AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un encuentro casual [Ares Wellington]
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Un encuentro casual [Ares Wellington]
La noche había descendido hacía ya largas horas en Paris, las calles se encontraban sumergidas en las sombras y pocos eran aquellos que se aventuraban a pasearse por aquellos rincones llenos de peligros y misterios. En algún punto en la zona norte de la que alguna vez había sido la ciudad mas poderosa y bella del mundo, descansaba un pequeño y derruido establecimiento. Sin mas señalación que una muestra que pintaba a un hermosos pavorreal de colores apagados, aquella taberna estaba a punto de ser invadida por un suceso curioso.
-No puedo creer que hayamos perdido así la noche. -Comente con molestia mientras me introducía en aquel pequeño tugurio perdido en las entrañas de París. –Los informes eran demasiado vagos, no había forma de que con eso pudiéramos encontrar algo. –Tras de mi un joven de mirada perdida y rostro gacho entró sosteniendo nerviosamente entre los dedos un bolso de cuero curtido. La joven criada del establecimiento alzó la mirada al escuchar mi voz que retumbaba en el lugar semivacío. Rápida, como convenía a su profesión y papel, se acercó hasta nosotros mientras con una sonrisa nos guiaba hacia una mesa desocupada.
-Una jarra de su mejor cerveza y una gallina asada. –Ordene sin detenerme a mirarla, sentándome con molestia en la silla de roble. En la mesa coloque las pistoleras y la espada de corto acero que había pasado de generación en generación en mi familia. Un bufido de molestia mientras miraba al inseguro joven que parecía debatirse ante el deseo de tomar un descanso y el terror que le proporcionaba mi actitud. –Hemos perdido demasiado tiempo, demasiados recursos en este asunto y lo único que tienes que decir es qué te equivocaste de informantes.
-Monsieur Kant… -murmuró con nerviosismo al borde de un ataque de pánico, era solo un nuevo recluta y parte de mi sabía estaba siendo injusto con el muchacho. Sin embargo la situación no era ni meramente fácil de llevar. -… le aseguro que no volverá a pasar, encontraremos algo… -El retumbe de la mesa le hizo callar, mi puño derecho había descendido con violencia sobre la placa de aquel mueble. –Por supuesto que encontrarás algo, si de verdad aprecias tu miserable vida lo harás. –Le lance una postrema mirada asesina, desviando mis ojos posteriormente al recorrer el lugar. En mi molestia había olvidado que las paredes tenían oídos y ojos, aquel tema que solo nos correspondía al joven y a mi no debía ser participe de nadie más.
-Será mejor que te vayas, debes informar en el cuartel que ha sucedido. Espero que al menos eso lo sepas hacer bien. –Culmine zanjando el tema con un gesto imperativo. El pobre muchacho me contempló con ojos desencajados por un segundo para posteriormente hacer una leve y torpe reverencia, saliendo del tugurio con pasos acelerados y nerviosos. Solo al fin suspire, cerrando los ojos al tiempo que elevaba la diestra y acariciaba mi frente. Estaba agotado y sumamente molesto.
Los pasos de la cantinera me hicieron abrir los ojos, le observe hoscamente mientras colocaba ante mí la jarra de cerveza y un tarro de cristal mellado. –Su gallina ya esta siendo preparada caballero, ¿puedo ofrecerle algo más mientras espera? –Una sonrisa vacuna en su rostro redondo y pálido por el desvelo, me desagradaba y se lo hice saber con un gesto de desdén y un ademan violento que le apartó de mi lado. Sin prestar atención a sus quejas llené hasta el tope el tarro y tomé un largo trago dejando reposar tras ello el tarro en la mesa. Cerré los ojos deseando ordenar las ideas violentas y desfasadas en mi cabeza.
-No puedo creer que hayamos perdido así la noche. -Comente con molestia mientras me introducía en aquel pequeño tugurio perdido en las entrañas de París. –Los informes eran demasiado vagos, no había forma de que con eso pudiéramos encontrar algo. –Tras de mi un joven de mirada perdida y rostro gacho entró sosteniendo nerviosamente entre los dedos un bolso de cuero curtido. La joven criada del establecimiento alzó la mirada al escuchar mi voz que retumbaba en el lugar semivacío. Rápida, como convenía a su profesión y papel, se acercó hasta nosotros mientras con una sonrisa nos guiaba hacia una mesa desocupada.
-Una jarra de su mejor cerveza y una gallina asada. –Ordene sin detenerme a mirarla, sentándome con molestia en la silla de roble. En la mesa coloque las pistoleras y la espada de corto acero que había pasado de generación en generación en mi familia. Un bufido de molestia mientras miraba al inseguro joven que parecía debatirse ante el deseo de tomar un descanso y el terror que le proporcionaba mi actitud. –Hemos perdido demasiado tiempo, demasiados recursos en este asunto y lo único que tienes que decir es qué te equivocaste de informantes.
-Monsieur Kant… -murmuró con nerviosismo al borde de un ataque de pánico, era solo un nuevo recluta y parte de mi sabía estaba siendo injusto con el muchacho. Sin embargo la situación no era ni meramente fácil de llevar. -… le aseguro que no volverá a pasar, encontraremos algo… -El retumbe de la mesa le hizo callar, mi puño derecho había descendido con violencia sobre la placa de aquel mueble. –Por supuesto que encontrarás algo, si de verdad aprecias tu miserable vida lo harás. –Le lance una postrema mirada asesina, desviando mis ojos posteriormente al recorrer el lugar. En mi molestia había olvidado que las paredes tenían oídos y ojos, aquel tema que solo nos correspondía al joven y a mi no debía ser participe de nadie más.
-Será mejor que te vayas, debes informar en el cuartel que ha sucedido. Espero que al menos eso lo sepas hacer bien. –Culmine zanjando el tema con un gesto imperativo. El pobre muchacho me contempló con ojos desencajados por un segundo para posteriormente hacer una leve y torpe reverencia, saliendo del tugurio con pasos acelerados y nerviosos. Solo al fin suspire, cerrando los ojos al tiempo que elevaba la diestra y acariciaba mi frente. Estaba agotado y sumamente molesto.
Los pasos de la cantinera me hicieron abrir los ojos, le observe hoscamente mientras colocaba ante mí la jarra de cerveza y un tarro de cristal mellado. –Su gallina ya esta siendo preparada caballero, ¿puedo ofrecerle algo más mientras espera? –Una sonrisa vacuna en su rostro redondo y pálido por el desvelo, me desagradaba y se lo hice saber con un gesto de desdén y un ademan violento que le apartó de mi lado. Sin prestar atención a sus quejas llené hasta el tope el tarro y tomé un largo trago dejando reposar tras ello el tarro en la mesa. Cerré los ojos deseando ordenar las ideas violentas y desfasadas en mi cabeza.
Benoit Desmarai- Cazador Clase Media
- Mensajes : 97
Fecha de inscripción : 09/05/2013
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Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
Norte de París; otoño de 1800.
Todavía quedarán más de cien años para poder experimentar sus cambios, así como lo harán mis hijos si los tuviere. Apenas llevaba unas semanas en Francia y ya tenía claro que nada en lo que concerniese a mi trabajo tendría que ver con Londres o con Roma. ¿Por qué me habían enviado a mí, de entre todos los inquisidores del mundo a los que el Vaticano manipulaba, a la capital francesa? La verdad es que no tenía ni idea, pero seguramente tendría algo que ver mi condición como Condenado y la dificultad que había tenido desde siempre para acatar las normas. De hecho en el día de mi llegada rompí unas... ¿Veinte? ¿Tal vez treinta? Pero esa es otra historia que no tiene nada que ver con la de aquella noche cuando, cansado de la mediocridad de las calles parisinas, decidí dirigirme a una de tantas tabernas pobres de la ciudad.
Acababa de terminar un encargo. Los barrios bajos de París no eran ni la mitad de pestilentes y penosos que los londinenses, pero guardaban cierto encanto especial. Tal vez fuesen sus putas y la habilidad que tenían para abrirse de piernas con sonrisas embriagadoras y perfumes exagerados. Las calles que recorrí aquella noche fueron todas estrechas, sucias y peligrosas. Olía a sangre, sudor y sexo en cada rincón al que girase la cabeza pero no dejé que eso alterase mi determinación. Contrario a ello, experimenté el ansia de acabar cuanto antes para poder alejarme de allí lo más rápido que me permitieran mis piernas. Había decidido no transformarme. Encontré a mi muriente en un callejón sin salida... O tal vez sería más oportuno decir que él me encontró a mí. Tan distraído estuve escudriñando las calles, que no me percaté de que estaba siendo conducido como un rebaño hasta la trampa de -válgase la ironía- un lobo. El licántropo me sonrió con malicia cuando giré sobre mis talones. Yo aún tenía mis propias cartas que jugar.
Se saldó con una buena ristra de golpes, cinco estocadas y un disparo. Odiaba los disparos. Estaba de mal humor a pesar del éxito de la caza y solo algo podría remediarlo. Ya que estaba rodeado de tugurios parisinos, decidí desviarme al noroeste. Se hacía tarde y cada vez había menos gente en las calles, pero la mayor parte eran hombres que apestaban a alcohol, daban tumbos e iban acompañados de alguna que otra zorra descarada. Había una taberna o un burdel cerca, tal vez los dos. Resultó ser lo primero y la imagen más inmediata que tuve del local fue la de un puzzle al que un borracho le hubiese dado un puñetazo y cuyas piezas estuvieran descarriadas por la mesa. Ni siquiera el pavo real de su insignia -si es que podía llamarla tal cosa- era gran cosa y apenas se veía entre los escorzos de la pared. Sin embargo no esperaba nada mejor de aquella zona y entré.
En el interior apenas había tres hombres, un mozo de cuadras ocioso y la tabernera. Las lorzas de esta última me hicieron entender por qué la fachada estaba tan deteriorada y adónde iba a parar el dinero que ganasen reventando hígados ajenos. Una segunda dependienta más joven y en mejor estado que la primera me dirigió una mirada -y su correspondiente repaso- antes de señalarme una mesa vacía. Negué su oferta y escogí otra más arrinconada que permanecía en sombras y desde la que podía observar todo el local sin ser sorprendido por la espalda. No, no tenía nada que temer o esconder, pero son gajes del oficio o defectos de profesión. Manías, si se prefieren llamar así. Me sirvieron una jarra de cerveza llena hasta los topes y no levanté el culo del banco hasta que mi vejiga se llenó antes que los riñones y no tuve más remedio que salir a hacer mis necesidades. Cuando volví fui testigo de una escena curiosa y totalmente fuera de lugar:
-… le aseguro que no volverá a pasar, encontraremos algo…
Un golpe brusco y sonoro en la mesa hizo retumbar el local. Cuando quise darme cuenta, había llevado mi diestra al interior de la casaca y aferraba uno de los puñales que solía llevar escondidos.
– Por supuesto que encontrarás algo, si de verdad aprecias tu miserable vida lo harás- pareció darse cuenta en ese momento de que no estaban solos y cambió su postura; yo disimulé mi gesto rascándome el costado-. Será mejor que te vayas, debes informar en el cuartel qué ha sucedido. Espero que al menos eso lo sepas hacer bien.
