AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Caleb Thanos // Mah'Khälé Kajh
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Caleb Thanos // Mah'Khälé Kajh
Mah'Khälé Kajh // Caleb Thanos
24 años - Humano - Brujo - Clase Alta - Bisexual - Mirthira
P. Aura - Hechicería - Ilusión - Premonición - Dominación
P. Aura - Hechicería - Ilusión - Premonición - Dominación
Claramente de finos rasgos, muestra una nariz corta y recta, unas cejas inclinadas y claras marcando unos ojos rasgados y unos labios no demasiado gruesos. Su tez es bastante clara, y es definitivamente más alto que la media, sobrepasando el metro ochenta y cinco de altura. Sus iris son azules, variando la tonalidad dependiendo de la luminosidad entre uno más saturado o uno más grisáceo. Es musculoso, aunque no en de forma desmedida, fruto del ejercicio que realiza por pura egolatría. Además, es normal que se tiña el pelo de tonos castaños o moreno, ya que no le agrada su color natural, extremadamente claro. Su cabello es liso, teniendo ambos laterales del cráneo rapados, y, cuando no lo lleva cubierto, suele dejar la frente despejada y que, así, no le moleste.
Algo que le caracteriza son las dilataciones, de tres centímetro de diámetro, que lleva en ambos lóbulos. Pero, más aún, son sus tatuajes lo que le definen, como marca personal e inamovible, repartidos en ambos brazos, en el pecho y en el bajo vientre, adentrándose en la región del pubis. Sigue, por lo tanto, el gusto estético de su ciudad, aunque no de forma tan exagerada como su primo segundo, Brahïel, con sus treinta y dos perforaciones.
En cuanto a la vestimenta, hay que diferenciar la que usa en la privacidad de la que usa en la calle. En su vivienda tiene preferencia por las prendas holgadas, principalmente por dos razones: es más cómoda y, sobretodo, está de moda en Mirthira. Turbantes, joyas, bombachos, camisas, diversas telas, etc. un amplio armario con un gran repertorio cromático que usa, eso sí, combinándolo cuidadosamente. Lamentablemente, es ropa para un clima más cálido que el parisino y, ya que tiende a estar con medio torso al descubierto, a veces el calor no es suficiente y debe ponerse abrigo. Cuando sale a la calle, sin embargo, usa pantalones, botas hessianas, camisa, chaleco y chaqueta, a lo que añade a veces un sombrero, es decir, acorde al gusto reinante. No puede ocultar las dilataciones para evitar que éstas se cierren, algo que sorprende a muchos.
Algo que le caracteriza son las dilataciones, de tres centímetro de diámetro, que lleva en ambos lóbulos. Pero, más aún, son sus tatuajes lo que le definen, como marca personal e inamovible, repartidos en ambos brazos, en el pecho y en el bajo vientre, adentrándose en la región del pubis. Sigue, por lo tanto, el gusto estético de su ciudad, aunque no de forma tan exagerada como su primo segundo, Brahïel, con sus treinta y dos perforaciones.
En cuanto a la vestimenta, hay que diferenciar la que usa en la privacidad de la que usa en la calle. En su vivienda tiene preferencia por las prendas holgadas, principalmente por dos razones: es más cómoda y, sobretodo, está de moda en Mirthira. Turbantes, joyas, bombachos, camisas, diversas telas, etc. un amplio armario con un gran repertorio cromático que usa, eso sí, combinándolo cuidadosamente. Lamentablemente, es ropa para un clima más cálido que el parisino y, ya que tiende a estar con medio torso al descubierto, a veces el calor no es suficiente y debe ponerse abrigo. Cuando sale a la calle, sin embargo, usa pantalones, botas hessianas, camisa, chaleco y chaqueta, a lo que añade a veces un sombrero, es decir, acorde al gusto reinante. No puede ocultar las dilataciones para evitar que éstas se cierren, algo que sorprende a muchos.
“Podría definirme de mil maneras y dudaría que alguna de ellas fuera correcta; dejemos que lo adivines tú para que nunca llegues a estar seguro.”
