AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sólo el débil teme, y el que teme muere [privado]
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Sólo el débil teme, y el que teme muere [privado]
No hay cosa de la que tenga tanto miedo como el miedo
Michel Eyquem de Montaigne
¿Qué era esa molesta sensación en el pecho que sentía desde hace un momento? La joven no lo sabía a ciencia cierta, dada su poca familiaridad con las emociones. Se dio el tiempo de buscar dentro de sus recuerdos, rememorar algún instante en el que se sintiera igual que ahora, con esa presión que la ahogaba y no la quería soltar. Había un par, de hecho. Era lo mismo que sentía cuando debía enfrentarse a la oscuridad absoluta. Lo mismo que vivía en sus días de niñez. El mismo peso que sintió cuando la mordió aquel ser de la noche, y definitivamente el mismo sentimiento que la invadía cuando esos hijos de perra la encerraban en su vieja Doncella de Hierro, esperando que se volviera un pequeño monstruo con cada minuto que pasaba encerrada.Michel Eyquem de Montaigne
Miedo. Miedo en su estado más puro, carcomiéndole las entrañas de una manera terriblemente desagradable.
Soltó un gruñido apenas audible. Ella no sentía miedo. Mejor dicho, ella simplemente no sentía. Nunca se lo habían permitido, y ella obedecía todas las órdenes dadas sin rechistar. Ya había pasado mucho tiempo en ese lado del juego como para que su cabeza comenzara a traicionarla de pronto. Pero el miedo era algo que no podía evitar, algo de lo que- a pesar de lo que pensara sobre el asunto- nunca había escapado en realidad. La oscuridad en la que ella ahora vivía era su fuente de trabajo y su mayor temor, ambos al mismo tiempo. Había sido criada como una asesina de asesinos, una cazadora de seres sobrenaturales. Su transformación en licántropo había sido algo completamente fortuito, pero viéndolo del otro lado del espejo vaya que le había ayudado. Una bendición y una maldición. Las dos caras de la moneda que no podían verse, pero estaban unidas de cualquier modo.
Un sonido discordante la hizo salir de su mundo al borde del abismo. Su presa estaba allí, buscándola, haciendo el doble juego de cazador. Y ella tenía miedo, no de su encargo, sino de la oscuridad que la rodeaba. Patético. ¡Patético! Se mordió los labios. ¿Desde cuándo se había vuelto tan débil? ¡No podía permitir que la noche interfiriera con su trabajo! Ella era una asesina, y si quería comer, debía matar a la víctima del día. Hoy era un vampiro, y no se podía permitir un fallo. Era eso o su vida.
Lamentablemente para Laska, su cabeza en las nubes podía fácilmente costarle lo último.
Al lanzarse en picada hacia el vampiro, éste se dio cuenta de sus intenciones, y sin perder demasiado tiempo esquivó el ataque y la lanzó de lleno hacia una de las paredes de aquel callejón, para luego patearle las entrañas con saña. La joven licántropa apenas se esperaba esa reacción, y menos aún verse en el suelo escupiendo algo de sangre. Se levantó apenas, debido al shock. Ahora era una presa demasiado fácil, y ella lo sabía. Un intento de recuperar su arma la hizo ver que le había torcido ambas manos. Tenía la sanación acelerada, pero… no era lo suficientemente acelerada como para permitirle reaccionar antes de que la hicieran picadillo.
Entonces, lo único que debía hacer era esperar la muerte. Y la muy maldita la venía a buscar en forma de Oscuridad total.
Laska- Licántropo Clase Baja
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Re: Sólo el débil teme, y el que teme muere [privado]
Raven. Raven. Raven. La maldita cabeza le daba vueltas con su nombre escrito en cada uno de sus pensamientos. Las últimas semanas, la pesadumbre la acompañó como un bochorno de rabia pura. El odio crecía en su interior, cada vez más envenenado, más retorcido. Sólo una forma de escapar de sus recuerdos. Matar. En su pasado, fue entrenada para acabar con las criaturas que merodean a la humanidad, escondiéndose entre los árboles, las casas y entre ellos mismos. Sus habilidades consistían en no tener que rendirse por más letal y aterradora que sonara la pelea, siempre morir de pie antes que arrodillarse ante una raza tan sucia como la vampírica. Los aborrecía por la muerte a su familia, más aún por lo que le hicieron a su hermano mayor. Astarté y su estúpido amor incondicional a su propia sangre. Rugió por lo bajo encontrando esa palabra entrelazada con el nombre de Raven. Sus manos eran puños crispados por encima de ese viejo colchón y la noche parecía estar más incómoda que nunca, los sonidos del exterior la invitaron a salir, sólo para observarla crueldad de un gato tragándose a una rata en la esquina del motel en que se resguardaba. –La historia de mi vida- Sin importar a donde mirase, o donde estuviese, la ley de la existencia siempre recaía en lo mismo, el pez grande se come al pequeño y quien no está preparado para la lucha, muere apenas sintiendo los estragos del dolor en su cuerpo. Absurdo, cruel, pero así están las cosas.