¿Cuartel? ¿Qué cuartel? "No me jodas, ya ni siquiera puedo salir a mear sin meterme en líos." Aquel pensamiento me enervó. ¿Eran inquisidores? ¿De qué otro cuartel podrían hablar sino? El mal humor volvió a mí cuando la paranoia se instaló en mi cabeza al pensar que mandaban un perro guardián para asegurarse de que cumplía con mi trabajo. Lo cual, pensándolo bien, era razonable teniendo en cuenta que a ojos de los demás era un novato por ser nuevo en la capital. Sin embargo me bastó un vistazo hacia la insólita pareja para darme cuenta de que ambos eran humanos y me tranquilicé. Cuando la Santa Inquisición quería mantener a raya a un condenado, no enviaba humanos. Enviaba condenados aun peores que el posible rebelde en cuestión. Irónicamente era la única forma de mantenernos bajo control en sus filas y, si quisiéramos, podríamos rebelarnos y ser nosotros quienes los gobernaran a ellos antes de que se diesen cuenta de la revuelta siquiera.
Desterré aquellas ideas de mi cabeza. No eran buenas y tampoco podría confesárselas a un sacerdote. Capaz y se pasaba por el forro de los cojones el secreto de confesión para contárselo a sus superiores y entonces sí que tendría un puto perro guardián a mis espaldas. Con todo, tuve que admitir que la curiosidad se adueñó de mi raciocinio tras haber presenciado aquello. Cuado el muchacho salió de la taberna blanco como la cera, recogí la jarra de cerveza que había dejado sobre mi mesa y me dirigí a la del desconocido. No pensaba andarme con rodeos y me senté frente a él sin más en el preciso instante que la tabernera estaba dispuesta a alejarse.
- Llénamela- ordené empujando la jarra sobre la superficie de madera-. Buenas noches, monsieur. No he podido evitar oír su conversación y encontrarla gratamente interesante.
Sonreí. Mis sonrisas rara vez deparaban nada bueno.
Todavía quedarán más de cien años para poder experimentar sus cambios, así como lo harán mis hijos si los tuviere. Apenas llevaba unas semanas en Francia y ya tenía claro que nada en lo que concerniese a mi trabajo tendría que ver con Londres o con Roma. ¿Por qué me habían enviado a mí, de entre todos los inquisidores del mundo a los que el Vaticano manipulaba, a la capital francesa? La verdad es que no tenía ni idea, pero seguramente tendría algo que ver mi condición como Condenado y la dificultad que había tenido desde siempre para acatar las normas. De hecho en el día de mi llegada rompí unas... ¿Veinte? ¿Tal vez treinta? Pero esa es otra historia que no tiene nada que ver con la de aquella noche cuando, cansado de la mediocridad de las calles parisinas, decidí dirigirme a una de tantas tabernas pobres de la ciudad.
Acababa de terminar un encargo. Los barrios bajos de París no eran ni la mitad de pestilentes y penosos que los londinenses, pero guardaban cierto encanto especial. Tal vez fuesen sus putas y la habilidad que tenían para abrirse de piernas con sonrisas embriagadoras y perfumes exagerados. Las calles que recorrí aquella noche fueron todas estrechas, sucias y peligrosas. Olía a sangre, sudor y sexo en cada rincón al que girase la cabeza pero no dejé que eso alterase mi determinación. Contrario a ello, experimenté el ansia de acabar cuanto antes para poder alejarme de allí lo más rápido que me permitieran mis piernas. Había decidido no transformarme. Encontré a mi muriente en un callejón sin salida... O tal vez sería más oportuno decir que él me encontró a mí. Tan distraído estuve escudriñando las calles, que no me percaté de que estaba siendo conducido como un rebaño hasta la trampa de -válgase la ironía- un lobo. El licántropo me sonrió con malicia cuando giré sobre mis talones. Yo aún tenía mis propias cartas que jugar.
Se saldó con una buena ristra de golpes, cinco estocadas y un disparo. Odiaba los disparos. Estaba de mal humor a pesar del éxito de la caza y solo algo podría remediarlo. Ya que estaba rodeado de tugurios parisinos, decidí desviarme al noroeste. Se hacía tarde y cada vez había menos gente en las calles, pero la mayor parte eran hombres que apestaban a alcohol, daban tumbos e iban acompañados de alguna que otra zorra descarada. Había una taberna o un burdel cerca, tal vez los dos. Resultó ser lo primero y la imagen más inmediata que tuve del local fue la de un puzzle al que un borracho le hubiese dado un puñetazo y cuyas piezas estuvieran descarriadas por la mesa. Ni siquiera el pavo real de su insignia -si es que podía llamarla tal cosa- era gran cosa y apenas se veía entre los escorzos de la pared. Sin embargo no esperaba nada mejor de aquella zona y entré.
En el interior apenas había tres hombres, un mozo de cuadras ocioso y la tabernera. Las lorzas de esta última me hicieron entender por qué la fachada estaba tan deteriorada y adónde iba a parar el dinero que ganasen reventando hígados ajenos. Una segunda dependienta más joven y en mejor estado que la primera me dirigió una mirada -y su correspondiente repaso- antes de señalarme una mesa vacía. Negué su oferta y escogí otra más arrinconada que permanecía en sombras y desde la que podía observar todo el local sin ser sorprendido por la espalda. No, no tenía nada que temer o esconder, pero son gajes del oficio o defectos de profesión. Manías, si se prefieren llamar así. Me sirvieron una jarra de cerveza llena hasta los topes y no levanté el culo del banco hasta que mi vejiga se llenó antes que los riñones y no tuve más remedio que salir a hacer mis necesidades. Cuando volví fui testigo de una escena curiosa y totalmente fuera de lugar:
-… le aseguro que no volverá a pasar, encontraremos algo…
Un golpe brusco y sonoro en la mesa hizo retumbar el local. Cuando quise darme cuenta, había llevado mi diestra al interior de la casaca y aferraba uno de los puñales que solía llevar escondidos.
– Por supuesto que encontrarás algo, si de verdad aprecias tu miserable vida lo harás- pareció darse cuenta en ese momento de que no estaban solos y cambió su postura; yo disimulé mi gesto rascándome el costado-. Será mejor que te vayas, debes informar en el cuartel qué ha sucedido. Espero que al menos eso lo sepas hacer bien.
¿Cuartel? ¿Qué cuartel? "No me jodas, ya ni siquiera puedo salir a mear sin meterme en líos." Aquel pensamiento me enervó. ¿Eran inquisidores? ¿De qué otro cuartel podrían hablar sino? El mal humor volvió a mí cuando la paranoia se instaló en mi cabeza al pensar que mandaban un perro guardián para asegurarse de que cumplía con mi trabajo. Lo cual, pensándolo bien, era razonable teniendo en cuenta que a ojos de los demás era un novato por ser nuevo en la capital. Sin embargo me bastó un vistazo hacia la insólita pareja para darme cuenta de que ambos eran humanos y me tranquilicé. Cuando la Santa Inquisición quería mantener a raya a un condenado, no enviaba humanos. Enviaba condenados aun peores que el posible rebelde en cuestión. Irónicamente era la única forma de mantenernos bajo control en sus filas y, si quisiéramos, podríamos rebelarnos y ser nosotros quienes los gobernaran a ellos antes de que se diesen cuenta de la revuelta siquiera.
Desterré aquellas ideas de mi cabeza. No eran buenas y tampoco podría confesárselas a un sacerdote. Capaz y se pasaba por el forro de los cojones el secreto de confesión para contárselo a sus superiores y entonces sí que tendría un puto perro guardián a mis espaldas. Con todo, tuve que admitir que la curiosidad se adueñó de mi raciocinio tras haber presenciado aquello. Cuado el muchacho salió de la taberna blanco como la cera, recogí la jarra de cerveza que había dejado sobre mi mesa y me dirigí a la del desconocido. No pensaba andarme con rodeos y me senté frente a él sin más en el preciso instante que la tabernera estaba dispuesta a alejarse.
- Llénamela- ordené empujando la jarra sobre la superficie de madera-. Buenas noches, monsieur. No he podido evitar oír su conversación y encontrarla gratamente interesante.
Sonreí. Mis sonrisas rara vez deparaban nada bueno.
Ares Wellington- Condenado/Cambiante/Clase Media
- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 19/05/2013
Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
Y de aquella forma la poca tranquilidad que había logrado disfrutar se desvanecía. Aquellos pasos pesados me habían persuadido de abrir los ojos, pero pensé simplemente el desconocido seguiría de largo. Presunción que llegó a menos cuando su cuerpo pesadamente se detuvo ante mi. Fruncí el ceño al escucharle hablar y me obligue a abrir los ojos para contemplar con desgarbo a aquel ser que ahora ocupaba el puesto contrario en mi mesa.
-¿Interesante? -Hice eco a aquella curiosa palabra que me hacía sentir desconfianza. Jamás había sido un ser paranoico, pero si era muy cuidadoso con aquello que dejaba traslucir con respecto a mi y mi trabajo. -No creo que haya nada de interesante en un negocio burlado, de hecho sería mas bien cómico y trágico que interesante, caballero. -La ultima palabra fue acentuada mientras enmarcaba una ceja.
Su aspecto no era mejor que el mio, desaliñado y descuidado bien podía pasar por uno más de los miembros del cuartel. Aquella idea me hizo preguntarme si acaso el hombre encontraba su profesión en el mismo rubro que el mio. Me incliné al frente tirando hacia mi de las pistoleras y la espada, no deseando dejarles al alcance del desconocido y pretextando con aquel movimiento hacer un poco de espacio para la jarra que la cantinera ponía ya sobre la mesa.
Lleve nuevamente el tarro a mis labios, inundando mi garganta con aquel liquido espeso y amargo. No era la mejor cerveza que hubiese probado, pero al menos ayudaría a hacer mas fácil aquella noche. Mirando en derredor note lo vació de la taberna y las pocas posibilidades que tenía de librarme de aquella inesperada compañía.
-Si me permite decirlo, caballero, no parece ser de por aquii. Constantemente visitó el lugar y debo admitir que es la primera vez que tengo el privilegio de verle. ¿Nuevo es acaso en la ciudad? -Interrogue poniendo especial atención en sus facciones ocultas por la espesa barba. Algo en él me perturbaba, ponía mis sentidos alertas pero era difícil el saber que era cuando el alcohol comenzaba a cosquillear por mis venas. -Si fuese así debo decir que hay una larga lista de mejores lugares que esta pocilga.
Gire el rostro contemplando con despreció a las dos mujeres. Una de ellas limpiaba la barra y me regresó un gesto hosco, la otra se internaba en la cocina cuando mis palabras resonaron con tal descuido y arbitrariedad. -Las putas son malas y la cerveza apenas vale lo que te cobran por ella. -Culmine mirando el fondo de mi vaso semivacio, bufe con despreció tirando al suelo el resto del contenido que ya se encontraba tibio. Serví nuevamente mi tarro y mire la espuma brincar con alegría al desbordarse por el borde.
-Digame señor, ¿qué es eso que pareció tan interesante en mi platica? Le aseguro que me intriga como algo tan trivial pudo llamar la atención de un fino señor como vos. -Sonreía al hablar, descaradamente mientras acariciaba con la yema de mis dedos la culata de mis pistolas que se encontraban a mi alcance si es que acaso era necesario el usarlas.
-¿Interesante? -Hice eco a aquella curiosa palabra que me hacía sentir desconfianza. Jamás había sido un ser paranoico, pero si era muy cuidadoso con aquello que dejaba traslucir con respecto a mi y mi trabajo. -No creo que haya nada de interesante en un negocio burlado, de hecho sería mas bien cómico y trágico que interesante, caballero. -La ultima palabra fue acentuada mientras enmarcaba una ceja.
Su aspecto no era mejor que el mio, desaliñado y descuidado bien podía pasar por uno más de los miembros del cuartel. Aquella idea me hizo preguntarme si acaso el hombre encontraba su profesión en el mismo rubro que el mio. Me incliné al frente tirando hacia mi de las pistoleras y la espada, no deseando dejarles al alcance del desconocido y pretextando con aquel movimiento hacer un poco de espacio para la jarra que la cantinera ponía ya sobre la mesa.
