AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Diplomacia, atad a la Irracionalidad - Greta Ivashkov/Dago Ravarotto [La República]
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Diplomacia, atad a la Irracionalidad - Greta Ivashkov/Dago Ravarotto [La República]
Nada sabía de vosotros más que compartíais mi fin, aunque no mis medios; sin embargo aquel minúsculo retazo de información que teníamos del otro bastaba para concentrarnos en actuar. La república estaba sobre nosotros, azotándonos con su efecto avasallador del cambio, y dependía de nosotros que se transformara en un triunfo en vez de un fracaso. En medio de la oscuridad suscitada por ciudadanos poco virtuosos a cargo de la nación, el círculo dorado debía convertirse en la luz que deshiciera dicha perturbación para así traer de vuelta el auge moral.
Iba camino a mi encuentro con vuestras mercedes en un coche recatado para no incentivar el espionaje de ojos indeseados, y dentro de él me aventuré a hacer una revisión de lo último que había recibido en relación a vosotros. No se trataba de nada más ni nada menos que unos datos básicos acerca de ustedes, pero eran datos que únicamente yo debía conocer por obvias razones. Ni siquiera había un retrato de vuestros rostros, pero eso daba igual considerando que son eran nuestros olores lo que usábamos para hallarnos y distinguirnos. Allí, en esos papeles que contemplaba, estaban escritos sus nombres y sus razas. Sí, bastante confidencial, ¿no?
Signorina Greta Ivashkov, no le confiaría a nadie más que a una lupina la vital y clandestina labor de cazar los secretos e intrigas que los bandos enemigos pudieran usar en nuestra contra. Vuestro apellido lo había oído antes, aunque en mi camino hacia el inmueble que nos resguardaría no pude encontrar el recuerdo exacto que me retrotrajera a identificar vuestra estirpe. Más adelante sabría que compartíais sangre con el Duque de Rusia. ¡Qué decir acerca de eso? Nada más que hasta en las actividades clandestinas abundan las sorpresas.
Signor Dago Ravarotto, mis camaradas benefactores me creyeron un demente sin remedio por elegiros como el vampiro intelectual al cual protegería en materia académica y económica; creo que entenderéis por qué. No obstante el antagonismo de nuestras razas, soy un hombre —si es que todavía puedo identificarme como tal— que conserva su fe en la diplomacia, y vuestra instrucción en conocimientos era petulantemente valiosa como para no haber aplicado mi creencia en ella.
Así pues, éramos un grupo de bestias disfrazado de personas dispuesto a prestar servicios —esperando no matarnos en el intento— para satisfacer las metas del círculo dorado al cual apoyábamos.
—Estamos aquí, Monsieur —oí al cochero anunciarme la llegada al destino que tendríamos en común. Había llegado más pronto de lo que mi cálculo mental habíame pronosticado.
Y entonces el vehículo frenó. Supe que el momento de hacer desaparecer los documentos acerca de vuestras condiciones estaba próximo. Guardé dichos papeles en el interior de mi abrigo, y acomodando mi antifaz en mi rostro, bajé del carro cubierto con una capucha que me salvaguardaría hasta acudir a vosotros. Ni siquiera me tomé el trabajo de girarme para dictarle a mi cochero francés algunas instrucciones especiales y específicas; hasta eso podía delatar nuestros planes, no lo sabíamos.
—Oídme atentamente, Pepinot —pronuncié sin mirarlo. Hasta el más mínimo detalle debía cobijar nuestra reunión— Id a la plaza central y buscad a otro cochero cualquiera que esté dispuesto a recogerme dentro del tiempo que acordamos. Una vez que hayáis cumplido con eso, buscad un hostal y pasad la noche allí. Ya al día siguiente podréis continuar con vuestra rutina normal, pero aseguraos de que nadie os siga.
Y así, el látigo volvió a sonar sobre el lomo de los caballos para cumplir con la orden recientemente pronunciada. Pepinot no volteó a verme, ni yo tampoco lo hice.
