sus caricias. Su sonrisa se curvó por su petición, pero no lo haría, ella no gemiría, al menos no la iban a escuchar.
- ¿No te das cuenta verdad? ¿No lo notas acaso? Aquí los dos corremos riesgos, si, muchos, dentro de está casa tengo sirvientes que no dudarían ni una pizca en testificar en tu contra… ¿Qué pasaría con la pobre viuda de la que su suegro sacó provecho? - Comentó son una risita sarcástica, pero pronto separó las piernas dejando que el hiciera de su intimidad, las mismas se enredaron en su cintura, y lo atrajeron con fuerza a ella. Su cadera comenzó a moverse de atrás hacía adelante queriendo sentir aquellos gruesos dedos por completo. Era delicioso para ella sin duda, lo disfrutaba tanto que sus pezones lo mostraron en ese instante, endurecidos, listos para ser atacados por él. Lo que si no perdía de vista eran sus orbes, quienes siempre le habían dicho demasiado de sus acompañantes.
- Darkness… ¿Puta? ¿Zorra? ¿Es lo mejor que tienes? - Comentó soltando jadeos mu ligeros que apenas podían ser escuchados. Era evidente que estaba excitada, los dedos que viajaban en el interior del hombre se deslizaban con facilidad, se escuchaba delicioso, y olía mucho mejor. - ¿No crees más interesante esto si gimes conmigo? - Estiró sus manos para tomarlo del cuello, su boca llego al mismo para dar sendas mordidas, luego sus mismas manos comienzan a arrancar parte de la camisa, le quitaron cada uno de los botones hasta rebelarle el torso desnudo - Que pena, ¿cómo volverás a los pasillos sin que te vean desecho? - Comentó burlona, pero su lengua fue interrumpida por la piel ahora expuesta, lamió, chupó, y mordió aquellas zonas, pero no estaría conforme, ella necesitaba más.
Recordó entonces a su primo Charles, quien la mayor parte del tiempo, desde su nacimiento, había puesto alma y corazón por cuidarla, protegerla, darle lo mejor, incluso amarla a sabiendas de la maldición de las mujeres Delacroix. Siempre fue arriesgado, incluso cuando simplemente se dedicó a vivir por ella. Lo cierto es que esa obsesión enfermiza le desagrada a la mujer y al mismo tiempo la encantaba. Ella siempre tan contradictoria. Añoró entonces tener a alguien a su lado, la viuda negra estaba reconociendo que si, quizás no era tan bueno estar sola. ¿Importaba en realidad? A nadie le importaba, y es que ella se había dedicado a que ninguna persona mostrara apego a su persona. Quizás ese era otro secreto que le revoloteaba en su interior, deseaba que Darkness sintiera necesidad de ella, pero el brujo era tan complicado como ella misma.
Volvió a la realidad al recibir el beso. Sus labios comenzaron a sangrar, sintió el liquido carmesí recorrer su mentón, estaba segura que su pecho tomaría aquel color vital de cualquier ser humano. Gruñó sin duda contra su boca, pero intento no verse demasiado afectada. Su boca se movió de un lado a otro para contraatacar la fuerza ejercida en el beso, ella también mordió con fuerza, y succionó las heridas que le había provocado al brujo. Le miró a los ojos como si se tratara de una demente. Su piel blanca como la nivel ahora mostraba el salvajismo de una amante que había esperando demasiado tiempo para eso. ¡Angelique lo deseaba! Si, todo su cuerpo estaba deseoso de él, necesitaba sus caricias, su boca, su maldito miembro que ahora se mantenía erecto gracias a sus caricias. Su sonrisa se curvó por su petición, pero no lo haría, ella no gemiría, al menos no la iban a escuchar.