Lleve nuevamente el tarro a mis labios, inundando mi garganta con aquel liquido espeso y amargo. No era la mejor cerveza que hubiese probado, pero al menos ayudaría a hacer mas fácil aquella noche. Mirando en derredor note lo vació de la taberna y las pocas posibilidades que tenía de librarme de aquella inesperada compañía.
-Si me permite decirlo, caballero, no parece ser de por aquii. Constantemente visitó el lugar y debo admitir que es la primera vez que tengo el privilegio de verle. ¿Nuevo es acaso en la ciudad? -Interrogue poniendo especial atención en sus facciones ocultas por la espesa barba. Algo en él me perturbaba, ponía mis sentidos alertas pero era difícil el saber que era cuando el alcohol comenzaba a cosquillear por mis venas. -Si fuese así debo decir que hay una larga lista de mejores lugares que esta pocilga.
Gire el rostro contemplando con despreció a las dos mujeres. Una de ellas limpiaba la barra y me regresó un gesto hosco, la otra se internaba en la cocina cuando mis palabras resonaron con tal descuido y arbitrariedad. -Las putas son malas y la cerveza apenas vale lo que te cobran por ella. -Culmine mirando el fondo de mi vaso semivacio, bufe con despreció tirando al suelo el resto del contenido que ya se encontraba tibio. Serví nuevamente mi tarro y mire la espuma brincar con alegría al desbordarse por el borde.
-Digame señor, ¿qué es eso que pareció tan interesante en mi platica? Le aseguro que me intriga como algo tan trivial pudo llamar la atención de un fino señor como vos. -Sonreía al hablar, descaradamente mientras acariciaba con la yema de mis dedos la culata de mis pistolas que se encontraban a mi alcance si es que acaso era necesario el usarlas.
Benoit Desmarai- Cazador Clase Media
- Mensajes : 97
Fecha de inscripción : 09/05/2013
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Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
Pelo y ojos oscuros, piel caucásica, cuerpo alto y desgarbado. No había nada en él que escapara fuera de lo común y sin embargo me hallaba en la tesitura de desentrañar si mis sospechas no eran más que producto de una repentina paranoia o tenía motivos para desconfiar de aquel hombre. Él también me observó, por supuesto, y seguramente no se le escaparía ni un solo detalle de mi persona. Noté un hormigueo en los ojos y supe que mis pupilas se habían contraído vagamente cuando una parte de mi subconsciente quiso volver a examinarle. La figura del desconocido se vio cubierta por una luz tenue y de color frío que solo yo podía ver. La intensidad me informaba que, efectivamente, era humano. Su palidez me gritaba en silencio que mi presencia en la mesa no era grata. Mi sonrisa se afiló tanto como cualquiera de las dagas que llevaba ocultas y puede que incluso también la espada de mi acompañante. La mía seguía enfundada en mi cintura obligándome en todo momento a tener que sentarme con el cuerpo ligeramente ladeado para que no me molestase ni que su empuñadura se clavara en mi costado. La tabernera se dio cuenta de la tensión que de pronto cargó el ambiente cuando nuestras miradas se cruzaron. Lo noté en el tintineo de su propia aura y cómo esta adoptaba un amarillo enfermizo a causa de su inseguridad. Llenó mi jarra de cerveza, esbozó una sonrisa falsa e inquieta y se alejó de vuelta al mostrador. Tenía tanta mierda que por más que lo limpiara seguiría habiendo roña, pero podría mantenerse ocupada o fingir estar haciendo algo mientras nos escuchaba. Cualquier cosa le valdría.
- Interesante, sí- asentí convencido-, y bastante gorda ha tenido que ser la metedura de pata del mocoso para que le gritase así y saliese tan blanco como si hubiera visto al mismísimo diablo en esta taberna.
Negocio burlado, decía. ¿Me tomaba por tonto? Esperé que no fuera así o tendríamos algo más que palabras. Por lo general me sentaba fatal que menospreciaran mis habilidades casi tanto como mi inteligencia. Aunque claro, nadie tenía forma de saber que disponía de ciertas dotes que me facilitaban las cosas. Mis sentidos, por ejemplo, estaban lo suficiente desarrollados como para que el eco del herrumbroso establecimiento hubiera traído hasta mis oídos la conversación de los dos hombres aunque hubieran tenido a bien discutir entre murmullos. Todo era cuestión de saber cómo y dónde colocarse. Lo demás no era más que ciencia y aprovechar las ventajas que Dios o el Diablo, fuera quien fuese, nos concedió el día de nuestro alumbramiento. Como si quisiera acompañar mi sospecha dentro del criterio formulado, deslicé la mirada hasta clavarla en las pistolas y la espada. Eran de todo menos mano de obra barata y eso no terminaba de encajar con el escenario en el que nos encontrábamos. No sé si se dio cuenta de ello, pero se inclinó hacia delante y las atrajo hacia sí mismo cuando la tabernera regresó para disponer su pedido. Por segunda vez nos dirigió una mirada inquieta a la que yo no hice ni puñetero caso. Me interesaba mucho más la presencia del hombre que tenía delante, su misterio y los motivos que lo traían a un lugar como éste. ”Muy agudo, Platón”; ironizó mi mente cuando lanzó la pregunta de mi procedencia. ”Mi acento francés es tan sumamente perfecto como para no sospechar que mi culo ha cagado en otros lares más elegantes que este tugurio.” No obstante decidí imitar su postura y aparentar la más absoluta indiferencia. Mi mayor defecto era ser impulsivo, pero sabía jugar a hacerme el interesante casi tan bien como medirme la polla con las presas que me encomendaban.
- No, no soy de por aquí- afirmé con un suspiro-. A decir verdad no soy de ningún lugar concreto. Voy y vengo por donde me place y si quisiera una puta que follar hasta quedarme seco, estaría de camino a un burdel y no entablando esta conversación con usted. Por muy grata que me sea.
Definitivamente me creía estúpido, o tal vez era lo suficiente inocente como para creer que las paredes no tenían oídos, así como las ventanas ojos. Decidí ir al grano y coger al toro por los cuernos. Mis superiores a menudo criticaban ese aspecto de mí alegando que sería de los mejores ejecutores si mi mente no pensara que ya lo soy y meditase mis palabras casi tanto como mis actos... Antes y no después de realizarlos.
- Estaban hablando de un cuartel- atajé con otra mirada hacia las armas que hubo movido sobre la mesa-, lo cual me preocupa. Como comprenderá, no quisiera verme involucrado en una disputa callejera a consecuencia de la redada fallida de dos oficiales- ¿Estaba mareando mucho la perdiz? Casi podía oír a los sacerdotes diciendo que sí con rotundidad-. Claro que no tiene aspecto de ser tal cosa. ¿Un cazafortunas, quizá?
Un mercenario encajaría más y mejor con su descripción física y su presencia en los barrios bajos.
- Interesante, sí- asentí convencido-, y bastante gorda ha tenido que ser la metedura de pata del mocoso para que le gritase así y saliese tan blanco como si hubiera visto al mismísimo diablo en esta taberna.
Negocio burlado, decía. ¿Me tomaba por tonto? Esperé que no fuera así o tendríamos algo más que palabras. Por lo general me sentaba fatal que menospreciaran mis habilidades casi tanto como mi inteligencia. Aunque claro, nadie tenía forma de saber que disponía de ciertas dotes que me facilitaban las cosas. Mis sentidos, por ejemplo, estaban lo suficiente desarrollados como para que el eco del herrumbroso establecimiento hubiera traído hasta mis oídos la conversación de los dos hombres aunque hubieran tenido a bien discutir entre murmullos. Todo era cuestión de saber cómo y dónde colocarse. Lo demás no era más que ciencia y aprovechar las ventajas que Dios o el Diablo, fuera quien fuese, nos concedió el día de nuestro alumbramiento. Como si quisiera acompañar mi sospecha dentro del criterio formulado, deslicé la mirada hasta clavarla en las pistolas y la espada. Eran de todo menos mano de obra barata y eso no terminaba de encajar con el escenario en el que nos encontrábamos. No sé si se dio cuenta de ello, pero se inclinó hacia delante y las atrajo hacia sí mismo cuando la tabernera regresó para disponer su pedido. Por segunda vez nos dirigió una mirada inquieta a la que yo no hice ni puñetero caso. Me interesaba mucho más la presencia del hombre que tenía delante, su misterio y los motivos que lo traían a un lugar como éste. ”Muy agudo, Platón”; ironizó mi mente cuando lanzó la pregunta de mi procedencia. ”Mi acento francés es tan sumamente perfecto como para no sospechar que mi culo ha cagado en otros lares más elegantes que este tugurio.” No obstante decidí imitar su postura y aparentar la más absoluta indiferencia. Mi mayor defecto era ser impulsivo, pero sabía jugar a hacerme el interesante casi tan bien como medirme la polla con las presas que me encomendaban.
- No, no soy de por aquí- afirmé con un suspiro-. A decir verdad no soy de ningún lugar concreto. Voy y vengo por donde me place y si quisiera una puta que follar hasta quedarme seco, estaría de camino a un burdel y no entablando esta conversación con usted. Por muy grata que me sea.
Definitivamente me creía estúpido, o tal vez era lo suficiente inocente como para creer que las paredes no tenían oídos, así como las ventanas ojos. Decidí ir al grano y coger al toro por los cuernos. Mis superiores a menudo criticaban ese aspecto de mí alegando que sería de los mejores ejecutores si mi mente no pensara que ya lo soy y meditase mis palabras casi tanto como mis actos... Antes y no después de realizarlos.
- Estaban hablando de un cuartel- atajé con otra mirada hacia las armas que hubo movido sobre la mesa-, lo cual me preocupa. Como comprenderá, no quisiera verme involucrado en una disputa callejera a consecuencia de la redada fallida de dos oficiales- ¿Estaba mareando mucho la perdiz? Casi podía oír a los sacerdotes diciendo que sí con rotundidad-. Claro que no tiene aspecto de ser tal cosa. ¿Un cazafortunas, quizá?
Un mercenario encajaría más y mejor con su descripción física y su presencia en los barrios bajos.
Ares Wellington- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
La cantina se inundó con el sonido de mi hosca carcajada cuando aquel gentil caballero hubo terminado tan osado conjunto de pensamientos. Si que tenía cojones para hablar de aquella manera, confiaba demasiado en si mismo y en que lograría hacerme soltar la lengua con la facilidad con que se hace hablar a un infante sobre sus travesuras.
-Creo que todos tenemos algo de cazafortunas. -Comenté con cautela tras dar un largo trago a la cerveza que esperaba en mi vaso. Le miraba con la tranquilidad más helada del mundo atento a sus cambios, a cada gesto y cada ademan. Si al principio había renegado de su alegre compañía ahora estaba mas que seguro que se trataba de un error. Aquel hombre era peligroso y muy inteligente al parecer. Baje de golpe el vaso, estremeciendo el lugar con mi acción mientras giraba el rostro en dirección de las putas. -¿Y la gallina? Comienzo a impacientarme maldita sea.
Algo en mi mirada debió ser lo suficientemente imperante como para hacer despertar de su sopor a aquella bestia bovina. La mujer de la barra hizo una torpe reverencia siguiendo el camino de la otra cantinera que momentos antes había abandonado la parte frontal del lugar, entrando apresuradamente en la cocina dejando el establecimiento a nuestro cobijo. Encaré a aquel hombre y con desdén le observé sin tapujos. Detestaba el tener que explicarme a terceros y aquellas preguntas tan directas calaban profundamente mi poca paciencia que se encontraba casi al limite.