Se agazapó sobre el balcón de su ventana y saltó hacia uno los techos continuos. Admitirlo es gozar lo que se está haciendo, callarlo pero de igual forma disfrutarlo, eso es hipocresía. No es que no lo fuese, pero prefería ser honesta al menos consigo misma y, para variar, esa noche le agradeció al lobo el haberla mordido aquella noche. Sus habilidades mejoraban con el paso de los días, su audición, la vista, el tacto, el gusto, el olfato, sus reflejos… todo lo que una vez la demostró como una cazadora envidiable, ahora la consolidaba como tal. El miedo a su conversión, ese comenzó a dominarlo después de encontrarse a los. Le dio gusto reconocerse en compañía de hombres y mujeres que, quizá no la entendían, pero al menos la apoyaban en esos momentos trágicos de luna llena. Sonrió para si misma dispuesta a divertirse. Corrió sobre los tejados en sigilo total y se detuvo en una de las chimeneas. El humo confundía sus sombras con las formas que este hacía danzar en el aire. Aspiró profundamente, un golpe de melancolía la atacó sin previo aviso. Se encontraba en la misma situación que antes de toda esa maldita parafernalia de la conversión. Había viajado por todas partes hasta llegar a Francia y ahora estaba de regreso en su tierra natal. No supo si correr a rastrear a sus hermanos o volver al lugar donde todo inició. Pegó la cabeza hacia la piedra de la chimenea golpeándose consecutivamente; el valor se le fue en la respiración al recordar el ataque que Emerith y Surak. No, definitivamente no podía ir a su encuentro.
La estrepitosa carcajada de un varón al otro lado de la calle, la sacó de su ensimismamiento. La curiosidad germinó en su interior, era como una punzada ante lo que ocurría, un dolor inesperado ante un acto cruel. Se arrastró sobre los tejados de las casas hasta llegar al lugar y ver a un desgraciado que pretendía partir el cuerpo de una joven a la mitad. Su primera impresión fue repulsiva, quería ayudarla. El viento sopló en su dirección y lo supo todo. Según un joven licántropo que conoció en Paris, ella sabría identificar a los suyos por el olfato, pero nada se comparaba con esa necesidad de protegerlos si se encontraban bajo amenaza “La sangre llama, ya lo entenderás” No lo hizo hasta ahora. Rugió sobre el tejado corriendo hacia el vampiro y saltándo por encima de él. El hombre advirtió su ataque pero fue tarde. Astarté logró deshacerse de uno de sus brazos con esa hacha de mano que cargaba. Oh, sí. La una vez cazadora, nunca dejaba sus juguetes en casa. Fue golpeada y rodó por la calle. Se incorporó rápidamente y le sonrió sardónica. El hombre fue a donde ella para tomarla del cabello y arrastrarla hasta la pared, donde quiso meter su mano en el pecho de la fémina y extirparle el corazón, pero olvidó un detalle. Ella aún sostenía el hacha en su mano, cuando él intentó clavar su mano en la chica, esta maniobró el arma hasta conseguir decapitarlo. La cabeza rodó tres metros hacia la derecha, el cuerpo azotó sobre el suelo en una sorda caída. Astarté tomó la cabeza del vampiro y se la llevó con ella hasta donde la joven se encontraba. -¿Te encuentras bien? ¿Te hizo mucho daño?- Preguntó con el ceño fruncido. Buscó entre sus ropas los fósforos que le ayudarían a encender la hoguera para el cuerpo. No podía permitir que el hombre se recuperara por ello cargó la cabeza. La lanzó a una caja de madera y con ella el fósforo. Habría que descuartizar el cuerpo si quería incinerarlo todo ahí dentro. Suspiró.