- ¿No te das cuenta verdad? ¿No lo notas acaso? Aquí los dos corremos riesgos, si, muchos, dentro de está casa tengo sirvientes que no dudarían ni una pizca en testificar en tu contra… ¿Qué pasaría con la pobre viuda de la que su suegro sacó provecho? - Comentó son una risita sarcástica, pero pronto separó las piernas dejando que el hiciera de su intimidad, las mismas se enredaron en su cintura, y lo atrajeron con fuerza a ella. Su cadera comenzó a moverse de atrás hacía adelante queriendo sentir aquellos gruesos dedos por completo. Era delicioso para ella sin duda, lo disfrutaba tanto que sus pezones lo mostraron en ese instante, endurecidos, listos para ser atacados por él. Lo que si no perdía de vista eran sus orbes, quienes siempre le habían dicho demasiado de sus acompañantes.
- Darkness… ¿Puta? ¿Zorra? ¿Es lo mejor que tienes? - Comentó soltando jadeos mu ligeros que apenas podían ser escuchados. Era evidente que estaba excitada, los dedos que viajaban en el interior del hombre se deslizaban con facilidad, se escuchaba delicioso, y olía mucho mejor. - ¿No crees más interesante esto si gimes conmigo? - Estiró sus manos para tomarlo del cuello, su boca llego al mismo para dar sendas mordidas, luego sus mismas manos comienzan a arrancar parte de la camisa, le quitaron cada uno de los botones hasta rebelarle el torso desnudo - Que pena, ¿cómo volverás a los pasillos sin que te vean desecho? - Comentó burlona, pero su lengua fue interrumpida por la piel ahora expuesta, lamió, chupó, y mordió aquellas zonas, pero no estaría conforme, ella necesitaba más.
Angelique Delacroix- Hechicero Clase Alta
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Re: Lágrimas de cocodrilo {Anlique Delacroix} +18
"Déjame sueltas las manos
y el corazón, déjame libre!
Deja que mis dedos corran
por los caminos de tu cuerpo.
La pasión sangre, fuego, besos
me incendia a llamaradas trémulas.
Ay, tú no sabes lo que es esto!"
Pablo Neruda. Déjame sueltas las manos
y el corazón, déjame libre!
Deja que mis dedos corran
por los caminos de tu cuerpo.
La pasión sangre, fuego, besos
me incendia a llamaradas trémulas.
Ay, tú no sabes lo que es esto!"
Pablo Neruda. Déjame sueltas las manos
Una batalla, eso es lo que era, una batalla carnal y apasionada, una batalla de egos y de territorialismos, de demostrar quien mandaba a quien y quien era capaz de sacar más provecho, más placer y más lujuria sin perder por un segundo el espíritu dominante. Los besos se plagaban del sabor metálico de la sangre femenina, aquella misma que reflejaba fragilidad y que por tanto aumentaba las ambiciones ocultas de aquel brujo que ahora le dominaba y hacía con ella a pesar de sus palabras:
No respondió.
No respondió a ninguna de sus preguntas porque en verdad no merecían respuesta. Bien sabía él que más se enseñaba con los actos y que ya vería como le hacía morderse la lengua, aquella dulce y candente lengua que ahora batallaba con su propio cuerpo hasta hacerle jadear de placer.
Su mirada demente le volvió loco, le hizo desearla aún con mayor intensidad de lo que ya le deseaba, de hacerse con ella por completo y poseerla hasta la fiereza misma de un animal insaciable, lujurioso y absurdamente dominante. Por ello bajó ambas manos hasta su entrepierna, no para acariciarle aún más con sus dedos, sino para separar sus muslos y alzarla hasta envolverse con sus piernas y hacer a un lado su ropa interior para abrir paso a sus propios deseos. Le besó nuevamente, esta vez lamiendo la sangre que había emanado de sus labios heridos; lamiendo y saboreando el agridulce de ese cálido líquido de textura ligera y vital, hasta llegar a su propia fuente, a esos labios que aún palpitaban del escozor, al igual que el palpitar de su propio miembro que temblaba de deseo al chocar contra sus paredes, contra sus muslos abiertos y cautivantes que no hacían más que pedirle a gritos que le tomara de una buena vez.
