Maëlle K. Frieh

Maëlle Klemencé Frieh


24 años - reales y aparentes


Licántropo


Baja


Heterosexual


Grenoble, Francia


Sentidos Aumentados | Reflejos sobrehumanos | Memoria Fotográfica | Sanación Acelerada | Sentido del Peligro

Los cabellos rubios y ondulados caen desordenados por su blanca espalda. Maraña de cabellos sin sentido y sin fin que parecen no haber conocido nunca las cerdas de un cepillo desenredante. Detrás de ella se puede admirar el fino rostro que conserva, las facciones casi perfectas e inquietantes, los ojos claros y penetrantes. La sonrisa pérdida.

Las ropas sucias, gastadas, llenas de lodo y hojas secas del bosque que se adhieren incluso a su cabello: Han sido una y otra vez lavadas en un intento fallido de quitar las manchas que dejan los días. Las usa una y otra vez a falta de otras. Entre ellas, una medalla de oro cuelga de su cuello, él único recuerdo que queda de su pasada vida. Unos meses de cumplir los diecinueve años conoció a Amadeus y supo que él debía ser su compañero para toda la vida: Tres meses después de ello, estaban casados.

Y aún con su harapiento vestir y su, para algunos, indeseable presencia, todavía queda indicio de alta alcurnia en su lento caminar.




Las apariencias engañan. Maëlle, con su cabello rubio, sus ojos claros, su rostro de doncella, su dulce voz, es el perfecto ejemplo de que aquella frase puede resultar muy cierta y puede que incluso alguien decida hacer una jugarreta y luego de cambiar un poco su ropa, te engañe por unos instantes. Pero no, de aquella señorita refinada del pasado ya muy poco queda. El tiempo se encarga de cambiar a las personas, las circunstancias de la vida nos vuelve seres que jamás pensamos ser. La vida da tantas vueltas que no tienes idea a donde irás a parar. Maëlle podría haber decidido seguir el sendero que la llevase hacia sus seres queridos. ¡Y vaya que lo pensó muchas veces! No pueden ser enumeradas las ocasiones en que una daga estuvo cerca de su corazón, y eligió sin embargo seguir el camino más difícil: El de sobrevivir. Quizás sea su inagotable perseverancia o su testaruda terquedad lo que la lleva a seguir. Continuar sin importar cuando lodoso y oscuro se vuelva el camino. Un rumbo que ha sido trazado y que ella siente debe seguir hasta el final, porque así estaba predispuesto el día en que nació. Porque Maëlle cree en el destino y se ha convencido que éste era el suyo.


Con las circunstancias de la vida, Maëlle se ha convertido en un ser poco sociable, porque ha perdido la capacidad de relacionarse con otros, porque su comportamiento provoca que el resto se aleje lentamente, porque es única, porque es diferente, porque es salvaje. Corazón de doncella transformado en un ser salvaje. Si, salvaje. Libre como el viento. Sin ataduras, ni normas sociales. ¿Los modales? Se han quedado guardados en algún lugar recóndito de su mente. Y nacido de nuevo para nacer libre. Porque ha olvidado completamente lo que aprendió durante veintitrés años de su vida y se ha dedicado a disfrutar de la naturaleza, a bañarse con la lluvia, a reírse con el bosque, a mirar al sol a la cara. A abrigarse con las estrellas en la noche. ¿Miedo alguno al que dirán? ¿Qué podría ella perder? Miles de veces se ha bañado desnuda en el río, miles de veces ha corrido por los prados.

La libertad la ha transformado en un ser solitario. . No mira tu rostro cuando te habla, las palabras vagan cortantes hasta perderse en la nada, muchas veces sigue su camino como si tú ni siquiera existieras. No entabla relaciones con facilidades, pero las que mantiene lo hace con sinceridad. Porque pasional, porque posesiva y territorial, porque ama con todo el corazón y odia desde lo más profundo de su ser. Que sea solitaria no tiene relación alguna con que sea pacífica. No lo es, en ninguna situación y bajo ningún concepto. Tal cual, como los lobos salvajes, saca las garras y afila los dientes. Un, dos, tres, será mejor correr antes de lamentarlo.

