AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El sueño y el latido
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El sueño y el latido
Parpadee y abrí un montón los ojos cuando visualice aquella escena. Sonriendo y girándome para mirar a Eyra, riendo. Divertido y feliz a partes iguales.
Oh cariño!... Es … Es…
¡ME ENCANTA!!
Le abrace rodeándole por la cintura, apretándole contra mi, elevándole un tanto del suelo, antes de mirarla, mirar nuestra escena hecha de arena y volver a mirarla a ella, sonriendo y mordiéndome los labios…
Es que es…¡es muy bonito…! No sabes la ilusión que me ha hecho. ¡me siento como un crio! Ella rio al mirarme ilusionado cual nene pequeño. Acariciando mi mejilla mientras yo le tomaba de la mano, besando su dorso, conduciéndole conmigo, sentándonos ambos uno en frente del otro…-al menos los primeros cinco minutos pues luego terminamos sentados ambos en el mismo “sofá” de arena- sirviéndonos las copas mientras comentábamos todo lo sucedido durante el dia, tan animados y excitados como si la energía de todos ese tiempo perdido hubiese vuelto a nosotros.
Y de ese modo, sencillo y tranquilo, pasamos aquellas horas frente al mar, cansados hasta que nuestros parpados pesaban más de lo que deseábamos ante tan intenso, extraño y maravilloso día.
Abrace a mi esposa y ella se acomodo dejando reposar su mejilla sobre mi pecho mientras yo acariciaba sus cabellos con una de mis manos, entrelazando los dedos de mi otra mano con los suyos, contemplando el brillo de aquel rubí que parecía parpadear con vida propia en aquel anillo de bodas, sonriendo ya cansado ante tan largo día. Dejando que mis parpados cayesen por su propio peso como si todo fuese un sueño…
Un simple y sencilo sueño, demasiado bueno, demasiado irreal… Para ser verdad.
Parpadee, como si hubiese despertado de pronto ante las palabras de la joven que estaba a mi lado.
Frunci el ceño, negando con la cabeza mientras ella me pasaba otro par que me probé inmediatamente, haciendo una mueca de pánico que le hizo acercarme otro par sin dilación mientras yo las tomaba y las ajustaba a mi rostro, mirándome en aquel espejo. Definitivamente necesitaba ayuda, asi que suspiré y giré la cabeza.
Cielo…¿Con que par de gafas parezco menos idiota? Indique mientras le miraba con aquellas gafas de pasta oscuras -que hacian parecer mis ojos aun más claros de lo normal- a la vez que ella me contemplaba subiéndose aquellas gafas de sol que se probaba, -pues ahora estábamos en una óptica-
...
Sin embargo no tuve que esperar mucho a su veredicto, pues su carcajada me hizo negar con la cabeza mientras esperaba su consejo. Y es que si no hubiese sido porque no veía ni lo que yo mismo escribía, habría desterrado la idea de llevar gafas. ¡pesaban sobre el puente de la nariz!
Aparté un mechón que caía por mi frente y lo estire hacia atrás, mirando mi imagen por un instante, torciendo una sonrisa picara al pensarlo y es que después de escoger mi nuevo “look intelectual” iba a cortarme el pelo. Pues llevaba muuucho tiempo deseando cambiar de aspecto….
Oh cariño!... Es … Es…
¡ME ENCANTA!!
Le abrace rodeándole por la cintura, apretándole contra mi, elevándole un tanto del suelo, antes de mirarla, mirar nuestra escena hecha de arena y volver a mirarla a ella, sonriendo y mordiéndome los labios…
Es que es…¡es muy bonito…! No sabes la ilusión que me ha hecho. ¡me siento como un crio! Ella rio al mirarme ilusionado cual nene pequeño. Acariciando mi mejilla mientras yo le tomaba de la mano, besando su dorso, conduciéndole conmigo, sentándonos ambos uno en frente del otro…-al menos los primeros cinco minutos pues luego terminamos sentados ambos en el mismo “sofá” de arena- sirviéndonos las copas mientras comentábamos todo lo sucedido durante el dia, tan animados y excitados como si la energía de todos ese tiempo perdido hubiese vuelto a nosotros.
Y de ese modo, sencillo y tranquilo, pasamos aquellas horas frente al mar, cansados hasta que nuestros parpados pesaban más de lo que deseábamos ante tan intenso, extraño y maravilloso día.