— Pobre viuda... — ironizó recordándole a sus propias palabras — Pídemelo — susurró entre sus labios, aún succionando sus heridas, haciéndolas arder de manera momentánea hasta llegarlas a adormecer — Pídeme que te tome, que te haga mía de una buena vez... Lo deseas... y sí, yo también lo deseo... Sólo pídemelo.
Le miró a los ojos, con los suyos entrecerrados y con sus manos ocupadas recorriendo aquel cuerpo femenino que aún sujetaba y que le hacía desearla con violencia. La tocaba, la recorría y la reconocía como suya, como quien reconoce por primera vez lo que por fin le pertenece. Porque ella ya era suya, porque sabía que ambos querían. Le tocó hasta lo inapropiado, hasta el mismo botón sensible oculto de su sexo, le tocó hasta hacerla desesperar y hasta que él mismo ya sólo deseaba obligarle a ser la receptora de su propio cuerpo y placer.
- ¿Qué si los empleados se daban cuenta de lo que pasaba? Como si los gemidos de placer no fuesen diferentes a los de dolor. Estaba seguro de que podía llegar a hacerla gritar de placer si acaso se lo proponía, sólo porque él lo quería, por demostrarle quien ganaba, por ser quien ríe al último.
¿Qué si puta y zorra era lo mejor que tenía? Vamos, esto apenas estaba comenzando, a´¨n habían muchas cosas por decirse y por hacer, y si ella en verdad quería que la insultaran, él le demostraría que aún tenía mucho por hacer... o quizás no; quizás se lo pensara mejor y buscase lo contrario a complacer sus caprichos, quizás un irónico “Mi amorcito” ¿Por qué no? Lo que sea por complicarle la vida.
¿Qué cómo volvería a los pasillos sin que le vieran desecho? ¿Qué importaba? O mejor dicho ¿De verdad saldría de ahí cuando ella se lo ordenara? Ja! Pobre ingenua, como si no supiera ya que él no actuaría de la manera que ella esperaba... o al menos no en todo lo que esperaba.
No respondió.
No respondió a ninguna de sus preguntas porque en verdad no merecían respuesta. Bien sabía él que más se enseñaba con los actos y que ya vería como le hacía morderse la lengua, aquella dulce y candente lengua que ahora batallaba con su propio cuerpo hasta hacerle jadear de placer.
Su mirada demente le volvió loco, le hizo desearla aún con mayor intensidad de lo que ya le deseaba, de hacerse con ella por completo y poseerla hasta la fiereza misma de un animal insaciable, lujurioso y absurdamente dominante. Por ello bajó ambas manos hasta su entrepierna, no para acariciarle aún más con sus dedos, sino para separar sus muslos y alzarla hasta envolverse con sus piernas y hacer a un lado su ropa interior para abrir paso a sus propios deseos. Le besó nuevamente, esta vez lamiendo la sangre que había emanado de sus labios heridos; lamiendo y saboreando el agridulce de ese cálido líquido de textura ligera y vital, hasta llegar a su propia fuente, a esos labios que aún palpitaban del escozor, al igual que el palpitar de su propio miembro que temblaba de deseo al chocar contra sus paredes, contra sus muslos abiertos y cautivantes que no hacían más que pedirle a gritos que le tomara de una buena vez.
— Pobre viuda... — ironizó recordándole a sus propias palabras — Pídemelo — susurró entre sus labios, aún succionando sus heridas, haciéndolas arder de manera momentánea hasta llegarlas a adormecer — Pídeme que te tome, que te haga mía de una buena vez... Lo deseas... y sí, yo también lo deseo... Sólo pídemelo.
