AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Choque de espadas[Privado]
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Choque de espadas[Privado]
La fantástica idea de mis padres de mandarme a miles de kilómetros de Delfos con la intención de convertirme en una dama de clase alta no podía ser más ridícula. Yo había nacido para ser una guerrera, para liderar a mi ejército y gestar toda clase de batallas, no para vestir como muñecas de exposición y conceder bailes a engreídos nobles que tenían menos cerebro que los asnos que eran utilizados para labrar nuestros campos.
Mi llegada a París hacía ya varias semanas se habían convertido en un continuo infierno de fiestas de bienvenida, reuniones de viejas para tomar el té y algún que otro baile en los que me obligaban a lucir largos vestidos enconsertados que poco dejaban a la imaginación, y cuya opresión me ponía de mala uva. Al menos conservaba las botas de cuero bajo las largas faldas que llevaban hasta el rozar el suelo; ventaja que también aprovechaba para esconder bajo éstas varias dagas cortas por si algún noble se pasaba de la raya.
Esa noche no había sido muy distinta a las anteriores y junto a mis tíos, que se habían convertido en mis tutores y anfitriones durante mi estancia en la ciudad, acudí a un baile donde se celebraba el cumpleaños de no sé qué hijo de una familia importante de París. Gruñí varias veces cuando tras la cena de gala varios hombres se acercaron hasta mi posición en la barra para solicitarme un baile. Ser una cara nueva en ese círculo era una auténtica pesadilla, hombres solteros revoloteaban como buitres a mi alrededor, y el hecho de que les gruñese en una fiesta al parecer no era razón suficiente para que lo intentasen días después.
Y cuando ya esperaba que me dejarían en paz, apareció el cumpleañero con la falsa esperanza de que le concediese un baile como regalo por su fiesta. Sonreí de lado pensando que un buen tortazo como regalo era lo más adecuado para quitarle esa cara de atontado que tenía, pero en lugar de esto lo convencí de que consiguiese un carruaje y marcharnos a dar un paseo por la ciudad. Minutos después me encontraba escapando por la puerta de atrás del salón, subida en un caballo robado y dirigiendo la montura lejos de allí.
Minutos después me adentraba en una bulliciosa taberna dejada de la mano de dios y donde seguro no irían a buscarme. Los ropajes que llevaba llamaron la atención de algunos, que con burdas palabras intentaban que me dignase a mirarlos. Caminé hacia la barra con pasos decididos, solicitándole al camarero un vaso y una botella de ron que yo me encargaría de vaciar.
Todos los asientos de la barra estaban ocupados, igual que las mesas que se repartían por el local. Observé que junto a la chimenea había un cómodo sofá que podría servir a mi propósito dirigiendo mis pasos hacia allí; pero cuando llegué contemplé sorprendida a un joven que se hallaba recostado en su totalidad, ocupando todo el tresillo.
-¿No le han enseñado a comportarse en lugares públicos?- apunté molesta colocándome frente a él, esperando que me cediese parte del asiento. El hombre mantenía los ojos cerrados y una botella en la mano; sin duda había sido una noche dura para ambos.
Mi llegada a París hacía ya varias semanas se habían convertido en un continuo infierno de fiestas de bienvenida, reuniones de viejas para tomar el té y algún que otro baile en los que me obligaban a lucir largos vestidos enconsertados que poco dejaban a la imaginación, y cuya opresión me ponía de mala uva. Al menos conservaba las botas de cuero bajo las largas faldas que llevaban hasta el rozar el suelo; ventaja que también aprovechaba para esconder bajo éstas varias dagas cortas por si algún noble se pasaba de la raya.
Esa noche no había sido muy distinta a las anteriores y junto a mis tíos, que se habían convertido en mis tutores y anfitriones durante mi estancia en la ciudad, acudí a un baile donde se celebraba el cumpleaños de no sé qué hijo de una familia importante de París. Gruñí varias veces cuando tras la cena de gala varios hombres se acercaron hasta mi posición en la barra para solicitarme un baile. Ser una cara nueva en ese círculo era una auténtica pesadilla, hombres solteros revoloteaban como buitres a mi alrededor, y el hecho de que les gruñese en una fiesta al parecer no era razón suficiente para que lo intentasen días después.