Se agazapó sobre el balcón de su ventana y saltó hacia uno los techos continuos. Admitirlo es gozar lo que se está haciendo, callarlo pero de igual forma disfrutarlo, eso es hipocresía. No es que no lo fuese, pero prefería ser honesta al menos consigo misma y, para variar, esa noche le agradeció al lobo el haberla mordido aquella noche. Sus habilidades mejoraban con el paso de los días, su audición, la vista, el tacto, el gusto, el olfato, sus reflejos… todo lo que una vez la demostró como una cazadora envidiable, ahora la consolidaba como tal. El miedo a su conversión, ese comenzó a dominarlo después de encontrarse a los. Le dio gusto reconocerse en compañía de hombres y mujeres que, quizá no la entendían, pero al menos la apoyaban en esos momentos trágicos de luna llena. Sonrió para si misma dispuesta a divertirse. Corrió sobre los tejados en sigilo total y se detuvo en una de las chimeneas. El humo confundía sus sombras con las formas que este hacía danzar en el aire. Aspiró profundamente, un golpe de melancolía la atacó sin previo aviso. Se encontraba en la misma situación que antes de toda esa maldita parafernalia de la conversión. Había viajado por todas partes hasta llegar a Francia y ahora estaba de regreso en su tierra natal. No supo si correr a rastrear a sus hermanos o volver al lugar donde todo inició. Pegó la cabeza hacia la piedra de la chimenea golpeándose consecutivamente; el valor se le fue en la respiración al recordar el ataque que Emerith y Surak. No, definitivamente no podía ir a su encuentro.
La estrepitosa carcajada de un varón al otro lado de la calle, la sacó de su ensimismamiento. La curiosidad germinó en su interior, era como una punzada ante lo que ocurría, un dolor inesperado ante un acto cruel. Se arrastró sobre los tejados de las casas hasta llegar al lugar y ver a un desgraciado que pretendía partir el cuerpo de una joven a la mitad. Su primera impresión fue repulsiva, quería ayudarla. El viento sopló en su dirección y lo supo todo. Según un joven licántropo que conoció en Paris, ella sabría identificar a los suyos por el olfato, pero nada se comparaba con esa necesidad de protegerlos si se encontraban bajo amenaza “La sangre llama, ya lo entenderás” No lo hizo hasta ahora. Rugió sobre el tejado corriendo hacia el vampiro y saltándo por encima de él. El hombre advirtió su ataque pero fue tarde. Astarté logró deshacerse de uno de sus brazos con esa hacha de mano que cargaba. Oh, sí. La una vez cazadora, nunca dejaba sus juguetes en casa. Fue golpeada y rodó por la calle. Se incorporó rápidamente y le sonrió sardónica. El hombre fue a donde ella para tomarla del cabello y arrastrarla hasta la pared, donde quiso meter su mano en el pecho de la fémina y extirparle el corazón, pero olvidó un detalle. Ella aún sostenía el hacha en su mano, cuando él intentó clavar su mano en la chica, esta maniobró el arma hasta conseguir decapitarlo. La cabeza rodó tres metros hacia la derecha, el cuerpo azotó sobre el suelo en una sorda caída. Astarté tomó la cabeza del vampiro y se la llevó con ella hasta donde la joven se encontraba. -¿Te encuentras bien? ¿Te hizo mucho daño?- Preguntó con el ceño fruncido. Buscó entre sus ropas los fósforos que le ayudarían a encender la hoguera para el cuerpo. No podía permitir que el hombre se recuperara por ello cargó la cabeza. La lanzó a una caja de madera y con ella el fósforo. Habría que descuartizar el cuerpo si quería incinerarlo todo ahí dentro. Suspiró.
Nevenka Lèveque- Licántropo Clase Alta
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Re: Sólo el débil teme, y el que teme muere [privado]
Y justo cuando la muerte se le venía encima, algo la salvó directamente desde la nada. Algo que hizo que el vampiro que la atacaba terminara descuartizado y con la cabeza incinerándose al frente de sus ojos, como muestra de que aquella alimaña jamás volvería a su amada y sempiterna oscuridad. No quería suspirar de alivio, no todavía. Era lo suficientemente desconfiada como para bajar la guardia ante un desconocido, por mucho que la hubiera salvado de morir. El problema era que la chica apenas imaginaba lo que pasaría después, siendo como era, mirando siempre al presente. El pasado era algo que definitivamente no quería rememorar, por el bien de su escasa sanidad mental. Y el futuro… ¿A quién le preocupaba? Posiblemente iba a terminar muerta en unos años más. Ya se había hecho la idea.
Y confiando en ese futuro, Laska-o al menos así creía que se llamaba-levantó la vista a su salvador. Fue en ese preciso instante en el que sus ojos se abrieron como platos. Primero, porque era salvadora. Segundo, porque el efluvio le llegó de lleno a la nariz, y reconoció a la joven como una licántropa, una de aquellos a los que ella no pertenecía del todo.
