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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Lun Abr 22, 2013 11:41 pm

“La noche llega. El inicio, el pie a la salida. Es el momento de volver a la lucha. Alzar cabeza antes de sentirla cortada”

Allí estaba, me había terminado de bañar hacía no menos de media hora, mis rizos lacios estaban levemente húmedos en lo que mis pasos se hacía presentes por la calle hacia el Hotel Des Arenes. Había dejado el carruaje en la esquina, intentaba disimular lo más que podía el encuentro que tendría con esas dos personas predestinadas. Como era el asunto? Fácil. Nuevamente mis ganas de estar en todo me habían llevado a una nueva misión. Mis ideales? Exactamente eso era. Deseaba unirme a un lado, dejar de ser neutral en todo. Desde que me había unido a La Alianza, los deseos de subir pasos hacia la gloria habían aumentado. El deseo de ayudar a la sociedad a cambiar, solo se podía hacer a la “fuerza”. Derrocando algunos ideales de la iglesia, y también de los gobiernos. El hecho de que no aceptaran nada. Todo debía ser como ellos querían. Pero no. Yo me negaba, ya me había enterado de los Fontaine. Y ahora que una nueva etapa empezaba, quería ayudar con todo lo que tenía y eso, lamentablemente, no era más que dinero y aquello que tanto amaba. La música, el cantar y poder jugar con el piano. Eran pequeñas, pues la verdad poco era lo que sabía del mundo, de historia o de política. Solo entendía que muchos querían estar tranquilos y en armonía, al igual que yo. Pues me había mudado desde Corea para sentir libertad, pero no sabía dónde estaba peor. Salir a las calles parisenses, daba miedo. Nunca sabes dónde te puedes encontrar un cazador o peor aún, un inquisidor! Ya que el inquisidor va contra todo ser sobre natural, al menos los cazadores eligen.

- Bonsoir Monsieur, hace unos días se reservó una sala para tres a nombre de Sir. Jaejoong. Si es tan amable, os pediría que me guieis allí. Ya habéis preparado las respectivas copas con el vino cerrado? Es una reunión muy importante, espero el vino sea de vuestros mejores…


Murmuraba en tanto el hombre me guiaba, era rechoncho, con una mata de cabello blanco y un chistoso mostacho que le sobresalía a ambos lados del rostro. La risa quería salir de mis labios, pero debía mantener la cordura. Allí llegaría una mujer y un hombre. Quienes serían las personas con las que formaría un grupo. Ellos debían ilustrarme, por un lado, el susurrante tenía el cargo de darme información. Sí, todo lo que supiera me lo tenía que informar, para así poder enviar una carta con las cosas nuevas de cada día. El ámbito de este grupo, se inclinaría a la filosofía y la música. Por esa razón había elegido a aquellas dos personas. No tenía idea como eran, sus nombres parecían de hombre y mujer, ambos eran intelectuales, así que sería un grupo de tres intelectuales. Dado que yo mismo me había apuntado a ayudar en espectáculos. Y sobre todo, en lo que se refería a música y vocalización. Estaba ansioso por ayudar con los preparativos para un banquete o alguna reunión que se fuese a dar prontamente.

-Me pregunto cómo serán ellos…

En tanto jugaba con mi vaso de whisky, pues había hecho traer una botella especialmente para mí, la había dejado junto al vino sin descorchar. No quería que haya ninguna sospecha, el miedo corría por mi piel. Sentía que cualquier persona podría entrar por la puerta. Lo único que esperaba era que no haya ningún sobre natural. Ya que quizá se reirían de mí, un vampiro de solo diez años, que los haya citado con una carta tan formal y “autoritaria” como la que había mandado. No me sentía yo mismo! Pero debía actuar, al menos por ahora tenía que mostrar toda la pinta de un aristócrata de primera mano y por sobre todo, nobleza y cordialidad. Tenía que guardarme mis faltas de respeto y mis malas frases al hablar… Aún no podía olvidar aquella carta, la había hecho escribir por mi ama de llaves. Aquella mujer realmente lo sabía todo, tanto que al leer lo que había puesto, sentía lo “pomposo” de la situación. Había pasado ambas cartas a mano y las había enviado con un todo de perfume de jazmín, el que habitualmente utilizaba. Me causaba gracia, pues entre el aroma a flor y el nombre en Coreano, quizá pensarían que era una mujer. De repente las ansias subieron por mi cuerpo en busca de la llegada de los invitados.

“Tiemblo por que el juego comience. Para poder así disfrutar y sentir el mundo libre que pronto llegará”


Última edición por Hero Jaejoong el Mar Abr 23, 2013 2:44 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Mar Abr 23, 2013 11:24 am

"Daría lo que fuera por saber... que solo sigue aquí bajo mis pies, pero no. Sigo siendo tan volátil como ayer."