Abrace a mi esposa y ella se acomodo dejando reposar su mejilla sobre mi pecho mientras yo acariciaba sus cabellos con una de mis manos, entrelazando los dedos de mi otra mano con los suyos, contemplando el brillo de aquel rubí que parecía parpadear con vida propia en aquel anillo de bodas, sonriendo ya cansado ante tan largo día. Dejando que mis parpados cayesen por su propio peso como si todo fuese un sueño…
Un simple y sencilo sueño, demasiado bueno, demasiado irreal… Para ser verdad.
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Parpadee, como si hubiese despertado de pronto ante las palabras de la joven que estaba a mi lado.
Frunci el ceño, negando con la cabeza mientras ella me pasaba otro par que me probé inmediatamente, haciendo una mueca de pánico que le hizo acercarme otro par sin dilación mientras yo las tomaba y las ajustaba a mi rostro, mirándome en aquel espejo. Definitivamente necesitaba ayuda, asi que suspiré y giré la cabeza.
Cielo…¿Con que par de gafas parezco menos idiota? Indique mientras le miraba con aquellas gafas de pasta oscuras -que hacian parecer mis ojos aun más claros de lo normal- a la vez que ella me contemplaba subiéndose aquellas gafas de sol que se probaba, -pues ahora estábamos en una óptica-
...
Sin embargo no tuve que esperar mucho a su veredicto, pues su carcajada me hizo negar con la cabeza mientras esperaba su consejo. Y es que si no hubiese sido porque no veía ni lo que yo mismo escribía, habría desterrado la idea de llevar gafas. ¡pesaban sobre el puente de la nariz!
Aparté un mechón que caía por mi frente y lo estire hacia atrás, mirando mi imagen por un instante, torciendo una sonrisa picara al pensarlo y es que después de escoger mi nuevo “look intelectual” iba a cortarme el pelo. Pues llevaba muuucho tiempo deseando cambiar de aspecto….
Jerarld Délvheen- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 14/08/2011
Edad : 794
Localización : Paseando por el techo de casa...
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Re: El sueño y el latido
Llevé aquellas gafas de sol por las que me había decidido al escote que lucía con aquella ceñida camiseta, contoneando ahora mis caderas para reencontrarme con mi marido, al que le ofrecí unas gafas situadas tras su figura.
- Toma éstas, pruébalas.- reí entre dientes cuando éste, alzando una ceja y mirándome sospechosamente, se ajustó aquellas gafas circulares enormes -más grandes que su cabeza-, de pasta gruesa con estampado de leopardo y cristales tan gruesos que agrandaban sus ojos hasta parecer los de un alien.
Y sí, mis carcajadas resonaron por toda la óptica, ignorando a la anciana que con los ojos entrecerrados buscaba las mismas gafas que yo le había arrebatado para Jerarld, empezando a destrozar los escaparates y a lanzas las gafas a diestro y siniestro cuando la desesperación por encontrar sus lentes la llevó a buscarlas de forma ilógica y bruta. Varias dependientas corrieron a su encuentro y una de ellas, al percatarse de que aquél desastre se había originado por mi travesura, me fulminó y arrancó a Jerarld aquellas gafas con las que aun se contemplaba en un espejo, ajeno al caos de la tienda.
Entonces vi unas gafas de montura negra y pasta gruesa, con forma cuadrada aunque de bordes redondeados. ¡Me gustaron de veras! Así que, ignorando las voces y el sonido de gafas rompiéndose bajo los pies de aquellos que pretendían restablecer el orden en aquella óptica, le propuse a mi marido probarse aquellas gafas que, al hacerlo, no pude evitar sonrojarme notablemente, pues le quedaban como anillo al dedo, contrastando el color de la montura con la tez de su rostro o el color de sus cabellos.
Sin esperar respuesta alguna por su parte, tomé sus gafas y las llevé al mostrador para pedir el encargo que, según la dependienta, nos llegaría en un par de días. Tras apuntar el nombre de Jerarld, el número de teléfono y nuestra dirección dejamos pagado el importe completo de sus gafas y bien agarrados de la mano nos despedimos de la óptima para ir a tomar algo antes de comer, torciendo una sonrisa cuando en la puerta de la misma óptima se dispararon las alarmas anti hurtos y, señalándole a Jerarld las gafas de sol que aun colgaban de mi escote de vértigo, ambos empezamos a correr a toda velocidad hacia las callejuelas repletas de gente, bolsas, voces, olores y obstáculos que nos llevamos por delante en aquél infantil juego de travesuras.