Hace mucho tiempo atrás, cuando estaba entrenándose para matar a todas esas razas de la oscuridad, sus maestros le habían explicado-en medio de una de sus rutinas de encierro, claro está- que los licántropos eran una raza más bien gregaria. Siempre sentían la necesidad de agruparse en manadas, de tener un orden y una jerarquía. Eran muy pocos los casos de “lobos solitarios”, de seres que no querían pertenecer a ningún lugar. Y cuando, en un desgraciado accidente, ella fue convertida, se sintió más identificada con estos últimos, aquellos que vivían y disfrutaban su soledad sin ataduras de por medio.
Pero entonces, ¿Por qué sentía ahora la imperiosa necesidad de pertenecer a una manada? Más específicamente, a la manada de aquella joven, si es que tenía alguna. Y se puede explicar por dos razones.
La primera era la más volátil. Le debía su vida. Ahora había contraído una deuda de honor con ella, una que debía pagar de cualquier forma posible para quedar en paz consigo misma. Laska, por muy insensible y estoica que fuera, tenía un fuerte sentido del deber y la lealtad, uno que había sido entrenado bajo años y años de torturas sin sentido. De hecho, era lo único parecido a un sentimiento que podía albergar, aparte del miedo. Y, al haber sido salvada de la peor de las muertes, era obvio que le debía lealtad.
La otra era el sentimiento de gregarismo que estaba situándose en su interior, a una velocidad alarmante. Uno que no había tenido nunca en su vida, pero que ahora se hacía presente de manera fuerte y casi ineludible. Y a pesar de que luchaba con todas sus fuerzas para evitarlo, le era tristemente imposible. Ya había caído en las garras de la lealtad absoluta, si es que se le puede llamar de algún modo.
No respondió a las preguntas de la mujer, dejando que se asegurara de su estado al verla levantarse con normalidad y acomodarse las muñecas con cuidado. La única respuesta que obtendría sería otra pregunta formulada.
-¿Quién eres?
Y confiando en ese futuro, Laska-o al menos así creía que se llamaba-levantó la vista a su salvador. Fue en ese preciso instante en el que sus ojos se abrieron como platos. Primero, porque era salvadora. Segundo, porque el efluvio le llegó de lleno a la nariz, y reconoció a la joven como una licántropa, una de aquellos a los que ella no pertenecía del todo.
Hace mucho tiempo atrás, cuando estaba entrenándose para matar a todas esas razas de la oscuridad, sus maestros le habían explicado-en medio de una de sus rutinas de encierro, claro está- que los licántropos eran una raza más bien gregaria. Siempre sentían la necesidad de agruparse en manadas, de tener un orden y una jerarquía. Eran muy pocos los casos de “lobos solitarios”, de seres que no querían pertenecer a ningún lugar. Y cuando, en un desgraciado accidente, ella fue convertida, se sintió más identificada con estos últimos, aquellos que vivían y disfrutaban su soledad sin ataduras de por medio.
Pero entonces, ¿Por qué sentía ahora la imperiosa necesidad de pertenecer a una manada? Más específicamente, a la manada de aquella joven, si es que tenía alguna. Y se puede explicar por dos razones.
La primera era la más volátil. Le debía su vida. Ahora había contraído una deuda de honor con ella, una que debía pagar de cualquier forma posible para quedar en paz consigo misma. Laska, por muy insensible y estoica que fuera, tenía un fuerte sentido del deber y la lealtad, uno que había sido entrenado bajo años y años de torturas sin sentido. De hecho, era lo único parecido a un sentimiento que podía albergar, aparte del miedo. Y, al haber sido salvada de la peor de las muertes, era obvio que le debía lealtad.
La otra era el sentimiento de gregarismo que estaba situándose en su interior, a una velocidad alarmante. Uno que no había tenido nunca en su vida, pero que ahora se hacía presente de manera fuerte y casi ineludible. Y a pesar de que luchaba con todas sus fuerzas para evitarlo, le era tristemente imposible. Ya había caído en las garras de la lealtad absoluta, si es que se le puede llamar de algún modo.
No respondió a las preguntas de la mujer, dejando que se asegurara de su estado al verla levantarse con normalidad y acomodarse las muñecas con cuidado. La única respuesta que obtendría sería otra pregunta formulada.
-¿Quién eres?