Era de noche, por supuesto, y así debía serlo cada vez que nos reuniéramos. ¿Sería muy extraño para otros dos caballeros que su compañía femenina quisiera reunirse con ellos únicamente de noche? ¡Que malentendidos podría llegar a haber de ser así! Ya era tarde cuando un mozo me llamó para asegurar que tenía el carruaje listo, y su aviso consiguió que mis piernas, que solían permanecer firmes contra el suelo, temblaran; hacía un intento ridículo por ponerme unos pendientes de diamantes, la única joya que me atrevía a lucir a donde quiera que fuera. Los amaba tanto que, de ser presentada como una mujer presuntuosa y codiciosa, aceptaría con gusto los groseros apodos tan solo para conservar los pendientes. Todo fue con prisas y torpezas, tanto entre el personal de servicio como del mío. ¿Qué podía ocurrir dentro de mi que me hiciera cometer tantos tropiezos? Era extraño sentir los nervios a flor de piel cuando nunca antes había visto a aquellos hombres. Quizás se tratara de eso, de la incertidumbre y la duda. ¿Tendrían prejuicios en contra de que yo fuese mujer? ¡Tonterías! Eran intelectuales como yo, caballeros que conocían del arte y las bellezas más allá de la política y la religión.

Plantearlo de esa manera me relajó lo suficiente para dirigirme al hotel donde nos había citado el señor... ¿Jaejoong? Sin duda, era extranjero, pero me costaba un poco identificar el país exacto de donde provenía. La carta era una obra de arte en si, con una letra linda pero claramente humana, y una fragancia de jazmín que sería agradable para cualquier miembro de la realeza. Mientras el carruaje se acercaba al Hotel Des Arenes, yo seguía mirando la carta, que descansaba sobre mi falda color azul pálido. Por lo general, para cualquier ocasión en que necesitara salir, disponía de mi vestido preferido, uno rojo entallado, de gala, con un recogido precioso al frente, y un escote de lo más refrescante; sin embargo, esa noche pensé que valdría la pena disponer de mi viejo e inmaculado capital para comprar un modelo más nuevo y bonito, diría que incluso juvenil. La falda era tan vaporosa y volátil como una nube de color azul, y el corpiño, aunque entallado, estaba cubierto por una hermosa capa de encaje gris oscuro. Nada había que hacer por mi cabello, que seguía resultando demasiado incisivo con ese color rojo intenso; en un intento de endulzarlo, había colocado cientos de horquillas y unas pocas flores de jazmín en el tocado.

Cuando un hombre alto y de porte educado me recibió nada más entrar al hotel, le entregué muy gustosa unas pocas libras al mozo que me había acompañado en primer lugar. Sabía que en París el único uso que podría darles era para prenderles fuego, pero quizás, de ser más inteligente, decidiera negociar con un inglés de la caballeriza.

Oh, Merci, monsieur... ¿Sabe a donde puedo dirigirme para...? Si, si. Eso mismo. Será una cosita de nada. ¿Ya me esperan adentro? ¡Que pena! No tardaré nada, si pudiese guardar mi abrigo... Merci beaucoup.

Conforme atravesaba pasillo por pasillo, y salía hacia una habitación despampanante, mi tensión fue disminuyendo en picada, como si me resignara de camino a la orca. No les temía, ni tampoco repudiaba su compañía, pero resultaba realmente bochornoso hablar con otros dos caballeros cuando el tema central era la música. Sabía bien que si el tema salía de una manera poco profesional, yo no me detendría hasta sentir que se me rompiera la voz de tanto hablar, y aquel defecto en particular me hacía ver como una dama sumamente extraña en sociedad. Sin embargo, cuando crucé el umbral y descubrí a una única persona ahí, una sospecha me vino a la mente.

¿Mi lord? Oh, excusez-moi... estoy más adiestrada en el inglés que en el francés. ¿Usted es el señor Jaejoong? ¡Un gusto en conocerle, de verdad que si! Es mucho más joven y apuesto a como me lo imaginaba, aunque en realidad su carta ha sido fabulosa. Lamento si mi manera de hablar acaba por aturdirlo, estoy... emocionada.

Estaba casi por completo segura que mis mejillas debían ser del mismo color de mi cabello, pues, aunque no veía nada de malo en romper el hielo con una charla fluida desde el inicio, fue una gran sorpresa para mi descubrirme hablándole de aquella manera y con tal rapidez. Pocas mujeres resultaban tan desinhibidas a la hora de hablar con un desconocido, especialmente en una habitación, a excepción de unas cuantas solteronas que habían perdido parte de su pudor pues, ya sabían, su castidad estaría intacta para siempre. Y por supuesto, aunque yo no podía presumir de ser casta y pura, si que era un soltera empedernida. Suspiré y finalmente me callé, obsequiándole una sonrisa más bien tímida. Esperaba, en cualquier momento, al siguiente hombre.
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Mensaje por Theodor Wiesengrund Miér Abr 24, 2013 4:09 pm

“Muchas veces cuando alguien comete un error, pagan los que no han hecho nada.”
– Gustavo Flamerich.


