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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Zigmund Zöllner Mar Dic 03, 2013 12:14 am

Is it a crime, to fight,
for what is mine?

Las cosas con Zavannah no habían mejorado mucho el último mes. Era indudable que su relación ya no era la misma. Ya no podían tratarse y verse como simples hermanos, todo había cambiado desde la tarde en que habían hecho el amor por primera vez. Y esa no había sido la única vez. Lo habían hecho desde entonces, no porque Zavannah se lo sugiriera, sino porque Zigmund sabía encontrar el momento exacto y la excusa perfecta hasta lograr meterla en su cama. No obstante, el sexo tampoco había mejorado. Zigmund intentaba ser más cuidadoso y cariñoso que la primera vez, con un poco de caricias previas y un par de palabras bonitas buscaba endulzarle el oído, pero ella seguía tensándose al contacto con su cuerpo, no parecía acostumbrarse y familiarizarse con su piel. Jamás se negaba a tener relaciones con su hermano, nunca hacía un gesto que denotara desagrado o pesar, pero tampoco demostraba lo contrario; no parecía estar disfrutándolo. Técnicamente, cuando Zigmund acudía a ella en busca de un poco de calor, la muchacha se tumbaba sobre la cama, abría las piernas y permanecía quieta mientras él hacía su trabajo. Zigmund se daba cuenta de que ella estaba ausente, la notaba fría e inexpresiva, pero tenía dos fuertes razones por las que no se atrevía a decir nada: temía que si abordaba el tema ella fuera a molestarse y entonces las cosas empeoraran entre los dos; por otro lado, sentía que de algún modo se merecía que ella lo tratara de tal manera, porque según él era su castigo por esa desastrosa «primera vez» que le había dado. Por eso se limitaba a fingir que nada ocurría, que todo estaba bien entre los dos, a sonreírle a pesar de notarla seria o ausente.

Otra cosa que se interponía entre ellos dos era la existencia de Elouan Dumalkov, el hijo de los dueños del circo en el que trabajaban. Era un joven extraordinario que había sabido ganarse el corazón de Zavannah a base de honestidad y dulzura, algo que Zigmund jamás conocería porque cada supuesta buena acción estaba llena de mentiras, de dobles o malas intenciones; todo lo que había logrado era a base de manipulaciones. Por supuesto que eso su hermana no lo sabía, pero si prefería a Elouan por encima de su propio hermano era por algo, quizá porque su sexto sentido estaba lo suficientemente desarrollado como para detectar que el joven al que su hermano tanto detestaba era mucho más sincero y auténtico que él, mucho menos egoísta. Zigmund por su parte, no estaba dispuesto a competir con Elouan, estaba convencido de que él era el mayor obstáculo entre él y Zavannah, una especie de muro que se alzaba y se fortalecía con el tiempo y que él tumbaría a como diera lugar. Cuando se trataba de Zavannah era capaz de todo, incluso de las peores cosas.

Esa tarde envió a Elouan una nota y se aseguró de que la recibiera en sus propias manos. El mensaje era breve y muy conciso, en el corriente papel la horrorosa y apenas entendible caligrafía de Zigmund invitaba a Elouan a acudir esa misma noche, justo a la media noche, a la zona donde se encontraban las jaulas de los animales, una vez que la última función del circo hubiera concluido. La excusa dada era que tenía algo muy importante que hablar con él, algo que tenía que ver con Zavannah y su bienestar, por eso aseguraba que era muy importante que no faltara a la cita, y la única petición que Zigmund le hacía era que Zavannah no se enterara de que ellos se encontrarían.


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Lágrimas de cocodrilo | Privado Empty Re: Lágrimas de cocodrilo | Privado

Mensaje por Elouan Dumalkov Mar Ene 21, 2014 9:28 pm

Aunque la nota que le fue entregada horas antes por un niño ajeno al circo le pareció por demás extraña, Elouan se propuso no llegar tarde a la cita. Durante la última función del circo no dejó de pensar en ello y se le notó distraído mientras cumplía con sus deberes; tuvo que esforzarse no para cometer un error mientras llevaba a cabo el tan admirado número de magia que tenía a cargo desde muchos años atrás. Una vez terminada la función, tuvo toda la libertad para forzar a su mente en un intento de descifrar el misterio de la propuesta de Zigmund pero, por más que dio vueltas al asunto en su cabeza, no logró llegar a ninguna conclusión que lo satisficiera del todo. Tal vez por eso decidió otorgarle el beneficio de la duda, creer que si lo citaba era para tratar asuntos relacionados con Zavannah porque, después de todo, ¿qué otro asunto podría querer con él alguien que no lo toleraba? Porque sí, Elouan estaba enterado desde hace tiempo de que Zigmund Zöllner lo odiaba; no eran suposiciones suyas ni chismes de dudosa procedencia y credibilidad, tampoco eran inventos de una mente maquiavélica con ganas de envenenar almas ajenas, lo sabía de buena fuente porque la misma Zavannah se lo había dado a entender en varias ocasiones, por eso es que le parecía tan extraño que quisiera verlo. Elouan, por su parte, no sentía ningún sentimiento en particular por el hermano de su prometida; al inicio había intentado ganárselo, ser su amigo, pero al ver que el mayor de los Zöllner no denotaba tener la menor intención de aceptar su amistad y que por el contrario, parecía desairar sus buenas intenciones, él sencillamente había optado por desistir del cometido para ahorrarse los groseros desplantes del indiferente joven. Si Elouan lo había intentado había sido solamente por ella, por Zavannah, porque sabía cuanto le lastimaba que su futuro esposo y su único hermano no pudieran ni mirarse a los ojos o dirigirse la palabra, hecho que mermaba la idea de una boda perfecta en la que a falta de su padre, su hermano cumpliera con la tarea de entregarla en el altar al hombre que amaba. Por supuesto que eso no ocurriría, Zavannah ya había empezado a hacerse a la idea porque estaba consciente de que no había más por hacer al respecto, solamente asimilarlo. Elouan, cuyo amor que profesaba a Zavannah parecía no agotarse o tener límites, decidió que lo intentaría una vez, la última vez.

Se dirigió hasta el área donde colocaban a todos los animales que eran parte del circo, las mayores atracciones en realidad. Mientras se acercaba con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, pudo percatarse de que ya los animales dormían porque todo estaba en penumbras y en silencio. Los únicos que parecían inquietos eran los leones, dos hermosos ejemplares que se paseaban de un lado a otro dentro de su jaula; parecía como que algo –o alguien- los tenía inquietos. Elouan pensó que quizá el encargado de alimentarlos no les había dado suficiente alimento, así que decidió acercarse para asegurarse. En ese instante, vio una sombra negra moverse a un lado de la jaula que lo tomó por sorpresa; el muchacho se sobresaltó pero pronto pudo distinguir que se trataba del hermano de Zavannah.

Medianoche —anunció a Zigmund, tan solo para hacerle saber que había llegado a su cita, muy puntual como de costumbre—. Estoy aquí. ¿Qué era eso tan importante que quería decirme? Supongo que se trata de Zavannah. Tengo toda la disposición, solamente le agradecería que fuera rápido, mañana es sábado y debo dormir lo suficiente para la función matutina —Elouan no pretendía perder el tiempo, así que fue directo al grano y permaneció a la expectativa.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Mar Ene 21, 2014 9:35 pm

La cita con Elouan no era algo espontáneo que Zigmund había planeado ese mismo día, lo había preparado por días, semanas enteras. A estas alturas, el plan a llevar a cabo estaba mucho más que estudiado; sabía exactamente qué decir, cómo moverse y cuánto tiempo duraría todo. El tiempo estimado eran diez minutos. No podía desperdiciar ni un segundo ni darse el lujo de demorarse uno más, porque entonces correría el riesgo de que su plan perfecto se viniera abajo y todo fuera un rotundo fracaso.