Y cuando ya esperaba que me dejarían en paz, apareció el cumpleañero con la falsa esperanza de que le concediese un baile como regalo por su fiesta. Sonreí de lado pensando que un buen tortazo como regalo era lo más adecuado para quitarle esa cara de atontado que tenía, pero en lugar de esto lo convencí de que consiguiese un carruaje y marcharnos a dar un paseo por la ciudad. Minutos después me encontraba escapando por la puerta de atrás del salón, subida en un caballo robado y dirigiendo la montura lejos de allí.
Minutos después me adentraba en una bulliciosa taberna dejada de la mano de dios y donde seguro no irían a buscarme. Los ropajes que llevaba llamaron la atención de algunos, que con burdas palabras intentaban que me dignase a mirarlos. Caminé hacia la barra con pasos decididos, solicitándole al camarero un vaso y una botella de ron que yo me encargaría de vaciar.
Todos los asientos de la barra estaban ocupados, igual que las mesas que se repartían por el local. Observé que junto a la chimenea había un cómodo sofá que podría servir a mi propósito dirigiendo mis pasos hacia allí; pero cuando llegué contemplé sorprendida a un joven que se hallaba recostado en su totalidad, ocupando todo el tresillo.
-¿No le han enseñado a comportarse en lugares públicos?- apunté molesta colocándome frente a él, esperando que me cediese parte del asiento. El hombre mantenía los ojos cerrados y una botella en la mano; sin duda había sido una noche dura para ambos.
Briseida1- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/12/2016
Re: Choque de espadas[Privado]
Otra noche mas de silencios que gritaban tan fuerte en la mansión Cavey que era incapaz de conciliar el sueño, hacia unas semanas había vuelto de aquel viaje a Alemania, uno en el que había encontrado dos pedazos de espada, y a su vez, me había perdido a mi mismo.
Incapaz de conciliar el sueño, me coloqué los pantalones, la camisola y salí de la casa en completo silencio.
El espectro pronto estuvo recorriendo las calles mas oscuras de París, no la zona principal, esa que los ricos adinerados de mi categoría frecuentaban paladeando los mejores vinos entre posturas exquisitas.
Yo fui a los suburbios, hacia escasas noches había encontrado una taberna donde las jarras de cerveza negra eran tan espesas que se podían masticar.
No llegaban a ser como la bebida norteña, pero me podría conformar.
Me adentre en un antro oscuro, repleto de tipos con pinta de perdona vidas, que olían a cerdo, sudor y alcohol.
Aquello si era como estar en casa, sonreí de medio lado, acoplando las pieles a mis hombros hasta alcanzar la barra.
Allí tome asiento, dispuesto a no levantarme hasta que le sueño me venciera de una u otra manera.
Llevaba ya unas cuantas jarras, perdí la cuenta por la cuarta, tal y como se agolpaban al lado de la barra.
Así borracho todo se veía de otra manera, o quizás siguiera viéndolo igual de oscuro, pero al menos se movía y era mas divertido.
Me alcé con una botella de whisky en la mano, dirigiendo mis pasos tambaleantes hasta un sofá vació frente a la lumbre.
Apenas había gente en ese lado de la taberna, así que me dejé caer en el y pronto el sopor del alcohol empezó a hacer efecto en mi, hasta que cerré los ojos por completo perdiéndome el baile del crepitante fuego.
No se el tiempo que pude descansar, pues una voz femenina y molesta me instigaba a despertarme y hacerle un sitio en ese sofá que ahora era mi improvisado lecho.
Abrí un ojo mirándola de soslayo con pocas o ningunas ganas de entablar conversación.
-Depende del lugar -dije antes de volver a cerrar los ojos.