Si golpear aquel reloj de bolsillo con su dedo no le dio resultados antes, ¿por qué habría de hacerlo ahora? Conocer la hora exacta era una tarea difícil en aquellos tiempos, preguntarle a alguien más sería incluso más inútil. En aquella pensión eran pocos los caballeros que vivían solos, quizás sólo un par más y él, pero por lo general la mayor parte de la gente trabajaba durante el día y sólo llegaba a dormir de noche. La naturaleza entonces era su única ayuda. Hace bastante el sol se había puesto y según sus propios cálculos debía estar rondando la hora en que fue citado. ¿Qué debe lucir alguien cuando tiene un encuentro como ese? No quiere parecer más pobre de lo que es por miedo a que no lo tomen en serio pero tampoco que crean que estuvo horas mirándose al espejo aún cuando si fue de ese modo.

La carta era clara pese a poseer detalles confusos para él. Un nombre que no le parece familiar, una serie de instrucciones a las que no está acostumbrado. Aquel nuevo trabajo significa ceder y plantearse también una serie de interrogantes sobre si lo que hace está correcto o no. Las tribulaciones se acumulan, lleva las manos en los bolsillos mientras camina hacia el lugar acordado. Las campanas de la iglesia le indican que efectivamente está llegando tarde y el apresurarse sólo le llena de polvo los zapatos y despeina su cabello que tardó en ordenar. No es extraño que se sienta defectuoso y muchos menos que crea no estar apto para todo aquello. Los resabios de las palabras de sus padres se mantienen impregnadas y un adjetivo por sobre todos se abre paso para recordarle que sería mejor dar media vuelta y dejar todo hasta ahí. MEDIOCRE. En letras grandes.


— Buenas noches, mi nombre es Theodor Wiesengrund y están esperándome.

Sí, aunque le cueste al hombre creerlo, alguien lo espera a él. Al de la corbata de moño y los lentes que le resbalan por la nariz. El Hotel da la bienvenida a todo aquel que desee entrar, siempre claro, que tengan con qué pagar, porque bien sabido es que con ese dueño que tiene es imposible que alguna concesión se permita para cualquier visitante. El traje del hombre que lo dirige se ve más impecable que el que él lleva, y Theo en un último esfuerzo comienza a quitarle pelusas a su chaqueta negra y limpiar los restos de tierra del dobladillo de su pantalón.

— Aquí es, Señor, el Señor y la Señorita ya lo están esperando.

Dos personas, un hombre y una mujer. Ahora recuerda con vaguedad que aquellos datos se encontraban en la carta, también el motivo que los reúne ahí y la posición que ocupa cada uno en el pequeño grupo que conforman. Todos se supone están enfocados en intentar lograr algún tipo de cambio en la sociedad, en aquello que siempre ha estado establecido y que han aceptado por mucho tiempo. Otros antes ya han comenzado a preparar el camino y está ahora en sus manos el continuar sobre la buena senda o simplemente echarlo todo a perder.

Dos rostros se giran y lo miran. ¿Es realmente así o es lo que él imagina? Sus ojos se abren como platos, intenta repasar lo poco que ha aprendido durante su reciente formación, pero lo que aparecía en los textos no es similar a ninguno de ellos. Prueba superada. Theodor les entrega a ambos una calida sonrisa y niega hacia quien los atiende cuando pide su abrigo, es evidente que el muchacho no lleva uno pero no está ahí para explicarle que el único que posee está bastante remendado y que tampoco es como si el clima estuviera tan helado para tener que usar uno.


— Buenas noches, lamento mucho la demora y los minutos en que debieron esperarme… — su mirada se dirige primero a la señorita, interesante cabello rojo y aún más interesante piel nívea expuesta, — un gusto mademoiselle… — su francés se mezcla con el natural acento alemán mientras inclina su cabeza en un gesto amable. No posee ese encanto que muchos otros hombres tienen pero lo intenta, — Sir Jaejoong, disculpe usted mi retraso, soy Theodor Wiesengrund, a su servicio… —

Otra reverencia, algunas camufladas sonrisas, una actitud predispuesta a aportar en lo que más pueda. Aún no tiene claro si está ahí por su labor como profesor de filosofía o por esa nueva carrera como cazador, tampoco sabe que está frente a quienes se supone debería atrapar. Theodor cree que es un verdadero desastre pero intentará que ahora no sea tan evidente.
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Mensaje por Invitado Sáb Abr 27, 2013 5:06 pm