Podría apostar que te has imaginado a un ser invencible, una chica fuerte a la que nada le importa, con seguridad inquebrantable. Un ser renovado y nacido salvaje. Todavía queda fragilidad en su ser, miedo. Miedo al que dirán, miedo a ser descubierta, miedo a las noches de luna llena que la transforman en algo que pierde sus cabales. Miedo a no tener libertad completa de su cuerpo.






¡Oh Grenoble, la dulce Grenoble! Con sus fervientes calles, con su acelerado progreso, con su amigable gente. A finales del siglo 1700, la familia Frieh gozaba de una posición social acomodada y prestigio de sobra en la ciudad. Con sus nueve hijos, esperaban ese invierno a la que - según sus propias palabras- sería la décima y última de la familia. Una fría mañana de invierno, cuando las aves ya no cantan y el sol no se atreve ni siquiera a asomar, nació una pequeña y hermosa niña de tez blanca, con rizos de oro y mejillas rosadas. "Maëlle exclamó su madre apenas la vio, le recordaba tanto a su difunta hermana que debía, por cuestión de principios y obvio afecto, bautizar a la niña en su honor.

Maëlle fue criada como si fuese una princesa de verdad. Con tantas buenas costumbres, con tanta educación, que a temprana edad se había convertido en una candidata perfecta para contraer matrimonio. A sus quince años, varios lobos hambrientos — como solía llamarlos su padre — rondaban el hogar en busca de conseguir su mano. Poco antes de cumplir los diecinueve años conoció a Amadeus, de inmediato le pareció el hombre perfecto para contraer matrimonio: Seis meses después caminaba de su mano por las calles de Grenoble, como su esposa. Amadeus era un hombre bueno — al menos así lo creyó Maëlle y lo sigue haciendo —, hijo de uno de los banqueros de la ciudad, ser perfila como su sucesor haciéndose ya cargo del negocio familiar. ¡La vida era tan buena siendo su esposa! Y lo fue durante tres años y algunos meses, hasta aquel fatídico día.

Era el cumpleaños número veintitrés de Maëlle, toda la familia se reunía en casa de los Frieh. ¡Si sólo hubiesen corrido más rápido! ¡Si sólo lo hubiesen visto venir! El alcohol se había vuelto el alma de la fiesta y el olor del licor inundaba el hogar. Eran las doce con cuarenta y cinco minutos de la noche y la luna llena se podía ver desde el gran ventanal del salón. ¡Y las puertas se abrieron súbitamente! ¡Y la manada de lobos entró en la casa de la nada! Los gritos, los alaridos, la sangre. ¿Por qué no sólo morderles y dejar que se unieran a ellos? ¡No! ¿Por qué tenían que matarles? Uno por uno los cuerpos fueron cayendo ante los ojos de Maëlle, toda su familia agonizaba ante los ojos de una joven asustada escondida detrás de un sofá. La puerta estaba tan cerca que creyó que podría escapar y lo hizo, con la única excepción de que uno de los lobos olfateó su miedo y la mordió. Y luego, en un hecho inexplicable, toda la manada se volvió hacia los cadáveres y a Maëlle le perdonaron la vida.

No sabe como sus pies caminaron tanto hasta llegar a París. No tenía dinero y sus ropas estaban ensangrentadas. Después de días de haber recorrido aquel largo sendero y estar sentada bajo la sombra de un árbol del bosque a las afueras de la ciudad, comprendió que estaba completamente sola.

Más de un año a pasado de la fatídica tragedia. Maëlle es casi un ser irreconocible, poco queda de la dulce señorita que ostentaba lujosas joyas en su ciudad natal. Ahora en París, es la nada más. Y las noches de luna llena, la dulce llena, la sigue atormentando con la, para ella, oscura maldición.




- Desde que llegó a París no tiene un hogar fijo. Por ello vive en el bosque.

- Siempre ha tenido miedo de ser reconocida por algún ex- amigo de la familia, por ello camina siempre con la cabeza baja.