- Toma éstas, pruébalas.- reí entre dientes cuando éste, alzando una ceja y mirándome sospechosamente, se ajustó aquellas gafas circulares enormes -más grandes que su cabeza-, de pasta gruesa con estampado de leopardo y cristales tan gruesos que agrandaban sus ojos hasta parecer los de un alien.
Y sí, mis carcajadas resonaron por toda la óptica, ignorando a la anciana que con los ojos entrecerrados buscaba las mismas gafas que yo le había arrebatado para Jerarld, empezando a destrozar los escaparates y a lanzas las gafas a diestro y siniestro cuando la desesperación por encontrar sus lentes la llevó a buscarlas de forma ilógica y bruta. Varias dependientas corrieron a su encuentro y una de ellas, al percatarse de que aquél desastre se había originado por mi travesura, me fulminó y arrancó a Jerarld aquellas gafas con las que aun se contemplaba en un espejo, ajeno al caos de la tienda.
Entonces vi unas gafas de montura negra y pasta gruesa, con forma cuadrada aunque de bordes redondeados. ¡Me gustaron de veras! Así que, ignorando las voces y el sonido de gafas rompiéndose bajo los pies de aquellos que pretendían restablecer el orden en aquella óptica, le propuse a mi marido probarse aquellas gafas que, al hacerlo, no pude evitar sonrojarme notablemente, pues le quedaban como anillo al dedo, contrastando el color de la montura con la tez de su rostro o el color de sus cabellos.
Sin esperar respuesta alguna por su parte, tomé sus gafas y las llevé al mostrador para pedir el encargo que, según la dependienta, nos llegaría en un par de días. Tras apuntar el nombre de Jerarld, el número de teléfono y nuestra dirección dejamos pagado el importe completo de sus gafas y bien agarrados de la mano nos despedimos de la óptima para ir a tomar algo antes de comer, torciendo una sonrisa cuando en la puerta de la misma óptima se dispararon las alarmas anti hurtos y, señalándole a Jerarld las gafas de sol que aun colgaban de mi escote de vértigo, ambos empezamos a correr a toda velocidad hacia las callejuelas repletas de gente, bolsas, voces, olores y obstáculos que nos llevamos por delante en aquél infantil juego de travesuras.
Arlette- Vampiro Clase Baja
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Re: El sueño y el latido
Nunca aprenderíamos.
Corrimos como niños por en medio de la gente, esquivando a algunos y empujando a otros, hasta que vi un callejón en el cual no dude en entrar, tirando de la mano de Eyra para que me siguiera, riendo agitados ante la carrera a toda prisa. Mientras que yo acercaba a Eyra hasta mi para abrazarla, apoyándola en la pared de piedra mientras ambos tomábamos aire, mirándonos sin poder reprimir aquella sonrisa maliciosa, y es que ahora que todo habia cambiado estas “travesuras” estaban a la orden del dia. Y es que…¿como no estarlo? Podíamos hacer lo que quisiéramos, corriendo peligros y riesgos, viviendo incluso nuevas sensaciones, unas buenas como la adrenalina y una no tantas como el hecho de que necesitaba gafas y que a veces me dolia la cabeza como si ésta fuera a expotar, aunque eso era un pequeño detalle en la inmensidad y es que…¡el mundo era nuestro!
No podremos volver con la cabeza en alto a aquella tienda. Replique mientras ella reía entre mis brazos. ¿crees que la anciana me haga mal de ojo? Eyra se encogió de hombros, sonriéndome con una de sus sonrisas de oreja a oreja. Se le veía tan vital, tan enérgica…Que tenía la sensación de que cada dia embellecía mas ante mis ojos.
¿Porque te has llevado esas gafas?...ocultar unos ojos tan hermosos como los tuyos debería estar prohibido por la ley. Ella enrojeció levemente ante mi mirada y se mordió los labios. Gesto que me encantaba y que definitivamente me hizo sonreír, acercándome a ella para rozar su nariz dispuesto a robarle uno de esos besos que me “quitaban el sentío” como decían las canciones modernas de ahora. Pero entonces mientras me disponía a besar a mi mujer un extraño pinchado en el costado me hizo parpadear, mientras Eyra me miraba extrañada.
