Ares Wellington [ID]

DATOS BÁSICOS

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

- ¿Eres un perro, un lobo o un perro lobo?
- Soy lo que tu jodida cartera quiera que sea.

No hay nada más que el instinto de supervivencia animal y, con ello, el dinero. Como ejecutor sabe que no puede permitirse confianzas con nadie. Un ejecutor no tiene amigos, sino objetivos en una lista cuyos nombres debe tachar con diligencia y eficacia. Tampoco tiene lealtades más allá de quienes le concedieron el perdón. Muchos le califican de amargado y probablemente sea cierto. Es famoso por su brusquedad, su carácter huraño y su sarcasmo, siendo este último el que lo mete en problemas la mayor parte de las veces que sale de caza. Parece que no le importa nada, que todo le da igual, y que solo cuenta su egocentrismo. Tiene problemas para acatar las normas establecidas tanto por la sociedad como por la Santa Inquisición. Le citan constantemente en la sede para sermonearle, pero al final terminan dejándole marchar sin más porque saben que su eficacia y su lealtad son hasta cierto punto envidiables y que no les traicionaría aunque su vida dependiera de ello. Realmente, se odia a sí mismo hasta tal punto, que piensa que la vida en sí está vacía y no tiene ningún sentido pelear contra lo que ya está establecido. Fue traicionado en su día y detesta la traición, la mentira y la mediocridad como el que más. Quizá no se permita tener amigos, pero si tampoco suele tener enemigos... En fin, no hace falta aclarar el porqué.

En lo personal no hay mucho oro que dar a relucir. Cuando no es el verdugo de un juez anónimo, sigue siendo un hombre con el mismo instinto animal que cuando sale de caza. Las pasiones humanas son más intensas en él. A menudo las reprime para que no nublen su capacidad de raciocinio, pero cuando les da rienda suelta suelen causar estragos. Gusta de emborracharse en tabernas, de acostarse con rameras en los burdeles y de pelearse con el pobre imbécil que quiera provocarlo. No tiene escrúpulos, aunque sí su propio código para sorpresa de muchos. Las pautas que dictan este código solo las conoce él mismo y algunos dudan que realmente exista tal cosa en su conciencia.

HISTORIA

17 de noviembre de 1720. Jamaica.

Taiwán y China no serían las únicas en sufrir un terremoto aquel fatídico año. El gobernador jamaicano y el comandante Jonathan Barnet se enfrentaban a otros dos de magnitudes insospechadas y también bastante inusuales: mujeres. Dos en concreto que durante años habían puesto en jaque a la piratería caribeña. Barnet observaba la expresión taciturna y desafiante de Anne Bonny mientras su compañera de celda, Mary Read, se retorcía en un rincón presa de unas fiebres que la hacían sudar de pies a cabeza. A pesar de su delicada situación, Anne parecía tranquila y dispuesta a sacar de sus casillas una vez más al comandante que había dirigido la derrota de su tripulación. El propio gobernador parecía más nervioso que las piratas y esto preocupó a Barnet. Si Anne o Mary notaban la inquietud del gobernante, sin duda la aprovecharían para hacer de las suyas. De todas formas habían dispuesto soldados en la entrada que tenían orden de disparar al menor movimiento. Así fuera contra una mujer.
- Sacadlas de la celda
Anne y Mary fueron encadenadas, pero esta última apenas podía tenerse en pie y fue arrastrada por el celador. Anne, sin embargo, caminaba con la cabeza alta como si fuese una reina en su palacio en lugar de una prisionera del Caribe. El interrogatorio se hizo tan largo como Barnet sospechaba, pero para su fortuna el gobernador se mostró cada vez más seguro de sí mismo y supo mantenerlas a ralla. Barnet se veía incapaz de imaginar cómo una mujer como Anne, a pesar de su fuerza y su belleza, podría haber acabado dirigiendo un barco pirata al lado de Jack Rackham. No tardó en comprobar que eran tal para cual en cuanto a carácter se refería. A pesar del amor que decía sentir por él, no se inmutó cuando Barnet le informó de que Rackham sería ahorcado en una hora. El gobernador lo achacó a su orgullo de mujer y le propuso despedirse de él antes de que muriese. Anne aceptó.
Cuando llegaron a la celda de Rackham, el rostro de Anne se había vuelto ceniciento, pero Barnet no supo si era pena o asco lo que reflejaban sus ojos azules.
- Si hubieras peleado como un hombre- dijo Anne-, ahora no tendrías que morir como un perro.
Barnet se sorprendió por el insulto, pero Rackham acusó el golpe con entereza. Le lanzó una mirada de orgullo herido a su amante y giró la cabeza para romper el contacto visual. Sin saber por qué, Barnet tuvo el presentimiento de que acababa de presenciar la confesión de un secreto a medias que escapaba a su comprensión. Anne se giró resuelta y miró a Mary sentada en el suelto, débil por las fiebres. Después miró al gobernador.
- No moriremos.
Barnet se sorprendió por lo que parecía una orden y a punto estuvo de golpear a la mujer. Pero supo que con alguien como Anne Bonny, los golpes no servían.
- ¿Qué te hace pensar eso, pirata?- preguntó en su lugar.
Anne esbozó una sonrisa a medias. Una sonrisa de astucia y victoria.
- Abogamos por nuestros vientres, señor.
Dentro de la celda, Rackham alzó la cabeza tan rápido como para que el comandante Barnet supiera que también él acababa de recibir la noticia de su paternidad.