Mientras esperaba, Zigmund se sentó sobre un viejo cajón de madera que los empleados del circo, encargados de alimentar a los animales, utilizaban para guardar algunos alimentos no perecederos, justo al lado de la jaula de los leones. Al instante, los felinos se mostraron excitados, quizá un tanto molestos por la presencia del muchacho; lo olfatearon con discreción y es probable que hayan identificado en él las malas intenciones que recorrían su cuerpo, la mala sangre y la maldad que tenía en el alma, porque el macho lanzó un rugido ensordecedor e intentó alcanzarlo con sus garras a través de los gruesos barrotes de metal. En el rostro de Zigmund se dibujó una sonrisa, tan mezquina como sus pensamientos; ignoró al feroz animal que tenía al lado y centró toda su atención al frente cuando observó con satisfacción la delgada silueta de Elouan que se acercaba a él lentamente.

Permaneció en las penumbras y no se mostró ante él hasta que el muchacho se acercó lo suficiente. Emergió de entre las sombras como un espectro maldito que iba en busca de venganza y que no descansaría hasta poseer su alma. No dejó de sonreír. La sonrisa que mostraba no era amplia y descarada, era un gesto discreto, apenas un sutil boceto, pero igualmente despreciable. Sin decir nada, se acercó a Elouan y lo rodeó en silencio, pasando a su lado, luego a sus espaldas para finalmente plantarse frente a él.

Te equivocas —comenzó a decir con una voz inexplicablemente tranquila, tan sosiega que resultaba mucho más temible y alarmante que si estuviera gritando—. No se trata de Zavannah, se trata de ti y de mí. Se trata de que yo no estoy dispuesto a compartirla. Se trata de que yo la merezco más que tú —dio un paso al frente obligando a Elouan a retroceder. Conforme hablaba su voz sufría una transformación, mutando de tranquila a desafiante—. Yo cuidé de ella desde pequeña, yo velé su sueño y limpié sus lágrimas —Elouan retrocedió otro paso cuando Zigmund se le volvió a acercar—. No es justo. ¡No vas a robármela, no voy a permitirlo porque yo la amo y sé que ella me ama! —gritó con furia, acercándose a Elouan mucho más, al grado de hacerlo trastabillar.

El muchacho cayó al suelo. Alzó el rostro y suplicó por su vida. Zigmund no escuchó nada de lo que le dijo, su rabia y la adrenalina del momento le impedían distinguir cualquier sonido que no fueran sus propios pensamientos. Se abalanzó sobre el muchacho cuando éste quiso escapar y le impidió moverse inmovilizándolo con todo su peso. No sintió lástima por él, no hubo remordimientos; estaba convencido de que era su destino y de algún modo, el haberse enterado días antes que Elouan estaba muy enfermo y que pronto moriría, le hacía sentir que incluso estaba haciéndole un favor, aunque no se lo mereciera por lo que según él le había hecho.

En la vida de Zavannah no hay sitio para los dos —le susurró al oído cuando se acercó al rostro de Dumalkov—, uno de nosotros tiene que morir, y estoy enterado de que tú lo harás muy pronto, pero no puedo esperar hasta entonces, no puedo permitir que la hagas tu esposa, que le pongas tus sucias manos encima.

Rápidamente, con sus manos tomó una oxidada cadena que se encontraba justo al lado de Elouan, la enredó con maestría alrededor del delgado cuello del muchacho y jaló con todas sus fuerzas con la intención de estrangularlo. Elouan intentó defenderse, luchó por su vida como si realmente tuviera un futuro al lado de Zavannah, pero todo parecía ser en vano.

Nunca debiste poner tus ojos sobre ella. Tú provocaste esto, me obligaste a hacerlo —le dijo al moribundo muchacho mientras apretaba con más fuerza, con una expresión de endemoniado impresa en el rostro. Podía sentir la vida del susodicho vaporizándose entre sus dedos.


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Mensaje por Elouan Dumalkov Mar Ene 21, 2014 9:53 pm

Escuchó con horror todo lo que Zigmund confesó esa noche. Oír las terribles cosas que éste decía le hizo comprender que eso que ya sospechaba desde hace tiempo era un hecho, iba más allá, que superaba sus propias expectativas. Ahora no tenía duda de que Zigmund veía a Zavannah como a su mujer, que si todo el tiempo estaba sobre ella prohibiéndole y exigiéndole cosas, no era porque se trataba del típico hermano sobre protector, celoso y un tanto egoísta, sino porque no toleraba la idea de que alguien se la quitara, porque la consideraba como algo suyo. Ahora entendía la magnitud de su enfermedad, la obsesión que no parecía tener límites. También comprendía por qué éste lo odiaba tanto, por qué nunca aceptó el noviazgo entre ellos y mucho menos su compromiso; supo lo que su boda significa en su vida, lo que él representaba para Zigmund: un estorbo, uno que parecía dispuesto a eliminar.

Zigmund, estás equivocado, las cosas no son como tú crees. Eso que sientes por Zavannah no es amor, no puede ser amor, ¡ella es tu hermana! —le dijo en un intento de hacerle ver la realidad de las cosas. Ingenuamente creía que si encontraba las palabras perfectas, quizá lograría hacerlo entrar en razón, darse cuenta de lo mal que estaba, del daño que se hacía y le hacía a la que decía amar.

Elouan se echó para atrás ante la amenazante cercanía de Zigmund. Se tambaleó y cayó al suelo de nalgas, luego alzó el rostro y, por alguna razón que no llegó a comprender en ese instante, al mirar los eléctricos y coléricos ojos azules del que nunca se convertiría en su cuñado, supo que su historia de amor se había terminado, que no florecería jamás, que ya no había esperanza alguna, que era el fin. Sintió el miedo invadiéndolo de pies a cabeza. Se sintió indefenso. Intentó huir de Zigmund arrastrándose por el suelo polvoriento hecho de tierra pero no tuvo oportunidad porque Zigmund lo detuvo al instante. Volvió a mirarlo a los ojos y suplicó; intentó justificar cada una de sus acciones respaldándose en las buenas intenciones que siempre había tenido para con su hermana, pero Zigmund lo ignoró. Lo observó tomar una cadena y forcejeó para impedir que se la enredara en el cuello, pero fue más hábil que él y, cuando menos esperó, Zigmund ya tiraba de ella, cortándole el la respiración. El dolor que experimentó fue mucho más intenso que los que sufría por su cáncer.

Por favor… no… No… lo hagas, Zig… mund… —suplicó una vez más con un hilo de voz.

Con sus manos, Elouan intentó impedir que la cadena le estrangulara, luego las alargó para alcanzar a Zigmund pero sólo pudo arañar los brazos de su verdugo, provocándole graves heridas con las uñas, sin lograr que éste lo soltara. El aire se le fue extinguiendo obligándolo a abrir la boca grande para tomar grandes bocanadas, pero tampoco fueron suficientes. La carne de su cuello comenzó a tornarse oscura y sintió su cuerpo tan débil como nunca antes, tanto que ya no tuvo fuerzas para seguir luchando. Sus brazos cayeron a ambos lados de su cuerpo y sus ojos quedaron abiertos y vidriosos, como los de un muñeco. Antes de morir, Elouan pensó en Zavannah y rogó al cielo que su vida al lado de Zigmund no fuera tan desagraciada como le esperaba si ella permanecía al lado de un asesino.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Jue Feb 20, 2014 9:19 pm

Pronto, Elouan ya no respiraba; no se movía o daba indicio alguno de continuar luchando por su vida. Zigmund sintió el cuerpo  inerte del joven bajo sus manos, y olfateó el olor de la muerte, uno que la mayoría de las personas percibía como amargo, pero que a él le parecía la cosa más dulce que había probado en mucho tiempo. Era un sabor que fácilmente podía convertirse en una adicción. Lo había logrado, se había deshecho del muchacho, en completo anonimato, en cuestión de segundos. Jamás llegó a imaginar que sería tan sencillo como había imaginado. Ya no habría más obstáculos entre él y Zavannah. Muerto Elouan, ella no tendría más remedio que refugiarse en sus brazos, y el la recibiría con un gran abrazo, le daría el consuelo que ella necesitara y su relación se fortalecería más que nunca. Serían inseparables. Zavannah ya no tendría ojos para nadie más, porque allí afuera no había alguien más que la amara como él lo hacía. Era el plan perfecto.