Gire el rostro y entonces vi como un hombre con una sudadera y la capucha puesta me ameneazaba con lo que parecía ser una navaja, teniendo la punta en mi costado.
Tranquilito zanahorio, no te muevas y suelta la pasta. ¡VAMOS VAMOS!
Arquee una ceja mientras miraba al poco agraciado ladronzuelo del callejón. Definitivamente le fulmine por molestar, pero sobre todo por interrumpirnos ¿que se creía!?
Gire el rostro hacia Eyra y aun teniéndola abraza le comente en voz baja.
Le metes tu, le meto yo ¿o le metemos los dos?
Ella me sonrió perversamente y entonces empezó el round.
Corrimos como niños por en medio de la gente, esquivando a algunos y empujando a otros, hasta que vi un callejón en el cual no dude en entrar, tirando de la mano de Eyra para que me siguiera, riendo agitados ante la carrera a toda prisa. Mientras que yo acercaba a Eyra hasta mi para abrazarla, apoyándola en la pared de piedra mientras ambos tomábamos aire, mirándonos sin poder reprimir aquella sonrisa maliciosa, y es que ahora que todo habia cambiado estas “travesuras” estaban a la orden del dia. Y es que…¿como no estarlo? Podíamos hacer lo que quisiéramos, corriendo peligros y riesgos, viviendo incluso nuevas sensaciones, unas buenas como la adrenalina y una no tantas como el hecho de que necesitaba gafas y que a veces me dolia la cabeza como si ésta fuera a expotar, aunque eso era un pequeño detalle en la inmensidad y es que…¡el mundo era nuestro!
No podremos volver con la cabeza en alto a aquella tienda. Replique mientras ella reía entre mis brazos. ¿crees que la anciana me haga mal de ojo? Eyra se encogió de hombros, sonriéndome con una de sus sonrisas de oreja a oreja. Se le veía tan vital, tan enérgica…Que tenía la sensación de que cada dia embellecía mas ante mis ojos.
¿Porque te has llevado esas gafas?...ocultar unos ojos tan hermosos como los tuyos debería estar prohibido por la ley. Ella enrojeció levemente ante mi mirada y se mordió los labios. Gesto que me encantaba y que definitivamente me hizo sonreír, acercándome a ella para rozar su nariz dispuesto a robarle uno de esos besos que me “quitaban el sentío” como decían las canciones modernas de ahora. Pero entonces mientras me disponía a besar a mi mujer un extraño pinchado en el costado me hizo parpadear, mientras Eyra me miraba extrañada.
Gire el rostro y entonces vi como un hombre con una sudadera y la capucha puesta me ameneazaba con lo que parecía ser una navaja, teniendo la punta en mi costado.
Tranquilito zanahorio, no te muevas y suelta la pasta. ¡VAMOS VAMOS!
Arquee una ceja mientras miraba al poco agraciado ladronzuelo del callejón. Definitivamente le fulmine por molestar, pero sobre todo por interrumpirnos ¿que se creía!?
Gire el rostro hacia Eyra y aun teniéndola abraza le comente en voz baja.
Le metes tu, le meto yo ¿o le metemos los dos?
Ella me sonrió perversamente y entonces empezó el round.
Jerarld Délvheen- Vampiro/Realeza
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Re: El sueño y el latido
Le guiñé el ojo a mi marido y con un veloz movimiento agarré la capucha del mocoso y tiré de ella hasta cubrirle el rostro, dejándole cegado por unos instantes en los que aproveché para hacerle una zancadilla, riendo a carcajadas cuando el ladronzuelo cayó de culo al suelo y la navaja a unos metros de él, cayendo al fondo de una alcantarilla de la calle.
No obstante, con la caída, la capucha se apartó y el hombre pudo ver su alrededor, por lo que no dudó en abalanzarse sobre mí, seguramente por verme como aquella que le ridiculizó y, siendo una mujer, la más débil de aquella pareja que tenía enfrente. Tomó la cadena de plata que lucía en mi cuello y tiró de ella con fuerza mientras yo forcejeaba contra él para sacármelo de encima, comprobando por el rabillo del ojo cómo Jerarld se apresuraba a ponerse tras él, calculando las distancias y la fuerza necesaria para darle una buen patada en el culo que le llevó a saltar de encima mío y caer cerca de mi cabeza, tirando entonces de mis cabellos mientras me quejaba de ello y del dolor en mi cuello por la brutalidad con la que me había arrancado aquél collar.