Se les perdonó la horca, pero Mary no resistió a las fiebres. Murió cuando apenas había entrado el año 1721 dejando a Anne sola, desamparada y destrozada. La pérdida de su mejor amiga fue dura y logró que se encerrara en sí misma. Su vientre se veía cada vez más abultado y a menudo, cuando nadie miraba, lloraba por la criatura que había perecido en el seno de Mary. Se preguntaba si su hijo correría la misma suerte y temió que así fuera. Pero la suerte le sonrió una vez más, quizá la última en su vida pirata. La misma mañana que le llegó la noticia de la muerte de su legítimo marido, James Bonny, le hicieron entrega de una carta. Anne se sentía débil en aquellos momentos y maldecía a James por no haber muerto antes que Jack Rackham. A pesar de haberle insultado minutos antes de su muerte -o eso creían muchos- le amaba de verdad y habría querido ser su esposa antes que su zorra. Se armó de valor para leer la carta pensando que esta provenía de James, pero se sorprendió al ver que quien la firmaba no era otro que su padre, William Cormac. A saber cómo, la noticia de su arresto llegó a oídos del apoderado irlandés, quien había amasado una muy buena fortuna a sus espaldas como para permitirse el lujo de buscar a su hija perdida. Pero Cormac no era un hombre de hacer las cosas a medias y Anne no se sorprendió cuando, al seguir leyendo, descubrió que su padre encontró un procurador inglés, presumiblemente conocido de la difunta Mary, para que le ayudase con la liberación. A cambio Anne debería casarse con él y olvidar sus días de piratería.

Su nombre era Alexander Thomas Wellington.

Un par de meses después de su liberación, Anne dio a luz a un varón y se casó con Alexander. Wellington le dio su apellido al niño y lo reconoció como propio por estar enamorado de su madre y jamás reveló a nadie el secreto de que su legítimo padre y la mujer que le había dado a luz y ahora era su esposa fueron piratas. Anne, agradecida por ello, quiso que su hijo llevara el nombre de su esposo. Pero Wellington era hombre de ironías y amante de la mitología. Pensó que sería divertido llamar al pequeño por el nombre del dios griego que representaba la guerra y así hacer alusión a la vida de sus verdaderos padres: Ares. Anne le dio a luz a los veintiún años en libertad.

Ares nació y creció entre lujos, caprichos y los mimos de Alexander, que se sentía tan orgulloso de él como si de verdad le corriera la misma sangre por las venas. Sin embargo, Ares demostró desde muy temprana edad hacer honores a su nombre y haber heredado el carácter violento y problemático de su madre, quien lo defendía con uñas y dientes cuando alguien quería culparlo de una travesura. Pero algo no iba bien. Ares dejó de desarrollarse como un niño normal y corriente a los diez años. A decir verdad, era como si su edad se hubiese estancado y no fuera capaz de envejecer más. Esto no pasó desapercibido a ojos de Alexander y le exigió una explicación a su esposa. Anne, que sospechaba el motivo, no tuvo más remedio que contarle la verdad de sus orígenes aunque la tomaran por loca: Jack, el verdadero padre de Ares, no era humano. Tenía el don de transformarse en animal a placer, de vivir más que los demás, de que sus heridas sanasen a una velocidad vertiginosa y de ser prácticamente invencible por todos, menos por la propia Anne. Alexander escuchó todo esto horrorizado y sintiendo que sus esperanzas se quebraban con crueldad. Pensó que Jack debió ser en vida hijo del diablo o el propio diablo en sí y que el miedo que sintieron hacia él sus víctimas estuvo más que justificado. La compasión se esfumó del corazón de Alexander, quien comenzó a despreciar a Ares con todas sus fuerzas sin dignarse a darle una razón. Quizá no lo pudiera querer como hijo después de aquello, pero tampoco se lo entregaría en bandeja al engendro de su padre. Así se pudriera en el infierno.

