AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
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El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
Para una niña de bien, escaparse por alguna apertura descuidada de su casa era algo casi impensable, pero para alguien como Lolita, el seguir tus impulsos y caprichos cuando estaban llamando a la puerta, era ley. ¿Cuándo empezó? Aprendió a huir apenas aprendió a correr, debido a la estricta disciplina de su tutora y a los celos de las esposas, madre y novias de los chicos a los que coqueteaba.
Lo cierto era que a la muchacha le gustaba complacer, pero también colmar de ira a los terceros que de alguna u otra forma estaban involucrados. Lolita sonreía con cada rostro colorado de cólera por tocar lo que ellas consideraban “suyo” sólo por estar comprometidas o casadas, porque lo que la Dolores Haze siempre tenía en mente era que…
—El estado civil de un hombre está en sus pantalones —cantaba Lo despreocupadamente por las calles de Paris, haciendo caso omiso de las miradas llenas de duda de los transeúntes al ver a una niña sola en medio de la noche. Sería presa fácil.
El reloj de la catedral dio las doce de la noche, espantando con el ruido ensordecedor de las campanas a quienes estaban más próximos a ser débiles de corazón, pero ese no era el caso de la traviesa fémina, quien tomaba esa alarma como un estímulo para transformar en carrera su despreocupada caminata. Esa noche quería hacerle una visita a una de las pocas amigas que tenía; en pocas palabras con quien podía tener una conversación de más de cinco minutos sin confrontaciones.
—Beatrix, Beatrix —pensaba la muchacha sin perder el ritmo de su aceleración— No te acabes tu hora de descanso sin mí. Tendrás el resto de la noche para atender a esos viejos verdes, así que no seas egoísta.
El burdel era un lugar conocido por la venta del placer, específicamente de las pobres y hermosas a los ricos y poderosos; no obstante, la pequeña de trece años codiciaba el manto de terciopelo que envolvía esa realidad y al entrar al concurrido lugar, esperaba que su aliada y oráculo transformara su ignorancia en conocimientos rojos.
Las prostitutas más jóvenes exhalaban suspiros exagerados cuando veían pasar a una pequeña ajena por el burdel como si estuviese jugando en el bosque; no obstante, las más antiguas les explicaban que el dueño toleraba a Dolores porque pensaba que eventualmente ella se uniría a las florecillas tras un corsé de encaje negro y zapatos rojos.
Las risas de un grupo de inexpertas vendedoras del placer que no conocía bien las mañas de Lolita, terminaron por molestar a la niña; todo el que osaba acabar con su diversión no se quedaba así nada más y lo sabía por la propia y diminuta mano de ella.
—Hey, cierren la boca. No conseguirán encamar a ningún cliente rico si cotorrean como urracas desquiciadas —se plantó la zagala frente a las prematuras cortesanas que no podían tener más de quince años, las cuales callaron no sin antes dirigir miradas cargadas de curiosidad a la chiquilla.
¿Qué motivos tendrá para venir a este lugar?, ¿Sus padres sabrán de esto?, ¿Viene a por trabajo para quitarme a mis clientes? Era lo que se preguntaban las novatas. Las experimentadas sabían que lo mejor para convivir con Lolita era esperar.
—Ya que tengo su atención, díganme en dónde está la “ojos de avellana” —exigió la niña mientras se sentaba junto a las florecillas balanceando sus piernas, esas que no llegaban al piso todavía. La ausencia de respuesta hizo que el fastidio se hiciera presente en su infantil cara— Oh, Mon Dieu, no me vengan que le recortaron la hora otra vez. Si siguen estrujándola sólo quedará un estropajo desvanecido en vez la fresca flor que es.
¿Quién se volverá un estropajo desvanecido?
Al oír esa voz a sus espaldas, Lolita sonrió de dicha y entusiasmo. Al voltearse, confirmó nuevamente que jamás tendría remordimientos por una escapada deliberada y rebelde.
Lo cierto era que a la muchacha le gustaba complacer, pero también colmar de ira a los terceros que de alguna u otra forma estaban involucrados. Lolita sonreía con cada rostro colorado de cólera por tocar lo que ellas consideraban “suyo” sólo por estar comprometidas o casadas, porque lo que la Dolores Haze siempre tenía en mente era que…
—El estado civil de un hombre está en sus pantalones —cantaba Lo despreocupadamente por las calles de Paris, haciendo caso omiso de las miradas llenas de duda de los transeúntes al ver a una niña sola en medio de la noche. Sería presa fácil.
El reloj de la catedral dio las doce de la noche, espantando con el ruido ensordecedor de las campanas a quienes estaban más próximos a ser débiles de corazón, pero ese no era el caso de la traviesa fémina, quien tomaba esa alarma como un estímulo para transformar en carrera su despreocupada caminata. Esa noche quería hacerle una visita a una de las pocas amigas que tenía; en pocas palabras con quien podía tener una conversación de más de cinco minutos sin confrontaciones.
—Beatrix, Beatrix —pensaba la muchacha sin perder el ritmo de su aceleración— No te acabes tu hora de descanso sin mí. Tendrás el resto de la noche para atender a esos viejos verdes, así que no seas egoísta.
El burdel era un lugar conocido por la venta del placer, específicamente de las pobres y hermosas a los ricos y poderosos; no obstante, la pequeña de trece años codiciaba el manto de terciopelo que envolvía esa realidad y al entrar al concurrido lugar, esperaba que su aliada y oráculo transformara su ignorancia en conocimientos rojos.
Las prostitutas más jóvenes exhalaban suspiros exagerados cuando veían pasar a una pequeña ajena por el burdel como si estuviese jugando en el bosque; no obstante, las más antiguas les explicaban que el dueño toleraba a Dolores porque pensaba que eventualmente ella se uniría a las florecillas tras un corsé de encaje negro y zapatos rojos.
Las risas de un grupo de inexpertas vendedoras del placer que no conocía bien las mañas de Lolita, terminaron por molestar a la niña; todo el que osaba acabar con su diversión no se quedaba así nada más y lo sabía por la propia y diminuta mano de ella.
—Hey, cierren la boca. No conseguirán encamar a ningún cliente rico si cotorrean como urracas desquiciadas —se plantó la zagala frente a las prematuras cortesanas que no podían tener más de quince años, las cuales callaron no sin antes dirigir miradas cargadas de curiosidad a la chiquilla.
¿Qué motivos tendrá para venir a este lugar?, ¿Sus padres sabrán de esto?, ¿Viene a por trabajo para quitarme a mis clientes? Era lo que se preguntaban las novatas. Las experimentadas sabían que lo mejor para convivir con Lolita era esperar.
—Ya que tengo su atención, díganme en dónde está la “ojos de avellana” —exigió la niña mientras se sentaba junto a las florecillas balanceando sus piernas, esas que no llegaban al piso todavía. La ausencia de respuesta hizo que el fastidio se hiciera presente en su infantil cara— Oh, Mon Dieu, no me vengan que le recortaron la hora otra vez. Si siguen estrujándola sólo quedará un estropajo desvanecido en vez la fresca flor que es.
¿Quién se volverá un estropajo desvanecido?
Al oír esa voz a sus espaldas, Lolita sonrió de dicha y entusiasmo. Al voltearse, confirmó nuevamente que jamás tendría remordimientos por una escapada deliberada y rebelde.
Félice Moulin- Humano Clase Baja
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
Evitar la pereza era una de aquellas reglas que me había impuesto a mi misma para conseguir escapar del charco de lodo en el que alguna vez viví. Sin embargo, hoy en día tenía suficiente dinero para elegir cualquier día de la semana como mío. ¡Que paraíso era aquello! No poseía una habitación propia pero siempre me aseguraba de coger la más limpia y amplia; era una de tantas ventajas de mantener un perfil autoritario sobre las demás cortesanas. Por supuesto, la cortesía nunca desaparecía, puesto que no sabías que tipo de problemas encontrarías; si la muchacha de la habitación de al lado te robaría algún cliente, o si la siguiente robara tu ropa, etc.
Los pequeños trucos hacían la diferencia entre una cortesana desdichada, frustrada con su trabajo, empobrecida por la falta de clientes, y una cortesana bien pagada, anhelante del siguiente caballero que entrase por las puertas del burdel. Yo era más bien la segunda. Aprendía a tomar lo bueno y lo malo, siempre aprovechando mejor lo primero y olvidando lo segundo. La vida nunca regalaba nada solidariamente, era un oponente para toda aquella persona que se considerara fuerte.
Los pensamientos filosóficos que tenía en mente no parecían encajar con el reflejo que me miraba a través del espejo de cuerpo completo. Una mujer bella como aquella de cabellos achocolatados no parecía estar pensando en nada profundo, sino en con quien se acostaría la siguiente vez. Bueno, tampoco podía negar que no pensara eso. Cuando hubiese estado vestida, con uno de tantos vestidos discretos y sensuales que alguno de mis amigos generosos me había brindado, escuché murmullos y exclamaciones provenientes de afuera.
Me encaminé a paso seguro, sorprendiéndome aun que algunas cortesanas novatas se hicieran a un lado, como si yo tuviese el poder de cortarles la cabeza si no eran de mi agrado. Vaya paranoicas. Me sorprendió escuchar una vocecilla familiar, no lo suficientemente aguda para ser una niña pequeña, pero por supuesto, no lo suficientemente mayor para ser considerada una adulta. Sonreí para mis adentros. Nada más salir a la acogedora sala de estar del burdel, plagada de cortesanas jóvenes y sillones mullidos y coloridos cual harem del medio Oriente, la vi. ¡Que chiquilla más impertinente!