Laska- Licántropo Clase Baja
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Re: Sólo el débil teme, y el que teme muere [privado]
¿A los cuántos años de consigue la madurez? Si alguien pudiese advertir la edad de la joven Astarté, se daría cuenta que únicamente se trata de una chiquilla estúpida, testaruda y con sentido del ego bastante desarrollado, sin embargo, existen ocasiones lejanas en las que suele comportarse como toda una mujer civilizada, dejando detrás los infantilismos y su característico humo ácido que grita un “Aléjate de mí”. Se mordió el labio observando detenidamente a su ahora compañera. Se veía tan desaliñada, perdida pero en sus ojos aún se sostenía el salvajismo propio de los de su especie, quizá ella fue así en un pasado, tal vez el instinto se le desarrolló posteriormente, cualquier cosa es factible y Astarté lo aprendió con el paso de los meses. Suspiró profundamente desechando con desdén las imágenes que cruzaron su cabeza en ese instante. Los ojos de la joven, sus alborotados cabellos, su pregunta… Al final sólo pudo esbozar una sonrisa complaciente, una sonrisa que entendía la perspicacia de la extraña.
-Esa no es una respuesta ¿Sabes? Oh, claro que sí- Comentó encogiéndose de hombros y cruzándose de brazos. Las llamas de la improvisada hoguera, danzaban con sus tonalidades amarillentas, rojizas. Con cada lengua de fuego que emanaba, sus ojos se llenaban inexplicablemente de vitalidad, un deseo casi amargo de querer cazarlos a todos, una obscuridad banal pero justificable cuando entre los chasquidos de las llamas podía escuchar los gritos de sus padres al ser atacados por esa raza maldita. Era lo menos que podía hacer por ellos, por Raven. Rugió. –Sabes que no importa mucho quién soy o lo que soy, sino si se puede confiar en mí- Tragó saliva. La amargura le supo hasta que se colapsó en el interior de su estómago. Ahí estaba, nuevamente, la sensación del vacío. No apartó la vista del fuego, aún deseando que los culpables de esas muertes estuviesen ahí. –Antes te habría lastimado… mucho- Musitó. Estaba completamente consciente que la sangre de cazadora aún corría por sus venas, aún poseía esas trémulas ganas de correr, perseguir, castigar, matar. –Pero hoy soy igual a ti y, aunque nunca me importó lo hipócrita que puedo llegar a ser, me temo que esto… - Se interrumpió para girarse sobre los talones y enfrentar el rostro ajeno. Se relamió los labios. –No sé, matar licántropos, vampiros, brujas y demás, me era fácil. Ya no puedo hacerlo con los de nuestra especie.-
Algo raro ocurría con Astarté, se odiaba a si misma por haber tenido que convertirse en ese monstruo, por haber sido tan débil y permitir que la bestia dominase sobre su cuerpo. Más aún, se sentía terrible por haber atacado a sus hermanos en las noches consecuentes a su primera mutación, pero si quería poder controlar su metamorfosis, primero tenía que abrazar al monstruo dentro de ella ¡Porque eso es lo que es ahora! Un espíritu libre, salvaje, peligroso pero noble al mismo tiempo. Probablemente no lo comprendiese ahora y quizá no logre hacerlo hasta un par de años más adelante, pero mientras aún pueda escuchar su respiración y los latidos se su corazón, no se negará la oportunidad de domarse a si misma para poder regresar con su familia. –Pero haces bien en no bajar la guardia, nunca. Es una ley del cazador- Esta vez su sonrisa fue amarga, como si quisiera dejar atrás todos sus recuerdos, pero esa maldita memoria no se lo permitiría y es que ha comenzado a sospechar que el olvido es tan sólo una falacia. Sacudió su cabeza –Soy Astarté Nahiara, sólo eso- Se encaminó hasta el cuerpo del vampiro. –Ex cazadora- Da un golpe con el hacha de mano para partir el cuerpo del occiso a la mitad, después da otro y otro más mientras recita –Ex hija, ex hermana, ex humana- Parece querer desquitar toda ira con cada golpe propiciado al saco de carne. Al terminar, limpia las salpicaduras de su rostro con las mangas largas del abrigo, toma un trozo de carne y lo arroja al fuego. -¿Tu eres?-