“Adiestramiento cero, sentido común, menos de cero. Vergüenza? Creo que el infinito existe, no? Y si no, cuenta hasta que te mueras”

Mis ojos se abrieron con brutalidad cuando la figura de una dama se impuso en la puerta, estaba elegante, con los cabellos rojos que se notaban a gran distancia. Bastante formada, las curvas se denotaban sobre su vestido. La presencia era bastante fuerte y sus palabras provocaron que disimule una “tos”. Cubriendo mis labios y haciendo ruidos, intentaba mantener el porte que tendría que emplear, el que “dirigiría” a las dos personas. Ambos tres éramos intelectuales, pero también cumplíamos otros roles, lo que significaba que podríamos sacar ideas mucho más originales, para todo lo que se tuviese que llevar a cabo. Me levanté y me quedé mirando aquellos ojos ajenos, ladeando la cabeza, como esperando que el parloteo de la muchacha cesara. Principalmente era por lo que decía, mas no me molestaba que hable demasiado.

-Yah… Mademoiselle Gabriella, no es así? Yo… Sí, sí, soy Jaejoong, pero podéis llamarme Hero, que es mi nombre de pila. No me molesta vuestra forma de hablar, debo decir que sois encantadora, me alegro tener a una muchacha de tal sonrisa en compañía.

Sonreí con gracia y le tomé con mucho cuidado la mano, depositando un casto e inocente beso allí. Subiendo la mirada que me quedaba en sus ojos un momento y así como la había saludado, me separaba, volviendo a mi lugar, movía la mano invitándola a que tomara asiento. Casanova? Por supuesto, ese era mi sobre nombre, aunque claro, jamás llevaba nada hacia otro nivel, mi corazón y mi mente estaban ocupados por otra persona, pero eso no significaba que no use todos mis encantos para poder hacer las cosas más entretenidas y mucho más llevaderas. Levantaba luego un dedo, buscando al mesero que nos atendería hasta que la conversación se ponga en hilo y aquel hombre no pueda escuchar. Cuando aquel hombre me atendió, le pedí con mucha gentileza que abriera el vino en la mesa frente a la dama, para que así le sirviera un poco. Como siempre todo lo hacía con el cuidado que requería, no quería que ninguno se sienta incomodo, especialmente siendo que tendríamos que llevarnos bastante bien para poder hacer todo aquello que debíamos. No quería nada menor, pues deseaba que seamos los mejores de toda aquella república. Y por supuesto, intentaría llevar el grupo al lado del rey y la reina. Para así, poder encontrar más de lo necesario. Y poder hacer perfectamente bien el trabajo en proceso.

“Los segundos son lentos, pero nunca eternos. La infinita calma se posa en los brazos ajenos. Buscamos la fortuna que nos llevará a la gloria”

De repente, la presencia nueva hizo alusión, un muchacho alto, quizá un poco más que yo, aquello me hizo abrir los ojos y repasarlo un poco más. Una figura algo encorvada, tímida, era un perfecto muchachito al que seguramente todos molestaban. Unos orbes claros que se escondían entre lentes enormes. Unas ropas simples, pero que iban con el semblante del muchacho. Todo él me hizo quedar un poco atónito y me sacaron una sonrisa mucho más que amable. De esas que siempre ponía al ver a alguien extraño o de porte callado. Me recordaba a gente que había conocido. Mi mirada no era de compasión, era solo de simpatía, con una dulzura extrema, sacaba aquel porte de niño que en realidad era mi verdadera faceta y dejaba salir la risita entre mis manos que buscaban cubrir mis labios.

-Ahh~~ Monsieur Theodor Wiesengrund! Auch, es muy complicado vuestro apellido, puedo deciros solo Theodor o es muy desconsiderado? Quizá Monsieur Theodor? Bienvenido, no os preocupéis, os gusta el vino? Queréis otra cosa? En la brevedad traerán la carta para que pidáis lo que queráis comer. Por supuesto, todo irá por mi cuenta, así que con confianza, como ya os he informado, seré vuestro Benefactor para todo lo que conlleve esta pequeña alianza que formaremos en torno a… Bueno, lo que nos confiere.

Mirando de reojo al camarero, detuve mis palabras y solo sonreí con aquella característica de simpatía que siempre orbitaba a mí alrededor. Y con ello, vi al mesero que buscaba las cartas y las entregaba a cada uno de ellos. Por mi parte, mantenía entre mis manos un vaso de whisky y empecé a beber con vergüenza, mirando el asiento del muchacho, y luego nuevamente a los ojos de este. Como diciéndole que se siente de una vez. Esperaba poder tener una conversación cálida, aunque realmente no sabía del todo como es lo que tendríamos que hacer. Pero seguro nos iríamos enterando con el paso del tiempo. Y por sobre todo, yo quería saber que tenía el muchacho para decir. Pues se suponía que tenía información de las personas a nuestro alrededor.