- ¿Quien se volverá un estropajo desvanecido? -exclamé con voz fuerte y clara. Una expresión severa, y sin embargo, alegre, resaltaba los rasgos de mi cara. Esa pequeña granuja era predecible y podía imaginar a lo que vendría.- Deberías ser más amable, pequeña... estas muchachas de aquí tienen poco entretenimiento, y a veces el chisme puede ser un interesante intercambio de información.
Los pequeños trucos hacían la diferencia entre una cortesana desdichada, frustrada con su trabajo, empobrecida por la falta de clientes, y una cortesana bien pagada, anhelante del siguiente caballero que entrase por las puertas del burdel. Yo era más bien la segunda. Aprendía a tomar lo bueno y lo malo, siempre aprovechando mejor lo primero y olvidando lo segundo. La vida nunca regalaba nada solidariamente, era un oponente para toda aquella persona que se considerara fuerte.
Los pensamientos filosóficos que tenía en mente no parecían encajar con el reflejo que me miraba a través del espejo de cuerpo completo. Una mujer bella como aquella de cabellos achocolatados no parecía estar pensando en nada profundo, sino en con quien se acostaría la siguiente vez. Bueno, tampoco podía negar que no pensara eso. Cuando hubiese estado vestida, con uno de tantos vestidos discretos y sensuales que alguno de mis amigos generosos me había brindado, escuché murmullos y exclamaciones provenientes de afuera.
Me encaminé a paso seguro, sorprendiéndome aun que algunas cortesanas novatas se hicieran a un lado, como si yo tuviese el poder de cortarles la cabeza si no eran de mi agrado. Vaya paranoicas. Me sorprendió escuchar una vocecilla familiar, no lo suficientemente aguda para ser una niña pequeña, pero por supuesto, no lo suficientemente mayor para ser considerada una adulta. Sonreí para mis adentros. Nada más salir a la acogedora sala de estar del burdel, plagada de cortesanas jóvenes y sillones mullidos y coloridos cual harem del medio Oriente, la vi. ¡Que chiquilla más impertinente!
- ¿Quien se volverá un estropajo desvanecido? -exclamé con voz fuerte y clara. Una expresión severa, y sin embargo, alegre, resaltaba los rasgos de mi cara. Esa pequeña granuja era predecible y podía imaginar a lo que vendría.- Deberías ser más amable, pequeña... estas muchachas de aquí tienen poco entretenimiento, y a veces el chisme puede ser un interesante intercambio de información.
Beatrix Hathaway- Mensajes : 42
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
La cortesana de ojos como avellanas conocía el medio en el que se quitaba las faldas como si su piel estuviese hecha de corsé. Toda esa nube de perfume y libido que había forzado a Beatrix a permanecer en ese sitio, también atravesaba el entusiasmo de Lolita como una pasión que conquistar y a ella le encantaba la idea de capturar el corazón y mente de una persona. Por algo había clientes frecuentes que llegaban a menudo, ¿no? Tenían a sus favoritas designadas con antelación.
Las intenciones de Dolores no concordaban con su rostro angelical. Sólo una persona con verdadera habilidad de ingresar en los ojos de las personas para encontrar el centro de su alma sabría que el angelito de una jovenzuela de trece se había marchado para siempre del cuerpo de Lolita; aunque lo más probable era que los presentes sospecharan que si estaba sola en un burdel y a mitad de la noche, no era porque deseara ser monja.
Los labios de la pequeña se hicieron hacia los lados con la llegada de Beatrix, esa que había irrumpido para mantener calmas las aguas que consideraba de su propiedad. Debía ser por eso que se llevaban bien; ella sabía cuándo marcar territorio y Lolita también. Ya estaba claro que si alguna vez terminaban trabajando lado a lado, todo terminaría mal.
—Pero si yo soy un encanto. Vengo a ver a mis amigas, ¿no? —dijo la chiquilla en tono de burla mientras posaba sus diminutas manos en las caderas precozmente anchas que tenía. Aprovechó también para hacer una señal de cruce de dedos en símbolo de complicidad— Vengo en son de paz, ¿lo ves? No me echarán mientras piensen que quiero ser una de ustedes.
Aunque Beatrix no hubiera elegido su vida, era muy responsable con el estilo que llevaba y no toleraría que Lolita, por más amiga de ella que fuese, le quitara el lugar respetable que había adquirido por sus juegos infantiles. Eran simplemente sencillas las reglas del tablera en el que se encontraban; no vulneres mi territorio y no necesitaré conquistar el tuyo. Mientras se mantuviera así, la amistad entre ellas dos sería casi infinita para las mortales que eran.
Todo era perfecto para tener una nueva sesión de lecciones, a excepción de las malas compañías husmeando como ese par de cortesanas novatas que, según Lolita, poco y nada tenían que meterse. Eso tenía solución.
—Esto debe ser una broma. Ya se mosqueó el lugar —habló la chiquilla mientras tomaba la mano de Beatrix como una niña menor de trece— Vamos a tu cuarto antes de que un viejo verde te mire al rabo y tengas que olvidarte del descanso.
Riendo como inocente, pero corriendo como ladrón de carne, llevó a la fresca cortesana de vuelta a sus aposentos para tener un poco de privacidad y no tener que soportar a mujerzuelas poco agradables que no se sentían felices con tener a Beatrix en el burdel; las hacía sentirse expuestas.
Una vez dentro, Lo sonrió contenta con la cantidad de exóticos perfumes que reposaban sobre la mesilla. Los frascos que los contenían llamaban la atención por su forma y color y hacían preguntarse qué tanta relación tendría la estética con el aroma.
—Cielos, ahora sé cómo mantienes tu aroma no obstante la cantidad de hombres que se mezcla contigo —habló Lolita mientras olorizaba la tapa de los cristales aromáticos, los cuales dejó en su lugar rápidamente para sentarse en la cómoda y chirriante cama de su amiga, la cortesana— ¿Lavaste las sábanas, verdad? Huelen más a fresas que otros días. No logro distinguir tu mensaje, ¿pretendes enseñarme a ser dulce y exótica a la vez?
La lección que fuera, ambas se asegurarían de que fuese aprendida.
Las intenciones de Dolores no concordaban con su rostro angelical. Sólo una persona con verdadera habilidad de ingresar en los ojos de las personas para encontrar el centro de su alma sabría que el angelito de una jovenzuela de trece se había marchado para siempre del cuerpo de Lolita; aunque lo más probable era que los presentes sospecharan que si estaba sola en un burdel y a mitad de la noche, no era porque deseara ser monja.
Los labios de la pequeña se hicieron hacia los lados con la llegada de Beatrix, esa que había irrumpido para mantener calmas las aguas que consideraba de su propiedad. Debía ser por eso que se llevaban bien; ella sabía cuándo marcar territorio y Lolita también. Ya estaba claro que si alguna vez terminaban trabajando lado a lado, todo terminaría mal.
—Pero si yo soy un encanto. Vengo a ver a mis amigas, ¿no? —dijo la chiquilla en tono de burla mientras posaba sus diminutas manos en las caderas precozmente anchas que tenía. Aprovechó también para hacer una señal de cruce de dedos en símbolo de complicidad— Vengo en son de paz, ¿lo ves? No me echarán mientras piensen que quiero ser una de ustedes.
Aunque Beatrix no hubiera elegido su vida, era muy responsable con el estilo que llevaba y no toleraría que Lolita, por más amiga de ella que fuese, le quitara el lugar respetable que había adquirido por sus juegos infantiles. Eran simplemente sencillas las reglas del tablera en el que se encontraban; no vulneres mi territorio y no necesitaré conquistar el tuyo. Mientras se mantuviera así, la amistad entre ellas dos sería casi infinita para las mortales que eran.
Todo era perfecto para tener una nueva sesión de lecciones, a excepción de las malas compañías husmeando como ese par de cortesanas novatas que, según Lolita, poco y nada tenían que meterse. Eso tenía solución.
—Esto debe ser una broma. Ya se mosqueó el lugar —habló la chiquilla mientras tomaba la mano de Beatrix como una niña menor de trece— Vamos a tu cuarto antes de que un viejo verde te mire al rabo y tengas que olvidarte del descanso.
Riendo como inocente, pero corriendo como ladrón de carne, llevó a la fresca cortesana de vuelta a sus aposentos para tener un poco de privacidad y no tener que soportar a mujerzuelas poco agradables que no se sentían felices con tener a Beatrix en el burdel; las hacía sentirse expuestas.
Una vez dentro, Lo sonrió contenta con la cantidad de exóticos perfumes que reposaban sobre la mesilla. Los frascos que los contenían llamaban la atención por su forma y color y hacían preguntarse qué tanta relación tendría la estética con el aroma.
—Cielos, ahora sé cómo mantienes tu aroma no obstante la cantidad de hombres que se mezcla contigo —habló Lolita mientras olorizaba la tapa de los cristales aromáticos, los cuales dejó en su lugar rápidamente para sentarse en la cómoda y chirriante cama de su amiga, la cortesana— ¿Lavaste las sábanas, verdad? Huelen más a fresas que otros días. No logro distinguir tu mensaje, ¿pretendes enseñarme a ser dulce y exótica a la vez?
La lección que fuera, ambas se asegurarían de que fuese aprendida.
Félice Moulin- Humano Clase Baja
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
Dolores sería un buen nombre para alguien como la chiquilla de trece años que tenía frente a mi, debido a las jaquecas que podía darme. Cada tanto Lolita visitaba el burdel y examinaba mi territorio, como si hubiese puesto nuevas trampas en su ausencia y estuviese ansiosa por descubrirlas. Sonreí de miedo lado mientras excusaba su presencia entre las cortesanas y finalmente, sin poder evitarlo, nos apartó del circulo de muchachas entrometidas que buscaban un buen chisme para entretenerse. Suspiré resignada.
- Que temperamento tan terrible.