Recibióme en al entrada de la magnífica, pero antigua residencia en la que os había citado, una anciana decrépita acompañada de una vela encendida cuyo resplandor evidenciaba sus arrugas. Al notar mi antifaz arrugó sus labios, puesto que sabía que mi llegada marcaba el inicio de algo peligroso de realizar en un lugar a plena luz. Había aceptado mi dinero por necesidad, ya que era una viuda cuyos hijos o habían muerto o se habían largado del país a constituir sus familias lejos de los aires de cambio, pero aquello no significaba que su moral apoyara nuestra causa.
Sin hablar, la senil mujer me guió en el recorrido de unas escaleras que no iban hacia arriba, sino que hacia abajo. Sí, estaríamos un par de pisos bajo tierra. Finalmente llegué a nuestro punto exacto de encuentro: una antigua y fina bodega de vinos. Podríais haber imaginado que no os convoqué a ese lugar para beber, sino para garantizar lo más posible la privacidad.
Asentí a la mujer para indicarle que todo estaba bien y ella se retiró sin chistar. Nuevamente solo y bajo la luz de las antorchas, me dediqué a verificar que vuestros asientos estuvieran en su lugar. Tres sillas acolchadas de cojines rojos y bordes dorados aguardaban nuestra plática con afán de ser útiles y pronto cumplirían con ello. Me quedé de pié, con las manos en los bolsillos y contemplando detenidamente el fuego incandescente de las antorchas iluminar la bodega. Con mis fauces en alto captaría mejor el aroma que me haría entender más exhaustivamente a vuestras mercedes.
Iba camino a mi encuentro con vuestras mercedes en un coche recatado para no incentivar el espionaje de ojos indeseados, y dentro de él me aventuré a hacer una revisión de lo último que había recibido en relación a vosotros. No se trataba de nada más ni nada menos que unos datos básicos acerca de ustedes, pero eran datos que únicamente yo debía conocer por obvias razones. Ni siquiera había un retrato de vuestros rostros, pero eso daba igual considerando que son eran nuestros olores lo que usábamos para hallarnos y distinguirnos. Allí, en esos papeles que contemplaba, estaban escritos sus nombres y sus razas. Sí, bastante confidencial, ¿no?
Signorina Greta Ivashkov, no le confiaría a nadie más que a una lupina la vital y clandestina labor de cazar los secretos e intrigas que los bandos enemigos pudieran usar en nuestra contra. Vuestro apellido lo había oído antes, aunque en mi camino hacia el inmueble que nos resguardaría no pude encontrar el recuerdo exacto que me retrotrajera a identificar vuestra estirpe. Más adelante sabría que compartíais sangre con el Duque de Rusia. ¡Qué decir acerca de eso? Nada más que hasta en las actividades clandestinas abundan las sorpresas.
Signor Dago Ravarotto, mis camaradas benefactores me creyeron un demente sin remedio por elegiros como el vampiro intelectual al cual protegería en materia académica y económica; creo que entenderéis por qué. No obstante el antagonismo de nuestras razas, soy un hombre —si es que todavía puedo identificarme como tal— que conserva su fe en la diplomacia, y vuestra instrucción en conocimientos era petulantemente valiosa como para no haber aplicado mi creencia en ella.
Así pues, éramos un grupo de bestias disfrazado de personas dispuesto a prestar servicios —esperando no matarnos en el intento— para satisfacer las metas del círculo dorado al cual apoyábamos.
—Estamos aquí, Monsieur —oí al cochero anunciarme la llegada al destino que tendríamos en común. Había llegado más pronto de lo que mi cálculo mental habíame pronosticado.
Y entonces el vehículo frenó. Supe que el momento de hacer desaparecer los documentos acerca de vuestras condiciones estaba próximo. Guardé dichos papeles en el interior de mi abrigo, y acomodando mi antifaz en mi rostro, bajé del carro cubierto con una capucha que me salvaguardaría hasta acudir a vosotros. Ni siquiera me tomé el trabajo de girarme para dictarle a mi cochero francés algunas instrucciones especiales y específicas; hasta eso podía delatar nuestros planes, no lo sabíamos.
