AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Vientos de cambio {Agustin Giustozzi}
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Vientos de cambio {Agustin Giustozzi}
“El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca.”
Immanuel Kant.
Immanuel Kant.
Eran tiempos difíciles.
Charles ya lo sabía, desde mucho antes. Venían cambios terribles y ellos, los Sobrenaturales tendrían que adaptarse a los nuevos tiempos o desaparecer. Los Humanos habían mejorado sus armas, depredaban los bosques con mayor facilidad, vivían más tiempo e investigaban sobre cosas que antes sólo eran cuentos para niños.
Lo peor vino de mano de la Iglesia; ella, infalible y despiadada, era quien había destinado los mayores recursos a la persecución de los de su especie. Los Inquisidores no transaban, eran metódicos, constantes, inteligentes y brutalmente efectivos en la cacería de sus enemigos. Pero Charles era zorro viejo y no le sorprendía la osadía de los Mortales; era hasta casi natural, dado el curso de su evolución, pero ellos, los Sobrenaturales, todavía contaban con superioridad y algunos recursos que habían mantenido el implacable avance del Hombre a raya... hasta que sus propios hermanos los traicionaron. La Inquisición los había dividido. Y el Hombre se erguía, arrogante, como el único vencedor.
Hasta entonces, Charles nunca se preocupó de los humanos. En sus incontables años, se dedicó a aprender de sus hermanos caninos; vivió en manadas, se casó, abandonó a su familia y se volvió Errante. Su fama de gurú le rodeó siempre de los mejores Cambiaformas y Licántropos, a quienes educó en aras de la magia y la ciencia, que, a fin de cuentas, eran la misma cosa con diferente nombre.
Y cuando menos lo esperó, la discípula que tanto esperara había llegado a su vida de la manera más insospechada. Fue aquel pequeño cambio el primero, el más importante, el que selló su destino... La muerte, la pobreza, el sigilo no eran más que parte de su mascarada. Y mientras el mundo cambiaba, él seguía alerta. Eso siempre sería así.
En estas y otras cuestiones ocupaba el Can sus pensamientos, cuando entró a la taberna y pidió el mismo trago de siempre: para ser francés, era un degustador excelso del güisqui. El tabernero, viejo y leal conocido suyo, le prodigó las atenciones de siempre; cruzaron dos o tres frases simples, se miraron a los ojos y se despidieron en silencio, luego de lo cual, el “Zorro “ se sumió en sus preocupados pensamientos, sin prestar demasiada atención a su entorno.
Entonces..., lo olió... y lo conoció.
Aquel muchachito era un simple mortal; insignificante en su apariencia, un obrero más para la mayoría de los que frecuentaba el lugar; diríase que era un niño aprendiendo de la vida. Pero el “Zorro” sabía que debajo de esa apariencia pueril se escondía un cazador; bajo esa mirada ingenua dormía un ávido aprendiz del mundo inmortal; ese chiquillo estaba justo en el punto de quiebre para convertirse en un aliado acérrimo de los No Humanos... o en el más acérrimo enemigo.
Y Charles estaba en el lugar preciso, a la hora precisa.
Se acercó a la mesa del chico y le tendió un vaso:
– ¿Acompañas a un viejo para que no beba solo? –
De la respuesta del joven varón dependería todo.
***
Charles ya lo sabía, desde mucho antes. Venían cambios terribles y ellos, los Sobrenaturales tendrían que adaptarse a los nuevos tiempos o desaparecer. Los Humanos habían mejorado sus armas, depredaban los bosques con mayor facilidad, vivían más tiempo e investigaban sobre cosas que antes sólo eran cuentos para niños.
Lo peor vino de mano de la Iglesia; ella, infalible y despiadada, era quien había destinado los mayores recursos a la persecución de los de su especie. Los Inquisidores no transaban, eran metódicos, constantes, inteligentes y brutalmente efectivos en la cacería de sus enemigos. Pero Charles era zorro viejo y no le sorprendía la osadía de los Mortales; era hasta casi natural, dado el curso de su evolución, pero ellos, los Sobrenaturales, todavía contaban con superioridad y algunos recursos que habían mantenido el implacable avance del Hombre a raya... hasta que sus propios hermanos los traicionaron. La Inquisición los había dividido. Y el Hombre se erguía, arrogante, como el único vencedor.