Murmuré al momento de recorrer los pasillos, hasta llegar a la habitación que tenía actualmente. Había una oscuridad plena afuera, probablemente por una luna nueva, pero adentro la luz de las velas bañaba cada detalle y cada prenda de encaje. No me sorprendió que mi curiosa amiga fuese directo a ver los perfumes, puesto que tenía una larga colección y cada uno era de perfumerías importantes. Contuve una sonrisa de egocentrismo.
- Son obsequios de algunos amigos míos. No todos son tan generosos, pero de vez en vez alguno aprecia un aroma diferente. -le expliqué con lentitud, sin perder la elegancia que me agradaba mantener sin importar el lugar. Me dejé caer lentamente sobre un sillón de tapiz color hueso, donde descansaba un camisón de encaje negro que había lavado recientemente.- Te seré muy sincera, cielo, yo no me mezclo con viejos verdes. No desde que tenía 15 años. Procuro ser selectiva a la hora de trabajar, y de esa forma me esmero más en mi desempeño.
Nada más haberlo dicho, Lolita había mencionado el asunto de las sabanas. Esta vez dejé escapar una pequeña carcajada. Me dejaba divertirme a pesar de lo mucho que me importaba su educación en el oficio. Algo en su edad, su historia y sus deseos me recordaban mucho a mi de chica, y de alguna manera quería ahorrarle los errores que yo había conocido. Decidida, descansé una pierna sobre la otra.
- Ven aquí, Lolita. Deja de pasearte por la habitación, porque no tenemos mucho tiempo. -lancé mi mirada más expresiva hacia ella, esa mirada que indicaba cuando quería decirle lo que sabía. Más exactamente de las últimas cosas que había preguntado.- Los mensajes finalmente debes aprenderlos tu. No todas las cortesanas somos iguales; todas tenemos una mirada, una palabra especial, o en tu caso, un aura de inocencia. Debes aprender a explotar tus mejores talentos, lo que haya en ti que vuelva locos a los hombres. De esa forma, tendrás la oportunidad de elegir a aquel con el que quieras llevar a cabo las mayores perversiones.
- Que temperamento tan terrible.
Murmuré al momento de recorrer los pasillos, hasta llegar a la habitación que tenía actualmente. Había una oscuridad plena afuera, probablemente por una luna nueva, pero adentro la luz de las velas bañaba cada detalle y cada prenda de encaje. No me sorprendió que mi curiosa amiga fuese directo a ver los perfumes, puesto que tenía una larga colección y cada uno era de perfumerías importantes. Contuve una sonrisa de egocentrismo.
- Son obsequios de algunos amigos míos. No todos son tan generosos, pero de vez en vez alguno aprecia un aroma diferente. -le expliqué con lentitud, sin perder la elegancia que me agradaba mantener sin importar el lugar. Me dejé caer lentamente sobre un sillón de tapiz color hueso, donde descansaba un camisón de encaje negro que había lavado recientemente.- Te seré muy sincera, cielo, yo no me mezclo con viejos verdes. No desde que tenía 15 años. Procuro ser selectiva a la hora de trabajar, y de esa forma me esmero más en mi desempeño.
Nada más haberlo dicho, Lolita había mencionado el asunto de las sabanas. Esta vez dejé escapar una pequeña carcajada. Me dejaba divertirme a pesar de lo mucho que me importaba su educación en el oficio. Algo en su edad, su historia y sus deseos me recordaban mucho a mi de chica, y de alguna manera quería ahorrarle los errores que yo había conocido. Decidida, descansé una pierna sobre la otra.
- Ven aquí, Lolita. Deja de pasearte por la habitación, porque no tenemos mucho tiempo. -lancé mi mirada más expresiva hacia ella, esa mirada que indicaba cuando quería decirle lo que sabía. Más exactamente de las últimas cosas que había preguntado.- Los mensajes finalmente debes aprenderlos tu. No todas las cortesanas somos iguales; todas tenemos una mirada, una palabra especial, o en tu caso, un aura de inocencia. Debes aprender a explotar tus mejores talentos, lo que haya en ti que vuelva locos a los hombres. De esa forma, tendrás la oportunidad de elegir a aquel con el que quieras llevar a cabo las mayores perversiones.
Beatrix Hathaway- Mensajes : 42
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
A Lolita le fascinaba oír a Beatrix; sus tácticas le permitían tener el lujo de escoger el tipo de clientes que quería tener y así librarse de quienes a pesar de tener dinero, poco hacía esto por ser más atractivo. Saber manipular era la clave y ¡qué mejor manipulación que la seducción!; obtenías lo que querías de quien querías a cambio únicamente de divertirte con lograrlo. Para la aparentemente inocente Dolores, vivir modesta y religiosamente era un desatino, con este jolgorio divino.
Dio un par de piruetas, tal como si estuviera bailando y posteriormente se sentó de golpe en la cama de Beatrix para verla de frente. No solía escuchar y menos cuando querían aleccionarla, pero temas como esos la mantenían atenta y expectante, como si estuviese a punto de recibir su presente de Navidad. Las enseñanzas de una amiga cortesana tenían el valor de un código entero de tácticas; sin él podías perderte, pues una vez que entrabas al mundo del deseo, era otro el idioma, así como también el lenguaje no verbal.
—Herramientas, ¿eh? —profundizó Dolores mientras balanceaba sus piernas en su asiento— Tienes razón; la inocencia vuelve locos a la mayoría de los hombres, pero en mi caso será en un sentido de edad, porque de virgen no tengo ni la “v”.
Reía, se divertía consigo misma y también con Beatrix. Ambas sabían que parte de la incitación el vender el producto, aunque hubiese que adornarlo y recargarlo en todos sus ángulos. Las cortesanas no serán las mismas sin sus perfumes, maquillajes y corsés, así como tampoco una flor no sobresaldría de las demás si no estuviese en el centro y acompañada de florecillas menos acentuadas. Sí, la edad de Lolita era un plus, porque aunque no se valiese de los artilugios que había adquirido su aliada, el ego masculino gozaba con ser el maestro de una jovencita; el pintor de un lienzo despejado.
—¡Oh! Por cierto… hay algo que me inquieta. Ustedes las cortesanas mejoran con cada cliente que pasa por su lecho, pero resulta que mientras más experiencia tengan, menor será el precio que tenga la noche de pasión que hayan de ofrecer. ¡Qué injusto! —razonó la jovencita, clavando sus ojos curiosos en Beatrix, su oráculo— ¿Me conviene entonces hacer el papel de una analfabeta sexual o seguir mostrándome como la diabla que soy? Te lo digo porque podría hacer como las chicas de la alta sociedad que fingen ser unas monjas cuando en realidad se acuestan con los socios su padre, pero moriría de aburrimiento si tuviera que serlo de verdad.
La habitación adquiría más olor a mujer y la noche intensificaba sus secretos con la picardía de sus invitadas. Pocas veces se veía a una cortesana ser amiga de quienes no fueran sus clientes o compañeras de trabajo, pero estaba ocurriendo. Las dos mujeres habían pasado carencias en su vida y las llenaban con lo que hacían. Una de ellas vendía su cuerpo; la otra simplemente gozaba con lo que podía hacer con él sin rendirle cuentas a nadie. Tenían que sacarle provecho a la etapa joven de su porvenir que estaban viviendo, porque cierto era que para ellas no había vida después de la belleza.
Y Lolita creía que Beatrix era hermosa y ésta a su vez pensaba lo mismo de Lolita. Parecían hermanas de querencias, hechas para alimentar sus caminos y darse fuerza mutuamente para ser las muñecas de porcelana más sibaritas que hubieras visto jamás.
—Hay veces en que me pregunto, Beatrix… ¿tú finges con tus clientes? —guardó silencio antes de aclarar lo que había dicho recientemente. Le gustaba ver la reacción que tendría su aliada; reía mucho— Ni pienses que te estoy hablando de los orgasmos; no hace falta preguntar por lo que ya se sabe. ¿Te muestras como la mujer que ellos sueñan o actúas como tú misma?
Se inclinó ligeramente más cerca de la cortesana, como si le fuese a decir un secreto, cuando lo que quería era comprobar su tesis.
—¿O es que llevas tantos años siendo una idea de mujer que te has convertido en ella? —sonrió con picardía, una maligna e infantil trastada.
Dio un par de piruetas, tal como si estuviera bailando y posteriormente se sentó de golpe en la cama de Beatrix para verla de frente. No solía escuchar y menos cuando querían aleccionarla, pero temas como esos la mantenían atenta y expectante, como si estuviese a punto de recibir su presente de Navidad. Las enseñanzas de una amiga cortesana tenían el valor de un código entero de tácticas; sin él podías perderte, pues una vez que entrabas al mundo del deseo, era otro el idioma, así como también el lenguaje no verbal.
—Herramientas, ¿eh? —profundizó Dolores mientras balanceaba sus piernas en su asiento— Tienes razón; la inocencia vuelve locos a la mayoría de los hombres, pero en mi caso será en un sentido de edad, porque de virgen no tengo ni la “v”.
Reía, se divertía consigo misma y también con Beatrix. Ambas sabían que parte de la incitación el vender el producto, aunque hubiese que adornarlo y recargarlo en todos sus ángulos. Las cortesanas no serán las mismas sin sus perfumes, maquillajes y corsés, así como tampoco una flor no sobresaldría de las demás si no estuviese en el centro y acompañada de florecillas menos acentuadas. Sí, la edad de Lolita era un plus, porque aunque no se valiese de los artilugios que había adquirido su aliada, el ego masculino gozaba con ser el maestro de una jovencita; el pintor de un lienzo despejado.