-Le diré algo caballero, mas le valdría ir con cuidado si de verdad "teme involucrarse en una riña callejera" -Parodié el tono de su molesta voz al tiempo que me inclinaba al frente mirándole con frialdad a los ojos. Mi mano ya se había aferrado a la culata de una de las pistolas y demostraba que mi mano sería ligera cuando tuviese que hacer uso de tan fino y cruel instrumento. -Esta ciudad es peligrosa, plagada no solo de mentes torcidas como la mía o la vuestra. Hay peores entes por ahí sueltos, no sea que su deseo de fisgonear termine trayéndoles a usted.
Hablar de aquella forma era peligroso, lo sabía bien. Pero en el ultimo momento algo había inundado mi mente, una extraña idea que me molestaba más que la mirada de aquel ser y la intromisión en mi descanso. Lo había notado antes, la incomodidad que subyacía en su persona se encontraba más allá de una mera molestia de cantina. Cuando me encontraba cerca de aquel ser me sentía igual que cuando enfrentaba a las asquerosas alimañas de la noche. Me hacia sentir tenso.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por el apetitoso olor de la gallina asada y guarnecida por finas hiervas y patatas. La cantinera "bonita" se acercó con velocidad y le colocó ante mi sin siquiera mirarme a los ojos, estaba blanca como la cera... sonreía burlón relajándome un tanto al tiempo que le daba una sonora nalgada en su trasero antes de que se largará. -Así me gusta zorra, si te portas bien yo también te daré una rica polla caliente. -La mujer me regresó una sonrisa nerviosa, estaba seguro que no quería tener nada que ver conmigo, no después de haber evidenciado mi trato hosco y violento. Realmente no le culpaba.
Sin mucha etiqueta ni parsimonia tire de la pierna de la gallina desprendiendole de su origen con un reguero de deliciosos jugos. Estaba caliente pero no me importó, antes de darle una mordida sonreía como un lobo a mi interlocutor. -Deseo demostrarle mi buena fe caballero. Ande, sírvase de la gallina que no hay mejores en todo el barrio. Comiendo y bebiendo hemos de llegar a algún arregló en esta enojosa situación. -Sin mas me lleve la pieza de carne a la boca y le mordí con apetito mirando en todo momento a mi acompañante.
-Creo que todos tenemos algo de cazafortunas. -Comenté con cautela tras dar un largo trago a la cerveza que esperaba en mi vaso. Le miraba con la tranquilidad más helada del mundo atento a sus cambios, a cada gesto y cada ademan. Si al principio había renegado de su alegre compañía ahora estaba mas que seguro que se trataba de un error. Aquel hombre era peligroso y muy inteligente al parecer. Baje de golpe el vaso, estremeciendo el lugar con mi acción mientras giraba el rostro en dirección de las putas. -¿Y la gallina? Comienzo a impacientarme maldita sea.
Algo en mi mirada debió ser lo suficientemente imperante como para hacer despertar de su sopor a aquella bestia bovina. La mujer de la barra hizo una torpe reverencia siguiendo el camino de la otra cantinera que momentos antes había abandonado la parte frontal del lugar, entrando apresuradamente en la cocina dejando el establecimiento a nuestro cobijo. Encaré a aquel hombre y con desdén le observé sin tapujos. Detestaba el tener que explicarme a terceros y aquellas preguntas tan directas calaban profundamente mi poca paciencia que se encontraba casi al limite.
-Le diré algo caballero, mas le valdría ir con cuidado si de verdad "teme involucrarse en una riña callejera" -Parodié el tono de su molesta voz al tiempo que me inclinaba al frente mirándole con frialdad a los ojos. Mi mano ya se había aferrado a la culata de una de las pistolas y demostraba que mi mano sería ligera cuando tuviese que hacer uso de tan fino y cruel instrumento. -Esta ciudad es peligrosa, plagada no solo de mentes torcidas como la mía o la vuestra. Hay peores entes por ahí sueltos, no sea que su deseo de fisgonear termine trayéndoles a usted.
Hablar de aquella forma era peligroso, lo sabía bien. Pero en el ultimo momento algo había inundado mi mente, una extraña idea que me molestaba más que la mirada de aquel ser y la intromisión en mi descanso. Lo había notado antes, la incomodidad que subyacía en su persona se encontraba más allá de una mera molestia de cantina. Cuando me encontraba cerca de aquel ser me sentía igual que cuando enfrentaba a las asquerosas alimañas de la noche. Me hacia sentir tenso.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por el apetitoso olor de la gallina asada y guarnecida por finas hiervas y patatas. La cantinera "bonita" se acercó con velocidad y le colocó ante mi sin siquiera mirarme a los ojos, estaba blanca como la cera... sonreía burlón relajándome un tanto al tiempo que le daba una sonora nalgada en su trasero antes de que se largará. -Así me gusta zorra, si te portas bien yo también te daré una rica polla caliente. -La mujer me regresó una sonrisa nerviosa, estaba seguro que no quería tener nada que ver conmigo, no después de haber evidenciado mi trato hosco y violento. Realmente no le culpaba.
Sin mucha etiqueta ni parsimonia tire de la pierna de la gallina desprendiendole de su origen con un reguero de deliciosos jugos. Estaba caliente pero no me importó, antes de darle una mordida sonreía como un lobo a mi interlocutor. -Deseo demostrarle mi buena fe caballero. Ande, sírvase de la gallina que no hay mejores en todo el barrio. Comiendo y bebiendo hemos de llegar a algún arregló en esta enojosa situación. -Sin mas me lleve la pieza de carne a la boca y le mordí con apetito mirando en todo momento a mi acompañante.
Benoit Desmarai- Cazador Clase Media
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Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
¿Se divertía a mi costa? ¿En eso residía todo? Lo dudaba, pero algo en mi cadena de conjeturas debió ser sumamente jocoso para que liberase aquella carcajada. Personalmente no le veía la gracia y mi ceño se frunció de manera automática antes de que una sonrisa sarcástica curvase mis labios de un extremo a otro. Le acababa de encontrar el humor a otro chiste mucho más personal que no delataría por el momento: normalmente era yo quien se reía de todo. Ahora podía atisbar cómo debían sentirse mis murientes y presas cada vez que me tomaba la libertad de responder a sus comentarios con burlas sin sentido que a menudo les sacaban de quicio. Ofendidas, confusas y atrapadas. La diferencia es que sus vidas estaban en juego atrapados en una soga imaginaria que les hubiera rodeado el cuello antes siquiera de que me vieran aparecer. Yo también estaba atrapado en ese momento, pero mi soga no se cernía en mi cuello ni tampoco era muerte, sino diversión y curiosidad, lo que me propiciaba. Ahorré saliva. No tenía sentido responder a aquella provocación con la que dejaba claro que él también me estaba estudiando y suponía que podríamos ser cazafortunas en el mismo grado, por llamarlo de alguna forma. Por contra dejé que berreara el retraso de su comida y agudicé el oído sin despegar los ojos de sus gestos. Percibí los pasos atropellados de la cantinera cuando reaccionó a la réplica y se marchó corriendo a la cocina. Su compañera, que tal vez fuese madre o tía suya -a saber-, aceleró los roscones que tenía por brazos y el siseo del trapo apretó la intensidad de su roce contra la madera de la barra. No me habría sido posible percibir aquello si no estuviera entrenado o si la taberna se hubiera encontrado atestada de clientes. Pero el silencio era sepulcral y solo se oían nuestras voces cuando nos dignábamos a responder. Fue la primera vez que me atreví a despegar los ojos de mi acompañante y también mi único error aquella noche, por el momento. Me di cuenta de que los pocos clientes que había a mi llegada se fueron marchando poco a poco al percibir el aire cargado y la hostilidad con la que el desconocido medía su polla contra la mía a base de metáforas y juegos de palabras absurdos que venían a decir lo mismo: si pudiera, te partiría la cara para que me dejases en paz. Solo quedaba uno y en cuanto se dio cuenta de que le estaba mirando, apartó su propia mirada con nerviosismo. Cogió un tenedor y fingió prestar atención a su plato, pero en lugar de eso no hacía más que remover su comida. Parpadeé y volví la vista hacia mi acompañante en el mismo instante que percibí un movimiento tenue, ligero y disimulado en una de sus manos. Supe que aferraba un arma, pero no cuál. Maldije mi distracción y sopesé mis propias oportunidades de defenderme. Apartar la vista de él no fue mi único error, pero podría salarlos. La espada en mi cintura me obligaba a moverme más torpemente que en otras ocasiones. Comparado conmigo, él iba más ligero y podría desenfundar un arma blanca o apuntarme con una de sus pistolas en cuanto quisiera. Mi mejor baza para defenderme era aferrarme a mis habilidades y moverme más rápido que él. Más rápido que cualquier humano común y corriente... Lo que delataría que no soy tal cosa. Maldita fuera mi estampa por descuidarme. La tabernera rolliza desapareció por la puerta de la cocina dejándonos a solas. Como si tuviera un sexto sentido que pudiera decirle cuándo debía largarse y hacer ojos ciegos a los problemas.
Mi acompañante habló y por primera vez en muchas horas sonreí de forma sincera, lo cual, según decían los sacerdotes que me encomendaban las misiones, se veía a través del supuesto brillo inocente de mis ojos. ¿Brillo inocente? ¿Yo? Cuando decían tales cosas me obligaban a preguntarme qué clase de mierdas echaban en el incienso de sus misas para suponer semejante tontería. Pero la adrenalina y la sed de acción son las peores drogas para quienes trabajan en mis... Llamémoslos negocios. La idea de que apareciera una bestia que lograra cogerme por sorpresa, como en el callejón horas antes, y contra la que poder pelear en igualdad de condiciones, me suponía demasiado deliciosa como para alejarla de mi mente. Y eso se notaba.
- Que vengan- me refería a los entes, por supuesto. Pero no supe si él lo entendería de la misma forma-. Estoy seguro de que ambos les recibiremos con los brazos abiertos y toda la belleza de nuestras pistolas. Puede que ambas si se anima a abrirse de piernas antes de adornarle la frente entre ceja y ceja.
Por supuesto que no era ningún depravado. Cuando me encomendaban matar a una mujer, la mataba sin más. No me paraba a violarla o follarla contra la primera pared que encontrase. Claro que alguna que otra vez me permití tener un desliz durante mis investigaciones y comprobar la fiabilidad de los informes de los espías a través de métodos más... sutiles. Hasta la fecha nadie se había quejado y más de una agradeció tener un momento de placer antes de decir adiós para siempre. O lo hubieran agradecido si hubiesen tenido la oportunidad de hablar y expresarse para hacerlo. Percibí de pronto que el aura del hombre temblaba y comenzaba a cambiar de nuevo. Este tipo de personas me resultaban desquiciantes y solía esquivarlas, por eso volví a preguntarme qué hacía todavía sentado en la mesa. Cuando un aura tintineaba tanto, era porque la persona en cuestión tenía una forma de ser cambiante o caprichosa. Quizá decía algo a los demás y por dentro le sangraban las úlceras al aguantarse las ganas de estampar un puñetazo en la cara de quien fuera. Había que ser muy cuidadoso y muy prudente para descifrar las intenciones de alguien a través del color y la fuerza de su aura, así como su raza. A veces eran conceptos que se veían unidos por una fila línea que podía romperse en cualquier momento y otras no tenían absolutamente nada que ver lo uno con lo otro. En aquella ocasión creí percibir inseguridad. No me cuadraba, ¿cómo alguien con semejante armamento y que mostraba tanta confianza en sí mismo podría encontrarse inseguro en mi presencia? No me cabía en la cabeza y pensé que me estaba precipitando en mi juicio. O puede que simplemente no fuera más que una fachada para escudarse de lo que pudiera hacerle o decirle.