Hasta entonces, Charles nunca se preocupó de los humanos. En sus incontables años, se dedicó a aprender de sus hermanos caninos; vivió en manadas, se casó, abandonó a su familia y se volvió Errante. Su fama de gurú le rodeó siempre de los mejores Cambiaformas y Licántropos, a quienes educó en aras de la magia y la ciencia, que, a fin de cuentas, eran la misma cosa con diferente nombre.
Y cuando menos lo esperó, la discípula que tanto esperara había llegado a su vida de la manera más insospechada. Fue aquel pequeño cambio el primero, el más importante, el que selló su destino... La muerte, la pobreza, el sigilo no eran más que parte de su mascarada. Y mientras el mundo cambiaba, él seguía alerta. Eso siempre sería así.
En estas y otras cuestiones ocupaba el Can sus pensamientos, cuando entró a la taberna y pidió el mismo trago de siempre: para ser francés, era un degustador excelso del güisqui. El tabernero, viejo y leal conocido suyo, le prodigó las atenciones de siempre; cruzaron dos o tres frases simples, se miraron a los ojos y se despidieron en silencio, luego de lo cual, el “Zorro “ se sumió en sus preocupados pensamientos, sin prestar demasiada atención a su entorno.
Entonces..., lo olió... y lo conoció.
Aquel muchachito era un simple mortal; insignificante en su apariencia, un obrero más para la mayoría de los que frecuentaba el lugar; diríase que era un niño aprendiendo de la vida. Pero el “Zorro” sabía que debajo de esa apariencia pueril se escondía un cazador; bajo esa mirada ingenua dormía un ávido aprendiz del mundo inmortal; ese chiquillo estaba justo en el punto de quiebre para convertirse en un aliado acérrimo de los No Humanos... o en el más acérrimo enemigo.
Y Charles estaba en el lugar preciso, a la hora precisa.
Se acercó a la mesa del chico y le tendió un vaso:
– ¿Acompañas a un viejo para que no beba solo? –
De la respuesta del joven varón dependería todo.
***
Charlemagne Noir- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : A los pies de Épsilon, siempre protegiéndola
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Re: Vientos de cambio {Agustin Giustozzi}
Sobre todas las cosas, me siento feliz estar en parís, la alegría que nunca tuve en Italia la tengo aquí, fue una buena idea venir un temporada, sí, me iba a quedar un temporada aquí en parís, junto con mi padre, quisiera saber que negocioso tiene por esa razón cuando llegue de su trabajo le pediré que me enseñe lo que hace, así, tal vez, podría ayudarle con gusto. Me encuentro recostado todavía en mi cama, tengo pereza de salir de ella, es tan cómoda, tan placentera, tan caliente que no me gustaría desprenderme de ese calor que tiene mi cuerpo por la cama y las sabanas sobre mi, de seguro mi padre se levanto temprano, se levanto a trabajar, sin decirme nada, pero ni modo. De seguro todavía no sea costumbre que alguien este en su casa y menos su hijo que, nunca había estado conmigo, solo por cartas y ahora al tener aquí tendrá que modificar su rutina o eso pienso.
Me levante con pereza, alejando las sabanas de mi cuerpo, había dicho que prepararan el baño, de ese modo cuando me levantara solo ir directo al cuarto de baño y es como le hicieron. Al llegar me desprendí de mi poca ropa, que consistía en un pantalón blanco cómodo y una camisa azul marino, y me introducir a la bañera, comenzando a limpiar mi cuerpo con un trapo. Al terminar, salí de la tina y me puse una toalla alrededor de mi cintura, y la otra comencé a secar mi rostro, mi torso y mi espalda, deje la toalla sobre la cama y fue a escoger mi ropa, unos pantalones negros, camisa roja y un chaleco, me los puse rápido y comencé a peinarme, mirándome en el espejo siempre había tenido ojeras, como si nunca durmiera, pero siempre duermo muy bien, placenteramente bien diría yo.
