Hablame de ti, una vez más [Evelyn]

Aquel que señaló que las promesas se hacen para romperse tenía consigo mismo toda la razón, y verdad, que un hombre puede albergar entre sus manos. El tiempo, cruel enemigo, se cernía nuevamente sobre mi pensamiento endeudado, debatiéndose entre la “lealtad” y la “necesidad” de resolver el enigma central que hacía girar toda mi vida. Otra vez las cosas se alteraban y la presión de la “elección” retornaba en pos de obtener una respuesta clara y firme, que no divagase, ni se viese empujada por juegos absurdos, o dobleces, que pudieran poner en riesgo la narración de mi propio futuro. Y de nuevo, una promesa condicionaba mis actos y el desarrollo de los sucesos que estaban por llegar por culpa del frenético devenir de los hechos. Una promesa que, de mantenerse, me obligaría a utilizar tácticas para nada sutiles basadas en la mentira y la actuación más profesional que una mujer podía traer consigo misma. Una promesa que, de romperse, como bien decían las palabras de aquel desconocido hombre, supondría la pérdida del elemento más amado que pudiera conservar y poseer hasta ese momento. ¿Qué hacer entonces?

Me atormentaba la duda mientras los segundos se sucedían. Me ahogaba sin saber qué hacer o cómo hacer lo que tenía que hacer sin llegar a perder. Y no, no podía encontrar respuesta, o ninguna respuesta que satisficiera dicha necesidad. Sabía que no podía mentirle a él, pero también sabía que mi estancia en el burdel tenía un objetivo único y que no podía limitarse al tratamiento “exclusivo” de un cliente, siendo ése mismo al que no podía mentirle. Resultaba tan complicado de entender, tan confuso… ¿Y por qué no contarle la verdad? Sencillo. Habría tanto que explicarle… Explicaciones que elevarían ese peligro de que se marchase y no volviese al comprender que le había fallado, o engañado… No, no podía. El pánico que sentía nada más plantearme tal idea me hacía sucumbir y temblar, aferrándose mi poco sentido común al rechazo inmediato de contarle todo lo que ignoraba. Era imposible, demasiado. Sería más productivo y efectivo pensar en otra solución para resolver la situación actual… Quizás, sola no podría hallarla y… ¿Por qué no consultárselo a alguien? Un confidente, una voz objetiva y neutral capaz de guiarme en medio de esa tempestad… Un amigo. Tal vez… ¿Ryley? Sí, sí. Tenía que acudir con presteza hasta él. Seguro que podía ayudarme o, al menos, tranquilizarme.    

Y qué curioso… El centenar de pasos errantes que me traían de aquí para allá por los alrededores que conformaban las aprisionadas paredes de aquella instancia erótica me mostraron a ese “amigo” mágicamente. Sí, en mitad de mi búsqueda, casi pareció que su cercana presencia había sido invocada por mi desesperación. Bastó como señal un cruce de miradas y no, no hizo falta que se aproximara. Estaba sola y bien desocupada, así que tomé la iniciativa y, saltándome todos y cada uno de los preámbulos, fui yo la que se personó delante de él y se abrazó con dulzura a su cuerpo, sonriéndole con ternura.

-Os estaba buscando, mon ami… Me alegro tanto de veros… ¿Va todo bien? – pecando de atrevida, me separé unos centímetros para mirarle directamente a los ojos, preocupada.

No tenía mal aspecto, podría decirse que estaba bien, pero eran suposiciones. Y dentro del burdel nunca debía suponerse nada. ¿Le habría ocurrido algo? Quitando mis inquietudes personales, por supuesto que me preocupaba por ese joven. Tenía tanto que agradecerle, pero tanto... Verle me ofrecía ese remanso de paz efímero y anhelado que pocas veces podía disfrutar. Y yo, bueno, quería entregarle lo mismo que él me regalaba con cada nuevo encuentro.