El lago de los cisnes escarlatas [PRIVADO]

Dafnée Gaëlle Alléguède como Odette y Odile
Jean Paul Dómine como Sigfrido
Katia Margot Boissieu como cisne
Evelyne Odette Eluchans como cisne
Jocelyne Renée Sartre como cisne
...


Guardé en mi bolsillo el panfleto de la obra que nos habían entregado al entrar al teatro, encaminándonos hacia el escenario con disimulo, pues el público ya ocupaba todos y cada uno de los asientos y los palcos privados, abarrotando la estancia. Las luces se habían apagado y pronto el escenario fue el soporte que sostenía al sinfín de actores y bailarines que se deslizaban con gracia por aquél escenario tenuemente iluminado ahora.

- Ve por ese lado y estate atenta para mi señal.- susurré a mi hermana con un guiño cómplice antes de ajustar mi pajarita y colarme por una pequeña puerta que me conduciría hacia la parte del sótano, justo bajo el escenario.

Los pasadizos se hallaban desérticos y con facilidad logré llegar a la trampilla, preparada para caer llegados al momento en que el cisne protagonista debía suicidarse. Bajo aquella trampilla, la compañía había dispuesto un colchón de plumas que aseguraba amortiguar el golpe. Una pena que la joven no lo encontraría al caer.

Aparté el colchón con dificultades, pues lo cierto es que era grueso y pesado. Lo arrinconé contra la pared y en su lugar, me limité a colocar un poste de punta afilada y piramidal, bien sujeta al suelo. Ahora sólo debía esperar en aquella pequeña sala para comprobar que todo saliera según lo planeado y entonces, podría tachar de mi lista el nombre de Dafnée Gaëlle Alléguède, la víctima de aquella noche.

Fuera, los aplausos resonaron estridentes durante varios minutos, produciéndome cierta jaqueca y aburrimiento. Llevaba varios minutos esperando y había consumido todo cartón de cigarrillos. Se me acababa la paciencia.

Al fin, identifiqué aquella melodía. La disputa entre Odette y Sigfrido contra Rothbart. Había llegado el momento y yo relamí mis labios, impaciente por ver el final de aquél cuento.

La trampilla se abrió poco a poco, iluminándose la sala gracias a las luces que provenían del escenario. Y entonces, allí estaba ella. Aquella muchacha de ojos tristes y cabello rubio alborotado en finos tirabuzones, vestida con aquél ridículo disfraz blanco cubierto de plumas. Se lanzó y en cuanto divisó la punta del poste, su grito quedó ahogado por el estallido de los aplausos del público mientras yo me acercaba con las manos en los bolsillos, sacando una de ellas para mojar la yema de mi dedo índice en la sangre fresca que resbalaba de aquél poste en el que la joven había quedado ensartada, completamente atravesada por él.

Solté un alarido, un gruñido gutural fuerte y atronador. Aquella era la señal que le había prometido a mi hermana, por lo que ahora, era su turno. Aquél juego no había hecho más que empezar aquella noche... Y prometía ser divertido.