La tabernera llegó y rompió mi contacto visual poniendo delante la dichosa bandeja con la gallina asada. El olor penetró en mis fosas nasales y me perturbó hasta el punto de que durante un par de minutos estuve más pendiente del rugido de mi estómago, que de lo que decía el hijoputa que tenía delante. Apreté los dientes y contuve las ganas de alargar la mano y servirme después de su invitación. Porque claro, de todas las especies de cambiaformas que había en el mundo, a mí me tuvo que tocar ser un perro. Un puto perro en todo el reparto genético habido y por haber. Sinceramente, ¿debía darle las gracias a Dios y sonreírle con una palmadita en la espalda por ello? A pesar de todo, el hombre que seguía siendo la mayor parte del tiempo era orgulloso y no aceptaría nada de nadie tan pronto. Mucho menos en una situación como aquella.
- Que aproveche, pero no veo por qué debe ser enojosa esta situación- me permití el lujo de imitar su tono de voz de la misma forma que él lo hubo hecho antes con el mío-. Solo somos dos cazafortunas como otros cuales quiera tomando cerveza y llenando el estómago en una taberna de mala muerte mientras esperamos que algo interesante acontezca en nuestras vid...
Mi voz se cortó de forma brusca cuando mis ojos, en un vago instinto animal, se deslizaron de mi acompañante al hombre que quedaba detrás a tres mesas de distancia. Volví a sorprenderle mirando y esa vez no apartó la vista tan rápido. Mis ojos se estrecharon y sonreí inclinando la cabeza en un saludo. Su aura era pálida.
Demasiado pálida.
Mi acompañante habló y por primera vez en muchas horas sonreí de forma sincera, lo cual, según decían los sacerdotes que me encomendaban las misiones, se veía a través del supuesto brillo inocente de mis ojos. ¿Brillo inocente? ¿Yo? Cuando decían tales cosas me obligaban a preguntarme qué clase de mierdas echaban en el incienso de sus misas para suponer semejante tontería. Pero la adrenalina y la sed de acción son las peores drogas para quienes trabajan en mis... Llamémoslos negocios. La idea de que apareciera una bestia que lograra cogerme por sorpresa, como en el callejón horas antes, y contra la que poder pelear en igualdad de condiciones, me suponía demasiado deliciosa como para alejarla de mi mente. Y eso se notaba.
- Que vengan- me refería a los entes, por supuesto. Pero no supe si él lo entendería de la misma forma-. Estoy seguro de que ambos les recibiremos con los brazos abiertos y toda la belleza de nuestras pistolas. Puede que ambas si se anima a abrirse de piernas antes de adornarle la frente entre ceja y ceja.
Por supuesto que no era ningún depravado. Cuando me encomendaban matar a una mujer, la mataba sin más. No me paraba a violarla o follarla contra la primera pared que encontrase. Claro que alguna que otra vez me permití tener un desliz durante mis investigaciones y comprobar la fiabilidad de los informes de los espías a través de métodos más... sutiles. Hasta la fecha nadie se había quejado y más de una agradeció tener un momento de placer antes de decir adiós para siempre. O lo hubieran agradecido si hubiesen tenido la oportunidad de hablar y expresarse para hacerlo. Percibí de pronto que el aura del hombre temblaba y comenzaba a cambiar de nuevo. Este tipo de personas me resultaban desquiciantes y solía esquivarlas, por eso volví a preguntarme qué hacía todavía sentado en la mesa. Cuando un aura tintineaba tanto, era porque la persona en cuestión tenía una forma de ser cambiante o caprichosa. Quizá decía algo a los demás y por dentro le sangraban las úlceras al aguantarse las ganas de estampar un puñetazo en la cara de quien fuera. Había que ser muy cuidadoso y muy prudente para descifrar las intenciones de alguien a través del color y la fuerza de su aura, así como su raza. A veces eran conceptos que se veían unidos por una fila línea que podía romperse en cualquier momento y otras no tenían absolutamente nada que ver lo uno con lo otro. En aquella ocasión creí percibir inseguridad. No me cuadraba, ¿cómo alguien con semejante armamento y que mostraba tanta confianza en sí mismo podría encontrarse inseguro en mi presencia? No me cabía en la cabeza y pensé que me estaba precipitando en mi juicio. O puede que simplemente no fuera más que una fachada para escudarse de lo que pudiera hacerle o decirle.
La tabernera llegó y rompió mi contacto visual poniendo delante la dichosa bandeja con la gallina asada. El olor penetró en mis fosas nasales y me perturbó hasta el punto de que durante un par de minutos estuve más pendiente del rugido de mi estómago, que de lo que decía el hijoputa que tenía delante. Apreté los dientes y contuve las ganas de alargar la mano y servirme después de su invitación. Porque claro, de todas las especies de cambiaformas que había en el mundo, a mí me tuvo que tocar ser un perro. Un puto perro en todo el reparto genético habido y por haber. Sinceramente, ¿debía darle las gracias a Dios y sonreírle con una palmadita en la espalda por ello? A pesar de todo, el hombre que seguía siendo la mayor parte del tiempo era orgulloso y no aceptaría nada de nadie tan pronto. Mucho menos en una situación como aquella.
- Que aproveche, pero no veo por qué debe ser enojosa esta situación- me permití el lujo de imitar su tono de voz de la misma forma que él lo hubo hecho antes con el mío-. Solo somos dos cazafortunas como otros cuales quiera tomando cerveza y llenando el estómago en una taberna de mala muerte mientras esperamos que algo interesante acontezca en nuestras vid...
Mi voz se cortó de forma brusca cuando mis ojos, en un vago instinto animal, se deslizaron de mi acompañante al hombre que quedaba detrás a tres mesas de distancia. Volví a sorprenderle mirando y esa vez no apartó la vista tan rápido. Mis ojos se estrecharon y sonreí inclinando la cabeza en un saludo. Su aura era pálida.
Demasiado pálida.
Ares Wellington- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
Por un segundo había alejado la mirada de aquel hombre, degustando el sabor delicioso de aquella caliente gallina. Fue por ello que su silencio me sobresalto, trague el bocado a medio acabar aun bajo el riesgo de atragantarme. Un sorbo a la cerveza arregló el pequeño problema y entonces pude apreciar con mayor detalle el gesto en aquella faz burlona y cruel. Era la primera vez durante la noche en que le veía de aquella manera. Ya su cara había pasad por diferentes estados pero no por aquel de sorpresa y cautela.
Era como verme en un espejo, un reflejo salvaje en sus ojos me persuadió de que algo se ocultaba bajo aquellos modales que dejaban demasiado que desear. Baje el resto de la pieza, lanzandole con desgarbo a la fuente humeante de deliciosa comida. Suspiré suavemente contemplando con melancolía aquello, tenía el extraño presentimiento que no lograría disfrutar enteramente sus placeres. Tome el tarro de la cerveza elevandole para verter el contenido en mi boca y tragarlo de un golpe. El alcohol cayó pesadamente en mi estomago y quemó ligeramente mi garganta.
-Pues coma caballero que si no le hace justicia al guiso de estas putas se deprimirán y se pondrán más feas de lo que estas. -Comenté con descuido y manteniendo el mismo tono que había usad hasta ese entonces, si algo había en el lugar lo mejor era no dar cuenta que nos habíamos percatado de ello. Era hora de ser buenos borrachos y a mi ese papel me salía a la perfección. -Su tarro esta vació caballero, permitirme llenarselo. No se dirá que soy un mal compañero ni que dejo morir de sed a los que comparten mi mesa. -Canturreé con complaciente sonrisa mientras tomaba el resto de mi jarra y lo vertía en su vaso como un buen compañero. No llegue a llenarlo todo.
-Con un carajo... que el se ha acabado. Zorra, ven y trae una nueva jarra a la mesa... ¡si tu! No me mires como una estúpida. -Espete mientras me giraba como buscando a la cantinera, encontrándola no sin antes pasar una rápida ojeada en aquel ser que había atrapado la atención de mi compañero. Un segundo fue suficiente para llevar a cabo mi investigación para después poner mi atención enteramente en la zorra tras la barra que pareció salir del sopor del desvelo con gran dificultad. -Disculpad caballero... -Trató de responder mientras se abalanzaba a la mesa con paso torpe y apresurado, le detuve por el brazo con violencia cuando se interpuso entre nuestra mesa y la de aquel ser.
-¿Caballero? No solo eres tonta, si no también ciega. -Comenté sin variar mis emociones mirando en todo momento a mi acompañante al otro lado de la mesa, mis ojos tenían un brillo de inteligencia mientras exclamaba con el mismo descuido. -Parece que hemos encontrado a la ganadora, aquella que he buscado toda la noche y mi vida entera... -Sonreí con crueldad dirigiendo brevemente la mirada a la zorra que parecía asustada. -Si tu querida. ¿Sabías que tienes algo muy especial? ¿No quieres ser mi esposa? Si me has llamado caballero es por que reconoces en mi valor. -Giré mi atención al caballero de la barba revuelta. -¿Usted que dice mi señor? ¿Es esta la indicada? -Enmarque una ceja con gesto sarcástico al tiempo que soltaba a la zorra que tomaba la jarra apresuradamente, deseosa de largarse de la mesa antes de que se me ocurriera alguna otra maldad.
Si mis suposiciones eran correctas era el momento en que aquel desconocido e inoportuno caballero demostrase su valor. De lo contrario yo solo me las vería con aquel ser en la oscuridad, sería mucho más divertido... pero también podría serlo una caza en compañía. Sin pararme a dar mas pistas de mi mensaje tomé la pieza a medio acabar y le di una nueva mordida, tenía un regusto amargo.
Era como verme en un espejo, un reflejo salvaje en sus ojos me persuadió de que algo se ocultaba bajo aquellos modales que dejaban demasiado que desear. Baje el resto de la pieza, lanzandole con desgarbo a la fuente humeante de deliciosa comida. Suspiré suavemente contemplando con melancolía aquello, tenía el extraño presentimiento que no lograría disfrutar enteramente sus placeres. Tome el tarro de la cerveza elevandole para verter el contenido en mi boca y tragarlo de un golpe. El alcohol cayó pesadamente en mi estomago y quemó ligeramente mi garganta.
-Pues coma caballero que si no le hace justicia al guiso de estas putas se deprimirán y se pondrán más feas de lo que estas. -Comenté con descuido y manteniendo el mismo tono que había usad hasta ese entonces, si algo había en el lugar lo mejor era no dar cuenta que nos habíamos percatado de ello. Era hora de ser buenos borrachos y a mi ese papel me salía a la perfección. -Su tarro esta vació caballero, permitirme llenarselo. No se dirá que soy un mal compañero ni que dejo morir de sed a los que comparten mi mesa. -Canturreé con complaciente sonrisa mientras tomaba el resto de mi jarra y lo vertía en su vaso como un buen compañero. No llegue a llenarlo todo.
-Con un carajo... que el se ha acabado. Zorra, ven y trae una nueva jarra a la mesa... ¡si tu! No me mires como una estúpida. -Espete mientras me giraba como buscando a la cantinera, encontrándola no sin antes pasar una rápida ojeada en aquel ser que había atrapado la atención de mi compañero. Un segundo fue suficiente para llevar a cabo mi investigación para después poner mi atención enteramente en la zorra tras la barra que pareció salir del sopor del desvelo con gran dificultad. -Disculpad caballero... -Trató de responder mientras se abalanzaba a la mesa con paso torpe y apresurado, le detuve por el brazo con violencia cuando se interpuso entre nuestra mesa y la de aquel ser.