“La esperanza es lo último que se pierde. Sin fe, estamos muertos. Siempre hay que mantenerla, para llevar la vida mas allá de las expectativas”
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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Dom Abr 28, 2013 10:12 am

"Se pone el sol... Las estrellas aparecen, y lo único que cuenta... Está aquí y ahora"


Tras haber guardado silencio, y comprender que mi saludo tan poco convencional no había molestado en absoluto al caballero que tenía enfrente, me relajé por fin. No tenía idea de como sería su personalidad, su manera de actuar, reaccionar y experimentar, pero quizás, con un poco de suerte, lo descubriría esa misma noche. Los nervios eran una distracción muy irritante, debido a que mi objetivo principal de la noche era conocer bien a los hombres con quienes llevaría aquel inusual proyecto. Cualquiera podría cerrar un negocio con un par de desconocidos y caer a la perdición muy fácilmente, y ese era un lujo que no podía darme. Ni tampoco lo quería. Deseaba el éxito por sobre todas las cosas, luego de que mi vida hubiese estado detenida tanto tiempo. Pensaba que no había mejor manera de iniciar de nuevo, que tomando esta nueva oportunidad.

Me fijé mejor en el señor Jaejoong. Era elegante y su mirada nerviosa escondía a un hombre valiente, pero no podía ser mucho mayor que yo. O al menos en apariencia. Era muy atractivo a pesar de su juventud, y su voz resultaba agradable, carente de la ronquera que muchos hombres poseían en su garganta. Nada más verlo y escucharlo, una sonrisa amable se formó en mi rostro; era casi imposible no sentir agrado por alguien así. Me gustó que me dejara llamarlo por su nombre de pila, pues tomando en cuenta las circunstancias, tomar un poco de confianza aceleraría el curso de nuestra reunión.

¿Hero? Me encanta ese nombre, nunca lo había escuchado antes.

Antes de poder crear una conversación, alguien más entró en la sala y se presentó como el tercer intelectual del grupo. Admito que su apariencia no me tomó por sorpresa, como lo había hecho el joven señor Jaejoong. Era más bien desgarbado, como muchos artistas que había visto en el centro de París intentando vender sus talentosas pero poco aclamadas obras; se le notaba incluso tímido, pero no por eso menos profesional, y eso me agradó tanto que la poca tierra que conservaba en las orillas del pantalón me pareció encantadora. Recibí su saludo con una sonrisa cortés y una inclinación afectuosa.

Un placer conocerlo, Monsieur... Wiesengrund. —me cubrí la boca suavemente con una mano enguantada, algo avergonzada por mi mala pronunciación. Sin embargo, cuando escuché que la complicación sobre la mención del apellido la compartía el caballero de cabello más oscuro, sentí cierto alivio. Sonreí con timidez y me incliné hacia el hombre de ojos azules.— Espero no le moleste si yo también le llamo por su nombre, Monsieur... mi pronunciación ya es bastante mala para arruinar su apellido cada vez.— suspiré, un tanto melodramática, y presté atención a las palabras de Hero. Un anfitrión muy talentoso, sin duda alguna. — Yo aceptaré gustosa una copa de vino. Los nervios de conocerlos, caballeros, me han dejado un poco sedienta.

Sonreí para mis adentros al darme cuenta que al fin había cogido confianza, y que con una buena copa de vino, no tendría más problemas en sobrellevar la reunión. Me senté a una distancia prudente de cada caballero, con el porte de cualquier dama que se hiciera respetar. Sin importar cuanta confianza quisiera crear con ellos, unos buenos modales nunca sobrarían en cualquier reunión formal. Imaginaba por qué estábamos ahí, cada uno de nosotros; el qué podría atraernos tanto para formar parte de algo tan grande, si bien mi trabajo se limitaba a no desafinar y llevar una relación relativamente buena con mis compañeros. Con una sonrisa, miré a Hero y Theodor con suma atención.