Ahora encolerizada, echando de menos poseer garras y colmillos para destriparle y hacer con su piel unas cortinas nuevas para el salón trasero de nuestra residencia de verano, me puse a gatas y le mostré mi perfecta dentadura blanca, gruñendo incluso, olvidando que ahora no era más que una simple humana sin ningún don especial o distintivo.
El ladrón parpadeó un par de veces aun tirado sobre el pavimento, incorporándose poco a poco mientras reía, probablemente al pensar que trataba con un par de desquiciados que creían ser fieras salvajes. ¡Qué tan equivocado estaba!
Salté sobre su cuello y le hinqué el diente con fiereza, arrancando parte de su carne y escupiéndola a un lado, agazapándome frente a él cuando éste caminó retrocediendo con el horror escrito en sus ojos que cada vez se ponían más en blanco, chocando su espalda contra el muro de una fachada, deslizándose por éste y dejando un rastro de sangre a su paso. Sólo entonces me erguí, estirando mis ropas que ahora parecían un manojo de retales arrugados y sucios. Abrí una de sus manos y de ella extraje el colgante que me robó. Le escupí en la cara y di media vuelta para entornar mis ojos hacia Jerarld, que me contemplaba en silencio. Me pregunté entonces si estaría enfadado conmigo por aquella acción: ¿quería jugar él también con aquél ladrón? ¿le habría molestado que lo matara?
Mordí mis labios y sin mediar palabra empecé a caminar callejuela arriba, aun con el cálido sabor de sangre humana impregnando mis labios carmesíes...
No obstante, con la caída, la capucha se apartó y el hombre pudo ver su alrededor, por lo que no dudó en abalanzarse sobre mí, seguramente por verme como aquella que le ridiculizó y, siendo una mujer, la más débil de aquella pareja que tenía enfrente. Tomó la cadena de plata que lucía en mi cuello y tiró de ella con fuerza mientras yo forcejeaba contra él para sacármelo de encima, comprobando por el rabillo del ojo cómo Jerarld se apresuraba a ponerse tras él, calculando las distancias y la fuerza necesaria para darle una buen patada en el culo que le llevó a saltar de encima mío y caer cerca de mi cabeza, tirando entonces de mis cabellos mientras me quejaba de ello y del dolor en mi cuello por la brutalidad con la que me había arrancado aquél collar.
Ahora encolerizada, echando de menos poseer garras y colmillos para destriparle y hacer con su piel unas cortinas nuevas para el salón trasero de nuestra residencia de verano, me puse a gatas y le mostré mi perfecta dentadura blanca, gruñendo incluso, olvidando que ahora no era más que una simple humana sin ningún don especial o distintivo.
El ladrón parpadeó un par de veces aun tirado sobre el pavimento, incorporándose poco a poco mientras reía, probablemente al pensar que trataba con un par de desquiciados que creían ser fieras salvajes. ¡Qué tan equivocado estaba!
Salté sobre su cuello y le hinqué el diente con fiereza, arrancando parte de su carne y escupiéndola a un lado, agazapándome frente a él cuando éste caminó retrocediendo con el horror escrito en sus ojos que cada vez se ponían más en blanco, chocando su espalda contra el muro de una fachada, deslizándose por éste y dejando un rastro de sangre a su paso. Sólo entonces me erguí, estirando mis ropas que ahora parecían un manojo de retales arrugados y sucios. Abrí una de sus manos y de ella extraje el colgante que me robó. Le escupí en la cara y di media vuelta para entornar mis ojos hacia Jerarld, que me contemplaba en silencio. Me pregunté entonces si estaría enfadado conmigo por aquella acción: ¿quería jugar él también con aquél ladrón? ¿le habría molestado que lo matara?
Mordí mis labios y sin mediar palabra empecé a caminar callejuela arriba, aun con el cálido sabor de sangre humana impregnando mis labios carmesíes...
Arlette- Vampiro Clase Baja
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