-¿Caballero? No solo eres tonta, si no también ciega. -Comenté sin variar mis emociones mirando en todo momento a mi acompañante al otro lado de la mesa, mis ojos tenían un brillo de inteligencia mientras exclamaba con el mismo descuido. -Parece que hemos encontrado a la ganadora, aquella que he buscado toda la noche y mi vida entera... -Sonreí con crueldad dirigiendo brevemente la mirada a la zorra que parecía asustada. -Si tu querida. ¿Sabías que tienes algo muy especial? ¿No quieres ser mi esposa? Si me has llamado caballero es por que reconoces en mi valor. -Giré mi atención al caballero de la barba revuelta. -¿Usted que dice mi señor? ¿Es esta la indicada? -Enmarque una ceja con gesto sarcástico al tiempo que soltaba a la zorra que tomaba la jarra apresuradamente, deseosa de largarse de la mesa antes de que se me ocurriera alguna otra maldad.
Si mis suposiciones eran correctas era el momento en que aquel desconocido e inoportuno caballero demostrase su valor. De lo contrario yo solo me las vería con aquel ser en la oscuridad, sería mucho más divertido... pero también podría serlo una caza en compañía. Sin pararme a dar mas pistas de mi mensaje tomé la pieza a medio acabar y le di una nueva mordida, tenía un regusto amargo.
Benoit Desmarai- Cazador Clase Media
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Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
Tuve que apretar las manos contra la mesa para reprimir la carcajada que subió por mi pecho y quedó atrapada con esfuerzos en mi garganta. O el tipo estaba como una regadera o era un grandísimo actor. Por la cuenta que nos traía a ambos, preferí pensar lo segundo. Aparté la mirada del vampiro en cuanto le saludé. No tenía caso que yo fingiera no haberme dado cuenta de su presencia. Ambos éramos seres sobrenaturales e igual que yo podía ver su aura, él podía percibir mi olor. Seguramente a esas alturas incluso hubiese descifrado en qué tipo de animal era capaz de transformarme si era inteligente y tenía sus dones bien asimilados. No podía decir lo mismo del hombre en cuya mesa me había sentado. Si se lo decía, evidentemente toda su actuación se iría al traste. Decidí callarme y fingir ser un cliente como otro cualquiera. En pocas palabras, me aferré a la esperanza de que aquel vampiro no hubiese tenido antes ningún encontronazo con la Santa Inquisición y no me conociese. Por si las moscas fingí rascarme el cuello para ajustar mi camisa y que no se viera la cruz que pendía de una cadena en el mismo. La superficie plateada y de piedras verdes quedó visible para mi acompañante durante unos segundos antes de desaparecer bajo la ropa como si nunca hubiera estado allí. Si se había dado o no cuenta de su existencia, no lo sabía.
La taberna comenzó a resultarme maloliente. Para hacer honor a la verdad, me resultaba maloliente por la ironía de que la criatura que acechábamos no olía a nada. Es el juego de aquellos por cuyas venas no corre la sangre. Pero eso me alarmó porque significaba que no se había alimentado todavía. Un vampiro hambriento era un enemigo el doble de peligroso y traicionero bajo su instinto de supervivencia. Seguramente las cantineras habrían sido su cena y su postre, pero le resultábamos un obstáculo de magnitudes considerables para llevar a cabo su plan. ¿Habría visto nuestras armas y oído la conversación? Seguramente sí. ¿Hasta qué punto podría haber deducido ya que no éramos visitantes corrientes? Me inquietó no hallar una respuesta y maldije para mis adentros no haberme percatado antes de su presencia. Preocuparme por eso ya no tenía sentido. Que pasase lo que tuviera que pasar. Sonreí y acerqué mi jarra de cerveza vacía para que aquel hombre la llenase. Se quedó a la mitad antes de que bramara que le trajeran otra. Yo bebí un par de tragos largos y contundentes que apenas me supieron a nada. He de decir que los cambiaformas tenemos, en nuestra mayoría, un don de regeneración similar al de los vampiros o los licántropos. Sanación acelerada, lo llaman algunos. Esta cualidad impedía que yo pudiera emborracharme a no ser que tomara cantidades ingentes de alcohol lo suficientemente grandes como para que mi organismo no las eliminase de mi sangre como si fuera cualquier tipo de veneno común. Sí, una putada para mi cartera.
Él habló y yo creí entrever algo parecido a una indirecta entre líneas.
- Su ganadora está algo asustada y desconfiada- observé siguiéndole el juego. Incluso levanté la vista hacia la muchacha-. Pero sí, parece la candidata perfecta.
La pobre chica me miró aterrada. De haber sido otro el cliente, tal vez hubiese bromeado e incluso se hubiera prestado a tener relaciones sexuales a cambio de una buena propina. Pero le dábamos miedo y eso era evidente en el brillo suplicante de sus ojos. Mi conciencia, sin embargo, permaneció estable y no acudió ni un solo remordimiento a la misma. Si la chica moría, solo sería un daño colateral a una caza que ni siquiera me interesaba. De hecho no tenía pensado poner mis manos sobre el vampiro a menos que éste hiciera algo en contra de las dos mujeres o el hombre que estaba conmigo. ¿Por qué? Muy sencillo: no me lo habían ordenado. Mi presa aquella noche fue otra que ya estaba muerta y cuya alma descansaba en paz o ardía en el purgatorio en función de la gravedad de los daños cometidos y si supo o no arrepentirse en el último momento. Pero la Inquisición no mencionó ningún no-muerto. Me pregunté si mi acompañante sería tan indulgente como yo o se lanzaría al cuello del inmortal. El vampiro se revolvió en su asiento.
- Está un poco tensa- comenté con voz ronca mientras bebía de la cerveza y me balanceaba en mi asiento-. Quizá debería sacarla a bailar esta misma noche antes de que hiciera el ridículo en la boda. De todas formas follar ya sabe hacerlo.
Ay, Ares, ¿qué estás haciendo? Prestándote a un juego de palabras absurdo y comprometiéndote sin darte cuenta en una situación por lo demás embarazosa y que seguramente acabaría en una bronca monumental en la cuarta planta del cuartel de la Inquisición.
La taberna comenzó a resultarme maloliente. Para hacer honor a la verdad, me resultaba maloliente por la ironía de que la criatura que acechábamos no olía a nada. Es el juego de aquellos por cuyas venas no corre la sangre. Pero eso me alarmó porque significaba que no se había alimentado todavía. Un vampiro hambriento era un enemigo el doble de peligroso y traicionero bajo su instinto de supervivencia. Seguramente las cantineras habrían sido su cena y su postre, pero le resultábamos un obstáculo de magnitudes considerables para llevar a cabo su plan. ¿Habría visto nuestras armas y oído la conversación? Seguramente sí. ¿Hasta qué punto podría haber deducido ya que no éramos visitantes corrientes? Me inquietó no hallar una respuesta y maldije para mis adentros no haberme percatado antes de su presencia. Preocuparme por eso ya no tenía sentido. Que pasase lo que tuviera que pasar. Sonreí y acerqué mi jarra de cerveza vacía para que aquel hombre la llenase. Se quedó a la mitad antes de que bramara que le trajeran otra. Yo bebí un par de tragos largos y contundentes que apenas me supieron a nada. He de decir que los cambiaformas tenemos, en nuestra mayoría, un don de regeneración similar al de los vampiros o los licántropos. Sanación acelerada, lo llaman algunos. Esta cualidad impedía que yo pudiera emborracharme a no ser que tomara cantidades ingentes de alcohol lo suficientemente grandes como para que mi organismo no las eliminase de mi sangre como si fuera cualquier tipo de veneno común. Sí, una putada para mi cartera.
Él habló y yo creí entrever algo parecido a una indirecta entre líneas.
- Su ganadora está algo asustada y desconfiada- observé siguiéndole el juego. Incluso levanté la vista hacia la muchacha-. Pero sí, parece la candidata perfecta.
La pobre chica me miró aterrada. De haber sido otro el cliente, tal vez hubiese bromeado e incluso se hubiera prestado a tener relaciones sexuales a cambio de una buena propina. Pero le dábamos miedo y eso era evidente en el brillo suplicante de sus ojos. Mi conciencia, sin embargo, permaneció estable y no acudió ni un solo remordimiento a la misma. Si la chica moría, solo sería un daño colateral a una caza que ni siquiera me interesaba. De hecho no tenía pensado poner mis manos sobre el vampiro a menos que éste hiciera algo en contra de las dos mujeres o el hombre que estaba conmigo. ¿Por qué? Muy sencillo: no me lo habían ordenado. Mi presa aquella noche fue otra que ya estaba muerta y cuya alma descansaba en paz o ardía en el purgatorio en función de la gravedad de los daños cometidos y si supo o no arrepentirse en el último momento. Pero la Inquisición no mencionó ningún no-muerto. Me pregunté si mi acompañante sería tan indulgente como yo o se lanzaría al cuello del inmortal. El vampiro se revolvió en su asiento.
- Está un poco tensa- comenté con voz ronca mientras bebía de la cerveza y me balanceaba en mi asiento-. Quizá debería sacarla a bailar esta misma noche antes de que hiciera el ridículo en la boda. De todas formas follar ya sabe hacerlo.
Ay, Ares, ¿qué estás haciendo? Prestándote a un juego de palabras absurdo y comprometiéndote sin darte cuenta en una situación por lo demás embarazosa y que seguramente acabaría en una bronca monumental en la cuarta planta del cuartel de la Inquisición.
Ares Wellington- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
Asentí con un gesto grave y cómico a la vez, la mujer ya se había alejado lo suficiente de nuestra mesa como para sentirse segura al cobijo de la barra del bar. Sin embargo, la pobre estúpida no se daba cuenta de que en aquel bar a quien menos debía de temer era a nosotros dos... o al menos al hombre de la barba que parecía un tanto incomodo por aquella representación. Le lance una mirada oblicua apenas capturando la visión de una joya en su cuello, fue un breve parpadeo pero estaba seguro de que se encontraba ahí. Ahora todo tenía sentido.
-Al parecer es la única opción caballero, no hay forma de dejar pasar la oportunidad. -Comenté lanzando el hueso de mi interrumpida comida sobre el suelo de la taberna. Así que el ente oscuro se daba cuenta de todo. No me extrañaba del todo, de hecho el que fuera así parecía perfecto. El pánico era un buen sazonador para la caza, le daba un buen sabor a la presa cuando se le alcanzaba. -Abusaré entonces de su buen juicio caballero y le dejaré que no solo sea usted quien de su visto bueno a mi dama, si no también le dejare cogerle si le place. La zorra que se ha acostado con tantos en su vida no encontrará problema en que nosotros le compartamos. -Tomé la jarra de alcohol y llene mi vaso, quizás sería el ultimo que podría disfrutar aquella noche así que deseaba aprovecharlo.
Con disimulo contemplé las armas en la mesa, las pistoleras cargadas con sendos revólveres y la espada de acero brillante estaban listos para la acción. Aquella noche antes de encontrarme con aquel ser no habían tenido suerte, al parecer esa situación estaba por cambiar. Elevé el tarro de cerveza y le bebí con suavidad y gusto, el sabor de la cebada fermentada me lleno el paladar y se escurrió por mi garganta y cuellos en un suave reguero.