Lentamente, soltó la cadena, dejándola caer al suelo, cayendo ésta pesadamente a un lado del cuerpo del muchacho. Elouan murió con un gran dolor, no solo en el cuerpo, también en el alma, y eso se podía deducir tan solo con ver la expresión en su rostro. Tenía los ojos abiertos, la boca entreabierta y sus manos se habían quedado enroscadas, muy rígidas, alrededor de los brazos de su agresor. Zigmund deshizo su amarre y se puso de pie. No tuvo la decencia de cerrar los ojos de Elouan, ni siquiera eso pudo concederle. Lo miró desde lo alto con suficiencia, con un rostro tan inexpresivo que era capaz de alarmar a cualquiera. Otro en su lugar habría estado con los nervios de punta, excitado o incluso dudando de lo sucedido, pero no él. A Zigmund no parecía habérsele movido un solo pelo. Se sentía orgulloso, satisfecho, y estaba seguro de que, de poder hacerlo, lo habría hecho nuevamente, de eso no había duda.

Su paz era tan absoluta, que solo un inesperado ruido que provino de detrás de su espalda fue capaz de arruinarla. Sus sentidos lo alertaron y reaccionó de inmediato dándose se la vuelta, aunque hubiera preferido no hacerlo. Allí estaba ella, su hermana, observando la fatídica escena. Zigmund tragó saliva y comenzó a transpirar.

¿Hace cuánto que estás ahí? —preguntó a Zavannah, pero esta no respondió.

La muchacha parecía estar en shock. Zigmund se atrevió a mirarla a la cara y le pareció que sus ojos verdes, que ya eran naturalmente grandes, estaban mucho más abiertos, como dos platos, y húmedos. La muchacha no despegó la vista del cuerpo que yacía a los pies de su hermano, y Zigmund supo que si quería impedir que ella empezara a verlo como el monstruo que era, tenía que empezar a buscar una buena excusa.

No, Zavannah, no… ¡Esto no es lo que parece! —exclamó dando un paso al frente, alzando los brazos y agitándolos en el aire, como hacía todo el que intentaba explicarse de una forma desesperada—. Te juro que todo tiene una explicación… —pero no la había.

¿Estaba dispuesto a confesar su crimen? Hacerlo sólo podía significar una cosa: ganarse el odio de Zavannah y perderla para siempre, un precio que no pensaba pagar. Frunció el ceño, la primera y más notoria señal de que comenzaba a sentirse afligido, probablemente arrepentido, pero no de haber matado a Elouan, eso jamás.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Lun Mar 17, 2014 8:26 am

- ¡Elouan! – En medio de la noche, la muchacha interrumpió la tranquilidad de todos con aquel grito. Dada la cantidad de actividad que tuvo el día anterior en el circo, se había ido a dormir alrededor de las diez de la noche. Se le había visto muy cansada, ojerosa, y sin ganas de hacer más que dormir. Sin embargo, como todos los días antes de meterse a su catre viejo con su hermano, la joven dio un beso de buenas noches a su prometido; la pesadilla le había hecho salir del mundo de los sueños. En medio de él pudo notar a un joven que caía de la parte más alta de la carpa y terminaba con su vida. Lo más extraño del sueño es que sentía que la caída había sido ocasionada, y un par de ojos vigilantes se aparecieron, los ojos que su hermano tenía sobre ella a cada instante. Confundida se puso de pie, se colocó una bata un tanto más gruesa sobre el cuerpo. Observó el pequeño remolque de pies a cabeza buscando señal de su hermano, el no tenerlo cerca le incrementaba el miedo, la inquietud. No perdió el tiempo, de un golpe abrió la puerta del remolque, su sentido del olfato la guió por todos los lugares cercanos. Diez minutos sólo bastaron para encontrar el rastro más reciente de su prometido.

Zavannah apresuró su paso lo más que pudo. Sus nervios se encontraban tan exaltados que en ocasiones se tambaleó, y por poco caía al suelo, pero pudo mantenerse de pie. Sus manos inquietas se colocan frente a ella, a la altura del pecho, y jugueteó con sus dedos, aquello desde siempre le había resultado un tanto terapéutico. Lo que terminó por poner a la cambiante en peor estado, fue que el rastro de su hermano se estaba mezclando con el de su prometido. Podía identificar esas dos esencias a detalle incluso estando en el centro de París. “¿Qué estaba pasando entonces? ¿Por qué no sabía lo que ocurría? ¿Por qué se habían citado sin que ella lo supiera?“. Esas tres simples preguntas no dejaba de hacerse, y mientras las repetía miles de respuestas trágicas atravesaban sus pensamientos. De un encuentro así, a esas horas, nada bueno se podía sacar. Algo andaba muy mal.

La cambiante se quedó en la entrada del lugar. Tomó varias bocanas de aire, y esperó a escuchar lo que estaba pasando dentro de aquella zona. ¿Por qué siempre que se encontraba Zigmund en medio tenía que mal pensar? Su hermano le había demostrado más de una vez que podía ser bueno y complaciente, quizás el muchacho había considerado hacer una tregua con su prometido, incluso los dos podrían estar planeando una sorpresa para ella. ¡Que se llevarían sería lo más maravilloso! La sonrisa de la joven se amplió, incluso se llevó una mano al pecho notando que tanto sus latidos, como sus respiraciones volvían a la normalidad.

Poco le duró la felicidad a la joven, cuando escuchó las palabras de su hermano comenzó a comprenderlo todo. Lo que más temía se volvía realidad. A pesar de saber que tan peligroso podía ser su hermano, la muchacha guardaba esperanzas, le tenía fe. No entendía como era capaz siquiera de decir algo tan absurdo. Se suponía que ya había entendido que la joven deseaba su vida con el hijo de los dueños del circo. Con la voz de Elouan suplicando, no hubo más remedio que avanzar y adentrarse al lugar. Zavannah deseó no haberlo hecho.

El espíritu de sus tres animales (transformaciones), rugieron, arañaron y exigieron salir a la luz para poder apartar a Zigmund de su prometido. Zavannah ni siquiera tuvo el valor de impedir aquella muerta, su cuerpo no le respondía, ni siquiera su minino pudo transformarse para escapar y buscar consuelo de esa forma. ¡Elouan había muerto! Ante eso no existía consuelo alguno, menos tomando en cuenta quien lo había matado.

Cállate — Pidió con su voz entrecortada. La joven nunca había pedido a su hermano tremenda grosería, pero en ese momento lo desconocía, no era su hermano, era un asesino. — Lo hiciste, tu lo hiciste ¡Yo te vi! — Le acusó, aunque su shock era tan grande que ya ni recordaba lo que había visto era un sueño o si su sueño de minutos atrás era realidad. Se sentía tan confundida; llegó más rápido que un abrir y cerrar de ojos a situarse junto al cuerpo inmóvil de su prometido. Zavannah acarició con cuidado sus mejillas, movió sus dedos temblorosos y le cerró los ojos, incluso relajó sus expresiones. La joven movió una de las manos del muerto Elouan, y se acurrucó en ella — Debe estar dormido, no tardará en despertarse. Elouan, despierta — Lo movió con suavidad, pero como era obvio, no existió respuesta alguna.

La joven cerró los ojos, y ya no pudo contener las lagrimas. Su amor se había ido, estaba muerto, y todo por culpa de su hermano ¿Verdad?


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Lágrimas de cocodrilo | Privado Empty Re: Lágrimas de cocodrilo | Privado

Mensaje por Elouan Dumalkov Dom Abr 27, 2014 12:42 am

Aún recostado sobre el suelo, Elouan parpadeó, y desde esa posición, observó la escena que se llevaba a cabo, donde hermano y hermana enfrentaban por vez primera una inminente realidad. Observó sus pies, tocó su pecho y, finalmente, sus manos llegaron hasta su cuello, donde todavía se encontraba enroscada la cadena con la que se suponía que Zigmund lo había estrangulado hasta morir. Se la quitó de encima. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué seguía vivo? Al inicio, no lo entendió. Se preguntó si todo había sido un mal sueño, una maldita pesadilla de la que ahora despertaba, o si había sido real y Zigmund se había arrepentido en el momento preciso y le había dejado vivir. Todo era tan confuso que incluso dudó que la discusión que los Zöllner llevaban a cabo frente a él era real, bien podía ser parte de una extraña y macabra recreación en su mente. Tambaleándose, logró ponerse de pie y, al ver que Zavannah se acercaba a Zigmund para exigirle una explicación, culpándolo de una muerte que Elouan aún no comprendía, él se apresuró y corrió a encontrarla para intentó detenerla. Quería impedir que se acercara a Zigmund porque, no importando lo que hubiera pasado esa noche, temía que éste pudiera hacerle daño, como había intentado hacer con él. Después de lo vivido, lo creía capaz de cualquier cosa, hasta de arremeter en contra su propia hermana, a la que tanto decía amar, a la que tanto celaba y juraba que era la razón de su existencia, pero a quien irónicamente no dejaba de hacer daño.