—¡Oh! Por cierto… hay algo que me inquieta. Ustedes las cortesanas mejoran con cada cliente que pasa por su lecho, pero resulta que mientras más experiencia tengan, menor será el precio que tenga la noche de pasión que hayan de ofrecer. ¡Qué injusto! —razonó la jovencita, clavando sus ojos curiosos en Beatrix, su oráculo— ¿Me conviene entonces hacer el papel de una analfabeta sexual o seguir mostrándome como la diabla que soy? Te lo digo porque podría hacer como las chicas de la alta sociedad que fingen ser unas monjas cuando en realidad se acuestan con los socios su padre, pero moriría de aburrimiento si tuviera que serlo de verdad.
La habitación adquiría más olor a mujer y la noche intensificaba sus secretos con la picardía de sus invitadas. Pocas veces se veía a una cortesana ser amiga de quienes no fueran sus clientes o compañeras de trabajo, pero estaba ocurriendo. Las dos mujeres habían pasado carencias en su vida y las llenaban con lo que hacían. Una de ellas vendía su cuerpo; la otra simplemente gozaba con lo que podía hacer con él sin rendirle cuentas a nadie. Tenían que sacarle provecho a la etapa joven de su porvenir que estaban viviendo, porque cierto era que para ellas no había vida después de la belleza.
Y Lolita creía que Beatrix era hermosa y ésta a su vez pensaba lo mismo de Lolita. Parecían hermanas de querencias, hechas para alimentar sus caminos y darse fuerza mutuamente para ser las muñecas de porcelana más sibaritas que hubieras visto jamás.
—Hay veces en que me pregunto, Beatrix… ¿tú finges con tus clientes? —guardó silencio antes de aclarar lo que había dicho recientemente. Le gustaba ver la reacción que tendría su aliada; reía mucho— Ni pienses que te estoy hablando de los orgasmos; no hace falta preguntar por lo que ya se sabe. ¿Te muestras como la mujer que ellos sueñan o actúas como tú misma?
Se inclinó ligeramente más cerca de la cortesana, como si le fuese a decir un secreto, cuando lo que quería era comprobar su tesis.
—¿O es que llevas tantos años siendo una idea de mujer que te has convertido en ella? —sonrió con picardía, una maligna e infantil trastada.
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
Había pocas personas que podían ganar mi respeto, menos aun aquellas que ganaban mi confianza y mi interés. Una de ellas era la rebelde e irreverente Lolita, que no se detenía cuando deseaba saber algo, insistía y exigía las respuestas, no se cohibía por más bochornoso que resultara el tema. Eso me agradaba, pero con mi paciencia, a veces salía en discusiones; nunca había tenido una hermana menor, y de hecho jamás había deseado una, pero Lolita era lo más parecido a una hermana que tenía, y su curiosidad por los exóticos y lascivos secretos de las cortesanas me gustaba. La llamaba "mocosa" a menudo, pues mis aires de superioridad no me permitían admitir en palabras cuanto me había encariñado con la chiquilla. Sus preguntas llovieron sobre mí y no se detuvo hasta preguntar lo más profundo. Tal vez... fue demasiado fondo. Procuré responder a cada cosa con claridad.
— La edad suele ser suficiente para atraer a los hombres. Son pocos los que prefieren a las mujeres maduras... lo sé por experiencia.— sonreí, rememorando mis primeros clientes cuando tenía tan solo quince años. Cualquiera pensaría que yo me lamentaba por la escases de hombres que clamaban por mi, pero realmente sabía el dato por la cantidad de hombres que me llovían, deseando mi rostro de niña entre sus piernas.— Creo que cada persona tiene sus gustos en el dormitorio. Esto es todo un arte.— Tomé un delicado camisón de seda color lavanda casi transparente.— Recibí esto como obsequio del primer cliente que fue amable conmigo; me dijo que había conocido mi lado apasionado, y es que con él tuve mi primer orgasmo. La clave está en saber qué puedes ofrecer tu, y qué deseas tomar de él. Si tomas como cliente a un hombre maduro, entrado en años, que habla de su familia y de cuanto detesta a su mujer... ten por seguro que ese hombre espera de ti a una mujer sumisa, siempre alagando dotes en él que realmente no posee.
Me había topado con más de un cliente así, de manera que aprendí a evitarlos. Eran los clientes más frecuentes y casi siempre los más fáciles, pero su menú en el dormitorio era tan limitado que una salía de ahí con unos pocos francos y el autoestima por los suelos. Se debía ser astuta y exigente. Al escuchar los reclamos de la joven, reprimí una mueca de enfado. ¡Claro que era injusto! No había manera de negarlo pero, para las cortesanas, las complicaciones y las injusticias eran pan de cada día. Yo me consideraba un caso especial que no se conformaba con unas migajas añejas. Acaricié los cabellos rebeldes de mi joven amiga, aquella a la que esperaba guiar con la severidad que fuese necesario. Tenía una belleza casi insultante, pero le faltaba tiempo para madurar por completo.
— Hay hombres que saben ver tu punto fuerte sin necesidad de forzarlo.— mi voz había dejado de ser la de una instructora y había pasado a ser la de una amiga.— Son pocos, pero suelen ser los más apasionados, entregados en cada pequeña caricia... atentos a cada gemido y contracción. Creo que lo que más te conviene es mostrarles el velo de seducción de una niña inocente, enseñarles tan solo una pizca de lo que les puedes entregar en la cama. Cuando lo hagas, cuando estés del otro lado del placer... nada podrá hacer que finjas.
Todavía no estaba segura como responder a la última pregunta. Era una ofensa hecha y derecha, pero no conseguía enojarme por completo. Comprendía a la perfección lo que estaba preguntándome, pero había pasado tanto tiempo rehuyendo a la respuesta, que no me sentía de buen humor para responder esa noche. Bufé y me levanté, dejando el camisón de seda sobre sus piernas. Sería ideal para ella, cuando estuviese lista, y tal vez le convencería de que no siempre había por qué fingir. En mi caso... nunca diría que momentos de mi vida eran una actuación, y qué momentos resultaban ser parte de mi verdadera esencia.
— No hagas esas preguntas, mocosa. — miré por la ventana. — ¿Que podrían hacerte si se dan cuenta que no estás en tu cama?
— La edad suele ser suficiente para atraer a los hombres. Son pocos los que prefieren a las mujeres maduras... lo sé por experiencia.— sonreí, rememorando mis primeros clientes cuando tenía tan solo quince años. Cualquiera pensaría que yo me lamentaba por la escases de hombres que clamaban por mi, pero realmente sabía el dato por la cantidad de hombres que me llovían, deseando mi rostro de niña entre sus piernas.— Creo que cada persona tiene sus gustos en el dormitorio. Esto es todo un arte.— Tomé un delicado camisón de seda color lavanda casi transparente.— Recibí esto como obsequio del primer cliente que fue amable conmigo; me dijo que había conocido mi lado apasionado, y es que con él tuve mi primer orgasmo. La clave está en saber qué puedes ofrecer tu, y qué deseas tomar de él. Si tomas como cliente a un hombre maduro, entrado en años, que habla de su familia y de cuanto detesta a su mujer... ten por seguro que ese hombre espera de ti a una mujer sumisa, siempre alagando dotes en él que realmente no posee.
Me había topado con más de un cliente así, de manera que aprendí a evitarlos. Eran los clientes más frecuentes y casi siempre los más fáciles, pero su menú en el dormitorio era tan limitado que una salía de ahí con unos pocos francos y el autoestima por los suelos. Se debía ser astuta y exigente. Al escuchar los reclamos de la joven, reprimí una mueca de enfado. ¡Claro que era injusto! No había manera de negarlo pero, para las cortesanas, las complicaciones y las injusticias eran pan de cada día. Yo me consideraba un caso especial que no se conformaba con unas migajas añejas. Acaricié los cabellos rebeldes de mi joven amiga, aquella a la que esperaba guiar con la severidad que fuese necesario. Tenía una belleza casi insultante, pero le faltaba tiempo para madurar por completo.
— Hay hombres que saben ver tu punto fuerte sin necesidad de forzarlo.— mi voz había dejado de ser la de una instructora y había pasado a ser la de una amiga.— Son pocos, pero suelen ser los más apasionados, entregados en cada pequeña caricia... atentos a cada gemido y contracción. Creo que lo que más te conviene es mostrarles el velo de seducción de una niña inocente, enseñarles tan solo una pizca de lo que les puedes entregar en la cama. Cuando lo hagas, cuando estés del otro lado del placer... nada podrá hacer que finjas.
Todavía no estaba segura como responder a la última pregunta. Era una ofensa hecha y derecha, pero no conseguía enojarme por completo. Comprendía a la perfección lo que estaba preguntándome, pero había pasado tanto tiempo rehuyendo a la respuesta, que no me sentía de buen humor para responder esa noche. Bufé y me levanté, dejando el camisón de seda sobre sus piernas. Sería ideal para ella, cuando estuviese lista, y tal vez le convencería de que no siempre había por qué fingir. En mi caso... nunca diría que momentos de mi vida eran una actuación, y qué momentos resultaban ser parte de mi verdadera esencia.
— No hagas esas preguntas, mocosa. — miré por la ventana. — ¿Que podrían hacerte si se dan cuenta que no estás en tu cama?
Beatrix Hathaway- Mensajes : 42
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
Con cada lección enumerada, los ojos de Lolita brillaban como perlas bajo el agua. Estaba segura de que el primer hombre con el que se acostó tenía esa magia de la que hablaba Beatrix; había recorrido los puntos sensibles de su pequeño cuerpo como si lo hubiese esculpido con sus grandes manos y decía justamente lo que necesario para avivar la pasión: un par de palabras en el momento oportuno. Desde ese entonces que no tenía la misma suerte, pero ahí estaba el deseo, empujándola a seguir redescubriendo el libro de la sensualidad hasta hacerse dueña de cada una de sus leyes y normas, como si fuese la reencarnación de Afrodita.