A Caleb, o Khälé, le gusta que su definición sea la falta de la misma, ya que el clasificar conlleva una reducción de las posibilidades y las opciones y a él no le gusta limitarse; en ocasiones. Es cambiante en sus decisiones y puede ser tan poco constante con sus objetivos como obcecado, todo dependiendo de la importancia del propósito y de si logra alcanzarlo o no. No es alguien a quien la desilusión le dure demasiado tiempo y tampoco se considera a sí mismo como rencoroso.
“Sólo hay dos materias relevantes en la vida: el dinero y el placer.”
Los valores de Caleb son una fiel reproducción del hedonismo, añadiéndole una dosis de relativismo y cinismo. Es, antes que idealista, seguidor del pragmatismo y sus principios son reducidos y variantes, generalmente. Libertino, ambiguo, sus límites se reducen, la mayor parte de las veces, a su alta posición social, por lo cual no siente demasiado aprecio por las clases medias, por no hablar de las aún más inferiores. No rechaza el uso de drogas y disfruta de acompañar el opio con un laúd y la correspondiente percusión, entre una larga y cambiante lista de caprichos.
Como miembro de la clase privilegiada, apoya firmemente el sistema establecido, ya que su modelo de vida se sustenta en él:
“¿Inconmovible? Querida, me ofende al considerarme como tal. Comprendo a la perfección sus ansias de libertad. Yo mismo las poseo y entiendo cuán refrescante es escuchar la suave y sensual brisa de sus palabras. El único problema es que su libertad es a costa de la mía y, como comprenderá, no sería justo obligarme a una esclavitud que no merezco.”
Para él, cada cual tiene su lugar en esta sociedad. Ciertamente, no es algo inamovible y hay personas que se merecen ascender en cierta medida, pero son casos excepcionales y, por regla general, espera que cada cual permanezca en el puesto asignado en su nacimiento como “pequeños engranajes de la gran y maravillosa fábrica que es este mundo”. Los de abajo exprimen; los de arriba beben.
Pero, tampoco es que guarde mucho respeto a sus iguales, algo que puede verse en su opinión de su padre adoptivo:
“¿Gëreth? Ese viejo fósil. Pude ver cómo sus ojos lujuriosos se clavaban en la piel desnuda de mi torso la primera vez que nos conocimos. Tuve que tragarme cualquiera de mis palabras hasta que firmó el contrato de adopción, pero pongo a los dioses por testigos que luego se las devolví con crecidos intereses.”
A pesar de eso, las relaciones sociales son una parte importante de su vida, pero que nadie espere educación de su parte. Entre sus palabras de cortesía se esconde, sin que cueste mucho entreverla, una marcada hipocresía, utilizando el sarcasmo y cierta burla como métodos de diversión. Sin embargo, aunque no las rechaza todas las veces, no es que, precisamente, busque relacionarse con gente de estratos inferiores, aunque no siempre entiende como tal a lo que socialmente se estima así. Por ejemplo, tiene un cierto aprecio al Azor Escarlata, pues han revelado ser útiles.
En cuanto a la religión, oficialmente se define seguidor de los dioses venerados en Mirthira, cristiano para ojos externos, pero a veces podría considerarse que sólo expresa serlo como mofa, declarando con su ironía la existencia, la ayuda y la bondad de Dios, no dejando entrever si existen en realidad. Lo cierto es que ni cree, ni deja de creer:
“¿Para qué perder en tiempo intentando averiguar lo inaveriguable cuando puedes despilfarrarlo disfrutando de los placeres que nos otorgan?”.
Rehúsa y detesta el concepto de lealtad, ya que le parece una carga y una falsa ilusión, casi una necesidad de débiles. Para él, el verdadero significado de la palabra es el mero interés de ambas partes para cierto objetivo, una alianza temporal que puede romperse en cualquier momento. Tampoco le agrada ese sentimiento llamado amor, pues lo encuentra una debilidad y una losa sobre su cabeza más que la fuente de las fuerzas que muchos dicen recibir; así, pues, rechazaría cualquier insinuación acerca de él, aunque, desde luego, no rechazaría aprovecharse del mismo en cuerpo de otros. Por lo tanto, no tiene intenciones de casarse y, de hacerlo, sería como un mero contrato de conveniencia.
