Operación "Trofeo Felino"

París, enero de 1798.

Aquélla parecía una tarde como cualquier otra, por la sola excepción de los papeles que su Eminencia había firmado unos minutos atrás. Se preguntó, una vez más, si era la Voluntad de Dios, si no estaría vendiendo su alma al Demonio. A veces, no estaba seguro de si Su Santidad era realmente quien debía ser. Pese a todo firmó.

Un mes después, el dictamen se cumplía con exactitud profética y Jean R. Del Balzo–Armagnac y su hija, Jîldael Del Balzo & Tolosa morían a manos de los Mercenarios e Inquisidores dispuestos para tal fin. Como él mismo se encargó de ordenar, no se tomó la vida del Mayordomo ni de ninguno de los sirvientes que trabajaban para el aristócrata. La tarea no podría haber sido mejor ejecutada y, sin embargo, la Iglesia no sacó ninguna cuenta alegre.

Con Jean Del Balzo, el Rey quedó expuesto a todas las intrigas y conspiraciones que finalmente le llevaron a la muerte; también se perdió la alianza estratégica con Escocia y Los Países Bajos; la Iglesia francesa fue duramente cuestionada por el Vaticano (aunque fue el mismísimo Papa quien dio la orden) y su Eminencia perdió todos los beneficios que tan duramente había cultivado durante 25 años de obispado. Y todo eso junto no fue lo peor.

Cuando el Arzobispo y su equipo asesor contrapesaron la importancia de la familia Del Balzo como consejera del Delfín y concluyeron que su muerte era lo mejor para todos los involucrados en el caso; había nobles y aristócratas que ya no deseaban seguir sirviendo a la Monarquía, había cortesanos que deseaban el puesto de Jean Del Balzo, y la Iglesia, por su parte, deseaba todas las amplias posesiones que la antigua familia había acaudalado a lo largo de cientos de años de historia patrimonial sin dar un solo tributo a la Sagrada Institución. Todos los partícipes de esa negra velada tenían un interés particular en la muerte del Cambiaformas. Pero no bastaba con que Jean muriera. También debía hacerlo su joven hija; si el aristócrata moría, todo seguiría igual; la joven Jîldael heredaría no sólo el apellido, el dinero, los viñedos, sino también el puesto en la Corte y los privilegios de su nombre. Así que ella también fue incluida en la lista negra.

Y ambos murieron.

Pero ni su Eminencia ni ninguno de sus aliados sospechó nunca que Jean los había descubierto desde mucho antes y que ya esperaba su muerte aquel fatídico día. Sin que ninguno de sus mejores espías supiera cuándo lo hizo, Jean Del Balzo cambió su testamento en último minuto y nombró heredero a su Mayordomo, a quien entregó la plena potestad sobre todas las propiedades, las marcas registradas, los bienes materiales y culturales de su familia, convirtiéndolo en albacea de toda su fortuna. Así que su Eminencia, la Iglesia, la Corte francesa y lo más granado y exclusivo de la nobleza parisina mancharon sus manos para nada.

Pese a todo, lograron voltear las cosas a su favor. Se emitió una acusación formal contra Charlemagne Noir y su hija, Valerie, como los principales sospechosos de la muerte de la familia Del Balzo, por conflicto de intereses con el testamento. Su Eminencia, en una jugada maestra, utilizó todas las pruebas que existía en su contra y logró tergiversarlas para que fuera el nombre de Charlemagne Noir el que apareciera como responsable de todas las colusiones contra Jean Del Balzo, consejero del Rey, aristócrata francés y devoto católico profeso.

Pese a todas las diligencias, Charlemagne Noir y su hija evadieron el cerco de persecución durante dos largos años hasta que por fin, en los últimos meses, gracias a la invaluable ayuda de Târsil Valborg, pudieron dar con los acusados. Y el destino le volvía a jugar una broma cruel al Arzobispo. Charlemagne Noir era, en realidad, Garulf IV, Conde de Utrecht, en Los Países Bajos, reino con el que apenas empezaban a reabrirse las quebradizas relaciones políticas; si su Eminencia atacaba al último Conde holandés, volverían a perder, para siempre, cualquier apoyo de la corona neerlandesa. Así que el Arzobispo encontró la salida perfecta: no acusaría a Charles, sino que culparía a Valerie Noir, su hija, de todos los crímenes que pedían a gritos ser ajusticiados. Planteó su propuesta al Estado Pontificio y la Santa Sede dio su aprobación. Valerie Noir sería acusada de traición, asesinato, apropiación fraudulenta, uso de artes nigromantes y abuso de condiciones sobrehumanas, motivos todos por los cuales sólo había una sentencia posible: la Cambiaformas fue condenada a muerte.

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París, julio de 1800.

Satisfecho con el cariz que las cosas tomaban, su Eminencia recibió las dos cartas desde la Santa Sede y en cuanto vui el sello verde, contactó a Astor Gray y a los demás escogidos, los bendijo y los envió en nombre de Dios a purificar el alma atormentada de la bruja que tomaba la piel de una Pantera para asolar París.

Pero, ¿sería esta vez, por fin, el único dueño de la esquiva fortuna Del Balzo? ¿O sería que, nuevamente se le escaparía de entre los dedos justo cuando parecía que nada podría fallar? Su Eminencia sospechaba que el Mayordomo también tenía su propia carta bajo la manga.

La guerra había empezado.


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