-Esa no es una respuesta ¿Sabes? Oh, claro que sí- Comentó encogiéndose de hombros y cruzándose de brazos. Las llamas de la improvisada hoguera, danzaban con sus tonalidades amarillentas, rojizas. Con cada lengua de fuego que emanaba, sus ojos se llenaban inexplicablemente de vitalidad, un deseo casi amargo de querer cazarlos a todos, una obscuridad banal pero justificable cuando entre los chasquidos de las llamas podía escuchar los gritos de sus padres al ser atacados por esa raza maldita. Era lo menos que podía hacer por ellos, por Raven. Rugió. –Sabes que no importa mucho quién soy o lo que soy, sino si se puede confiar en mí- Tragó saliva. La amargura le supo hasta que se colapsó en el interior de su estómago. Ahí estaba, nuevamente, la sensación del vacío. No apartó la vista del fuego, aún deseando que los culpables de esas muertes estuviesen ahí. –Antes te habría lastimado… mucho- Musitó. Estaba completamente consciente que la sangre de cazadora aún corría por sus venas, aún poseía esas trémulas ganas de correr, perseguir, castigar, matar. –Pero hoy soy igual a ti y, aunque nunca me importó lo hipócrita que puedo llegar a ser, me temo que esto… - Se interrumpió para girarse sobre los talones y enfrentar el rostro ajeno. Se relamió los labios. –No sé, matar licántropos, vampiros, brujas y demás, me era fácil. Ya no puedo hacerlo con los de nuestra especie.-
Algo raro ocurría con Astarté, se odiaba a si misma por haber tenido que convertirse en ese monstruo, por haber sido tan débil y permitir que la bestia dominase sobre su cuerpo. Más aún, se sentía terrible por haber atacado a sus hermanos en las noches consecuentes a su primera mutación, pero si quería poder controlar su metamorfosis, primero tenía que abrazar al monstruo dentro de ella ¡Porque eso es lo que es ahora! Un espíritu libre, salvaje, peligroso pero noble al mismo tiempo. Probablemente no lo comprendiese ahora y quizá no logre hacerlo hasta un par de años más adelante, pero mientras aún pueda escuchar su respiración y los latidos se su corazón, no se negará la oportunidad de domarse a si misma para poder regresar con su familia. –Pero haces bien en no bajar la guardia, nunca. Es una ley del cazador- Esta vez su sonrisa fue amarga, como si quisiera dejar atrás todos sus recuerdos, pero esa maldita memoria no se lo permitiría y es que ha comenzado a sospechar que el olvido es tan sólo una falacia. Sacudió su cabeza –Soy Astarté Nahiara, sólo eso- Se encaminó hasta el cuerpo del vampiro. –Ex cazadora- Da un golpe con el hacha de mano para partir el cuerpo del occiso a la mitad, después da otro y otro más mientras recita –Ex hija, ex hermana, ex humana- Parece querer desquitar toda ira con cada golpe propiciado al saco de carne. Al terminar, limpia las salpicaduras de su rostro con las mangas largas del abrigo, toma un trozo de carne y lo arroja al fuego. -¿Tu eres?-
Nevenka Lèveque- Licántropo Clase Alta
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Re: Sólo el débil teme, y el que teme muere [privado]
-¿Sinceramente? No tengo idea- dijo, encogiéndose de hombros. Su identidad era algo que le importaba poco. ¿Desde cuándo había tenido una?- Según el resto de la gente, me llamo Laska. Es el nombre que me pusieron en el orfelinato, y me he llamado así desde entonces. Me entrenaron para ser mercenaria.
En esa parte de la oración, arqueó una ceja. “Entrenar” era una palabra demasiado suave para los métodos que aquellos malditos miserables habían usado. Métodos que la habían dejado con un miedo a la oscuridad de por vida. Porque, ¿Qué persona encierra a una niña de poco más de siete años en una doncella de hierro? Pero allí la tenían, la prueba viviente de lo que una persona inescrupulosa podía hacer en pos de conseguir su objetivo. ¿Querían niños mercenarios? Bien podían tenerlos. Era cosa de buscarlos en orfelinatos, donde nadie se preocuparía de ellos más adelante.
Laska no negaba que le había servido de mucho. Claro, las torturas a la que la habían sometido eran todo menos éticas y le habían dejado marcas psicológicas difíciles de borrar, pero al menos habían moldeado lo poco que tenía de carácter. La habían transformado en una niña demasiado crecida para su edad, una abominación que no podía sentir nada más que lealtad, ira y miedo. Aunque la ira y el miedo ganaban por mucho a la lealtad. Eran su forma de escapar del mundo o luchar contra él, los instintos más básicos del ser humano. O de las bestias, en este caso.
-En uno de mis tantos trabajos me transformé en lo que soy ahora- siguió, indiferente, mientras ayudaba a lanzar pedazos del vampiro al fuego-. Trataron de cazarme, pero les fue imposible. Seguí matando gente y sobrenaturales por dinero, porque era lo único que sabía hacer. Nunca he tenido remordimientos, no tengo nada que perder aparte de la vida.
O al menos hasta hoy, le recriminaba su cabeza. Era verdad. Hasta hoy, no había tenido ni familia, ni amigos, ni posesiones materiales, aparte de un par de armas. Tampoco le había importado. Si quería sobrevivir, tenía que matar sin miramientos. Pero estaba segura de que si la hubieran mandado a eliminar a la mujer que tenía al frente, simplemente no hubiera podido. Tal como ella decía, ya era imposible lidiar con la idea de asesinar licántropos. Su sangre se lo recriminaba, cada vez más fuerte. El gatillo temblaba cada vez que debía apuntar. El cuchillo se resbalaba de las manos. ¡Era molesto!