Tenia gracia, posiblemente era la única con modales de aquella taberna y me había tocado a mi darle la clase magistral de porque hombres como yo iban a lugares como ese.
Precisamente para no tener que comportarse, quería seguir borracho, no presentarme frente a la corte con mis mejores galas.
-Estoy seguro de que alguno de esos hombres te hará sitio en la barra-dije señalando con indiferencia hacia allí al abrir los ojos y percatarme de como la miraban.
Incapaz de conciliar el sueño, me coloqué los pantalones, la camisola y salí de la casa en completo silencio.
El espectro pronto estuvo recorriendo las calles mas oscuras de París, no la zona principal, esa que los ricos adinerados de mi categoría frecuentaban paladeando los mejores vinos entre posturas exquisitas.
Yo fui a los suburbios, hacia escasas noches había encontrado una taberna donde las jarras de cerveza negra eran tan espesas que se podían masticar.
No llegaban a ser como la bebida norteña, pero me podría conformar.
Me adentre en un antro oscuro, repleto de tipos con pinta de perdona vidas, que olían a cerdo, sudor y alcohol.
Aquello si era como estar en casa, sonreí de medio lado, acoplando las pieles a mis hombros hasta alcanzar la barra.
Allí tome asiento, dispuesto a no levantarme hasta que le sueño me venciera de una u otra manera.
Llevaba ya unas cuantas jarras, perdí la cuenta por la cuarta, tal y como se agolpaban al lado de la barra.
Así borracho todo se veía de otra manera, o quizás siguiera viéndolo igual de oscuro, pero al menos se movía y era mas divertido.
Me alcé con una botella de whisky en la mano, dirigiendo mis pasos tambaleantes hasta un sofá vació frente a la lumbre.
Apenas había gente en ese lado de la taberna, así que me dejé caer en el y pronto el sopor del alcohol empezó a hacer efecto en mi, hasta que cerré los ojos por completo perdiéndome el baile del crepitante fuego.
No se el tiempo que pude descansar, pues una voz femenina y molesta me instigaba a despertarme y hacerle un sitio en ese sofá que ahora era mi improvisado lecho.
Abrí un ojo mirándola de soslayo con pocas o ningunas ganas de entablar conversación.
-Depende del lugar -dije antes de volver a cerrar los ojos.
Tenia gracia, posiblemente era la única con modales de aquella taberna y me había tocado a mi darle la clase magistral de porque hombres como yo iban a lugares como ese.
Precisamente para no tener que comportarse, quería seguir borracho, no presentarme frente a la corte con mis mejores galas.
-Estoy seguro de que alguno de esos hombres te hará sitio en la barra-dije señalando con indiferencia hacia allí al abrir los ojos y percatarme de como la miraban.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Fecha de inscripción : 21/09/2016
Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: Choque de espadas[Privado]
Permanecí en silencio y con una paciencia que no me correspondía a que ese hombre lamentablemente ebrio se molestase a mirarme mientras me hablaba. Tan solo me observó durante unos segundos antes de volver a continuar con su particular descanso y mi malestar general. No parecía uno de aquellos maleantes que asistían a ese tipo de antros, aunque por sus modales seguro que pasaría desapercibido.
-No importa el lugar donde uno se encuentre, sino la forma que tiene uno mismo de comportarse en dicho lugar. Eso es lo que demuestra la educación de cada uno.- contesté repitiendo las mismas palabras que mi tía me recordaba antes de asistir a esas tediosas fiestas de estirados a las que acudíamos varias veces por semana y a las que yo hacía caso omiso. Por su forma de hablar juraría que no se trataba de un joven más que acudía a ese tipo de lugares por no poder permitirse asistir a tabernas más selectas y limpias de París.
Era joven, más o menos de mi edad, pero al igual que me ocurría a mí, parecía llevar a la espalda una gran responsabilidad que le privada de esa calma y despreocupación que acostumbraban a tener las personas de nuestra edad. Observé con disimulo su vestimenta, no muy distinta de la de cualquier caballero, algo que me diese una pista de que podía estar haciendo allí, a parte de vaciar esa botella de whisky a la que ya le había dado un buen tiento.