Termine de arreglarme, salí de mi habitación, baje las escaleras y fue al comedor para desayunar un poco, sabiendo que padre no estaría, me senté en la silla, me sentía completamente solo, la mesa grande, en fin, costumbre, costumbre. Llego una de las sirvientas dejándome el plato de desayuno, después leche, comencé a comer solo, pensando en lo que iba hacer hoy, nada interesante por lo que veo. Deje el plato medio lleno, y medio vaso de leche que había tomado, me levante y me dirigí a la puerta, tome mi chaqueta negra y me la puse, mire alrededor y suspire, no había nadie y tampoco le iba a decir a donde iba ir, este día quería que fuera para mi, solamente yo y mis aventuras que empezarán al salir de esta casa.
A decir verdad, no sabía a donde ir. Llevaba mucho tiempo fuera de la casa, ya era tardecito, de repente, llegue a un lugar que me llamo la atención, nunca la había visitado, era la taberna de parís, de ese modo mis piernas fueron hasta ahí, dude por un momento en entrar pero finalmente entre, mirando que algunas personas se me quedaban viendo como si fuera un bicho raro o que tuviera dos cabezas, suspire un poco ingresando por competo al lugar. Al acercarme escuche la voz de un señor, que atrajo mi atención, me senté a su lado, y mire todas las botellas de licor-Cl-Claro..-Susurré, pero no sabia que pedir así que me quede callado, sin sabe que pedir, no soy un tomar, y no se porque estoy en este lugar pero ya no puedo salir corriendo como una niña asustada.
Me levante con pereza, alejando las sabanas de mi cuerpo, había dicho que prepararan el baño, de ese modo cuando me levantara solo ir directo al cuarto de baño y es como le hicieron. Al llegar me desprendí de mi poca ropa, que consistía en un pantalón blanco cómodo y una camisa azul marino, y me introducir a la bañera, comenzando a limpiar mi cuerpo con un trapo. Al terminar, salí de la tina y me puse una toalla alrededor de mi cintura, y la otra comencé a secar mi rostro, mi torso y mi espalda, deje la toalla sobre la cama y fue a escoger mi ropa, unos pantalones negros, camisa roja y un chaleco, me los puse rápido y comencé a peinarme, mirándome en el espejo siempre había tenido ojeras, como si nunca durmiera, pero siempre duermo muy bien, placenteramente bien diría yo.
Termine de arreglarme, salí de mi habitación, baje las escaleras y fue al comedor para desayunar un poco, sabiendo que padre no estaría, me senté en la silla, me sentía completamente solo, la mesa grande, en fin, costumbre, costumbre. Llego una de las sirvientas dejándome el plato de desayuno, después leche, comencé a comer solo, pensando en lo que iba hacer hoy, nada interesante por lo que veo. Deje el plato medio lleno, y medio vaso de leche que había tomado, me levante y me dirigí a la puerta, tome mi chaqueta negra y me la puse, mire alrededor y suspire, no había nadie y tampoco le iba a decir a donde iba ir, este día quería que fuera para mi, solamente yo y mis aventuras que empezarán al salir de esta casa.
A decir verdad, no sabía a donde ir. Llevaba mucho tiempo fuera de la casa, ya era tardecito, de repente, llegue a un lugar que me llamo la atención, nunca la había visitado, era la taberna de parís, de ese modo mis piernas fueron hasta ahí, dude por un momento en entrar pero finalmente entre, mirando que algunas personas se me quedaban viendo como si fuera un bicho raro o que tuviera dos cabezas, suspire un poco ingresando por competo al lugar. Al acercarme escuche la voz de un señor, que atrajo mi atención, me senté a su lado, y mire todas las botellas de licor-Cl-Claro..-Susurré, pero no sabia que pedir así que me quede callado, sin sabe que pedir, no soy un tomar, y no se porque estoy en este lugar pero ya no puedo salir corriendo como una niña asustada.
Agustin Giustozzi- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 20/05/2012
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