Bien, caballeros... dicen que es descortés que una dama tome la iniciativa de una conversación, pero yo difiero mucho de esa idea. Señor Jae... es decir, Hero, imagino que tendrás algo que decirnos a Theodor y a mi mientras cenamos, ¿verdad? — en contraste con las palabras directas que lanzaba por encima del silencio, resonaba en la sala mi voz con un matiz amable y casi risueño. Un tono especial para apaciguar cualquier tensión. — Sé que tu carta ya nos ha dicho bastante, pero me encantaría poder escucharlo de ti, puesto que ahora eres nuestro benefactor.
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Mensaje por Theodor Wiesengrund Vie Mayo 24, 2013 8:03 pm

La libertad es aquella facultad que aumenta la utilidad de todas las demás facultades. - Immanuel Kant


Aunque la reunión pareciera desarrollarse como cualquier otra, Theodor intentaba captar con su reciente descubierto “sexto sentido” algo que le indicara que en realidad había mucho más escondido debajo de la fachada de sus compañeros de mesa. Pero tal como en otras ocasiones, ahora también aquel instinto le fallaba y él simplemente no notó nada extraño o particular en el hombre y la mujer. Fue entonces como siguió sonriendo nervioso e intentando captar el real trasfondo de toda aquella conversación. La carta que recibió fue rápidamente desechada después de la primera lectura. Y es que una de las cosas que Wiesengrund prefiere evitar es general prejuicios en sus colegas y como ahora se supone deben todos trabajar para el mismo objetivo, estos extraños pasarían a ser parte de su empleo.

Pese a que sus ojos se mantienen abiertos y atentos, su mente suele abstraerse y dirigirse hacia una línea confusa de pensamientos. Justo ahora no sabe qué debe pedir de comer o si es que debe pedirlo, recuerda cuando tuvo una reunión con unos profesores del sur de Europa y que para él lucían como asiáticos, también el momento en que comenzó su entrenamiento como cazador donde creyó que todo sería más fácil y ese punto en el cual volvió al presente e intentó recordar alguna de las muchas palabras que veía salir de la boca del señor o la señorita, de las cuales ninguna parecía querer volver a su memoria. La mirada de ambos en él era el mejor indicativo de que esperaban algún tipo de respuesta y la mención de su nombre le hizo creer que quizás aquello era lo que esperaban.


— Theo, me pueden llamar así o Theodor, no es necesario nada más… por favor, no se compliquen con mi apellido, no es necesario… —

La última frase con un hilillo de voz, al parecer no tendría tiempo de ordenar nada ya que la señorita se había encargado de dejar claro que esto sería una reunión de negocios y no una simple cena amistosa para conocerse. Intentando lucir igual de concentrados que ello, irguió su espalda y se sentó aún más recto en la silla, estaba algo incómodo pero aquel sentimiento tenía más que ver con sus procesos internos, con esa máquina en constante funcionamiento ubicada al interior de su cerebro que le exigía abrir la boca para decir probablemente algo que para otros sonará fuera de lugar.

— Antes de que el señor… disculpe olvidé su nombre… — sus mejillas se colorean e inclina su cabeza en una leve muestra de vergüenza, un chispazo que dura un par de segundos antes de que recuerde que se encuentra efectivamente hablando con él, — sí, señor Hero, déjeme decirle que pese a que no tengo muy claras las condiciones de esta empresa he decidido entrar en ella de todos modos, mi disposición por cierto es completa… pero al igual que la señorita… Graciela… perdón Gabriella, al igual que la bella dama acá presente, las dudas me asaltan y no puedo dejar de preguntarme si debemos conversar tanto o comenzar a trazar líneas de acción para nuestro trabajo… —

Durante el minuto siguiente desvía su mirada, recuerda que Hero ha dicho que pagaría todo y aquello lo hace sonreír. Después de mirar a su alrededor y notar el lugar en el que se han reunido, tiene mayor claridad que de no ser así tendría que tomar su raída y remendada chaqueta y salir lo antes posible. Polvo y pelusas no pueden pagar lo que ahí se sirve, y eso, eso es todo lo que Theodor tiene en los bolsillos.

— Es más… — continúa como si todo esto fuera una de sus clases — ha dicho Kant… ¿conocen a Kant? Deberían hacerlo… — les sonríe a ambos, estas personas le agradan y también lo hacen sentir poco intimidado, son un poco pálidas pero él también lo es y sus movimientos son suaves y elegantes pero debe ser porque son ricos y la gente rica siempre se comporta distinto. — Entonces dice Kant que: “Poco imaginan los hombres que, al perseguir cada cual su propia intención según su parecer y a menudo en contra de los otros, siguen sin advertirlo, como un hilo conductor, la intención de la Naturaleza, que les es desconocida, y trabajan en pro de la misma.”* — las palabras salen de memoria como un torbellino sin control, carraspea un poco y alza sus lentes que se han deslizado hasta la punta de su nariz.

— ¿No creen ustedes entonces que es la intención, quizás, de la Naturaleza, que estemos reunidos acá para tratar todo esto? — la sonrisa de Theodor se amplia y cuando el camarero se acerca él sólo pide un vaso con agua.