Abrió sus brazos y con ellos intentó rodear el cuerpo de Zavannah para impedir que avanzara más, pero su hazaña no funcionó. Experimentó una sensación por demás extraña, cuando el cuerpo de la muchacha chocó contra el suyo y el suyo a su vez se desintegró transformándose, durante unos segundos, en una especie de humo para enseguida volver a su forma habitual. Técnicamente, el cuerpo de la joven lo había atravesado. Eso lo hizo permanecer inmóvil y sentirse trastornado. Se miró las manos y palpó una vez más su pecho, pero todo se sentía tan normal. Zavannah actuó como si allí no hubiera pasado nada, ignorándolo, como si no se encontrara allí, y Zigmund, él por primera vez en la vida no mostró sus celos enfermizos lanzándole una mirada envenenada. Se sintió herido cuando llegó a la absurda conclusión de que, tal vez, finalmente, Zigmund había logrado envenenar el alma de Zavannah y la había convencido de alejarse de él. Pero, si así era, si ella al final había decidido quedarse con su hermano, ¿por qué le hablaba de aquel modo, exigiéndole una explicación, culpándolo de algo? Elouan estuvo a punto de dar media vuelta para abandonar aquel sitio donde claramente no tenía lugar y donde no le necesitaban, pero el llanto de Zavannah lo hizo desistir.

La muchacha se dejó caer sobre el piso y permaneció de rodillas, junto a un cuerpo cuyo rostro Elouan no logró reconocer desde la posición en la que se encontraba. Cuando se acercó para ver de quién se trataba, deseó no haberlo hecho. Allí, sobre el suelo, se encontraba él mismo, con los ojos abiertos y desorbitados, sin brillo. No tenía sangre pero en su cuello seguía esa cadena, enredada sobre una piel hinchada, amoratada y roja, y de su boca entreabierta aún escurría una espesa espuma blanca. Las señales de resistencia estaban explícitamente marcadas en el cuerpo de Elouan, y la expresión en su rostro, reflejaba el pánico, el terror que sintió en el momento de su muerte.

Elouan se echó hacia atrás, horrorizado con la imagen. Cayó de espaldas sobre el piso y se arrastró por el suelo, desesperado, traumatizado. Llevó sus manos a su rostro y lo cubrió porque no deseaba seguir observando la siniestra imagen de sí mismo, pero, mientras sollozaba destrozado, no pudo evitar entre abrir los dedos y espiar a través de ellos la realidad de las cosas, su realidad. Estaba muerto. Esa era la única explicación coherente a las cosas tan extrañas que estaban ocurriendo. No importaba cuánto gritara o intentara consolar a Zavannah, ella no lo sentiría, no escucharía ninguna de sus palabras; sus oraciones serían como una insignificante ráfaga de viento chocando contra su rostro y oídos, un mínimo y apenas audible murmullo de la noche que pasaría desapercibido. Quizá era momento de aceptarlo: se había reducido a la nada. Eso lo hizo padecer la mayor impotencia que había experimentado en toda su existencia.

¡Asesino! —gritó a Zigmund con todas sus fuerzas, colérico, herido, tan solo para comprobar, amargamente, que ninguno de los dos hermanos podía verlo o escucharlo, que, efectivamente, ya no era nadie, sólo un recuerdo.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Dom Abr 27, 2014 12:46 am

Ver la expresión en el rostro de Zigmund era darse cuenta de lo mucho que le dolía y odiaba que Zavannah lo hubiese descubierto en pleno acto. Y, a pesar de que había cumplido su cometido asesinando a Elouan, el que ella lo hubiera sorprendido era suficiente motivo para declarar el plan como fallido. De nada le servía que él estuviera muerto si en lugar de ganar su amor ganaba su desprecio. Zigmund sintió miedo. Miedo de la forma en que Zavannah lo miraba. Miedo de que nunca lo perdonara por lo que acababa de hacer. Miedo, o mejor dicho, terror, de que esta vez sus hábiles manipulaciones, esas que por tanto tiempo la habían mantenido a su lado, sumisa y disciplinada, no surtieran el efecto acostumbrado y la perdiera para siempre. Ella podía revelarse, pero él no podía permitir tal cosa. No podía perderla. No cuando la idea de tenerla nuevamente y sin ningún tipo de obstáculo que los separase, estaba tan cerca.

La desesperación se apoderó de su ser haciendo de él un verdadero cobarde que estuvo dispuesto a todo con tal de salirse con la suya.

Zavannah, Zavannah… —suplicó avanzando hacia ella con la intención de tocarla, abrazarla, pero ella no pareció escucharlo. Fue ignorado. La muchacha estaba consternada, casi enloquecida, con el asesinato de su amado. Tenía la mirada de una loca y, por momentos, a Zigmund le pareció que estaba al borde de perder la cordura—. ¡Escúchame! ¡Él iba a morir de todos modos, él estaba enfermo, estaba desahuciado! —le gritó agitando los brazos en el viento, desesperado, pero ella, en lugar de prestarle atención, prefirió acercarse al cuerpo Elouan. La vio dejarse caer de rodillas junto a él y tocar su rostro blanco besado por la muerte. Sintió celos de que un cadáver fuera más digno de las caricias de su hermana que él, que estaba vivo y que había dedicado su vida a amarla—. Si no me crees, puedes preguntárselo a sus padres —continuó—, yo mismo los escuché hablando del tema. Yo sólo le he hecho un favor, hermana. Él me lo pidió… —mintió, y no experimentó un mínimo de arrepentimiento por ello—. Éste sería nuestro secreto. Me rogó que lo ayudara. ¿Qué podía hacer yo con el último deseo de un moribundo? No me juzgues. No me tengas miedo. Yo… yo… yo jamás te haría daño, jamás haría daño a nadie si no tuviera un motivo.

Sigiloso, se acercó a ella, y cuando estuvo justo detrás, se dejó caer a su lado. La sujetó por la espalda, cruzó uno de sus brazos frente a su pecho y se aferró así al delgado cuerpo de Zavannah. Hundió su cara en el cabello largo y castaño de la muchacha.

Zavannah, él no va a despertar… Está muerto. Se ha ido, para siempre. Lo sé, lo sé, sé que es duro, pero él iba a dejarte, ahora o después, en cambio yo… aquí estoy, para protegerte —intentó consolarla sin demasiado éxito—. Yo nunca voy a dejarte —habría llorado, al menos sollozado para que ella pudiera escucharlo y de ese modo convencerla de su supuesta inocencia, pero no pudo hacerlo. Los años, las mentiras y sus actos viles y manipuladores lo habían vuelto un tanto insensible, tanto que a la fecha lo único que lo hacía reaccionar eran los sentimientos negativos como los celos, la posesividad, la envidia, la ira, y algunas otras veces, la lujuria.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Lun Mayo 19, 2014 1:26 am

La realidad es que Zavannah no sabía que estaba sintiendo. Muchas cosas estaban ocurriendo, demasiados sentimientos la estaban mareando. En medio de su pecho experimentaba un gran vacío, su corazón galopaba con desesperación, empezó a temblar, las ganas de vomitar aparecieron, le empezó a faltar el aire. Dolía no sólo físicamente, también de forma emocional, se sentía perdida, confundida, enojada, triste, sola. Sobretodo sola. Aquello que había experimentado con la muerte de su padre regresó, sin embargo parecía que la negatividad se multiplicaba, se instalaba en medio de su ser y se expandía por completo a cada rincón. La esperanza y la luz que diariamente la acompañaban se había extinguido cuando los ojos de su prometido se cerraron. Porque hasta eso había ocurrido. El alma de Elouan era tan buena que se cerró por completo sin dejar ver de nuevo el color de aquel par de ojos. ¡Que tragedia! ¿Por qué a la gente buena le tenía que ocurrir todo lo malo y cruel? El muchacho no debía morir, no lo merecía.