—Se me da bien el fingir ser la indefensa dama en problemas que la mayoría de los hombres ama. No sé cómo algo tan patético los excita, pero supongo que al igual que nosotras necesitamos que nos digan que somos bellas, ellos requieren de que se les suba el ego hasta más arriba del cuello —bufó, mostrando su molestia con ese hecho en particular— Quiero lo que me acabas de decir. Ya sabes ¡Que me pase que quiera fingir y que un amante me tape las ideas de placer!
Molesta, Lolita estampó su cara contra la cama de Beatrix; volvía a comportarse como una completa niña cuando llegaban las frustraciones. Sin embargo, sus asfixiantes rabietas duraban muy poco, porque el capricho era más grande que cualquier derrota y levantó su cabeza de las frazadas para ver su reflejo en uno de los espejos de la habitación. Tenía que comprender que podía alcanzar lo que quería, aunque la forma fuera diferente a lo que tenía plasmado como lo ideal, pero tenía la posibilidad allí, libre para tocarla y alcanzarla para hacerla suya.
—Supongo que tienes razón, Beatrix. Esto es lo que tengo y mi deber es saber usarlo —acató no sin antes entrecerrar los ojos para decantar la sal que sobraba en su mar— No me imagino siendo cortesana, qué dolor de cabeza debe ser para ustedes, al menos al principio, construirle un palacio a cada bufón con deseos de ser rey. Digo, veo a todo un circo de hombres entrar por las puertas de este burdel y todos diferentes. En serio te admiro por poder aguantarlo —dijo en voz baja esa última oración.
Al recibir el hermoso camisón en sus piernas, Lolita sonrió con la reacción de su amiga sin llegar a burlarse. La cosa era que la cortesana le había contestado aunque no por su delineada boca, sino con su potente energía repulsiva que la protegía de revivir desagradables episodios que no valían ni su humor ni su tiempo. Después de todo, trabajaba para complacer y no podría hacerlo con una cara que llegara hasta el piso y luego diera una vuelta completa por la plaza; un cliente menos era dinero que le faltaba.
Por eso fue que a no tomó desprevenida a la rebelde niña la reacción de la flor nocturna.
No la molestaría más con esa pregunta, porque ya tenía la respuesta y, además, esperaba que algún día su aliada tuviera el suficiente dinero como para dejar esa vida y seguir siendo una desvergonzada, pero porque ella lo hubiera elegido.
—¿Qué podrían hacerme, Beatrix? —preguntó Lolita arqueando una ceja. Dio un pequeño espacio de tiempo para que la joven mujer le contestara, pero con el tono de voz que había usado la niña era claro que no había nada que decir. No obstante, Dolores contestó por ella— El pedazo de carne putrefacta de mi tutora, quien se supone que está para cuidarme y educarme, se contenta con usar la fusta y dejarme salir de noche si con eso no la molesto; mi madre está muerta y por si fuera poco el mequetrefe de mi padre jamás me ha visitado y si me mantiene es porque no quiere que toda Francia sepa que tiene a una bastarda por hija. Así que no te preocupes por eso, ¿sabes? Hasta tu jefe se preocupa más por ti que esa tropa de inútiles por mí.
Un segundo de los que habló dejó entrever pucheros de niña triste, pero el resto del tiempo se mostró triunfante como siempre y seguiría exhibiendo esa fuerte parte suya incluso aunque lo perdiera todo. Se tenía a sí misma, al igual que el primer día de su vida y lo más probable era que no cambiara esta situación. Prefería no enfocarse en la piedra en el zapato que era su designada familia y mejor admirar la bella tela del camisón.
—En cambio mira lo que puedes lograr sin una carga llena de incompetentes como ellos. Estas telas son muy caras; la crema de la crema los usa y todo por tu trabajo —sonrió Lolita, salivando por tener un futuro esplendoroso por sus medios— Se parece a lo que quiero, con la diferencia de que jamás tendré jefe. Tomar las riendas de mi vida y llevarlas hacia donde quiero. Incluso podría abrir yo misma un burdel y tener a mis chicas para mantenerme y a la vez tener un estilo de vida desvergonzadamente a mi manera.
Se levantó de su lugar y comenzó a bailar con el camisón lentamente para no estropearlo. Se veía a sí misma durmiendo hasta el mediodía y sin tener que verle la cara a nadie que no quisiera. Seguramente para esa época su celadora estaría bien muerta, al igual que el mundo que le había dado la espalda.
—Se me da bien el fingir ser la indefensa dama en problemas que la mayoría de los hombres ama. No sé cómo algo tan patético los excita, pero supongo que al igual que nosotras necesitamos que nos digan que somos bellas, ellos requieren de que se les suba el ego hasta más arriba del cuello —bufó, mostrando su molestia con ese hecho en particular— Quiero lo que me acabas de decir. Ya sabes ¡Que me pase que quiera fingir y que un amante me tape las ideas de placer!
Molesta, Lolita estampó su cara contra la cama de Beatrix; volvía a comportarse como una completa niña cuando llegaban las frustraciones. Sin embargo, sus asfixiantes rabietas duraban muy poco, porque el capricho era más grande que cualquier derrota y levantó su cabeza de las frazadas para ver su reflejo en uno de los espejos de la habitación. Tenía que comprender que podía alcanzar lo que quería, aunque la forma fuera diferente a lo que tenía plasmado como lo ideal, pero tenía la posibilidad allí, libre para tocarla y alcanzarla para hacerla suya.
—Supongo que tienes razón, Beatrix. Esto es lo que tengo y mi deber es saber usarlo —acató no sin antes entrecerrar los ojos para decantar la sal que sobraba en su mar— No me imagino siendo cortesana, qué dolor de cabeza debe ser para ustedes, al menos al principio, construirle un palacio a cada bufón con deseos de ser rey. Digo, veo a todo un circo de hombres entrar por las puertas de este burdel y todos diferentes. En serio te admiro por poder aguantarlo —dijo en voz baja esa última oración.
Al recibir el hermoso camisón en sus piernas, Lolita sonrió con la reacción de su amiga sin llegar a burlarse. La cosa era que la cortesana le había contestado aunque no por su delineada boca, sino con su potente energía repulsiva que la protegía de revivir desagradables episodios que no valían ni su humor ni su tiempo. Después de todo, trabajaba para complacer y no podría hacerlo con una cara que llegara hasta el piso y luego diera una vuelta completa por la plaza; un cliente menos era dinero que le faltaba.
Por eso fue que a no tomó desprevenida a la rebelde niña la reacción de la flor nocturna.
No la molestaría más con esa pregunta, porque ya tenía la respuesta y, además, esperaba que algún día su aliada tuviera el suficiente dinero como para dejar esa vida y seguir siendo una desvergonzada, pero porque ella lo hubiera elegido.
—¿Qué podrían hacerme, Beatrix? —preguntó Lolita arqueando una ceja. Dio un pequeño espacio de tiempo para que la joven mujer le contestara, pero con el tono de voz que había usado la niña era claro que no había nada que decir. No obstante, Dolores contestó por ella— El pedazo de carne putrefacta de mi tutora, quien se supone que está para cuidarme y educarme, se contenta con usar la fusta y dejarme salir de noche si con eso no la molesto; mi madre está muerta y por si fuera poco el mequetrefe de mi padre jamás me ha visitado y si me mantiene es porque no quiere que toda Francia sepa que tiene a una bastarda por hija. Así que no te preocupes por eso, ¿sabes? Hasta tu jefe se preocupa más por ti que esa tropa de inútiles por mí.
Un segundo de los que habló dejó entrever pucheros de niña triste, pero el resto del tiempo se mostró triunfante como siempre y seguiría exhibiendo esa fuerte parte suya incluso aunque lo perdiera todo. Se tenía a sí misma, al igual que el primer día de su vida y lo más probable era que no cambiara esta situación. Prefería no enfocarse en la piedra en el zapato que era su designada familia y mejor admirar la bella tela del camisón.
—En cambio mira lo que puedes lograr sin una carga llena de incompetentes como ellos. Estas telas son muy caras; la crema de la crema los usa y todo por tu trabajo —sonrió Lolita, salivando por tener un futuro esplendoroso por sus medios— Se parece a lo que quiero, con la diferencia de que jamás tendré jefe. Tomar las riendas de mi vida y llevarlas hacia donde quiero. Incluso podría abrir yo misma un burdel y tener a mis chicas para mantenerme y a la vez tener un estilo de vida desvergonzadamente a mi manera.
Se levantó de su lugar y comenzó a bailar con el camisón lentamente para no estropearlo. Se veía a sí misma durmiendo hasta el mediodía y sin tener que verle la cara a nadie que no quisiera. Seguramente para esa época su celadora estaría bien muerta, al igual que el mundo que le había dado la espalda.
Félice Moulin- Humano Clase Baja
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
Las fantasías, femeninas y masculinas, eran siempre la chispa con la que ardía la pasión; cada quien deseaba algo. Los hombres parisinos, en su mayoría, deseaban una mujer joven, un fruto al que sacarle todo su jugo; engañar a sus mujeres, saciarse con una criatura sumisa. Las mujeres, por otra parte, buscaban caricias desesperadas en brazos de cortesanos bien dotados; las entendía, pero no por eso las justificaba. Habían otras personas, más bien escasas, que tenían fantasías más variadas; un viejo amor, un color de cabello, una prenda de seda, la caricia en un punto estratégico del cuerpo... cualquier cosa que pudiera excitarles. Y aun más escasas... estaban aquellas que deseaban a la persona con la que iban a pasar la noche. Ese era el mejor sexo de todos, cuando sin importar nada más que la presencia del otro, el erotismo mantenía el velo del deseo.