Sonreí levemente al darme cuenta de que ambos habíamos buscado esa taberna de mala muerte para lo mismo, para olvidar sumergidos en el alcohol lejos de otros especímenes de nuestra clase social. Lejos de miradas reprobatorias. Yo quería olvidar el por qué mis padres me habían mandado allí dejando a mi ejército sin su líder, pero ¿qué querría olvidar él?
Su sonrisa ladina y embaucadora me demostró que tenía ganas de juego, y si juego era lo que quería, es lo que yo le iba a dar. -Estoy segura de que me cederían sus asientos, el problema es que yo no quiero sentarme allí, quiero sentarme aquí, y vos estáis ocupando parte de mi asiento.- miré de soslayo hacia la barra donde su mirada señalaba y a mí no me hacía falta fijar la mirada para saber que algunas miradas me llevaban observando desde que había entrado en la taberna.
Respiré despacio varias veces, esperando que reconsiderase su contestación, pero viendo que volvía a cerrar los ojos y retomar su posición inicial, opté por tomar asiento por cuenta y riesgo.- Está bien, no hace falta que se aparte si no lo desea, puedo tomar asiento igualmente.- apunté antes de dar un pequeño salto y sentarme sobre su abdomen acomodándome como si de un mullido cojín se tratase.
Con una sonrisa de medio lado, la mirada dirigida al fuego y llevando el vaso con ron a mis labios, me recosté apoyando la espalda en el respaldo y cruzando las piernas sobre ese hombre que me miraba atónito por mi actuación. Si mi tía me viese, estaría tirándose de los pelos en ese preciso instante.-Ahora entiendo porque no quería compartir su asiento, es un lugar muy cómodo.- lo miré tratando de no reírme por su expresión.
-No importa el lugar donde uno se encuentre, sino la forma que tiene uno mismo de comportarse en dicho lugar. Eso es lo que demuestra la educación de cada uno.- contesté repitiendo las mismas palabras que mi tía me recordaba antes de asistir a esas tediosas fiestas de estirados a las que acudíamos varias veces por semana y a las que yo hacía caso omiso. Por su forma de hablar juraría que no se trataba de un joven más que acudía a ese tipo de lugares por no poder permitirse asistir a tabernas más selectas y limpias de París.
Era joven, más o menos de mi edad, pero al igual que me ocurría a mí, parecía llevar a la espalda una gran responsabilidad que le privada de esa calma y despreocupación que acostumbraban a tener las personas de nuestra edad. Observé con disimulo su vestimenta, no muy distinta de la de cualquier caballero, algo que me diese una pista de que podía estar haciendo allí, a parte de vaciar esa botella de whisky a la que ya le había dado un buen tiento.
Sonreí levemente al darme cuenta de que ambos habíamos buscado esa taberna de mala muerte para lo mismo, para olvidar sumergidos en el alcohol lejos de otros especímenes de nuestra clase social. Lejos de miradas reprobatorias. Yo quería olvidar el por qué mis padres me habían mandado allí dejando a mi ejército sin su líder, pero ¿qué querría olvidar él?
Su sonrisa ladina y embaucadora me demostró que tenía ganas de juego, y si juego era lo que quería, es lo que yo le iba a dar. -Estoy segura de que me cederían sus asientos, el problema es que yo no quiero sentarme allí, quiero sentarme aquí, y vos estáis ocupando parte de mi asiento.- miré de soslayo hacia la barra donde su mirada señalaba y a mí no me hacía falta fijar la mirada para saber que algunas miradas me llevaban observando desde que había entrado en la taberna.
Respiré despacio varias veces, esperando que reconsiderase su contestación, pero viendo que volvía a cerrar los ojos y retomar su posición inicial, opté por tomar asiento por cuenta y riesgo.- Está bien, no hace falta que se aparte si no lo desea, puedo tomar asiento igualmente.- apunté antes de dar un pequeño salto y sentarme sobre su abdomen acomodándome como si de un mullido cojín se tratase.
