Lágrimas de espadas {Privado}

por **Rowena Lumia** Jue Jul 17, 2014 4:46 pm

La punta de la espada chillaba al ser deslizada por el pulcro suelo de la sala de entrenamientos, siseos que emitía la filosa punta cada vez que la joven no hallaba nada más interesante que raspar el suelo con ésta. La chica usaba en esa ocasión un pantalón blanco ajustado de entrenamiento y unas botas largas de piel de zorro gris con suelas de hule para evitar los posibles resbalas, la parte alta una camisa blanca con cuello de blonda abultado y una casaca corta de medio brazo de color gris y botones de plata. Mantuvo los ojos entrecerrados en la soledad de la gran habitación de entrenamiento sintiendo que la molestia pronto se apoderaría de su persona. No era la primera vez que estaba en la sala de entrenamiento que la sagrada Inquisición disponía gentilmente para todos aquellos honrados hombres y mujeres que pusieran sus vidas al servicio de la noble causa, Rowena había ido unas cuantas veces para entrenarse un poco y a la vez conocer más de cerca el mundo de los inquisidores. En su calidad de espía, no era mucha la acción que ejecutaba y por ende su abuelo y la misma inquisición le dejaban de opción libre el si quisiese entrenarse en las artes de la espada o si directamente lo dejaba de lado para encargarse de asuntos más puntuales. Pero después de los altercados vividos últimamente con vampiros, especialmente, tanto su abuelo como los miembros de la inquisición vieron prudente que la duquesa espía se entrenase para su propia defensa.

Estando sola en ese lugar, Rowena se permitió fruncir el ceño dando a su infantil rostro un aire aún más aniñado. Como una pequeña muchachita a la que le han dicho un no por respuesta a sus exigencias caprichosas. Pero la peliplateada era lo más apartado a los caprichos en persona, si se permitía aquel ligero gesto de refutación gestual era porque estaba completamente sola (Porque ante demás personas no se le permitía expresar absolutamente ninguna emoción en su pálido rostro) y porque estaba desconforme con los planes de la inquisición que ya marchaban sin que le diesen tiempo a ella de impugnar. Podía aceptar su ineptitud en cuanto a la defensa personal y técnicas de ataque, bien, no pondría obstáculos a las clases de entrenamiento personal que le imponían aun cuando en su vida tenía muchos quehaceres. Pero al ver el nombre de la persona que sería su maestro no pudo evitar un pequeño tic en un ojo izquierdo. ¿Esto era acaso una especie de burla?
Leer el nombre de Lugh De Danann en la carta mandada desde las oficinas de la inquisición no significó ninguna alegría por parte de Rowena Lumia. Tenía la dicha –o desdicha- de conocer a ése hombre pues en tiempos pasados cuando la peliplateada era tan siquiera una mocosa curiosa que se la vivía pegada a su hermano mayor entorpeciéndolo todo el tiempo le había conocido. De Danann había llegado al castillo Lumia por contrato hecho con su abuelo Amadeus, inmediatamente lo habían dirigido a la torre en donde ambos hermanos Lumia vivían cautivos por sus propios familiares. No era común que dejasen ver a los herederos Lumia a cualquier persona, incluso los demás nobles no los conocían, pero el motivo de que Lugh De Danann estuviera allí era precisamente porque algún día los desconocedores hermanos saldrían de esa vida de claustro y conocerían que existía más allá de las murallas altas del castillo Lumia. Amadeus Lumia lo había contratado para que fuese el entrenador personal del hermano mayor de Rowena y así fue por un largo periodo de tiempo.

Admitía que existieron días encantadores en donde más de una vez el maestro les sacó risas a los niños Lumia, incluso podía decir que era grato tener a una persona más en ese castillo en donde nadie tenía derecho a acercarse a los hermanos Lumia, pero no podía alejar el rencor de sentirlo como uno de los culpables directos de la huida de su hermano. Eriön, su hermano, no parecía convencer a su maestro para ser su digno discípulo y por más que se esforzara en los entrenamientos el maestro siempre decía que algo le faltaba. Rowena sentía que aquel hombre no tenía piedad con su hermano a quien por primera vez lo colocaban dominando una espada en su vida, parecía que buscaba en su discípulo la perfección y los errores no se perdonaban. Eso debió haber sofocado a Eriön e inducido a que huyese del castillo Lumia para quizá hacer qué cosas en el mundo. No creía en los rumores sobre que su hermano era todo menos un santo, pero podía estar bajo la influencia de un ser malvado. Eriön, ante sus ojos, seguía siendo un ángel hermoso y gentil que no era capaz de hacer daño ni al más despiadado de los seres.

La joven duquesa soltó un suspiro para disipar los recuerdos del pasado que nada bueno desenterraban. Observó los rayos de luz filtrarse por el gran ventanal con diseños angelicales, por la intensidad de los rayos podría decir que la tarde estaba por caer y el entrenador aún no llegaba.
Era irónico que Lugh De Danann, quien en tiempos pasados fuese el maestro de su hermano Eriön, ahora fuese su propio maestro. ¿Sería igual como en tiempos pasados cuando aquel hombre entrenaba rigurosamente a su hermano y ella observaba a lo lejos mientras recolectaba flores? ¿Ahora quien sería la persona que ocupase su inocente rol de florista? Por el momento no le quedaba de otra que esperar a alguien que se le estaba siendo impuntual. No recordaba si antes lo fue, pero quizá ahora que clase de vida tenía en la actualidad que lo llevasen a olvidar el compromiso de ése día.

¿Qué sería de Lugh De Danann en estos tiempos? Muchos años habían pasado desde la última vez que lo vio. La última vez que vio su rostro fue semanas después de la misteriosa muerte de su señor padre. Su hermano había huido incluso más antes y no había motivos para que De Danann se quedase en el castillo Lumia por lo que su abuelo no insistió en su permanencia.