Sobre su pecho descansaba la cabeza de ese hombre al que amó, porque la joven sabía que era todo para ella. Con el hijo de los cirqueros había aprendido tantas cosas, como que el roce de sus manos podría ser un detalle delicioso que pocas veces se disfrutaba, claro, con aquella persona amada. Él le había enseñado a sonreír sin miedo, a soñar con una familia, añorar una mejor vida, y a darse cuenta que merecía ser feliz, todo eso y más sin tener que tener la carga de su hermano. Elouan había sido lo mejor que le había pasado en la vida, y ya no estaba, ya había pasado a mejor vida. Porque si existía un cielo dónde Dios reinaba, seguramente ya lo habrían recibido, de eso no había duda.

No te vayas, por favor, no me dejes, por favor, no me hagas esto — Susurraba con suavidad al oído del cuerpo sin vida. Zavannah no podía procesar por completo que no la escuchaba, por más que suplicara, que pidiera, que llorara, él no volvería. Así eran las cosas. — Elouan, mi querido Elouan, llévame contigo, no me dejes aquí, por favor, llévame contigo, no me dejes sola, sin ti — En realidad la cambiante sabía que sola nunca estaría, que su hermano siempre la seguiría, que jamás le permitiría encontrarse con un amor, con alguien que quisiera tomarla como su mujer, como su esposa. Decir en voz alta que estaría sola, sin contar a Zigmund podría ser el golpe más fuerte que ella le había lanzado, pero uno completamente merecido.

Suéltame, Zigmund — Le pidió con tranquilidad sin soltar el cuerpo de su amado. — No me toques, te pido que no me toques por favor, no lo deseo — Aunque en el fondo tenía miedo de su reacción, debía comportarse de acuerdo a la situación, además, la joven se daba cuenta que la actitud de su hermano había cambiado, que ahora se mostraba indefenso, perdido, angustiado, era el momento perfecto para que ella pudiera desprenderse de él, libertarse. ¿Y si lograba que la odiara? Seguramente sería la mejor manera para que él pudiera dejarla partir. El problema es si llegaba eso a pasar, o se complicaban más las cosas. Zavannah pensó entonces que no existiría forma alguna de que su hermano se volviera más obsesivo, más controlador, sin embargo ella no conocía por completo los limites que podría romper el joven.

Con cuidado dejó el cuerpo inerte recostado en el suelo. Se tomó su tiempo para acomodarle las manos encima del pecho. Le acarició la barbilla, incluso se inclinó para dejar un beso sobre los labios de Eloaun. Se dio cuenta que aún se mantenían cálidos, así que guardó el sabor, la sensación de tener al chico cerca en su memoria, en la zona más preciada de su interior; de pie se giró para ver a su hermano, se encontraba aun de rodillas, y se dio cuenta que era insignificante, poca cosa. Quizás el enojo, la tristeza y el terror del momento la hacía tener el valor para notar la realidad. Zavannah necesitaba aprovechar su estado antes de volverse la misma frágil y asustadiza chica de siempre. La joven que su hermano bien sabía manipular.

Elouan no me mentiría, nunca lo haría, me habría dicho las cosas, no me ilusionaría porque si, además, ¿por qué te pediría precisamente a ti que lo mataras? No te creo nada, te vi como lo hiciste, ¡te vi!, no me mientras, eres malo, muy malo, me lo quitaste, te lo llevaste, ¿Eso querías? — El cuerpo de Zavannah comenzaba a temblar con fuerza, ella sabía que si no se controlaba terminaría por transformarse en alguna de sus partes animales. La chica controlaba su respiración como podía, tomaba bocanas de aire, pero de nada servían. — Lo mataste por gusto, Zigmund, porque no lo querías, porque no lo deseabas para mi ¡eres el peor de los egoístas — Se secó las pocas lagrimas que querían salir, no iba a llorar, no frente a su hermano.

Él nunca se va a ir, no del todo, él está conmigo, dentro de mi. Estoy esperando un hijo de él — Mintió, no importaba que tan grande era la mentira, si de esa manera lograba sacárselo de encima había triunfado.


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Mensaje por Elouan Dumalkov Jue Jun 05, 2014 11:02 pm

Luego de la inesperada e incongruente confesión, Elouan miró a Zavannah completamente sorprendido, con los ojos casi desorbitados. Se quedó allí, observándola por un buen rato, congelado, con la boca entre abierta, hiper ventilando, sin saber qué hacer u opinar. Sin embargo, pronto comprendió por qué lo había y estuvo de acuerdo con que los hechos justificaban los medios. De antemano sabía que ella no podía verlo, sentirlo o escucharlo, pero aún así acudió a ella y se plantó a su lado; la tomó de la mano para demostrarle su apoyo. Ella ni se inmutó ante ese gesto.

La piel de la muchacha estaba agradablemente tibia y seguía siendo tan suave y tersa como recordaba. Le hubiera gustado seguir con vida para poder cruzar su brazo sobre su espalda, acercarla a su pecho y secundar ante su hermano esa mentira, convertirse en su cómplice. Encantado hubiera dado su último suspiro por poder gozar por última vez el desencanto del aprehensivo muchacho y darle así una lección. Él nunca había sido vengativo, jamás había albergado deseos de hacer el mal al prójimo, pero luego de haber atestiguado en carne propia las atrocidades de las que era capaz el mayor de los hermanos, Zigmund lograba despertar en él sentimientos nuevos que más incomodarlo le hacían experimentar cierto consuelo. Si su muerte quedaba impune, al menos tenía que ingeniárselas para hacerle pagar de algún modo lo que le había hecho, y atormentarlo desde el desconocido plano en el que ahora se encontraba no resultaba una mala idea para él. Sólo debía descubrir si era capaz de lograr que él sintiera su presencia, o incluso lo escuchara y viera.

La idea de que Zavannah estaba esperando un hijo de él, era absurda, completamente ilógica, básicamente porque su breve romance con ella no había pasado de unos cuantos besos y algunas caricias inocentes. Nada le hubiera hecho más feliz en el mundo que haber tenido la posibilidad de engendrar un nuevo ser con ella. Estaba seguro de que ella habría sido una excelente madre, pero también estaba convencido de que hubiera sido un acto por demás egoísta de su parte el dejar a un niño huérfano tan pronto y a una madre soltera y desamparada. Era mejor así, y mera mejor no seguir soñando con las posibilidades ya perdidas.

Intentó disipar sus pensamientos y enfocarse en el presente, pero todas las posibilidades de lograrlo se esfumaron y quedó completamente aturdido al escuchar la posibilidad que su asesino planteaba a la joven.

¿De qué está hablando? ¿A qué se refiere con eso, Zavannah? —preguntó casi instintivamente, olvidándose nuevamente de que sus palabras no serían escuchadas—. Se ha vuelto loco. Ustedes no… no pudieron… Di que no es verdad —le exigió soltándose de su mano.

A Elouan le pareció una aberración imaginar a dos hermanos juntos, como hombre y mujer. Miró a Zavannah con desaprobación y rogó al cielo que ella desmintiera aquella blasfemia. Aunque también le doliera, prefería escuchar que él la había forzado, porque probablemente no comprendería jamás que ella se hubiera involucrado tan deliberadamente con él.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Jue Jun 05, 2014 11:11 pm

¡No, eso es mentira! —Gritó incapaz de concebir la confesión que su hermana le había hecho—. ¡Estás mintiendo, lo sé! Aunque no sé por qué lo haces… —la voz se le apagó un momento.