— No puedo imaginarte como una cortesana. — admití tras un momento de reflexión. Miré la oscuridad que reinaba en el exterior, con un suave tinte plateado que brindaba la Luna sobre todos los edificios. Había algo en la noche que me hacía sentir melancólica, casi poética. ¿Qué podría haber de diferente en esa noche de cualquier otra? No era la presencia de Lolita, sin duda, porque en realidad ella hacía que mis días fuesen más divertidos. Confundida, me paseé por la habitación, abrí el pequeño armario de madera del rincón y, para mi sorpresa, una pequeña pila de ropa y objetos delicados cayeron al suelo. — ¡Madre mía! ¿Cuando debió ser la última vez que ordené este armario? Espero no no se haya roto nada. — miré a la pequeña rufián con urgencia. — Ayúdame a recoger esto, Lolita.
Me encargué de las prendas de ropa, que para mi buena suerte, eran viejas y no muy costosas. A pesar de los lujos que llegaba a poseer, no todas mis cosas eran de extremo valor; guardé la ropa que había caído, sin tener en cuenta las pequeñas chucherías que permanecían en el suelo. No me había dado cuenta que, entre aquellos objetos viejos, se encontraba una foto parcialmente quemada de mi familia. Sí, mi padre con su mirada severa, mi madre son sus hombros encogidos en una posición sumisa, y mi hermano... oh, mi hermano, tan atractivo como siempre.
— En fin... te decía, no te veo como una cortesana en el futuro. Creo que tu aspiras más alto, y no te culpo. — suspiré, cerrando el armario y volviendo a la ventana. — El placer es algo que cualquiera con sentido común desearía... pero no de esta forma. Es decir, no es algo que deteste, ¿cómo hacerlo? Me va bien y no quisiera hacer ningún otro trabajo, pero... ¿basar tu vida sexual en un ingreso laboral? ¡Que desperdicio! Si tan solo pudiera darme el lujo de viajar por ahí sin restricciones, quizás... tal vez...
Sacudí la cabeza sin concluir mis cavilaciones. Era una locura y una tontería pensarlo. No era la misma chiquilla sumisa e ingenua de antes. Había acumulado pesadas experiencias, la mayoría amargas, y eso me había templado. Estaba segura que para una jovencita como Lolita, había millones de posibilidades, pero para mí, que ya había elegido mi camino, solo quedaba seguir adelante. Y no me molestaba. Sacudí mi cabello y, al sentirlo demasiado caluroso contra mi espalda, lo sujete sobre mi cabeza con varias horquillas. La vida de la muchacha que tenía enfrente tampoco era fácil, pero no admitiría con facilidad que me sentía admirada de su resistencia, así como ella decía estar admirada de mi. Bueno, viejas costumbres.
— No te tomes tan a la ligera tus responsabilidades. — dije con seriedad. Sin embargo, la ironía de que yo lo dijera me arrancó una carcajada. ¿Realmente estaba dando el consejo de la obediencia a Lolita? Ya podía caerme un rayo y no me sorprendería. — De acuerdo, olvida lo que dije, pero... piensalo con calma. Tu padre es un idiota, sin ofender, y aun así puedes sacar provecho de eso. Yo no meteré las manos al fuego en ese tema y lo sabes; sin embargo... sé que puedes superar a ese mequetrefe y a esa carne pútrida.
— No puedo imaginarte como una cortesana. — admití tras un momento de reflexión. Miré la oscuridad que reinaba en el exterior, con un suave tinte plateado que brindaba la Luna sobre todos los edificios. Había algo en la noche que me hacía sentir melancólica, casi poética. ¿Qué podría haber de diferente en esa noche de cualquier otra? No era la presencia de Lolita, sin duda, porque en realidad ella hacía que mis días fuesen más divertidos. Confundida, me paseé por la habitación, abrí el pequeño armario de madera del rincón y, para mi sorpresa, una pequeña pila de ropa y objetos delicados cayeron al suelo. — ¡Madre mía! ¿Cuando debió ser la última vez que ordené este armario? Espero no no se haya roto nada. — miré a la pequeña rufián con urgencia. — Ayúdame a recoger esto, Lolita.
Me encargué de las prendas de ropa, que para mi buena suerte, eran viejas y no muy costosas. A pesar de los lujos que llegaba a poseer, no todas mis cosas eran de extremo valor; guardé la ropa que había caído, sin tener en cuenta las pequeñas chucherías que permanecían en el suelo. No me había dado cuenta que, entre aquellos objetos viejos, se encontraba una foto parcialmente quemada de mi familia. Sí, mi padre con su mirada severa, mi madre son sus hombros encogidos en una posición sumisa, y mi hermano... oh, mi hermano, tan atractivo como siempre.
— En fin... te decía, no te veo como una cortesana en el futuro. Creo que tu aspiras más alto, y no te culpo. — suspiré, cerrando el armario y volviendo a la ventana. — El placer es algo que cualquiera con sentido común desearía... pero no de esta forma. Es decir, no es algo que deteste, ¿cómo hacerlo? Me va bien y no quisiera hacer ningún otro trabajo, pero... ¿basar tu vida sexual en un ingreso laboral? ¡Que desperdicio! Si tan solo pudiera darme el lujo de viajar por ahí sin restricciones, quizás... tal vez...
Sacudí la cabeza sin concluir mis cavilaciones. Era una locura y una tontería pensarlo. No era la misma chiquilla sumisa e ingenua de antes. Había acumulado pesadas experiencias, la mayoría amargas, y eso me había templado. Estaba segura que para una jovencita como Lolita, había millones de posibilidades, pero para mí, que ya había elegido mi camino, solo quedaba seguir adelante. Y no me molestaba. Sacudí mi cabello y, al sentirlo demasiado caluroso contra mi espalda, lo sujete sobre mi cabeza con varias horquillas. La vida de la muchacha que tenía enfrente tampoco era fácil, pero no admitiría con facilidad que me sentía admirada de su resistencia, así como ella decía estar admirada de mi. Bueno, viejas costumbres.
— No te tomes tan a la ligera tus responsabilidades. — dije con seriedad. Sin embargo, la ironía de que yo lo dijera me arrancó una carcajada. ¿Realmente estaba dando el consejo de la obediencia a Lolita? Ya podía caerme un rayo y no me sorprendería. — De acuerdo, olvida lo que dije, pero... piensalo con calma. Tu padre es un idiota, sin ofender, y aun así puedes sacar provecho de eso. Yo no meteré las manos al fuego en ese tema y lo sabes; sin embargo... sé que puedes superar a ese mequetrefe y a esa carne pútrida.
- Spoiler:
- Disculpa si me demoré en responder. La inspiración me tardó en llegar en esta ronda de post por responder e.e
Beatrix Hathaway- Mensajes : 42
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
Los vestidos y especias de Beatrix caían al suelo, pero nunca con la misma fuerza que las dudas de Lolita. La cortesana era una verdadera enciclopedia del deseo, temática a la cual Dolores le ponía atención con seriedad, sin siquiera una de las chillonas risas que la caracterizaban. Sin embargo, su atención por poco se quebró cuando vio que un apacible cuadro familiar caía al piso entre tantos objetos delicados y joyas de lujo. Era algo tan desconocido para ella que arrugaba el entrecejo con aquella vista, sin entender qué se debía sentir cuando tenías familia. Seguramente se sentía mejor que tener una tutora insensible y un bastardo por padre. Al menos hallaba felicidad en saber que su amiga tenía en quienes apoyarse.
Sin decir comentario, Lolita dejó la imagen en su lugar. La discreción que le faltaba en su día a día, la tenía multiplicada por veinte cuando se trataba de asuntos íntimos que requerirían de su aporte, los cuales se negaba a dejar entrever fuera cual fuera la circunstancia.
La menor no dudaba de las enseñanzas de Beatrix, pues de ellas había aprendido y mejorado en su búsqueda de un colchón diferente que la abrigara cada vez que ella lo quisiera, pero lo que sí ponía en boga era esa idea que tenía de siempre repetirse que no tenía vuelta atrás. Lolita discutía eso. Para ella, que seguía siendo una niña, las travesuras que fuera cometiendo por su vida no tendrían mayor eco en el mundo y su amiga cortesana no se quedaba atrás respecto a la juventud. No estaba casada, no tenía hijos y mucho menos un montón de personas mayores que le dijeran lo que tuviera que hacer. ¿En dónde estaba la piedra de tope?
—Pienso que te quitas mucha importancia —habló Dolores mientras cerraba la puerta del perfumado armario— Eres joven, hermosa y este trabajo del cual detestas su rigidez te ha dado más dinero que a muchas otras cortesanas que… —se tomó un tiempo para analizar la suavidad de la cama, el detalle del armario y el espacio de la alcoba de su aliada—… bueno, no estarían nada de tristes con llevar la mitad de tu vida.
Cada vez que se tocaba el tema del padre de Lolita, ésta tenía una reacción diferente dependiendo de su humor y de con quién estaba. Hubo una ocasión en que una de las monjas errantes, de esas típicas que te encontrabas ayudando a la gente por las calles, preguntó a viva voz quién era el padre de Dolores, para que le quitara el diablo que tenía adentro a golpe de fusta. Si no hubiese sido por Tania, su otra amiga florecilla, habría pescado a la monja de sus faldas y las hubiera levantado como si el mañana fuera una mentira. No obstante, estar con Beatrix cómodamente charlando en medio de un burdel, podía cambiar las circunstancias y hacer que el efecto del nombramiento de su padre fuese ameno.