Su conciencia parece haberse tomado unas largas vacaciones; de hecho, él no recuerda haber tenido el gusto de conocerla. De esta manera, para él, el arrepentimiento no es sólo una debilidad, sino, además, una renuncia al propio ser.
“¿Cómo podría aceptarme si rechazara mis pecados? Son ellos los que me han hecho como soy”
Individualista, sin ideales, rechazando el concepto de patria y desvinculándose de las relaciones sentimentales, como ya se ha dicho, se siente más libre que los demás. A ellos les ve felices con sus ataduras, pero la mera idea de renunciar a lo que tiene por esa supuesta dicha, le provoca una sonora carcajada.
La verdad y la mentira son dos conceptos que se entrelazan tanto en su vida como en sus palabras; les gusta jugar con ellos, como parte de esa indeterminación que él podría llegar a considerar como arte, un caos que es bello por rechazar el orden y llegar hasta el punto de ser destructivo. Y es, en verdad, que disfruta del espectáculo que brindan los estragos de la desolación, bebiendo de ellos como un espectador en una obra de teatro.
Una de las pocas cosas que detesta de per se, el color de pelo de su familia. Como él mismo definiría:
“Un rubio bonito, atractivo, pero nada que pueda otorgarme demasiado que estime aceptable, ¿quién puede tomar en serio a alguien con esa tonalidad en el cabello? Yo, desde luego, no.”
Por lo tanto, tampoco es tan extraño que use tintes naturales para dotarle de una apariencia más oscura, ya sea castaña o morena. En realidad no lo hace por vergüenza, sino como una “forma de mejorarse”. Es narcisista hasta el punto de que las opiniones ajenas pierden cualquier importancia. Algunos podrían tildar su actitud de ignorancia, pero él no tendría duda de que le consideraran como tal por la propia que ellos acarrearan.
En la isla de Quíos, frente a la costa de Anatolia, se esconde uno de los secretos mejor guardados durante siglos. Su nombre es Mirthira, mi ciudad. Excavada en las entrañas de un macizo montañoso, rodea un lago que es la fuente de vida de la urbe. Sus orígenes son inciertos, sólo sabiéndose que es anterior a que las tribus jonias llegaran a la región y que la mayoría de sus habitantes descienden de los pobladores del siglo II, pues pocos son los que han logrado entrar (o salir) en su estricto aislamiento. Su nombre deriva de Mirhëj ir'Irthëjra (pronunciado miɾxɑj iɾ iɾθɑjɾä según el Alfabeto Fonético Internacional), que significa La Guarida de las Profundidades. Históricamente fue gobernada por una única dinastía, pero hace un siglo tres familias lograron dar un golpe de estado que transformó el sistema político de monarquía a oligarquía. Pero dejemos de hablar de historia y centrémonos en lo único que nos podría importar ahora, es decir: yo, Mah'Khälé Kajh.
Es difícil establecer el inicio factible para una historia, pero, dado que la que voy a relatar es relativa únicamente a mí, comenzaré por el día de mi nacimiento. El seis de noviembre del año dos mil quinientos veinte nueve para el calendario romano usado en la ciudad (diecisiete del mismo mes del mil setecientos setenta y seis para los países católicos) parece que decidí que había permanecido demasiado tiempo en el vientre de mi progenitora, o bien fue ésta la que prefirió deshacerse del peso que resultaba. Mi embarazo había durado alrededor de las treinta semanas, por lo que nací prematuro, y tan cansada de mí debía de estar Habila, mi madre, a la que nunca llamo como tal, que escogió antes morirse que aguantarme el resto de mi vida. No la guardo rencor; nunca la eché excesivamente en falta.