Consiguió el efecto opuesto. Si bien Ares envejecía de forma más lenta que la gente común y corriente, también era pasional y su carácter se volvió aun más rebelde y problemático. La familia tenía que mudarse a menudo escudándose en los negocios de Alexander para que nadie sospechara por qué los años no pasaban a la misma velocidad por Ares. Cuando cumplió los cuarenta años, apenas aparentaba veinte. Decidió que ya era momento de viajar por sí solo sin tener que valerse de Alexander para hacerlo... Craso error.

En uno de sus viajes a Grecia, Ares puso los ojos en la mujer equivocada y en el momento equivocado. No solo se enamoró por primera vez, sino que además quiso cortejarla a pesar de que ya estaba casada. Ares había heredado el encanto personal de su padre, el real, y no le costó mucho hacer que la muchacha cayese rendida a sus pies. Las malas lenguas dicen que parió un hijo suyo, aunque nadie lo sabe con total seguridad. Pero pasó que los rumores inquietaron al marido de esta mujer y les tendió una trampa. Ares y su amante fueron descubiertos en pleno acto sexual y humillados bajo la ira del marido cornudo y despechado. Sin embargo, la arrogancia y el orgullo de la mujer hicieron que esta le recriminase a su marido su falta de pasión y que si estaba con Ares era porque la hacía gozar de todo lo que él no le daba. Ares no cabía en sí de sorpresa y reaccionó con una carcajada que se granjeó el odio del despechado. Ese fue su segundo error, puesto que su pasado había sido investigado y conocían su naturaleza como cambiaformas. Fue acusado de herejía y trasladado inmediatamente a Roma para ser juzgado por la Santa Inquisición.

Durante el juicio, Ares se negó en rotundo a admitir que no fuese humano. Esto conllevaba la pena de muerte, pero no le importaba en absoluto. Habría muerto orgulloso y con la cabeza alta de no ser porque aquel al que creía su padre le traicionó. Alexander no solo acudió al juicio y declaró en su contra, sino que contó la verdadera historia de su nacimiento y sobornó a la joven amante de su hijo para que declarase también en su contra. Ares atendió a ambas declaraciones sin dar crédito a sus oídos y lanzando miradas de confusión, reproche y dolor a su madre, quien no cesaba su llanto a sus espaldas. La Inquisición le dio la oportunidad de redimirse una vez más. En esta ocasión, aceptó.

Desde entonces forma parte de la quinta facción, los Condenados. No hace falta decir que ha dejado de creer en segundas oportunidades y que el paso de los años no ha mejorado el hastío que siente hacia el mundo exterior.

DATOS EXTRA

• Es un cambiaformas canino. Puede transformarse en un perro pequeño de caza (podenco), uno grande de combate (gran danés) y un lobo de pelaje marruzco y blanquecino.
• A pesar de ser mucho más eficaces en su trabajo, detesta las armas de fuego; sus sentidos aumentados provocan que oiga con mayor intensidad los disparos.
• Posee una espada como reliquia personal de empuñadura plateada y hoja negra con grabados también en plata. La ha llamado Sentencia.
• Renunció a la fortuna de Alexander Wellington tras el juicio. En su lugar, el heredero fue su hermano pequeño, William. También tiene una hermana llamada Marie.
• Anne Wellington (antes Bonny) murió poco después de que Ares cumpliera su condena e ingresara en la Inquisición. Se dice que se suicidó al no poder soportar el sentimiento de culpa, pero no son más que meras habladurías con las que la gente trató de meter el dedo en la llaga los años siguientes a este episodio.

gracias a αgusτınα• de sourcecode