*"Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre Filosofía de la Historia." - Kant, Immanuel.
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Encuentro de sentencia [República] Empty Re: Encuentro de sentencia [República]

Mensaje por Invitado Miér Mayo 29, 2013 11:39 am

“Mi nombre es una simple fábula, una mentira que recorre por el boca a boca. Es todo lo contrario a lo que soy, pero exactamente lo que quiero ser. Es un sueño que puedo alcanzar? O es una mentira que seguirá recorriendo mi eternidad?”


La sonrisa se formaba en mis labios al escuchar aquel comentario por parte de la mujer sobre mi nombre, “Hero”, ese era el que me había dado mi padre al crearme, al matar mi parte humana. Pero no era más que un simple apodo o seudónimo, mi nombre real era Kim, pero no era un nombre que me agradase, no me representaba y claro que, el actual sonaba mucho mejor.
Como fuese, el chico al fin había llegado y a pesar de aquella aura extraña que tenía, como de un gatito asustado, parecía estar completamente convencido de lo que vendría a hacer. Pero yo me preguntaba, sería él realmente alguien que podría proporcionarnos información? No parecía del todo… Bueno. No era quién para juzgar, simplemente no parecía que tuviese una extensa experiencia en el arte de “espiar” o recaudar información. De todos modos, le sonreí y agaché la cabeza varias veces en signo de gratitud. Muchas personas todo el tiempo me criticaban la pronunciación, pero es que! La gente a mi alrededor siempre tenía nombres difíciles! No saben que los nombre sencillos se recuerdan mejor? Tomé mi vaso con whisky y empecé a dar tragos con tranquilidad en tanto me tambaleaba a lado y lado, escuchándoles, perdiéndome un poco en todo aquello que decía el muchacho que no lograba más que marearme y hacerme perder. Pensaba que yo hablaba de más, pero él. Él parecía no solo hablar de más, sino que también decía cosas que no me interesaban para nada.

-En realidad no hay demasiado que yo pueda decirles, pero intentaré informarles lo más que me sea posible. Ah, pero Theodor, que “líneas” queréis marcar si siquiera sabéis que es lo que hay que hacer? Hahahaha, tranquilo muchacho, por ahora solo debéis pediros algo para comer, quizá con una buena copa de vino o lo que más os guste y por sobre todo, no os vayáis a obsesionar tranquilo tranquiiiilo. Me alteraréis Hahaha.

La risita salió estruendosa de mis labios y tuve que cubrirme para no sonar tan bruto, es que no podía evitarlo, las palabras del muchacho me causaban, estaba mezclándose, enredándose en sí mismo y yo simplemente no podía creerlo. Yo no tenía mucha experiencia, pero él, él me ganaba en torpe, no había duda. Volví a tomar un trago y ya lo terminaba de vaciar cuando observé que un mesero traía un buen vino para la dama y el vaso con agua para el muchacho. Negué y moví el dedo anular, llamando al mesero para susurrarle en la oreja que traiga algo para ir picando. Quizá esos fiambres con pan y quesos que a los humanos tanto le gustaba. Por mi parte, solo me gustaba el sabor del queso y no mucho más, que de por sí no podía comer más que cuando ingería la suficiente cantidad de sangre como para revitalizar mi cuerpo, ese día no era el caso y no pensaba comprobar que es lo que sucedería si comía algo.

-Yo… Yo no creo que sea la naturaleza, es más bien un fin en común que tenemos los tres, aparentemente. Y bueno deberí… Mmm? Que es eso? Disculpadme un momento…

Mis ojos se abrieron un poco al reconocer el casi imperceptible aroma de pólvora en el ambiente. Me levanté y con cuidado abrí una de las puertas. Algo sucedía y no tenía muy claro qué era. Pero podía sentir aquel olor tan característico, era el mismo que se sentía al entrar en el área de entrenamiento de la Alianza, donde la pólvora, el sudor y algo de sangre se podían percibir. Volteé la mirada y con molestia volví a cerrar la puerta ahora bastante despacio, intentando pasar desapercibido. Quizá inquisidores? Como se habían enterado? Lo había hecho todo muy por lo bajo, hasta había advertido que me iba de la ciudad para despistarlos. Me quedé pensativo, intentando idear una forma para salir de ese lugar sin hacer mucho escándalo, pero un estruendo que me hizo tambalear lo destruyó todo. Ahora era más que evidente que algo sucedía. Estaban haciendo una toma en el hotel-restaurante? Yo no lo sabía, pero tenía bien en claro que cuando no se trataba de una misión, no debía interferir, pues de ser así podría dar señales, me podrían perseguir, muchas cosas podía pasar de no ser lo suficientemente cauteloso.