El adelantado parto, justo antes del invierno, hizo que mi salud se resintiera y estuviera a punto de no llegar al año de vida, algo que muchos hubieran agradecido. Sin embargo, no soy alguien que complazca por placer y altruismo, así que me sobrepuse y regresé con unos pulmones suficientemente fuertes como para que a nadie pudiera pasársele desapercibida mi presencia. No puede decirse que fuera un niño conformista y, aunque muchos lo llamen egoísmo, yo prefiero denominar como una ambición prematura a las sensaciones que me embargaban.
La relación paterno-filial que desarrollé con Iq’Haäl, mi otro progenitor, fue deteriorándose con los años, no en el sentido de que creciera el desagrado entre nosotros, sino que, más bien, comenzamos a entender nuestro vínculo como un contrato. Supongo que debía sentir aprecio y amor por mí, quizás por compartir sangre, pero la realidad era que él veía en mí una posibilidad para afianzar su estilo de vida, mientras que yo podría conseguir una propia en el proceso.
Ah, ¿todavía no lo he dicho? Pertenezco, por genética, a una de esas Grandes Familias que gobiernan Mirthira, los Angkar. Iq’Haäl es primo del actual cabeza de familia, Sahül, por lo que siempre gocé de una posición privilegiada, aunque esa es una palabra con connotaciones que pondría en duda, así que mejor usaré posición debidamente heredada. El problema de nuestro lugar era, precisamente, que no teníamos acceso a la herencia, o no a la mayor parte de ella, así que, con el paso de los años, se nos presentaría una oportunidad, o más bien Iq’Haäl elaboraría el camino para que ésta se diera.
No tuve grandes relaciones durante mi infancia, pues tampoco eran tan abundantes los infantes con un rango social parejo al que yo ostentaba. Ya de pequeño entendía el concepto del estatus y, por lo tanto, mis amistades se limitaron a los hijos de personajes con importancia en la urbe como el rechoncho primogénito de uno de los pocos con permiso para comerciar con el exterior. Además, Iq’Haäl me garantizó una rica educación, como era costumbre, aprendiendo conocimientos propios de Mirthira así como otros relacionados con el resto del mundo, conocimientos cuya mayor parte de ellos yo entendía como banales y superficiales; luego comprendería que el propio mundo es banal y superficial y que es a través de esas nimiedades por lo que se disfruta y por lo que se puede llegar a controlar. También fui instruido en las artes mágicas, disciplinas reservadas a la élite de la sociedad y prohibidas para los demás.
Fue a los catorce años cuando me pseudo-independicé de mi familia. Me compré una residencia en el barrio aristocrático, no tan espectacular como la de mis tíos segundos, pero al menos no tenía que soportar al modosito de mi primo, Brahïel, el heredero de la familia; prefería tenerle lejos, pues no estaba seguro de poder controlar mi lengua en su presencia. La ciudad del Thir, nombre del lago, se me reveló desde entonces como un palacio dorado donde poder escapar de esa rectitud moral que cundía en mi familia y que ni mi progenitor había estado dispuesto a seguir a rajatabla. No tardé en pasar buena parte de mi tiempo en El Templo de Lisnathaÿ, aquel burdel en el que los precios sólo quedaban superados por la calidad del género. No sólo ofrecían servicios carnales, sino también otro tipo de placeres; de hecho fue allí donde me contagié del gusto por la música y, a partir de entonces, buena parte del tiempo lo pasaba en mi casa con la mera compañía de mi laúd. No se puede decir que el tiempo invertido no diese sus frutos. No fue el único hábito que adquirí; además, cogí afición por las saunas y un club de lucha cuerpo a cuerpo, los cuales me ayudan con la higiene y el mantener el cuerpo activo y en forma; tampoco no se puede decir que las vistas y el contacto cuerpo a cuerpo no fueran… excitantes. Fue allí donde conocí a Thibat Issat, líder de una reconocida… banda ilegítima llamada el Azor Escarlata, en honor al pájaro teñido de dicho color que usan para firmar sus crímenes.