—Oídme atentamente, Pepinot —pronuncié sin mirarlo. Hasta el más mínimo detalle debía cobijar nuestra reunión— Id a la plaza central y buscad a otro cochero cualquiera que esté dispuesto a recogerme dentro del tiempo que acordamos. Una vez que hayáis cumplido con eso, buscad un hostal y pasad la noche allí. Ya al día siguiente podréis continuar con vuestra rutina normal, pero aseguraos de que nadie os siga.
Y así, el látigo volvió a sonar sobre el lomo de los caballos para cumplir con la orden recientemente pronunciada. Pepinot no volteó a verme, ni yo tampoco lo hice.
Recibióme en al entrada de la magnífica, pero antigua residencia en la que os había citado, una anciana decrépita acompañada de una vela encendida cuyo resplandor evidenciaba sus arrugas. Al notar mi antifaz arrugó sus labios, puesto que sabía que mi llegada marcaba el inicio de algo peligroso de realizar en un lugar a plena luz. Había aceptado mi dinero por necesidad, ya que era una viuda cuyos hijos o habían muerto o se habían largado del país a constituir sus familias lejos de los aires de cambio, pero aquello no significaba que su moral apoyara nuestra causa.
Sin hablar, la senil mujer me guió en el recorrido de unas escaleras que no iban hacia arriba, sino que hacia abajo. Sí, estaríamos un par de pisos bajo tierra. Finalmente llegué a nuestro punto exacto de encuentro: una antigua y fina bodega de vinos. Podríais haber imaginado que no os convoqué a ese lugar para beber, sino para garantizar lo más posible la privacidad.
Asentí a la mujer para indicarle que todo estaba bien y ella se retiró sin chistar. Nuevamente solo y bajo la luz de las antorchas, me dediqué a verificar que vuestros asientos estuvieran en su lugar. Tres sillas acolchadas de cojines rojos y bordes dorados aguardaban nuestra plática con afán de ser útiles y pronto cumplirían con ello. Me quedé de pié, con las manos en los bolsillos y contemplando detenidamente el fuego incandescente de las antorchas iluminar la bodega. Con mis fauces en alto captaría mejor el aroma que me haría entender más exhaustivamente a vuestras mercedes.
Valentino de Visconti- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 208
Fecha de inscripción : 27/02/2013
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Re: Diplomacia, atad a la Irracionalidad - Greta Ivashkov/Dago Ravarotto [La República]
Dago había recibido una invitación para lo que parecía ser una ayuda económica de una mano benefactora, lo que no sabía era si sería con un interés mayor al de un dadivo desinteresado o iría más allá de lo que eso pareciese, aunque esto le daba igual lo único que le importaba era obtener siempre lo que quisiera, a pesar de que su pareja era una mujer adinerada y podía recibir de ella todo el dinero que él quisiese Dago no se inclinaba por ello, ya que no le gustaba molestarle con ese tipo de cosas, así que procedió a alistarse, ordenándole a la gente de servicio que le tuviesen listo uno de los vehículos para ir a su reunión y estos sin rechistar le dijeron que ya se lo tendrían, no quería llamar la atención de nadie y mucho menos de Elene, ya que si ella le veía salir sin ningún coche comenzaría a sospechar del motivo de su salida, pero era inevitable no llamar la atención de la joven, que quien al comenzar a ver como su amado empezaba a alistarse para salir le preguntó el destino de su salida, para lo cual él le respondió.
-La salida es únicamente por cuestiones de negocios mi adorada-
Dijo acercándosele para besar su mejilla y luego acariciando la misma con su mano delicadamente, el rostro de Elene se había ruborizado con ese beso repentino, una de las cosas que ella amaba de él era ese toque de dulzura que tenía, a pesar de su tosco egocentrismo que le caracterizaba generalmente.