Con un golpe le baje y sonriendo como un chacal me limpie los labios de espuma y grasa de gallina.
-Pues hemos de hacerlo ahora o la muy puta me dejará, tan acostumbrada esta a abrirle las piernas a cualquiera que puede irse sin el menor aviso. -Dije con simpleza poniéndome de pie con toda la gracia que me permitía mi representación de alegre borracho. Recargue mi mano en la mesa como buscando estabilidad al tiempo que lanzaba una mirada al hombre, mi mano derecha tomo una de las pistolas. Sin mucho esfuerzo logré zafar el arma de la pistolera y en menos de un segundo la tenía ya en mis manos. -Siempre he sido un tanto impulsivo y no se dirá que lo dejare de ser esta noche. -Declaré girándome en dirección de la barra y del ente oscuro que parecía observar la escena con una mezcla de incomodidad y molestia. Había ocupado aquellos breves segundos de mi hablar para llevar con disimuló y rapidez el arma a un bolsillo oculto en mi desaliñada chaqueta.
Con paso lento e inseguro hice mi camino en dirección de la mesa del vampiro, quiso la suerte que la zorra se hubiese movido cerca de aquel punto limpiando las mesas desocupadas. La mujer elevó su mirada y me contempló con una mezcla de sorpresa amarga y terror. Mis ojos le otorgaron una mirada curiosa y nebulosa que pudo ser atribuida al alcohol, pero mi atención estaba en aquel ser oscuro que se revolvía en su asiento incomodo al verme de pie.
-Mi amada, mi dulce dama. Ven a mis brazos y cierra las piernas que quiero bailar. -Canturreé con voz alegre y paso inseguro que me llevó a golpear algunas mesas mientras avanzaba. -Anda mi bello lirio del charco, quiero enseñarte lo que puedo dar. -En aquel punto me encontraba ya a un par de pasos de la mesa del ente, con bien calculado desgarbo me deje lanzar en aquella dirección. El movimiento fue natural y preciso, mi mano se cernió en su brazo presionándole con firmeza. -Oh caballero, lo lamento tanto... le he desacomodado el saco. -Dije mientras "trataba" de enmendar mis acciones, en la cercanía podía notar mejor las señales que le denotaban como un ser de muerte. -No se preocupe... estoy bien monsieur. -Declaró con un frío tono que buscaba alejarme, el brillo sobre natural en sus ojos era una daga que cortaba deseando clavarse en mi pecho. -No no no, le he causado mal. Déjeme compensarle. -Con un gesto acelerado metí la mano en mi saco apretando la culata del arma cargada y lista.
Todo sucedió en un segundo, mi mano tiro del arma proyectandole en dirección de corazón de aquel ser, la bala de plata no le mataría pero le dañaría lo suficiente para darme tiempo de degollarle. Sin embargo aquel ser reaccionó con velocidad logrando desviar mi mano, la detonación inundo como un bramido el lugar y la bala se clavo en el cuello del ente. El aroma de la sangre se elevaba por doquier, una sangre de regusto extraño mientras mi cuerpo era proyectado un par de metros atrás por causa de un contundente golpe de aquel ser.
-Al parecer es la única opción caballero, no hay forma de dejar pasar la oportunidad. -Comenté lanzando el hueso de mi interrumpida comida sobre el suelo de la taberna. Así que el ente oscuro se daba cuenta de todo. No me extrañaba del todo, de hecho el que fuera así parecía perfecto. El pánico era un buen sazonador para la caza, le daba un buen sabor a la presa cuando se le alcanzaba. -Abusaré entonces de su buen juicio caballero y le dejaré que no solo sea usted quien de su visto bueno a mi dama, si no también le dejare cogerle si le place. La zorra que se ha acostado con tantos en su vida no encontrará problema en que nosotros le compartamos. -Tomé la jarra de alcohol y llene mi vaso, quizás sería el ultimo que podría disfrutar aquella noche así que deseaba aprovecharlo.
Con disimulo contemplé las armas en la mesa, las pistoleras cargadas con sendos revólveres y la espada de acero brillante estaban listos para la acción. Aquella noche antes de encontrarme con aquel ser no habían tenido suerte, al parecer esa situación estaba por cambiar. Elevé el tarro de cerveza y le bebí con suavidad y gusto, el sabor de la cebada fermentada me lleno el paladar y se escurrió por mi garganta y cuellos en un suave reguero.
Con un golpe le baje y sonriendo como un chacal me limpie los labios de espuma y grasa de gallina.
-Pues hemos de hacerlo ahora o la muy puta me dejará, tan acostumbrada esta a abrirle las piernas a cualquiera que puede irse sin el menor aviso. -Dije con simpleza poniéndome de pie con toda la gracia que me permitía mi representación de alegre borracho. Recargue mi mano en la mesa como buscando estabilidad al tiempo que lanzaba una mirada al hombre, mi mano derecha tomo una de las pistolas. Sin mucho esfuerzo logré zafar el arma de la pistolera y en menos de un segundo la tenía ya en mis manos. -Siempre he sido un tanto impulsivo y no se dirá que lo dejare de ser esta noche. -Declaré girándome en dirección de la barra y del ente oscuro que parecía observar la escena con una mezcla de incomodidad y molestia. Había ocupado aquellos breves segundos de mi hablar para llevar con disimuló y rapidez el arma a un bolsillo oculto en mi desaliñada chaqueta.
Con paso lento e inseguro hice mi camino en dirección de la mesa del vampiro, quiso la suerte que la zorra se hubiese movido cerca de aquel punto limpiando las mesas desocupadas. La mujer elevó su mirada y me contempló con una mezcla de sorpresa amarga y terror. Mis ojos le otorgaron una mirada curiosa y nebulosa que pudo ser atribuida al alcohol, pero mi atención estaba en aquel ser oscuro que se revolvía en su asiento incomodo al verme de pie.
-Mi amada, mi dulce dama. Ven a mis brazos y cierra las piernas que quiero bailar. -Canturreé con voz alegre y paso inseguro que me llevó a golpear algunas mesas mientras avanzaba. -Anda mi bello lirio del charco, quiero enseñarte lo que puedo dar. -En aquel punto me encontraba ya a un par de pasos de la mesa del ente, con bien calculado desgarbo me deje lanzar en aquella dirección. El movimiento fue natural y preciso, mi mano se cernió en su brazo presionándole con firmeza. -Oh caballero, lo lamento tanto... le he desacomodado el saco. -Dije mientras "trataba" de enmendar mis acciones, en la cercanía podía notar mejor las señales que le denotaban como un ser de muerte. -No se preocupe... estoy bien monsieur. -Declaró con un frío tono que buscaba alejarme, el brillo sobre natural en sus ojos era una daga que cortaba deseando clavarse en mi pecho. -No no no, le he causado mal. Déjeme compensarle. -Con un gesto acelerado metí la mano en mi saco apretando la culata del arma cargada y lista.
Todo sucedió en un segundo, mi mano tiro del arma proyectandole en dirección de corazón de aquel ser, la bala de plata no le mataría pero le dañaría lo suficiente para darme tiempo de degollarle. Sin embargo aquel ser reaccionó con velocidad logrando desviar mi mano, la detonación inundo como un bramido el lugar y la bala se clavo en el cuello del ente. El aroma de la sangre se elevaba por doquier, una sangre de regusto extraño mientras mi cuerpo era proyectado un par de metros atrás por causa de un contundente golpe de aquel ser.
Benoit Desmarai- Cazador Clase Media
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Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
OFF: mil perdones por la tardanza.
El muy desgraciado casi me volcó encima mi propia jarra de cerveza cuando se levantó. Pero su representación era cuanto menos intachable y no se lo reproché. En su lugar me eché a reír como si todo lo que estuviera pasando me diera igual, cosa que no dejaba de ser cierta. Por mí como si el muerto le retorcía el cuello. Eso sólo me daría una excusa para desfogarme a mi manera. Me puse en pie con él y también me tambaleé. Huelga decir que de forma sincera, porque hube decidido no secundar su teatro si nuestro danzante encubierto ya se había dado cuenta de mi doble identidad, y no precisamente la que simbolizaba la cruz que pendía de mi cuello en el interior de la ropa. Alcé la jarra como si brindara por la decisión de mi acompañante y empiné el codo hasta que la última gota amarga de aquella pestilente y malsana cerveza cayó a mi garganta. Vi cómo escondía la pistola y alcé las cejas. Ése fue todo mi asentimiento.
Él avanzó hacia la muchacha y el muriente mientras que yo me quedé atrás ejerciendo una retaguardia encubierta. Y mientras él proponía su baile a la mujer, yo me rasqué la entrepierna y caminé hacia la salida con un gesto de indiferencia en el alza de mi diestra. A la pobre chica más le valía ser lista y salir corriendo si quería protegerse de la ira del muriente o del cazador que iba a por él, en especial si alguna bala perdida amenazaba con aterrizar entre el par de tetas que tanto le gustaba lucir a base de corpiños ajustados a tal punto, que dudaba que le permitiesen respirar la mayor parte de las veces.
- ¡Haga lo que quiera con su puta!- grité desde la puerta-, que yo voy a librar el peso de mi vejiga antes de satisfacerle el bosquejo que guarda entre las piernas.
Agucé el oído fingiendo que me desabrochaba los pantalones. Oí que el extraño chocaba contra una mesa y que esta era arrastrada sin piedad por el suelo de madera hasta casi volcar. Lanzó varios piropos a la muchacha, pero a estas alturas debía tenernos tanto asco y estar tan asustada de nuestro juego, que seguramente no le harían más que temblar. Traté de distinguir si ella se alejaba del punto donde se encontraba el muriente, pero no me parecieron oír pasos que lo demostrasen. Apreté los dientes para contener una maldición a raíz de su inconsciencia. Una cosa era ocuparme del bastardo sin vida si las cosas se salían de tono y otra distinta tener que ocuparme de una muchacha y de un vampiro de forma que la primera saliera ilesa y el segundo tan inerte como debería haber estado el día que absorbieron su vida hasta condenarle a la nada eterna. Me choqué a drede con el marco de la puerta y creí oír una serie de disculpas provenientes de ambos hombres. A la disculpa le siguió un sonido sordo y metálico que habría pasado desapercibido para todos, menos para los dos sobrenaturales que estábamos presentes en esa sala. Me encogí incluso antes de que el disparo sonase y cuando me giré, la detonación inundó la sala hasta que las ondas de su bramido volaron a mis oídos ensordeciéndolos durante la fracción de segundo necesaria que impidió mi reacción. La muchacha gritó, yo apoyé una pierna en el marco de la puerta, el bastardo que disparó voló hacia la barra y yo me impulsé para secundarle en el aire y en dirección al culpable de todo el revuelo. Los de mi estirpe guardamos en nuestra mayoría las mismas habilidades de las bestias en las que nos transformamos y la velocidad y agilidad de mi salto me hizo aterrizar en una mesa cercana a cuatro patas. Volví a impulsarme con mis cuatro extremidades a la vez y esa vez el salto fue más potente y más certero. Llegó hasta mi olfato el olor de la carne quemada, señal de que la bala de plata le había acertado de lleno, pero también atravesó su cuerpo permitiéndole una regeneración que yo debía impedir. Desefundé mi espada en el aire y ladré. Sí, ladre. Tal como suena. Un ladrido que se mezcló con un gruñido y atrajo su atención y también su sorpresa cuando vio que frente a sí caía una sombra y que algo atravesaba su pecho.