-Por ahí, creo que están tomando el hotel. Pero qué rayos, como pudo ocurrir esto? Podemos seguir esto en mi residencia mmm? Pero pero… Pero vamos, levantaos y vayamos por arriba, o notarán nuestra presencia!

“El miedo recorre sin medidas mi espalda. Esta es mi primer aventura solo. Mis amigos, mi familia, a mi lado no hay nadie. Solo los tengo a ustedes? Podría yo confiar en gente que acabo de conocer?”
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Mensaje por Gabriella de Beaucaire Miér Mayo 29, 2013 2:23 pm

La noche sucumbía ante un frescor agradable y tranquilo, como aquellas ocasiones en que todo se dispone a ser lo más cómodo posible. Los nervios que había acumulado antes de llegar al hotel se habían reducido hasta casi desaparecer por completo. En mi mente apenas rondaban pensamientos sublimes de canciones de siglos pasados, nanas que tarareaba en los viajes largos, o melancólicas sonatas que esparcía por las calles de Londres. Suspiré de alivio cuando Theo, como había decidido llamar a mi nuevo "colega", comenzó a hablar. Tenía una voz masculina pero un poco cohibida, como si cada nueva oración que pronunciaba lo dejara más y más inseguro; manteniendo mi mirada fija en él, me di cuenta de que parecía más nervioso por lo que acontecería en nuestra conversación que en la cena misma. Quizás estuviese acostumbrado a tratar temas difíciles en solitario. Cuando la copa de vino llegó a mis manos, y escuché de sus labios el nombre "Graciela", a penas pude contener una carcajada. Mi mano oculta bajo un guante me cubrió la boca, en un vano intento de cubrir la sonrisa que me adornaba el rostro. Era más agradable tratar con esos caballeros de lo que había supuesto.

Cuando fue el turno de hablar para Hero, mi atención se volcó sobre él, ya que algo me decía que poseía más habilidad verbal de la que quería admitir. Y en efecto, su manera de hablar era enternecedora. Al igual que Theo, tenía cierta tendencia a desviarse del objetivo, lanzando comentarios al azar que, a mi parecer, resultaban refrescantes en esos tiempos de recato. De nuevo tuve que hacer un esfuerzo para no estallar en carcajadas, más por el hecho de que el pelinegro parecía descolocado de la filosofía que emanaba el otro hombre. Incompatibles en ese termino, sin duda alguna.

Bebí un sorbo de vino, dejando que el dulce y un poco añejo sabor se me impregnara en el paladar y la garganta. No había una razón válida para creer que no pudiéramos formar un trío exitoso, fuese cual fuese nuestra labor, dado que hasta el momento no habíamos encontrado un punto de quiebre que nos dejase en una situación incomoda. Sin embargo, aun faltaba mucho tiempo para saber a ciencia cierta si podríamos llevarnos bien.

Para mi sorpresa, la charla de Hero se detuvo cuando pareció notar algo fuera de lugar. En un primer momento, creí que sería algo relacionado con la cena, o en un caso más grave, algún asunto personal que se le había escapado antes. Sin embargo, cuando levanté la mirada a su rostro, poco antes de que se alejara en dirección a una puerta del restaurante, me quedé helada; era la inconfundible mirada de alguien que reconocía un peligro inmediato, la cual había admirado en el pasado en situaciones de extrema angustia. Miré el cuerpo rígido del hombre y el como volvía a cerrar la puerta, ahora con suma delicadeza. Pensaba preguntarle cual era el problema, hasta que el estridente sonido de un disparo perturbó la calma del salón. Ni siquiera me di cuenta que volcaba el vino sobre la falda de mi blanco vestido, dejando una horrenda y violácea mancha.

¿Qué ha sido eso, Hero? —pregunté en voz baja, con el ceño fruncido y las manos temblorosas. Dejé a duras penas la copa de vino, casi vacía, sobre la mesa. No conseguía apartar la vista del hombre de cabello negro y ojos rasgados, como si de él pudiera encontrar una explicación razonable. Entonces él expresó lo que tanto temía, y es que, de alguna manera, alguien buscaba tomar el hotel por la fuerza. Me sorprendió lo seguro que parecía al momento de sugerir su residencia como siguiente punto de reunión, y más aun, que quisiera subir a los pisos superiores. ¿Sabría quienes eran los atacantes? Me levanté como impulsada por un resorte, tan violentamente que casi me tropecé con la falda de mi vestido. ¡Que incomodo era a veces ser una dama!— ¡Le aseguro, mi lord, que iría más a prisa sin este bobo vestido! Es una lástima que se trate de un tesoro para mi, sino, lo recortaría.— miré en son de disculpa a Theo, antes de levantarme la falda al nivel de la rodilla, y así, avanzar hacia las escaleras.
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