Con una sonrisa de medio lado, la mirada dirigida al fuego y llevando el vaso con ron a mis labios, me recosté apoyando la espalda en el respaldo y cruzando las piernas sobre ese hombre que me miraba atónito por mi actuación. Si mi tía me viese, estaría tirándose de los pelos en ese preciso instante.-Ahora entiendo porque no quería compartir su asiento, es un lugar muy cómodo.- lo miré tratando de no reírme por su expresión.
Briseida1- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/12/2016
Re: Choque de espadas[Privado]
Negué con los ojos cerrados cuando el sermón de las doce llego con fuerza a mi oídos
“-No importa el lugar donde uno se encuentre, sino la forma que tiene uno mismo de comportarse en dicho lugar. Eso es lo que demuestra la educación de cada uno “
Soltó como si lo hubiera sacado de un libro antiguo y ahora quisiera pregonarlo para que yo comulgara con ello o peor aun, adoctrinarme en el buen arte de la educación.
¿Acaso creía que era un salvaje?
Bueno..si, en parte lo era, y si esa noche había elegido esa taberna y no uno de los restaurantes mas caros de París, era porque quería fundirme entre bárbaros y no con los caballeros.
Abrí los ojos desganados para encontrarme de frente con una dama bonita, de cabello oscuro y ondulado y cara de “te estoy jodiendo la noche ,lo se, y me gusta”
Tatuajes en su piel, cuerpo cincelado en la batalla, parecía mas una guerrera que una predicadora, pero los caminos del señor son inescrutables.
Reí divertido por mis propios pensamientos, mientras esta seguía decidida a darme la noche.
No le valía a la mujer los taburetes de la barra, al parecer el mullido sofá era el lugar elegido por su culo para acomodarse. Solo había un problema, que mi culo había llegado primero y que no pensaba levantarme para que una niñata de mirada penetrante se saliera con la suya.
Quizás si lo hubiera pedido de otro modo, pero a mi las ordenes no me iban, y esa mujer parecía salida de comandar un ejercito de esclavos a fuerza de puño y látigo.
-¿Como se piden las cosas? -bromeé volviendo a cerrar los ojos
La dama ni corta ni perezosa y haciendo gala de esos modales de los que presumía tener se dejo caer sobre mi estomago acomodándose sobre mi cuerpo cara a la lumbre.
Sonreí de medio lado, ademas de bocazas, era incapaz de medir las represalias de sus actos.
Deslice mi cuerpo ligeramente, hacia le borde y lo ladeé de golpe haciéndola caer de bruces la suelo, o mejor dicho a la alfombra que quedaba justo frente a la chimenea.
-Estoy seguro de que ahí es el lugar mas adecuado para que estudies ese libro de buenas maneras..cuando te lo aprendas, vuelves y hablamos de donde y como nos sentamos.
Volví a acomodarme en el sofá cerrando los ojos, claro que estaba atento a su movimiento, sabia de sobra que este tipo de personas se enfurecen cuando alguien las pone en su sitio, y dudaba entendiese la lección de vida que acababa de darle.
“-No importa el lugar donde uno se encuentre, sino la forma que tiene uno mismo de comportarse en dicho lugar. Eso es lo que demuestra la educación de cada uno “
Soltó como si lo hubiera sacado de un libro antiguo y ahora quisiera pregonarlo para que yo comulgara con ello o peor aun, adoctrinarme en el buen arte de la educación.
¿Acaso creía que era un salvaje?
Bueno..si, en parte lo era, y si esa noche había elegido esa taberna y no uno de los restaurantes mas caros de París, era porque quería fundirme entre bárbaros y no con los caballeros.
Abrí los ojos desganados para encontrarme de frente con una dama bonita, de cabello oscuro y ondulado y cara de “te estoy jodiendo la noche ,lo se, y me gusta”
Tatuajes en su piel, cuerpo cincelado en la batalla, parecía mas una guerrera que una predicadora, pero los caminos del señor son inescrutables.