-E... Está bien Dago, pero le diré a Francelinni que te acompañe-
Francelinni, uno de sus empleados de contextura fornida pero con toque afeminado debido a su homosexualidad pronunciada y difícil de ocultar era uno de sus protectores antes de que Dago llegase y se convirtiera en su pareja y protector absoluto.
-No mi amada Elene, no hace falta que lleve a nadie, tu sabes más que nadie en el mundo que no necesito protección-
Sonriendo le da otro beso pero este esta vez en sus labios y procede a irse, dando media vuelta siente que es tomado del brazo instantáneamente por la joven.
-¿Te espero despierta?-
Le pregunta ansiosa y deseosa de una respuesta positiva.
-No lo sé, no quiero pedirte que me esperes despierta porque no sé cuánto demore en la reunión-
Colocándose afligida por su contestación, desvía su mirada hacía una de las esquinas y con voz triste y entrecortada le responde con un simple “Está bien”
-No tienes porque colocarte así, te tendré una sorpresa cuando vuelva, solo espérala, si tienes sueño no dudes en dormir, ¿sí? No haré ruido al llegar para poder acostarme a tu lado y así cuidar y proteger tus sueños como siempre-
Besando sus labios le abraza y apartando delicadamente un mechón de su cabello le susurra al oído.
-No olvides que te amo-
Diciendo esto último se despidió de ella y bajo calmadamente dispuesto a salir a la reunión, no sin antes advertir a los sirvientes que no intentasen nada contrario a lo ordenado por el, ya que si llegaba a ver algún mínimo cambio cada uno de ellos moriría, estos sin dudar le dijeron al unísono que así sería, satisfecho pero un poco dudoso sale del lugar montándose en el vehículo e indicándole al chofer el destino.
-Procura llegar lo más antes posible, ya que voy retrasado-
Dago no había terminado de decir su última palabra antes de que el conductor arrancase a veloz carrera, se notaba lo adiestrado que tenía a los empleados de Elene, podría decirse adiestrados o bien, atemorizados, ninguno de ellos quería morir a manos del vampiro, todos valoraban su vida por lo que seguían a pie de letra cada una de las ordenes suyas.
-Valentino De Visconti… ¿Quién serás, y que es lo que realmente quieres?-
Se preguntaba viendo hacia el cielo dilucidando las brillantes estrellas alejadas en el firmamento de la lobreguez mientras recorría el camino hacía su punto de encuentro, la noche estaba callada, fría y mucho más oscura que de costumbre, pero esto no le importaba en lo absoluto a Dago, quien en realidad prefería la oscuridad.
-Señor Dago, hemos llegado!-
Dice el conductor deteniéndose frente a la residencia donde sería su reunión; tomando su abrigo baja del coche y le dice al mismo que no se preocupe que él se irá de regreso por su cuenta, pero que no le diga nada a Elene, diciendo esto último se da la vuelta y camina hacia la entrada, al no observar a nadie afuera toca la puerta esperando a que le abrieran.
Una mujer de apariencia ya mayor le abre invitándole a entrar sin preguntar su nombre tan siquiera, Dago un poco extrañado entró restándole importancia a ello a los pocos segundos, procedió a guiarle hacia unas escaleras empolvadas que le llevaban a lo que parecía un sótano o bien una habitación subterránea, llegando observa que es una antigua y fina bodega de vinos, extrañado por la clase de sitio donde se habían reunido se distrae un momento logrando ver luego a un joven allí dentro, le mira y sonriendo sarcásticamente pregunta.
[i] -Supongo que no nos reuniste en este lugar para venir a tomar vino únicamente… ¿Cierto?-
Cambiando su semblante a uno más serio esta vez, le dice sin rechistar.
-Ya estoy aquí Valentino, y no soy de los que le gusta esperar, ¿empezamos ahora o qué?-
-La salida es únicamente por cuestiones de negocios mi adorada-
Dijo acercándosele para besar su mejilla y luego acariciando la misma con su mano delicadamente, el rostro de Elene se había ruborizado con ese beso repentino, una de las cosas que ella amaba de él era ese toque de dulzura que tenía, a pesar de su tosco egocentrismo que le caracterizaba generalmente.