En esa parte de la oración, arqueó una ceja. “Entrenar” era una palabra demasiado suave para los métodos que aquellos malditos miserables habían usado. Métodos que la habían dejado con un miedo a la oscuridad de por vida. Porque, ¿Qué persona encierra a una niña de poco más de siete años en una doncella de hierro? Pero allí la tenían, la prueba viviente de lo que una persona inescrupulosa podía hacer en pos de conseguir su objetivo. ¿Querían niños mercenarios? Bien podían tenerlos. Era cosa de buscarlos en orfelinatos, donde nadie se preocuparía de ellos más adelante.
Laska no negaba que le había servido de mucho. Claro, las torturas a la que la habían sometido eran todo menos éticas y le habían dejado marcas psicológicas difíciles de borrar, pero al menos habían moldeado lo poco que tenía de carácter. La habían transformado en una niña demasiado crecida para su edad, una abominación que no podía sentir nada más que lealtad, ira y miedo. Aunque la ira y el miedo ganaban por mucho a la lealtad. Eran su forma de escapar del mundo o luchar contra él, los instintos más básicos del ser humano. O de las bestias, en este caso.
-En uno de mis tantos trabajos me transformé en lo que soy ahora- siguió, indiferente, mientras ayudaba a lanzar pedazos del vampiro al fuego-. Trataron de cazarme, pero les fue imposible. Seguí matando gente y sobrenaturales por dinero, porque era lo único que sabía hacer. Nunca he tenido remordimientos, no tengo nada que perder aparte de la vida.
O al menos hasta hoy, le recriminaba su cabeza. Era verdad. Hasta hoy, no había tenido ni familia, ni amigos, ni posesiones materiales, aparte de un par de armas. Tampoco le había importado. Si quería sobrevivir, tenía que matar sin miramientos. Pero estaba segura de que si la hubieran mandado a eliminar a la mujer que tenía al frente, simplemente no hubiera podido. Tal como ella decía, ya era imposible lidiar con la idea de asesinar licántropos. Su sangre se lo recriminaba, cada vez más fuerte. El gatillo temblaba cada vez que debía apuntar. El cuchillo se resbalaba de las manos. ¡Era molesto!
Laska- Licántropo Clase Baja
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Re: Sólo el débil teme, y el que teme muere [privado]
Había algo en las formas de la chica que le recordaba algo, quizá a si misma en una extraña convergencia de situaciones. Su idea fue confirmada en cuanto notó aquella palabra, como si fuese una especie de interruptor que activa los engranes de su ya atrofiada mente. La historia se repetía, no sólo con el infortunio de Astarté, si no que parecía ser una maldición esparcida sobre los ciudadanos del viejo mundo. Tras su paso en Paris, algunas cosas que aprendió fue la esencia que la transformación en hombre lobo tiene. No todos podían sobrevivir a la transición cuando la luna se eleva en lo más alto del firmamento y se baña la tierra con su manto plateado. El dolor es insistente, incluso después, cuando la carne vuelve a pertenecerle al hombre, los moretones en la piel y el crujir de huesos, hacen recordar la naturaleza y la nueva consciencia adquirida. Ese era quizá el peor de los problemas, una consciencia que se alimenta a costillas de los instintos más primitivos del hombre. Frunció el ceño negándose a si misma, la consistencia de sus pensamientos no repararían en absolutamente nada y, al desviar la mirada hasta ella, supo que tenía que hacer algo.
Astarté estaba completamente sola, pero no tenía porque ser así, un hombre se lo había dicho en el bosque mientras cazaba. Después se topó con las otras bestias, ellos disfrutaban de sus cambios e incluso estaban agradecidos de cierta forma, en pertenecer a una familia como lo era una manada. A estas alturas, la pelinegra estaba tan jodidamente confundida que quizá podría resultar ser un peligro tanto como para Laska como para si misma. Quizá, sólo quizá, el estar juntas –siendo tan parecidas- pudiese ayudarlas. Tragó saliva intentando ahogar la peste que pretendía salir de sus labios. Aspiró profundamente levantando la mirada hacia la noche. Asintió. –No importa el como te llamen los demás, más bien el cómo te definas tú misma- Se encogió de hombros. Ella había cambiado su nombre verdadero por uno instintivo. Astarté una diosa fenicia, relacionada con la luna y que con el paso del tiempo, su concepto fue tergiversado al de un demonio. Precisamente así se sentía. En contraparte, el Nahiara tenía un significado más simple, el deseo de la luz de la luna. Juntos, era como la representación del rostro más oscuro del astro plateado. Un recordatorio… sólo eso.