Zigmund se llenó de rabia y abandonó toda intención de consolarla en su pérdida. Eso, a él no le interesaba. No consideraba el deceso del joven Elouan como algo que tuviese que lamentar; ni siquiera se sentía realmente culpable. Sabía que había estado mal y haber asesinado no lo llenaba precisamente de orgullo, pero se sentía en paz, tranquilo y satisfecho por haber pateado al fin esa gran piedra de su camino. Ahora la travesía se encontraba libre para ellos dos, una calle que visualizaba amplia, limpia y solitaria, pero Zavannah, que desde siempre se había empeñado en complicarle las cosas a su hermano, se aferraba a la acera y se negaba tomarlo de la mano para así continuar su camino. Él estaba dispuesto a todo, a arrastrarla de ser necesario, si eso garantizaba llevarla consigo.

La miró y sólo fue capaz de pensar en sí mismo, en su dolor. Su corazón se había endurecido tanto con los años que ya no era capaz de ablandarse ante la pena ajena. Todo lo que deseaba era satisfacer sus propias necesidades, y si bien Zavannah era la única que era capaz de sacar a flote un poco de su humanidad bien oculta y casi extinta, en esa ocasión ni siquiera ella con su llanto amargo fue capaz de lograrlo. Para Zigmund esas lágrimas no valían nada. Todo lo que deseaba era la victoria, su victoria, que se traducía al hecho de que ella finalmente lo aceptara y fuera enteramente suya. Se negaba a tener que conformarse con sólo poseer su cuerpo. También quería sus sueños, sus pensamientos, su alma… especialmente eso. La quería toda, completa, para siempre, como un demonio que ambiciona con vehemencia poseer a su víctima.

Tú y él no… no pudieron, porque tú y yo… —no llegó a terminar la frase porque se quedó meditando al respecto.

Llegó a la conclusión de que su hermana había estado actuando como la peor de las mujerzuelas. Le costaba creer que la inocente, dulce y muy ingenua Zavannah se hubiera atrevido a tanto, a jugar así con él. Alzó la vista y la miró a los ojos; negó en reiteradas veces sin poder aceptarlo. Se había quedado mudo pero en el fondo le carcomían las ganas que tenía de gritar. Quería decirle que era una perdida, la más ramera de todas las mujeres; quería exigirle las respuestas a aquello que resultaba tan incomprensible porque sencillamente no entendía cómo era posible que ella se hubiera entregado a otro cuando él jamás había sentido la necesidad de dormir en los brazos de otras mujeres. Eso, sin duda, era la prueba más latente que de ella no sentía lo mismo que él, pero como siempre, prefirió ignorarlo.

Se calló porque supo que no le convenía ponerse a la defensiva en ese momento, no luego de que ella había presenciado cómo asesinaba a Elouan. Lo que verdaderamente importaba en ese momento era convencerla de que su acto no había sido mal intencionado, sino piadoso. Tenía que actuar inteligentemente para que las cosas resultaran a su favor y no en contra suya, y si para eso tenía que tragarse entero su dolor, su orgullo y la rabia, entonces lo haría.

¿Por qué te portas así conmigo cuando lo único que he hecho es protegerte? —le preguntó adoptando su ya conocido papel de víctima que le salía tan bien. Al final de cuentas, ese papel que tenía tan bien estudiado y dominado, era el mismo con el que había logrado retener a Zavannah a su lado por tanto tiempo, prácticamente infalible—. He sacrificado tantas cosas por ti… —me he convertido en un asesino por ti, pensó,— y así es como me pagas. Tú eres la egoísta. ¿Por qué me lastimas? ¿No ves que te amo? ¡Te amo, maldita sea! —exclamó lleno de impotencia y se aproximó a ella e impulsivamente le echó los brazos al cuello para abrazarla.

Te amo… te amo… te amo… —repitió una y otra vez hasta el cansancio sin apartar a la jovencita de su pecho—. No importa cuán celoso haya estado de él y su relación contigo, jamás habría hecho daño a Elouan en vano. Te juro que lo que he dicho es cierto, él iba a morir. No estoy mintiendo, no tengo por qué mentir, no a ti, nunca a ti —pero mintió y lo haría mil veces más, sin remordimiento—. Haría lo que fuera por ti, lo que fuera… Si realmente estás embarazada tú y yo criaremos a ese niño. Lo cuidaré como si fuera mío, lo juro, juntos lo cuidaremos y haremos de él una persona de bien. Mientras yo viva nunca les hará falta nada, haré lo que tenga que hacer para protegerlos, lo juro —la besó en la frente como un desesperado y lágrimas de cocodrilo rodaron por sus mejillas, humedeciendo el rostro de su hermana.

En la antigüedad se decía que los cocodrilos atraían a sus víctimas con un peculiar y extraño sonido, muy similar al llanto, el cual utilizaban para envolverlos y arrastrarlos hasta sus territorios. Una vez cerca, no tenían escapatoria y eran engullidos por él.

Zavannah, ¿estás segura de que esperas un hijo de Elouan? —preguntó de pronto, pensativo, analizando nuevamente la situación, dándose cuenta del importante detalle que estaba pasando por alto. Su llanto se detuvo. Aflojó su caluroso abrazo dejando medio aturdida a Zavannah—. ¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan segura? También podría ser mío… —sus ojos se abrieron sorprendidos ante aquella posibilidad.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Jue Jun 19, 2014 5:15 pm

El frío acarició con lentitud la figura de la fémina. Aunque fuera extraño, una sensación distinta a la comúnmente conocida la abrazo, y aquello empezó desde su mano. La joven podía sentirse protegida aunque estuviera frente a su hermano, era cómo tener a un ángel que la estuviera apoyado, que le indicara que debía hacer frente a lo que acontecía, que su voz ya no se debía callar, y fue de esa manera que su mirada inquisitiva seguía sobre la ajena, la de su hermano.

Zavannah había experimentado perdidas con anterioridad, incluso las de personas aún con vida, pero la de ese momento le parecía más dolorosa, increíblemente amarga. Con Elouan había dibujado un futuro, también soñado con una familia, se sentía protegida, pero sobretodo amada, y en su corazón existía esa señal de que jamás la abandonaría. Recordar aquello le hizo romper en llanto, sentir como las lagrimas caían y quemaban su rostro, cómo su pecho subía y bajaba con fuerza intentando que el aire pasaba, cosa que le costaba demasiado hacer. En su interior sólo existían pedazos rotos de un corazón que se sentía inútil, impotente, frustrado; ante la muerte no se podía hacer nada, ella bien lo sabia. Sus pequeñas manos que siempre hacían gestos suaves  y delicados se habían convertido en puños, esos que mostraban una piel blanquecina por la fuerza que ejercía intentando canalizar su dolor de esa manera. Quería vomitar, quería gritar, y quería morir pero no podía así que se quedó parada observando el cuerpo sin vida.

La cambiante nunca había sido tonta, aunque su hermano lo creyera, la realidad era distinta. Ya le conocía de memoria sus gestos, sus palabras, todo, absolutamente todo, y dentro de ella existía un problema grande. No sabía si debía volver a caer en sus enredos o darle frente. Zavannah nunca había podido estar sin él, había aprendido que su vida dependía completamente de su compañía, era como una dependencia que sola se había generado gracias a sus maneras de ser. Su hermano entendía a la perfección lo que a ella le hacía falta, ese amor que sus padres le privaron desde muy joven por varias cosas distintas. Sólo se sabía para él, por él. Reconocerlo no le era fácil, le sabía amargo, pero así eran las cosas. En vez de tranquilizar su dolor, las lagrimas iban creciendo. La joven ya no quería depender para nada de su hermano, y sin embargo lo necesitaba, su consuelo. ¿Era real?

Si — Tomó valor para interrumpirlo, porque su dolor le daba coraje, y el recuerdo de su ahora fallecido prometido, le dio la fuerza — Me metí con él — Lo dijo con tanta seguridad que si ella estuviera en la posición de su hermano seguramente lo creería. Lo único que verdaderamente lamentaba Zavannah, es que su educación probablemente quedaría en duda, todo con tal de ver la reacción de su hermano. En su interior la duda de que quizás Elouan le había pedido aquello se estaba apoderando de sus sentidos, y fue por eso que prefirió seguir probando suerte, escarbar hasta donde pudiera, si sus recursos se acababan entonces le creería, por ese momento tenía muchas dudas aún en la cabeza, no le podía creer del todo, no lo haría, no en ese momento. — Eso hacen los enamorados ¿no lo ves? Nosotros nos amábamos, por eso lo hice, porque lo necesitaba, porque sus besos me alentaban a seguir — Y sintió calor en su cuerpo, Zavannah se dio cuenta otra vez que Elouan no volvería, y que el deseo de sus besos sobre su piel jamás se cumpliría.

