Dime porqué...

Silencio…
La más hermosa de las melodías, la más sincera y a la vez la más triste.
El silencio me acompañaba aquella noche así como tantas otras noches, y es que desde hacía ya mucho tiempo se había convertido en mi mejor compañera, en la mas solidaria y en la más cercana.

El cielo de París se mostraba con algunas nubes aun pertenecientes al atardecer. Sus reflejos me recordaban a las que plasma un artista sobre el lienzo, con un abanico completo de tonos oscuros , tonos apagados que me recordaban de algún modo a mi misma… Primero claro, lleno de luz, con vida…Luego oscureciendo poco a poco hasta volverse negro oscuro, tormentoso, lleno de lluvia, sin cambiar jamás, sin mostrar jamás la vejez de sus nubes, ni el tiempo que llevaba formando aquellas suaves ondas en el horizonte noche tras noche.

La brisa apareció con suavidad a mi espalda y yo sonreí en la soledad. ¿a quien pretendía engañar? Me sentía cada vez más sola y le echaba de menos. Extrañaba a mi marido. Yo sabía que quizás no éramos plenamente una pareja consolidada y llena de ese peculiar amor que describen los poetas, pero de algún modo estábamos juntos, habíamos recorrido ese tiempo insuperable y ahora que me lo habían quitado… mi propia vida parecía carecer de sentido. Pues nunca deje de ser mas que una concubina mas, quizás la mas adorada por su señor, pero solo una amante, una sierva, una esclava.
En ocasiones imaginaba lo que me habría gustado tener esa familia que yo deseaba… haber sido su reina como lo fui, pero terrenal. Junto a nuestros hijos, junto al primogénito que le di, junto al resto de hijos que debería haberle dado… Pero no, no había sido así, la vida había cambiado de su mano, y después de morir me levante firme y poderosa, mientras pisábamos lo que era la antigua civilización… Sin embargo cada vez que intentaba recordar sus ojos y el brillo de su mirada siempre encontraba otro reflejo, otro brillo, otro mirar, otros ojos que me miraban en el recuerdo de mi memoria sin irse jamás.


Mi grito de frustración me hizo golpear los puños en la barandilla de mármol destrozando la piedra hasta que los vastos trozos de rocas cayeron ante mis pies desnudos. Me erguí colérica, mientras llevaba mis manos a mi cabeza, comenzando a caminar en círculos por el extenso balcón. Pues me llenaba de rabia intentar recordar los ojos de mi señor y encontrar los de él.  Axásveroth no era mi señor, y sin embargo, pese a que fuera el asesino de mi rey no podía odiarle. NO PODIA. Y eso me hacia enfurecerme conmigo misma, pues estaba traicionando mis propios principios.

La guardia llegó en tres segundos exactos y los diez hombres me rodearon preguntando si todo iba bien, si había ocurrido algo.

LARGO.
No tenía paciencia para tratar con nadie, ni siquiera con mis propios siervos. Sin embargo ellos no se movieron, gesto que me hizo girarme para mirar a cada uno de ellos. Pude sentir sus temblores ante mi mirada glacial y entonces me cruce de brazos mientras dejaba reposar la cabeza a un lado entrecerrando los ojos, contemplando como el matareyes -en la distancia- acariciaba la cabeza de mi pantera, siendo esta quien ahora bajaba desde donde se encontraba y se acercaba con su contoneo felino hacia el grupo. Dando un enorme rugido que hizo retroceder a los guardias en formación antes de que todos salieran en orden de la gran terraza.

¿Es que ya no puedo destruir ni mi propia casa? ¿Por qué no bajas aquí y chaaaarlas conmigo? Pregunte con una sonrisa perversa en los labios al guardián de mi espectáculo, quien subido, sentado y de piernas cruzadas en una gran escultura de mármol de un caballo de guerra, me miraba como quien mira a un pajarillo en su jaula. Mi forma de hablarle era claramente una ofensa y una invitación a discutir, pues lo cierto es que deseaba lanzarle uno de los pedruscos de la baranda a la cabeza.

Y no dijo nada.

Su silencio me molestó, pero no por eso exactamente, sino por aquella sonrisa que siempre parecía ocultar los secretos del mundo o más.
Lleve mis manos a mi cintura, posándolas en jarras y desvié la mirada, fulminando a un enemigo invisible, pues odiaba aquella sensación de incertidumbre ante cosas que sabia y que no quería comprender. Sin embargo el lio que pudiera haber en mi cabeza era mío. Y la única pregunta que debía averiguar era  ¿porque sigo viva?