No me paré a ver si Sentencia atravesó o no su corazón. Retrocedí y vi la hoja de acero y plata clavada en su cuerpo. Él también la miró como si no se creyera lo que estaba ocurriendo. Como si no fuera capaz de admitir que le quedaban pocos segundos para seguir fingiendo que sus pulmones podían acaparar el aire que le estaba prohibido. Sin embargo no "murió", sino que su cuerpo se desplomó de rodillas. Sentencia no le había atravesado el corazón y yo retrocedí otro paso más colocándome frente a la muchacha e impidiéndole con mi cuerpo que siguiera presenciando aquella escena de horror.
- Le dejo los honores de darle caza, caballero- alzé la voz para hacerme oír al hombre sin girarme. Mi atención estaba puesta en el vampiro por si superaba su estado de shock y volvía a levantarse para presentar batalla ante sus opresores-. Esta vez procure no usar las pistolas. Sólo como favor personal.
El muy desgraciado casi me volcó encima mi propia jarra de cerveza cuando se levantó. Pero su representación era cuanto menos intachable y no se lo reproché. En su lugar me eché a reír como si todo lo que estuviera pasando me diera igual, cosa que no dejaba de ser cierta. Por mí como si el muerto le retorcía el cuello. Eso sólo me daría una excusa para desfogarme a mi manera. Me puse en pie con él y también me tambaleé. Huelga decir que de forma sincera, porque hube decidido no secundar su teatro si nuestro danzante encubierto ya se había dado cuenta de mi doble identidad, y no precisamente la que simbolizaba la cruz que pendía de mi cuello en el interior de la ropa. Alcé la jarra como si brindara por la decisión de mi acompañante y empiné el codo hasta que la última gota amarga de aquella pestilente y malsana cerveza cayó a mi garganta. Vi cómo escondía la pistola y alcé las cejas. Ése fue todo mi asentimiento.
Él avanzó hacia la muchacha y el muriente mientras que yo me quedé atrás ejerciendo una retaguardia encubierta. Y mientras él proponía su baile a la mujer, yo me rasqué la entrepierna y caminé hacia la salida con un gesto de indiferencia en el alza de mi diestra. A la pobre chica más le valía ser lista y salir corriendo si quería protegerse de la ira del muriente o del cazador que iba a por él, en especial si alguna bala perdida amenazaba con aterrizar entre el par de tetas que tanto le gustaba lucir a base de corpiños ajustados a tal punto, que dudaba que le permitiesen respirar la mayor parte de las veces.
- ¡Haga lo que quiera con su puta!- grité desde la puerta-, que yo voy a librar el peso de mi vejiga antes de satisfacerle el bosquejo que guarda entre las piernas.
Agucé el oído fingiendo que me desabrochaba los pantalones. Oí que el extraño chocaba contra una mesa y que esta era arrastrada sin piedad por el suelo de madera hasta casi volcar. Lanzó varios piropos a la muchacha, pero a estas alturas debía tenernos tanto asco y estar tan asustada de nuestro juego, que seguramente no le harían más que temblar. Traté de distinguir si ella se alejaba del punto donde se encontraba el muriente, pero no me parecieron oír pasos que lo demostrasen. Apreté los dientes para contener una maldición a raíz de su inconsciencia. Una cosa era ocuparme del bastardo sin vida si las cosas se salían de tono y otra distinta tener que ocuparme de una muchacha y de un vampiro de forma que la primera saliera ilesa y el segundo tan inerte como debería haber estado el día que absorbieron su vida hasta condenarle a la nada eterna. Me choqué a drede con el marco de la puerta y creí oír una serie de disculpas provenientes de ambos hombres. A la disculpa le siguió un sonido sordo y metálico que habría pasado desapercibido para todos, menos para los dos sobrenaturales que estábamos presentes en esa sala. Me encogí incluso antes de que el disparo sonase y cuando me giré, la detonación inundó la sala hasta que las ondas de su bramido volaron a mis oídos ensordeciéndolos durante la fracción de segundo necesaria que impidió mi reacción. La muchacha gritó, yo apoyé una pierna en el marco de la puerta, el bastardo que disparó voló hacia la barra y yo me impulsé para secundarle en el aire y en dirección al culpable de todo el revuelo. Los de mi estirpe guardamos en nuestra mayoría las mismas habilidades de las bestias en las que nos transformamos y la velocidad y agilidad de mi salto me hizo aterrizar en una mesa cercana a cuatro patas. Volví a impulsarme con mis cuatro extremidades a la vez y esa vez el salto fue más potente y más certero. Llegó hasta mi olfato el olor de la carne quemada, señal de que la bala de plata le había acertado de lleno, pero también atravesó su cuerpo permitiéndole una regeneración que yo debía impedir. Desefundé mi espada en el aire y ladré. Sí, ladre. Tal como suena. Un ladrido que se mezcló con un gruñido y atrajo su atención y también su sorpresa cuando vio que frente a sí caía una sombra y que algo atravesaba su pecho.
No me paré a ver si Sentencia atravesó o no su corazón. Retrocedí y vi la hoja de acero y plata clavada en su cuerpo. Él también la miró como si no se creyera lo que estaba ocurriendo. Como si no fuera capaz de admitir que le quedaban pocos segundos para seguir fingiendo que sus pulmones podían acaparar el aire que le estaba prohibido. Sin embargo no "murió", sino que su cuerpo se desplomó de rodillas. Sentencia no le había atravesado el corazón y yo retrocedí otro paso más colocándome frente a la muchacha e impidiéndole con mi cuerpo que siguiera presenciando aquella escena de horror.
- Le dejo los honores de darle caza, caballero- alzé la voz para hacerme oír al hombre sin girarme. Mi atención estaba puesta en el vampiro por si superaba su estado de shock y volvía a levantarse para presentar batalla ante sus opresores-. Esta vez procure no usar las pistolas. Sólo como favor personal.
Ares Wellington- Condenado/Cambiante/Clase Media
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Re: Un encuentro casual [Ares Wellington]
El sonido de la detonación y los diferentes acontecimientos que se sucedieron tras ella produjo una estampida de comensales que buscaban, a toca costa, abandonar aquel lugar que había dejado de ser seguro. Poco les importó el socorrer a aquellos que eran arrastrados por el ímpetu de la carrera o a las dos encargadas del lugar que sumergidas en el estupor miraban con ojos desorbitados aquel espectáculo de cruel violencia.
Por mi parte, me levanté del suelo sintiendo mi cuerpo mojado en las asentaderas, al parecer al caer había derramado unas cuantas jarras de vino y cerveza sobre la mesa en la cual había aterrizado. Me encontraba un tanto desorientado, pero no lo suficiente como para no entender el origen y razón de aquel perrazo oscuro y violento que inundaba el lugar con su ladrido para después retomar su puesto al lado de la mujer. Al parecer había estado bebiendo no solo con un jodido hijo de la Iglesia Inquisitiva, si no también con uno de sus mas oscuros miembros. Un condenado.
Asentí a sus palabras lanzándome con rapidez hacía donde había dejado abandonada mi espada, era una suerte que se encontrase en su lugar y que no hubiese sido tomada por alguno de los valientes caballero que bien habían puesto pie en polvoreda apenas la violencia se desató. Bufé mirando de reojo al vampiro que se elevaba en medio del caos, sus ojos denotaban furia y nos contemplaba a sus atacantes con una mirada que ciertamente no podría ser catalogada como "amigable". Tenía razones para creer que era justa su forma de proceder, no habíamos sido una compañía en nada placentera. La herida en su cuello y aquella daga curiosa en el pecho no eran en nada muestras de amor eterno. Con un tirón desencaje la espada de su funda y emprendí el camino de vuelta hacia mi enemigo que como un gato se escabullía al interior de la cocina, esperando encontrar en aquel lugar alguna salida.
-Que la puta se largue o yo mismo le cortaré el cuello. -Exclamé en dirección del Inquisidor mientras me lanzaba hacía la cocina azuzado por el grito de la otra cantinera. La había olvidado por completo y al parecer al estar en aquel nido inundado de grasa y hiervas de olor se había creído segura del caos. Al entrar a aquel cuchitril el humo de la estufa me escoció la mirada, avanzando en medio del desorden pude al fin contemplar a aquel ser que en una esquina mantenía tomada por el cuello a la mujer, usandole como un escudo a mi persona. -Maldito cazador... -articuló con un jadeo, la herida en su cuello sanaba pero parecía haber dañado las cuerdas vocales por lo cual su hablar era más un bramido que voz humana. -Has cometido un gran error, no sabes con quien te estas metiendo. -Alardeó como si aquello fuese a tener efecto en mi, sonreí como respuesta llevando mi espada para recargar su filo en mi hombro derecho proyectando un semicirculo con el movimiento. -¿No lo se? Bueno, entonces estaré agradecido si me lo dices. Murmuré al hacer una teatral reverencia, los gemidos de la mujer aumentaron con mi acción al parecer aquello había crispado los nervios de mi buen amigo.
-Con tiento caballero que la dama no tiene nada que ver en eso. ¿Qué le parece si la deja ir? Es tan fea que ni la muerte se la follaría ahorrese problemas y a mi el placer de destriparla. -Me encogí de hombros avanzando un solo paso nuevamente bajando mi arma colocándole en posición de espera. -Ni un paso más o le cortó el cuello. -Amenazó mirándome con ojos enrojecidos y labios crispados. -Hablo en serio. -Completó al tiempo que clavaba sus garras en el cuello de la mujer provocando un nuevo grito y el aroma de la sangre caliente en el lugar. -Carajo mujer, cierra el pico. -Le espeté con molestia al tiempo que rebuscaba con la mano libre algo dentro de mi chaqueta, el vampiro notó el movimiento y retrocedió un paso. La pared ahora se interponía en su huida y parecía no había contado con mi actitud. -¿Acaso no te importa? -Preguntó mas sorprendido que amenazador. -No, poco me importa lo que le pase a la perra. Preferiría no la mataras, la ultima vez tuve muchos problemas al decapitar a una puta como ella... pero si no hay otro modo de hacerlo, carajo estoy seguro que soportaré una nueva reprimenda. -El rostro del vampiro era de furia y desconcierto, de nada le servía la mujer al parecer. Por mi parte aproveche aquello para sacar una pequeña daga que disimuladamente apreste con la mano izquierda, el acertar con ella sería difícil... pero no perdía nada en intentarlo.
Antes de que aquel ser pudiese hacer algo lancé el proyectil que fue, para mi mala suerte, a clavarse en el cuello de la mujer justo en la yugular. -Joder. -Murmuré entre dientes aprovechando la sorpresa para lanzarme contra aquel ser oscuro que dejaba caer el cuerpo agonizante de la mujer, se lanzaba buscando un espacio para salir. -No hay nada que hacer, somos dos contra ti animal. -Mi voz fue cortada por el sonido de la hoja atravesando el aire cuando lancé una estocada contra la cabeza del individuo. Sus ojos se clavaron con desconcierto en mi cuando el filo de arma rebano transversalmente desde su cuello hasta su hombro opuesto. Sin embargo la cabeza no cayo del todo y aquel ser no se derrumbo. En el ímpetu de su carrera continuo andando con paso torpe hasta la puerta que daba a la entrada de la cocina. Era un espectáculo curioso el ver como su cabeza se tambaleaba sin rumbo sobre los leves jirones de piel y musculo que le sostenían apenas contra su cuerpo. Inclinándome para ver a la mujer solo escuché el sonido de su cuerpo al caer. Estaba seguro que aquel otro hombre se encargaría del resto. -Bueno, esto no es para nada lindo. -La maldita puta estaba muerta, con resignación me puse de pie y me encamine en dirección de donde se encontraba los restos de aquel ser sobrenatural.
Benoit Desmarai- Cazador Clase Media
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