Le miró a los ojos, con los suyos entrecerrados y con sus manos ocupadas recorriendo aquel cuerpo femenino que aún sujetaba y que le hacía desearla con violencia. La tocaba, la recorría y la reconocía como suya, como quien reconoce por primera vez lo que por fin le pertenece. Porque ella ya era suya, porque sabía que ambos querían. Le tocó hasta lo inapropiado, hasta el mismo botón sensible oculto de su sexo, le tocó hasta hacerla desesperar y hasta que él mismo ya sólo deseaba obligarle a ser la receptora de su propio cuerpo y placer.
Darkness Delacroix- Hechicero Clase Alta
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Re: Lágrimas de cocodrilo {Anlique Delacroix} +18
Darkness, su nombre resuena en el interior de la mente femenina, se desliza entre cada uno de sus sentimientos, pero dónde más resalta es la forma en que su piel se eriza por sentirlo tan cerca, no sólo eso, su intimidad es la que ya grita por tenerlo dentro, no se trata sólo de la humedad que invade su figura, se trata también de una especie de presión que se genera en esa zona, como si el palpitar de su corazón se hubiera alojado en ese lugar para reclamar con más ahincó su deseo cargan. La humedad ya se hacía presente de forma descarada, se deslizaba poco a poco por sus piernas, si, porque se trataba de un liquido abundante que dejaba salir el olor a hembra que ella tenía. No puede hacerse la digna cuando sus gemidos la delatan al abrir sus labios, al separarlos para mostrarle lo que necesita de él. No quiere hablar pero sabe que esa es la única manera de poder obtener el premio.
Admitir que la está llevando poco a poco a la luna es perder en aquella guerra, su orgullo se vería afectado, pero… ¿De qué demonios está hablando? Ella no debería pensar en esas cosas, que importa si su orgullo se ve pisoteado por la cantidad de placer que tendrá en ese momento, además, más tarde está segura que puede volver aquel detalle en alto. Mientras su cadera y su intimidad se encuentren consentidas lo demás sale sobrando, el problema es que debe poder ser una sumisa ante él, parece que al hombre le gusta eso, lo cierto es que odia sentirse controlada, y menos, saber que toma las riendas de la situación, pero va a ceder, lo hará porque hace mucho tiempo su cuerpo grita por tenerlo, las oportunidades de esa forma no deben dejarse pasar, no se sabe si pueden llegar de nuevo.
Las manos de Angelique se hunden en la piel de la espalda ajena, incluso sus uñas son las que van haciendo cortes muy superficiales en la espalda masculina, pero las hace de cualquier manera. Sus piernas en la cintura masculina le dan la comodidad para el pueda tocarla sin que necesite de sus brazos. Su botón la hace gritar unos momentos. ¿La van a escuchar? Probablemente, pero el tiene razón, creerán que son lamentos, que ella no hace más que sufrir por la muerte de ese que hacía ver como el amor de su vida. La bruja no es tonta, para nada, y sabe como mover sus cartas, además si alguien los ve sabe que probablemente termine sin vida si cuenta algo, en aquella casa le temen, ¿y como no? Aparte de ser una mujer soberbia, todos saben que se trata de alguien de cuidado, alguien a quien es mejor guardar silencio.
- Está bien, está bien, eso deseas, mi amor - Comentó lo último con ironía. Se acercó a su oído con delicadeza, con parsimonia pero con la sensualidad natural que poseía. Le lamió el lóbulo de su oreja, incluso lo mordisqueó por unos momentos, más no hizo más que eso, sus labios cerca de su oído, le estaba costando demasiado trabajo poder decir aquello, pero después de algunas bocanas de aire, y de que él siguiera tocando su zona intima, entonces el valor había llegado - Te lo suplico, mi señor, por favor, tómame, hazme tuya en este momento, quiero que me enseñes del placer, sólo tu, te necesito a ti - Cerró los ojos con fuerza, y entonces mordió con cierta fuerza su cuello pero no lo lastimó.