-¿Nada que perder?- Mordió su labio inferior. Cada vez que ella pronunciaba una palabra, la similitud en las historias era un boomerang regresando a su dueña, pero sin que esta pudiese atraparlo con su mano, siendo así, golpeada por el objeto en cuestión. Esbozó una sonrisa, más amarga que la anterior. Es verdad que las palabras escupidas deliberadamente, se regresan y, al intentar tragarlas, el mal sabor hace que sean regurgitadas una vez más. Aberrante. Eso era todo aquello. Sacudió la cabeza, se negó a si misma. Al poco rato de estar arrogando los trozos del vampiro a la hoguera, terminó. Las cenizas dejaron una mancha obscura en el sueño, como una sombra estampada en la pared al intentar escapar de un exorcismo. Resopló los labios sacudiéndose el polvo y pateando las llamas para apagar el fuego. –Tampoco me he arrepentido nunca de las muertes que di a los hombres, hasta que… me di cuenta que todos ellos, eran como nosotros. ¿Me comprendes? Ahora bien, es un jodido chiste. Porque pese a todo eso, no dejo de hacerlo. ¿Qué más da si me gusta quitarles la vida a los hombres? Pero gánate mi confianza y obtendrás un guerrero fiel a tu servicio; hipócrita, lo sé. Pero esto es así, lo queramos o no.- Guardó sus pertenencias y se ajustó cada una de las cintillas que adoquinaban su vestuario –Ven, debes tener hambre y se de un lugar donde podrás armarte hasta el cansancio para continuar con tu andar por la vida-
Astarté estaba completamente sola, pero no tenía porque ser así, un hombre se lo había dicho en el bosque mientras cazaba. Después se topó con las otras bestias, ellos disfrutaban de sus cambios e incluso estaban agradecidos de cierta forma, en pertenecer a una familia como lo era una manada. A estas alturas, la pelinegra estaba tan jodidamente confundida que quizá podría resultar ser un peligro tanto como para Laska como para si misma. Quizá, sólo quizá, el estar juntas –siendo tan parecidas- pudiese ayudarlas. Tragó saliva intentando ahogar la peste que pretendía salir de sus labios. Aspiró profundamente levantando la mirada hacia la noche. Asintió. –No importa el como te llamen los demás, más bien el cómo te definas tú misma- Se encogió de hombros. Ella había cambiado su nombre verdadero por uno instintivo. Astarté una diosa fenicia, relacionada con la luna y que con el paso del tiempo, su concepto fue tergiversado al de un demonio. Precisamente así se sentía. En contraparte, el Nahiara tenía un significado más simple, el deseo de la luz de la luna. Juntos, era como la representación del rostro más oscuro del astro plateado. Un recordatorio… sólo eso.
-¿Nada que perder?- Mordió su labio inferior. Cada vez que ella pronunciaba una palabra, la similitud en las historias era un boomerang regresando a su dueña, pero sin que esta pudiese atraparlo con su mano, siendo así, golpeada por el objeto en cuestión. Esbozó una sonrisa, más amarga que la anterior. Es verdad que las palabras escupidas deliberadamente, se regresan y, al intentar tragarlas, el mal sabor hace que sean regurgitadas una vez más. Aberrante. Eso era todo aquello. Sacudió la cabeza, se negó a si misma. Al poco rato de estar arrogando los trozos del vampiro a la hoguera, terminó. Las cenizas dejaron una mancha obscura en el sueño, como una sombra estampada en la pared al intentar escapar de un exorcismo. Resopló los labios sacudiéndose el polvo y pateando las llamas para apagar el fuego. –Tampoco me he arrepentido nunca de las muertes que di a los hombres, hasta que… me di cuenta que todos ellos, eran como nosotros. ¿Me comprendes? Ahora bien, es un jodido chiste. Porque pese a todo eso, no dejo de hacerlo. ¿Qué más da si me gusta quitarles la vida a los hombres? Pero gánate mi confianza y obtendrás un guerrero fiel a tu servicio; hipócrita, lo sé. Pero esto es así, lo queramos o no.- Guardó sus pertenencias y se ajustó cada una de las cintillas que adoquinaban su vestuario –Ven, debes tener hambre y se de un lugar donde podrás armarte hasta el cansancio para continuar con tu andar por la vida-
Nevenka Lèveque- Licántropo Clase Alta
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