Disfruté de esos años. ¡Oh, sí! Fueron buenos tiempos. Sin embargo, Iq’Haäl tenía planes para mí y para ello debíamos limpiar mi nombre. En un principio me mostré reacio a renunciar a mi libertino estilo de vida, pero pronto pude ver en claro los objetivos que me marcaban y cómo podían ser beneficiosos para mí.
A los diecinueve años me presentaron a Gëreth Kajh, el cabeza de la Gran Familia que lideraba los cultivos en Krasnó, una colonia de esclavos y convictos, oculta en Eolia, de la que dependía la subsistencia de Mirthira. Homosexual reconocido, pues esa preferencia sexual no está mal vista allí, sin pareja y sin hijos. El encuentro tuvo apariencia de casual, pero fue, desde luego, premeditado. Mi aspecto altivo y mi particular humor se vieron sustituidos por primera vez por una aparentemente sincera cordialidad, unos modales impecables y un ánimo bondadoso, a la par que perspicaz. Una mera fachada para engañar al viejo que espero no tener que volver a repetir. Moviendo influencias, se creó el rumor de que Iq’Haäl había renunciado a mí como hijo y, por lo tanto, me encontraba legalmente huérfano, habladurías que no me esforcé en desmentir, sino que me apresuré a reafirmar. Así fue que Gëreth me acogió bajo su protección. No fue una buena época, ya que las horas que debía pasar fingiendo se multiplicaron; supongo que tenían razón cuando, de pequeño, mi aya decía que tenía madera para el teatro. Fue un año después, contando yo con veintiuno, cuando, por fin, Gëreth me adoptó, convirtiéndome en el heredero legítimo de los Kajh y liberándome, al fin, de mi papel.
El Azor Escarlata y yo habíamos llegado a un acuerdo: una vez alcanzada mi nueva posición, yo les garantizaría libertad de movimientos a cambio de un porcentaje del botín y una inmunidad sólo rota para no levantar sospechas. Así pues, constituían otra parte del plan que sustentaba mi ascenso, amenazando a Gëreth con acabar con todos y cada uno de los Kajh si se atrevía a deshacer el apadrinamiento sobre mí, al descubrir mi verdadera personalidad. El viejo, amargado, se retiró en buena medida de la vida pública, lo cual agradezco, pues no me gusta tenerle incordiando.
Desde entonces, recuperé la vida que había dejado en pausa, pues nunca había tenido intención alguna de darla por terminada. Dejé de frecuentar los burdeles con esa asiduidad, prefiriendo el entorno familiar que ofrece la villa que compré, remodelando varias zonas y rescatándolas del horrendo sentido del gusto que tenían sus anteriores propietarios y adecuándolo a la moda actual.
Hace un par de meses que llegó a la isla la noticia de que un nuevo gobierno se había instaurado en Francia, derrocando una monarquía como ya lo había sido en mi propia ciudad, lo cual picó mi curiosidad. Los miembros de las Grandes Familias están exentos de la prohibición de salir de Mirthira y, como resultaba costumbre visitar el mundo externo para aquel que se lo pudiera permitir, yo escogí dirigirme a aquel lugar que, según lo que había aprendido, era la cuna de la cultura y del buen gusto del mundo actual. El chasco que me llevaría tendría proporciones épicas.
Es difícil establecer el inicio factible para una historia, pero, dado que la que voy a relatar es relativa únicamente a mí, comenzaré por el día de mi nacimiento. El seis de noviembre del año dos mil quinientos veinte nueve para el calendario romano usado en la ciudad (diecisiete del mismo mes del mil setecientos setenta y seis para los países católicos) parece que decidí que había permanecido demasiado tiempo en el vientre de mi progenitora, o bien fue ésta la que prefirió deshacerse del peso que resultaba. Mi embarazo había durado alrededor de las treinta semanas, por lo que nací prematuro, y tan cansada de mí debía de estar Habila, mi madre, a la que nunca llamo como tal, que escogió antes morirse que aguantarme el resto de mi vida. No la guardo rencor; nunca la eché excesivamente en falta.