Angelique movió un poco su cuerpo, con el afán de que él perdiera por completo el equilibrio. De esa forma ambos cayeron a la cama, ella encima de él por supuesto, era una buena imagen, no puede negarlo, sus rodillas se colocaron a cada lado de él, a los costados pues estaba sentada a horcadas del hombre. Ella lamía su cuello, como la gata que era comenzó a ronronear. Cerró los ojos unos momentos, disfrutando de las sensaciones - ¿Me vas a coger? ¿Quieres que te ruegue más? ¡Lo hago! ¡CÓGEME! Házmelo con ese deseo que has dejado escondido todo este tiempo, desquita todo tu deseo en mi, lo deseo, lo deseamos - Buscó su boca, buscó sus labios y entonces comenzó aquel beso apasionado.
Admitir que la está llevando poco a poco a la luna es perder en aquella guerra, su orgullo se vería afectado, pero… ¿De qué demonios está hablando? Ella no debería pensar en esas cosas, que importa si su orgullo se ve pisoteado por la cantidad de placer que tendrá en ese momento, además, más tarde está segura que puede volver aquel detalle en alto. Mientras su cadera y su intimidad se encuentren consentidas lo demás sale sobrando, el problema es que debe poder ser una sumisa ante él, parece que al hombre le gusta eso, lo cierto es que odia sentirse controlada, y menos, saber que toma las riendas de la situación, pero va a ceder, lo hará porque hace mucho tiempo su cuerpo grita por tenerlo, las oportunidades de esa forma no deben dejarse pasar, no se sabe si pueden llegar de nuevo.
Las manos de Angelique se hunden en la piel de la espalda ajena, incluso sus uñas son las que van haciendo cortes muy superficiales en la espalda masculina, pero las hace de cualquier manera. Sus piernas en la cintura masculina le dan la comodidad para el pueda tocarla sin que necesite de sus brazos. Su botón la hace gritar unos momentos. ¿La van a escuchar? Probablemente, pero el tiene razón, creerán que son lamentos, que ella no hace más que sufrir por la muerte de ese que hacía ver como el amor de su vida. La bruja no es tonta, para nada, y sabe como mover sus cartas, además si alguien los ve sabe que probablemente termine sin vida si cuenta algo, en aquella casa le temen, ¿y como no? Aparte de ser una mujer soberbia, todos saben que se trata de alguien de cuidado, alguien a quien es mejor guardar silencio.
- Está bien, está bien, eso deseas, mi amor - Comentó lo último con ironía. Se acercó a su oído con delicadeza, con parsimonia pero con la sensualidad natural que poseía. Le lamió el lóbulo de su oreja, incluso lo mordisqueó por unos momentos, más no hizo más que eso, sus labios cerca de su oído, le estaba costando demasiado trabajo poder decir aquello, pero después de algunas bocanas de aire, y de que él siguiera tocando su zona intima, entonces el valor había llegado - Te lo suplico, mi señor, por favor, tómame, hazme tuya en este momento, quiero que me enseñes del placer, sólo tu, te necesito a ti - Cerró los ojos con fuerza, y entonces mordió con cierta fuerza su cuello pero no lo lastimó.
Angelique movió un poco su cuerpo, con el afán de que él perdiera por completo el equilibrio. De esa forma ambos cayeron a la cama, ella encima de él por supuesto, era una buena imagen, no puede negarlo, sus rodillas se colocaron a cada lado de él, a los costados pues estaba sentada a horcadas del hombre. Ella lamía su cuello, como la gata que era comenzó a ronronear. Cerró los ojos unos momentos, disfrutando de las sensaciones - ¿Me vas a coger? ¿Quieres que te ruegue más? ¡Lo hago! ¡CÓGEME! Házmelo con ese deseo que has dejado escondido todo este tiempo, desquita todo tu deseo en mi, lo deseo, lo deseamos - Buscó su boca, buscó sus labios y entonces comenzó aquel beso apasionado.
Angelique Delacroix- Hechicero Clase Alta
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