Reí divertido por mis propios pensamientos, mientras esta seguía decidida a darme la noche.
No le valía a la mujer los taburetes de la barra, al parecer el mullido sofá era el lugar elegido por su culo para acomodarse. Solo había un problema, que mi culo había llegado primero y que no pensaba levantarme para que una niñata de mirada penetrante se saliera con la suya.
Quizás si lo hubiera pedido de otro modo, pero a mi las ordenes no me iban, y esa mujer parecía salida de comandar un ejercito de esclavos a fuerza de puño y látigo.
-¿Como se piden las cosas? -bromeé volviendo a cerrar los ojos
La dama ni corta ni perezosa y haciendo gala de esos modales de los que presumía tener se dejo caer sobre mi estomago acomodándose sobre mi cuerpo cara a la lumbre.
Sonreí de medio lado, ademas de bocazas, era incapaz de medir las represalias de sus actos.
Deslice mi cuerpo ligeramente, hacia le borde y lo ladeé de golpe haciéndola caer de bruces la suelo, o mejor dicho a la alfombra que quedaba justo frente a la chimenea.
-Estoy seguro de que ahí es el lugar mas adecuado para que estudies ese libro de buenas maneras..cuando te lo aprendas, vuelves y hablamos de donde y como nos sentamos.
Volví a acomodarme en el sofá cerrando los ojos, claro que estaba atento a su movimiento, sabia de sobra que este tipo de personas se enfurecen cuando alguien las pone en su sitio, y dudaba entendiese la lección de vida que acababa de darle.
Höor Cannif- Realeza Neerlandesa
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Localización : el placentero infierno de tus piernas.
Re: Choque de espadas[Privado]
Estaba satisfecha por haberme salido finalmente con la mía, y aunque sentarme sobre ese hombre no era lo que tenía en mente en un principio, juraría que hasta salido ganando con el resultado. No sabía si el sofá sería muy mullido, pero el cuerpo de él estaba sin lugar a dudas mucho más caliente que éste. Bebía felizmente de mi copa, acomodándome en el respaldo del sofá, cuando aquel cretino de ojos castaños y rasgos delineados decidió que tirarme al suelo con un ligero movimiento de su cuerpo era la mejor forma de enterrar nuestra hacha de guerra. La copa que llevaba en la mano cayó sobre la alfombra, derramándose todo su contenido sobre ella.
La situación no podía ser más bochornosa. Había caído a cuatro patas sobre la sucia alfombra colocada frente a la chimenea, golpeándome las rodillas por ese estúpido vestido que no me dejaba libertad de movimientos para reaccionar.
Escuché las sonoras carcajadas de los desgraciados clientes que llevaban observando cada uno de mis movimientos desde que había entrado en la taberna, deslizando sus sucias miradas con descaro por mi cuerpo, que en esa posición se quedaba más que expuesto.
Gruñí enfurecida cuando escuché a mi espalda su jocosa voz, tomándome el pelo sobre las buenas formas de las que él parecía carecer y que me animaba a aprender.
Apreté las manos arrugando la alfombra con rabia, maldiciendo a los dioses por llevar ese vestido donde no podía esconder arma alguna, excepto las dos dagas que llevaba sujetas a las ligas que mantenían las medias en su sitio. Deslicé la mano por debajo de la falda, sacándolas con disimulo antes de ponerme en pie y enfrentar su mirada, que se hallaba de nuevo cerrada. Valiente ingenuo que pensaba que no iba a responder a su desfachatez.
Un gordo del fondo seguía riendo de forma escandalosa ante mi patosa actuación, mofándose de mí con su comentario de que debería haberme quedado en esa postura tan ofrecida con la que tenían tan hermosas vistas. Gruñí desviando la mirada hacia él, lanzándole una daga a la entrepierna con toda la rabia que pude. Sonreí de lado cuando cayó al suelo con las manos cubiertas de sangre y gritando como un cerdo durante la matanza; sin lugar a dudas, el cerdo que era.