El adelantado parto, justo antes del invierno, hizo que mi salud se resintiera y estuviera a punto de no llegar al año de vida, algo que muchos hubieran agradecido. Sin embargo, no soy alguien que complazca por placer y altruismo, así que me sobrepuse y regresé con unos pulmones suficientemente fuertes como para que a nadie pudiera pasársele desapercibida mi presencia. No puede decirse que fuera un niño conformista y, aunque muchos lo llamen egoísmo, yo prefiero denominar como una ambición prematura a las sensaciones que me embargaban.
La relación paterno-filial que desarrollé con Iq’Haäl, mi otro progenitor, fue deteriorándose con los años, no en el sentido de que creciera el desagrado entre nosotros, sino que, más bien, comenzamos a entender nuestro vínculo como un contrato. Supongo que debía sentir aprecio y amor por mí, quizás por compartir sangre, pero la realidad era que él veía en mí una posibilidad para afianzar su estilo de vida, mientras que yo podría conseguir una propia en el proceso.
Ah, ¿todavía no lo he dicho? Pertenezco, por genética, a una de esas Grandes Familias que gobiernan Mirthira, los Angkar. Iq’Haäl es primo del actual cabeza de familia, Sahül, por lo que siempre gocé de una posición privilegiada, aunque esa es una palabra con connotaciones que pondría en duda, así que mejor usaré posición debidamente heredada. El problema de nuestro lugar era, precisamente, que no teníamos acceso a la herencia, o no a la mayor parte de ella, así que, con el paso de los años, se nos presentaría una oportunidad, o más bien Iq’Haäl elaboraría el camino para que ésta se diera.
No tuve grandes relaciones durante mi infancia, pues tampoco eran tan abundantes los infantes con un rango social parejo al que yo ostentaba. Ya de pequeño entendía el concepto del estatus y, por lo tanto, mis amistades se limitaron a los hijos de personajes con importancia en la urbe como el rechoncho primogénito de uno de los pocos con permiso para comerciar con el exterior. Además, Iq’Haäl me garantizó una rica educación, como era costumbre, aprendiendo conocimientos propios de Mirthira así como otros relacionados con el resto del mundo, conocimientos cuya mayor parte de ellos yo entendía como banales y superficiales; luego comprendería que el propio mundo es banal y superficial y que es a través de esas nimiedades por lo que se disfruta y por lo que se puede llegar a controlar. También fui instruido en las artes mágicas, disciplinas reservadas a la élite de la sociedad y prohibidas para los demás.
Fue a los catorce años cuando me pseudo-independicé de mi familia. Me compré una residencia en el barrio aristocrático, no tan espectacular como la de mis tíos segundos, pero al menos no tenía que soportar al modosito de mi primo, Brahïel, el heredero de la familia; prefería tenerle lejos, pues no estaba seguro de poder controlar mi lengua en su presencia. La ciudad del Thir, nombre del lago, se me reveló desde entonces como un palacio dorado donde poder escapar de esa rectitud moral que cundía en mi familia y que ni mi progenitor había estado dispuesto a seguir a rajatabla. No tardé en pasar buena parte de mi tiempo en El Templo de Lisnathaÿ, aquel burdel en el que los precios sólo quedaban superados por la calidad del género. No sólo ofrecían servicios carnales, sino también otro tipo de placeres; de hecho fue allí donde me contagié del gusto por la música y, a partir de entonces, buena parte del tiempo lo pasaba en mi casa con la mera compañía de mi laúd. No se puede decir que el tiempo invertido no diese sus frutos. No fue el único hábito que adquirí; además, cogí afición por las saunas y un club de lucha cuerpo a cuerpo, los cuales me ayudan con la higiene y el mantener el cuerpo activo y en forma; tampoco no se puede decir que las vistas y el contacto cuerpo a cuerpo no fueran… excitantes. Fue allí donde conocí a Thibat Issat, líder de una reconocida… banda ilegítima llamada el Azor Escarlata, en honor al pájaro teñido de dicho color que usan para firmar sus crímenes.