Se dejó envolver por ese abrazo, suspiró sintiendo que debía ser un poco más considerada, además ver de lo que su hermano era capaz le causó terror, ¿qué pasaría si también le hacía daño a ella? Lo mejor sería intentar bajarle dos rayas a su dolor, a su enojo, aunque claro, parecía imposible.

Quisiera que te dieras cuenta de lo que dices — Susurró con suavidad, evitando que las cosas salieran más de control — Yo también te amo, pero eres mi hermano, y te amo como a un hermano, como mi familia — Sabía que confesar aquello podría costarle caro — Tienes mi propia sangre, nacimos del mismo vientre — Intentaba que su reflexión lo hiciera pensar con más claridad — No está bien, Zigmund, se supone que debemos tomar distintos caminos, debes buscar una familia, yo también, amar a quien debemos amar, y yo lo había encontrado ¿Por qué me lo quitaste? ¿Por qué fuiste egoísta? — Inevitablemente lo empujó evitando seguir en sus brazos, su calor la estaba mareando, ¿Cómo podía estar cerca de la criatura, de la persona que había asesinado a su futuro marido? Se sentía asqueada.

Es suyo, es de él ¿Cómo lo sé? Simplemente lo sé, algo en mi me lo dice, los animales también me lo dicen, los que tengo en mi interior ¡Es de él! No puede ser tuyo — Le grito con rabia — Y no quiero que tu seas el papá de mi hijo, quiero que me lo devuelvas, sino me lo devuelves nunca te perdonaré ¡Él es su padre! Tu no, prefiero quedarme sola, yo sabré como alimentarle, no te quiero cerca, quiero me des mi espacio, me iré del circo y no quiero que me sigas — Dio varios pasos hacía atrás temiendo de su próxima jugada, de su próximo ataque. Zavannah ya no confiaba más en su hermano.


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Mensaje por Elouan Dumalkov Sáb Jul 05, 2014 7:58 pm

Pronto se dio cuenta de que sus sospechas tenían fundamento. Los hermanos habían estado juntos, se habían atrevido. Como buen católico que siempre había sido, Elouan se sintió horrorizado. Nunca había visto con buenos ojos las relaciones íntimas antes del matrimonio, por eso a Zavannah siempre la había respetado y gustoso habría esperado para intimar con ella hasta el día de su casamiento. Pero el incesto, eso, eso era algo perturbador, algo con lo que no podía.

Soltó la mano de Zavannah y retrocedió dos pasos. No deseaba juzgarla pero ¿qué podía pensar tras escuchar aquellas confesiones? Muchas fueron las veces en las que insistió para que se alejara de Zigmund, en las que le ofreciò su ayuda para lograrlo; él había sido el encargado de alertarla sobre su extraña conducta para con ella, pero en lugar de escucharlo, ella había decidido hacerse de oídos sordos. Quizás… quizás ella lo había hecho porque en el fondo también correspondía a Zigmund, aunque en esos instantes lo negara y tratara como a su enemigo por haberlo asesinado

Ya no la defendió. Ya no acusó a Zigmund de nada. A ojos de Elouan, uno era tan culpable como la otra.

Con el corazón hecho trizas, decidió irse, alejarse de ellos, para siempre.

Su figura se evaporó en el aire.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Sáb Jul 05, 2014 8:03 pm

Zigmund se mordió los labios y apretó la mandíbula. Continuaba molesto, pero también estaba sorprendido. Seguía sin poder creer que su hermana se atreviera a hablarle de ese modo, a hacerle tales confesiones, tan atrevidas como dolorosas. Era como si de pronto el pudor que siempre la había caracterizado, se hubiera desvanecido; como si toda su decencia se hubiera muerto junto con Elouan. Apenas y era capaz de reconocerla. No se parecía en nada a la pequeña Zavannah que había protegido siendo una niña, o a la jovencita que a pesar de haber entrado a la pubertad, seguía buscándolo en su habitación para que le hiciera compañía y le cantara una canción hasta quedarse dormida.

Zigmund  se sentía traicionado por la que hasta entonces había considerado su mejor aliada, su confidente, su otra mitad. Siempre se había sentido más como su hermano gemelo, que como su hermano mayor.  

No te entiendo. Un día me amas y al siguiente deseas deshacerte de mí. ¿A qué estás jugando, Zavannah? —la voz se le quebró y le salió estrangulada—. ¿Por qué no aceptas de una vez que sientes lo mismo que yo? —siguió insistiendo, y lo haría las veces que fueran necesarias, porque su mente enferma no era capaz de recapacitar. Su obsesión lo cegaba, lo perturbaba y, por momentos, lo ponía al borde de la locura. Probablemente ya estaba loco, pero eso tampoco lo admitiría jamás—. Si tanto te molesta que llevemos la misma sangre, entonces ¿por qué lo hiciste conmigo? ¿Por qué dejaste que te tocara? ¿Por qué hicimos el amor? —con cada una de sus preguntas, dio un paso al frente y en segundos acortó la distancia que los separaba, la distancia que la propia Zavannah había puesto entre ellos—. Yo te voy a decir la razón: porque me necesitas. Porque mis besos te alientan a seguir. Porque también me amas, como lo amaste a él, del mismo modo y no como a un hermano. Por eso te acostaste con él, ¿no es así? Porque lo amabas y deseabas como a un hombre. Si no me ves a mí como tal, entonces ¿por qué? ¡Responde!  

Colocó sus manos sobre los hombros de la muchacha y comenzó a sacudirla, insistente, lleno de impotencia. Quería que ella aceptara la realidad de las cosas, que confesara o bien que admitiera que ni siquiera ella sabía lo que realmente sentía, lo confundida que estaba al actuar y hablar tan contradictoriamente. Para Zigmund no eran válidas sus explicaciones, las cuales eran más bien incoherentes y ridículas.

Mientras la sacudía, pudo sentir bajo sus manos la manera en que el cuerpo de su hermana comenzaba a temblar, una mala señal, si se tenía en cuenta la naturaleza cambiante de Zavannah.

¿Vas a convertirte ahora en uno de tus animales para atacarme como si fuera un extraño? ¿Vas a hacerme daño? Tendrás que hacerlo entonces porque no pienso alejarme de ti. ¿Me escuchaste? Vas a tener que matarme para librarte de mi presencia, si es que tanto te aflige. Anda, ¡mátame! —gritó para provocarla, sin dejar de zarandearla, como si se tratara de una callejera—. ¡Te digo que me mates! Seguramente preferirías verme a mí sobre el suelo antes que a él, a mí, que soy tu sangre y que te he amado toda la vida por encima de cualquier otra persona, incluso por encima de nuestros padres.


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Mensaje por Zavannah Zöllner Dom Jul 13, 2014 7:36 pm

Los labios de la cambiante se separaban cada tanto, todo gracias a la necesidad de aire; necesitaba calmarse. Discutir con Zigmund siempre había sido el peor suplicio para ella, no sabía como controlarse, se alteraba, y se sentía débil, sin contar que se sentía culpable y malagradecida. El cuento de que el joven había dado mucho por ella le llegaba a la mentir, eso le hacía sentir egoísta, el peor ser existe en París. Retarlo era cómo retarse a ella misma. El problema es que si creía toda la mierda que su hermano se había encargado de enseñarle. No resultaba para nada fácil salir de ese hoyo. Sabía la joven de sobra que juzgaba se encontraba, no sólo por ella, ni por su hermano, también por los que se encontraban a su alrededor, incluso por Dios. ¿El de arriba estaría a su favor o en su contra?

La tranquilidad no apareció. Sus labios se secaron al igual que toda su boca y hasta su garganta, sintió un nudo en esa última mencionada, y poco a poco su cuerpo empezó a temblar. Estaba ocurriendo, el descontrol apareció. ¡No! Ella necesitaba controlarse.