Volví a centrar mi atención en ese hombre que había podido con mi paciencia aquella noche, ese al que le enseñaría los buenos modales que poseía. Cogí la botella de whisky que reposaba sobre la mesa frente al sofá y di unos pasos hacia él para compartir mi bebida con él y mostrarle que bien educada estaba.
-Debe disculparme por mi comportamiento, empecemos de nuevo para que pueda enseñarle que mis modales son inmejorables.- dije en tono neutro, inclinando la botella sobre su cabeza para ofrecerle la bebida de una forma distinta a lo que estaría acostumbrado.- Permítame invitarle a un trago.
Pero antes de que la primera gota de whisky cayese sobre él, varios hombres que habían presenciado la rápida castración de su amigo me cogieron por detrás con fuerza, obligándome a estampar la botella en la cabeza de uno de ellos. Mi daga cayó al suelo, y su superioridad mermaban mis fuerzas. Busqué la mirada del apuesto joven que ahora me observaba sin comprender, sabía que él no era como el resto y la única opción para que saliese de esa lucha airosa dependía de su ayuda.
La situación no podía ser más bochornosa. Había caído a cuatro patas sobre la sucia alfombra colocada frente a la chimenea, golpeándome las rodillas por ese estúpido vestido que no me dejaba libertad de movimientos para reaccionar.
Escuché las sonoras carcajadas de los desgraciados clientes que llevaban observando cada uno de mis movimientos desde que había entrado en la taberna, deslizando sus sucias miradas con descaro por mi cuerpo, que en esa posición se quedaba más que expuesto.
Gruñí enfurecida cuando escuché a mi espalda su jocosa voz, tomándome el pelo sobre las buenas formas de las que él parecía carecer y que me animaba a aprender.
Apreté las manos arrugando la alfombra con rabia, maldiciendo a los dioses por llevar ese vestido donde no podía esconder arma alguna, excepto las dos dagas que llevaba sujetas a las ligas que mantenían las medias en su sitio. Deslicé la mano por debajo de la falda, sacándolas con disimulo antes de ponerme en pie y enfrentar su mirada, que se hallaba de nuevo cerrada. Valiente ingenuo que pensaba que no iba a responder a su desfachatez.
Un gordo del fondo seguía riendo de forma escandalosa ante mi patosa actuación, mofándose de mí con su comentario de que debería haberme quedado en esa postura tan ofrecida con la que tenían tan hermosas vistas. Gruñí desviando la mirada hacia él, lanzándole una daga a la entrepierna con toda la rabia que pude. Sonreí de lado cuando cayó al suelo con las manos cubiertas de sangre y gritando como un cerdo durante la matanza; sin lugar a dudas, el cerdo que era.
Volví a centrar mi atención en ese hombre que había podido con mi paciencia aquella noche, ese al que le enseñaría los buenos modales que poseía. Cogí la botella de whisky que reposaba sobre la mesa frente al sofá y di unos pasos hacia él para compartir mi bebida con él y mostrarle que bien educada estaba.
-Debe disculparme por mi comportamiento, empecemos de nuevo para que pueda enseñarle que mis modales son inmejorables.- dije en tono neutro, inclinando la botella sobre su cabeza para ofrecerle la bebida de una forma distinta a lo que estaría acostumbrado.- Permítame invitarle a un trago.
Pero antes de que la primera gota de whisky cayese sobre él, varios hombres que habían presenciado la rápida castración de su amigo me cogieron por detrás con fuerza, obligándome a estampar la botella en la cabeza de uno de ellos. Mi daga cayó al suelo, y su superioridad mermaban mis fuerzas. Busqué la mirada del apuesto joven que ahora me observaba sin comprender, sabía que él no era como el resto y la única opción para que saliese de esa lucha airosa dependía de su ayuda.
Briseida1- Humano Clase Alta
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