—Si yo puedo sacar provecho de una figura como mi padre, no hay razón por la cual tú no puedas salir de este agujero —dijo Lolita decidida a mirar por la ventana como si fuese a descubrir algo valioso. No estaba tan lejos de ello— Mira cuan diferente eres a ese tropel sin gracia. Oh, no saben cuán corrientes y ordinarios son. En cambio, tu profesión será lo que la sociedad detesta, pero en ningún momento tú les eres indiferente. Hasta entre las cortesanas te destacas. Podrías… ¡ser actriz! Al teatro no le importa con cuántos te hayas acostado. Incluso, es casi un requisito llenar la cama de alguien para llegar al estrellato.
En un momento de arrebato, Dolores guió a Beatrix desde su espalda para que ambas quedara de pié frente a un colosal espejo de cuerpo completo. Eran muy distintas físicamente, pero si indagabas en sus ojos, verías que la esencia se asimilaba mucho. Lo, quien era muy astuta, sonrió con el rumbo que estaba tomando la conversación.
—Las dos tenemos un potencial no explotado, ¿cierto? Podría sacarle dinero a mi padre para hacerme más bella y tú podrías usar todo lo que has ganado para ocupar un puesto digno de ti, ¿no te parece? —suspiró la niña de dicha con solo pensar en lo que podían hacer— Al fin y al cabo, las dos hemos sido cortadas con la tijera del deseo, sólo que usamos lo que tenemos de maneras diferentes. Sería interesante ver hasta dónde nos puede llevar esta ventaja.
Sin decir comentario, Lolita dejó la imagen en su lugar. La discreción que le faltaba en su día a día, la tenía multiplicada por veinte cuando se trataba de asuntos íntimos que requerirían de su aporte, los cuales se negaba a dejar entrever fuera cual fuera la circunstancia.
La menor no dudaba de las enseñanzas de Beatrix, pues de ellas había aprendido y mejorado en su búsqueda de un colchón diferente que la abrigara cada vez que ella lo quisiera, pero lo que sí ponía en boga era esa idea que tenía de siempre repetirse que no tenía vuelta atrás. Lolita discutía eso. Para ella, que seguía siendo una niña, las travesuras que fuera cometiendo por su vida no tendrían mayor eco en el mundo y su amiga cortesana no se quedaba atrás respecto a la juventud. No estaba casada, no tenía hijos y mucho menos un montón de personas mayores que le dijeran lo que tuviera que hacer. ¿En dónde estaba la piedra de tope?
—Pienso que te quitas mucha importancia —habló Dolores mientras cerraba la puerta del perfumado armario— Eres joven, hermosa y este trabajo del cual detestas su rigidez te ha dado más dinero que a muchas otras cortesanas que… —se tomó un tiempo para analizar la suavidad de la cama, el detalle del armario y el espacio de la alcoba de su aliada—… bueno, no estarían nada de tristes con llevar la mitad de tu vida.
Cada vez que se tocaba el tema del padre de Lolita, ésta tenía una reacción diferente dependiendo de su humor y de con quién estaba. Hubo una ocasión en que una de las monjas errantes, de esas típicas que te encontrabas ayudando a la gente por las calles, preguntó a viva voz quién era el padre de Dolores, para que le quitara el diablo que tenía adentro a golpe de fusta. Si no hubiese sido por Tania, su otra amiga florecilla, habría pescado a la monja de sus faldas y las hubiera levantado como si el mañana fuera una mentira. No obstante, estar con Beatrix cómodamente charlando en medio de un burdel, podía cambiar las circunstancias y hacer que el efecto del nombramiento de su padre fuese ameno.
—Si yo puedo sacar provecho de una figura como mi padre, no hay razón por la cual tú no puedas salir de este agujero —dijo Lolita decidida a mirar por la ventana como si fuese a descubrir algo valioso. No estaba tan lejos de ello— Mira cuan diferente eres a ese tropel sin gracia. Oh, no saben cuán corrientes y ordinarios son. En cambio, tu profesión será lo que la sociedad detesta, pero en ningún momento tú les eres indiferente. Hasta entre las cortesanas te destacas. Podrías… ¡ser actriz! Al teatro no le importa con cuántos te hayas acostado. Incluso, es casi un requisito llenar la cama de alguien para llegar al estrellato.
En un momento de arrebato, Dolores guió a Beatrix desde su espalda para que ambas quedara de pié frente a un colosal espejo de cuerpo completo. Eran muy distintas físicamente, pero si indagabas en sus ojos, verías que la esencia se asimilaba mucho. Lo, quien era muy astuta, sonrió con el rumbo que estaba tomando la conversación.
—Las dos tenemos un potencial no explotado, ¿cierto? Podría sacarle dinero a mi padre para hacerme más bella y tú podrías usar todo lo que has ganado para ocupar un puesto digno de ti, ¿no te parece? —suspiró la niña de dicha con solo pensar en lo que podían hacer— Al fin y al cabo, las dos hemos sido cortadas con la tijera del deseo, sólo que usamos lo que tenemos de maneras diferentes. Sería interesante ver hasta dónde nos puede llevar esta ventaja.
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
Solo una palabra resonaba en mi cabeza cuando hubiera escuchado bien a Lolita. ¡Actriz Vaya mente soñadora tenía la mocosa, siempre con una seguridad tal que dejaría en vergüenza a la mayoría de las cortesanas presuntuosas y arrogantes. Pero debía admitir que era alentador, una vocecilla insistente y optimista que asegurara que una mujer como yo podía llegar a ser actriz. Si debía ser sincera, mientras miraba el rostro fresco de mi pequeña amiga, estaba tentada desde hacía tiempo a llevar otros rumbos, a mostrarle una seña obscena a la vida y jurar que podía lograr mucho más de lo que tenía por que, sencillamente, yo deseaba más. No era una mujer que se conformara fácilmente, pero ni siquiera con toda mi belleza había tenido la suerte de muchas otras mujeres. Mi caso era especialmente frustrante.
Era demasiado lista y hermosa, de manera que como cortesana podía ser considerada la reina del burdel, una mujer misteriosa que se encerraba en su habitación a leer por horas o bañarse en sales perfumadas. Sin embargo, era demasiado pobre y sin contactos para anhelar algo un poco más alto, y bien, es que yo soñaba muy, muy alto. No era mi deseo poseer una enorme fortuna y vivir sobre un diván haciendo ocio, sino más bien, ser reconocida por mucha más gente, que admiraran algo en mí que nadie más poseía. ¿Pero en que rayos estaba pensando? Mi vida era como era y debía aceptarlo de una vez.
― Escucha… he intentado probar suerte en diferentes teatros. Sé actuar y también cantar. Sé como podía sobornar a un buen director para que me promueva. ― miré a la muchacha con una sonrisa insinuante. ― Bueno, eso lo sabes tú también. Pero la cuestión es que… ser cortesana tiene sus ventajas. ― hice un gesto con la mano cuando, estuve segura, Lolita pensaba que me refería a los placeres carnales. ― Además de eso, en este mundo donde los hombres entran y salen, solo preocupados de un precio, no corres riesgos. En el mundo ‘’correcto’’, ahí donde va la gente decente, te miran con ojos menos críticos y es cuando bajas la guardia. ― suspiré y miré por la ventana. ― No quisiera, jamás, dejar que nadie me conozca… ―la miré de reojo con una ceja en alto. ― Quizás seas la única excepción.
La noche continuaba su curso en silencio, y poco a poco, algunos gemidos y suspiros de placer fueron floreciendo a lo largo del pasillo. Puse los ojos en blanco por la rutina. No es que me molestara, pues yo nunca me cohibía cuando mi trabajo me gustaba, pero algunas de esas mujeres tenían la voz especialmente chillona. Frustrada, cogí a Lolita de la muñeca y la saqué de la habitación, atravesando el pasillo y subiendo a la pequeña azotea que había en el burdel. El sitio no era muy pintoresco, pero tenía una gran vista de París.
― Lo lamento, pero al menos cuando estés conmigo, no considero que sea buena forma de aprender estas vulgaridades. ―bromeé con tal mueca de espanto, que podía pasar fácilmente por una de esas estiradas solteronas que nunca habían llegado a probar el calor de un hombre.
Era demasiado lista y hermosa, de manera que como cortesana podía ser considerada la reina del burdel, una mujer misteriosa que se encerraba en su habitación a leer por horas o bañarse en sales perfumadas. Sin embargo, era demasiado pobre y sin contactos para anhelar algo un poco más alto, y bien, es que yo soñaba muy, muy alto. No era mi deseo poseer una enorme fortuna y vivir sobre un diván haciendo ocio, sino más bien, ser reconocida por mucha más gente, que admiraran algo en mí que nadie más poseía. ¿Pero en que rayos estaba pensando? Mi vida era como era y debía aceptarlo de una vez.
― Escucha… he intentado probar suerte en diferentes teatros. Sé actuar y también cantar. Sé como podía sobornar a un buen director para que me promueva. ― miré a la muchacha con una sonrisa insinuante. ― Bueno, eso lo sabes tú también. Pero la cuestión es que… ser cortesana tiene sus ventajas. ― hice un gesto con la mano cuando, estuve segura, Lolita pensaba que me refería a los placeres carnales. ― Además de eso, en este mundo donde los hombres entran y salen, solo preocupados de un precio, no corres riesgos. En el mundo ‘’correcto’’, ahí donde va la gente decente, te miran con ojos menos críticos y es cuando bajas la guardia. ― suspiré y miré por la ventana. ― No quisiera, jamás, dejar que nadie me conozca… ―la miré de reojo con una ceja en alto. ― Quizás seas la única excepción.
La noche continuaba su curso en silencio, y poco a poco, algunos gemidos y suspiros de placer fueron floreciendo a lo largo del pasillo. Puse los ojos en blanco por la rutina. No es que me molestara, pues yo nunca me cohibía cuando mi trabajo me gustaba, pero algunas de esas mujeres tenían la voz especialmente chillona. Frustrada, cogí a Lolita de la muñeca y la saqué de la habitación, atravesando el pasillo y subiendo a la pequeña azotea que había en el burdel. El sitio no era muy pintoresco, pero tenía una gran vista de París.