- ¡No! ¿Estás loco, hermano? - Le empujó con fuerza, esa que controlaba todo el tiempo para intentar parecer un humano normal. Sintió que las lagrimas corrían con fuerza. ¿Cómo la creía él capaz de semejante cosa? No lo iba a matar ni por más resentimiento que le tuviera, aunque le hubiera asesinado al amor de su vida. Zavannah se encontraba confundida, entendía que su amor por su hermano era cómo se ama a eso que eran, hermanos, sin embargo existía dudas también. Dolor, confusión, y una posibilidad infinita de amar de verdad a su hermano, ella lo sabía. Zigmund intentó acercarse un par de veces más pero ella lo empujó con fuerza, ocasionando que él chocara contra uno de los pilares - ¡Déjame en paz! no te voy a matar, no me voy a convertir en ti, no quiero parece una loca, y menos una asesina - Le acusó con fuerza, porque la adrenalina de retarlo seguía, y más por las provocaciones que su hermano constantemente hacía. - ¡No tengo porque matarte! ¡Tú no me amas! ¿Te das cuenta? ¡Pareces loco! ¡Escúchate! ¡Pareces obsesionado! - La lluvia se hacía presente, caía a grandes cantidades, incluso podían escucharse truenos que podían lastimar el oído de cualquiera, pero para ella sólo el sonido de la voz de su hermano se hacia presente. - Por favor, Zigmund, está platica no tiene lugar, acabas de asesinar a una persona - Le recordó. Zavannah estaba utilizando todo su auto control para poder mantenerse cómo una humana.

Giró su rostro para poder observar al falleció Elouan. Le dolía en el alma verlo ahí, pero la vida seguía. Podría que sus pensamientos fueran crueles, pero era la verdad; le dio la espalda a su hermano acercándose al cuerpo, con cuidado y cierta dificultad (no mucha la verdad gracias a su condición sobrenatural), sentó la figura del hijo de los cisqueros. Se quedó pensativa y observó el lugar. La chica sintió alivio al notar que los demás cambiantes no se encontraban alojados en ese lugar por esa noche, sino los habrían descubierto.

- ¿Vas a ayudarme o haré esto sola, Elouan? - Sus lagrimas se habían frenado como por arte de magia. Si, necesitaba a su hermano, eso era verdad, porqué no había conocido más religión que él, pero no por eso se iba a frenar ¿Verdad? Claro que no. Estaba decidida, necesitaba alejarse de él, poder lograr cosas distintas; se levantó jalando el cuerpo de su ahora ex prometido del suelo y lo cargó. Aprovechando que podía y que se sentía más fuerte de lo normal. No es que lo cargara como un novio lo hace con su ahora esposa, más bien lo cargó arrastrando sus pies, y sólo avanzó con él lo suficiente para depositario en una carretilla de madera.

- Lo enterraré, está en ti ayudarme o lo haré sola - El cuerpo de Elouan al menos merecía descansar en paz, como era debido, como Dios había dicho a su pueblo que debían hacerlo.


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Mensaje por Zigmund Zöllner Miér Oct 08, 2014 9:23 pm

Zavannah era una muchacha delgada, muy menuda, que aparentaba debilidad; se la veía frágil, tanto física como mentalmente, como una pequeña niña. Todo se debía a que su hermano Zigmund, desde muy pequeña, como parte de sus incontables y hábiles manipulaciones, se había encargado de hacerle sentir indefensa, todo con el fin de hacerle sentir protegida a su lado, de que lo necesitara para sentirse segura. Inteligentemente había sabido cómo implantar en ella la idea de que sin él no era nadie y que cualquiera podía herirla si él no estaba allí para cuidarla. Por eso, durante todos esos años, Zavannah había permanecido junto a él, sintiéndose indefensa, obedeciendo, sin cuestionarse jamás lo que él le había hecho creer ciegamente. Pero la realidad era que ella no lo necesitaba. Ella era fuerte cuando se lo proponía, y podía ser independiente… si realmente se decidía a hacerlo algún día.

Zigmund quedó aturdido cuando ella lo aventó con tanta fuerza que fue a dar contra un pilar. No fue capaz de escuchar con claridad las palabras de su hermana, todo lo que retumbó en su cabeza fue el sonido de su cráneo chocando contra el metal. Permaneció erguido, con la espalda contra el pilar y la vista perdida mientras se recuperaba del golpe, y quizá hubiera sido mejor para él no haberlo hecho para no seguir escuchándola. Lo último que escuchó con claridad fue la advertencia de que sería ella misma quien enterraría el cuerpo de Elouan, y que lo haría con o sin su ayuda.

La vio alejarse entre la lluvia, jalando con dificultad la carretilla de madera que se atascaba entre el barro mudillo, y supo que ella no estaba actuando con inteligencia. Zavannah no se detuvo a pensar que se estaba exponiendo a ser vista por algún trabajador del circo, por los propios dueños y padres de Elouan, y lo peligroso que eso era, tanto para él como para ella. Si los descubrían con el cuerpo, nadie iba a creer la absurda historia que Zigmund le había contado a su hermana, en donde aseguraba que el mismo Elouan, sabiéndose muy enfermo y desahuciado, le había pedido que acabara con su existencia cuanto antes, porque él no había tenido el valor suficiente para hacerlo por su propia mano. ¿Quién creería semejante estupidez habiendo conocido al joven Dumalkov, un muchacho impetuoso, y aún en su absolutamente lamentable situación, profundamente enamorado de la poseía, de Zavannah y de la vida? Absolutamente nadie, y de cualquier manera, no dejaría de ser un asesinato.

Zigmund supo que de nada iba a servir intentar hacer entrar en razón a su hermana con palabras, y que si corría a ella a probar suerte con ello, corría el riesgo de que su inminente discusión con ella llamara la atención de alguien. Convencido de que debía poner fin a esa irracional situación, esquivó la lluvia y acercó a ella. Sin previo aviso, la tomó por la cintura, obligándola a soltar la carretilla, y la abofeteó con tal fuerza que logró que se desmayara entre sus brazos. La sostuvo con firmeza y, mientras besaba su frente y le susurraba una disculpa, con su mano libre se las arregló para bajar el cuerpo de Elouan y subir el de su hermana a la carretilla.

Así la transportó en silencio hasta su casa rodante, donde se detuvo unos pocos minutos, tan solo para recoger las pocas pertenencias que ambos poseían, las cuales tomó rápidamente y echó en una funda de almohada, para luego volver con su hermana y emprender la huída.

Cuando abandonaron en terreno del circo, siguió jalando la carretilla otro tramo considerable, hasta que se encontró con un hombre que conducía un carruaje, al cual pagó para que los llevara con los pocos ahorros que ambos tenían de su trabajo en el circo. Le inventó que acababan de llegar a la ciudad y que Zavannah estaba muy enferma y esa era la razón por la cual se había desvanecido. El hombre, muy conmovido por la triste historia, se compadeció de ellos y la ayudó a subirla al carruaje, incluso se ofreció a llevarlos a un sitio que conocía donde podían pasar la noche, uno muy humilde, pero que les serviría para refugiarse de la lluvia, al menos hasta que Zavannah recuperara el conocimiento y fueran capaces de encontrar otro sitio más acogedor para vivir.  

Cuando llegaron y les dieron la única habitación disponible, Zigmund cerró la puerta y recostó a Zavannah en la destartalada cama. Recorrió el lugar con la vista y una mueca de desagrado se formó en su rostro al percatarse de que se trataba de un asqueroso lugar, una especie de hotel de muy mala reputación donde entraban y salían prostitutas de los cuartos continuos. No era un burdel propiamente dicho, pero era lo más parecido a uno, y, lamentablemente, el único sitio libre que habían encontrado, aunque también uno de los últimos sitios donde podían buscarlos en caso de que su repentina y sospechosa desaparición del circo los convirtiera en sospechosos de la muerte de Elouan Dumalkov.  

Se dejó caer sobre la cama, a un lado de su hermana, y cerró los ojos intentando alejar por un momento los terribles y recientes acontecimientos que, sin duda, cambiarían la vida de ambos para siempre.


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