-E... Está bien Dago, pero le diré a Francelinni que te acompañe-
Francelinni, uno de sus empleados de contextura fornida pero con toque afeminado debido a su homosexualidad pronunciada y difícil de ocultar era uno de sus protectores antes de que Dago llegase y se convirtiera en su pareja y protector absoluto.
-No mi amada Elene, no hace falta que lleve a nadie, tu sabes más que nadie en el mundo que no necesito protección-
Sonriendo le da otro beso pero este esta vez en sus labios y procede a irse, dando media vuelta siente que es tomado del brazo instantáneamente por la joven.
-¿Te espero despierta?-
Le pregunta ansiosa y deseosa de una respuesta positiva.
-No lo sé, no quiero pedirte que me esperes despierta porque no sé cuánto demore en la reunión-
Colocándose afligida por su contestación, desvía su mirada hacía una de las esquinas y con voz triste y entrecortada le responde con un simple “Está bien”
-No tienes porque colocarte así, te tendré una sorpresa cuando vuelva, solo espérala, si tienes sueño no dudes en dormir, ¿sí? No haré ruido al llegar para poder acostarme a tu lado y así cuidar y proteger tus sueños como siempre-
Besando sus labios le abraza y apartando delicadamente un mechón de su cabello le susurra al oído.
-No olvides que te amo-
Diciendo esto último se despidió de ella y bajo calmadamente dispuesto a salir a la reunión, no sin antes advertir a los sirvientes que no intentasen nada contrario a lo ordenado por el, ya que si llegaba a ver algún mínimo cambio cada uno de ellos moriría, estos sin dudar le dijeron al unísono que así sería, satisfecho pero un poco dudoso sale del lugar montándose en el vehículo e indicándole al chofer el destino.
-Procura llegar lo más antes posible, ya que voy retrasado-
Dago no había terminado de decir su última palabra antes de que el conductor arrancase a veloz carrera, se notaba lo adiestrado que tenía a los empleados de Elene, podría decirse adiestrados o bien, atemorizados, ninguno de ellos quería morir a manos del vampiro, todos valoraban su vida por lo que seguían a pie de letra cada una de las ordenes suyas.
-Valentino De Visconti… ¿Quién serás, y que es lo que realmente quieres?-
Se preguntaba viendo hacia el cielo dilucidando las brillantes estrellas alejadas en el firmamento de la lobreguez mientras recorría el camino hacía su punto de encuentro, la noche estaba callada, fría y mucho más oscura que de costumbre, pero esto no le importaba en lo absoluto a Dago, quien en realidad prefería la oscuridad.
-Señor Dago, hemos llegado!-
Dice el conductor deteniéndose frente a la residencia donde sería su reunión; tomando su abrigo baja del coche y le dice al mismo que no se preocupe que él se irá de regreso por su cuenta, pero que no le diga nada a Elene, diciendo esto último se da la vuelta y camina hacia la entrada, al no observar a nadie afuera toca la puerta esperando a que le abrieran.
Una mujer de apariencia ya mayor le abre invitándole a entrar sin preguntar su nombre tan siquiera, Dago un poco extrañado entró restándole importancia a ello a los pocos segundos, procedió a guiarle hacia unas escaleras empolvadas que le llevaban a lo que parecía un sótano o bien una habitación subterránea, llegando observa que es una antigua y fina bodega de vinos, extrañado por la clase de sitio donde se habían reunido se distrae un momento logrando ver luego a un joven allí dentro, le mira y sonriendo sarcásticamente pregunta.
[i] -Supongo que no nos reuniste en este lugar para venir a tomar vino únicamente… ¿Cierto?-
Cambiando su semblante a uno más serio esta vez, le dice sin rechistar.
-Ya estoy aquí Valentino, y no soy de los que le gusta esperar, ¿empezamos ahora o qué?-
Dago Ravarotto- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 08/12/2012
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