― Lo lamento, pero al menos cuando estés conmigo, no considero que sea buena forma de aprender estas vulgaridades. ―bromeé con tal mueca de espanto, que podía pasar fácilmente por una de esas estiradas solteronas que nunca habían llegado a probar el calor de un hombre.
Beatrix Hathaway- Mensajes : 42
Fecha de inscripción : 09/02/2013
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Re: El velo rojo del deseo [Beatrix Hathaway]
Tal como decía la joven de ojos marrones, resultaba difícil imaginar la posibilidad de entrar en el mundo del espectáculo y brillar bajo la mirada absorta de todos los presentes, sólo que estaría vestida con un traje de lentejuelas fantástico. Así y todo, Lolita creía en que su amiga podía hacer lo que quisiera, aun cuando la sociedad dijera lo contrario, porque ella misma se sentía empoderada de sí a tal nivel que en su mente permanecía latente la idea de que podía torcerle el brazo al destino apenas con su dedo meñique. El azar se había tardado en demostrarle a Dolores que no había deuda, ni siquiera de buena suerte, que no se pagara.
¡Oh, cómo comprendía a Beatrix! A Lo la habían criticado tanto —incluso antes de nacer— que sus experiencias le habían llevado al extremo de no importarle nada de las cosas que ella tildaba de "aburridas"; a la cortesana, en cambio, todavía le quedaba la cordura que ella misma se había encargado de salvaguardar, porque sabía que si se despojaba de ella no le quedaría otro camino que el que llevaba directamente a un vacío sin voz ni corazón. ¿A qué conclusión de la vida y del velo que la rodeaba podían llegar la temeraria y la prudente?
—Hagas lo que hagas, siempre buscarán la manera de arruinarte la fiesta. Ya sabes… clérigos, señoras de la alta sociedad, hipócritas que te odian de día y te aman de noche. Puedes encontrar un sinnúmero de casos apestosos como esos —dijo la chiquilla con resignación. Dicho caso le había sucedido más de una vez— Sé que es costumbre tuya no meterte en esa pocilga de habladurías, pero deberías darte cuenta de que convives con el peor nido de víboras de la historia: las mujeres. Digo, yo ni siquiera soy de aquí y tus “simpáticas” colegas me llenan de improperios ridículos. No me imagino de qué cosas te habrán llenado a ti siendo alguien que tiene su trayectoria en el comercio sexual y que además les roba a sus clientes.
Lolita miró atentamente a Beatrix a esos ojos de inocente que se contradecía con su cuerpo de mujer fatal. Se preguntaba por qué se habían convertido en amigas a pesar de todo. La pequeña sabía que pecaba de insoportable en la mayoría de las ocasiones y, sumado a eso, la mitad de las cortesanas que no la amaba, la detestaba pensando en que se podía convertir en una futura competidora por los monederos de los ricos y poderosos. Podía ser perfectamente que ya estaba escrito que se conocerían e incluso que estarían hablando esa noche acalorada de las ventajas y desventajas de ser quienes eran, mirando siempre hacia las oportunidades que podían alcanzar. Había complicidad entre ambas, por lo que era grato para Dolores saber que podía sentirse en paz unos momentos con quien no buscaba enderezarla o malcriarla todavía más, sino dejarla tal cual estaba; así estaba perfecto.
—Lo que quiero decir es que si vas a ser criticada toda tu vida por ser como eres, es mejor elegir a quienes te van a criticar ¿no? Puedes decidir quiénes valen más la pena… si es que alguno la--- —rió Lo al ser interrumpida por un grito deformado por el placer. Escuchando esa voz tan andrógina, no le cabía duda de por qué los señores preferían a su alidada antes que a las demás estropeadas flores.
Fue entonces cuando Beatrix la tomó de la muñeca y la llevó al balcón, algo propio de ella ser así de sensata. Nunca dejaba de ser su maestra, además de su amiga. Ahí reposaba la gran diferencia de alguien que enseñaba por deber y de otro que aleccionaba por meramente desearlo.
—Déjame adivinar, ¿amigas tuyas? —preguntó Lolita apoyada en el balcón. Beatrix no se les parecía en nada, a pesar de compartir el mismo oficio— Oh, Beatrix, yo creo que deberías arriesgarte un poco más, aunque pensándolo bien ni siquiera pienses en el riesgo. El riesgo es una palabra que inventó la sociedad para manipular por el miedo a las ratas que quieren salir de sus ratoneras. Además, si pudiste y aún puedes seducir a los que te regalaron esas alhajarías, ¿por qué no hacer lo mismo con los que manejan el mundo del espectáculo? Eres buena cortesana, pero tampoco te haría daño ser buena negociadora. Y ya sabes que…
La muchacha indicó con el dedo índice a un grupo de prostitutas comunes transitando por las calles de Paris con ropas algo desgastadas y poco brillo. Se trataba de mujeres que se habían dedicado por mucho tiempo a la prostitución y sus treinta y tantos años ya no les ayudaba a la hora de conseguir dinero. Se vendían por menos de la mitad que una cortesana de burdel. ¡Simplemente una situación patética!
—… el tiempo es nuestro peor enemigo, linda —suspiró Lo como quien acababa de deshacer un caramelo en su boca— Por eso los burdeles se van continuamente renovando, pero el espectáculo te puede hacer inmortal y lo mejor de todo es que no tienes que portarte bien.
¡Oh, cómo comprendía a Beatrix! A Lo la habían criticado tanto —incluso antes de nacer— que sus experiencias le habían llevado al extremo de no importarle nada de las cosas que ella tildaba de "aburridas"; a la cortesana, en cambio, todavía le quedaba la cordura que ella misma se había encargado de salvaguardar, porque sabía que si se despojaba de ella no le quedaría otro camino que el que llevaba directamente a un vacío sin voz ni corazón. ¿A qué conclusión de la vida y del velo que la rodeaba podían llegar la temeraria y la prudente?
—Hagas lo que hagas, siempre buscarán la manera de arruinarte la fiesta. Ya sabes… clérigos, señoras de la alta sociedad, hipócritas que te odian de día y te aman de noche. Puedes encontrar un sinnúmero de casos apestosos como esos —dijo la chiquilla con resignación. Dicho caso le había sucedido más de una vez— Sé que es costumbre tuya no meterte en esa pocilga de habladurías, pero deberías darte cuenta de que convives con el peor nido de víboras de la historia: las mujeres. Digo, yo ni siquiera soy de aquí y tus “simpáticas” colegas me llenan de improperios ridículos. No me imagino de qué cosas te habrán llenado a ti siendo alguien que tiene su trayectoria en el comercio sexual y que además les roba a sus clientes.
Lolita miró atentamente a Beatrix a esos ojos de inocente que se contradecía con su cuerpo de mujer fatal. Se preguntaba por qué se habían convertido en amigas a pesar de todo. La pequeña sabía que pecaba de insoportable en la mayoría de las ocasiones y, sumado a eso, la mitad de las cortesanas que no la amaba, la detestaba pensando en que se podía convertir en una futura competidora por los monederos de los ricos y poderosos. Podía ser perfectamente que ya estaba escrito que se conocerían e incluso que estarían hablando esa noche acalorada de las ventajas y desventajas de ser quienes eran, mirando siempre hacia las oportunidades que podían alcanzar. Había complicidad entre ambas, por lo que era grato para Dolores saber que podía sentirse en paz unos momentos con quien no buscaba enderezarla o malcriarla todavía más, sino dejarla tal cual estaba; así estaba perfecto.
—Lo que quiero decir es que si vas a ser criticada toda tu vida por ser como eres, es mejor elegir a quienes te van a criticar ¿no? Puedes decidir quiénes valen más la pena… si es que alguno la--- —rió Lo al ser interrumpida por un grito deformado por el placer. Escuchando esa voz tan andrógina, no le cabía duda de por qué los señores preferían a su alidada antes que a las demás estropeadas flores.
Fue entonces cuando Beatrix la tomó de la muñeca y la llevó al balcón, algo propio de ella ser así de sensata. Nunca dejaba de ser su maestra, además de su amiga. Ahí reposaba la gran diferencia de alguien que enseñaba por deber y de otro que aleccionaba por meramente desearlo.
—Déjame adivinar, ¿amigas tuyas? —preguntó Lolita apoyada en el balcón. Beatrix no se les parecía en nada, a pesar de compartir el mismo oficio— Oh, Beatrix, yo creo que deberías arriesgarte un poco más, aunque pensándolo bien ni siquiera pienses en el riesgo. El riesgo es una palabra que inventó la sociedad para manipular por el miedo a las ratas que quieren salir de sus ratoneras. Además, si pudiste y aún puedes seducir a los que te regalaron esas alhajarías, ¿por qué no hacer lo mismo con los que manejan el mundo del espectáculo? Eres buena cortesana, pero tampoco te haría daño ser buena negociadora. Y ya sabes que…
La muchacha indicó con el dedo índice a un grupo de prostitutas comunes transitando por las calles de Paris con ropas algo desgastadas y poco brillo. Se trataba de mujeres que se habían dedicado por mucho tiempo a la prostitución y sus treinta y tantos años ya no les ayudaba a la hora de conseguir dinero. Se vendían por menos de la mitad que una cortesana de burdel. ¡Simplemente una situación patética!
—… el tiempo es nuestro peor enemigo, linda —suspiró Lo como quien acababa de deshacer un caramelo en su boca— Por eso los burdeles se van continuamente renovando, pero el espectáculo te puede hacer inmortal y lo mejor de todo es que no tienes que portarte bien.
Félice Moulin- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 08/02/2013
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