Disfruté de esos años. ¡Oh, sí! Fueron buenos tiempos. Sin embargo, Iq’Haäl tenía planes para mí y para ello debíamos limpiar mi nombre. En un principio me mostré reacio a renunciar a mi libertino estilo de vida, pero pronto pude ver en claro los objetivos que me marcaban y cómo podían ser beneficiosos para mí.
A los diecinueve años me presentaron a Gëreth Kajh, el cabeza de la Gran Familia que lideraba los cultivos en Krasnó, una colonia de esclavos y convictos, oculta en Eolia, de la que dependía la subsistencia de Mirthira. Homosexual reconocido, pues esa preferencia sexual no está mal vista allí, sin pareja y sin hijos. El encuentro tuvo apariencia de casual, pero fue, desde luego, premeditado. Mi aspecto altivo y mi particular humor se vieron sustituidos por primera vez por una aparentemente sincera cordialidad, unos modales impecables y un ánimo bondadoso, a la par que perspicaz. Una mera fachada para engañar al viejo que espero no tener que volver a repetir. Moviendo influencias, se creó el rumor de que Iq’Haäl había renunciado a mí como hijo y, por lo tanto, me encontraba legalmente huérfano, habladurías que no me esforcé en desmentir, sino que me apresuré a reafirmar. Así fue que Gëreth me acogió bajo su protección. No fue una buena época, ya que las horas que debía pasar fingiendo se multiplicaron; supongo que tenían razón cuando, de pequeño, mi aya decía que tenía madera para el teatro. Fue un año después, contando yo con veintiuno, cuando, por fin, Gëreth me adoptó, convirtiéndome en el heredero legítimo de los Kajh y liberándome, al fin, de mi papel.
El Azor Escarlata y yo habíamos llegado a un acuerdo: una vez alcanzada mi nueva posición, yo les garantizaría libertad de movimientos a cambio de un porcentaje del botín y una inmunidad sólo rota para no levantar sospechas. Así pues, constituían otra parte del plan que sustentaba mi ascenso, amenazando a Gëreth con acabar con todos y cada uno de los Kajh si se atrevía a deshacer el apadrinamiento sobre mí, al descubrir mi verdadera personalidad. El viejo, amargado, se retiró en buena medida de la vida pública, lo cual agradezco, pues no me gusta tenerle incordiando.
Desde entonces, recuperé la vida que había dejado en pausa, pues nunca había tenido intención alguna de darla por terminada. Dejé de frecuentar los burdeles con esa asiduidad, prefiriendo el entorno familiar que ofrece la villa que compré, remodelando varias zonas y rescatándolas del horrendo sentido del gusto que tenían sus anteriores propietarios y adecuándolo a la moda actual.
Hace un par de meses que llegó a la isla la noticia de que un nuevo gobierno se había instaurado en Francia, derrocando una monarquía como ya lo había sido en mi propia ciudad, lo cual picó mi curiosidad. Los miembros de las Grandes Familias están exentos de la prohibición de salir de Mirthira y, como resultaba costumbre visitar el mundo externo para aquel que se lo pudiera permitir, yo escogí dirigirme a aquel lugar que, según lo que había aprendido, era la cuna de la cultura y del buen gusto del mundo actual. El chasco que me llevaría tendría proporciones épicas.
Otros Datos
• Sabe tocar el laúd árabe.
• Ha traído consigo dos parejas de azores de su colección privada.
• Su nombre real se pronuncia mäxʼkχəle käjx y significa "aquel bendecido con abundancia".
• Ha traído consigo dos parejas de azores de su colección privada.
• Su nombre real se pronuncia mäxʼkχəle käjx y significa "aquel bendecido con abundancia".
Última edición por Caleb Thanos el Miér Sep 18, 2013 8:23 am, editado 5 veces
Caleb Thanos- Hechicero Clase Alta
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Re: Caleb Thanos // Mah'Khälé Kajh
FICHA APROBADA
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES.
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Asagi Dunkelheit- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/01/2011
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